Regresé a aquel viejo hotel que frecuentaba cuando era niña, las vacaciones ahí eran tan surrealistas que eran un ensueño.
Ahora luce tan distinto, las paredes las han puesto de cristal, los poco muros que hay son color melón. Son pocas las habitaciones que hay, al igual que los pasillos que están cubiertos de hojas secas, no hay muebles, solo mucha soledad cargada de nostalgia.
En el centro del hotel hay una fuente seca y abandonada, protegida por cristales, no sé cuánto tiempo perdí estando de pie solo observándola, cómo queriendo escucharla decirme algún consuelo, pero no pasó nada.
Un fuerte estallido a la distancia robo mi atención, volteo a mi alrededor para asegurarme que todo está bien, pero no veo nada, un segundo estallido se produce dentro de la fuente, el agua comienza a brotar lentamente, moviendo las hojas secas del suelo, mi atención vuelve a quedar atrapada en ese lugar.
El agua llegó a su límite, no esperaba que continuara subiendo, pero así fue, sabía que en algún momento la presión del agua terminaría rompiendo los cristales, pasando la mitad de los mismos el miedo y la desesperación me invadieron.
Corrí tratando de encontrar la salida, pero terminaba en intrincados pasillos como si de un laberinto de tratará, los cristales crujían a la distancia y yo seguía sin poder salir.
Un fuerte estruendo marcaba el final, los cristales habían cedido a la presión.
Addis Désirée.
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