El Ciervo y el León.
La tarde es fría y nublada, en medio de un sendero custodiado por enormes árboles dentro del bosque, se encuentra un ciervo blanco de fina figura, sus astas son enormes, sus ojos rojos, inmóvil espera para ver qué revela el sonido de las hojas crujiendo a la distancia.
Aquella gigantesca bestia se detiene por un momento a observar al ciervo, su instinto de cazador corre de forma ardiente por sus anchas venas, pero él ciervo queda inmóvil, atento a lo que el paisaje le presenta, el león comienza a caminar determinadamente, rugiendo como anticipo de un cruel ataque, poco a poco acelera el paso agitando su gigantesca melena, al irse acercando se le puede ver brillar aún más la mirada, frente al ciervo y su vasta valentía se detiene, la rodea, se llena de su aroma y se intriga por su calma.
Súbitamente abre el hocico para morderla, pero el ciervo sigue en calma, contemplando cada centímetro del que pretende devorarla, este acto provoca a la bestia volver a contenerse.
El león con lento pasar sigue su camino a través del sendero rodeado de árboles, algunos pasos adelante se detienen, gira la cabeza, intrigado al ver que el ciervo continua quieta, se detiene como señal de estarla esperando, él ciervo atenta a su bestia da pasos temblorosos, mientras sonríe tímidamente con la mirada.
Caminaron hasta el anochecer, uno tras el otro, sin intercambiar sonidos o miradas, él león subió a una gran roca junto al río, la luz de la luna hacía que él color blanco del ciervo resplandeciera, iluminando el reflejo de las estrellas en la superficie del agua, en silencio busco dónde recostarse, encontrando consuelo en la orilla del río.
Él león lucía cansado, vocifero un gruñido y lentamente se quedó dormido, el ciervo contemplaba la noche y el brillo de la luna, como si fuera la primera vez que la veía. platico en silencio con la luna, quién le ayudó a liberar viejas lágrimas, se llenó de paz, de tranquilidad, él silencio servía como arrullo de cuna, puso su mirada en aquella bestia, nunca había visto nada igual un pequeño instinto le decía que no debía estar ahí, pero la sensación que le provocaba verlo, era más grande.
Sigilosamente se acero a él, quería descubrir su aroma, sus más pequeños detalles, comenzó observando sus fauces, tenía una pequeña cicatriz en la frente, su piel parecía muy dura y gruesa, al seguir observando notó que tenía una vieja herida en el pecho, una cicatriz negra y profunda, el ciervo se acercó aún más para intentar conocer el aroma de la herida, y poco a poco se acercó tanto que terminó lamiendo suavemente la herida, el león se sacudió bruscamente sin despertarse, y el ciervo volvió en silencio a su lugar, a dormir con él sabor de la bestia en su boca.
Al siguiente día volvieron a caminar sin regresar al sendero, comenzaron a adentrarse a lo profundo del bosque, los árboles se volvían cada vez más grandes y robustos, la luz del sol que se lograba colar entre las ramas iluminaba el piso vestido de hojas muertas, pasaron el día entero sin comer, el león parecía desesperado y mal humorado, el ciervo aún mantenía la calma, como esperando a ver desatados los instintos del león.
Al transcurrir los días, tanto el león como el ciervo, comenzaron a sobrevivir de musgo, ramas, hojas y cuándo se presentaba la ocasión algún pequeño animal. A pesar del hambre y del instinto, su cercanía se hizo más presente, retozaban, coqueteaban y en silencio, compartían sus secretos.
Pasaron tres meses y la herida en el pecho del león se había hecho pequeña, pero su caminar se mostraba un tanto débil, su paso se volvió más lento, y comenzó a distanciarse del ciervo. Sin lograr comprender el porqué, el ciervo intento servirle como apoyo, pero la bestia tenía los instintos confundidos, así que se alejaba cada vez más.
Una noche, mientras el ciervo hablaba con la luna, está le susurro lo que en verdad le ocurría a su bestia, él ciervo dejo escapar la noche pensando, deseando tomar la mejor decisión.
Con los primeros rayos de sol, iniciaron su camino, solo que por primera vez, el ciervo escogió la dirección, el nuevo sendero se encontraba lleno de rocas afiladas, se requería gran destreza para poder cruzarlas, así que la bestia tomo la delantera, paso un largo rato antes de que se diera cuenta que no se escuchaban los pasos del ciervo, busco desesperado con la mirada, pero no lograba verla.
Regresó sobre sus pasos hasta encontrarla herida, sus patas estaban fracturadas, una de ellas aún seguía atascada entre las rocas, el tiempo del ciervo había llegado a su fin.
El ciervo temblando, con la mirada le otorgaba permiso a su bestia para ser devorada, pero él León solo rugió con fuerza, mientras el ciervo se ahogaba en la negrura de sus ojos. el olor de la fresca sangre era una invitación abierta.
El león al tratar de ayudarla, tiro de su pata con el hocico, haciendo más grande la herida, la granulosa sensación del sabor del ciervo en la gruesa lengua del león lo volvía loco, desesperado arañaba las rocas, queriendo ahogar los instintos, tras mucho rugir y dar pequeños saltos, terminó dormido junto al ciervo.
La noche volvió a alcanzarlos, la luna bajo nuevamente para susurrarle un nuevo secreto al ciervo, después de eso, las nubes cubrieron la luz de la luna dejando una silenciosa oscuridad.
Una fuerte brisa meció las hojas acariciando el rostro de la bestia, provocando que abriera los ojos, lo primero que pudo sentir, fue el penetrante sabor de sangre del ciervo, con ello, volvió la realidad, queriendo impedir el tiempo, deseando cambiar la naturaleza, volteó lentamente la mirada al ciervo, pero este ya no estaba, solo quedaba un pedazo de su cornamenta blanca.
Addis Désirée.
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