El Westminster school es un colegio en Inglaterra famoso por su alto índice de egresados que logran entrar a Cambridge University.

Charles Hamilton era el nombre de un niño de 7 años nuevo en la ciudad y en la escuela. Su lenguaje corporal resaltaba el nerviosismo y timidez propios de un niño en tales circunstancias. Era un niño nacido en Inglaterra, pero había pasado los últimos cuatro años en Australia. Su tez era clara y tenía ojos grises azulados, se notaba que sería bastante alto cuando creciera, su cabello era un color neutral, no era oscuro casi negro, ni completamente rubio, se veía como oscuro a simple vista, pero a la luz del sol brillaba con un hermoso tono dorado.

No había puesto mucha atención a las clases porque en su mente solo había una cosa: no conocía a nadie y pronto sería el descanso. No era un niño que gozaba de alardear sobre su riqueza, tenía chefs profesionales a su servicio que le prepararían lo que quisiera para el almuerzo, sin embargo, él hubiera preferido nacer en una de esas familias donde su madre se levantaba temprano para hacerle el desayuno con las sobras de la cena del día anterior, una familia “normal” a sus ojos. Tan solo le pedía un poco de efectivo al mayordomo y compraba algo antes de entrar a la escuela.

El desayuno de ese día consistía en galletas de avena y un jugo de manzana, decidió que almorzar en el pasto cerca de un arbusto sería lo mejor. De repente se oyó un grito de dos niñas en unísono, Charlie se asomó con cautela; dos niñas jugaban y reían sobre una manta de picnic de color rosa claro, encima había dos sartenes con comida casera y un termo con té caliente. Una de las niñas, la más pequeña, tenía cerca de cinco años, tenía el cabello castaño claro, ojos color miel y tez de porcelana, sus mejillas estaban completamente rojas por la risa. Luego estaba ella, una niña de al menos 9 años, de tez clara y ojos verdes, su cabello era rubio y ondulado.

Charlie no dejaba de mirarla, era como un pequeño gato con días de ayuno mirando el mostrador de una pescadería, las niñas tenían el hábito de almorzar en esa parte del jardín, por lo que cada día Charlie tomaba el almuerzo tras del arbusto.

Todos los días el pequeño almorzaba tras el arbusto y las veía jugar y durante la clase pensaba en lo bonita que era esa niña y si podría tratarse de un angel. Un día siguiendo su hábito fue a sentarse al lado del arbusto, llevaba para el almuerzo una barra de cereal y una leche chocolatada, miró cautelosamente, solo estaba la niña mas grande bebiendo un juguito de caja sabor durazno. Lucía muy bonita callada y concentrada en su bebida, Charlie la miraba con la boca abierta.

De repente sintió un escalofrío en la espalda, alguien lo miraba, se volteó para descubrir a la niña pequeña parada frente a él mirándolo disgustada.

– ¡Pervertido! -gritó la pequeña. Charlie estaba más sorprendido por el vocabulario de la niña que por la acusación,

– ¡Deja de ver a mi hermanita! -refunfuñó. La niña más grande oyó los gritos y se paró a ver que había sucedido. Charlie estaba avergonzado, pues la pequeña había logrado llamar la atención de todos alrededor.

– ¡Pervertido! -seguía diciendo. A Charlie no le salían palabras de la boca.

– Tranquila Alice – dijo la mayor, – seguramente solo quería jugar con nosotras, ¿verdad? -.

– Ah…yo…-balbuceó el chico, – yo solo…-.

– Ven, vamos a jugar- la chica lo tomó del brazo y lo levantó, Charlie solo alcanzó a recoger sus envolturas, – por cierto, me llamo Layla Roberts, y esta es mi hermanita Alice, ¿tú cómo te llamas?

-Charlie…Charles Hamilton- corrigió.

Desde aquel día los tres niños almorzaban juntos, al principio la pequeña Alice miraba con disgusto al niño, quien no podía mas que desviar la mirada incómodo, pero pronto se acostumbró a su presencia. Su amistad fue creciendo y Charlie pasaba las tardes en casa de los Roberts, cada día el chofer dejaba por las mañanas a las dos hermanas en el colegio y por las tardes regresaba a casa con tres pequeños. Charlie vivió prácticamente en casa de los Roberts debido a la constante ausencia de sus padres.

Los tres chicos eran inseparables, para Layla era como tener dos hermanitos pequeños, para Charlie era la familia que siempre soñó, pero para la pequeña Alice siempre era verlos alejarse mientras ella trataba inútilmente de alcanzarlos. Todas las tardes al terminar sus tareas los niños salían a jugar al jardín de la mansión.

La señora Roberts era una mujer delgada y joven de treinta y cinco años de pelo ondulado y oscuro, piel blanca y ojos marrón claro, al ver a las tres juntas se podía concluir fácilmente que ella era su madre, pues sus características se repartían en las dos niñas; lo que no tenia una lo tenía la otra. Aceptó rápidamente al nuevo integrante de la familia y se llevó de maravilla con sus padres una vez que los conoció.

Layla tenía la costumbre de comer pudin y té caliente como merienda, este pequeño habito sacaba canas a las criadas de la mansión, pues cada día cerca de las seis de la tarde aparecían unas huellitas de barro que dibujaban tres pares de zapatitos de tallas diferentes en la cocina y que terminaban hasta la puerta trasera que llevaba al jardín.

La señora Roberts era una mujer muy cariñosa, y tras las quejas de las criadas encontró una creativa solución para su piso manchado: mandó construir una pequeña casita que colocaron en un árbol que era bastante grande y grueso y fácil de escalar. Layla se encargó de decorarla a su gusto, pidió que pusieran en el centro una mesita circular y alrededor instaló varios cojincitos como sillas, también pidió que subieran un pequeño buró donde colocaron un horno microondas y encima puso su caja de té de bolsa y un botecito con azúcar, dentro del buró guardaba sus cajas de pudin.

Al principio Layla no permitía que Alice subiera, pues decía que sería peligroso para ella escalar el árbol. Cuando Charlie y Layla subían al árbol Alice se ponía a llorar hasta quedarse dormida a los pies del árbol, o hasta que el mayordomo regañaba a los niños por dejarla sola y los hacía bajar del árbol.

Una noche cuando todos dormían, la pequeña Alice, quien había fingido estar también dormida, se levantó y cambió el pijama por un vestido y sin hace ruido salió al jardín por la puerta trasera de la casa. Corrió hacia el árbol con intención de escalarlo, pero al alzar la vista la inmensidad de éste la hizo titubear, a los pocos minutos recobró la valentía y comenzó a escalar. Con gran cansancio y las manos un poco maltratadas logró llegar al pórtico de la casita la cual siempre miraba desde abajo cuando Layla le advertía que no subiera.

Se sentía orgullosa de haber subido y pensó que ahora subiría con ellos siempre, abrió la pequeña puerta y entró a la casita, inspeccionó el lugar y finalmente robó un pudin del buró, mientras comía miró por la ventana, una piñita colgaba de la rama del árbol de a lado, salió rápidamente de la casita comenzó a trepar sobre una rama que la acercaba al fruto, se estiró lo suficiente para alcanzarlo pero de repente la rama de la que se estaba sosteniendo se quebró y en un segundo cayó al suelo ahogando un grito.

Por fortuna la altura no era suficiente para provocarle grandes heridas, solo un pequeño raspón en la rodilla, aun así le dolía mucho, lloró y deseó no haber subido.

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