Hoy lo recordé. No por buenas razones. Es ese vacío que te ataca y te hace viajar a algún punto donde pudiste haberlo evitado. Como cuando te enojas con alguien y divagas en el dialogo anterior, o en la primera vez que cruzaron la línea y en un encontrón desafiaron todo lo que creían de sí mismos. Así fue, quejándose de no haber tenido la oportunidad de evitarlo, cuando me acorde que tuve varias.
Esta fue particularmente fácil de esquivar, fácil de asimilar como banal, pero estas cosas no lo son. Algo las provoca, y es justamente ese algo lo que nos hace huir y no una especie de moral oculta en la acción que podría devenir el quedarse. Aunque a simple vista podría considerarse de otra forma, lo que pasó no fue a causa del miedo que provoca el cambio o las tareas que hay que hacer para aplicarlo. Puede sonar a escusa, pero la verdad es que el miedo proviene de la fuente del llamado que nos acortaba la distancia. Y además consideremos que tiempo después solo hablo de esto por nostalgia a la no acción que nos sigue continuamente y no porque quiera acordarme de ti, o necesite hacerlo, sino sólo por nostalgia. Lo que no deja de ser absurdo, quizá más que la otra opción.
Tú cruzaste la frontera, cerraste la distancia que nos separaba aprovechando la risa de un momento, me tocaste el hombro, a lo mejor te ibas o a lo mejor venias porque besaste mi mejilla y luego te me quedaste mirando y entonces lo vi. No era química, no eran las ganas de tenerte ni las tuyas, no era el día ni un mal momento o uno débil que nos cercó. Lo vi en el borde de tus ojos, en el ardor debajo de tus pestañas, y tú lo viste en mis manos, en lo deforme de mis nudillos, vimos la fuente del llamado: tu depresión abrazando la mía.
Lo que nos estábamos ofreciendo estaba más cercano al espanto que a otra cosa. No seriamos la postal en la terraza de la casa en la playa, no sería mi antebrazo en la foto contigo mirando por sobre el hombro en el mejor paisaje del planeta, no la cocina los domingos, no el hombro del velorio, no el chofer del auto en las mañanas, no el abrazo que nos duerme. Sino tu depresión abrazando la mía.
Seriamos tú vagando por las habitaciones casi vacías de un espacio repleto de ambigüedades, la inseguridad de no saberse si se está o no se está, y si se estará a la mañana siguiente. Serias tú tratando de entenderme, seria yo tratando de entenderme. Serias tú con un pincel en las manos tratando de dibujarte, seria yo con un lápiz en las manos tratando de escribirte. Sería la náusea al verte y al dejar de hacerlo, sería el querer que desaparecieras sólo para extrañarte a muerte apenas cruzaras la puerta de salida. Ebrio en un rincón tratando de explicarme porque no arranqué cuando tuve la oportunidad de hacerlo, sintiéndome culpable por haberte arrastrado hasta mi sólo para consolarme. Tú enojada conmigo, yo enojado conmigo. Una botella derramada en la alfombra, una cola apagada en el sillón. El maquillaje derramado debajo de tus ojos, mis labios partidos, nuestras manos cruzadas. Intentando volver a ese momento donde decidimos querernos, solo para ignorar tu mirada, responderla con una sonrisa formal fomentando la sana convivencia y luego tomar la mano de la mujer que me correspondía de antes y olvidarte en un segundo.
Suerte que si se puede devolver el tiempo y saber que hice lo correcto, porque no era el amor el que nos llamaba, sino tu depresión abrazando la mía.
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