Relato ficcionado con ciertos elementos del panorama circundante en la órbita deportiva. Un Arreglo, una Incentivación, un Descenso latente, Lealtades, Traiciones, Valores y un sinfín de factores en disputa.
«Cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia».
El partido había sido muy comentado en la semana. Y por algo era… Sospechas, insinuaciones, especulaciones, habladurías de todo tipo se habían vociferado. Las elucubraciones estaban a la orden del día. ¡¡Y si se hubiesen enterado de la verdad del asunto!! ¡Qué escándalo se hubiese armado! El revuelo comenzó porque el equipo más grande de la categoría se jugaba el descenso y con un empate en nuestra cancha se salvaba sin depender de nadie. Con un punto, si con ¡¡un punto!!! Nosotros no teníamos ninguna presión de nada, estábamos en mitad de tabla, no peleábamos el campeonato ni el descenso. No jugábamos por nada, por decirlo de alguna forma. Pero no, estábamos equivocados, porque sin darnos cuenta nos jugábamos nuestro capital más importante: el profesionalismo, la responsabilidad, el honor, nuestra “honestidad deportiva”.
Resulta muy incómodo jugar un partido con la sensación de no saber con certeza si estas «yendo para atrás» o si estás compitiendo realmente con el deseo de victoria, de ser el vencedor. Y realizo toda está voltereta a modo de preámbulo porque yo lo viví, o mejor dicho lo padecí. Como futbolista del Sportivo Tronador jamás tuve una experiencia (ni siquiera parecida) como la de aquel «singular» cotejo frente a Defensores de Juglares. Igual el «asunto» se había cocinado en la semana, en los días previos al encuentro. El técnico nuestro, Beto Zafalonga, y el de ellos, Toto Chantuno, eran muy amigos y entre los dos habían tramado el fato del Arreglo.
La cosa era así: Juglares necesitaba un punto para salvarse del descenso y nosotros, sinceramente no jugábamos por nada por decirlo de alguna manera, estábamos en mitad de tabla y no teníamos ninguna complicación. Y a esa cuestión súmale que los técnicos eran ‘amigotes’ de la jungla que representa el mundo del fútbol y además había guita de por medio y cuando digo ‘guita’ estoy hablando de mucho dinero para ese entonces, bah… al menos para nosotros que cobrábamos meses salteados el sueldo pobretón que teníamos y que el club nos podía pagar. Y entonces esta movida del Arreglo nos entusiasmó a todos los muchachos del plantel porque insólitamente de alguna u otra manera nos despertó una especie de motivación, recobramos un estímulo que teníamos adormecido. Estaba todo dado para que el pacto que habían formulado ambos entrenadores se llevase a cabo sin sobresaltos, nada podía fallar… pero “algo” salió mal, fuera de lo estrictamente ‘acordado’…
El asunto del Arreglo suscitó una variable de factores y el dinero como motivador influyente generó reacciones dispares entre los integrantes del equipo. Algunos de los que habían aprobado el ‘convenio’ de empatar frente a Juglares dieron marcha atrás y cambiaron rotundamente su decisión argumentando que ponían en juego su honor y su ética deportiva siendo cómplices de semejante engaño y eso desencadenó un conflicto interno entre todos nosotros porque ese giro inesperado nos planteaba otro panorama, un cuadro de situación altamente complejo a resolver.
Los que pasaron a estar en contra del Arreglo se juntaron con el técnico al finalizar el entrenamiento el día previo al partido y le comunicaron su decisión final. Beto Zafalonga intentó convencerlos usando todas las artimañas posibles y hasta incluso buscó trabajarles la culpa diciéndoles que si iban en contra de los intereses del club serían considerados traidores. Inmediatamente después de exclamar tamaña burrada quiso disculparse pero ya era demasiado tarde, había empeorado aún más la situación.
De los once que conformaban la formación titular, cinco estaban en contra del Arreglo y cinco a favor. Los dos arqueros (el titular y el suplente) se abstuvieron fundamentando que no tenían la ‘capacidad moral’ para tomar una decisión de ese calibre. Y por ende, optaron por quedarse en una especie de nebulosa, en un limbo para librarse de la enorme responsabilidad que implicaba este embrollo.
Y ahora viene la parte interesante de esta historia. Porque lo que me tocó experimentar en ese partido no lo olvidaré jamás por la extrañeza y la incomodidad que sentí aquella jornada dentro de la cancha, nunca había vivenciado un momento tan atípico y peculiar como ese. Durante el primer tiempo, el partido fue un bodrio, un espanto visual. Ninguno de los dos equipos demostró ambición ofensiva y la gran mayoría de las acciones se desarrollaron en el mediocampo con ambos conjuntos sumamente imprecisos y prácticamente rifando la posesión de la pelota. El balón circulaba de lado a lado por todo el terreno, se trasladaba sin destino certero de costado a costado.
Recuerdo un momento de cierto nerviosismo que tuvo lugar promediando el epilogo del capítulo inicial: en una aproximación nuestra, el Zurdo Conforte (que estaba a favor de empatar) se proyectó sobre el carril izquierdo y cuando llegó al fondo tiró un centro displicente, totalmente inofensivo que debió haber sido resuelto por el arquero de Ellos, el Flaco Insegurola, pero el guardavalla tuvo una duda fatal, tardó en decidirse y tuvo una salida en falso que pudo haber sido letal… Porque la pelota quedó boyando casi sobre el punto penal y le quedó servida al Loco Iracundo (que estaba en contra del Arreglo), que sacó un fortísimo remate que reventó el palo derecho del Flaco Insegurola. El retumbar de ese poste derivó en un temblor en el banco de suplentes, en un grito de furia desenfrenado del Beto Zafalonga (nunca lo había visto tan desencajado), lanzando insultos airadamente contra el Loco Iracundo por ese remate en el palo que estuvo a punto de convertirse en gol y derrumbar el Arreglo.
Y la cara de asombro mezclada con ira del Toto Chantuno en el otro banco de suplentes era para fotografiarla y salir a asustar en alguna fiesta de disfraces, fue antológico el rostro enajenado de ese muchacho, que inmediatamente buscó la mirada cómplice y a la vez explicativa de Zafalonga ante semejante sacudón inesperado. Y así culminó la primera etapa inmersa en una marea enojos, sobresaltos y dudas, sobre todo de Chantuno que cuando se retiraba con sus jugadores hacia el vestuario sintió la imperiosa necesidad de encarar a su querido amigo Zafalonga y preguntarle: “¿sigue en pie el Arreglo?”. El Beto asintió haciendo un gesto de aprobación con su dedo pulgar derecho y le dijo al oído “confía, está todo bajo control”. Toto respiró hondo y finalmente se dirigió hacia el vestuario.
Lo que sucedió en aquel segundo tiempo fue particularmente inolvidable por la infinidad de aristas y la cantidad episodios conjugados entre la tensión y el dramatismo más profundo. A los cinco minutos de la segunda etapa, tuvimos una baja monumental en nuestro equipo. El Pelado Zaffaroli, nuestro eterno goleador histórico, nuestro ‘rompe redes’ pidió el cambio aduciendo una lesión, una fuerte molestia muscular en su muslo derecho que le imposibilitaba continuar trotando con normalidad y por consiguiente, seguir jugando en óptimas condiciones el partido. Pero tiempo después me enteré que la historia real de aquella salida repentina del Pelado se debió a un motivo completamente distinto…
Cuando el Pelado pidió el cambio, el Beto le hizo una seña a su ayudante, el Chiquito Trampista, y enseguida me llamaron para que entrará rápidamente en reemplazo de nuestro goleador ‘averiado’. Con mi ingreso a la cancha, se originó un inconveniente entre mis compañeros del equipo, porque se preguntaban de qué ‘lado’ estaba, es decir, si estaba a favor o en contra del Arreglo. A decir verdad, yo estaba en una posición de abstención total porque al ser el Nueve suplente había quedado afuera de la charla referida a la decisión de los que aceptaban empatar y los que no, porque los once Titulares, el arquero suplente, el Beto Zafalonga y su colaborador directo, el Chiquito Trampista, habían sido los protagonistas de esa ardua conversación.
Igualmente, la falta de certezas y la desconfianza de mis compañeros no fue lo peor que me pasó al entrar al campo de juego, porque en la primera pelota que toqué el marcador central de Ellos, el Cabezón Matadore, me hizo sentir el rigor en serio con una patada criminal que aún hoy me duele el tobillo derecho cuando me acuerdo de semejante bestialidad. Pero eso no fue todo, porque apenas pude reincorporarme de ese violento golpe el Cabezón me dijo al oído –en un tono puramente amenazante- “la próxima salís roto, ni se te ocurra pisar el área otra vez”. Yo sabía la importancia magnánima que tenía ese partido para Juglares, pero después de aquella acción y sobre todo, después de esa frase temeraria comprendí verdaderamente la relevancia que tenía el Arreglo.
Completamente dolorido y casi anestesiado por el impacto demoledor de la patada sufrida (la cual insólitamente el árbitro ni siquiera atinó a considerar como infracción), decidí moverme sobre los costados con la poca agilidad que me quedaba. Los primeros veinte minutos del segundo tiempo continuaron por la misma tónica de lo que había acontecido en la primera etapa, es decir, el trámite del encuentro se mantuvo soporífero, inerte, sin sobresaltos. Pero, indudablemente, esa era la calma que antecedía al huracán.
Como había dicho anteriormente, opté por jugar lo más lejos posible del área cometiendo la mayor contradicción para un jugador de mi naturaleza, era la paradoja inaudita: el centrodelantero desempeñándose alejado de su hábitat, como un pez fuera del agua. Era una situación insólita, pero entre el terrible dolor muscular que me aquejaba y la amenaza latente no me quedaba otra opción, tristemente. Y habiendo explicado esto, poniéndolo en contexto, viéndolo en retrospectiva tantos años después, lo “tragicómico” en mi consideración viene a continuación.
Promediando los treinta minutos del segundo tiempo, el Loco Iracundo volvió a salirse con la suya desbordando por el sector derecho y mandó un centro rasante al área, de esos ‘venenosos” que son garantía de gol si son conectados con precisión por un atacante. En su afán por desactivar raudamente el peligro, la defensa de Juglares no logró despejar el balón con potencia y la pelota me cayó a los pies… ¡¡justo a mí!! No sé si fue por instinto propio de delantero, si fue por inercia o porque no supe que hacer y me resultó inevitable resolver de otra forma, saqué un remate mordido, débil, completamente inofensivo que no llevaba peligro para el arquero, pero en el medio de la trayectoria del esférico se cruzó el Cabezón Matadore… La pelota se desvió en la pierna izquierda de esa mole camuflada de ‘futbolista’ y cambió íntegramente la dirección del balón, que terminó incrustándose en el ángulo superior derecho del Flaco Insegurola, que quedó descolocado y estupefacto ante tamaño imprevisto.
El Cabezón Matadore se tomaba la cabeza con las dos manos y miraba desorbitado hacia el fondo de la red queriendo hallar respuestas que jamás encontraría. ¡¡Y lo que eran los bancos, ardían como el mismísimo infierno!! Faltaban quince minutos para el final del partido y Defensores de Juglares estaba descendiendo a pesar del Arreglo entre los dos técnicos ‘amigos’. Después del gol nuestro (mitad mío, mitad del Cabezón Matadore en contra), el Toto Chantuno lo miró encolerizado al Beto Zafalonga y le arrojó un papelito diminuto que cayó dentro del corralito delimitado que ocupan los entrenadores. El pedazo de papel decía: “déjense de joder, cumplan el Arreglo o se pudre todo”. Luego de leerlo, Zafalonga dio una orden: todos atrás. No pasamos nunca más la mitad de la cancha, y el cotejo pasó a jugarse en nuestro campo.
Juglares nos metió literalmente en nuestro arco, nos peloteó por todos lados pero vaya a saber por qué o por cual giro extraño del destino o quizás hasta del azar, ese día la suerte parecía estar de nuestro lado. Porque en esos quince minutos hubo remates en los palos, en el travesaño y hasta el Nueve de Ellos, el Tito Nervo, erró dos goles hechos abajo del arco. No se podía creer lo que sucedía. Encima, mientras tanto, los minutos corrían intempestivamente y no llegaba ese tanto de suma urgencia para consumar el Arreglo. Pero llegó. Y en el minuto final para provocar varios infartos y desatar la algarabía.
Sobre la hora, cuando el encuentro tocaba su momento culmine, en un mano a mano adentro del área, nuestro arquero, el Gigante Volador (que era de baja estatura y probablemente uno de los guardavallas más bajos de todos los equipos del certamen, y claramente el apodo se lo habían puesto de modo irónico) se lo llevó por delante al Tito Nervo cometiendo un penal indiscutible. Tito se hizo cargo de la ejecución como capitán y pateador asignado de su equipo absorbiendo toda la carga emocional y la presión por convertir que significaban una obligación ineludible ya a esa altura para evitar el descenso de Juglares. Nervo remató con una enorme potencia, pero increíblemente su disparo retumbó contra el palo izquierdo del arquero, la pelota pasó circulando sobre la línea de meta y dio en el poste derecho para terminar recayendo nuevamente en los pies del Tito, que la empalmó con una fiereza fabulosa y con un remate plagado de violencia impactó el balón contra la cabeza del Gigante Volador, quien concluyó doblegado y caído con el esférico dentro del arco.
Muchos años después el Pelado me confesó el verdadero motivo de su salida del partido. Recuerdo que me lo encontré en el puesto de diarios que está a la vuelta de la sede del club. Justamente ese día la noticia principal del suplemento deportivo era –paradójicamente- el cotejo decisivo que disputaba Juglares ese domingo por la tarde en su lucha por evitar el descenso. Si, otra vez. Y a Abel (así se llamaba Zaffaroli) me lo topé ojeando la tapa del matutino con una sonrisa pícara en su rostro. Y cuando me vio a mí soltó definitivamente esa carcajada que tenía contenida. “¿Te acordas de aquella vez?” me preguntó apenas terminó de reírse. “Por supuesto” le dije y le comenté que siempre me quedó marcado en la memoria el momento en que pidió el cambio y se retiró de la cancha. Inmediatamente después de que le dije eso se rió forzadamente y me invitó a tomar un café al bar de la esquina donde nos reuníamos en nuestra época de jugadores.
Nos acomodamos en la mesita lindera a la puerta del bar y pedimos dos cafés al mozo que se encontraba ordenando unos pocillos detrás de la barra. Ni bien me senté y cuando me disponía a emparejar unas hojas salidas del diario, el Pelado lanzó su confesión y me dejó pasmado, de modo que ni siquiera me dio tiempo para reaccionar, sospechar o suponer por donde venía la mano.
“A mí me arreglaron dos veces en ese partido, Pibe” (el Pelado siempre me llamaba así, desde que me habían promovido al plantel de Primera, cuando ya tenía mis años de experiencia y aun hoy, que ya no soy tan ‘Pibe’ como él refiere amistosamente). No lograba discernir lo que me había dicho, no podía comprender lo del ‘arreglo doble’. Acto seguido, Abel Zaffaroli buscó la manera de explicarse mejor al observar el desconcierto en mi cara. “En realidad, fue un ‘contra arreglo’, en el entretiempo los de Juglares me ofrecieron un fangote de plata imposible de rechazar para que aceptara el Arreglo, porque ellos sabían que yo estaba en contra y tenían un cagazo tremendo de que les hiciera un gol y se vaya todo al carajo”. Yo me quede atónito, no podía salir de un mutismo circunstancial que me gobernaba poderosamente pero aún así mantenía mi plena atención en el relato revelador del Pelado.
Por momentos, Zaffaroli hacia una leve pausa y se detenía a tomar unos sorbos de café y luego continuaba. Eso le otorgaba mucho más suspenso a su historia y realmente me resultaba exasperante, pero no tenía otra opción más que esperar y luchar contra la ansiedad, porque intuía que lo que me faltaba conocer era sumamente preponderante. Y estaba en lo cierto.
“En el entretiempo, antes de llegar al vestuario me agarró un tipo de traje y me dio un sobre con un papel adentro con una cifra exorbitante y me dijo que no me complicara solo, que ya sabían lo que había pasado con mi familia y que tenía dos variantes para acordar implícitamente el Arreglo: podía seguir jugando lo más campante pero sin pisar el área ni de casualidad o podía elegir la chance de retirarme ‘lesionado’”. Claro está, el Pelado prefirió la farsa de la lesión. Y en este sentido es esencial remarcar un aspecto primordial cuando Abel mencionó lo de su familia. Zaffaroli en ese entonces tenía a su pequeño hijo –nacido recientemente- muy enfermo y su mujer también estaba muy complicada de salud y por ende, su situación económico-financiera era deplorable porque había gastado mucho dinero en tratamientos, médicos, medicamentos e infinidad de cosas.
Y para colmo el club siempre nos quedaba debiendo uno o dos meses y si ese retraso era complejo para nosotros, para el Pelado era letal, funesto, porque la adversidad que estaba padeciendo lo llevó a gastarse hasta lo que no tenía y adeudarse enormemente. Nosotros, sus compañeros de aquel plantel, nos enteramos mucho después de la complicada situación familiar del Pelado, él siempre prefirió mantener separados los asuntos personales de los profesionales, más allá de que su problema claramente revestía una mayor importancia que cualquier otro tema, ya que se trataba de la enfermedad de sus dos seres más queridos. Pero el Pelado siempre fue así. Y ahora con esta confesión, definitivamente podía darle un cierre a mi historia inconclusa, esa pieza de rompecabezas que nunca lograba completar ahora finalmente estaba resuelta.
Antes de despedirnos en la puerta del bar, me dijo: “¿le harán fuerza esta vez a Juglares o será como el partido que jugamos nosotros? Y ya a lo lejos, vociferó: “veremos que tal juega el Nueve, si no sale en el segundo tiempo, va para adelante”. Y sonriendo sarcásticamente, el Pelado desapareció doblando la esquina. Y en este aspecto es menester una aclaración vital: el equipo al que enfrentaba nuevamente Defensores de Juglares en su lucha por esquivar el descenso era nada más y nada menos que… ¡¡el Sportivo Tronador!!! El boomerang en su máxima expresión. Las vueltas de la vida y otra de las tantas jugadas de este maravilloso deporte llamado fútbol, esa dinámica de lo impensado, de lo imprevisto, de lo inesperado. Habrá que ver si el Pelado tiene razón sobre lo que esbozó acerca del Nueve y esperar a cómo se desarrolle todo, pero esa será otra historia, con otros matices y distintas aristas, para contar otro día.
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