Tristeza de Luna

De la tristeza de la luna nació una niña de piel oscura y pecas blancas. Ella parecía ser de las personas que sonríen por todo, parece ser perfecta con esa impecable sonrisa, con esos mágicos ojos que nunca derramaban lágrima alguna, parece tan gentil, tan delicada como un lirio.

De sus amigos era la que siempre aconsejaba, la que siempre reía para evitar los silencios incómodos o para alivianar la tensión, la que siempre iba a estar ahí, el escudo de algunas personas, la compañía fiel de otras, de esas que finge no entender el doble sentido de gente desconocida, que nunca se preocupa por como se ve, ya que siempre se ve hermosa.

Eso es lo que todos piensan mientras la ven, pero cuando está en el refugio que forma su habitación lágrimas resplandecientes, espesas como la miel iluminan sus mejillas, manchando la alfombra y haciéndole doler los ojos, mientras se ahoga en sollozos que nadie escucha.

Siente que se está ahogando con el mismo aire que respira, cree sentir la desesperación en sus venas, el como su corazón se encoje y duele, el como su garganta se destroza tragando medicinas, siente el dolor en sus mejillas cada vez que las cubre con maquillaje y sin falta, cada noche desea cerrar los ojos para no volverlos a abrir.

Como es de mañana, no tarda en elegir su ropa sin tener tiempo para el lloro matutino, se baña en cinco minutos, se viste en dos, se maquilla en veinte y prepara su sonrisa en un instante. Como último paso abre el cajón de su mesita de luz, agarra el bote de píldoras doradas y traga tres ignorando el dolor de su garganta.

Sale por la puerta enseñando sus perfectos dientes blancos, mientras sus mejillas arden por el maquillaje teniendo contacto con las pecas, su aura es tan brillante y aparentemente alegre que oculta el sufrir de sus ojos levemente rojos, su perfección deja anonadado a quien pasa por su lado y su alrededor vuelve a ser rosa otra vez.

Es una pena que el delicado lirio se haya marchitado hace ya tiempo.