雲隠れ Kumogakure: Esconderse y desaparecer. Literalmente significa esconderse entre las nubes.
Fujita se enamoró de Ayaka y ella de él, y ambos llegaron a pensar que la belleza del mundo había sido creada para ellos. Una tarde, tumbados en la yerba del parque, se estuvieron besando con dulzura, después con intensidad, y más tarde ya no percibían el paso del tiempo. Fujita mantenía los ojos cerrados. Cuando los abrió, era ya de noche, y una luna redonda los bañaba con su luz azulada. Ella le acarició la cara y le preguntó si la quería igual que el primer día. Si siempre la amaría. No era la primera vez que se lo preguntaba. Y Fujita sabía que después encadenaría una serie de preguntas, siempre las mismas. Y así fue. Le preguntó si había otras chicas que le gustaban. ¿Pensaba que lo esencial en el amor era la fidelidad? ¿Y la sinceridad? ¿Debían contárselo todo? ¿Le parecía bien que los enamorados se guardaran secretos sin compartir? ¿Ser infiel en el pensamiento, no era el mismo pecado que en los actos?
Esa tarde Fujita esperó en silencio que ella terminara. Entonces se levantó y empezó a caminar, yendo y viniendo a paso lento. A veces se acuclillaba, extendía ambos brazos al frente, y desde ahí los abría hacia los lados, como si descorriera velos. Entonces se incorporaba, inclinaba el cuerpo hacia delante y se asomaba al espacio descubierto. Se tumbaba en el suelo y retozaba, como en la más blanda cama. De nuevo en pie, movía los brazos en el aire con suavidad, como si tanteara un espacio algodonoso. Su expresión era apacible. Ayaka le llamó, gritó su nombre, pero Fujita era ahora un ser incorpóreo y sin palabras. Cuando ella vio que sus pies no tocaban el suelo al caminar, abrió la boca, ahogó un grito y se alejó llorando. Ya en su casa se echó en la cama boca abajo y se tapó la cabeza con la almohada. Al poco llegó Fujita, le acarició la espalda y le besó la nuca.
Fujita se entregaba a veces a aquel estado vaporoso, silencioso y blando; inalcanzable. Con Ayaka, pero también en el trabajo, alguna vez con los amigos. Cuando regresaba, todos veían su expresión serena y le acosaban a preguntas. Él nunca respondía; quería que su escondite entre las nubes fuera solo suyo e inviolable, y por ello a nadie le podía revelar su existencia, porque si lo hacía, aquel lugar ya no sería nunca más un escondite.
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