Eran las 3 de la tarde y en el clímax de mi día, llegaste a mí. Me acordé de ti también a las 5, cuando la felicidad que sentí y que hubiera querido compartir contigo escampaba de a pocos, y necesitaba alguien a quien ver a los ojos y sonreír. A las 8, antes de comer cosas que a ti también te hubieran gustado, me pregunté si algún día estaríamos de acuerdo en el lugar para cenar. A las 11, sin poder dormir, vi una película que pudimos haber visto juntos y solo entendí lo que yo tenía que entender, y extrañé tu punto de vista y la perspectiva desde la que ves todo. Quizás soñé contigo toda la noche, no lo sé, pero a las 6 de la mañana me di cuenta que tu café es el más ordinario del mundo, y que lo extrañaba con locura. A las 10 de la mañana, llegando ya a hacer eso que ya ni sé que hago, me pregunté por qué te gustaba tanto que habláramos de lo que hacía, si no entendías nada, y me di cuenta de que te gustaba simplemente escuchar, porque a mí me gustaría escucharte ahora hablar de cualquier cosa, de la misma manera. El almuerzo fue insípido, como a diario, y cuando iba a llegar al clímax nuevamente, me volví a acordar de ti. Y así fueron mis lunes y mis jueves, mis martes y mis sábados. Ya los días no tienen nombres ni números, son inidentificables. Cada día sin ti es un día más, y así será hasta que vuelvas. Lo triste es que mi falta de resignación va a matarme de a pocos, porque en el fondo soy consciente de que la única manera de volver a estar contigo es llegando hasta ti, y no puedo. Nunca pude alcanzarte allá donde tú existes, y siempre a tu sombra me sentí feliz. Y ahora, cuando la existencia es tan cuestionada y los planos físicos ya perdieron total sentido y credibilidad, me pregunto si seré capaz de ir a por ti, para no perderte. ¿Es la muerte la ausencia de la vida, o la vida la ausencia de la muerte? ¿Podrán estos dos planos tan opuestos como tú y yo llegar a chocar o coincidir, tal y como lo hicimos en nuestro momento? Porque soñarte tanto tiempo ya me está volviendo loco y ni siquiera le veo sentido a intentar dejar de hacerlo. Estoy perdido en un punto de mi historia personal dónde no está escribiéndose nada, y duele. Me duele estar siendo estas páginas vacías donde debería estar tu nombre. Entonces, mi incapacidad de cerrar este capítulo que solo va de ti hace que me pregunte el por qué de todas las cosas. Y no me interesan, la verdad, pero me lo pregunto de todas formas. Así, escribiendo y divagando, tal vez logre divisar por fin ese camino que me lleve contigo, o que, al menos, me libere por fin de ti.

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