Siento los latidos de tu corazón,

los pensamientos,

los anhelos de tu alma,

el viento que zozobra en el presente,

los aquí, y ahora,

y muy dentro,

las pisadas en la lluvia,

los divinos mensajes,

escondidos, ocultos en las veredas,

en las veredas de tu nombre,

y en ese parpadeo,

en los destellos,

y en los pequeños augurios,

los que,

en la simpleza,

y en el desconcierto,

rebuscan los presagios de nuestro destino,

los distingo,

en los oasis,

en los relieves,

en los diferentes matices,

a solas, a hurtadillas,

somnolientos,

agitados, trémulos,

los besos, los primeros,

los de antaño,

debajo de los pórticos,

en el salón, en la alcoba,

dulces, imaginarios,

resistentes al tiempo, a la ausencia,

al paso del olvido,

en los requiems de los días

y en la aurora de tus noches,

¿Los recuerdas?

Y entonces veo tu rostro,

lo observo cansino,

bondadoso, tangible, maduro,

en la timidez de tus años,

en la inocencia exhaustiva,

de una inesperada separación.

Y es ahí, cuando me desvelo,

en mi cuarto a oscuras,

en silencio,

con el tic-tac del reloj,

el de arena,

¡Son los insondables llamados de los que viven!

Aquellos cuyos pasadizos secretos,

han guardado el primer amor,

los éxtasis de los albores libertinos,

las madejas de oro, púrpura,

y los hilos de seda,

¡Cómo desteñían las inciertas madrugadas junto al balcón!

En los albergues de nuestra amada montaña,

sobre el crepúsculo,

en los lagos,

en los bosques,

y en los linderos rocosos,

ahí, en ese montículo de nostalgia,

sencillos, amantes, sin arrogancia,

practicábamos tú y yo,

sonreíamos a veces,

nerviosos otras,

¿Qué habría de ocurrir si alguien nos descubriera?

Los mensajes fueron la esperanza,

y en los bríos de mis brazos,

te estreché para que seamos uno,

Oh, yo lo recuerdo,

a menudo los he escuchado,

los he visto pasar,

enfrente de mí,

como guardianes del reino,

soldados protectores de nuestro romance,

sin la prisa de quienes no les interesa,

comprometidos,

nuestros recuerdos, los deseos de nuestra esperanza,

A todos ellos los albergo,

y día a día los extraño, con fuerzas,

esperanzado de no morir,

antes de que te encuentre,

o te descubra al igual que al comienzo,

Una perla sagrada, una diadema,

el tesoro de un galeón invencible,

desbordante de valor,

como tú, mi amada guirnalda,

luz entre los espinos,

sonriente, cohibida,

cobijada en mil caricias, en mil besos,

Una fuente eterna,

Sensible, inspiradora,

hecha de encantos, y cubierta de flores,

orquídeas, las más bellas,

azaleas, las más exquisitas,

rosas, peonías, y grosellas,

Este es mi jardín,

mi reposo, el extenso río que me alimenta,

embriaga, y adormece,

No existirá ninguna otra, no la habrá,

porque solo tú, has encerrado mi esencia,

has vertido tu amor,

y has abierto las puertas que dan al poniente,

te amo,

y es todo lo que se me ocurre decirte.

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