Una vez, hace bastante tiempo, me preguntaron de qué color pensaba yo que era el amor. No recuerdo quién me lo preguntó, ni por qué. «Es rojo», dije, con 6 o 7 años. La verdad, nunca había recordado aquello hasta hoy. Y es que hoy, mirando una foto tuya, me di cuenta que en realidad el amor no es tan rojo como yo pensaba. El amor no es rojo, mamá. El amor es del color de tus ojos, de tu cabello y de tu boca. El amor es opaco, como la foto que encontré aquí, lejos, en la que salimos juntos. El amor es del color de tu sonrisa y de tu piel. No hay otro color que asocie más con el amor que todos tus colores, mami. Y ¿sabes?, hoy que te extrañé más que los demás días y que quise que me acariciaras la cabeza como tú sabes hacerlo, me di cuenta que el primer concepto que tuve en mi entendimiento relacionado a la palabra amor fuiste tú. Y sí mami, hoy, tantos años y tantos libros después, me di cuenta que la definición de amor es eso que sentía cuando llegabas a casa después de trabajar y comíamos juntos. Hoy sé que amor es tenerte viva, aunque estés lejos, y que a pesar de que soy un idiota que no llama y que no escribe siempre te quiere y siempre te va a querer. Perdóname por todas las veces que te hice decir que ya no era tu hijo y perdóname también por no demostrar que te extraño y que te necesito. Porque sí te necesito, mami. Te necesito mucho y te voy a necesitar siempre, así tenga veinte, treinta, cincuenta o cien años. Gracias por ser como siempre has sido y recuerda que te llevo siempre conmigo, adentro. Un beso grande mami, y feliz día. Te llamo en la mañana.

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