Aún podía recordar el intenso aroma que desprendían los campos aledaños a su casa aquella mañana. Siempre le había encantado ese olor, era una de las muchas cosas que tenía en común con su padre…
Sus palabras al recibir la noticia… jamás las olvidaría.
– Hija mía, bajo ningún concepto querría para ti una vida ni remotamente parecida a la que tuvimos nosotros. Ciertamente me encanta tenerte aquí, pero es hora de que andes tu propio camino y trates de ser feliz. Y si eso implica que mi hija mayor marche a la capital a trabajar, pues que así sea.
Elvira no podía creer lo que acababa de pasar. Siempre había dado por supuesto que su padre esperaba de ella que se casara y se quedara en el pueblo…
Nunca dejará de sorprenderme – pensó, mientras sus ojos estallaban en lágrimas de orgullo y emoción.
El incesante vaivén del autobús sobre la rudimentaria carretera que unía su pueblo natal con la ciudad había tenido un hipnótico efecto sobre ella, pero un socavón en el pavimento la sacó de golpe de su ensimismamiento. Al mirar por la ventana, se percató de que ya casi habían llegado. Allí estaba, Madrid.
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