Una campanilla se agitaba histérica entre el silencio y un fuerte viento, el cielo tapizado en nubes anunciaba una intensa llovizna. Ahí me encontraba yo, justo en el centro de aquel tétrico cementerio en el que la penumbra era su mayor característica; las altas rejas de un estilo gótico resistían abrirse de par en par debido al fuerte viento.

No había nada más que mi respiración aquella madrugada de abril, comenzó a llover estrepitosamente y un ruido lejano llamo mi atención, tratándose de un cuidador sorprendido por el inesperado clima. La tierra quedó en segundos transformada en barro, deje caer la pala que sostenía para refugiarme. Llegue al pequeño umbral de la construcción, el faro que brindaba un poco de luz había fallecido; golpee varias veces hasta que una figura corpulenta sosteniendo una vela apareció en el marco de la puerta.

Miro desconfiado mi aspecto y supuse pensaba que me traería a este sitio y en el peor tiempo; su rostro casi inexpresivo mostraba unos rasgos deteriorados por los años, aunque lo robusto de éste podrían indicar lo contrario. Después de encuadrar todo mi aspecto y yo el suyo, me invito a pasar; una pequeña cama, una silla y una mesa sosteniendo una lámpara de vela, eran todo lo que componía aquel estrecho lugar. Aquel señor miraba con recelo mis botas ensuciando de lodo su impecable piso mientras comenzamos a charlar recordando aquella magnifica ocasión de mi primer relato escrito a una corta edad sobre aquel miedo rutinario en cementerios, fantasmas y lloriqueos de almas en pena. Pareció interesarle al cuidador ya que me pidió prosiguiera, puesto que la tormenta persistía decidí continuar.

La intriga era macabra pasados los años, llevándome a situaciones inexplicables o simplemente psicológicas hasta verme obligado a dejar todo esto de lado.

Creí haber superado el miedo, sentía dominarlo pues siendo mi género literario ya nada podría asustarme, así que mis narraciones pasaron a ser parte real; tomando cuatro pedazos de alma realice cada una de ellas.
Luego de pasar esto, descubrí que me encontraba en una de mis propias creaciones; yo tan tranquilo y junto a mi alguien hundido en las tinieblas, sin poder descansar, solo dentro de su habitación, triste y desolado, con los nervios a flor de piel y el miedo corriendo por sus venas, aquella persona era yo.

Todo había subido a mi cabeza, sentía estar partido en dos, aquello era un infierno haciéndome creer enloquecer en cualquier momento; el sueño ni el descanso existían ya. Yo, tan amante de la noche, la luna y las estrellas, la calma y el silencio, ahora deseaba no existiera. La paranoia se presentaba tan fuerte y persistente, la esquizofrenia probablemente se hacía presente, la hipersensibilidad en mis oídos creando gritos de impotencia; el miedo se había marchado y la ira se tornaba intensa. El ruido mas estático se percibió atolondrado, temiendo se tornara entendible, temiendo enloquecer.
El dormir no existía más, era molestado por mi propia mente; aquella última noche casi incontrolable pudo haber terminado con mi vida.

La furia y desesperación ardían en mi, quería paz; gritaba en silencio con todas mis fuerzas, mi respiración tan agitada como el corazón, tirándome al suelo tapando mis oídos sin ser eso útil. Rasga de piel facial a secuela de coraje e impotencia.
Mi orgullo tan grande, mi persistencia o lo que fuese, bastó para evitar el peor acto. Colmado de frustración me dirigí hacia el cuarto de cocina con la respiración de haber corrido eternamente de todas las emociones, tomé fuertemente un cuchillo colocándolo en vena, solo quería que todo terminara.
Fue cuando en un segundo de congruencia no permití que esa atrocidad me venciera, inmediatamente todo término, la tranquilidad volvió a mi pecho,

la mente se aclaró pudiendo ya pensar tranquilamente que yo mismo había causado todo. Era una parte dentro ya inútil, tal vez un tipo de prueba, una especie de ataque de pánico que con el pensamiento pude vencer, no lo sé, aquella noche pensé tantas cosas sin poder comprenderlas del todo.

Partes del cementerio se aclaraban pues era cerca del amanecer, había perdido la cuenta de los cuerpos enterrados por mi desgracia; aunque dos persistían. Recordaba la faltante al leer su historia, al releer cada vez la descripción física e interna plasmada por mi puño y letra, llenándose el corazón de recuerdos.
Volví nuevamente al atardecer cargado de objetos inofensivos para terminar mi acto principal, para mi sorpresa el cuidador seguía ahí; el individuo lanzó esa mirada como al conocerme, tan desconfiado. Ya sin testigos presentes, saqué mis cosas; ubiqué una fosa y junto a ella tres más, dejé caer sutilmente un títere de porcelana. Éste representaba aquella bella niña de dulce alma y hermosos ojos verdes, quien a todo temía hasta volverse una misma con el miedo. En la siguiente fosa yacía un gato enterrado, recordatorio de una niña aterradora aunque tiernamente depresiva; junto había dos fosas mas con furia, sueños y soledad sepultados.

Una última fosa sin contenido, para mi alma negra, ideas siniestras, para sofocar la insensatez que enturbie maldad, el pasado compungido y vivencias de cierto modo indeseadas.

La madrugada anterior, fue testigo de aquel recuerdo borroso manifestándose como aquel joven escritor de narrativa, quien temía volver a la escritura pues terminó sepultado en su propio terror psicológico.
Ahora, aterrando las noches de ventisca a quien vele el sueño de los difuntos en dicho sitio, condenados a escuchar la melodía del adiós.

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