Tomados de la mano

Yo estaba justo allí, en ese lugar donde necesitaba llegar. Paradójicamente, necesitaba pero me había resistido a llegar. Toda resistencia trae consigo dolor, angustia, desesperanza, desamor.

El Huésped de mi Alma tomó mi mano con un tacto que entendí como un:

 – ¡Ven, vamos! ¡Es ahora!; figurando una invitación firme que, a pesar de no indicar hacia donde, infundía la confianza y plena certeza de que era hacia el camino correcto.

La tomaba completa aunque sin forzarla, como diciendo: 

– No te voy a soltar ¡no tengas miedo! . Con ello, añadía a ese tacto de firmeza un gesto que prometía delicadeza y seguridad.

Todo esto que suscitaba el contacto con su mano no sólo parecía tierno y atractivo, de alguna manera sentía era lo que tanto necesitaba. No muy segura acepte su invitación.

Fuimos dando pasos un tanto confusos para mí y; sin entender, me preguntaba a mí misma:  ¿por qué hacia adentro?… Los paseos se dan hacia afuera, al aire libre… pero bueno, todo lo que infundía su mano me hacía dar un paso y otro, trascendiendo mi confusión.

Él iba mostrándome un lugar que fui reconociendo mientras nos acercábamos. Aparentemente, allí estaba «todo» lo que conocía: mis opresiones, mis tristezas, mis heridas, mis auto lesiones, mis bajezas, mi maldad.

Aaah, ya entiendo – pensé, con cierta decepción. 

Él siguió mostrándome. Sí, mostrándome cada cosa. No las lanzó en mi cara ni me señaló por causa de ellas como pensé que lo haría. Con su mano izquierda me las fue mostrando mientras su diestra seguía siendo firme, delicada y segura tomando la mía.

Creí que hasta allí era el camino y solo se trataba de eso; de hacerme ver; por lo que fui deteniéndome pero, con voz apacible dijo: ¡Ven, sigamos!

Un tono apacible y un tacto firme, delicado y seguro se convirtieron en la fuerza que movía mis pies para dar los pasos y continuar.

Seguimos andando. Fue muy vergonzoso, pesado y doloroso pasar entre esas cosas, rozarlas y verlas cada una tan de cerca; incluso, me asombre de que algunas estuvieran allí. Quería huir, correr y correr.

¡Fue tan penoso! y no podía comprender como Él podía estar tomándome así de la mano y estando entre esas cosas tan opuestas a su pureza. Por un momento, sentí que el aire me faltaba. Me detuve; no podía más.

Imposible detener mis lágrimas y; sin levantar mi cara y aun sosteniendo su mano firme, delicada y segura dije:

– ¡Lo lamento tanto! has habitado entre estas cosas¡Perdóname, perdóname!

Él, levanto mi rostro y dijo: Mírame, ya lo hice. Y dejando entre ver unas viejas cicatrices en sus manos, sonrió…

No nos fuimos enseguida de ese lugar. Yo quería, pero su mano me atraía.

Poco a poco fui confiando más en ella hasta que reconocí y acepté con todo mi ser y a pesar de mi incomodidad: 

¡Es ahora! Lo necesito. También pensé – Seguramente, me tiene preparado un “lugar mejor”, después de aquí.

Entre la oscuridad, la suciedad y el hedor hemos estado un buen rato. Pero; definitivamente, ¡es necesario, y el tiempo es ahora!

Hemos estado frente a cada una de estas cosas. En ocasiones, he creído estar sola viéndolas, descubriéndolas, pero no es así. No me he entristecido ni he llorado; pues Él lo ha hecho conmigo; así que, nos hemos entristecido y hemos llorado juntos… creo que el más que yo, es que me ama más que a mí misma.

No sólo está su mano en esto, están sus pies, su corazón, todo ¡Él está conmigo!… como siempre.

Ya han pasado sólo un par de meses aquí y el lugar ya no huele igual, no se ve igual, no se siente igual. Me gusta y lo he empezado a valorar más, y a sentirlo mío, incluso.

¡Aaaaaah!, un halo fresco, cómodo y de olor fragante me rodea ahora!¡La libertad no es al aire libre! ni afuera como había pensado.

Abordando las cosas he aprendido a reconocer cuales había colocado yo misma y cuales había permitido que otros colocaran. Mejor aún, la razón de todas ellas. Reconocerlas es ahora mi paseo hacia al aire libre, a la libertad.

Con mi dulce Huésped ordenando todo comprendí que el camino no sigue hacia un “lugar mejor”. ¡Este es mi lugar mejor! el camino es seguir conociendo, descubriendo, amando y disfrutando lo que aquí hay, hasta que la luz de su presencia brille completamente e ilumine los tesoros del lugar.

Aquí estamos Él y yo. El amor es lo que más predomina, y lo decide todo. Estoy muy contenta, porque amor me ha presentado a libertad y a esperanza. Ambas se están acomodando y se están convirtiendo en mis amigas más divertidas, invitándome a soñar.

El lugar está quedando mejor de lo que puedo yo imaginar, pues no se está ordenando a mi manera sino a la manera de Él.

¡Vale la pena tomar su mano!

Mi huésped es también tú huésped.

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