Presagio de una rosa

En los anaqueles del olvide, se remonta aquella rosa, aplastada entre dos hojas de un libro, ya sin leer.

Cuando era adolescente, una mujer me dijo que las rosas son como el amor, mientras lo conserves se disfrutará de su belleza y placer, pero una vez muerta, ya no se podrá apreciar nada. Solo el aroma, será prueba, que un día fue real y maravillosa.

La recomendación que me hizo la mujer fue “si amas a una persona, cultiva una rosa, si esta muere, igual morirá el amor que le tuviste a ella”. Estas palabras siempre quedaron en mi mente. Por azar del destino, me enamoré, este amor era sincero y puro. Ella tenía la sonrisa muy iluminada, solo contemplarla me hacía feliz. Un día, decidí proponerle que sea mi enamorada, le ofrecí una bella rosa rosada, con un pequeño sobre en el cual decía “ábreme si estas dispuesta a ser feliz”. Con las manos temblorosas, ella lo abrió y dijo “Sí”.

Luego de un tiempo, tuve la sensación de querer cultivar una rosa; el fin de semana mi madre me llevó al supermercado, en la sección de muebles, había un pequeño espacio donde vendían rosas, en pequeños maseteros, justo para trasplantarlos en el jardín de la casa. Emocionado, compré una rosa, el color fue amarillo, tenía un agradable olor. Mi madre no estuvo de acuerdo con la compra, pero tuvo que resignarse, ella tenía la idea que las rosas deben ser cultivadas por especialistas.

Al llega a casa, lo trasplanté en una maseta, cada día la observaba. La rosa iba secando sus pétalos. Y el amor que tenía a mi amada, también se modificaba, ella empezó a escribir menos y menos, me decía que no pasaba nada, que todo estaba bien. Se me venía a la mente las palabras de aquella mujer.

Al pasar el tiempo, la rosa se secó, mi madre me recordó sobre el cultivo de rosas. Al poco tiempo, mi amada, dejó de enviarme mensajes, empezó a ser fría, cada pétalo que caí, era cada perdida de amor mutuo.

La rosa murió al igual que el amor. No sé, si yo no fui bueno con ella, o la rosa interfirió en todo.

El ciclo de la vida vuelve, me volví a enamorar y a comprar otra rosa, pero esta vez de color roja, pero todo fue igual. Cada vez que me enamoraba, compraba una rosa para cultivar, luego de poco tiempo se moría al igual que el amor.

A la edad de 31 años, me enamoré de nuevo, pero esta vez, compré semillas de rosas, las planté en el jardín de mi casa, demoró mucho en nacer la planta al igual que el amor que le tuve a mi amada. Creció la rosa al igual que el amor hacia ella. Nos casamos, y la rosa creció más, dio más rosas, al igual que nosotros dimos nietos a nuestras madres.

Pasaron 50 años y la rosa empezó a secarse, y mi amada empezó a descansar. Una mañana el rosal, no poseía rosas, y a mi lado mi amada cerraba los ojos por última vez.

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