Desde la azotea.
Tengo una hermosa vista. Aún guardo el espacio en la banca que hizo suyo, donde me mostró un mundo distinto al que trataba de mirar una y otra vez a cambio de ir perdiendo la sensibilidad de mi piel.
Subo peldaño tras peldaño hasta la azotea para cantarle a su presencia imaginaria, también al viento que tal vez llegue a ella como único espectador de estos colores.
Tengo una guitarra, historias, algún vino, besos y risas, faltaron sus sentidos en primera fila para sembrar, pero sacrificó sus besos, mojó sus ojos y trizó su alma solo para que mis fantasmas se fueran en paz. Mi melodía nunca había sonado así, fuerte y triste, a veces solo el silencio corta el aire pesado donde la música viaja. Una partitura codificada que aprendo a leer de a poco y que va tomando sentido.
Sueños de un niño que vive tras los ojos de un hombre que humedecen un rostro que ya pagó factura, una palabra sincera y honesta en los labios que amaron como única vez en su vida, letras tras un corazón compasivo que venia desde el vientre.
El sol se despide de mí para volver a visitarme por las mañanas, el aire es frío pero puede comprenderme, las estrellas aparecen para hacerme sonreír y hablarles sobre mis deseos y planes. La inmensa bóveda azul se abre sobre mi cabeza recordándome quién soy. Dejo aquella banca nuestra y bajo peldaño tras peldaño para volver a soñar y esperar a que se despida de mi la bella Luna que todo lo ve, a la cual encargué ser la centinela de sus sueños, desde aquí la azotea.
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