Estaba en la ducha, bailando y cantando como solía yo hacer, absorta en mis pensamientos, de repente la puerta del baño se abre de un golpe, tras ella 3 hombres, abren la ducha, me envuelven en una toalla y me llevan.
Cuando abrí los ojos me encontraba en ese lugar, me durmieron creo, porque desde que me cargó en sus preciosos hombros perdí el conocimiento.
Lo siento mucho nena -dijo una dulce voz que provenía de la persona sentada frente a mí- No lo sientas -contesté- porque ese suceso arregló mi vida, ya que lo conocí.
Como le decía, cuando abrí los ojos me encontraba creo que en un cuarto, viejo, con pisos de madera, cortinas sucias, había un gato, un hermoso y pequeño gato, subí la mirada y lo vi, era alto, delgado, su piel morena, cabello oscuro, llevaba ropa negra, muy ajustada, era hermoso. Al principio le temí pues él era quién me había secuestrado, pero luego me enamoré, quise lanzarme hacía él, pero temía que lo tomara a mal, que creyera que yo quería escapar y eso era lo último que yo quería hacer, lo que yo realmente quería era besarlo, abrazarlo, acariciarlo, sentir su piel, ¡él era tan perfecto!
Pasaron los días, pero el aumento del tiempo de mi retención era directamente proporcional a la intensificación de un sentimiento que provenía de lo más profundo de mi corazón, amor. Aquella sensación era tan imponente que cuando él estaba yo comía, hablaba, sonreía, estaba alegre, sencillamente, al lado de él me era posible vivir. Pero cuándo se iba yo caía en una depresión tan grande, al punto de convencerme que iba a morir si mis ojos no lograban volver a divisar su espesa piel.
Los otros dos secuestradores se reían de mí, porque sabían que yo estaba enamorada de su compañero y no hacían más que mofarse de mi precaria situación, ya que yo tan solo tenía 12 años y según lo que decían ellos, mi amado pasaba los 25.
Un caluroso día de mi cautiverio, mi hombre entró furioso, porque mis padres no estaban haciendo lo que ellos querían. Así que yo le dije que se tranquilizara, que todo iba a salir como él deseaba, aunque eso conllevara no volverlo a ver. Él me miró con toda su furia y me pegó una cachetada tan fuerte que el impacto de su mano contra mi mejilla derecha ocasionó que yo cayera inmediatamente al suelo. Mientras sus compañeros se reían a carcajadas, yo estaba en el suelo regodeándome de la dicha, porque había sentido su piel contra la mía, lo había tenido cerca, ahora su aroma había quedado impregnado eternamente en mí. Esa fue la más bella caricia que nadie en el mundo me había dado, fue la prueba contundente de que él estaba extremadamente enamorado de mí.
Pasaron los meses, prontamente el año se aproximaba y él me seguía golpeando, estaba llena de moretones, rasguños, heridas, pero para mí todas esas lesiones y marcas eran hermosas, únicas, perfectas. Todo aquello era su mágica forma de expresarme todo lo que yo significaba para él. Cada día era un golpe nuevo, siempre lograba encontrar diversas maneras de demostrarme su inmenso amor, me sorprendía con todo su ingenio, con toda la creatividad que albergaba para inventarse una nueva manera de amarme. Al principio fueron cachetadas, luego puños, patadas, me amarraba, me halaba el cabello y así cada día era una sorpresa llena de amor para mí.
Hasta que llegó el desgraciado día, el peor de toda mi vida, en el cual la policía me encontró. Yo traté de ayudarlo a escapar, pero él no creyó en mí y optó por empujarme con toda la fuerza que se alojaba en sus musculosos y hermosos brazos, resbale y caí por la ventana, cayendo sobre un roca, la cual impactó en mi médula espinal, dejándome parapléjica, como puede usted notar. Pero esto no me importa, lo que realmente me afecta y me destroza tanto el corazón como el alma es que nunca lo volveré a ver ya que en su intento de escapar un policía le disparó, la bala le atravesó el corazón y le ocasionó la muerte. -terminé de contar, sin poder detener el sollozo que salía desde lo más profundo de mi ser.
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