A veces me miro en el espejo, a veces no me reconozco cuando lo hago. Justo sobre mi sien derecha hay una blanca revolución, comenzó como una cana, luego dos y ya en los últimos meses es un penacho lo que se ha instalado allí y extiende sus tentáculos por toda mi cabeza. Los surcos nasogenianos se han acentuado, y ahora entre el izquierdo y el ángulo de la boca del mismo lado ha nacido otro surco. Mi frente está plagada con líneas, están torcidas y fueron escritas por cosas torcidas que no se terminan de enderezar. El año pasado fui a un esteticista porque quería hacerme una limpieza facial, fue lo único que me hice pero me fui de allí con un presupuesto para ácido hialurónico y botox, y debió darme el número de un psicoterapeuta porque además del presupuesto me fui con el autoestima golpeada al ver cuánto había envejecido “aunque estaba envejeciendo muy bien”, y ahora cuando me miro en el espejo no puedo dejar de ver lo que antes no era evidente para mí. Que tonta.
A veces me miro en el espejo, desnuda. A veces hago una posición sexy, y después me desinflo. Me miro mis nalgas flojas, chorreadas, saco la barriga lo más que puedo y que hoy en día no es mucho, me agarro las tetas. Me doblo, me estiro, me pongo de lado. Me miro. Mi cuerpo está flaco y carente de músculos, lo cual es normal porque no me ejercito. Estoy llena de cicatrices. Cicatrices nuevas que han cubierto viejas cicatrices, y me pregunto cuántas cicatrices futuras me esperan. Todas esas cicatrices escriben un poco mi historia, desde mi historia clínica hasta la historia de cuando en un arranque de valentía decidí ser madre, también escriben una historia de inseguridad y de reencuentro, y todas hablan del camino recorrido para sentirme cómoda en mi propia piel. No me molestan mis cicatrices, ni haré nada para borrarlas. A veces tratando de quitarnos una cicatriz solo conseguimos herirnos más.
A veces me miro en el espejo, y me doy cuenta que lo de afuera es irrelevante. No se puede luchar contra el tiempo. Las canas avanzarán, las arrugas que están se profundizarán y otras nuevas aparecerán, mis carnes serán víctimas de la gravedad, mi piel se irá marchitando. Nada se puede hacer, y si algo se puede hacer no lo haré, porque hoy me siento bien y no temo envejecer. Envejecer es parte de la vida, de forma inexorable el tiempo nos va tragando y tratar de detenerlo es como negarse a crecer.
A veces me miro en el espejo, y logro traspasarme. Me miro a los ojos y me encuentro con una mirada a ratos cansada y a ratos triste. Sé entonces que el trabajo que tengo por hacer no puede verse en el espejo, pero cuando lo haga, cuando lo logre, irremediablemente se verá reflejado en él.
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