Tomárselo a pecho.

Tomárselo a pecho.

Mauricio Kasser

17/05/2020

Se despertó no tanto por la dureza del sofá sino por el olor que había en el ambiente. Sobre la mesa estaba la botella de whisky y el vaso y, más allá, cerca de la puerta, el bolso. Esto último le recordó que era tiempo de marchar. Ya no quedaba nada para él aquí. “Es momento de pasar la página”, le había dicho su (hasta hace unas horas) pareja. Y antes de que pegase el portazo al irse le había soltado: “Si querés emborracharte o acostarte a dormir o… qué sé yo, Alberto… incendiar la casa, hacelo. Ya no me importa. Lo único que quiero es que al volver del trabajo no estés acá”. Esas palabras le sonaron orgullosas como en todas las últimas intervenciones de ella. Hacía mucho que ya no estaba el tono empático con el que solía hablar, en el que trascendía que todo iba a ser “Nuestro” porque sería compartido. Ya no. No había nada más para compartir. Se puso de pie y caminó hasta el bolso. Luego sus ojos recorrieron todo el lugar y pensó en que, si bien para ellos era el final, para él (y para su pareja también) era el principio. Sabía que esta vez no había vuelta atrás. “Pasar la página”, tal como dijera ella. El olor a combustible ya le calaba su nariz y parecía estar más intenso que hace unos minutos. En el bolsillo de su camisa tenía una hoja plegada y un encendedor. Los tomó y tras darle llama al trozo de papel lo arrojó al suelo. El fuego se esparció de inmediato. Él levantó el bolso y salió. Ya estaba hecho.

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