Muchas veces nos enojamos con los demás por no actuar como nosotros en ciertas circunstancias, por no querernos como nosotros lo hacemos, por no demostrar de la misma forma que nosotros, por no sufrir igual, por irse o quedarse. En ocasiones nos enojamos con la vida por no darnos lo que ‘’creemos merecer’’ y llenarnos de momentos que según nosotros ‘’no nos merecemos’’.
Hay que comprender que el otro siempre va a ser “otro” y su cabeza es una galaxia distinta a la nuestra. Sus problemas, su vida, sus vacíos y sus excesos, sólo le pertenecen a quien los siente. No lo entendemos porque para poder hacerlo deberíamos ser “el otro” y eso, lamentablemente, no va a suceder.
La mayor causa de decepción es la idealización: de las personas, los momentos, las causalidades y las casualidades, como así también, de los finales.
Está bien tener metas, pero siempre hay que entender que algunas son “a corto plazo”, otras “a mediano plazo” y “largo plazo”. Tenemos que tener en cuenta todas las posibilidades para que cuando el destino ponga las cartas sobre la mesa, no nos tome de sorpresa. Tenemos que estar preparados para recibir cualquier tipo de jugada, sea buena o mala.
Los sentimientos que, a veces, tenemos hacia los otros en gran medida tiene que ver con lo mucho que idealizamos a los demás. Creamos esperanzas, queremos que sucedan mil cosas y hasta nos inventamos la forma en la que van a transcurrir esos hechos, hasta que chocamos contra la pared. Una pared llamada ‘’realidad’’ que sentimos que nos defraudó, pero lamento decirles que quien realmente nos defraudó fuimos nosotros mismos creyendo en cosas que no existían.
Creo que todos caímos en la cuenta de que la gente nunca cambia, los que cambian el cristal con el cual miramos a las personas, somos nosotros. La etapa de la vida que estemos transcurriendo define, en gran parte, el cristal con el que decidimos ver la vida. Cerrar los ojos a lo que no queremos ver sólo se transforma en una mentira que queremos creer, te mentís un poco para poder creer que existe un futuro como lo imaginaste en tu cabeza. El gran problema de idealizar es que sólo tenemos en cuenta nuestras acciones y no aceptamos que el otro puede reaccionar de un millón de formas distintas. Cabe una posibilidad entre mil para que alguien reaccione de la misma forma que esperábamos.
No debemos enojarnos si el otro no es como esperamos, tenemos que permitirle al otro que demostrarnos que a veces las cosas que no se planean son mejor que las que se idealizan.
No van a negarme que las mejores personas que conociste en la vida fueron sin planearlas, al igual que los momentos que surgen de la improvisación. Porque cuando no le damos tanta vuelta a las cosas y dejamos que fluyan, estamos más seguros de los pasos que damos, simplemente porque no los estamos analizando. Todo lo que tenga que darse de cierta forma, lo hará sin presiones, sin un plan. Debemos mantener nuestras expectativas en el cielo, pero los pies sobre la tierra.
Ser realista no significa ser negativo, podemos ser realistas y positivos a la vez. Hay que confiar en el universo, en la vida y en nuestra intuición. El mundo lleva más años siéndolo que nosotros existiendo, así que dejemos al destino elegir de vez en cuando…
Permitite idealizar un cielo con estrellas, pero no te quedes en las nubes. Podemos caer de lugares tan altos que la caída nos va a doler más de lo que llegamos a imaginar. Tengamos siempre presente que el otro es otro. Hasta nosotros mismos nos vamos conociendo en ciertas situaciones que nos pone la vida sin conocer nuestro quehacer de ante mano, no podemos pretender siempre ir un paso delante de los demás, de tener todo siempre calculado.
Dejemos que las cosas pasen como tengan que pasar. Resolvamos los problemas que realmente existan, no nos quememos la cabeza con “posibles” realidades. Lo único que existe es el “hoy.
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