Estábamos sentados en un bar, como tantas otras noches. En la misma mesa, junto a la pared. A unos sesenta centímetros por encima, había una luz tenue. Eran aproximadamente las tres de la mañana. Las cervezas eran incontables, no por la cantidad, sino por la pérdida de noción del tiempo al estar a gusto. Un cartel de “prohibido fumar”, de tamaño considerable y con luces rojas, colgaba de una columna en el centro del bar. El humo del tabaco, paradójicamente, cubría todo el lugar, borrando la visión a más de un metro de distancia, riéndose de aquel cartel que prohibía lo que las personas habían decidido olvidar. En el suelo, las colillas eran aplastadas por las pisadas. La noche y el azar, comenzaban a jugar sus primeras cartas.
La velada era compartida con dos amigos. Tres vasos medios vacíos y una botella sin etiqueta, que uno de ellos había arrancado para pegarla sobre la mesa adornaban la escena. La Luz, permitía apreciar apenas nuestros rostros, mientras su iluminación creaba una especie de burbuja que nos separaba de lo que ocurría alrededor. A veces, la burbuja se rompía con la interrupción de la mesera. “¿otra?” Preguntaba, mientras alguno de nosotros asentía con la cabeza. Estábamos juntos, es verdad. Sin embargo, cada uno se sumergía por algunos minutos en sus pensamientos, mientras el resto mantenía la charla viva.
En uno de esos pequeños lapsus, un sentimiento recorrió cada una de mis células, me desequilibró físicamente. Era tan claro, tan vivido, tan simple, tan elemental. Sentí “crueña”.
Si, crueña.
Sentí crueña por todo el cuerpo.
De repente desperté, aunque nunca estuve dormido y me sume nuevamente a la conversación. Pasados unos minutos intente explicar el sentimiento que acababa de tener.
Es fácil explicar algo cuando el interlocutor posee sentidos compartidos. Pero, ¿cómo podía explicar “crueña”? ¿cuáles eran las palabras adecuadas?
Si quisiera explicar el “miedo” no tendría mucho problema. Diría que es una sensación de peligro, que puede ser real o no. Agregaría que cualquier miedo se asocia a la idea de que algo te haga daño, que no se pueden manejar. Hasta podría decir en que parte del cuerpo se siente el miedo.
Crueña no era tan fácil de explicar. En mi cabeza era muy claro. En el afán por darme a entender, intente comparar crueña con otro sentimiento. Lo primero que pensé era si me hacía feliz o triste. Descubrí que no estaba relacionado, estar feliz o triste no tenía que ver con crueña, porque estar feliz es felicidad, no crueña.
Lo compare con el odio. Tampoco.
¿Quizás con amor?, nada.
En mi profunda frustración, pude comprobar algo. Hay sentimientos que siempre refieren a otros, por ejemplo, la envidia. Es imposible pensar la envidia separada de otro, puede ser material o inmaterial, pero siempre se asocia a un tercero. (Es más, por mi formación marxista hasta diría que la envidia sería imposible sin la existencia de la propiedad privada.)
Hay sentimientos, por otra parte, que son siempre personales. La alegría o la tristeza, no necesariamente necesitan de un tercero.
Abatido por el enfrentamiento con mis pensamientos y la imposibilidad de explicar lo que sentía, desistí. Cambié de tema, me puse el traje de borracho filosófico charlatán, para pasar desapercibido.
Al día siguiente, desperté con un dolor de cabeza sutil y con crueña en mi mente. Desesperadamente empecé a buscarlo, era imposible que inventara un sentimiento que no existe.
Otra vez, nada.
Meses después, en el mismo bar, la burbuja se rompió unos segundos, como aquella noche, pero esta vez, ocurrió el milagro.
Junto a la mesa apareció un grupo de mujeres que se ubicaron junto a la barra. Enseguida, ambos grupos se encontraron. Lo de siempre, charlas banales acerca de datos laborales, estudios cursados y todos los etcéteras posibles, que no interesan a nadie.
Coincidimos en un rincón una de ellas y yo. El nombre no lo recuerdo. Era alta, su pelo era de un negro intenso y brillante. Su sonrisa, se fundía con los hoyuelos de sus mejillas que eran la base de sustentación de dos labios tan rojos que encandilaban. Llevaba un vestido negro con la espalda descubierta. Era muy atractiva y lo sabía. Me pareció pedante, soberbia y audaz.
Una parte de mí, quedó hipnotizado por su hermosura y su forma de bailar. La otra incómoda por su personalidad. Sentí ganas infinitas de besarla y de huir de esa conversación; de proponerle casamiento y de explicarle que su buen trabajo no sirve de nada; De abrazarla y de decirle que tanto maquillaje no era necesario. De invitarla el sábado siguiente y de insultarla por su egocentrismo.
En ese instante, lo sentí nuevamente, mi cuerpo se paralizó, mi boca se cerró intentando no gritar. La miré fijamente, en esa mezcla de belleza y pedantería… y solo pude decirle… te crueña.
Ella sonrió, y respondió: «yo también».
No podría explicárselos, ya comprenderán, seria en vano; pero había descubierto algo. Crueña no era interno como la alegría, estaba dirigido, como la envidia, hacia otro, hacia ella. Por lo demás, ¿quién sabe?
OPINIONES Y COMENTARIOS