Abris la ventana para que entre el amanecer y me dé los buenos días. Me estiro y abro mis ojos cafés. Lo primero que veo es tu rostro, tan precioso, sonriendome. La sábana azul de tu cama está revuelta por el desastre que hicimos anoche. Vos querías guerra de almohadas, no yo. 

7:30am, el ambiente está cálido por ser verano. Me das un beso en la mejilla pero inmediatamente te pido uno en los labios. Me cumples el capricho y vuelves a sonreír, dejándome más enamorada de lo usual. Te levantas, te pones unos jeans azules y antes de preparar el mate, sacas dos sillas afuera, para disfrutar del solcito de verano. 

Pones la caldera a calentar, la yerba en el mate y le agregas dos yuyos, como me gusta a mí. Con tu remera negra puesta, te acompaño mientras preparas nuestro desayuno. Sonrientes, nos miramos, recordando cada segundo de la noche anterior. No me decís ni una palabra pero tus miradas bastan. 

Venís a mí, tus manos gigantes me atrapan como una telaraña. Apoyas tu cabeza en la mía y por primera vez, me decís que me amas. Me quedo seria por un minuto, descalza y en calzones. Me quedo sin habla. Tu voz tan maravillosa acaba de mencionar la palabra que tanto he querido decirte desde el primer día. Te abrazo. Me abrazas. Y me besas. 

Te susurro que te amo y entre risitas de niños, me tomas de la mano. Me pongo un short y me llevas afuera. Permanecemos en silencio, contemplando la naturaleza. Contemplando el ambiente silencioso. Sólo nosotros, cruzando miradas y entrelazando nuestras almas. 

Sólo vos y yo. 

Sólo vos en mi imaginación, y nadie más. 

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