¿Tomamos un café?
Otro viernes más que me senté en la misma silla, blanca y con un alto respaldo. Pienso que Laura ya estaría cansada de escuchar mis quejas, paranoias y cuanta amargura tuviera en el alma.
––Siento que todo el mundo me aborrece, mis amores duraron como un suspiro, mi esposo se divorció de mí y ni si quiera amigas tengo. Además, en los trabajos siempre me discriminan o me dan responsabilidades que a otros no les dan ––le dije furiosa, Laura me observaba con una sonrisa. Ella era mi psicóloga, juntas tratábamos de resolver la trama de mi vida. Yo hacía psicoterapia y por lo general hablaba sola ––. ¡Las amigas terminan perjudicándome siempre! Me siento tan sola…
––¡Bueno, basta! ––dijo la psicóloga con una sonrisa––¿vamos a Havanna para tomar un café?
––¿Qué? ––pregunté desconcertada––. ¿Pero la sesión ya terminó?
––Falta media hora y no tenés que pagarme nada. ¡Mirá! Voy a hacer una excepción con vos, vamos a mantener una sesión de una hora todos los viernes y no te voy a cobrar nada. ¿De acuerdo?
––Bueno. ¡No, pero cómo no te voy a pagar nada! Me parece raro esto. Mirá que yo soy heterosexual, ¿eh? ––le dije sonriendo.
––Y yo estoy casada y con tres niños ––acotó Laura.
La seguí como una estúpida, no entendía nada. Salimos del consultorio y bajamos por unas largas escaleras. Yo le pregunté por qué no usábamos el ascensor y ella me dijo que hacer gimnasia libera endorfinas y que por ende obtenemos más felicidad. Salimos a la calle y fuimos a Havanna. Por ese día me pagó ella, pero luego nos encontrábamos en diferentes lugares. Un día fuimos al parque, muy concurrido, con parejas que caminaban y se abrazaban. Ella me dijo que me escuchaba y que no olvidara que hacíamos un trabajo en equipo. Yo me puse a llorar. Le comenté que no entendía esa forma de encontrarnos, que las psicólogas no hacen psicoterapia en los parques. No sabía qué nombre ponerle a esa relación, sentía miedo de que me lastimaran otra vez. Ella me tomó la mano y yo apoyé mi frente en su hombro y lloré como una niña. Le dije que si era bisexual que se olvidara de mí, que a pesar de encontrarme sola me gustaban los hombres.
––Esto es ser amigas, Miryam ––me dijo––. Algo que nunca conociste. Te invito para este domingo a mi casa a comer, mi marido es vegano así que no vas a tener problemas con la comida. Eso sí, te pido que lleves una gaseosa.
––Yo llevo la gaseosa, pero tomo solo agua ––le dije secándome las lágrimas.
Laura resultó mi mejor amiga. Ya no necesitaba psicoterapia, solo le contaba mis problemas como a cualquier amiga. Alguien que no me lastimaba, que no era lesbiana, de familia y una profesional, todo eso me desconcertaba. Yo era la mujer más feliz del mundo. Gracias a Laura comencé a confiar. Otras personas también existen. Hasta que todo se terminó y fue por una simple llamada. Carlos, el esposo de Laura, me dijo por teléfono que ella estaba en la clínica del Sol. Salí corriendo del trabajo. Nada me importaba, les dije que me pusieran ausente. Al llegar a la clínica, su esposo estaba llorando y sus hijos lo abrazaban. Ahí, en el pasillo, me dio la triste noticia. Laura había tenido un accidente con el auto y había muerto. Miles de recuerdos se cruzaron por mi cabeza. Me retiré y entré al baño del sanatorio. Sentí que otra vez iba a tener un ataque de pánico. Así fue ese final.
Y hoy asistí al consultorio de una nueva psicóloga, su nombre es Rosa Moliner. Me senté en una silla y ella completaba una planilla. Yo seguí hablando y hablando hasta que me interrumpió y me dijo que había terminado la sesión. Le pedí que me borrara, le dije que no iría más a su consultorio. Ella me observó sorprendida.
––¿Por qué? ––me preguntó intrigada––. ¿Hay algo que dije que le haya molestado?
––Yo me equivoqué, no necesito una psicóloga, lo que necesito es amor, algo que usted no me puede dar. Yo conocí lo que es el amor, y aunque no me lo crea, de la mano de alguien con su misma profesión. Pero ella ya no está entre nosotros ––le dije con voz pausada. La psicóloga permaneció sentada mientras me observaba que me alejaba.
Me acerqué a la puerta, la abrí y me fui, apresurada.
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