Alguien interrumpe la reunión. Es Verónica. Perdió la paciencia. Ya lleva veinte años en una lucha perdida. Se para de una silla Rimax blanca y cruza sus manos. En un tono de voz fuerte, casi alterada, dice aquello que los asistentes a la reunión de atención integral a víctimas en El Guarumo temen oír. “En dos décadas, las víctimas de Puerto Wilches no hemos sido escuchadas. ¿Qué tenemos hoy?” Nada.
Es sábado 13 de julio de 2013. En una de las tiendas de la vereda están reunidas unas 30 personas alrededor de una mesa cubierta con un mantel amarillento. Los rayos del sol, que se cuelan por los agujeros de un techo de acero, iluminan los rostros curtidos de los campesinos y afrodescendientes que en julio de 1993 vieron a guerrilleros privar de la libertad y enterrar machetes y cuchillos filosos en los cuerpos de esposos, padres, hijos y amigos. Vieron también volar en pedazos la esperanza depositada en las tierras cálidas que cobijan al río Magdalena
1993. El 12 de julio 100 miembros del Bloque Magdalena Medio, divididos en dos grupos y al mando de Rodrigo Londoño Echeverri alias ‘Timochenko’, actual comandante en Jefe de las FARC, asesinaron a unos 30 habitantes de más cinco veredas que se encuentran en el límite entre Puerto Wilches y Sábana de Torres. Su pecado: ser supuestos colaboradores de la guerrilla.
Blanca Beltrán, presidente de la Asociación de las Juntas de Acción Comunal, tiene la palabra. Minutos antes de que Verónica cayera en la desesperación, explicaba cómo sería la conmemoración de los veinte años de la masacre. Ya pasó un día. Pide redactar en un documento las preguntas que aún tienen las víctimas.
Al escucharlos, cualquiera que no conozca el pasado del Magdalena medio creería que aquella barbarie sucedió hace pocos días. Hoy los testigos de ese julio de terror siguen sin respuestas. Indefensos. ¿Cómo se puede ser víctima toda la vida?
Parecen vivir en un mundo opuesto. En los últimos veinte años en el país se estrenaron celulares con internet, se construyeron cientos de edificios, a Bucaramanga llegó el Metrolínea. Pero para los mártires de Wilches el tiempo se quedó atrapado en el aire. Ellos siguen allí, en esa bochornosa tienda. Presos en el retrato de una tragedia.
Llevan 7.300 días preguntándose cuántos murieron, cuántos fueron tirados a los abismos, cuántos restos se hacen polvo en fosas clandestinas, cuántos desaparecieron, cuántos escaparon, cuántos regresaron.El número de afectados por la masacre es casi tan incierto como entender por qué el pueblo de Puerto Wilches mereció tanta maldad.
Algunos hablan de más de cien asesinatos y unos mil desplazados. Otros recuerdan que las veredas tenían cerca de seis mil habitantes, y todos son víctimas. La Fiscalía ha reconocido 17 cadáveres, que no son más que huesos. La verdad sigue escondida.
Jules Acevedo Kleinner .
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