Cosa amarga

Platón llama al amor cosa amarga.

Y no sin razón porque quien ama muere.

Porque el amor es una muerte voluntaria.

En la medida en que es muerte, es una cosa

amarga. En la medida que es voluntaria es dulce.

Ficino.

Vestidos, pantalones, faldas y blusas sembradas sobre la cama. Los zapatos se apilan en una esquina justo a lado del guardarropa. La habitación vista en panorámica es un desastre, Giovana amenaza con generar más. Sale del baño, en sus manos hay labiales, polvos, rubores y pequeñas cremas anti arrugas, las arroja sobre la cama y caen sobre los vestidos de temporada. Observa la escena y se fastidia. Va a los zapatos y sin ánimos de seguir tomando decisiones, escoge los más nuevos. Es un par que le regaló Frank, pero él ha desaparecido: navidad del 2000 en Times Square. Lo recuerda con nitidez. Esa noche más de 500 mil personas se congregaron para recibir el milenio entre brincos y abrazos. Giovana delinea una sonrisa y todo lo sucedido entre ellos desaparece como cuando presionas Ctrl-Alt-Supr, sin dolor, sin contratiempos.

Los zapatos están nuevos, lo sabe porque aún tienen la etiqueta sobre una de las suelas. No hay remordimientos, ¿son suyos, no? Se dirige a la cama y sin estar consciente toma dos prendas, lo primero que sus manos encuentran: falda satinada negra tres cuartos, blusa roja. Regresa al baño y el desorden se convierte en simple arrebato femenino: la primera fase del ritual ha terminado.

Por la única ventilación que tiene el baño se interna una brisa que se acaramela entre sus pechos grandes y firmes, baja hasta la cadera y sube presurosa hacia los hombros y como en tobogán se impacta en sus pezones que despiertan. La sensación es agradable, se apretuja los senos para evitar escape el aire. Siente lenguas desenfrenadas de amantes fantasmas que le empapan los pechos. ¿Hace cuánto que fueron tocados, cuál fue la última lengua que los disfrutó?

La noche baña la ciudad, es otoño y el frío cae sobre las calles. El viento no cesa, despeina los árboles, ahuyenta a la humanidad de convivir, aunque no a Giovana que se esmera en su ritual llamado maquillaje.

Pornografía: 13 mil millones de dólares anuales es el dinero promedio que produce la industria a nivel mundial. Una estrella porno percibe millones de dólares… como Jenna Jamenson en su momento recibía por derechos de transmisión de sus películas. Está usted viendo 60 minutos con… La estela de colores que brota de la pantalla baña la silueta de Giovana. Apaga el televisor. Ella no sabía quién era Jenna, pero recordó que Frank alguna vez le comentó el parecido entre ambas, con la diferencia que ella era una intelectual sacada de una novela del tipo thriller erótico y Jenna una simple estrella del porno. Se mira al espejo y sus grandes pechos juguetones se acomodan sobre el sostén; mejor apaga la luz y cambia de habitación. Verse en el espejo, pensar en Jenna y la similitud le hacía sonreír; la posibilidad de dar un giro drástico a su vida, pensar en qué dirían los círculos académicos, la aventura de pasar de crítica literaria a estrella porno, de escritora reconocida por su seriedad a una despampanante rubia de vagina mundialmente famosa. La tan ansiada novela que tanto soñaba, ¿por qué no?, ahí estaba ya el argumento.

Descubrir su piel tersa e inmune al frío le excitaba, pensar que en cualquier instante alguien podría tomarla con su total consentimiento y desgarrarla de la forma más romántica, porque al final sabía perfectamente que entre Giovana y Jenna hay diferencias sustanciales. Imaginaba una boca lamiendo las gotas de perfume colocadas en su cuello.

Recorre el departamento con un puñado de aretes en sus manos, entra al baño y enciende las luces; necesita cerciorarse de que los elegidos sean los óptimos para la misión. Prueba una quinteta y decide que el número cuatro es el ideal. Una brasa se mantiene viva debajo de su falda. Dejó los juegos mentales y recordó porque la imperante necesidad de salir a la calle como una diosa.

La noche llegó por fin, después de muchas más donde todo había sido suposiciones e intentos de al menos rozarle sus labios, donde las horas y sus días se convirtieron en sólo aniquiladores suspiros desesperanzados, gusanos que le comían el corazón y sus teorías.

Estaba lista para entregarse si prefacios ni notas del editor, como Jenna en sus películas donde lanza sus bragas al primero que la mire. Comparó la brasa que le humeaba entre sus piernas con aquel día que leyó por primera vez la novela Amor Azul de Oliver Blue.

Tanto deseaba esta noche porque se había cansado de esperar a uno mejor que Frank y su arrogancia Wall Street. Ya no habrá más atrasos porque hoy quiere escuchar su jadeo, verse en un espejo de cuerpo completo desnuda y frente a ella cientos de libros observándola fornicar; todas las materias del Ph. D. en literatura rociadas por su dulce vagina olvidada.

Beber, beber, beber, es la palabra que llena su mente, ahogar en alcohol algunas teorías literarias. Magia o hechizo no lo sabía pero Giovana se derretía al pensar en M…

El sabbath personal, una orgía de pensamientos llegaban en forma de fotografías. Era la fuerza de M…, era su voz rígida y educada, era Justine, Lolita o Madame Bovary…

Apagó las luces del departamento, cerró la puerta y confirmó tres veces empujando con fuerza la manija hacía el interior, porque estaba emocionada, sentía que al regresar sería otra mujer. No quería tragedias y tenía que dejar lista su cama y algunos otros utensilios que hacía tiempo no necesitaba.

Partió. Después de descender tres pisos, la fricción entre sus muslos encendió más brasas, cada paso era uno menos para estar con M…

Abordó un taxi. El asiento estaba frío, y eso le permitió relajarse un poco y jugar con algunas ideas: los títulos de novelas que no eran de su agrado o Márquez y el Realismo Mágico. Estaba de acuerdo con Amis, para los hispanoamericanos el Realismo Mágico, para los anglosajones la ironía. Recordó la última vez que vio a Martin, su viejo amigo y maestro y de cuando le contó de Villiers de L’Isle-Adam. Sintió una mirada que la hizo sentir vulnerable, ensimismada en sus pensamientos, el conductor del taxi de nombre B. Khuzny le dijo que habían llegado. Giovana extendió dos billetes de diez dólares a través de la rejilla que divide la unidad entre conductor y pasajeros. Bajó sin pedir el cambio. B. Khuzny sonrió en agradecimiento.

Los tacones, regalo de Frank eran incómodos, muy angostos en la parte del talón, costuras anchas que le lastimaban la piel, situación que olvidó y daba razón al desuso. Caminó por la banqueta hasta llegar al local acordado. La marquesina del restaurante arrojaba luz neón que bañaba la acera de forma irregular. Dalí Mediterráneo. Apretujó los senos, pero esta ocasión era porque el viento venía acompañado de tierra y más frío y nadie podía echarla a perder su ritual. De su bolsa negra sacó su echarpe, que cayó sobre sus hombros y pechos. Se estremeció unos segundos y continúo avanzando hasta toparse con una cadena y un hombre vestido en traje negro y sonrisa a media intensidad. Con ese frío quién quisiera estar trabajando.

Atrás de ella más gente esperaba ingresar.

Dalí. Bigote largo, cuadros pluridimensionales, metaficción, boga, tuga, marasmo.

Tal vez M… está sentada al margen del pasillo y sus piernas entreabiertas, bebiendo un Tom Collins o Vermut seco. El hostess le pide que lo siga, y detrás una última ráfaga de viento helado se cuela en la fila y acaricia las nalgas de Giovana. Apresura el paso. Cruzaron un pasillo y una cortina de al menos tres metros que impedía que el frío espantara a los comensales.

Cien Años de Soledad no es la única novela latinoamericana digna de comentarse y cualquier escritor que se aleje de esa línea está sentenciado a no figurar en los catálogos de Penguin o en los anaqueles de Barnes & Nobles.

Se disculpó con García Márquez pero simplemente no congeniaba con Macondo y la puta madre, ni con la Abuela ni el General, menos Baltasar o el Ángel. Basta de Márquez, pensó mientras caminaba rumbo a la mesa. Lem, ¿porqué no? Lem nos dio Solaris, nos dio esperanzas de habitar otros mundos fuera de éste y no hojas de coca.

Descubrió a M… que avanza entre las mesas. Saborea sus caderas casi perpendiculares típicas de una persona obsesionada con el ejercicio.

Los vapores comenzaron a emanar de nuevo por debajo de su falda, momento en que Márquez ya se había perdido en algún pantano de Macondo. Para su sorpresa las compañeras del Seminario de Literatura Mexicana eran parte de la velada. Su sexto sentido, la intuición, el análisis que siempre hacía ante cualquier circunstancia, como cuando Frank empezó a cambiar sus gustos musicales y con un poco de paciencia y malicia descubrió que se debía a una relación que comenzó a llevar con su asistente. Así era de meticulosa Giovana pero hoy las probabilidades de compartir la mesa con más de una persona no estaban en su mente. M… aparece. Giovana sólo faltabas tú, bienvenida, le dice su maestra con una sonrisa sincera. Se queda en silencio porque en su guión no había diálogos con sus colegas, habrá que improvisar, mientras ellas se mantenían atentas al discurso de la profesora. Vaya, no soy la única entonces, piensa Giovana mientras respira hondo. Definitivamente los planes habían cambiado.

Desde el cielo falso caían farolas atiborrados de imágenes sin sentido, multicolores, por eso estaban en el Dalí. Los murmullos de las mesas contiguas ayudaron un poco en despistar la decepción que aquejaba la tirana de Macondo. Sin ese ruido comensal, la dureza del tono con el que conversaba hubiese sido notoria.

Fue el azar o fue M… pero a su lado quedaba el último lugar de la mesa. Sentarse a su lado le mantenía las probabilidades a su favor.

Era momento de empezar. Hola Joan, ¿cómo vas con el ensayo acerca de la novela de la Revolución Mexicana?, soltó Giovana de bote pronto. El tema era mundano, entre bolsas de moda y cremas anti-arrugas para que de pronto la doble de Jenna Jameson soltara una charla que las pondría a competir. Es irónico que hasta en eso tengamos un poco de participación, ¿no crees?

El mesero aparece con una botella de vino tinto que le muestra de inmediato a M… Que sean dos, dice Giovana, una va por mi cuenta. Ninguna dijo nada. Alzaron sus copas.

Joan se sintió apenada, porque el comentario estaba fuera de lugar; no era su culpa que B. Traven anduviera de fisgón entre indios y adelitas. M… observa complacida la escena, le recordó su hijo Joshua haciendo touch down en la final intercolegial. Animada por el recuerdo, toma su copa. Propongo un brindis porque existan más Edgar Allan Poe, más Melville, más Lovecraft y menos Beats.

Los Beats parecían no agradarle. Era purista, devota a las normas, a los protocolos, a la disciplina, por ende la academia era su lugar. Para ella los Beats fue una generación que tuvieron que inventar los editores para tener producto en el mercado, no podría esperar veinte años en que llegara otra. El ámbito editorial le era conocido. Entonces Joan replica: brindo porque cualquier de nosotras llegue al Bread Loaf. Salud. Las demás se limitaron a brindar por la suerte y aprobar el seminario.

Para Giovana la única competencia en la mesa era Joan, pero dudaba cuando cada tanto, ella coqueteaba con un hombre de la mesa de a lado, pero no se iba a confiar, no por el resto de la noche. Así que acostumbrada a hacer las cosas para que el resultado sea satisfactorio. Propongo otro brindis dice Giovana mientras el grupo aún no se reponía de los anteriores. Brindo porque todas las aquí reunidas siempre encontremos en los libros, en sus autores y en el arte la más grande satisfacción de que y quienes somos. Salud. Las dos botellas se vaciaron entre brindis a toda la literatura norteamericana e inglesa del siglo XVIII y XIX.

Una mujer con potencial se intercalaba entre el mejor pupitre de la clase y ese espacio vacío al lado derecho de su cama. Tenía de besarla y acariciarla. Desde que era soltera y en su momento estudiante de literatura no recordaba un alumno con ese espíritu guerrero contra el canon. A ojos de M… Giovana encarna el anti sistema, su lectura de las cosas, sus opiniones eran muy holgadas, casi punitivas, pero al tiempo románticas.

Joan y el grupo fueron desapareciendo poco a poco. Ataviadas por el exceso de vino tinto, partieron tambaleantes cargando sonrisas pétreas. M… y Giovana seguían charlando sin tomar importancia a la ausencia de las demás. Se enfrascaron en un diálogo profundo cuando la cuarta botellas de vino llegó. Sus miradas se desbordan, encarnecidas, sus cuerpos dilatados por el vino, los ojos rojos y la profundidad del diálogo se vio comprometida por el entorpecimiento de las lenguas.

La charla transcurría a través de la crítica que efectuarían las nuevas generaciones ante el inevitable descenso de calidad en los jóvenes novelistas, en los poetas superficiales, en el periodismo insulso, por no hablar de la efímera vida de los contenidos, de cómo construir relatos. ¿Dónde está escondido el arte? Y los jóvenes artistas, ¿en qué campo de concentración se encuentran?

Era lo que le excitaba de forma secreta a Giovana, a esa inédita actriz porno. No había cosa más sensual que una charla literaria sin clichés ni lugares comunes. Odiaba profundamente a toda persona que se jactara de lectora y que no supiera nombres, fechas, editoriales, años y motivos acerca de las novelas que citaban; con M… era como estar lubricada, lista, ansiosa de ser devorada, que le hicieran el amor o el sexo, mientras las ideas se mantuvieran en el juego. Por eso Frank nunca pudo satisfacerla y no era por que fuera mal amante, sino porque era mal conversador.

M… explicaba con tristeza sus fracasos. Tenía dos años de divorciada de Kurt, un músico de jazz. El poco o nulo éxito de sus últimos dos libros que en realidad eran los primeros: Vonnegut, la experiencia falaz y American Murder: noveles escritores olvidados.

Alguna vez M… le telefoneo para preguntar cómo iban las cosas, le extrañaba el contacto nulo entre los dos, pero fue claro y le dijo que con ella no había negocio. Giovana apenada por la ristra de confesiones desastrosas le extendió la mano en señal de consuelo y apoyo al mismo tiempo. Eso que hacen los amigos o las parejas. M… sujetó con ambas manos la de su alumna para llevársela a la boca y darle un beso. Giovana estalló. Respondió de inmediato acercando su silla para estar hombro a hombro. Le dio un abrazo con toda la intención de no separarse esa noche y quitarle ese dolor, espantarle la rumia que escondía. Ya no eran alumna y maestra. Ahora eran dos mujeres tristes buscando consuelo en medio de lámparas e inmobiliario mediterráneo.

El deseo se transmutó de los abrazos a las miradas. Se observaban con torpeza y en su mente intentando la telepatía decían: bésame, tócame.

Giovana confirmó su hipótesis: ya era otra mujer. El germen amoroso recorría su boca, las piernas, su cabeza. Pensó que eso era el amor verdadero y despertaba al mundo. Ahora M… se encontraba sobre cualquier libro o teoría literaria, arriba de Below, Carver o Gardner. Iluminada. Ni Frank ni los amantes fantasmas la resucitarían al viejo mundo. Hoy M… fungió como su Caronte. Ahora su mundo era perfecto, porque la pieza que faltaba había llegado.

Estaba enamorada y no lo dudaba. Ella que todo lo sopesaba, sabía que estaba perdiendo el control y lo deseaba.

Vuelve a tomar la mano de M… y la besa, la mira, la acaricia con una ternura casi maternal porque no la quiere perder, se quiere llevar el inmobiliario y esa farola con incrustaciones de vidrios de colores y telas satinadas. Se sentía virtuosa, se regocijaba y pequeñas explosiones le nacían en el bajo vientre. No importaba que el viejo Dalí perdiera sus bigotes; sus piernas se desvanecían, la vista se le nublaba, quería gritar, correrse, despojarse de su ropa, el secreto de los iniciados; una imagen de Hermes Trismegisto apareció en su mente: segregación mística de lo carnal.

M… se acerca y con ternura besa los labios sedientos de Giovana. Apenas un roce, que comprueba que ambas están vivas. Es tarde, Joshua está solo en casa, repone mientras toma su bolso. Deja doscientos dólares. Se perfila rumbo a la salida sin voltear a despedirse.

Luis Martín Osorio

2006-2016

Código de registro: 1607048302630

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