En esas calles olvidadas fueron dos. Tocaron piel que luego se rajó. Y el camino los llevó. A un paseo por el puente «Livertad». Tan irónica la vida. Quién diría que se enamoraría, aquel señor, defensor de formas, de una mujer anti renglones que todo lo dejaba flotando en el aire.

El viento los llevó. Eran ellos quienes caminaban, aunque siempre algo los empujaba. La vida les insistía. Y así la tarde, cómplice de sus actos, sin guión los fue llevando, al paseo de arte al que llegaron, y tanto trazo abstracto no hizo más que alterar las formas de aquel hombre que escondía un niño y la niña, sin embargo, danzaba alegre adentro de la mujer que por allí caminaba. La que veía cielos como mares. Tan osada la manera en que lo corrompía y él no sabía dónde dibujar.

De repente veía a una niña inquieta en los ojos de la mujer que caminaba a su lado, que de cuando en cuando bailaba, pegada a su costado. El izquierdo, el del corazón, no había otro lugar para ella. La admiraba. Sabe Dios cuánto la admiraba. Aún sin saber jamás si ella estaba por partir o acababa de llegar. -Toma mis manos, que sin las tuyas no saben donde estar.

-¿A dónde se fue toda esa libertad que sentimos, A?

Y así los dos, en un baile de preguntas. Dos ríos que supieron dejarse desbordar. Él le cuenta historias y el techo sonríe cada vez que ella echa su cabeza hacia atrás, en carcajadas iluminadas. Casi pidiendo un deseo. O dos. Desea más. De esa inmensidad en esos brazos que pintan acuarelas en el cielo que ella le da. -Sos el extraño que mejor conozco.

Aún así, supieron irse. De un lugar al que entraron a hurtadillas, pero se fueron dando portazos. .

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Foto de Daniel Mingook Kim en Pexels

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