Anoche soñé que mi cuerpo era ingrávido,
la densidad de un corcho en el océano;
un oleaje irresistible me alzó en brazos
hasta que mi espalda estremecida tocó el techo.
Elohim, Elohim, Elohim, cantaba el coro,
un coro de voces femeninas;
contrapeso al levitar temible
que secuestraba mi sustancia en las alturas.
Bajé finalmente, uní las manos
a las de una mujer que me miraba,
y rezamos juntas a un fantasma,
para que atara mis pies de nuevo al mundo.
Se sellaron mis labios de repente,
no pude respirar tranquila,
Elohim, Elohim, Elohim,
cantaba el coro
y desperté con aquella melodía.
Ya una vez en el pasado muchas voces,
atemporales, místicas, terribles,
cantaron villancicos inquietantes
que cruzaron el puente de mis sueños.
Los escuchó alguien más, aquel verano
en una niebla sin lugar ni tiempo fijos;
villancicos sin dicha ni calor, alternos,
como por almas perdidas entonados.
¿Qué significa su insólita cadencia?
¿Qué música incorpórea es esa?
No soy oveja de rebaño divino,
ni creo en dioses ni patriarcas bíblicos.
Si mis jóvenes oídos no me engañan,
son villancicos y alabanzas
provenientes de un lugar sin nombre.
Quisiera descubrir
la puerta que se entorna
cada vez que nos llegan semejantes sones.
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