{Si dijera que algo se me ha hecho evidente a lo largo del camino, sería esto: es tan difícil conocer el final de una historia como lo es determinar su comienzo.
Es por eso que se relacionan las experiencias, que se analiza una situación con base en el pasado. Es por eso que se pierde la confianza. Y es que ha sucedido que el inicio de una historia se da a partir de un punto en la historia de alguien más, y eso es difícil de reconocer.
Me ha tomado más trabajo darme cuenta de que cada partícula en el tiempo significa un portal hacia algo diferente, que las perspectivas y los pensamientos pueden ser muchísimas cosas, pero jamás lineales. Que palabras como “final” y “comienzo” solo tienen un significado cuando se ubican en un momento del relato, y aun así no son fijas.}
Galería de Susurros.
Hay historias que comienzan con un saludo; otras, con un adiós. Hay historias, como esta, que empiezan con un error y una caída en espiral.
De vez en cuando hacemos algo que no acostumbramos a hacer, sin razón, sin propósito. Algo fuera de la rutina, aunque pueda ser insignificante. Podría darse un sinnúmero de ejemplos, pero por el bien de la eficiencia, lo mejor es ir directamente a uno en particular. Y con éste, viene la introducción de un personaje que bien podría ser imprescindible para la historia, o no: Mena.
Podrían decirse de ella muchas cosas: que es normal, o que no tanto. Que es madura, o solo a veces. Que sabe lo que hace y hacia dónde se dirige o, según el grado de conocimiento, que no tiene idea. Podrían decirse muchísimas cosas, infinidades de contradicciones que ni ella podría rectificar. Esos detalles que solo pueden descubrirse leyendo entre líneas mientras transcurre la historia. Y, ¿por dónde comenzar una historia de esta naturaleza, en la que el inicio es tan incierto? Tal vez por un impacto. Un cambio en la energía, en el curso de las vibraciones. El conocer a alguien.
Con una vulnerable mente de tan solo trece años, y un excesivo uso del internet, es fácil engañar los sentimientos. Para Mena, una conversación con un extraño fue suficiente. Los cumplidos, las frasecitas, una voz. Al principio, solo mediante chats en línea, en secreto y, sobre todo, con mucha adrenalina. Luego, llamadas por el teléfono que duraban horas, hablando despacio y entre susurros. Un mes de ir y venir, de llorar, de no conocerse más allá de la voz y las fotos. Sobra decir que era una relación desaprobada por muchos, desconocida por aún muchos más, y destinada al fracaso.
En resumen, una colisión de fluctuaciones emocionales e inestabilidades mentales. Eso en una parte, añadido a dos partes de baja autoestima y confusión constante, da un resultado algo parecido a “colapso”.
Y así comienza nuestra historia. No una tragedia, no una historia de amor, no un diario adolescente. Simplemente, el relato de una vida visto desde sitios poco frecuentados que solo se encuentran cuando el lugar le es familiar a quien tiene intención de buscar.
Un primer amor; él de diecisiete años, ella de trece. Las peleas causaban un sentimiento de culpa que resonaba en su pecho como si las paredes hubiesen sido diseñadas especialmente para que todo rebotara. Fueron tantas las despedidas y las reconciliaciones, que cuando al fin se decidió que todo acabaría definitivamente, la única alternativa visible para Mena era mantener el contacto. Me atrevería a decir que había una necesidad o una dependencia, pues serían características que, a partir de ese momento, estarían presentes en todas sus experiencias sin importar cuánto luchara contra ellas. Así pues, vio cómo la primera persona a quien se había abierto se alejaba, sin salir de su vida. Desafortunadamente, al contrario de como suele suceder, su confianza en otras personas no se desplomó dramáticamente. En cambio, la facilidad con la que Mena dejaba que alguien entrara en su corazón aumentaba con el paso de los días. Nunca fue alguien influenciable o que se dejara llevar por la corriente, pero una vez sus emociones se abrazaban alrededor de alguien más, era como si se rindiera ante su voluntad, por más extraño que suene. No es que perdiera la suya, sino que se veía tan afectada por la cantidad de atención y afecto que recibiera, que la otra persona siempre iba primero, sin importar qué. Y así sería por mucho tiempo.
Lo que siguió fue una vida promedio: viajes, un círculo de amigos decentes acompañados de algunos que se acercaban a la expectativa, estudio, recomponer la mente.
Pero la historia siempre vuelve, como la maleza.
Su cuerpo y su mente comenzaron a convertirse poquito a poco en esas habitaciones en las que el más leve sonido puede escucharse claramente desde el otro lado. Cada sentimiento y cada pensamiento se proyectaban hacia lo anteriormente vivido, y su eco se escucharía en lo que aún estaba por venir.
Lo que deseo presentarles a continuación, más que una cronología de sentimientos, es una colección de ideas que pasaron por su cabeza en diferentes momentos. Realmente no importa el orden en el que sucedieron. Poco interesa cuáles están basados en hechos y cuáles suenan a ficción. Algunos sucedieron en su cabeza, y otros en este llamado mundo material. Poco interesa. ¿Cuál es la diferencia, después de todo?
Manos de Agua.
“Acepto los términos y condiciones”. Click. Siguiente.
El problema de nunca leer los términos y condiciones de un contrato es que nos acostumbramos tanto que tampoco lo hacemos en momentos cotidianos. Ese, para mí, había sido el comienzo de lo que hasta ahora creo que fue el factor que definió mi forma de actuar. El resto de esa historia ya ha sido contado, aunque solo hasta cierto punto. Aún debato entre creer que todo lo que sucede tiene relación con lo que ya ha ocurrido, y pensar que tal vez la vida solamente es la vida, no un mapa planeado de eventos. En fin, luego de un primer encuentro con lo que implica querer, el sentimiento de que lo que había vivido no era algo que se identificara con las frecuentes historias de amor, jamás se desvaneció. Seguía en la búsqueda, porque tal vez ese era el primer paso de la preparación. ¿Qué puedo decir? Era joven. De cualquier modo, eso no significa que lo que pienso ahora sea más certero. Sigo siendo joven.
No es común entregar la confianza con facilidad, pero para alguien cuyo principal interés es la cercanía con otras personas, la cautela no es un pensamiento recurrente. Así que cada vez que la oportunidad se presentaba, hablaba hasta de esos pensamientos que la mayoría de las personas suelen guardar hasta el día en que no volverán a pronunciar una sola palabra. Aún más importante, confundía atención con afecto. ¿O confundo? No estoy segura. Ésta es una práctica peligrosa incluso para los más experimentados. Como lo es el prometer cariño incondicional, no porque no vaya a darse, sino porque debe tenerse cuidado si van a plantarse flores en el camino alrededor del corazón: a veces las raíces perforan los pulmones y quitan el aliento. Y toda flor, en algún momento, debe marchitar.
Creo que es aburrido hablar del pasado, ¿no? Se me hace algo inútil, algo pesado, algo entre nostalgia y whisky. La nostalgia es esa mentirosa que insiste en que las cosas eran mejor de lo que parecían, y el whisky es la puta que deja el pasado en el olvido, arroja el futuro a la inexistencia y convierte el presente en ojos empañados. Así que ya es suficiente del pasado.
De vez en cuando, siento que estoy hecha de corrientes viajando entre mis neuronas que terminan por desbordarse dentro de mí, que inundan mis arterias con agua tibia. En una que otra ocasión siento que descaradamente se toman la libertad de manejar mis órganos, el procesamiento de mis pensamientos. A veces creo que no son torrentes internos sino el tacto indirecto de alguien más. Aunque no tenga sentido. Creo fielmente en que las presencias tienen manos, tienen el poder de tomar lo que está dentro de nosotros y derramarse allí. Tal vez suene algo mórbido, incluso obsceno, pero no existen suficientes palabras en mi cabeza en este momento para explicar mi punto.
¿La verdad? En este instante estoy ebria. Por eso el sentimiento de estos párrafos es tan vago, por eso las ideas parecen desconectadas: porque lo están. Algo rotas, algo desorganizadas, poco inspiradas.
Es, si soy honesta, mi forma favorita de escribir. Sin inspiración, sin nada de qué hablar. De esa forma las palabras fluyen con más rapidez cuando el tema sea apasionante. Cuando desee hablar sobre los anillos en los ojos de Oliver o la sensación de la piel de las mejillas de Agustín contra mis labios, o de la presión justo entre el pecho y la garganta cuando Savanna se detiene a pensar sobre lo que acaba de escuchar y luego me mira con nuevas opiniones estructuradas.
Puede que sea necesario ahogarme, puede que ocasionalmente las olas hagan mejor el papel de cielo que el mismo firmamento.
Al Fondo del Río entre las Estrellas.
Existen momentos compuestos exclusivamente por sentimientos, como cuando sabes que verás a alguien a quien no ves hace mucho tiempo, o cuando sales de la casa y el aire huele a nuevas experiencias. Si se presta la suficiente atención, puede sentirse cómo las células se regeneran de dentro hacia afuera, como si se oxigenara el cerebro y de repente se moviera la energía del universo. Todos hemos experimentado al menos un instante así, en el que nos sentimos trascendentales, como si la vida tuviera sentido, y éste fuera que nada tiene un sentido real. Es algo así, entre psicótico e icónico. Hay que tener cuidado al respirar la esencia de estos momentos, pues sale del sistema con la misma facilidad con la que entra, y podría contaminarse.
Personalmente, lo más preciosos y cercanos en los últimos meses han sido acompañados de personas cuya presencia es algo especial. Tal vez nada de lo que haya dicho hasta ahora tenga sentido, tal vez sea tan absurdo e irrelevante que termine por obviar todo esto, por borrarlo y pensar en algo que quizá sea más inspirador. Pero por ahora, es lo que hay y no voy a obligarme a olvidar un asunto que insiste tanto en ser atendido.
El caso es que a lo largo de la vida me he encontrado con diferentes tipos de personas, como todos, cada una con algo diferente para contar, cada una con un pasado más complejo de lo que imaginamos, incluso cuando conocemos su historia. Hay quienes continúan siendo historias bonitas, y otros que lo que han dejado es un país de eventos inconclusos e ideas que jamás pudieron ser compartidas.
Hay en específico un par de ojos cafés que cuando miran de reojo muestran un delicado arco de una combinación entre dorado y marfil. Ya no miro estos ojos, desafortunadamente, o al menos no lo hago seguido ni con el sentimiento con el que solía mirarlos- en parte porque tengo que reprimirlo, porque me carcome el dejarlo libre. Los sentimientos pausados son una bestia despiadada que no entiende de tejidos débiles ni de cicatrices- pero de igual forma los recuerdo bien. No es el arco en el borde lo que los hace especiales, son los anillos de color rojizo que se expanden como ondas desde su pupila. A veces podía jugar en ellos, cuando desaparecía la timidez de la intimidad, como una niña en los columpios de un parque, dando vueltas alrededor de cada anillo, corriendo por el borde negro de su centro, gravitando siempre hacia el camino que me permitiera tal vez pasar de la retina, llegar a los lomos de sus neuronas, al interior de sus arterias. Otras veces eran la línea de arena justo antes de la entrada a la marea baja. Podía hacer lo que quisiera: introducir dedo por dedo en el agua, sintiendo la temperatura cambiante con cada corriente que iba y volvía. O sumergirme sin miedo a abrir los ojos, sin miedo al ardor de la sal. No eran aguas profundas, pero permitían un hermoso paseo por el fondo de un universo nuevo, inexplorado, con tantas cosas aún por descubrir. Había días, sin embargo, en los que la marea subía antes de lo previsto, sin avisar, por razones ilógicas: un beso, un adiós, un lo siento, un no lo sé. Supongo que el ánimo de las criaturas que habitaban esos ojos era tan cambiante como el nivel de indecisión de quien los poseía. Jamás llegué a ahogarme en ese océano durante tiempos de tormenta; no se me permitía acercarme siquiera a ese punto cercano desde el que puede olerse el mar. No por mantenerme a salvo, sino porque las pocas veces que logré quedar atrapada entre esos anillos marrones, lo hice a escondidas, rapidito para que nadie lo notara. Me querían fuera de ahí, siempre. Espero que la misma persona que irrumpió en su corazón no haya encontrado ese lugar ente sus pestañas. Aún desde aquí, a años luz de distancia, a meses de separación, puedo escuchar el estruendo de las estructuras internas de su corazón desmoronándose, y sentir el temblor causado por la marea que sube hasta desbordarse hacia sus mejillas.
{Hay sentimientos de fragilidad que dejan como secuela una sensación de solidez antes inexistente. Es esa noción de conocer los puntos débiles, los puntos de quiebre, dónde no puede aplicarse más presión de la necesaria. Luego de aprenderse el mapa hacia los momentos clave para la destrucción de la tranquilidad, se hace más sencillo caminar por los senderos que componen o descomponen a alguien. Éste camino, sin embargo, resulta ser el más traicionero. Con cada paso se corre el riesgo de una explosión, cada pisada quedará impresa por siempre, la tierra del suelo manchará los pies. Es necesario tener esto en cuenta cuando se pretenda adentrarse en la mente de alguien. La precaución es crucial para evitar un daño, o una mutilación.}
Exhalando Gris Oscuro.
Antes de las buenas noches, el deseo de decirle todo lo que tenía en mente incrementó hasta que sentí el vacío presionando mi garganta. Han sido unas cuantas noches colmadas de eventos, no por fiestas ni cenas elegantes, sino por un sentimiento de abrumo que viene de un exceso de emociones. Esta noche he encontrado más de varios motivos para quererle más, aunque me atemorice. Creo que ya me he rendido al hecho de que es imposible no querer a alguien una vez que conoces sus ambiciones, sus miedos, una vez que puedes imaginarlo durmiendo o tomando café junto a la ventana mientras el día aparece en el cielo y en sus ojos. Aunque por ahora deba conformarme con los pocos pensamientos y los dos escritos que ha compartido conmigo.
¿Cómo decirle que no sabía que quería ver Otelo, hasta que él me invitó a verla? ¿Cómo decirle que me encantaría verlo ebrio y pensando en las pequeñeces que se le hacen estúpidas? Porque para mí no son estúpidas. Aunque sean solamente el llavero, es estar algo más cerca a entrar en sus pensamientos. Decirle que jamás he escuchado a Coltrane, pero dejaría una noche entera de descanso por escucharlo si es en su compañía.
Con cada “preciosa”, con cada “gracias”, vienen la ternura y las ganas de decirle que no sé cuántas estrellas hay en el cielo- hay más de una por cada persona, por cierto- pero el asunto se me hace irrelevante cuando pienso en la cantidad que podría encontrar si lo mirara a los ojos cuando sonríe, o si fuera lo suficientemente valiente para dejar de intentar descifrarlo y, en vez, comenzar a experimentar el estar acompañados. Pero no puedo mirarlo a los ojos cuando sonríe, ni cuando me habla de él o de mí. Del tiempo que lo he conocido, creo que jamás lo he mirado a los ojos. Al menos no en la forma en la que quisiera.
‘¿Sabés algo?’ le he dicho mil y una veces en mi mente, sentados en un lugar diferente al habitual, tal vez en un restaurante o en mi cama, ‘Creo que la gravedad dejó de funcionar un poco. Desde que vos llegaste, he notado partículas de nubes oscuras suspendidas sobre el suelo. Ambos sabemos que las partículas de nubes jamás se levantan del suelo’
No sé con qué propósito, y por eso no lo he hecho: quizá eso signifique que lo que sea que piense decirle, debo guardarlo. Que las únicas cosas que debo decir son las que fluyen de la garganta, separada del cerebro y del corazón. Pero es cierto. No lo había notado antes, pero ahora es imposible no ver que pequeños tumultos de púrpura y azul eléctrico huyen hacia los lados cuando se ve venir una de mis pisadas.
No sé qué tan extraño sea pensarlo, pero se me ocurre que quizá su cuerpo posea un desconocido tipo de gravedad, de ese que nos enseñan que tienen los planteas, de ese que aparentemente hace que los edificios se evaporen espontáneamente- aunque todos sabemos que lo hacen cuando dejan de ser funcionales, cuando sus corrientes eléctricas han estado desconectadas por más de algunos años-, alguna fuerza magnética o atrayente en sus cuerdas vocales o en la punta de sus dedos, que hace que despierten y se muevan cosas que hasta ahora siempre habían permanecido estáticas.
Probablemente todos tengamos ese tipo de gravedad en nosotros, pero puede ser que sea activada solamente cuando hay una fuente de corriente lo suficientemente cerca. Que optimista, ¿no? Pensar que yo podría ser esa corriente, que podría ser la energía que me compone lo que desencadena su poder gravitatorio.
Si es así, espero no tener dentro pedacitos de nubes opacas.
Me da las buenas noches, que se va a dormir, que tenga un lindo día mañana. Que me quiere, que me manda besos. Le respondo que si es bueno para algo es para dormir. Él se ríe tímidamente, me dice que es porque le encanta soñar. Y recuerdo el sueño del que me habló más temprano, en el que estaba perdidamente enamorado de una mujer con ojitos brillantes y almendrados, piernas cuidadosamente asomadas bajo un vestido, y una sonrisa por encima del hombro luego de un “espérame”. Caos.
Esta vez, aunque no estemos ni en su sueño ni en el mío, soy yo quien espera su regreso, contando los besos en la mejilla, uno tras otro tras otro. Junto a su oreja cuando está recostado en mis piernas. En la fina línea entre el cuello y la mandíbula cuando me abraza.
‘Que tengas lindos sueños. Descansa’.
Los Colores en el Aire.
Se ve tan frágil cuando duerme. Es casi increíble pensar que cuando despierta puede llegar a ser tan poderosa, tan imponente. Pero al mismo tiempo, tan llena de inocencia. Es ella el vivo ejemplo de cómo un par de ojos puede transformar el mundo entero.
Aún no entra luz por la ventana, así que lo que puedo distinguir entre la oscuridad es solamente el tenue brillo natural de su cabello y sus pestañas, blancos como si se le hubiera olvidado a alguien que la melanina existe. Eso y los múltiples hilos que van de un lado a otro, traspasando la piel, las almohadas, los edificios. Algunos de color plateado, otros de color rosa, unos cuantos que cambian de verde claro a verde marino. La verdad es que no sé por qué estoy despierta. Creí haber sentido algo, pero la verdad es que desde que duerme en mi cama he tenido problemas para mantenerme dormida por más de cuatro horas. Más de eso parece una pérdida de tiempo si la tengo a mi lado.
‘Unas horas más’ me repito, impaciente por que llegue el momento en el que comience el día. Solo espero que llueva, que sea una mañana fría; sería la excusa perfecta para posponer todo lo que está por venir, para consentirla una vez más como sé que le gusta: antes de que me pregunte qué he soñado o por qué tengo tan buen ánimo, su sonrisa me pide que la abrace. Solo eso. Pero solo eso es suficiente para mí, acariciar su cabello, sentir su respiración en mi pecho, sus manos hechas puños firmes sobre mi camisa. A veces llora.
‘Bueno, es que…aún no me acostumbro a tenerte a vos para abrazarme cuando despierto.’ Me responde cuando logro reunir el valor para preguntarle la razón de su llanto, ‘A veces los días pesan, ¿sabes? No lo sé, es extraño.’
¿En qué momento ha pasado tanto tiempo? No se ve el sol, pero sí los colores. Está más cerca de lo que pensé. Hay algo en la forma en que las estrellas en el aire están suspendidas delineando su silueta. Siempre es así, lo sé: al dormir, las estrellas flotan sobre el cuerpo. Pero esta vez hay algo diferente, titilan más de lo normal.
‘Deja de mirarme, Mena. Intento dormir’ susurra de repente, con la más leve curvatura en los labios. En ese instante, como si hubiesen estado sincronizados, entra el primer rayo de luz calentando el aire junto a nuestros pies. Las estrellas comienzan a elevarse y disiparse entre los ladrillos, los hilos se deshacen, se convierten en nubes.
‘No puedo evitarlo, y lo sabes. Lo siento’
‘No tienes por qué disculparte’ dice con las palabras enredadas en una risita que aún no tiene fuerzas, ‘A menos que sea tu culpa que no haya lluvia esta mañana…’
Aun así, la abrazo como si lloviera. Se resiste al principio, pero no es tan fuerte. Termina por acomodarse en el pequeño espacio que hay entre mi cuerpo y la pared
‘Sé que no es lo mismo, pero no debe serlo. Después de todo, cada mañana es diferente, ¿o no?’ Me indica que está de acuerdo asintiendo con la cabeza. Busco su cara enterrada en mi cuello, con la esperanza de que esté sonriendo. Sus ojos siguen cerrados, y su boca es una línea recta. ‘No vayas a llorar’ le pido mentalmente. Debo asegurarme de que no lo haga. Aunque parezca egoísta, debo evitar que llore, porque no creo que mi cabeza pueda soportarlo de nuevo. Es demasiado llanto, cuando lo único que quisiera causar son sonrisas. Así que hago algo que jamás había hecho, algo que por meses he querido hacer, pero he temido arriesgarme.
¿Cuáles son las probabilidades de que no resulte bien? Me importa poco, sinceramente. Me es imposible pensar en eso. La tengo aquí, en este momento, junto a mí. La he tenido aquí todos estos días, sosteniéndome de la mano, de la ropa, de la mente. No puede ser un error algo tan fuerte…
Así que lo hago. Me arriesgo. Antes de que abra los ojos, antes de entrar en otro universo, antes incluso de poder pensar claramente lo que haré. Trazo un mapa rápido con los dedos de lunar en lunar: desde el que está por encima de su ceja derecha, por el que está en la puntita izquierda de su nariz, pasando por el diagonal a la comisura derecha de su boca, bajando hacia uno en su barbilla junto a otro sobre el lado derecho de la línea de su mandíbula, finalizando en el que está justo entre el lado izquierdo de su boca y su hoyuelo. Luego trazo la misma línea del mapa con mis labios, teniendo cuidado de no hacer más que rozar su piel. Espero que jamás le acomplejen sus lunares de nuevo. Termina la expedición con mis labios sobre los suyos, que responden inmediatamente, como si hubiesen estado esperando ese contacto. La primera sonrisa de la mañana. Sé que ha abierto los ojos porque sus pestañas se entrelazan con las mías, pero tengo cuidado de mantener los míos cerrados. No quiero que nada distorsione este instante.
Juego de Espejos.
‘Se está muy bien aquí, ¿no crees?’ me dice. Hace quince minutos estamos sentadas en este parque mirando el cielo, en silencio.
Mirando el cielo. Quince minutos, y ninguna ha señalado la falta de estrellas, de rayitas en el cielo. Es cierto, no sabemos de dónde vienen ni qué son, de qué están hechas, si existen en todos los lugares en los que habita algún tipo de ser en este universo, o por qué hay estrellas todo el día; junto al sol, junto a las nubes, junto a las camas.
Pero tampoco sabemos de dónde venimos nosotros, y eso jamás lo cuestionamos.
‘Mena…’ susurra. Su voz es ahora diferente. No es de mujer. Para mí, no es suya; es más bien como la de una madre. Pero claro que es suya. O al menos, una de las suyas. Tampoco cuestionamos el que cambien nuestras voces constantemente. Hay personas trascendentales que sugieren que cada voz es el reflejo de lo que sientes, o de un lado de tu personalidad. Hay quienes dicen que somos varias personas a la vez, disparatados que opinan que hay personas con dos voces iguales en algún momento pues cada persona a quien pertenece una voz puede viajar de cuerpo en cuerpo. Mierda todo. Ella es sencillamente ella, nadie más. Gala. Aunque a veces se derrame y se desintegre por todo el lugar o sobre ella misma, es tan solamente ella como solamente yo soy yo, aunque jamás deje de decir ridiculeces.
‘Sí, se está muy bien aquí’ tampoco me identifico con mi voz, pero estoy más concentrada en el edifico que lentamente se evapora. Aunque sucede todo el tiempo. Ésta vez, se desintegra el edifico ISLA. Un edificio menos de investigación científica. Sea donde sea que estemos viviendo, éste lugar no hace muchas conexiones del tipo científico. Parece que le gustan más las gráficas y las gotas de pintura. En especial la pintura azul.
‘Mena, no. Escúchame. Sé que has notado que hay más colapsos de los habituales; y últimamente no hay estrellas ni hilos, no hay nada. No nos movemos.’ Ahí está. Lo ha dicho. Bueno, era de esperarse. ‘¿Estás oyendo?’
‘Lo he notado. Claro que lo he notado. Hay más muertes, menos relámpagos, el aire se hace menos denso. Lo he notado, Gala. ¿Qué pretendes que te diga? Puedo tratar de reconfortarte, pero sabes que, si esto va a acabar, entonces ya estamos muertas.
Se gira lentamente hacia mí. Si lo que hay en sus ojos es furia, tendré que correr entre las llamas. Si es tristeza, será mucho peor.
‘No se trata de eso. Intento decirte algo. Pero ya que lo has mencionado…’ se detiene. Veo el esfuerzo que debe hacer para mirarme a los ojos. Se acomoda los huesos del cuello y los de la espalda. Extrañamente, no se me paraliza el cuerpo esta vez ‘Tienes razón. Si hemos de desaparecer, creo que será en poco tiempo. Pero es precisamente por eso: si eventualmente el aire se hace muy ligero para hablar, quisiera que lo que me quede en el silencio no sean las ganas de haberte dicho esto.’
Creo que en su cabeza sucede algo parecido a lo que sucede en el ambiente. Me da la impresión de que no habla de estrellas y colapsos en nuestro cielo, sino en el suyo. Es más atemorizante que se desintegre solo ella a que nos desintegremos todos.
Puedo escuchar el ritmo disparejo de su corazón. Ha sucedido pocas veces, por lo que me toma por sorpresa. Pero sé lo que significa. La miro a los ojos, aunque quiera evadirme, y noto que dentro de sus pupilas no solo está mi reflejo, sino también una imagen de algo tan sólido como la piel de sus dedos entre los míos. Abre sus labios para exhalar un suspiro, y es entonces cuando logro darme cuenta: dentro de ella hay un universo tan tangible y real como el que ambas habitamos, con hechos, leyes, personas, sentimientos, neuronas.
No puedo evitar preguntarme si dentro de mí sucede lo mismo; si quizá nosotras seamos parte a la vez del interior de alguien más. ¿Qué estará sucediendo en todos aquellos posibles lugares?
Que extraño es pensar en el infinito cuando alguien frente a ti se desvanece con cada pestañeo.
Así que vuelvo a ella, a sus palabras, antes de que ella, o yo, desaparezca.
‘No quiero que me lo digas. No con una voz diferente, que pueda no ser la tuya. Dímelo con algo que te pertenezca, para que no pueda ser cambiado nunca’
Cuando lo hace, con los ojos, con las manos, con la lengua, con la respiración, temo no poder decírselo yo. Así que la abrazo, y preparo las cuerdas vocales para que no emitan tonos sino sentimientos.
Y mientras las palabras se apagan, mientras hacen eco en sus oídos, aparecen más estrellas de las que jamás se han visto con luces que lastiman los ojos. Hay líneas blancas en el cielo que parpadean y dejan caer hilos que, sin ser sólidos ni intangibles, cortan la materia, los ladrillos, las calles, nuestros cuerpos. No hay nada poético, no es hermoso. Viene la asfixia, las miradas desesperadas. Si hay un poema, está en sus pestañas. Y luego, nada.
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