NO ES AMOR. ES ADICCIÓN
Tranquila —dijo él —es algo que no podemos ni queremos evitar. Ella cerró los ojos y suspiró nerviosa.
En el mismo instante en que él empezó a besarla, ella, aún con los ojos cerrados, empezó a notar correr la vida por sus venas. Sintió nacer el dulce cosquilleo que le producía la novedad de ser besada por alguien que nunca antes la había besado. Le gustaban sus besos, lentos y suaves y pronto la sensación de nerviosismo se fue disipando. Abrió los ojos y miró los de él: ojos color pardo llameantes invadidos por unas dilatadas pupilas que denotaban placer.
Él acarició con suma ternura sus pechos y a ella se le erizó el bello de toda la piel. Sus pechos antes más bien puntiagudos, se redondearon como si tuviera frío. Nada más lejos de la realidad. Sintió un temblor que recorrió todo su cuerpo. Empezó a suspirar de manera entrecortada y advirtió un leve mareo.
Él la volvió a besar y con cada beso y con cada nueva caricia, ella notaba un zumbido en los oídos, mezclado con mil sensaciones inexplicables más.
—¿Qué estoy haciendo? —musitó ella mientras se retorcía de placer.
—¿Por qué está tan bien cuando está tan mal? —continuó farfullando.
Él le puso un dedo en los labios indicándole que guardara silencio. Ella no se pudo contener y pidió más.
Entonces fue cuando él la giró con un brusquedad y la puso boca abajo. Le sujetó las muñecas y empezó a besar su espalda. Luego fue bajando hasta las nalgas y con sus manos las masajeó como él sabía que a ella le gustaba.
Ella volvió a ponerse boca arriba y entrelazó las piernas alrededor de su cuerpo. Le cogió la cabeza y acarició su pelo. Hundió la nariz en él: le encantaba su aroma. Su olor corporal también era un perfume embriagador que hacía que todas las hormonas que regulaban su sexualidad se revolucionasen.
Él la volvió a besar, pero sus besos ya no eran besos. Eran como pequeñas descargas químicas que hacían que cada vez estuviera más excitada. Empezó a perder el control de sí misma y entonces él la penetró y fue como estar en una montaña rusa que sube muy alto y luego al caer produce una sensación de miedo, alegría, libertad y dolor. Todo a la vez, todo fugaz, pero de lo más intenso.
Y ella ya no era ella, y él ya no era él. Eran los dos unidos bailando desnudos. Y entonces todo fue Tango, Jazz y Blues.
Entonces al fin se encontraron en el mar y era como ser empujados por la fuerte marea: las olas los ponía a su capricho boca arriba, boca abajo, de espaldas, de lado. Hasta que después de un largo vaivén, estalló la tormenta y fue estruendosa, hermosa y llena de pasión.
Y en ese momento ella le abrazó muy fuerte y empezó a reír y a llorar al mismo tiempo de gozo y felicidad. De culpa y de tristeza. Y él la miraba sorprendido, no con los ojos, sino con todo el cuerpo y por un momento ella quiso creer que la entendía.
Después de que la tormenta pasara llegó la calma y la quietud. Sus cuerpos se separaron y dejaron de hablar: se perdieron entre las sábanas.
Justo entonces llegó el arrepentimiento y se tumbó al lado de ella mirándola con ojos acusadores.
Él lo notó y asiéndola por la cintura la atrajo hacia sí. La abrazó, le dio un beso en el cuello y le susurró al oído: —Ven aquí pequeña. Todavía estás conmigo.
Entonces ella, se aferró al arrepentimiento con resignación, luego cerró los ojos y se durmió.
By Helena Práxedes.
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