Ueo ueo ueo, escribir sin ganas, escribir con los ojos semicerrados en gesto de tarambana y lo mismo: esperar que surja alguna cosa, calentar el músculo cerebral, exprimir la media naranja del corazón, bostezar como un condenado a sueño. A lo mejor tanta lectura pueda prender algún fruto futuro. Navegación en el sinsentido, en el nosense, a la captura de una historia como quién se unta los labios de miel para cazar una abeja con la lengua.
–Tonto, dice la voz acallada por el sueño (y que es la primera en despertar)–.
Comedia. Encontrar la comedia de las cosas, por ejemplo, de ese sueño de retardado, de ese cerebro de babosa. Se es más inteligente cuanto menos se piensa. Encontrar la comicidad de cada respiro. A Dios le gustan las cosas cómicas y dormidas. El sueño. El sueño. El sueño de mirarse en el espejo y gustarse o sentarse en la banca a no hacer nada, a esperar una especie de inspiración o de vida debida. Lo más importante bostezar a lo largo de dos o tres párrafos hasta que hierva el cerebro o hacer el ejercicio de bostezar sentado en el sillón café de cuero de mentiras. Repetir cómo se llama eso, preposiciones. Sobre todo de.
Hay alguna comicidad en el bostezo, un instante en que las pensaderas se cierran junto con los oídos y los odios. Ese aceptar que la vigilia tiene más fuerza que el sueño cuando otras veces es al revés. Proceso contrario.(Este tipo escribe parecido a J.J. pero así ya escribió jota jota y no tiene ningún mérito hacer algo igual que otro, porque por más que J.J. hubiera sido un genio, si alguien hace algo igual a un genio ya no es un genio, sino un tonto obediente, disciplinado).
Los párrafos ya van armándose de manera mentirosa semejando coherencia. Lo mismo de siempre. Pájaros. No puede empezarse nada sin hablar de los pájaros, no puede escribirse nada sin que un por ejemplo toche se pare en el árbol de naranja limón, sin que los otros canten lo que cantan, sus canciones de siempre, y lo mismo el insecto alado que a tanta gente le gusta. Y la vida es un interminable decir pájaro y mariposa y canto y lo mismo de siempre.
Fase de la desesperanza. Despertar siempre es la fase de desesperanza. Un cómico se perdió, muy aburrido o algo así. Lo encontraron. La calvaria sigue. Todavía bostezo. Lo mejor sale después de los bostezos. Lo mejor sale cuando el aire puede trasegar tranquilo y constante sin tener que hacer esas estaciones pulmonares. Lo más horrible es despertar y pensar que lo que se hace es una tontería. Sentirse desconectado, pensar que todo es obra del tabaco y la cafeína. Dejar de consumir ambos y enfrentarse en pelotas con la página en blanco.
Ínfima risa de ínfimo pulmón, de oruga, de saltamontes. Lo más parecido a una risa después de la anoxia del sueño. Los mismos temas. Respirar y cosas que vuelan. Una lluvia de hojas, no caer en la tentación de decir una lluvia de ojos porque no es verdad. Nunca más repetir lo del toche, ni hacer juegos de palabras como a trocha y moche.
Yo he creado todo esto. La verdad es que he creado todo esto. Una idea eficaz que se olvida con frecuencia. La mente está llena de ideas eficaces que se olvidan con frecuencia. Como la del lado cómico, como la de que he inventado todo esto. O no todo, pero mucho, una gran parte, a lo mejor hay diferentes grados de solidez del invento. Como en los sueños del origen. Prestado de una película, una idea prestada de una película. He creado todo esto.
Algunas creaciones mucho más sólidas como el cemento y los árboles y mi imagen en el espejo, no sé si el bengalí –en caso de que haya creado ese bengalí me felicito rotundamente–. Otras invenciones mucho más chambonas, mucho más… cómo se dice, mucho más chapuceras, mucho más mediocres, otras invenciones mucho más… he puesto a correr el programa del toche. Estoy en Matrix. Otra idea prestada de una película.
Pero iba en lo de las invenciones (la invención de morel) iba en lo de las invenciones, ¡déjame!… maldito pensamiento entre paréntesis, maldito pensamiento intrusivo, déjame. No me dejes. Vete a la mierda. Quédate.
Unas cosas me han quedado mejor inventadas como decía. El cemento y los árboles son mucho más constantes, mucho más sólidos. Si es que he inventado los pájaros –y dale– me felicito. Me gusta mucho ese invento.
Dios está en su nube mirando su invento. Dios no se siente tampoco satisfecho –tiene el don de la omniinsatisfacción– y mira sus inventos: “los pájaros bien, los árboles bien, el mar y el agua bien… mirá que bonito el rayo…” pero mira al hombre, y bueno, ha aprendido que no debe darse mucho palo, una equivocación cualquiera la tiene, hay que mirar también lo bueno, mirá esos pájaros…
Sí, lo de los pájaros es una obsesión, qué le voy a hacer. Acepto mi obsesión. Abro los brazos como los evangélicos en su misa con fervor y digo: “acepto mi obsesión”. Lo que más le jode a las obsesiones es que las acepten, cuando no, con más ganas se pronuncian. “¡gástame, gástame!” ruegan, obligan, pero como no las quieres gastar se enfurecen y aparecen como un niño fastidioso hasta que no le ponen cuidado, le dan su confite o –en ciertos hogares– su pela.
Sí, algo bueno ha salido ahí, mucha sabiduría para ser olvidada de inmediato. Mucha sabiduría efímera, sabiduría de perfume. Estarse echando a cada rato y siempre una sabiduría distinta porque en la variedad está el placer. Nadie quiere ir por ahí con un perfume como una foto oliendo siempre a lo mismo sino que la gente se sorprenda y que cada vez seas uno distinto. Un perfume para los zapatos cafés, otro para la camisa de cuadros, una sabiduría negra para los días de sol, una sabiduría ingenua para las tardes de plomo.
Café. Ya habíamos hablado sobre dar gusto a las obsesiones. Las compulsiones reclaman el mismo derecho. Y un poco de aquel rojiblanquiamarillo que venden en los negocios. Innombrable, una persona de bien no anda en coqueteos con la Philip Morris. Pero entonces leer la cosa y desconectarse después de la ida a la cocina, dos cucharadas de café, el agua desesperada hirviendo en el tarro, con ganas de mearse del calor y bueno, la infusión –prohibido hacer juegos de palabras, esto es una cosa seria y las cosas serias no juegan–.
Ahora estoy pensando en el mono Rhesus, en mostrarle mi rabo de colores para que me deje entrar a su selecto círculo de catadores de manzanas… así somos. Así somos todos menos yo que no puedo ser porque la imagen, tú sabes, cosas ingenuas que no se pueden publicar, nada de cosas escandalosas, pequeños desperfectos de la perfección obligada.
¿Por qué me salen estas cosas? Este rayo de la cola, este olor como a frambuesas, estas muecas de las que se ríen las abejas que me inundan la cabeza por dentro?… no importa, pura y satánica entretención de fueves por la tarde, canicas intentando acertar en el hoyo en el recreo de la oficina.
Verdades amentirosadas de pantera. Chiste, ¡ay no!, ¡esto no puede ser! ¡hay que ser serios, tener un objetivo, metas parciales, entregar un producto envuelto en moños negros y caja cuadrada!…
Yo quisiera detenerme pero no puedo, demasiado para un encantador de olas. Ahora mi meta es acallarme y cuanto más lo intento más me salen estas cosas de los dedos; mientras más intento poner la tapa, más se cuela la espuma por la boca, más se derraman los hielos del congelador, siempre arriba.
Y sí, voy a seguir, qué me importa, he dejado de juzgarme por completo y he decidido jugarme por completo. Contra el uno o contra el infinito… por fin encontré esa dicha y dichada manera de no pensar, palabras tontas como abejas –No. No hay ninguna comparación posible entre la tontería y los animales–. Palabras tontas como personas de biblioteca. No. Como una persona que le han trasplantado un computador en la cabeza, un sofisticado programa que entra por los ojos, nada de hardware ¿me entiendes?.
¿Qué busca la mirla ollera debajo del pasto?, deben ser hormigas porque tanto picoteo…. .
La cosa es que uno está pensando en alguien y es una cosa que hay que equilibrar porque si todo se hace por la mirada del otro –me he puesto psicoanalista–, si todo se hace para posar en la mira del rifle del ajeno… termina volviéndose demasiada tontería. El equilibrio justo entre extruir lo que se necesita y lo que el otro a lo mejor necesita o desea o quiere o le interesa, o… ¡no más!…
Yo lo que estoy tratando de decir es que. No. Lo que la mirla ollera (turdus innobilis) trata de decir es que mucha nada y mucho de todo en proporciones iguales. Mucho de esto que, puesto en el platillo izquierdo de la balanza se compensa con lo mucho de aquello, aunque a veces pesa un poquito más esto que aquello o viceversa y entonces ahí tenemos movimiento, una piedra que rueda (rolling stone) proclive a llevarse personas y tarros de basura por delante, como el coco gigante de Indiana.
Y ahora se acabaron lo urogallos y la pava se hartó de maíz y se fue al nido.
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