—El marcador señala 2.372.518.372
La respuesta del largo número dejó sin aliento al analista de datos Semionov.
—¿el número es estable? —interrogó el supervisor
—Va reduciendo, señor. En el momento de nacimiento del sujeto, el número era de 2.835 unidades menos. Desde el comienzo hubo reducción. Al principio pensamos que se trataba de un ajuste cuántico, pues la disminución era de unas pocas unidades, pero pasados los minutos hemos visto un patrón claro, mire usted mismo la gráfica —y estiró la mano con un papel que mostraba una línea diagonal descendente de izquierda a derecha, acompañada de un pequeño cuadro con números y un breve análisis de no más de cien palabras. Al darse plena cuenta de su presteza, en su semblante apareció un aire de orgullo; el supervisor no lo notó.
—Así que el cambio ha sido de 2.835 unidades. Y siempre en disminución. El patrón está claro, la función marcada es prácticamente lineal… aunque no por completo… ¿Cuánto tiempo tenía de nacido el sujeto cuando fue tomada esta muestra? —preguntó el supervisor arrugando el entrecejo y sin alzar la mirada del papel.
El analista de datos Semionov encorvó la espalda, un gesto inconsciente de fastidio que solía manifestar ante la incompetencia de algún compañero o superior. El tiempo de nacido era el primer dato mostrado en el cuadro de análisis que se suponía su supervisor estaba revisando con detalle; además, el eje de las “x”, que representaba el tiempo, mostraba la variación que había tenido el número – representado en el eje de las “y” – minuto a minuto, y marcaba un notorio “28” al final del segmento analizado en la gráfica.
— 28 minutos, señor —respondió sin aludir a la presencia repetida del dato en el papel que no dejaba de mirar su supervisor, y reprimiendo un suspiro de tedio que se tuvo que tragar.
El silencio posterior le pareció muy largo. Decidió intervenir de nuevo.
— En este momento tiene… déjeme ver, ¡32 minutos de nacido! Y mire —dijo señalando la pantalla frente a la incubadora —el indicador en tiempo real muestra que ha seguido disminuyendo, unas 400 o 500 unidades más en estos últimos cuatro minutos, y no deja de bajar de forma casi constante.
El supervisor no miró la pantalla. Le entregó el papel y salió caminando sin decir nada en dirección de donde había venido: su oficina personal, amplia y con una silla cómoda, no como el cubículo exiguo del analista de datos Semionov en el que se veía obligado a agazaparse para sus análisis.
—Señor —gritó con fuerza, como tratando de encontrar venganza dañando, o por lo menos incomodando, los tímpanos del supervisor.
—Sí, Semi —replicó su jefe en voz baja y sin dejar de alejarse
Odiaba que usaran el absurdo recurso de los diminutivos en los nombres, en especial si se trataba del suyo.
—¿Quiere que usemos El Dispositivo con el próximo sujeto recién nacido?
—¿Y qué otra cosa esperaba Semi? —esta vez se giró y lo miró para hablarle— Recuerde que la modificación de El Dispositivo es nueva, y que este es el primer sujeto con el que lo usamos en esta versión. Con una muestra de un individuo es imposible saber el significado del número.
—Pero señor, El Dispositivo cuenta con un único lector, conectarlo a un segundo sujeto de prueba significaría dejar de tomar los datos del primero. Una muestra tan corta en el tiempo también puede carecer de significado real.
El supervisor entornó los ojos, avanzó con excesiva lentitud hacia el analista de datos Semionov, le puso la mano derecha en el hombro izquierdo, y le explicó con exagerada condescendencia:
—Semi, tenga en cuenta que se trata de un dispositivo cuántico, no sabemos cuánto tiempo seguirá funcionando sin presentar saltos. No tenemos la menor idea de lo que nos está mostrando ni lo que quiere decir el dichoso número. Una vez nacido el próximo sujeto, tome un último compendio de los datos del otro, e inmediatamente – dijo esta palabra separando cada sílaba – cambie El Dispositivo al recién nacido. Continúe así, sin importar si el lapso entre parido y parido es de media hora o menos.
El supervisor sonrió, le dio la espalda al analista de datos Semionov y se alejó dando pequeñas zancadas que parecían saltos de satisfacción. Las orejas del analista de datos Semionov tardaron aún algunos minutos en perder el color rojo por la sangre acumulada. Era la zona en donde habituaba alojarse su rabia reprimida.
Suspiró y siguió trabajando. Entre tarea y tarea echaba una mirada al número, que iba cambiando en tiempo real y que no dejaba de reducirse continuamente. Comprobaba también con regularidad el estado del niño, que seguía dormido. Estaba así, mirando el ser vivo del interior de la incubadora, cuando llegó la enfermera corriendo a advertirle que en cinco minutos nacería un nuevo sujeto. El analista de datos Semionov saltó de su silla y con agilidad felina ultimó los preparativos para el cambio de sujeto. Las indicaciones a la enfermera fueron claras: una vez cortado el cordón umbilical, y verificado el buen estado de salud del recién nacido, deberían traerlo de inmediato. El sujeto 1 sería retirado de la incubadora – no sin antes haber oprimido la tecla que tomaba el último sumario de los datos – y remplazado de inmediato por el sujeto 2, que empezaría a ser analizado unos pocos minutos después de haber nacido. El sujeto 1 iría a otra habitación, en la que sería sometido a los estudios rutinarios del laboratorio, hasta cumplir los siete meses de nacido, edad en la que sería devuelto a sus padres, si es que estos aún mantuvieran el deseo de conservarlo. De lo contrario, sería remitido a otro laboratorio: el de estudios de la primera infancia; y luego, dependiendo del resultado de los múltiples estudios, pasaría a entrenamiento militar, o al colegio de adiestramiento para el estudio de comportamiento social; o iría a parar a alguna institución científica menor en la que sería entrenado desde muy joven para trabajar como supervisor en alguno de los tantos laboratorios del país; o quizá fuera desechado, expulsado al exterior y condenado a una existencia de exposición salvaje. El analista de datos Semionov no tuvo tiempo de pensar en nada de esto. Las ocupaciones previas al cambio eran múltiples, y ya ayuda que le prestaban los analistas Junior que tenía a cargo era más estorbosa que útil.
El cambio se dio como se esperaba. Era una niña. Una vez que se retiró al sujeto 1 de la incubadora, el indicador mostró un cero. El número cambió una vez el sujeto 2 fue depositado dentro. Esta vez el número inicial fue 985.671.388 y de inmediato comenzó a disminuir, también continuamente y a una cadencia que con una simple ojeada superficial estaba claro que era muy parecida a la del sujeto anterior. Pero el analista de datos Semionov era un científico, tenía que corroborar con datos sus apreciaciones subjetivas, por lo que una vez puesto el sujeto 2 dentro de la incubadora, presionó el botón que iniciaría con el registro de datos: tiempo transcurrido y variación del número segundo a segundo.
Lo llamaban “El Dispositivo”, una aplicación cuántica que no ocupaba ningún espacio físico porque estaba alojada en la nube y que, si bien nadie en la tierra tenía la capacidad real de hablar con propiedad sobre los detalles de su funcionamiento, había servido para múltiples propósitos en los más destacados descubrimientos científicos de la modernidad: la confirmación de la existencia del alma humana, la decodificación del complicado lenguaje con el que se comunican las aves, el descubrimiento del mecanismo para conocer el actuar criminal de una persona antes de que llegara a hacer efectiva su transgresión, el hallazgo de un método para predecir el clima con una eficacia del 100%, la ratificación de la existencia de civilizaciones tan o más desarrolladas que la nuestra en por lo menos 387 planetas en la porción observable del universo, y muchos otros más.
El Dispositivo revelaba información muy valiosa para la humanidad. Las aplicaciones que se habían creado a partir de sus hallazgos constituían la base del estilo de vida y de los avances a grandes saltos que la especie había hecho en los últimos doscientos años – tiempo en el que se había usado El Dispositivo, después de su descubrimiento accidental en un laboratorio experimental sueco –. Solo tenía dos problemas, que nadie se había atrevido si quiera a intentar resolver por miedo a estropearlo: Su uso estaba restringido a un solo lugar y a un único momento, y daba “saltos cuánticos” cambiando su aplicabilidad sin previo aviso.
Lo primero representaba un inconveniente no solo en la limitación de la escala de los avances científicos, también representaba un problema de derechos sobre quién debería usarlo y en qué momento. Al principio el uso fue exclusivo de la institución a la que pertenecía el profesor Wember, precursor en el uso de El Dispositivo, pero luego de su muerte el debate sobre el derecho mundial de su uso llevó a la implementación de “la ley mundial de rotación”, en la que se establecían tiempos de cinco años, durante los cuales diferentes instituciones acreditadas alrededor del mundo se iban repartiendo el derecho pleno de uso de El Dispositivo.
El segundo problema era un poco más complicado. Podían pasar temporadas de años de estancamiento. Los científicos sacaban provecho de lo que fuera que estuviera indicando El Dispositivo, y luego tenían que perder tiempo esperando a que un día cambiara su aplicabilidad y pudiera continuarse con un estudio diferente. Otras veces el lapso de tiempo no era suficiente para lograr establecer algún descubrimiento útil y, entonces, El Dispositivo cambiaba de aplicación en lapsos que incluso habían llegado a ser de pocas horas.
El Dispositivo había estado en el Instituto Para La Ciencia de San Petersburgo, especializado en estudios de fecundación y primera infancia, durante los últimos dos años, periodo de estancamiento sin ningún tipo de hallazgo relevante. El salto cuántico se había dado. De inmediato, la atención se había volcado hacia la investigación de las posibles nuevas aplicaciones producidas por el cambio. La búsqueda no era fácil, podría tratarse de cualquier cosa y debían probar con todo tipo de receptores y lectores. Para este caso, solo cinco días después del salto cuántico, se logró determinar con total seguridad que los receptores eran humanos. No era la primera vez que sucedía; en el caso de la demostración de la existencia del alma humana, por ejemplo, El Dispositivo evidenció, a través de la detección de un tipo de radiación de onda corta hasta ahora desconocida – y bautizada desde entonces radiación bío – que era emitida por las personas (y algunos animales) y que se “escapaba” con el viento, atravesando objetos sólidos, una vez el sujeto de prueba analizado moría.
La decisión en el Instituto ruso había sido aprovechar los sujetos de prueba empleados en sus estudios habituales para efectuar las mediciones proporcionadas por el cambio en este nuevo salto cuántico. Para esto, habían conectado su computadora cuántica más potente – en donde se “alojaba” El Dispositivo – a una incubadora, la cual fungiría como receptor de la señal emitida por los humanos: bebés sujetos de prueba recién nacidos.
El analista de datos Semionov, exhausto debido a las arduas jornadas de trabajo de los últimos días, se estaba quedando dormido en su escritorio cuando la enfermera entró gritando:
—Otro, viene otro. Ya lo están preparando.
—¿Preparando? ¿Ya nació? Maldita sea, por qué no vino antes.
—Lo siento señor, no estaba previsto el nacimiento tan pronto. Es raro, pero sucede que a veces las madres… —no terminó, pues el analista de datos Semionov le indicó con un movimiento rápido que le ayudara con el proceso de cambio.
Otra enfermera se acercó con el nuevo sujeto, que miraba el mundo con ojos muy abiertos y los movía en todas direcciones. Era el quinto recién nacido del día que sería estudiado. Se hizo el cambio. Cuando el sujeto de prueba 5 fue introducido en la incubadora, el número que apareció en la pantalla de la computadora llamó la atención del analista de datos Semionov: 7.221. Los anteriores números eran del orden de los miles de millones, o a lo menos de los cientos de millones. La sospecha que había empezado a tener sobre el significado del número a partir del sujeto 3, acompañada de la pequeña cantidad que vio, lo hizo estremecer.
Pasado el primer minuto el número estaba en 7093. Pasada media hora había bajado hasta los 3.457. El analista de datos Semionov parecía estar seguro, y, sin embargo, no lo comentó con ningún otro miembro del equipo, delegados todos de forma exclusiva al análisis puro de los datos, él era el único en la sala encargado también de la parte operativa del cambio de sujetos. Por su puesto, nadie había dicho nada. Todos esperaban tener una muestra de miles o al menos cientos de sujetos para poder emitir un primer juicio. Sin embargo, él ya se había formado su juicio, y estaba esperando a que el contador llegara a cero para confirmarlo.
Cuando el contador indicaba 1.108 apareció la enfermera anunciando un nuevo nacimiento. Entonces el analista de datos Semionov, sobresaltado, pidió a los demás miembros del equipo esperar a que el contador llegara a cero:
—Para corroborar una teoría en la que he estado pensando y que puedo confirmar fácilmente si esperamos a que llegue a ce…
—¡No! —interrumpió otro de los analistas de datos —las instrucciones del supervisor fueron claras. El cambio se debe dar de inmediato.
—Al ritmo que está bajando tardará a lo sumo 10 minutos en finalizar —dijo sin convicción, previendo una derrota; había visto que uno de ellos había atravesado la estancia y ya estaba entrando en la oficina del supervisor. Vendría y lo “haría entrar en razón”
—Semi, por favor retírese y vuelva mañana, la jornada ha sido muy larga para usted —expresó en voz grave y autoritaria el supervisor.
—Pero señor…
—Por favor Semi, está interfiriendo con la investigación y con el método apremiante planteado por las directivas del Instituto.
Prefirió rendirse rápido para evitar ser expulsado y poder quedarse a ver cómo los demás veían que tenía razón y que no habían permitido que quedara un registro de lo ocurrido:
—Le ofrezco mis disculpas, señor. Haremos el cambio. Pero por favor quédese unos minutos más, solo le pido 10 minutos a lo sumo, para que escuche lo que tengo que decir y vea con sus propios ojos la demostración de mi teoría sobre el significado del número.
—Esta bien Semi. Dígame lo que tiene que decir— masculló entre dientes el supervisor mientras acercaba una silla —Pero no tarde, tengo asuntos que resolver. Diez minutos.
Se hizo el nuevo cambio y el analista de datos Semionov pidió a la enfermera que se quedara, le acercó una silla, arrastró una para sí, y se sentaron los tres formando un pequeño circulo. La enfermera sostenía en su regazo al dormido recién nacido. Los demás analistas de datos continuaron trabajando, con la mirada absorta en sus computadoras.
—y bien Semionov, ¿a qué se debe la necedad de hacer quedar al sujeto y a la enfermera? ¿Es necesario?
—Sí, señor. Es necesario. Verá usted, cuando el sujeto fue retirado de la incubadora, el marcador señalaba 930. ¡El número indica la cantidad de latidos disponibles que le quedan al sujeto antes de morir! Si usted ve bien los datos —y le alcanzó un manojo de hojas que el supervisor no miró —el promedio de disminución en el número, en todos los sujetos en conjunto, es de 123,87 por minuto. Es la media aproximada de latidos por minuto para un recién nacido en reposo. Los sujetos 1, 3 y 4 mostraron números del orden de los miles de millones. Con aritmética sencilla podrá ver que se traducen en una esperanza de vida normal aproximada de entre los 60 y los 80 años. El sujeto 2 mostró un número menor, que revela una muerte temprana en la juventud. Pero este sujeto, el 5, hace unos minutos ¡le quedaban menos de 1.000 latidos disponibles! ¿Ya ve usted por qué no quería que se le sacara de la incubadora? Ahora no tendremos el registro de su muerte, la cual se daría a un mismo tiempo con la llegada del contador al cero.
Un aire de satisfacción recorrió el espacio desde el analista hacia el supervisor.
—¡Si es cierto eso, quiere decir que desde que retiramos al niño —señaló a la enfermera— le quedan apenas unos minutos de vida!
La enfermera miró al niño y su semblante se turbó. Nada en la apariencia del sujeto indicaba que se fuera a morir en contados minutos.
—7.5 minutos si tomamos como dato el promedio, señor. Poco más, poco menos, pues sabemos que la frecuencia cardiaca no es regular
—¡Por eso la función no es completamente lineal! Por eso los saltos —dijo alzando la voz y llevándose una mano a la frente.
—Así es, señor. Y como desde que lo sacamos ya han pasado poco más de 6 minutos —explicó mientras miraba un cronómetro que sacó del bolsillo de la bata— el sujeto está entrando, o ya entró, en su último minuto de vida.
La atención de los demás analistas de datos se orientó hacia la escena. Los tres se pusieron de pie. La enfermera puso al niño en el coche-incubadora en que había traído al otro, y le tomó el pulso. Seguía vivo, pero notó algo extraño.
—El ritmo cardiaco está disminuyendo. Ya está demasiado bajo.
Arrancó el equipo resucitador de la pared y, ante la mirada atónita del supervisor que entendió que ya era demasiado tarde para cualquier intento de volver a ingresar al sujeto a la incubadora conectada a El Dispositivo, esperó a que cesaran por completo los signos vitales, para iniciar con la maniobra.
Después de varios minutos la enfermera declaró muerto al niño. El analista de datos Semionov trató de disimular el alivio y alegría producidos por el acontecimiento, pero no pudo menos que darle unas palmadas en el hombro del consternado supervisor, reprimiendo la frase que luchaba por no dejar escapar: “se lo dije, ve cómo tenía razón.”
El analista de datos Semionov habló alto, intentando ocultar la emoción que lo invadía, y delante del cadáver del sujeto:
—Todos los hombres, antes de nacer, tenemos determinado el número exacto de latidos que durante nuestras vidas nuestro corazón ha de palpitar.
Al decirlo, tuvo a la vez deseos y miedo por probar el dispositivo en su propia persona. El supervisor, al parecer, lo pensó primero y se le adelantó. Cuando el analista de datos Semionov decidió acercarse a la incubadora conectada a El Dispositivo, el supervisor ya había sacado al sujeto de prueba entregándoselo a la enfermera y miraba dubitativo el interior.
—Metiendo una mano debería ser suficiente— dijo el analista de datos Semionov.
El inspector pareció no escucharlo, pero de inmediato introdujo la mano derecha en la incubadora.
—1.008.258.
—En tiempo, semi.
—Unos diez años, señor. Si tiene una vida calmada, con bajas pulsaciones —señaló esto último en tono burlón.
—¿Quiere probarlo usted? —dijo el supervisor con una mezcla de alivio (porque aún le quedaban años de vida) y amargura (esperaba que fueran más)
—No estoy seguro, señor.
Caminó hasta el receptor de señal de El Dispositivo. Frente a la incubadora abierta, con la mano lista, el analista de datos Semionov escuchó la alarma que indicaba que El Dispositivo había dado un salto cuántico. Respiró aliviado.
FIN.
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