Todo era un caos; explosiones de artillería enemiga por todo lado, hombres cayendo heridos o muertos por donde vieras, los oficiales gritando sin parar «carguen, adelante, ataquen» y yo en medio de una trinchera apunto de ser destruida y herido de mi mano derecha. Los latidos de mi corazón parecían de locomotora y la sangre salía por montones. Sin embargo las pulsaciones de mi mano eran leves y con pausas, era como codigo morse; punto, descanso, punto punto, descanso, punto descanso punto. Era extrañamente relajante y placentero, al punto de hacerme recordar la noche en que Kate y Yo hicimos el amor por primera vez; cuando dejé mi mano reposando sobre su pecho por accidente sintiendo una armonía y alegría indescriptible, como si estuviese durmiendo al lado de un ángel. Esa noche, cuando me di cuenta de lo que hacía retiré mi mano hacia su vientre perfecto pues sentí una vergüenza extraña y sin razón. Pero como si ella pudiese leerme la mente la agarró con la mayor suavidad y ternura posible para ponerla de nuevo en su pecho. Las semanas antes de que me enviasen al frente me decía continuamente que ese gesto, mi mano sobre su pecho, la hacía sentir protegida y segura. El día que tuve que irme me pidió que la abrazara como aquella noche para sentirme allí con ella y yo sentirla aqui conmigo.
La fantasía me duró poco y de nuevo en la realidad el escenario era igual o más caótico. El medico me vendaba la mano para llevarme a la retaguardia, fuera del frente, pero el oficial al mando me gritaba una y otra vez que saliera de la trinchera, que no me limitaba un disparo en la mano. Él era uno de esos oficiales que te hacen desear ser los negros de la cocina que ser un soldado libre a sus ordenes; era estricto e injusto a la vez, exigía retos imposibles de cumplir y se rumoreaba que a la mínima rabieta te mandaba a una corte marcial con cualquier excusa para que te condenaran a ser fusilado por deserción, automutilacion, propaganda derrotista o lo que fuera.
Mi herida había sido provocada por un francotirador que le habia fallado a mi cabeza guiándose por la luz del cigarrillo que me fumaba, no era automutilacion ni mucho menos, pero podía alegarse que si. No iba a arriesgarme a que ese tirano en el cuerpo de un oficial me matara enviándome a una corte marcial, asi que le hice caso y salí de la trinchera con mi rifle. Además tenía razón; yo era zurdo, un tiro en la mano derecha no era un impedimento.
Una vez afuera era más de lo mismo, lo que había vivido una y otra vez en los 3 meses que llevaba esta guerra; un ejército resistía y otro cargaba con toda furia hacia el enemigo para ganar unos escasos 500 metros de territorio. El truco de la guerra no estaba en ser el valiente para tirarse a capturar la tierra de nadie, el truco estaba en ser lo suficientemente paciente para esperar que el enemigo cargara con toda su furia y asi eliminarlo de una vez por todas. En este caso nosotros éramos los impacientes que querían más, y eso no era una buena noticia. Era un recorrido de apenas 200 metros, y se sintieron como los más largos que recorrí en mi vida.
Al llegar a los 20 metros, un proyectil de mortero atravesó la cabeza de quien tenía al lado; a los 40 metros me tiré a un hoyo provocado por otro proyectil para encontrar cobertura. Desde ahí solo oía gritos de guerreros dispuesto a morir por un pequeño trozo de tierra inservible, guerreros por cuyas venas solo corría la rabia y el odio por el enemigo. Vi como caían muertos con el último gesto de haber cumplido ese gran honor que era morir por su patria. Aquel espectáculo no respaldaba mi opinión sobre aquella guerra, no era una matanza de hombres inocentes que solo seguían ordenes y deseaban volver a casa; no, aquel era un sacrificio de hombres dispuestos a dar su vida en vano con tal de tener la oportunidad de llegar a las lineas enemigas y matar a algún boche. Muchos de mis compañeros de trinchera habían perdido a algún hermano, padre, madre o amigo a causa de los bombardeos alemanes a nuestras ciudades; por eso era comprensible para mi que la gran mayoría buscara venganza y se viera motivado por ese sentimiento para salir a la tierra de nadie a dar su vida.
Yo por el contrario no buscaba venganza, no tenía deseos de matar o morir por otros. La razón por la que me encontraba en aquel infierno iba muy lejos de mi voluntad, mi deseo siempre fue quedarme con Kate; amarla y hacer una vida juntos era lo único que buscaba. Y esa fue mi motivación para quedarme en aquel hoyo ignorando a mis compañeros que corrían furiosos hacia el enemigo. Y habría resultado, de no ser por el oficial que en primer lugar me había ordenado salir al combate; ahora me ordenaba seguir el avance.
A los 60 metros ya no había lugar donde esconderse del fuego de artillería, a los 80 metros estabamos a tiro de las ametralladoras enemigas. Solo para entonces era consciente de la realidad, de aquel infierno nadie saldría con vida. Pero mi esperanza seguía firme bajo el penaamiento de que mi suerte era tan grande que había llegado a la mitad del tramo sin un rasguño. A los 100 metros una alambrada de púas nos impedía el paso, al cortarla y avanzar 10 metros la mitad de las tropas habían caido; incluido el oficial al mando. A los 120 metros se dio la prden de retirarse hacia las trincheras, y al darme la vuelta sentí un piquete de avispa caliente y relajante. Un piquete que en vez de hacerme retorcer del dolor solo me aflojó todo el cuerpo para caer en el asqueroso lodo en tierra de nadie. Lo último que vi fue el hermoso rostro de Kate en las nubes de aquel cielo gris, y lo último que escuche fue un “te espero en casa”.
Cuando me di cuenta de lo sucedido ya era muy tarde, cuando cerré los ojos para dormir sabía que no volvería a despertar. Morí aquel día, morí de la única forma que no deseaba; en un asqueroso campo de muerte y por cuenta de un extranjero que nunca me conoció ni lo haría. Pero morí actuando de la mejor forma que pude en aquel mundo al revés. Donde por matar te daban medallas en vez de castigos, donde intentas descansar en el día para atacar de noche y donde una herida de bala en una mano o pierna es la mejor bendición y un regalo para volver vivo a casa. Morí en ese mundo al revés actuando con la mayor normalidad posible, sin matar a un igual.
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