Llegaron dos hombres en moto a un bar que yo administro. Pude observar que tenían ropa muy fina y una moto de modelo viejo. Me pidieron que sirviera dos cervezas a la mesa donde se sentaron. Después de que los atendí, me dio curiosidad de escuchar sus conversaciones, así que me hice el inocente detrás del mostrador. Intenté, intenté, hasta que pude escuchar lo que hablaban:
-Le presté dos millones de pesos a el Brayan para su negocio
-¿Y si ese man se nos tuerce y no paga ese dinero jefe?
-Hacemos que pague. -Respondió el prestamista, antes de aspirar el humo de su cigarrillo.
– ¿Qué hacemos jefe? ¿lo torturamos? ¿le pegamos? ¿lo matamos? ¿qué hacemos si ese man nos falla?
-¡No señor! A ese hombre no me lo vas a tocar ni con el pétalo de una rosa. – Respondió el prestamista, inhalando el humo de su cigarrillo nuevamente – A ese pobre hombre donde nos llegue a fallar, hay que hacerlo sufrir y hacerlo arrepentirse por haberse metido con nosotros. Pero maltratarlo o asesinarlo directamente sería una salida para cobardes. Seríamos muy compasivos con él.
-¿Por qué jefe? no te entiendo nada.
-En vez de lo que dices, si él nos llegase a fallar lo tomaremos con su familia: sus padres, sus hijos, sus hermanos. Iríamos eliminándolos uno a uno. Hacerlo sufrir con cada pérdida, hasta que ese pobre hombre no pueda más y pierda el valor de su vida. Así él por su propia cuenta decidirá suicidarse.
Después de terminar las dos cervezas, me cancelaron la cuenta, se despidieron de mi y cogieron su moto, (Calimatic roja modelo 99), la prendieron y se fueron acelerando a fondo. Desde ese día no he dejado de pensar en Brayan, que así no lo conozca y mucho menos a su familia, de todo corazón le deseo fortaleza para poder pagar esa deuda.
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