AMAR DESDE EL DOLOR

AMAR DESDE EL DOLOR

SILVIA MONTES

08/06/2017

Si hoy fuera el día en que habría de partir, puedo decir, gritarlo: yo viví.

Viví de prisa y muchas veces plena. Viví despacio y muchas veces necia; rocé la gratitud en algunos instantes y sé también de la tranquilidad y las sonrisas varias que al final representan ese concepto abstracto del que mucho se habla: ser feliz.

Daños colaterales por decisiones que a la distancia hoy sé pudieron ser distintas, y otras tantas que sé son lo mejor que pude decidir. También el universo, dios, jehová o el destino tomó algunas por mí: cuando no estaba en mi control la solución porque dependía en todo de un poder superior, cuando no me atreví a hacer lo necesario, cuando la oscuridad me gobernó y lo que decidí no era, por mucho, lo mejor para mí.

Conocí y viví en saciedad el amar, ser amada, de maneras distintas, varias veces; sé del placer sin freno e inmediato y de las consecuencias que más temprano o tarde se derivan de él y siempre alcanzan, aunque se corra rápido… sé de dañar y acariciar al alma y cuerpo, y de las maravillas y dolores que implica el tener siempre los sentidos abiertos…

Pruebas diversas, duras, a ya no pocos años de existencia. Varias son ya las veces que supe del dolor de un alma desgarrada, del sin sentido y la desesperanza… de la no defensión, del maltrato y traición, de la mirada endurecida por desesperación, del absurdo, del miedo.

Hace ya casi ocho años, toqué por vez primera las puertas del infierno cuando el hijo mayor (y en ese entonces único) de mi hermano, mi sobrino, murió de cáncer en el hígado, teniendo un año y medio. Acompañé su enfermedad: varias veces fui yo quien lo cuidó en sus quimioterapias y después, la agonía: murió en el hospital. Indescriptible, dura sensación. La muerte de quien amas no se supera nunca y el tiempo, buen amigo y aliado, ayudó a todos a calmar el inmenso dolor… la muerte es sólo física, y es lo único seguro que existe en esta vida.

Años después, con mucho miedo y la inseguridad que implica, viví la indescriptible y bella sensación de escucharla llorar su primer llanto al nacer de mi vientre. La magia y plenitud de amamantarla, de perder mi mirada en su primer mirada, de disfrutar primero sus sonrisas y ahora sus carcajadas, capaces de borrar toda pena; vivo el placer inmenso de caminar con ella de la mano y la felicidad inexpresable por la oportunidad de ser su madre y guía, por ya más de cuatro años… asumo plena la tarea, soy responsable de mi vida y me esfuerzo cada minuto por vivirla mejor, porque mi vida es de ella.

Y así como por ella vivo lo bello, bueno y libre del amor al amarla, supe de mí la peor opacidad que también vive y mora en el rincón más oscuro del alma, al creerla dañada.

Hace unos meses, en agosto del año que acabó el pasado diciembre, mi hija, una pequeña que en ese entonces tenía sólo tres años y seis meses de vida, me refirió ser tocada en su vagina y ano por su padre…

  • -¿Huele feo mamá?- , me preguntó, mientras ella veía caricaturas, antes aún de vestirla, cuando yo me acerqué a su vagina a oler el flujo verde que descubrí al bañarla.
  • -Sí hija, huele feo-.
  • -Es que tengo infección-.
  • -¿Infección? ¿Y cómo sabes tú lo que es una infección?-.
  • – Es que Melanie también tiene infección-.
  • – ¿Melanie? ¿Y qué tiene que ver Melanie con tu infección?-
  • – Es que cuando me toca, tiene los dedos sucios.-
  • – ¿Te toca?- dije, incrédula. -¿Quién te toca mi amor? Jyrki, dime mi amor, ¿alguien te toca tu vagina?-
  • – Sí mamá-.
  • – ¿Quién mi amor?-
  • – Mi papito…-
  • – ¿Cuándo te toca hija?-
  • – Cuando me baña, cuando me seca, cuando vemos “la guardia del león”, cuando se queda conmigo un ratito en mi cama…-.

Melanie es su hermana de quince años, hija de una relación anterior que su padre entabló, a la que mi hija, Jyrki, sólo ha mirado en fotos y conoce a través de un discurso. En ese instante, mi mente se nubló…

Acaricié su hombro, la distraje de la televisión y la vi fijamente, a los ojos.

No sé qué cara puse… supongo que la única que cualquiera pondría al perder la razón. En ese instante se acabó mi mundo… el infierno se abrió. Seguí explorando. Obtuve de ella información que me cimbró, al punto de sentirme mareada, casi desvanecida.

Con el peor dolor que he vivido, la más completa y absoluta desesperación y con la sensación de caminar sin rumbo, hice lo que debía.

Llamé a mi hermana Mily y le pedí que viniera a mi casa, de inmediato. Ella me consiguió a una abogada con la que consulté y aún lleva mi caso. En franca confusión y escuchando las voces de quienes me rodearon, tomé mis decisiones.

Separé a mi familia. Corté todo contacto de mi hija con su padre y también yo me separé de él de forma repentina y tajante, sin dar explicación.

Inicié un proceso penal por abuso sexual con agravantes, contra el hombre que alguna vez amé más que a nada en el mundo; me volqué en atender y acompañar a mi hija. Hice lo que debía.

No dormía, no comía, no podía respirar. Todo era angustia, incertidumbre, miedo, incredulidad.

Mi fuerza y mi coraje se pusieron a prueba; odié por vez primera. Odié con toda el alma… llegué a desear matar. Descubrí en mí sentimientos horribles, pensamientos nefastos, deseos de maldad. Completamente rota y desgarrada, daban igual madrugadas que días, era difícil hasta abrazar a mi hija… no puedo aún nombrar en su totalidad qué era lo que sentía.

Conté con el apoyo absoluto de amigos y familia que evitaron, esta vez y una más, que me volviera loca. Sujeta a muchas manos, caminando, de a poco y despacito, busqué el apoyo requerido para continuar… para mí y para ella. Encontré el lugar adecuado para que Jyrki fuera bien atendida, “Corazones Mágicos”, y también para mí busqué atención. El peso inmenso del rencor y el odio carcomían la esperanza y, una madrugada, llorando, devastada, hablando en crisis con Sofía, una de mis hermanas, ante el reproche y la incredulidad, acepté y abracé la imperiosa necesidad de perdonar…

Cuatro meses pasaron.

Él no perdió contacto. Me buscaba a pesar de que en mí no existía respuesta positiva. Él insistía, juraba por su vida que todo era un error. Me recordaba el padre que era para ella y me rogaba que viera en mi interior… soportó los desplantes, los insultos; sobrellevó mis ataques y furia. Vivió mi odio hacia él y vivió muerto en vida por la separación absoluta de su hija…

Y poco a poco, con la luz de quien decide dejar de odiar y perdonar aún a pesar de cualquier circunstancia, accedí a escucharlo. Y cuando abrí mi alma una vez más, lo encontré transitando el mismo infierno por el que yo paseaba, envuelto en el dolor del mismo oscuro abismo en el que yo habitaba… y comencé a dudar. Algo no estaba bien… algo no me “cuadraba”, algo no era verdad.

Fijamos un encuentro. Quería ver sus ojos; necesitaba estar con él una vez más y escuchar, frente a frente, lo que fuera que él quisiera decirme. Su mirada en la mía despejaría mis dudas. Decidí, de una vez y por todas, comenzar a escucharme y confiar en mí, sola.

Y porque así es la vida, temprano, el mismo día en que yo iría con él, acudí a una cita previamente pactada con la psicóloga que atendía a mi hija. Después de meses de tratarla en terapia y de evaluarla a fondo, concluyó que mi Jyrki no presentaba ninguno de los síntomas de aquellos niños que sufrieron abuso; ni uno solo. Diez años de experiencia en el tema y otros tantos de su preparación, la psicóloga experta concluyó: no hay abuso sexual. Existe un daño, sí, por manipulación. Alguien sembró en la mente de mi hija el discurso de abuso… y para la psicóloga, por motivos más que obvios y porque así sucede muchas veces, ese alguien fui yo. No entendí mucho de lo que Magda me decía y aún ahora, entiendo casi nada… pero entendí perfecto que mi hija no sufrió vejaciones por parte de su padre y eso, para mí, representó el restablecimiento de mi ser y del mundo.

Fui a ver a Sergio libre de cualquier mal, feliz por la mejor de las noticias y él las recibió. Lloramos mucho, nos pedimos perdón. Agradecimos juntos. Ese día, entre mi hombre y yo, sucedió un encuentro de almas que aman y se aman, aún desde el dolor.

Hoy, somos un equipo. Hoy él y yo luchamos mano a mano por construirnos un futuro, una vida, un mundo de nosotros y ella que se basa en el más puro amor.

Al decidir volver con él y rehacer mi familia, sin importar lo duro que esté siendo, enfrento la tormenta de ser juzgada, lastimada y herida por mi decisión.

Perdí el habla de la sobrina que más quiero. Perdí cualquier apoyo familiar y mis amigos dudan de mi juicio (una vez más). Alguien, una de mis hermanas, se atrevió a expresar que él me vuelve “retrasada mental” y que mi decisión es lo peor que puedo hacerle a mi hija, porque él no tiene nada bueno que aportar en su vida, independientemente de que no sea verdad el abuso sexual…

Entiendo que mi historia con Sergio les asuste y les cause conflicto; ha sido tormentosa y muchas veces fuerte. Entiendo, porque yo misma sé que hay mucho por cambiar. Pero me niego a lo que todos quieren con ahínco; me niego a separar a mi hija de su padre, y me niego, rotunda y terminante, a regresar al sentimiento que más daño me ha hecho: no volveré a odiar. Ni a él, ni a nadie más.

No sé qué rumbo tome o tomará la vida de pareja, ni sé si lograremos superar los embates durísimos que aún no acaban de pasar. Pero sé, sobre todo, que la verdad no se puede ocultar y aunque hoy no esté completa, a su tiempo, cuando sea el momento, sabremos juntos quién fue capaz de hacernos tanto daño, y la verdad, saldrá.

Sergio y yo estamos juntos, por ahora; Jyrki está muy contenta porque recuperó a su papito amado y aunque no ha sido fácil, ni creo que lo será, la vida recompensa los daños; hay siempre una razón para el vaivén buscando la esperanza, el porvenir, el bien… confío en los motivos de un poder superior para seguir andando, haciendo lo que mi alma dicta, en el ir y venir…

Si fuera hoy el día en que habría de partir, puedo decir, gritarlo: YO, ¡VIVÍ!

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