Odio a los perros

Odio a los perros

Daniel Leyte

07/06/2017

Imagina que vas a un parque y escoge una banca para sentarte. Un hombre de aspecto descuidado se acomoda a tu lado y de la nada te dice:

Odio a los perros. Entre más intento comprenderlos más sentimientos de desagrado siento. Me repugnan. Todo su cuerpo exhala malos olores. Pareciera que ni bañándolos a conciencia es posible quitarles la mugre y mal olor. Y ni hablar de sus ladridos ¡Son insufribles! Sin embargo, existe algo peor que sus gruñidos y su pestilencia corporal: el olor de su CACA. En mi opinión los perros reflejan lo corriente que es la humanidad, un montón de seres irrazonables, incontrolables y nada obedientes; aunque, los perros se distinguen por su lealtad lo que los hace un poco y, digo solo un poco, superiores a cualquier humano existente (esto no reduce en lo más mínimo mi odio en cambio, lo aumenta). Soy consciente de que vivimos en un mundo tan habituado a mirar perros por doquier pero ello no es pretexto para que cagen nuestras calles. Me dan igual los perros con dueños, mis quejas se dirigen a los callejeros. A esos mendigos, sucios y sarnosos pipecos. No hay nada más nauseabundo que mirar a un perro de la calle. Ocupan cada rincón con su repulsiva humillación y, lo que es peor, proliferan como si de ratas se trataran. Es curioso, cuando una rata se cruza en tu camino lo primero que intentas es aniquilarla, en cambio con tan solo mirar a una de esas bestias apestosas te acecha un raudal de emociones (si es que eres un tipo sensible, aunque esos ya no abundan) y la revelación es tan inesperada que poco a poco detienes el paso. Te observan y miran a los ojos, luego se acercan a ti moviendo la cola con la única esperanza que de su deshonroso y doloroso físico puedas ofrecerles un poco de tu compasión. ¿Qué es lo sucede? Los borras. Borras su existencia y continúas caminando. De niño tuve uno o dos ya no lo recuerdo. En mi pequeña familia era difícil que se permitieran mascotas, solo éramos mi madre, padre y yo. Tener una mascota era casi imposible pues no había quien se hiciera cargo del animal. Mis amigos si los tenían. Las familias de mis amigos eran copiosas, podía morir algún miembro y aún eran abundantes. Esa situación siempre me horrorizó. El solo imaginar que mi mamá o papá podían morir me quitó el sueño por varias noches. Cuando tengo la oportunidad de contarlo lo hago. Tú me inspiras confianza. Por lo regular es a los árboles a los que les cuento mis aventuras y miedos; cuando me aburro de charlar con ellos hablo con las nubes pero ellas parecen no prestarme mucha atención. Muy de vez en cuando puedo cruzar palabra con algún otro hombre. Sí, yo sé que dije que las familias de mis amigos eran numerosas pero olvide mencionar que en su mayoría mis amigos eran los borregos de mi vecino. Crecí en el campo rodeado por extensas llanuras cultivadas con maíz. Fui a la escuela de la región pero nunca me sentí como los otros chicos. Soy un tipo solitario. No fue por decisión propia, la gente puede llegar a ser muy cruel; los niños del lugar no me miraban con buenos ojos. Se reían y burlaban de mí. Me llamaban marica, joto y hasta… puto. Llegue a tener dos amigos. Uno de ellos lo conocí cuando yo merodeaba entre las hierbas y él orinaba. Nos hicimos buenos amigos. ¡Tan buenos amigos! Que teníamos una peculiar manera de demostrarnos cariño. Mi otro amigo, fue mi prima. Una regordeta de cabellos rizados con cara de pocos amigos…

Algo pasaba que ni con ellos podía sentirme en confianza para expresar lo que en realidad pensaba. Es extraño pero es más fácil para mí hablar solo. He aprendido a como a hablar conmigo mismo, es más no sé en qué momento adquirí la capacidad de comunicarme con las cosas. Así de la nada comencé a dejar volar mi imaginación y me sumergí en el mundo de los sueños para dejar que ellos me guiaran. Vivo más en la fantasía que en la realidad, y a pesar de eso no pierdo el contacto con el mundo real. Esta situación me agrada. Me hace sentir que no soy uno más entre muchos; no, yo soy único. Me gusta imaginar que una persona como yo se da una vez en la vida y jamás se repite. Si hay algo diferente ese soy yo. Destaco precisamente por ser inconfundible. …Debo confesarte que pese al gran odio que les tengo a los perros (rencor se vuelve cada vez más profundo) no me es ajena su aflicción. Me es difícil admitir y soportar la idea de ser capaz de sentir lastima por ellos ¡No hay nada peor que inspirar pena! La compasión no sirve de nada ¡De qué diablos le sirve al perro que sienta tristeza por él! Te contare un secreto, sino te interesa o eres de los que esperan descubrir una revelación te sugiero marcharte ya que no recibirás nada a cambio. Habrás de perdonar a un hombre como yo, al que ni siquiera conoces, por hablarte así, pero de manera humilde te pido por favor me escuches, sé que vas a disfrutar de la historia que te voy a contar. Muy bien, comenzare. La verdad es que no sé muy bien por dónde empezar; tampoco estoy muy seguro de cuándo y cómo comenzó todo. Sucedió una mañana de domingo, en realidad no recuerdo si ocurrió de ese modo lo que importa es que yo iba caminando me dirigía a casa y fue cuando lo vi. Era un bodrio más o menos del tamaño de un cerdo, quizás un poco más pequeño. El color de su piel oscilaba entre rosado y el purpura, supongo que ese color se debía a las numerosas llagas purulentas y la sarna que lo carcomía. Era asqueroso. Poseía un cuerpo de esos donde puedes apreciar las costillas debajo de la piel. Parecía ya viejo. Creo que en realidad se trataba de un verdadero perro viejo. Seguramente ya había sido muy maltratado antes de que yo lo conociera. Cuando lo observé no pude evitar detenerme. Lo miré por breves instantes, y luego me marché de ese lugar. Para ser franco fue más bien un acto de huida, quise ahorrarme la bochornosa situación de que el perro viniera hacia mí. Me alejé sin saber que camino seguí. Sé que crucé por un ¿parque? No estoy seguro, había arbustos… árboles. Existe la posibilidad de que después estuviera transitando por calles solitarias porque nunca vi pasar a nadie más (las calles eran como desiertos). De repente me detuve en seco y en ese instante respiré profundamente para aclarar mi mente entonces me percaté que algo se acercaba por detrás. Giré la cabeza y era el chucho. Fue un choque desorbitante, mis piernas tiritaban; tuve la sensación de estar sumergido en un estado soñoliento (no obstante la idea de que todo fuera un sueño no tranquilizaba a mi conciencia y aceleré el paso). Comencé a correr, a meterme entre las calles para perderlo pero todo fue inútil… Terminé en un callejón sin salida. ¡Me sentí acorralado! Se acercó. Y fue cuando pude notar que entre sus dientes sostenía un pañuelo. ¡Era mi pañuelo! (Se me había caído sin que lo hubiera notado). De ese modo intuí que si me perseguía esa criatura era solo para devolverme mi trapito y así es como yo y el tuso nos hicimos amigos. Lo llevé a casa. Lo deje a fuera para evitarme la bochornosa situación de escuchar los irritantes gritos de mi madre. Entré, mamá acababa de darse un baño. Tengo un gusto culposo. Una extraña fascinación por tocar su cabellera cuando está húmeda. Me acerqué a darle un beso (fue un mero pretexto para acariciar lo abundante y chorreante de sus cabellos). Luego subí a mi cuarto. Me asomé por la ventana para ver si el perro aún seguía a fuera; el pobre se recostó cerca de un poste. Esperé un largo rato. Esperé a que todos durmieran. Caminé con mucho cuidado para no tropezar, para no hacer ni un solo ruido, para que nadie notara mi presencia. Es curioso, entre más silencio existe más sonidos se pueden escuchar es como si la noche multiplicara la sonoridad de las cosas. Papá estaba muy cansado, podía oír sus ronquidos (En ese instante pensé en lo mucho que él trabajaba para que nada nos faltara, era necesario que soñara en paz, pronto abriría los ojos y tenía que levantarse descansado). Bajé hasta la puerta y la abrí con exorbitante cautela. Fui hasta donde el perro y lo guie hasta mi cuarto. Pasaron los días y nadie pudo siquiera imaginar lo que sucedió. ¡Nadie! ¡Absolutamente nadie! Se enteró que debajo de mi cama, daba refugio a una aberración. Cuando mamá salía era el momento donde le mostraba cada rincón de la casa: la cocina, el baño y el patio; a veces lo sacaba al parque y me ponía a platicar con él. Yo le hablaba y con sus ladridos me contestaba (eso le parecía terriblemente extraño a todos). Por las noches parecía no querer hacer otra cosa más que chupar entre mis dedos (cuando lo hacía venían a mi mente los chorreantes cabellos de mi madre; era como si yo estuviera pisando la cabeza de mi madre y sus mechones se metamorfosearan en tentáculos, y estos comenzaran escarbar por todo mi pie y al final no encontraran nada, prolongando así su búsqueda incesante). Es increíble lo fácil que es encariñarse, yo quise mucho a ese perro y después lo desprecié. Algo cambio tan de repente. Él hizo algo que me orillo a sentir que me daba igual que existiera en el mundo o que no existiera en absoluto. Se murió. Paso a mejor vida o al menos eso creí… Yo vi su cuerpo debajo de mi cama. Cuando una persona mure, lo primero que se hace es buscarle un ataúd y colocarlo con el rostro mirando hacia arriba, luego se le vela por varias noches para que el cadáver no se ponga de pie. Yo enterré el cuerpo sin ataúd y sin velar y de seguro tú pensaras, que tiene que ver esto con el relato, veras, puede ocurrir que un cuerpo sepultado sin seguir el ritual se pare y ande paseando por las calles sin recordar nada. La noche. Una noche. Todo era obscuridad. La luz de la luna iluminaba todo. Regresaba a casa. La luna era la más enorme que había visto en mi vida. Silencio. Pamm. Pamm. Cantaban mis zapatos. La noche emanaba un peculiar aroma. ¡Shhh! Susurraba el viento y de pronto… ¡Mis ojos no creían lo que veían! Permanecía sentado, con la cabeza recargada contra una pared, me aproximé para cerciorarme de que era él. Se sorprendió (lo más seguro es que al resucitar haya perdido la memoria). Trató de fugarse pero encontré la forma de ingeniármelas para encaminarlo hacia mi casa (El hambre es más poderosa que cualquier otra cosa). Lo subí a mi cuarto. El ruido del reloj era fuerte. Tic-tac-tic-tac… Eché un vistazo por la puerta para asegurarme que nadie se acercara. Lo miré y clavé mi mirada un buen rato; prendí la televisión para quebrar el silencio. — ¿Quieres lamer mis pies?— le pregunté, parecía querer contestar pero no conseguía emitir ladrido alguno. Tragó saliva y parpadeó. Permanecía allí, parado, no decía nada ni se movía. Si hubiera intuido lo que pasaría, habría optado por otra forma de actuar y, sin duda la historia hubiera tenido un desenlace totalmente distinto. –Promete que no te volverás a ir– No contestó. Pude su rechazo y lo golpeé. Una. Dos. Muchas veces. Coloqué mi puño en su boca, lo empujé hasta llegar a su garganta. Mi mano sangraba (debido a las mordeduras desesperadas del perro). Entre más mamaba, con más fuerza mi puño penetraba su garganta. Pude oír y sentir como vomitaba. Es curioso por un instante creí no estar presencia de un perro… El día. Un día. La luz del sol entraba por mi ventana. El tic-tac del reloj paró, dejó de funcionar. Todos dormían. Yo, permanecía debajo de la cama y espere a que mis padres despertaran. El resto de la historia ya te lo has de imaginar. Eso marcó en gran medida mi personalidad… He pasado mucho tiempo tratando de convencer a todos que Toto (así nombre al perro estúpido, si las cosas no tienen nombre entonces no existen, no son nada, ni siquiera pensamientos) era un perro… Ellos dicen que no lo era pero, ¿Acaso no solo se abandonan en las calles a los desgraciados perros? Y así, mi historia con el perro ha terminado. Solo es un resumen pero creo que te quedo claro. Siento que hayas malgastado tu tiempo. No soy muy bueno con las palabras… Solo quería desahogarme. Ha pasado tiempo desde aquel suceso y todos siguen sin entender. Todos quieren saber cómo sucedió, yo se los cuento y no lo entienden. Dicen que están perdidos, que yo estoy enfermo. Nadie lo entiende, nadie lo puede imaginar y solo yo sé que paso en realidad. Se levanta el hombre. Se marcha. Quizás te vayas del lugar o te quedes. Miras el reloj y te das cuenta de lo tarde que es.

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