Cuando el tiempo se encontró con lo efímero.

Cuando el tiempo se encontró con lo efímero.

Me encontraba atolondrado, sosteniendo con la mano derecha una lata de cerveza y un cigarro de mala calidad sometido en mi seca boca. Miraba desde la ventana de mi cuarto como el aguacero torrencial bañaba con su tristeza la tierra; eso era sinónimo de mal augurio, de excesiva reflexión, de hecatombe espiritual.

¿En qué pensaba? -Ah…recordaba cuando el tiempo se encontró con lo efímero. Impropio del azar, sucedió, y sucede, una única vez en nuestra irregular existencia. Ocho años habían pasado desde la última vez que había decidido entregarme a las pasiones del alma; era un chico inocente y taciturno, pero durante dicha época la paradójica «rebelión metafísica» hacía de las suyas en mis adentros, preludio de una inestabilidad que me convertiría en un ser diáfano al relacionarme social y afectivamente con otros sujetos. Ahora considero que lo hecho a mi única y antigua pareja, además de ser inconcebible y absurdo, fue más que un acto de despojo humano en contra de su integridad emocional, por eso lo mejor que pudo hacer para acabar su martirio fue alejarse permanentemente de la causa principal de sus malestares: yo.

Entregado completamente a la literatura, la poesía y la filosofía, no encontraba más que un refugio a corto plazo respecto al estado miserable que palpaba en mis venas. En los últimos meses, me había vuelto adicto a la poesía de Leopardi y a los escritos de Lord Byron; el primero por su epifanía fracasada del bien y el mal, el segundo por la podredumbre de su corazón, ya que tenía todo y nada al mismo tiempo. Mi única enfermedad, hasta la actualidad, ha sido la mediocridad, desechando parcialmente las pocas virtudes que sobresalían cada vez que tenía contacto con la naturaleza. Considero que en mi vida las dificultades materiales fueron y son casi inexistentes, en comparación al detrimento que cae como un ácido sobre mi alma, cada vez más desgastada por el paso de los años.

Mientras el transcurso del tiempo se tornaba cada vez más insoportable, dedicaba parte de los días y las noches a escribir textos sobre las complejidades del alma. Un amigo, el cuál aprecio mucho, sintió simpatía e interés por lo que escribía, publicando en su página web el material que salía de mis entrañas (personalmente, bastante miserable en contenido, pero animado para los lectores de dicha página). Fue entonces cuando encontré lo efímero; una estocada directa al órgano maestro del sistema circulatorio, el cual condensó las emociones muertas que yacían en mis pensamientos. Era una lluvia de color oscuro, con cabellos alargados como las raíces del árbol de la vida, una figura corpórea equivalente a la Cleopatra de los Egipcios. ¿Acaso el tiempo se puede medir con algún instrumento que no sea lo bello y lo sublime?

Perdí la facultad de hombre absurdo, no sé por cuánto lapso, poco importaba en realidad. No era más que una mecha esperando a su llama redentora. La poca lucidez se había ido al drenaje. Fui dominado por esa nimiedad que llaman los mortales con sumo desdén: me había enamorado intensamente de algo que no era de este mundo; corrijo, del universo. Sin embargo, el que entiende la definición radical del término «efímero» sabrá que esto duró no un santiamén, duró nada. ¡Ay! creía que el tiempo se media con el instrumento de lo bello y lo sublime.

Heme aquí, de nuevo, incompleto, al igual que este relato. Incapaz de recordarlo a la perfección, le pido disculpas al lector por las ideas tan vagas presentadas de inicio a fin. Tal vez necesite beber otro poco de cerveza, tal vez deba secarme las mejillas por la lluvia torrencial que cae desde fuera de la ventana, quizá estoy asqueado por el sabor tan malo que tiene el cigarro; no lo sé. ¿En qué pensaba? -Ah…recordaba cuando el tiempo se encontró con lo efímero.

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