Intentar definir la cultura colombiana es un reto sumamente enorme además de complejo, ya que cada región, departamento, ciudad y hasta pueblo tienen prácticas culturales que distan de sus vecinos más cercanos. Estereotipos como rolo, paisa, caleño, costeño, caucano, entre otros, constituyen una visión pluricultural, pero al mismo tiempo limitada de lo que hoy conocemos del panorama cultural colombiano. Esto es debido a la gran diversidad de culturas regionales, pero escasa identidad nacional que nos defina como colombianos.

No obstante, una cultura con la que nos han definido a lo largo de los años es la del narcotráfico. Hoy en día somos reconocidos (y definidos) como pertenecientes a la cultura narco. Desde la perspectiva de los colombianos, entendemos e identificamos a los actores de dicho mundo y pensamos que son diferentes a nosotros, pero ¿Hasta qué punto la narco-cultura define la cultura colombiana? Lo cierto es que somos narco, ya que reproducimos algunas de sus prácticas, pero no nos calificamos como tal por el hecho de no llegar al estatus social de éxito que otorga el dinero del narcotráfico. Por este motivo, el presente escrito tiene como propósito poner en tela de juicio los estereotipos y creencias sobre qué es ser narco y, pasando por la definición de la narco-cultura en muchos aspectos y sus consecuencias en la cultura popular.

Marx (1974) argumenta que existe el valor de signo y el valor símbolo. El primero define que un objeto tiene la capacidad de conceder un estatus, por ejemplo, ver a una persona llegar a su trabajo en un auto lujoso facilita la consideración de que es alguien con un cargo elevado, mientras que ver a alguien llegar en transporte público infiere que tiene un cargo bajo. Por otra parte, el valor de símbolo es el atributo concebido mediante los sentimientos, por ejemplo, un obsequio realizado por un amigo, ya sean botas, celulares u otros muchos objetos, los cuales no tendrían el mismo valor de símbolo que si nos los encontrásemos en la calle. Estos conceptos son claves para describir la narco-cultura en cuanto la ostensión de los bienes materiales, ya que los narcotraficantes, al tener a su disposición riquezas, se acaparan de objetos por su valor de signo: carros, mujeres, fincas y alcohol. Estos son gastos que miden un estatus social (tener billete. Por otra parte el valor simbólico se ve representado, no el dinero. Por poner un ejemplo concreto, las camándulas son parte de cultura católica colombiana, pero la diferencia entre el colombiano promedio y un narcotraficante yace en el material de dicho objeto. El colombiano promedio tiene una camándula hecha de materiales convencionales (sea cuerda, plástico, metal o, como mucho, plata), mientras que el narcotraficante tiene una de oro con incrustaciones de joyas preciosas. Este ejemplo muestra el estatus que se puede alcanzar ya que para ambos la camándula tiene valor de signo y símbolo, no obstante el valor de signo diferencia al “rico del pobre”. Pero el colombiano promedio no dudaría en enchapar la camándula aun teniendo el valor simbólico, dado que la cultura lo somete a una presión social de consumismo para mantenerse en un estado de ostentación, de no tenerlo sería relegado a una categoría peyorativa como lo es ser pobre.

“Juéguelo, gánelo y disfrútelo” es un eslogan muy reconocido por los colombianos. Dicho eslogan pertenece a la empresa Baloto que es la organizadora de grandes sorteos donde se puede ganar millonarias sumas de dinero. Estas cantidades son lo suficiente para que un colombiano promedio deje de preocuparse por generar ingresos. ¿Por qué Baloto ofrece tanto dinero? Me atrevo a responder que esto ocurre porque son demasiados colombianos los que concursan por una mentalidad facilista, con esto me refiero a que los hace creer que es relativamente poco “invertir” 2.000 pesos para que estos se pueden llegar a ganar 4.000 mil millones sin esfuerzo alguno y sobre todo debido a la “suerte”. Más allá del dinero la cuestión es la carga cultural que implica esto. En efecto, salir de la pobreza es la meta de muchos colombianos y por esto es que alguna vez en nuestras vidas pensamos en qué haríamos si ganáramos el baloto. Algunos viajarían, otros comprarían casas, otros se operarían, comprarían fincas o lo último en tecnología, adquirirían pinturas y esculturas carísimas con el fin de aparentar saber de arte. Entonces ¿Realmente nos diferenciamos culturalmente de esa categoría que denominamos narco?

Es necesario entonces definir narco-cultura, con el fin de demostrar su ejemplificación en la cultura colombiana. Por tanto ¿Qué es narco-cultura? Se da por entendido que la cultura es una experiencia que existe a través de prácticas de significación, rituales, narrativas, mitos, leyendas e imaginarios colectivos que consolidad y caracterizan a una cierta población. Dado este esbozo de definición, ser narco tiene su carga cultural. En palabras de Omar Rincón (2013): “Lo narco es tener billete, un arma, una hembra de silicona o un macho poderoso, no respetar normas, parlachiar (hablar en dialecto local), exhibir un exceso emocional y ostentar todo lo que se tiene” (p.6). Y es que hasta este punto parece ser claro que ellos pertenecen a otro mundo. No obstante, la cultura colombiana refleja estas mismas características: hacer lo que se pueda para salir de pobre, si se tiene plata es para mostrarla, querer una vieja que esté buena, no importa si es operada, querer pasar por alto la ley, entre otras tantas prácticas narco que realizamos.

Oscar Osorio (2013) dice: La imagen del narco se construye básicamente a partir de su origen social, la ostentación, el amor por la familia y la violencia como resultado de retaliaciones personales” (p.57). No obstante ser narco no solo consta de medir el éxito en mujeres, carros, fincas o licor, este estilo de vida en general es vivir de la apariencia. Esto se refleja en la narco-estética y gran parte de ella en la arquitectura, lo narco es salido de pueblo, pero los ideales que lo permean son de todo el mundo, sus casas llenas de tecnología como Estados Unidos, pinturas francesas muy caras solo por lujo, porcelanas chinas, esculturas griegas y hasta marcos romanos. Esta ornamentaria satura para el gusto del común, es muy diferente a la percepción “artística” de algunas personas de la “alta sociedad”, que ven con delicadeza los girasoles pintado por Van Gogh. Por otro lado, un pueblerino millonario ve tales pinturas como gustos de la clase alta sociedad y que se deben tener para ser incluido en su mismo estatus. Por tanto, es una celebración de la apariencia, además de construcciones de lujo gratuito que desprecian el valor propio otorgado a las obras de arte. Esta posición no dista mucho del colombiano promedio que concibe el arte y sus creadores como otra fracción de la sociedad, no es costumbre del colombiano promedio ver pinturas, esculturas, discutir sobre sus técnicas o materiales, ni preguntar las diferentes formas de arte que existen. Estamos atados a la corriente social, donde asumimos que algo es algo porque todo el mundo así lo concibe, claro es el ejemplo de la famosa pintura de El Retrato de Lisa Gherardini o más comúnmente conocido como la Mona Lisa, que es realmente famosa, pero ni hoy en día entendemos por qué ¿Será la técnica? ¿Sus materias? ¿Lo que representa? No, es famosa y punto. El colombiano promedio quisiera ir a ver esa famosa pintura y hacerse un selfie con ella, pero no por conocerla y querer entenderla, sino por una precisión social que conlleva a asumir la importancia de esa obra.

Otro campo que se ve permeado por la narco-cultura es la música con esto quiero decir que hoy en día los narcocorridos son canciones reconocidas y queridas por la cultura popular. Este género funciona de base para ser reconocidos, admirados e incluso justificados. Los discursos musicales de los narcocorridos crean una imagen “héroe” de y para el pueblo. En el gran repertorio de narcocorridos se encuentran canciones como “El agricultor” de Los tulcanes de Tijuana, la cual relata la historia de un campesino que logró salir de la pobreza gracias al cultivo de coca o amapola, pero ¿sabe el campesino qué pasa con su siembra luego de ser entregada? Lo más probable es que no sepa qué fines le dan los que compran su producción o se hace “el que no sabe”, porque a él sólo le importa poder ganar algo de dinero para sustentar a su familia y escapar de la difícil situación económica que tendría si se dedicara a cosechar papas maíz. Por este motivo, generalmente los relatos musicales hablan sobre el ascenso de un marginado, lealtad, escapes, traiciones, negocios en Miami y la vida lujosa, con el fin de para lograr una conexión con el oyente. Esta conexión puede ser percibida desde diferentes maneras: el rico que ayuda al pueblo en su infraestructura, el patrón que da empleo y cuida de sus allegados, el poderoso que no se deja ganar de las injusticias del gobierno. Esta conexión con el pueblo dio al género musical fama al punto de ser un factor común entre los colombianos.

Los narcocorridos también han sido sumergidos en el mundo del entretenimiento visual, siendo piezas claves en producciones televisivas ya sean series, novelas o películas. Un gran representante fue la producción de El cartel de los sapos realizada por Caracol televisión en el 2008. Esta narco-novela relata una historia de drama entre narcotraficantes, llena de odio, traiciones y lealtades. El tema principal de esta obra televisiva es El ratón y el queso, un segmento de esta canción es:

Mama siempre me decía, Ratón y Queso, amigos son

No te confíes en nadie, que el más amigo te da traición

20 litros de Acetona, un Microondas y un Garrafón

Y Qué mi socio en la USA, no se me tuerza, salga faltón

Este pequeño fragmento resume gran parte de lo hablado anteriormente respecto a los temas genéricos que tratan los narcocorridos, llevando la narco-cultura a otro factor de gran influencia como lo es la televisión. Muchos programas colombianos han sido dirigidos con este énfasis y relatan historias propias de colombianos promedio sumergidos en este mundo. Sin tetas no hay paraíso fue una producción que marcó a la población colombiana en la medida en que relata una historia que de alguna manera conecta a la población femenina con el mundo del narcotráfico, la posición de la mujer se puede ver de diferentes maneras, dos de las más usuales son “mujer trofeo” o la “patrona”.

Como lo muestra la telenovela Sin tetas no hay paraíso, la mujer representa un trofeo, y esta figura no es nada más que un acompañante para darle prestigio al “capo” por ende, su función consta de ser hermosa aunque se valga de cirugías estéticas con el fin de lograrlo. Catalina, la protagonista, vive paso a paso lo que es entrar en este mundo como un trofeo y para hacerse con dicho puesto necesita “tetas”. Este proceso muestra el comportamiento de los colombianos al ver la estética física como algo necesario. “Corregir” partes del cuerpo en pocos casos es netamente necesario, no obstante, las operaciones plásticas hoy en día se hacen por mostrar, es decir, por lo mismo que gastan su dinero los narcotraficantes, por aparentar y lucir.

Por otro lado, las “patronas” son mujeres que no constan de la belleza para llegar al estatus de trofeo, por este motivo se ven sumergidas en este mundo de manera más arriesgada y peligrosa haciendo de traficantes o comúnmente denominadas mulas, y de esta manera es como ascienden al estatus de “patrona” (Maihold, 2012). Sin embargo, de esta categoría no solo hacen parte las mulas sino también las mujeres que dado su contacto directo con el narcotráfico han ascendido a ser dirigentes de su organización. La narco-novela “La reina del sur” representa esa fusión entre la feminidad y la agresividad de un narcotraficante, conectando con la audiencia femenina pero al mismo tiempo enmarcando características “varoniles” de los capos en una figura femenina aparentemente tímida y frágil.

Estas maneras de mostrar diferentes comportamientos narco en los medios de entretenimiento han cumplido con el cometido de justificar las acciones realizadas por los narcotraficantes sean hombres o mujeres. Tal es el caso de la serie Sin tetas no hay paraíso donde la protagonista se ve inmiscuida en dicho mundo debido a diversos factores, sin embargo el elemento más influyente sin duda fue la situación de pobreza que aquejaba a la protagonista, por este motivo se vio en la necesidad de ser prepago (modalidad de prostitución con pago anticipado) con el fin de ayudar a su familia. Otro caso es el visto en El cartel de los sapos donde el personaje principal se ve envuelto en ese mundo por las amistades y malas decisiones.

Parecería entonces que la narco-cultura se inmiscuye en la cultura colombiana y la ha cambiado, lo cierto es que los colombianos han asumido prácticas narcotraficantes y no propiamente referentes a la ilegalidad. El colombiano promedio quiere ser rico, ostentar, tener mujeres u hombres, compartir sus riquezas con los familiares y en esto no se diferencia de los narcotraficantes. La música, la televisión, la estética y arquitectura son solo algunas de las características que el colombiano ha asimilado y reproducido, por tanto, ya hacen parte de su comportamiento natural. Así mismo los narcotraficantes establecen relaciones básicas de la cultura colombiana como la familia, los amigos y la religiosidad. Por tanto, se evidencia que el colombiano no es ajeno a la narco-cultura, pero tampoco hace parte de la misma. Mediante la asimilación de los estándares de éxito económico, el colombiano ha naturalizado que estos estándares se reproducen y miden en carros, casas o mujeres. No obstante, no puede alcanzar dicho mundo debido a que es improbable por no decir imposible, obtener cantidades exponenciales de dinero de manera legal. Pero que no puedan obtener esa capacidad adquisitiva de bienes o servicios no significa que no lo fuesen a hacer.

Bibliografía:

• CÓRDOVA SOLÍS, Nery. La narcocultura: poder, realidad, iconografía y “mito”. UNAM. 2016.

• MARX, Karl. El capital. Fondo internacional de Cultura Económica. 1974.

• OSORIO, Óscar. La Virgen de los sicarios y la novela del sicario en Colombia. Secretaria de Cultura del Valle del Cauca. 2013.

• RETAMALES, Jaime. Globalización del Narcotráfico, Narcocultura y Narcocorrido.

• RINCÓN, Omar. Todos llevamos un narco adentro – un ensayo sobre la narco/cultura/telenovela como modo de entrada a la modernidad. MATRIZes. 2012.

• SAUTER DE MAIHOLD, Rosa María Capos. Reinas y santos – la narcocultura en México. UNAM. 2012.

• VALENZUELA, José Manuel. Narcocultura, violencia y ciencias socioantropológicas. Desacatos. Revista de Antropología Social. 2012.

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