Hay un recuerdo claro
que predomina en lo escondido,
con dotes de júbilo alivio
y actos de dolores vengativos.
De labios de rosas rojas,
de dientes de blancas perlas,
transfiguradas en un magnifico gesto
que pareciera ir en contra de mis argumentos.
¿Qué puedo hacer yo,
insignificante mortal,
ante tan majestuoso gesto
que parece traído del cielo?
Sus largos cabellos
con armonía decoran el cuerpo
y sus lentes de otoño y cielo alteran
hasta al más seco de los sentimientos.
Y yo, hombre presuntuoso.
Miedo e inseguridad afloran
como cuervos que se jactan de las sobras
de un hombre con solo rimas y coplas.
El destino no puede
acomodarse a mis intentos,
pero lo que alguien si puede
es mantener un recuerdo
como un tesoro que nunca ha sido nuestro.
Y como esta vela que alumbra
mis intenciones en la penumbra,
esta idea persiste
a pesar de la amargura.
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