El constante empeño humano de porfiar a la muerte, en esta milagrosa y hermosa aventura que es estar vivo.

Para mi candela…

María Candelaria

La Candela

La candela figura resplandor, brillo, luz. Es el porta velas, el candelero, la lumbre. Antiguamente en muchas casas se usaban candelas con este fin, también se empleaban candelas en los mástiles de los buques para guiarse en sus viajes. En Centro América además se habla de “La Candela” para referirse a una persona astuta, fuerte, ingeniosa o cuando una situación está muy complicada.

Esta es una historia fantástica, como lo fue la vida de Francisco, que una y otra vez se embarcó en nuevas misiones a través del tiempo. Porfiando por todos los medios de cumplirlas, olvidándose de morir. Así, después de su último “Retiro” llega a nuestros días para vivir esta aventura.

Francisco fue un hombre atemporal, pero un hombre al fin, un ser humano; con sus yerros y miserias, aciertos y virtudes.

Todos, en este diario ensayo de ir viviendo buscamos nuestro camino. Cayendo y llorando algunas veces, otras de pie apuntando al mejor de los horizontes. Nadie está libre de esto, nadie que esté vivo.

Más allá de lo divino, acá en la tierra sólo nosotros tejemos día a día el frágil hilo de nuestro existir, por momentos con toda seguridad, otras tanteando; casi a ciegas. Igual que los personajes de este cuento, que se van “haciendo” según las circunstancias. Es en este punto cuando esta historia también podría ser real. El margen entre la ficción y la realidad en ocasiones se hace imperceptible.

Francisco acertó a llegar en un momento gris y oscuro de la historia. Trajo con él ideas singulares, descabelladas para algunos, pero ese fue su medio para cristalizar proyectos mayores y poner en marcha la “rueda”; esa que durante tantos años pulió, para que al rodar no tuviese ninguna imperfección en su avance.

La gente común notó que este cambio era cierto, que no les mentían nuevamente; que Francisco no era uno más de los de “siempre”. Es ahí cuando nace para muchos El Faro, La Luz, lo que ellos desde hacía tanto tiempo esperaban: “La Candela” que los guiase. El pueblo la necesitaba. Él, a su modo, fue La Candela.

La espera

Desde siempre los hombres han sido un suceso especial y singular, importante y único. Y esto también fue válido para Francisco, que en definitiva era un hombre; aunque muchos dudaron de su condición de ser humano.

Su historia no está maquillada ni pintada para hacerla más agradable. Él, como todos, cargaba miserias y virtudes, tentaciones y locuras; aciertos y errores.

Cada cual a su manera buscan el camino en la vida. Cada uno elige su método y como puede va peregrinando su existencia.

Y así lo realizó Francisco. No se sabe bien desde cuando, muchas veces lo hizo dinamizado por impulsos viscerales, instintivos, otras con calma y tranquilidad, pura razón.

También sabía calcular con exactitud y pragmatismo el mejor camino para obtener sus propósitos, ayudado por sus recuerdos de antiguas experiencias.

Poco importaban los medios cuando porfiaba un fin, porque en definitiva siempre priorizó sus intereses. De una forma u otra, nunca tuvo cautelas ni frenos hasta obtener lo que se había propuesto. Esto no lo hacía ni más bueno ni más malo, era así, eso era él.

Los sentimientos que él generaba no aceptaban matices. Algunos lo veían como un ángel, para otros fue el mismísimo demonio.

Siempre se especuló sobre su edad, más allá de su cronología real. Nadie sabía bien su origen, algunos dijeron que nació por el 33, hubo quienes decían que nunca nació, que siempre existió; y desde que el mundo es mundo él fue una parte constituyente del mismo; otros aseguran que llegó a las islas hace unos seiscientos años, desde algún rincón del mundo.

Al parecer, Francisco, había decidido tomarse una tregua en el delta, para reflexionar, deseaba ordenar sus ideas y descansar. Sus últimos años habían sido muy intensos y agotadores.

En lo que nadie discrepa, es en el aspecto de este personaje: alto, delgado, huesudo, cabeza aerodinámica, su nariz con un olfato selectivo, preciso y exacto, mucho más agudo que el mejor de los sabuesos. No era una simple nariz, no, era como una peña saliente; un escollo que dividía su cara, siendo un radar carnoso para captar los aromas de su preferencia, con un alcance efectivo de varios kilómetros. Un punto de referencia en su rostro se buscaba más arriba o abajo, a la izquierda o a la derecha de la nariz de Francisco. Por encima de ella, a cada lado, como un tajo, se marcaban sus ojos, como los de un águila al acecho: verdes, tornadizos, entre la claridad de las hojas y la oscuridad del mar profundo. Su cabello, color paja, se proyectaba hacia atrás de su cabeza en forma de pera, a sus lados dos orejas prominentes, daban cierta aerodinamia al conjunto, esto era de mucha ayuda para su particular caminar corriendo. Sus piernas largas, como tacuaras gruesas, devoraban metros en su andar.

La isla fue, en los últimos siglos, su hábitat natural, tratando siempre que ese experimento de ir viviendo le funcionase; aunque fuese un borrador corregido de manera cotidiana, él a su manera lo logró.

Algunos decían que era un aborigen Querandí, sobreviviente de la matanza española en la Conquista. Para no ser muerto como un roedor, huyó hacia las islas de enfrente. Cuentan que se mantuvo escondido durante cientos de años, mimetizándose como fauna autóctona de las Lechiguanas. Siempre pensando como viviría y que haría, luego que volviesen a llegar buenos aires a la región.

Nunca nada le fue fácil. Pese a esto, primero se fue aclimatando a esta región del mundo, y más allá de las adversidades cotidianas que tenía que enfrentar; poco a poco sintió que ahora ésta era su tierra, su geografía. Muchos años después hablaba del lugar donde residía: como su patria… la que sería su Gran Patria.

No sufría por la soledad, se había acostumbrado a ella; pero si lo martirizaba la diaria rutina. Le gustaban más los inviernos, con sus días cortos. El frío dolía, pero era un dolor más breve. Los veranos le resultaban agobiantes, pesados, lentos. Él rehuía a actividades intensas, pasaba casi todo el día aletargado; pero igualmente terminaba cada jornada exhausto.

Nunca se alejaba demasiado de un pequeño cofre que había traído a la isla. Construido de madera y bronce, ahí guardaba viejas cartas, mapas, documentos, pliegos, títulos y pergaminos. Casi a diario, al atardecer los releía, eso lo hacía sentirse más cerca de su pasado; no olvidarse de él. Pero también contenían datos imprescindibles para su futuro…en las próximas misiones. Cuando por alguna razón debía alejarse demasiado lo escondía bajo la arena.

Pasaba sus jornadas procurando sombra todo el día, se cubría la cabeza con un rudimentario gorro de paja que aumentaba su aspecto extravagante.

Diariamente caminaba hasta la orilla, descendía por la endeble barranca, de arcilla y arena, daba unos pasos y con el agua en sus tobillos contemplaba el río; como esperando una seña, algún indicio que le indicase que su retiro había finalizado; que podía volver.

Su piel ya estaba curtida, con un bronceado tan intenso, que seguramente nunca se volvería a aclarar del todo.

Dormía mucho, como escapando del calor que lo laceraba. Alrededor de las nueve de la mañana, de diciembre a marzo, abría sus ojos. El sol ya estaba alto y hacía un calor agobiante, se desperezaba, descubría su mosquitero, y miraba el cielo de un azul penetrante. Daba dos pasos fuera de su choza rudimentaria, hecha de juncos y algo de paja entrelazada, pero tenía que regresar presuroso cuando el suelo arcilloso estaba ardiente. Muchas veces volvía con las plantas de los pies quemadas y repletas de ampollas, con esa temperatura cada movimiento le resultaba excesivo y extenuante.

Desde temprano la sinfonía de las cigarras lo ensordecía…y conforme avanzaba el día el sonido era más intenso; lo que por la mañana era un ruido insoportable, al atardecer era mil veces peor.

Día tras día, mes tras mes, se sucedían los años; Francisco a pesar de sus innumerables dificultades para soportar este “exilio”, impasiblemente y despreocupado esperaba su “día”, sabía que finalmente llegaría. Tuvo tiempo, mucho tiempo para pensarlo.

Comentan que cuando no estaba huyendo entre zanjones y arroyuelos de las asesinas espadas Españolas, se sentaba bajo un sauce y durante horas, abstraído; recordaba antiguas misiones en las que él había participado muy lejos de ahí.

Mientras tanto el Paraná seguía su curso; como los sucesos en sus orillas. Sentía que eran tantas las historias vividas, o las vidas de esas historias.

A veces su cerebro no distinguía con exactitud la realidad de sus recuerdos o la engañosa red de fantasías. Entre ambos el límite era más delgado que un fino hilo; cuando esto sucedía se le nublaba la vista, era a su manera, un particular dejavu. En esos momentos, pensativo, se tomaba la punta de la nariz con su índice y pulgar.

Los meses pasaban haciéndose años, aislado, en total soledad. Él, para no tener que contabilizarlos mentalmente, fue haciendo una marca en el tronco de un gran ombú por cada inundación que anualmente se repetía y tapaba media isla.

Hizo del inhóspito lugar, su residencia. Sobrado de tiempo, recorría a diario su inmenso jardín, como él le decía; por una alfombra de helechos por momentos, o sobre pastizales verdes amarillentos. Realizaba largas caminatas entre juncos, totoras, laureles y espinillos; apartando a cada paso lianas y enredaderas. Caminaba con cautela entre las traicioneras Yararás; que muchas otras veces atacaron sus tobillos.

Marchaba unos kilómetros y se detenía, luego observaba, expectante, más allá de las orillas o barrancas; para ver si asomaba alguna carabela u otra nave, dependiendo la bandera de ésta, él daría la bienvenida o emprendería otra vez su huída. Mientras tanto, en sus diarios paseos buscaba con qué hacer su comida; a veces atrapaba algunos peces, caracoles o tortugas.

Y los días se iban sucediendo, uno por uno. Año tras año.

Recorría la laguna interna, donde bajaban patos, gallaretas, garzas y biguás. Otras veces se sentaba a meditar bajo un añoso ceibo al borde de la barranca, próximo a la precaria choza que había construido bajo un gran sauce. Y desde ese punto divisaba casi toda la costa.

Se hizo un experto en la fauna isleña, conocía la hora de la salida de sus cuevas de las comadrejas coloradas, o la del juego de los lobitos de río en la costa, observaba a los yacarés cuando intentaban hacerlo presa; como él quiso siempre atrapar a los tímidos ciervos, pero jamás lo consiguió. Era en ese momento cuando se resignaba en recuerdos y evocaciones de esas épocas en las que los había saboreado.

Al atardecer veía algún carpincho nadar; pero antes de que oscureciese volvía, cauto, a su barraca. Llegada la noche aumentaba su mesura; aunque en ciertas circunstancias era por entero valiente, en este medio le brotaba pánico por las alimañas. Su verdadero pavor lo constituían los yaguaretés. Varias veces fue sorprendido por alguno en medio de un pajonal, y luego de largas corridas debía subirse a algún árbol para no ser atacado; pero era muy paciente, disponía de todo el tiempo del mundo, podía estar horas colgado de alguna rama hasta que el yaguareté, el tigre americano, desistía de esa captura, de él.

No fue simple vivir en este medio, a veces le era sumamente hostil. La naturaleza se expresaba de miles de maneras, algunas eran agresivas, pero no tenía más opciones que la resignación…y la espera.

A pesar de todo él lo soportó. Mientras tanto, pensaba, reflexionaba…aguardaba obstinado su “regreso”.

Hubo años más llevaderos que otros. Nunca le inmutó el tiempo, pero si lo hería la desolación. Todo dolía más estando sólo, sus dolores siempre fueron más crueles en aislamientos. Y así fue transcurriendo esa existencia en soledad.

Los inviernos, con sus días grises y ese frío húmedo, cortante, que se hacía más insoportable en los días de lluvia; con el helado viento del este trayendo más gotas de río. Con la llegada del verano nada cambiaba, él seguía ahí, sólo, ahora con un calor asfixiante; que crecía en intensidad mientras avanzaba el día.

Su monotonía le pesaba más que un ancla gigante, y en cada nuevo amanecer su peso aumentaba.

Cierto día, unos canoeros Chaná llegaron con noticias esperanzadoras.

Ellos pescaban islas adentro, a unos diez días de donde él se encontraba. En esa ocasión le hablaron de un joven blanco, que estaba prisionero en la tribu con la que ellos canjeaban sus productos.

Cuando Francisco supo esto lo halló oportuno para cambiar su rutina. Aunque sólo fuese una solución temporal, corrió hasta el arcón escondido en la barranca, ya no recordaba cuando fue; pero lo había encontrado semienterrado en la arena de la costa. Seguramente provenía del naufragio de una nave española, en su interior había una gran vela blanca. Francisco, presuroso, cortó un trozo de la tela y escribió un mensaje con un improvisado lápiz de carbón.

A través de los canoeros le envió una nota escrita en la tela al posible náufrago. Casi dos meses después regresaron los pescadores trayendo la respuesta de la misma. Francisco la tomó impaciente y ansioso, rápidamente fue hasta su choza para leerla tranquilo. La contestación estaba en la otra cara de la tela donde él le había escrito por primera vez, se sentó y leyó.

Era un joven grumete, tocayo suyo, que había servido al Piloto Mayor Juan Díaz de Solís quien a principios de 1516 fue atacado, junto a su tripulación, por una tribu muy belicosa que, según creía, sus captores habían eliminado al piloto y algunos compañeros; a él lo hicieron prisionero. De esto hacía ya un par de años. Su nombre era Francisco del Puerto. Su letra se hacía cada vez más pequeña por falta de espacio, pero le resumió que si bien no lo hostigaban demasiado, era como un perro más en la aldea.

Al principio, al leer esto, Francisco se apenó del joven, de su situación. Pero luego se tranquilizó, si bien era español, no corría ningún peligro; el grumete estaba cautivo, no le podría infligir ningún daño.

Dentro de las limitaciones del momento y dados los escasos medios con que contaba, la correspondencia y la comunicación fue fluida; usando la tela de vela como papel.

Los canoeros, siempre puntuales, realizaban solícitos su tarea, llevar la tela escrita por Francisco, traerla con la contestación del cautivo.

Francisco le comentó que él no era prisionero, que estaba allí radicado en forma provisoria, le aconsejó que no desesperase, sugiriéndole tener paciencia y coraje. Le explicó que no podría llegar hasta él por la enorme distancia y dificultades para hacerlo. Luego cambiaba de tema, y en la “carta-vela” le contaba de su isla, de sus días. No quería extenderse demasiado, ni sincerarse y confesar el miedo que tenía a los conquistadores hispanos.

Y así, sin conocerse se hicieron amigos en el “retiro”; durante casi ocho años más siguieron escribiéndose, contándose sus cosas y como transcurrían sus vidas.

La vela se estaba agotando cuando recibió un último mensaje; fue allá por 1527, Francisco del Puerto le contaba que había sido rescatado por la expedición de Sebastián Gaboto, irían hacia el norte, que si él lo deseaba podía sumarse a la empresa; se dirigían a la conquista del legendario imperio del Rey Blanco.

Francisco se apuró a contestar rechazando y agradeciendo la propuesta, le explicó que no podía porque en los próximos cinco años tenía ineludibles compromisos y otros planes. En realidad lo embargaba mucha aprensión de volver a ser encadenado en una carabela española, y de vuelta a pasar años engrillado en el fondo de la nave.

Y esa fue su última “carta-vela”, jamás volvió a saber del grumete.

Tiempo después ya no sabía si esto era un sueño o en realidad lo

había vivido. Fueron tantos los años, que sus fantasías a veces lo engañaban.

La incomunicación se fue haciendo interminable. Mientras tanto él seguía reflexionando, en un agitado remolino, sus ideas.

A cada día le sucedía la noche, y con el atardecer llegaban los mosquitos; su máxima tortura durante cientos de años. Caía el sol por el oeste, y por el este veía aproximarse una nube negra, eran sus enemigos: los fastidiosos insectos. Al principio sólo incordiaban, luego lo fueron torturando cada día más, no había forma de evitar sentir mil agujas clavarse al mismo tiempo en todo su cuerpo. Sus ataques se fueron haciendo insoportables. A la mañana siguiente de cada embate, mal dormido y nervioso, con todo su cuerpo marcado como después de un sarampión, se sentaba bajo un sauce a pensar como defenderse. Algo tenía que hacer, debía hallar una solución. Primero intentó cubrir su piel con arcilla, que al secarse lo hacía parecer una vieja estatua resquebrajada. Esta protección le era útil en las primeras horas, los mosquitos chocaban contra esa improvisada armadura sin dañarlo, luego, al ir endureciéndose, sentía el dolor de mil tenazas en su piel, y corría desesperado hasta el agua para quitarse su arcillosa cubierta.

Después de mil intentos, y decenas de años, consiguió hilando juncos de paja brava hacerse un mosquitero. Desde ese momento, logró dormir sus noches enteras, tranquilo; pero no fue simple la tarea. Al principio, cuando buscaba fibras para hilarlo, tomaba la paja brava a “contra-hoja”, rasgando profundamente las yemas de sus dedos. Dolorido y gritando abandonaba su intento; y más gritaba al comprender que estaba sólo y nadie lo escuchaba. Después de unas horas los extremos de sus manos parecían rojas ciruelas: maduras, hinchadas a causa de la infección, y más le dolían, y más gritaba.

Conseguía los juncos más largos para hilar en las zonas de agua estancada, descalzo caminaba hacia ellos; a veces no daba más de diez pasos y caía de rodillas, paralizado, pálido, poniendo su boca como la de un pez… una furiosa raya le cortaba el paso clavando profundamente en su talón el ardiente arpón. Y ahora hacía el camino inverso, volvía gritando hacia la orilla, otra vez más gritaba por saberse sólo. Y luego permanecía días sin poder caminar, con un terrible dolor en la pierna afectada; pero igual, tenaz y porfiado, lo intentó una y otra vez. Finalmente logró hacer su mosquitero. Ya habían pasado más de veinte años… seiscientas rayas, y millones de mosquitos.

Hacía muchos años que ya había desaparecido el peligro de los conquistadores. El río, con sus islas, era ahora un lugar más calmo y pacífico. Cierta mañana, muy temprano, divisó sobre la arena una gran caja de madera, que seguramente había caído de alguna nave. Corrió hasta ella y al revisarla halló cientos de libros, algunos franceses o españoles, otros italianos o alemanes. En ese momento se sintió el hombre más feliz del mundo; adoraba leer. Uno por uno los fue mirando. Apenas leyó cinco renglones de “El Príncipe”, de Nicolás Maquiavelo quedó atrapado. Escondió el resto en una cueva de la barranca para luego analizarlos.

Caminó hasta el viejo sauce con el libro en su mano y se sentó para leerlo. Le parecían sabias las palabras de Maquiavelo, casi pensaban igual en muchos temas. Releyó el libro durante cientos de años, esperando su momento, su nuevo tiempo.

Siglos después, una mañana muy temprano, cuando vio que la situación estaban más calma, soplando un buen aire, y habiendo desaparecido el peligro de los invasores hispanos, decidió volver. Comprendió que esa era su hora.

Colocó sobre el fuego el cofre con sus documentos que tanto cuidaba, y al comprobar que sólo quedaban cenizas, las tapó con arena, ya había memorizado cada letra de los escritos. Eso le facilitaría cada uno de sus nuevos emprendimientos, eso y su perpetua estrella guía.

Miró en las cuatro direcciones como despidiéndose del lugar que lo había alojado durante tanto tiempo, respiró profundamente, sonrió, arqueó sus cejas; y camino hacia la ribera. Subió a un grueso “Camalote-Bote”, la corriente misma, después de unas horas lo depositó en la costa, en la que ahora se había edificado una ciudad.

En este momento es cuando se inicia su historia urbana.

La llegada

Aseguraron testigos haber estado presentes en la playa del regreso, del desembarco. Atemporal, como si nada hubiese sucedido, como si los años no hubieran transcurridos, descendió de su endeble embarcación, con muy buen aspecto, hasta parecía más joven.

Sacudió con una mano la arena de los hombros de su Bleizer azul; con la otra sostenía su libro espantando los mosquitos. Antes de llegar había doblado el mosquitero, y como si fuese un pañuelo, lo guardó en el bolsillo interior de su saco.

Desde hacía cientos de años que sólo se animaba a trasladarse si llevaba el mosquitero; había hecho una rara fijación compulsiva; pero en este nuevo lugar, era conveniente que nadie lo supiese.

Se desperezó, acordonó los zapatos nuevos, número cuarenta y siete, y como siempre lo había sido antes de su exilio; estaba radiante, increíblemente impecable.

Levantando su frente olfateó el aire, se orientó y empezó a caminar sobre la bajada de botes del, ahora, club de Regatas; miró a su alrededor, acomodó el cuello de su saco y se dirigió a la puerta de salida. Llegó hasta la plaza del centro, donde de inmediato se confundió con el resto de la población, era uno más, por ahora. Ese había sido su primer gran logro, pasar desapercibido, mezclándose con la gente normal. Se detuvo en una esquina donde volvió a olfatear, consultó su reloj, era las ocho, recién empezaba la mañana.

_ Buenos días señora, ¿me puede decir donde queda el Correo?-preguntó a una vecina, marcando un sonido gutural al pronunciar la “RR”, algo tan suyo, sin confundir la letra que lo atragantaba, era una “R” arrastrada, larga, afrancesada.

_ ¿Turista?… mire si camina dos cuadras más, a la derecha, verá el buzón en la puerta.- le respondió la señora, ya entrada en años.

Francisco fue cortes pero breve:

_ No, soy de acá… pero hacía mucho tiempo que no regresaba. Muchas gracias señora, buenos días.-

Acomodó su corbata color celeste sobre su camisa blanca, hizo dos movimientos con los labios, como un pez, otro de sus gestos tan particulares, y siguió su marcha. Llegó al Correo, se detuvo un instante para mirar el edificio, empujó la puerta e ingresó con total familiaridad. Arqueó sus ojos, paseó su vista por el lugar hasta ver el cartel: “Jefe Personal: Remo Fallatto”. Hacia ahí fue con paso seguro, aferrando su muy vistoso maletín marrón tabaco.

Con plena seguridad llegó al escritorio donde apoyó el maletín, miró fijo al encargado, en ese momento inconscientemente, como le era habitual, volvió a mover los labios compulsivamente, y apareció en su boca, dibujada, su sonrisa tan especial, mezcla de saludo y beso.

_ Buenos días señor Fallato, venía por el aviso…

Fallatto le indicó que se sentase, Francisco movió los labios como un gesto de agradecimiento y se presentó.

_Soy Perito Mercantil, sí, con conocimientos sólidos en Contabilidad, Mecanografía… Hablo y escribo: inglés, francés, italiano, alemán…comprendo el portugués…conozco también algo de numismática, aunque no creo que eso tenga interés acá…

Fallatto escuchaba con atención, alisándose los bigotes, no emitió una palabra, estaba atado a la mirada fija del aspirante, incrédulo, se rascó su extensa nuca. Diez segundos después ya bajaba y subía el mentón, en señal de asentimiento y sorpresa cada vez que le contaba cada una de sus especialidades. Su curiosidad crecía, no era para nada frecuente la presentación de un postulante con tantos conocimientos, sobretodo cuando el trabajo que se ofrecía era para atención al público y venta de estampillas.

_ Perdón que lo interrumpa joven ¿su edad…?- preguntó Fallatto.

_ ¿Ahora…?…Ahora 23 años…- contestó Francisco.

_ Ahora 23, antes 22, después 24.- dijo riendo Fallatto.

Francisco respondió de este modo para no tener que dar detalles de su larga aventura, podría sonar como increíble, y él quedaría como un fabulador; pero al ver sonreír a su futuro empleador emitió por su boca dos felices soplidos de “pez”, esto era lo que buscaba, sabía desde el inicio que el empleo sería suyo.

Sintiéndose en terreno amigo, hizo una pausa, llevó su índice y pulgar hacia el nudo de su corbata, luego repitió el movimiento sobre su gran nariz, era consciente que con semejante apéndice marcaba zona, por eso de tanto en tanto lo tocaba para saberlo ahí, firme, fija, proyectada cuatro centímetros sobre su boca, eso le daba gran seguridad; era como una cubierta a su verborrea. Frotó sus manos largas, ya con sus brazos sobre la mesa; continuó hablando como si conociese a Fallatto de toda la vida.

­ _ En lo que respecta a la parte contable también manejo bien el cálculo, los balances, incluso Señor Fallatto conozco de ecuaciones, y si fuese necesario puedo usar Logaritmo y Trigonometría…

Desde que se sentó su mirada estaba fija, clavada, sobres los ojos sorprendidos de Fallatto.

Cuando iba a detallar otros conocimientos, se detuvo, miró el almanaque que colgaba de la pared: 12 de abril de 1959, se volvió a tocar la nariz, y pensó que aún era demasiado pronto; que lo dicho era suficiente.

Palmeándole la espalda, satisfecho, el jefe lo acompañó hasta el pequeño escritorio, frente al que se abría la ventanilla desde donde efectuaría su nueva tarea: de nueve de la mañana a cinco de la tarde.

Francisco lo contempló a su lado, era petiso, no le llegaba a los hombros, con cabello cano y engominado peinado hacia atrás, su cara parecía un corto triángulo, con unas pequeñas gafas redondas sobre sus ojos y un delgado bigote sobre su boca.

Fallatto era, desde hacía treinta y cinco años, una parte misma de estas oficinas del Correo. Desde su ingreso, como simple empleado, su entrega fue total. Con tenacidad y constancia resaltó entre los otros empleados y así fue ascendiendo y se hizo muy querido por el resto del personal. Todos lo consideraban un hombre honesto y solidario; su esposa y los tres hijos estaban orgullosos de él.

Francisco miró fijo a sus dos nuevos compañeros, movió la boca varias veces como un pez, oxigenándose, dándole la mano a cada uno, con su “sonrisa-beso” en sus labios.

Uno era Dante Saldías, de unos cuarenta años, regordete, colorado, con su cara picada por la viruela. El otro, Clemente Chinella, de unos diez años más, delgado, exangüe; con profundas y oscuras ojeras, con más tono de muerto que de vivo. Parecía salido de una cueva donde nunca había entrado el sol.

Francisco se quedó sonriente frente a ellos observándolos sin bajar la vista. Después de unos segundos se creó un clima incómodo, él volvió a saludarlos, les deseó un buen día y volvió a lo suyo.

Luego se concentró en su lugar de trabajo, como aún no habían abierto su ventanilla, se quitó el saco, escudriñó cada milímetro del mostrador, que, junto a los otros dos empleados compartiría para efectuar su trabajo. Examinó prolijamente el contenido de los cajones, tomó una lapicera y la guardó en el bolsillo de su camisa. Colocó el maletín, que no dejaba sólo un segundo, debajo del escritorio; él lo consideraba su “bitácora”.

Curioseó las diferentes planchas de estampillas, sus costos iban de 25 centavos, hasta las de 25 pesos, usadas para franqueos internacionales de grandes encomiendas. Tocando su nariz pensó que cuatro de éstas representaban un sueldo bajo, el suyo sería de doscientos pesos, al descubrir esto, volvió a su boca el movimiento de pez, alzó las planchas y las colocó en un costado de su escritorio, calculó que pesarían cinco kilos.

Se sentó y retiró de su maletín una pequeña agenda de cuero, en la que hizo unas anotaciones, miró nuevamente las planchas, pensó un instante y las depositó en el extremo de la mesa, al lado de la pesada caja fuerte verde oliva.

Del otro lado Fallatto se rascaba la cabeza, feliz con su nuevo empleado, se dirigió a él para enseñarle detalles básicos de los diferentes tipos de franqueos.

_Comprendo Fallatto, sí, sí, está claro…entiendo, franqueo simple 25 centavos, muy bien, sí, también comprendí el mecanismo de las encomiendas, sí…no es necesario, ya entendí…muchas gracias señor Fallatto.- éste consultó su reloj, alisó sus finos bigotes, luego hizo una seña a la portera para que abriese la puerta principal, eran las nueve de mañana.

Contrariamente a lo que era de esperar en su primer día laboral, Francisco estaba impertérrito, no se mostraba nervioso, no tenía ninguna duda, al menos era lo que él creía; pero su calma y serenidad sorprendía.

La gente avanzó hacia las ventanillas. Había señoras, mujeres jóvenes, algunas con sus hijos, señores, ancianos, algunas jovencitas.

A la ventanilla de Francisco se acercó una mujer gorda, con cara de enojo, que ni saludó para solicitar por su carta.

_ La quiero simple, va para Buenos Aires.

_ Sí señora, demora tres días, son 25 centavos- inmutable, pegó la estampilla y arrojó la carta al cesto de las simples, y continuó su tarea.

_Muy amable señora, buenos días…el que sigue por favor…

Caminó hacia él un anciano, pero, en ese momento, se sintió confuso, un mareo repentino le sobrevino, sus piernas temblaron, era una sensación que le resultaba conocida, casi olvidada.

Gestionó rápidamente lo que le solicitaba el cliente…pero su cerebro y sentidos no estaban ahí. Levantó su frente, estiró su cuello, olfateó el aire, finalmente la ubicó, tercera en la fila de su compañero de la derecha. En ese momento se le iluminaron los ojos que tomaron el color de mil arco-iris. Era una joven rubia, de unos veinte años, hermosa, con una figura delicada, y una perfecta sonrisa pintada en su boca.

Francisco clavó su vista en ella, en segundos consiguió que lo mirase; fue como atar un nudo en ese cruce de miradas. Él verificó lo que intuyó apenas la vio… ¿o la respiró? Sus miradas se habían sostenido una centésima de segundo más de lo que hubiese sido normal, muy pocas personas percibían esta seña, pero tanto tiempo en las islas habían agudizado sus instintos porque para sobrevivir en tan difícil medio había comprendido que si no se hacía cazador, moriría cazado; así aprendió a olfatear el aire buscando su presa. Pero este era un aroma diferente, embriagador, mágico; que por un momento hizo temblar sus delgadas piernas.

Conocía esa fragancia, casi la había olvidado y el efecto que en él producía, tanto tiempo hacía que no la respiraba, que muchas veces en la soledad de las Lechiguanas, se preguntó si ese aroma existía o él lo había inventado en sus sueños, en ese aislamiento, para no sentirse tan sólo.

Estaba recordando esto, su cerebro era como un torbellino, sentía que le faltaba el aire, cuando se acercó la siguiente en la fila; una señora con bastón, muy flaca y frágil.

_ Buen día, quiero mandar esta carta a España, por favor…-

Francisco, no estaba para esas pequeñeces, no en ese momento con sus ojos firmes y fijos en los de la joven, hermosos y azules, ni miró a la señora y con voz mecánica la despidió al instante.

_Internacionales, giros y postales, por la ventanilla de la izquierda señora…gracias.- dijo.

Dante Saldías, el compañero de la izquierda, no podía creer la insolencia del nuevo empleado, recién empezaba a trabajar y ya disponía la forma de hacerlo.

Francisco no se turbó, acomodándose la corbata continuó con lo suyo…y fue como si ese ambiente de desvaneciese…como si estuviera ahora sólo con ella.

_ Señorita, sí usted, por acá por favor…

Algunos clientes lo miraron con disgusto por ese trato preferencial; pero Francisco ya no estaba en el Correo, embriagado por sus fantasías, se sentía flotando en una nube lejana, sumergido en ese perfume exquisito que lo rodeaba todo; penetrando cada uno de sus poros y sintiendo una grata cosquilla hasta en sus huesos. Su mundo ahora era sólo ella y él.

La joven acarició sus cabellos enrulados rubios, fresca, desinhibida, sonriendo por la preferencia. Giró sobre su cintura, marcando su cadera exacta, salió de fila, y no dudó en acercarse a su ventanilla. El aroma se hizo más intenso, él extendió al máximo su cuello para que su nariz, insaciable, no perdiese ni un átomo de ese perfume. La vio caminar hacia él, sus ojos recorrieron cada curva de ese cuerpo, dando varias vueltas por esa cintura justa y hermosa.

Intentó recordar cuánto tiempo había pasado desde la última vez que vio una mujer tan bella y con esa figura. “No es manzana arenosa”- pensó.

_Buenos días, venía para renovar la Libreta de Ahorros…- le dijo la joven mirándolo fijo, sosteniendo la mirada, su sonrisa formaba dos hoyitos en las mejillas, sus vivaces ojos eran de un azul océano.

Francisco también gustó de su voz, hacía tanto tiempo que esos estímulos no llegaban a él. Instantáneamente sus miradas se hicieron un puente cómplice.

Para aclarar su voz, Francisco, emitió un sonido de “R” corta, era el ensayo buscando el tono justo, como siempre hacía al iniciar una charla.

_Hola, buen día, Libreta de Ahorros, bueno, veamos…yo le voy a explicar…perdón… ¿Cual es su nombre…?

_Cecilia… ¿y usted?

_ Francisco, mi nombre es Francisco… Mire Cecilia- dijo él bajando la voz, a manera de confidencia, y sintió que se esfumaba el ámbito del Correo, ella y él ya casi no estaban ahí.

_Yo hace años que estoy acá, aunque estuve de licencia, tal vez por eso no me ha visto antes…claro, no sé si viene frecuentemente…le aseguro, con todo respeto, que en los ochenta años que tiene este edificio jamás entró una mujer tan linda como usted…

Cecilia sonrió por su galanteo directo y frontal. Bajando aún más el tono él susurró:

_ Sí, realmente es usted muy bonita…-se detuvo un segundo para dejar salir de su boca una “R” trabada.

_ Gracias Francisco, es…muy simpático…acá tengo la Libreta vencida.-le dijo mientras se la entregaba.

La mano de Francisco tenía ahora diez dedos, con cinco tomó el documento, los otros cinco se mezclaron por un instante con los de Cecilia. Extrañamente, ella se sintió protegida y atraída al sentir su mano cubierta, gustando ser su amiga desde ese instante.

_ A ver -dijo Francisco sin ver nada, porque en realidad en ningún momento sacó sus ojos de los de Cecilia -…veamos esto…sí es el formato antiguo…es que ya tenemos un modelo más moderno…y cuénteme, cuando sale… ¿a que lugares va…?

_ Voy todas las tardes al café, al de la plaza, a las siete de la tarde siempre estoy ahí, si va…-

_ ¡Qué coincidencia!…también voy siempre, pero después de cenar, me siento en la mesa al lado del piano… sí… me gustaría verla ahí… -Francisco sentía conocerla desde siempre.-

_Y así le cuento de nuestro Ateneo del Progreso, un grupo de ayuda en barrios marginales, que estamos formando con el respaldo de la Iglesia Pompeya, nos encontramos ahí… y…

Al escuchar esto Cecilia lo interrumpió.

_ Me encantaría verlo, y participar…pero le aclaro que no me gustan los grupos religiosos, los fanáticos, claro…me parecen asfixiantes, juzgan cada acto, limitan y condicionan en todo, desconozco éste, pero…-

Francisco en un segundo viró el discurso, como siempre lo hacía, para reacomodarse, buscando un ángulo de avance más favorable. Conocía perfectamente el método de girar la conversación con total disimulo.

_ Es increíble, parece que me lee la mente…exactamente como pienso yo, soy agnóstico…al estar etiquetado con Pompeya me siento vigilado, hasta controlado…como si buscasen en mí… movimientos pecaminosos…no sé…Cecilia, amo la libertad, me gusta vivir espontáneamente, dejando que las cosas sucedan como tiene que ser; pero acá todo está previamente examinado. Justamente iba a proponer un corte con esta tutela de la iglesia que tanto limita y condiciona al grupo…

La charla continuaba, ya en el perímetro que había dispuesto Francisco. El espacio del Correo había desaparecido totalmente para ellos, como si nunca hubiese existido.

_Me agrada su manera de pensar, nos vamos a llevar bien Francisco…estoy segura… –

_Yo también, presiento que manejamos los mismos códigos…se que

cada charla nuestra será enriquecedora, no tengo dudas que podremos potenciarnos a todo nivel…- al decir esto Francisco envolvió mucho más firmemente entre sus largos dedos la mano de ella, que jamás la había soltado desde que la tomó al inicio del diálogo.

_ ¿Sabe Cecilia…? cosas como estas no se suceden con mucha frecuencia, es como el paso de un cometa…y eso sucede muy de tanto en tanto…el “suyo” me agrada…demasiado. ¿Quiere que tomemos un refresco a las siete…?-

Cecilia ni pensó la respuesta, ya había aceptado antes que la invitase.

_Sí, claro, me siento cómoda cuando hablamos, intuyo que es un caballero, me voy a sentir muy a gusto…gracias por la invitación.-

A Francisco volvieron a temblarle las piernas, fue en ese momento cuando recordó que estaba trabajando, que hoy era su primer día, que no podía mostrarse tal cual era tan de repente, ya su fila tenía más de cincuenta personas.

El malhumor era general, los más irascibles estaban insultando. Francisco frunció los labios, y desde el fondo se escucho un reproche:

_ Son todos iguales, vagos, sinvergüenzas… ¡shhh! usted…cumpla con su trabajo! … ¡todos estamos esperando…!-

Él pensó que eran injustos, había estado esperando una charla como esta por siglos, pero al ver que Fallatto se acercaba soltó la mano de la joven, previa a una sutil palmada.

_ Cecilia, para que no tenga que esperar, hoy le llevo la nueva Libreta de Ahorros ya confeccionada al bar.-

_ Muchas gracias Francisco, ha sido muy amable, entonces nos vemos esta tarde.-

Francisco la miró embriagado mientras se retiraba. Estiró su cabeza, la nariz se dilató olfateando la magia que se disipaba, su mirada acompañó a Cecilia hasta que desapareció por la puerta de entrada.

La voz de Fallatto lo sacó a empujones de su éxtasis.

_ ¿Sucede algo?… ¿Cómo va el trabajo…?

_Muy bien señor Fallatto, todo está en orden Remo.- respondió Francisco mientras indicaba que pasase el siguiente.

No tuvo ningún inconveniente en su primer día de trabajo. En los últimos quince minutos ordenó su escritorio, cambió algunas palabras con sus compañeros, sólo las necesarias. Tomó una libreta de ahorros, la selló haciéndola legal y la guardó en el bolsillo de su saco, miró la hora, aferró su maletín dando por concluida su tarea.

Caminó varios minutos sumergido en sus pensamientos. Todo había funcionado tal lo previsto, se sentía verdaderamente feliz con su regreso. Era el momento exacto que había elegido para poner fin a su auto exilio isleño.

Los gritos de chicos corriendo tras una pelota en un descampado lo hicieron volver a la realidad, estaba a más de treinta cuadras del Correo. Atrás habían quedado las calles empedradas, ahora se encontraba en un barrio de casas bajas, con vistosos y cuidados jardines en su frente, era la zona de los primeros inmigrantes; esos que habían comenzado a llegar al país a partir de 1870, aproximadamente.

Se detuvo, la valija que ahora cargaba estaba muy pesada, miró a su alrededor, vio algunas personas en el almacén de la esquina, escuchó voces y risas.

_ Don Pedro, no se olvide que lo espera su esposa, llévele la mercadería.- le recordó el almacenero al cliente que salía.

Siguió con la mirada al hombre que se alejaba, sintió que se le nublaba la vista, tan sólo fue un segundo, caminó hasta el almacén.

_ Perdón, ese señor que recién se acaba de ir es…- preguntó Francisco con cara inocente.

_ ¿Pedro?…Pedro Setubal dice usted- le respondió una señora.

_ Sí, él mismo, Pedro, ¿vive por acá?-

_ Siga por ahí, una cuadra más abajo a la derecha: Porvenir 58.-

Francisco respiró profundamente, ya casi estaba en casa, en ese momento se sentía una persona realmente feliz. “Siempre son buenos los regresos… Después de las postergaciones y desarraigos, nos reencuentra con cosas queridas, con nuestros espacios, con todo lo que hemos dejado al partir. Recuerdos de voces, risas, juegos y olores familiares”, se decía a sí mismo cuando llegó a la casa indicada.

Miró el frente, de un color teja claro, una puerta principal, con dos ventanas a sus lados, pintadas de un color verde suave. A la izquierda un zaguán se dirigía hacia el fondo. Las viviendas vecinas se asemejaban a ésta.

Observó hacia atrás el camino recorrido, apoyó el maletín y la abultada valija cada vez más cargada en el piso. Finalmente había llegado, frotó sus manos, golpeó la puerta, y en ese instante, nuevamente; se le nubló la vista.

Lo atendió el hombre que vio salir del negocio de la esquina, tenía unos sesenta y cinco años. Era de mediana estatura, totalmente encanecido, lo que hacía más bella su cabellera plateada que aún cubría toda su cabeza, de ojos celestes cielo, que se marcaban más sobre su piel de muchos soles.

Pedro sacó del bolsillo de su camisa los antiguos anteojos para verlo mejor.

Se miraron fijamente, los labios de Francisco, por la emoción no dejaban de moverse como un soplido corto.

_ ¿ Sí ?- preguntó Pedro, su rostro se mostraba muy arrugado, marcas de viejas fatigas, de muchas historias, mezcla de recuerdos, huecos de olvidos, muchos olvidos, su memoria lo traicionaba.

_ Pedro…papá… ¡Tanto tiempo…!…volví papito querido.- dijo Francisco con los ojos repletos de lágrimas y los labios unidos en un beso al aire.

_ De vuelta a casa papi…- repitió, llorando de la emoción. Insistiendo una vez más, como para convencerse así mismo.

Pedro lo miró sorprendido, primero con extrañeza. Por un momento pensó que el visitante se había equivocado de dirección; pero lo había llamado por su nombre. Entonces no, a él lo buscaba. Pedro se esforzaba en recordar, rascándose la barbilla, buscaba en rincones oscuros de su cerebro, en esas zonas podía encontrar a esta cara, tal vez ahí…pero por más que lo intentó fue en vano. Primero balbuceante y desconcertado, luego con un tono de duda le respondió:

_¿ M`hijo ?…¿ cómo qué sos mi hijo…?…¿ vos decís…?…Hijo, hijito…¿ sos vos…?…y …¿ y cómo te llamabas…?-

Presuroso Francisco lo envolvió con sus brazos y lo besó cálidamente en la mejilla. Pedro se apartó unos centímetros, volvió a mirarlo confundido, extrañado al verlo llorar; en ese momento se sintió nuevamente abrazado, esta vez con más fuerza.

_ Francisco papito, soy Francisco…sí papá, volví… ¡ cómo te extrañé…!

Pedro trató nuevamente de acordarse algo que lo vinculase con ese nombre, con ese joven que lo abrazaba; pero eran tantos los nombres que se escondían en cada espacio de su memoria, tantas las cosas vividas, tanta gente, tantos parientes; que se dio por vencido y abandonó la búsqueda.

Con el dorso de sus manos se secó las lágrimas, él también estaba llorando. No se le ocurría de donde conocía a este muchacho, pero sabía que algo estaba esperando, no distinguía bien lo que era, pero estaba seguro que algo sucedería, había sido tan larga la espera. Sí, era indudable que eso era lo que estaba aguardando: el retorno de su hijo.

Juntó sus manos en forma de rezo, movió la cabeza hacia ambos lados como no creyendo lo que veía, retrocedió un paso para verlo mejor, y ya llorando intensamente levantó los brazos y gritó:

_Francisco, mi Francisco, m`hijo querido… ¡Tanto tiempo…!…Vení, dame un beso- exclamó Pedro al momento que, ahora él, lo abrazaba…

Se separó un segundo para asomarse al interior del zaguán y gritar pleno de alegría:

_¡¡¡ Rosa, Rosa…!!!, vení, mirá quien volvió: es Francisco, tu hijo…

Rosa era una mujer mucho más joven que su esposo, de unos cuarenta y cinco años, aunque aparentaba diez más, algo gruesa y de baja altura, con el cabello azabache, salpicado por algunas canas, nada en ella disimulaba su origen calabrés, sus ojos ámbar transmitían paz y tranquilidad. Su memoria, a veces, se sumergía fugazmente en zonas grises, y ella en esos momentos no alcanzaba a comprender si era realidad lo que acontecía.

Sumisa, era la sombra de Pedro a quien había amado desde siempre. Todo lo que él decía o hacía era la correcto, se habían casado siendo ella aún muy joven, con apenas quince años, y hacía ya casi treinta que estaban juntos.

Se acercó a la puerta, secándose las manos en el delantal que colgaba de su cintura.

_ ¡Mirá Rosa!, ha vuelto Francisco, nuestro hijo. – repitió Pedro.

Él sonriendo, permanecía inmóvil, sabía el estudio que seguiría. Rosa miró fijamente al visitante, estudió su cara, su traje caro, su maletín, la gran valija. Se acariciaba la nuca, preguntándose dónde había visto antes ese rostro…¿Si es que alguna vez lo había visto…? ¿Francisco, a quién conocía con ese nombre? pensó, ella creía recordar que Pedro había tenido un bisabuelo llamado así.

Dio un paso hacia un lado para quedar de perfil con respecto a la visita tal vez, ahora, si cambiaba el ángulo de observación le ayudaría a recordar. Pero no, ese rostro no le evocó a nadie conocido. Pensativa camino hasta Pedro, le tomó la mano y siguió observando al visitante.

“Pero si Pedro lo dice…”- pensó. Él nunca mentía, se olvidaba de las cosas, como ella, por eso se ayudaban mutuamente. Entonces debía ser cierto: era un hijo suyo, había vuelto, ahí estaba con su equipaje. “Algo tengo que decir… ”- pensó, aunque estuviese muy confundida por el inesperado regreso. “¿Cuánto hará que está ausente? ¿Cuánto hace que se ha ido…?” -meditó.

Pero él ya estaba ahí, esa era una prueba, la mejor de las pruebas. Su presencia, su equipaje…”Parece cierto, tan cierto como que está acá, frente a nosotros.” Reflexionó. Luego, al notar que las lágrimas corrían por sus mejillas, dijo admirada:

_ ¡Qué grande estás!, qué parecido a Miguel…!, el hijo del tío Pascual…¿no Pedro? …- trataba de convencerse, sentía que se le enmarañaban las ideas, su confusión ya la había desbordado. Caminó hasta estar a cincuenta centímetros de Francisco, con la esperanza de reconocerlo, pero no, parecía mentiras, era su hijo y no lo reconocía. Olfateó el perfume caro que tenía ese joven que estaba parado frente a ella. Pensó en lo cruel que es a veces el tiempo. Y con los ojos húmedos, extendió sus manos rugosas tomando las del Francisco.

“Cuando esté más tranquila, recordaré…pobre, ¿qué culpa tiene él que me olvide de todo…?”- pensó .Y con afecto lo invitó a pasar.

_ Francisco, hijo mío, adelante por favor, sabés que siempre ha sido tu casa, entrá tus cosas, después las acomodaré en tu habitación. ¡Dios mío, como pasa el tiempo!…parece mentira, estás cambiado…más grande…

Francisco la interrumpió apretándola entre sus brazos, besando su cabeza encanecida, y se aproximó Pedro. Los tres se unieron en el abrazo, llorando de felicidad.

_ Estás igual mamita…linda y joven…como siempre…mamá, papá, los extrañé tanto, muchísimo…¡qué lindo que es volver con ustedes, regresar a mi casa…!…

Ya estaban los tres tomados de la mano, sentados en la mesa de la cocina. Francisco siempre sonriente, con las mejillas húmedas al no poder detener su llanto; escuchaba atento la seguidilla de cuentos que en forma desordenada le hacían Rosa y Pedro.

Necesitaban ponerlo al tanto de las cosas que habían sucedido en su familia, mientras él estuvo fuera estos años. Cada tanto, con la boca moviéndose como un pez, acariciaba la nuca de su papá, luego la de su mamá; estos eran las personas más felices del mundo, estando nuevamente con su hijo mayor.

_Tomá, comé, probalos, los hice hoy Francisco, ¿Te gustan los pastelitos…?…sí… sí me acuerdo que te gustaban… ¿si?… ¿te gustan?- dijo ella batallando con sus huecos en la memoria, poniendo sobre la mesa una bandeja repleta de pasteles de membrillo.

Francisco observó los pasteles, gordos, jugosos, cubierto por almíbar, y coloridos por pequeños confites. Jamás los había comido en su vida, tomó uno, y luego otro, a los cinco minutos se había comido más de veinte; eran un exquisito manjar.

_ Ahora tenés dos nuevos hermanitos,- expresó Pedro- Fabián y Javier, de cinco y seis años, Rosa se demoró en tenerlos…o tal vez se olvidó…sí, están en la casa de la tía Blanca…

_ No, no, de siete y ocho, y están en lo de Isolina. – corrigió Rosa- sabés que la memoria de tu papá es como la de tu abuelo Belisario…aunque la mía también viene fallando…no sé si es mi memoria o la edad. Recordás que el abuelo anotó en el registro civil primero a tu tía Teresa Josefa, luego a Pascual, después nació la otra, y a ésta le puso Josefa Teresa; es que como ya tenía una con ese nombre, tuvo que cambiar el orden, sino no se la anotaban. Sí, se olvidaba de todo…pero igual la dejó así, al revés…era muy porfiado.

Francisco los miraba sin poder decir una palabra, sólo parpadeaba en señal de aprobación, su boca estaba ocupada con los sabrosos pasteles.

_ No Rosa, no, era la ginebra no la memoria, el día que fue a anotarla al Registro Civil, había estado festejando ese nacimiento.-agregó Pedro, como para defender la memoria de su padre.

Francisco sonreía, sin dejar de comer, ahora masitas; una tras otra ya había terminado dos platos, luego siguió con las frutas, dos manzanas, tres duraznos, se sentía en total confianza. Y seguía con hambre, era como si quisiese sacar de su boca el gusto a pescado pegado, como incrustado en sus encías, que ya lo tenía tan hastiado en la isla: pescado, rayas, sopa de tortugas, jugos de camalote. Todos esos sabores se le habían adherido profundamente a su lengua y paladar.

Rosa se había puesto a amasar ravioles, no recordaba si a Francisco les gustaban, pero ella se dio cuenta que tenía mucho apetito; era su misma sangre, él era su hijo. También cocinaría un pollo al horno, en el gallinero del fondo, detrás de la pequeña huerta, tenía varios a punto.

Francisco se recostó cómodo sobre su silla, extendió sus interminables piernas, cruzó sus brazos sobre el pecho, puso boca de pez, sonrió pleno; estaba en su casa, bueno él ya lo creía así. ¿Y porqué no? Allí se sentía entre sus cosas, ese era su mundo.

Frente a él sus padres gozaban de un retorno…jamás esperado. ¿Cómo negarse a gustar ese clima tan simple y cálido?; pero, desde siempre, suyo. Esto le confirmaba que las grandes cosas no se venden ni se compran por ahí. “No, los afectos, la familia…sólo llegan a nosotros desde el amor, cosas así no tienen precio.”- meditó Francisco.

Se paró, interrumpió sus reflexiones, y sintió que su vista se nublaba.

_ Papi, mami, me voy a dar un baño y salgo por un par de horas. Hoy tenemos reunión del Ateneo… ¿les conté que trabajo en el Correo…?…sí, apenas volví conseguí de nuevo ese empleo, se acordarán que estaba con licencia.

Tengo algo para ustedes, es un regalito…- fue hasta su habitación, y luego de sacar el mosquitero del bolsillo del saco y guardarlo dentro de su enorme maleta, extrajo de ésta una pequeña cajita, bellamente decorada para regalo, y otro envoltorio.

Rosa quedó con la boca abierta al ver el hermoso anillo de oro, finamente trabajado con su inicial. Mientras Pedro extendía delante de sí un práctico overol color caramelo, ideal para los trabajos de su huerta, era el talle exacto.

Francisco observaba la felicidad de sus padres, que nuevamente lloraban y agradecían los presentes…

_ Ay mi hijo, ¡Lo que te habrá costado!…es oro puro, mirá Pedro…- dijo enseñándole a su esposo el fino anillo que ya tenía colocado en su dedo.

_Por favor, ustedes se merecen mucho más- luego agregó- ah papito prestame cinco pesos que me he quedado sin cambio…mañana te los devuelvo.

Minutos antes de las siete de la tarde ya estaba en el bar, sentado junto al piano. Extendió sus brazos sobre la mesa y sonriendo rotó el cuello, de izquierda a derecha, como reconociendo el lugar; aunque nadie reparó en él. Era un ambiente cálido, resaltaban la alfombra color bordó, la madera lustrosa de las mesas, la escalera, las puertas y las sillas prolijamente trabajadas.

Él podía respirar el cedro, la pinotea, o el peteribí. En ese momento se le nubló la vista y vino a su memoria ese particular olor a cuero, de la madera de teca, usada en las cubiertas de baldeos; de esas antiguas embarcaciones en las que él por siglos navegó.

Ahora, donde mirase todo era armonía y delicadeza. Con exquisitez y refinamiento cada objeto estaba en el lugar adecuado y preciso.

¡Qué diferente era este lugar a la monótona isla…!.Ese amarillo verdoso constante, mezcla de arcilla, río y pajas.

Había sido un hombre sereno, estoico…y valiente, para soportar tan largo retiro. Pero ese había sido su juramento, y él era un hombre de palabra.

Este era otro mundo, las luces, un murmullo constante flotando en el aire, el ruido a bandejas, platos y copas. Como sonido de fondo, la música suave salía de los parlantes por encima de la barra impecable, delicadamente iluminada.

Todo era tan distinto a sus largas noches, en la oscuridad total, repletas de mosquitos y otras alimañas. Tanto tiempo completamente ciego, después del atardecer.

Sólo cuando cazaba una iguana, con su grasa de olor nauseabundo, alimentaba un improvisado farol; encenderlo ya era otro tema, o una complicación más. Odiaba frotar dos maderas durante horas hasta obtener fuego. Siempre terminaba con dolorosas ampollas en sus manos, luego de tanta fricción. Y después ese olor desagradable a grasa “encarnado” en sus dedos, durante días le producía nauseas. ¡Cuánto hubiese dado por un trozo de jabón…!

Pero acá, todo era distinto. La pulcritud, el orden, en donde cada mesa era un mundo diferente. Grupos de amigos, parejas, todos sumergidos en sus temas.

Oía que, a su derecha, los hombres discutían sobre fútbol, cada uno acaloradamente defendía su equipo.

Eran tan sensibles sus oídos luego de siglos de estar al acecho, o tratando de oír posibles peligros; que ahora si lo quisiese podría saber que se hablaba en cada rincón.

Repentinamente se le nubló la vista, le pareció recordar un gran salón, con una mesa inmensa repleta de manjares sobres bandejas de plata y oro; creyó evocar que ese banquete sucedió antes de emprender su destierro a estas tierras.

“Son tantos los estímulos, que me confundo, desvarío, sueño…”- pensó.

Inspeccionó lo que bebían los clientes, hacía tanto tiempo que no entraba a un bar, que era como si fuese la primera vez, no podía recordar esos detalles. Por lo que apreció las mujeres preferían refrescos suaves, limonadas, granadina, chocolate, té, café o algún suave licor; los hombres gustaban bebidas más fuertes, vio vasos y copas con vinos, whisky, ginebra, cervezas y otras de dudoso contenido.

Francisco se sentía extasiado, acostumbrado a tantos años del mismo y aburrido paisaje. Pintado con arena áspera, húmeda y fría, juncos, tacuaras, vientos filosos; y esa larga soledad, casi interminable y eterna que lo hería y laceraba cada día más.

Ahora ahí, plácidamente sentado en el bar, era como la mejor de sus fantasías alguna vez imaginada.

Detrás de la barra observó la infinidad de botellas de todos los tipos y colores que, como un arco iris líquido, cada una con una bebida diferente, pintaba su sombra a través de la luz que golpeaba el contenido de ellas decorando la pared.

Se tocó con su índice la punta de la nariz y comenzó a evocar viejas vivencias. Evocó las reiteradas borracheras que le costó llegar al punto de madurez exacto del jugo de camalote fermentando, ¿cuarenta y cinco años…?… buscando la medida y el tiempo preciso para preparar Licor de Camalote…su único trago exótico durante cientos de años…y sino, agua de río…arcillosa, dura, desabrida…

Al licor había que endulzarlo, también otro problema, buscaba panales de abejas gigantes; las que más miel poseía. Para obtener tan sólo una vasija pequeña, le costaba no menos de treinta picaduras. Y quedaba dolorido durante semanas, con la cara, manos y piernas hinchadas y lastimadas; horrorosamente desfigurado. El brebaje era, dentro de todo, bebible, pero su “costo”: altísimo. Recordó una oportunidad en que fue perseguido por miles de abejas. Tuvo que sumergirse en una laguna, y respirando como un delfín, pudo escapar de ese peligro terrible; aunque estuvo casi una semana en el agua. Las abejas estaban enfurecidas, Francisco siempre destruía los mismos panales. Ellas, con muy buena memoria, es como si hubiesen querido definitivamente eliminar a ese depredador. Luego de siete días los insectos se tranquilizaron, y pudo salir, sin una picadura; pero con su piel totalmente ampollada y las piernas desgarradas, mordidas por los peces.

Pero ahora todo era diferente. Ya había vuelto y estaba ahí, de regreso a la civilización.

En la soledad del delta el paso del tiempo, desde el amanecer hasta el crepúsculo, le parecía una eternidad. Comúnmente se hablaba a sí mismo para no olvidarse de su voz. Pasaba horas en animados monólogos, o era eso lo que él quería creer. En la isla, habitualmente, no podía hacer sociales, ni tener charlas frecuentes, porque eso también implicaba ciertos peligros.

Cada cincuenta años se reunían las tribus Timbú, en festejos donde agradecían a sus dioses el alimento recibido en ese tiempo .Estas fiestas duraban un mes, abundaba la comida, con grandes cantidades de pescado, las tortillas de mandioca, los porotos, y un licor de sabrosos frutos que ellos fabricaban; pero con un alto contenido alcohólico.

Francisco, cada vez que se realizaban estas celebraciones, por una cuestión de vecindad; era siempre invitado. Y para romper con su espantosa y torturante rutina, aceptaba una y otra vez. Aunque olvidaba lo mal que lo había pasado en el último encuentro. Siempre todo terminaba mal, y lo que se iniciaba como amigables festividades, concluían en duros combates.

Al inicio todo era divertido, había mujeres Timbú que eran muy bonitas, nadie las vigilaba, no había controles. Era una etnia poligámica. Francisco tenía dos grandes debilidades: la comida y las mujeres bellas. Por esta razón, concurría a los festejos, comía hasta el hartazgo, cantaba, bailaba entre veintenas de preciosas aborígenes, gustaba de todas…de todas hasta que tenía que huir.

Los Timbúes eran excelentes anfitriones, mientras no estaban bebidos.

Aunque no fuesen demasiados los temas en común, al principio, conversaban alegremente sobre cuestiones cotidianas: la abundancia de peces, la caza de nutrias, y las tempranas crecidas. Pero el clima comenzaba a enrarecerse cuando empezaban a beber. Francisco, aprensivo y desconfiado, también lo hacía, pero con prudencia, para estar atento y poder entender cuando había llegado el final de la fiesta. Conocía el riesgo de terminar cocido en una olla de barro; esta rama Guaraní practicaba el canibalismo con sus prisioneros.

Habitualmente ya para el segundo día estaban todos ebrios y belicosos. Al único que veían diferente, blanco y alto, era a Francisco. En ese momento empezaban a hostigarlo. Primero sólo era un juego, donde hacían puntería con dardos en sus desprotegidas piernas. Él al inicio los esquivaba, pero cuando comenzaba a sentir algunos violentos pinchazos en sus muslos, trataba de buscar aliados entre ellos; para que aconsejasen al resto de desistir con esos juegos peligrosos.

Afortunadamente las puntas de los proyectiles no tenían veneno, aunque igual dolían. Cada uno que se clavaba en él; era el equivalente al ser picado por cien abejas al mismo tiempo.

La ingesta de alcohol aumentaba, y con eso el ímpetu de los, ahora, guerreros Timbú

Francisco sabía que esto ocurriría nuevamente, se reprochaba el haber

vuelto, pero hacía cincuenta años que no veía una mujer ni gustaba de un gran banquete. En esos momentos podía más sus hormonas que la razón.

Ya los dardos eran reemplazados por arcos y flechas y, como era lógico: el blanco seguía siendo Francisco. Las primeras flechas, que con un zumbido agudo cortaban el aire, y se clavaban profundamente en el árbol donde receloso él se protegía. En ese momento éste se daba cuenta que ya era absurdo permanecer más tiempo, que si no huía ahora; más tarde jamás tendría posibilidades de hacerlo.

Veía cuando las ancianas Timbúes ponían fuego bajo la olla, ya la situación estaba descontrolada. Era en ese momento o nunca. Si demoraba un minuto más todo se terminaba, y sería una gran incoherencia; amaba la vida, él tenía otros planes para su futuro, y de permanecer ahí estos jamás se concretarían.

Tampoco la posibilidad de volver dentro de cincuenta años. “Si prometen tratarme mejor”- pensaba Francisco cada vez que tenía que emprender una nueva huída.

Usando sus largas piernas, en segundos alcanzaba velocidades casi sobrehumanas. Y eso hizo en la última reunión, gritando para confundirlos; empezó una loca carrera de siete kilómetros, que frenó el riacho que tenía que cruzar para ir en dirección a su isla. Por suerte los Timbúes, embriagados, no podían dar ni cinco pasos sin caerse, razón por la cual logro escapar en las últimas ocho o nueve fiestas.

Esto era una locura, y él muy inocente en creer que en cincuenta años se modificaría la conducta de toda una raza.

Ahora, en este nuevo escenario, atónito, no podía creer que en un espacio tan chico, se abriesen en cada mesa mil mundos diferentes, cada uno con su belleza impar, única y singular. Se preguntaba porque había dejado pasar tanto tiempo para volver.

Posiblemente hace cien años este universo era una fantasía. Ni las imágenes espléndidas que veía por la ventana: la plaza, como pintada en cada centímetro, recorrida en todas direcciones por gente paseando, el vendedor de globos rodeado de niños, la esquina de encuentros, saludos, autos…Hasta ayer se había obligado a creer que el único universo posible era su aburrido islote.

“Pero todo tiene su tiempo de ser, así se suceden las cosas, ni antes ni después. Los grandes acontecimientos siempre se producen en el momento exacto, arriban puntualmente.”- pensó.

Fascinado, interrumpió sus reflexiones cuando vio que Cecilia se acercaba a su mesa, con un vestido azul, pegado a su cuerpo, la tela se ajustaba a cada milímetro de su piel, como tatuada sobre ella misma. Era corto, tanto que apenas tapaba sus rodillas; el imán de su sonrisa era mágico y cautivante.

Francisco creyó que ya estaba en el mejor de los paraísos, se levantó para no perderse detalles, separó la silla de ella, quería estar listo para saludarla; mientras su cerebro catalogaba con placer los perfumes que percibía. Ahora llegaban hasta él nuevos efluvios, fragancias y esencias que lo hacían vibrar de emoción; mientras él cerraba sus ojos para imaginar de donde brotaban, como capullos de exquisitas flores frescas. Eran tantos estímulos sensitivos que lo embriagaban, todo le parecía exuberante y fantástico. Y esto se hacía más notable cuando recordaba la diferente variedad de aromas, a veces ofensivos como la grasa de iguana rancia, que desde hacía años entraban sin misericordia a su nariz. Otros olores volvieron con su evocación: olor a río, a humo de pasto verde, a pescado, a arena y arcilla húmeda.

_ Hola Francisco, qué animado está hoy el bar, ¡cuánta gente!- saludó la joven al llegar.

Él, antes de volver a sentarse la besó en la mejilla, como si se conociesen desde hacía mucho tiempo. Quedó radiante y moviendo sus labios como un pez respiró profundo.

_Cecilia, está usted muy bonita, gracias por venir… -se detuvo un instante observando que esa boca bellísima, repleta de perlas; le regalaba la sonrisa más bonita que había visto en los últimos quinientos años.-…

_Sí, es cierto, el jueves pasado no había tanta gente.- comentó Francisco, mirando a su alrededor, aunque sabía que ayer nomás había estado en la isla cazando tortugas o corriendo un carpincho. Era imposible que él supiese que sucedía ahí antes de que desembarcase esa mañana. Reflexionó esto y continuó:

_Cecilia, voy a ser sincero con usted… ¿podríamos tener un trato más cándido?… ¿puedo tratarla de “vos”?…

Cecilia asintió con una sonrisa, en el fondo también deseaba que las distancias se redujeran

_Hoy cuando te vi entrar en el Correo comprendí que a veces, muy pocas, la casualidad es puntual. Estoy seguro que tenía que conocerte; esto iba sucedernos.- él reafirmó en plural para que ella también se sintiese involucrada en el encuentro que mencionaba.

_ Sos tan amable Francisco, a mí también me agradó conocerte… ¿Y la gente del Ateneo del Progreso…?

_Ay, una desgracia. No, no van a venir, ¿sabés…? murió la abuelita de Aldo, de “Aldito”. Casi 93 años…por suerte no sufrió. Parece que fue mientras dormía…- hizo una pausa, se tocó la punta de la nariz y continuó.

_Pobrecita…pero bueno, vos viste: todos tenemos “marcada la hora”…Sí, allá están todos en el velorio. Yo no iré, me ponen muy mal, además no te quería fallar a vos….Ya veremos cuando programamos la próxima reunión…¿Qué gustás…algún licor, café o chocolate…?-inquirió Francisco, viendo que el mozo estaba esperando el pedido.-

_Pobre señora…licor de duraznos, gracias.

Francisco sonriente pidió el licor y un whisky para él, jamás lo había bebido; pero vio que era muy demando por los clientes. Mientras esperaban el pedido, él apoyó su cabeza entre sus manos y clavó su vista en el sublime rostro de Cecilia.

No quería dejar escapar un detalle de tanta belleza. Sus ojos azul marino, el cabello rubio enrulado, le caía por detrás de sus hombros; la nariz precisa en esa cara de ángel. Su boca contagiaba risas, enmarcada por sus labios, ligeramente carnosos. Un delicado y armonioso cuello bajaba hasta el vestido azul, que poco podía disimular sus pechos; del tamaño justo, elevados, firmes…turgentes.

Cecilia, cómplice, en silencio, no interrumpió que él flotase en el aire al apreciarla, pero sí lo hizo el mozo al apoyar las copas sobre la mesa, y esto sacó a Francisco de sus ensueños y cavilaciones. Levantó su vaso, y cuando encontró el firme puente que se volvió a formar en sus miradas: brindó.

_ Por nosotros, porque construyamos una muy linda amistad- el resto de sus pensamientos los guardó, aún era demasiado prematuro para sinceramientos.-

Francisco jugó con un sorbo de whisky en su boca, lengua y paladar, apreció cada gota como un verdadero elixir; le resultó exquisito, de un sabor delicado.

_ Contame de vos, de tus cosas Ceci…

Ella por unos segundos jugó, algo nerviosa, con sus labios húmedos sobre el borde de la copa.

Francisco se alarmó de la manera en que comenzaron a temblarle las

piernas.

_ ¿Sabés…?…con vos me sucede algo extraño, nunca acepto una invitación como esta sin conocer a la persona. Pero la dulzura de tu mirada, la amabilidad con que me hablaste en el Correo; me dio mucha tranquilidad y paz. Se nota que sos una persona de mundo, clara, honesta…y frontal: sin dudas un hombre de buena “madera”.-

La comisura izquierda del labio de Francisco se desplazó por un segundo hacia afuera, estiró su boca repetidamente como un pez.

Su contemplación era tan profunda que podía ver que sucedía en las mesas situadas detrás de la cabeza de Cecilia, sin desatender la suya.

Ella gustó de su gesto, le dio tranquilidad para seguir hablando.

_ Mi apellido es Tenaglia, mi padre es el Director Médico del Hospital… yo hace dos años empecé a estudiar medicina. Soy hija única… mamá falleció cuando yo tenía cuatro años…no, no me pone mal contarte esto, sucedió hace ya mucho tiempo…es algo que ya hemos hablado mucho con papá. La vida continua, ella lo hubiera querido así…Bueno, y ahora estoy de vacaciones hasta el mes próximo…es raro que no te haya visto antes por acá…

Francisco tomó su mano, dio un suave apretón y entrelazó sus largos dedos con los de ellas. Cecilia apreció la calidez del detalle, sintiéndose raramente protegida.

Francisco miró la armonía de esas manos unidas, luego fijó sus ojos en los de ella, nuevamente se formó un puente cómplice y amigo entre sus miradas; en ese momento decidió contarle algo de su vida, sólo algunas cosas.

Sabía que en momentos como los que estaba viviendo, repletos de cambios y nuevos estímulos; su memoria no le respondía correctamente. Esto también aumentaba su confusión; llegando casi al borde de la incongruencia. Pero él, muy disciplinado, nunca caía en ridiculeces que lo delatasen o hicieran evidente el proceso interno que desarrollaba. No le era nada fácil capitalizar lo sucedido en las últimas doce horas. Recibía segundo tras segundo una cascada de nuevas emociones, sentimientos, aromas, sabores; algunos totalmente nuevos, otros casi olvidados por tan largo desuso. Todas estas sensaciones conmocionaban por momentos a Francisco, pero éste se reponía casi de inmediato, amoldándose a su nuevo lugar.

_ Ceci, creo que vos y yo tuvimos, hasta hoy, un desencuentro cronológico, pero por suerte te he encontrado.- él volvió a usar el plural para hacerla a ella partícipe de lo que sentía.

_No, no sé si es producto de la casualidad o de la causalidad. No importa, de una forma u otra ahora estás frente a mí…esta es la única realidad… ¿sabés…?…ahora que estamos tomado de la mano es algo que me parece haberlo hecho desde siempre…tengo la sensación de conocerte desde hace mucho tiempo.

_Te cuento sobre mí, mi apellido es…Setubal…Setubal el paterno- se quedó en silencio un par de segundos, recordó su nueva dirección y continuó-…el materno es Porvenir: Francisco Setubal Porvenir…-Cecilia lo interrumpió sonriendo-

_ Porvenir, Setubal Porvenir…mirá que simpático.

_Gracias.- dijo Francisco sonriente y continuó-

_ Soy…era, hijo único también, hoy tengo dos hermanitos, nacieron cuando yo estaba estudiando. Hace unos años fui a Buenos Aires para perfeccionarme. Hice algunos cursos, mejoré mis conocimientos de matemáticas, cálculos, trigonometría…realicé estudios de perfeccionamientos de ecuaciones. Sí, a veces nos son muy útiles en Contabilidad…uno nunca termina de aprender…cada día me convenzo más que los números, bien usados, pueden actuar como una palanca con la que, como dijo Arquímedes, se puede mover al mundo…y todas las cosas de él…Pero Cecilia, creo que estos son temas muy áridos y fríos como para charlarlos con una mujer tan simpática y bonita como vos.-

Mientras decía esto acarició su mejilla, que ella gustosa la apoyó en la inmensa palma de la mano de Francisco que continuó con su verborrea.-

_Me gusta conversar de nuestras cosas, de temas que nos vinculen y nos permitan abreviar todo el tiempo que estuvimos lejos.- ya Francisco, embobado y turbado, usaba el plural constantemente, dando por hecho que ella pensaba como él.

_Sí Cecilia, es una forma de quitar distancia…de respirar la atmósfera

que se forma sobre vos…de disfrutar de esa magia que irradias…- al decir esto dilató su prominente nariz para oler esa mezcla exquisita de fragancias, que lo rodeaban al estar próximo a ella.

Francisco Inclinó su cabeza casi hasta el hombro de Cecilia, y así con su rostro extendido hizo una pausa. Estaba como ebrio, en ese momento no podía hacer dos cosas al mismo tiempo: gustar del singular bálsamo, de esa esencia y mantener una charla coherente.

Ella sentía un raro bienestar a su lado, era increíble lo bien que estaba. Comprendió que el diálogo de Francisco era la más firme de todas las redes, y que ella estaba adentro”; gustosa, voluntariamente cautiva.

_ Es muy lindo todo lo que me decís, nadie me había hablado así, sos tan dulce…me hacés sentir completamente mujer con tus palabras. Te confieso que dijiste cosas…como lo de nuestro reencuentro en el tiempo, que me han hecho poner la “piel de gallina”…

Mientras la escuchaba se percató de la hora en el reloj de la columna, casi las nueve de la noche. Recordó la cena con sus padres. Extrajo de su saco la libreta de ahorro, con una lapicera completó los datos que le dio Cecilia, luego se la entregó.

_ Ceci, me encanta nuestro diálogo…pero el tiempo…¡ ay el tiempo…!, somos esclavos del tiempo…te juro que me quedaría mil horas más en esta charla pero tengo que ir a una reunión familiar; ya viste como son esos compromisos…¿Te parece que mañana cenemos a las nueve en el Hotel Italia…?

_ Gracias, pero, te propongo algo mejor…- lo interrumpió-… ¿no te gustaría que yo te cocine en casa…? Mi padre estará afuera dos días…

Francisco la miró sorprendido, “una vanguardista”, pensó, valorando su propuesta audaz y atrevida. Aceptó inmediatamente la invitación.

_ Sí, gustoso, sos muy amable, me parece perfecto, ahora te acompaño. Mañana a las nueve estaré en tu casa…es un honor, gracias.

Francisco, sacó su billetera, como eligiendo entre la nada, extrajo el billete de cinco pesos, no tenía un centavo más, lo observó de un lado y del otro, sorprendido por la nueva moneda, pagó la consumición sobrándole dos pesos.

Cuando se levantaron percibió que todos los hombres del bar, interrumpieron sus conversaciones para gustar de la figura sublime de Cecilia, caminando a su lado buscando la salida. Todo el bar quedó en silencio, siguieron con su vista a la pareja hasta la puerta. Esto era lo que él deseaba, marcar zona, pisando fuerte el que ya casi era su terreno, se sintió envidiado, esto le “infló” el pecho de orgullo, sabía que la próxima vez que entrase ya sería alguien conocido.

Antes de salir, giró su cabeza, miró al interior y como saludando a todos estiró varias veces sus labios a modo de pez.

Ya en la calle, muy pegado a ella, le tomó la mano y la acompañó hasta su casa, caminando lentamente. Al llegar se despidió, como si así hubiese sido siempre, apoyó sus manos en la nuca de Cecilia, para luego juntar sus labios en un beso breve; pero que marcaba el inicio de un pacto, al menos ese era su deseo. Esperó hasta que ella se despidió con la mano, antes de cerrar la puerta de la magnífica residencia.

Francisco sintió que su primera salida había sido un éxito total. Feliz, confirmó que aún era un gran conquistador, mucho menos sangriento y violento que esos que durante siglos lo quisieron capturar. Por un lado logró cautivar a Cecilia, pero lo que más valoró para su futuro, fue el hecho que su cara, aunque por ahora anónima; había quedado registrada en el principal bar de la ciudad. Sabía que desde ahí se gestaban, en charlas, planes y proyectos; los principales hechos que posteriormente acontecían en la ciudad.

Así nacen las grandes conquistas, pensó, a esto se lo contó Maquiavelo…o lo había leído en “El Príncipe”: “Primeramente aliándose con los principales, luego ganando el centro del lugar a conquistar”… después todo…paso a paso.

Contento y satisfecho, con sus manos en los bolsillos, apuró sus pasos, seguros y largos, para no ser impuntual en la cena con sus padres.

De las luces del centro, el paisaje se fue haciendo más barrial. Sorprendido, se encontró con el cielo estrellado del Barrio los Fresnos, ya casi había llegado.

Un perro se le acercó ladrando, pero al ver que Francisco se detuvo y lo miró fijo sin ningún temor, huyó llorando.

Ya estaba en su casa, atravesó con toda familiaridad el largo zaguán. Desde que entró quedó extasiado por el aroma de la salsa de los ravioles que flotaba en el aire. Llegó a la cocina, saludó a sus padres con un beso en la frente. Pedro le presentó a sus dos hermanitos, él les dio un beso, frotó su mano sobre sus cabecitas, intentó por unos momentos charlar y jugar con ellos; pero los niños lo miraban con miedo. Sacó unos caramelos y otras golosinas de su bolsillo y se las ofreció sonriendo. Ellos prefirieron esconderse tras una mesa del rincón, donde se apoyaba una vieja radio. Nunca le habían gustado demasiado los niños, pero esta situación era diferente, a estos los amó de inmediato, apenas los vio; eran sus hermanos.

Contempló ya la mesa ordenada, con un mantel florido impecable, lo que le marcaba lo especial que era para sus padres esta ocasión.

El pan caliente, la fuente inmensa repleta de ravioles, dos botellas de vino Ponte… ¿qué más podía pedir ahí, junto a su familia? Rosa hizo salir del escondite a los dos niños.

Felices, festejando el regreso del hijo, se sentaron a comer. Francisco, antes de iniciar la cena y sabiendo de su pulso tembloroso, que se le hacían más evidente e incontrolable cuando tenía hambre, se anudó una servilleta a su cuello para no mancharse entero. Una vez listo empezó a gustar de ese manjar. Daba gusto verlo comer con la boca, los ojos, sus manos; vigilando cada dos bocados los platos de los demás.

Durante mucho tiempo su dieta se había limitado al pescado, maíz, poroto y zapallo hervidos, insulsos, sosos; con más gusto a arcilla que a un rico puchero. Él quería ahora “ponerse al día”. Sentado en esa mesa tan generosa disfrutaba la exquisitez de gustar tantos sabores, algunos nuevos; otros ya casi olvidados. La salsa ligeramente dulce con gotas de aceite, la mezcla del ají, laurel, pimienta, ajo, albahaca y cebolla. La carne estofada con cada fibra inflada y jugosa, repletas de especias y un trazo de sal. La masa cocida al punto exacto; el pan crujiente y tibio en cada miga. Lentamente su lengua y paladar, agradecidos, jugaban procesando esos gustos tantas veces soñados. Mientras a su nariz arribaban oleadas de otros delicados aromas.

Cuando terminó con su cuarto plato, se percató que su botella de vino estaba vacía. Mientras que su madre ya había repuesto tres veces la panera. Hacía tanto tiempo que Francisco no comía pan, gustaba de todas las comidas hechas con harina… y también las otras.

Pedro y Rosa disfrutaban del apetito de Francisco, era seña clara de su buena salud.

_ Mamá… Rosita, que sabrosos están, ¿me das otra botella de vino?- la restante estaba del lado de su padre, era de su propiedad, aunque también ya poco le quedaba.

_ Francisco, m´hijito, mi nene, comete otro plato más, estás delgado, yo te sirvo.- le dijo Rosa feliz.

_ Bueno, sólo uno más, por favor.- respondió Francisco. Mientras decía esto se llenaba la boca de pan con una mano y con la otra se servía vino.

Los niños, sentados al lado de Francisco, al ver la voracidad y glotonería de su nuevo hermano, con miedo y curiosidad se retiraron cada uno hacia los extremos de la mesa. En su corta edad, nunca habían visto a nadie comer de esa manera. Consideraron, prudentemente, que era peligroso estar cerca de él cuando comía. Pero Francisco era así, al igual que con ciertos aromas de su preferencia, con la comida le sucedía lo mismo: no se detenía. Con el alimento, de la avidez pasaba a la codicia, y de esta a la avaricia; hasta no sentirse saciado, era capaz de pelear por un grano de arroz. Estas marcas en su conducta eran producto de viejas hambrunas, que él soñaba haberlas padecido…o en realidad había sufrido.

Junto al quinto plato terminó la segunda botella de vino. Ahora si, con la punta de la nariz roja, seña clara de su satisfacción y plenitud, comenzó con locuacidad a contar a sus padres lo bien que se sentía, cuánto los había extrañado y lo feliz que era con su nuevo trabajo. Mientras lo hacía comía una naranja tras otra. Cuando repitió por cuarta vez lo mismo, su padre lo acompañó hasta la habitación, con paso inseguro, por no “recordar” la casa, y por efecto del vino;. siguió con cautela a Pedro.

Sólo en su cuarto sacó de la maleta su mosquitero, lo desplegó, se cubrió con él y se acostó. “¿Cuánto hace que no duermo sobre un colchón…?”- pensó antes de quedarse casi inmediatamente dormido. Estaba agotado. Había sido un día verdaderamente largo e intenso, repleto de nuevas vivencias y variadas emociones.

Durante toda la noche soñó que navegaba en su pequeña embarcación de pino por el Mar Egeo. Siempre había adorado Grecia… y las griegas. Ahora, entre las olas, Cecilia estaba a su lado, bronceada, con el cabello dorado empapado por millares de gotas saladas, sonriendo feliz, de cara al viento; sus ojos azules que se confundían con el mar estaban bien abiertos; para no dejar escapar ni una sola imagen de ese paraíso…ella era griega. Francisco maniobraba el timón de la nave, con su torso “cobre”, desnudo y el pecho brillante, completamente húmedo. Iban hacía Atenas, allá lo esperaban el gran Pericles y su esposa, Aspasia de Miletos, para la inauguración del Partenón, en la Acrópolis. Esa
tarde comenzaban los grandes festejos. Grecia vivía su siglo de oro. Era una época dorada, armoniosa y bella. Francisco, esa mañana, volvía una vez más a sus costas.

Llegó temprano al Correo, vestido con un saco marrón, corbata crema, camisa y pantalón al tono, junto a un excelente cinto de fino cuero; estaba impecable, con su maletín firme en su mano derecha.

Saludó sonriendo al personal, ocupó su lugar, concentrándose en los papeles de su escritorio. Así pasó todo el día, entre atención de clientes, haciendo cálculos, hurgando cada rincón; familiarizándose en cada detalle de su lugar de trabajo. De tanto en tanto, muy concentrado, escribía en su agenda de cuero.

Cuando tenía alguna duda consultaba con Fallatto, que de buen grado respondía todas las preguntas, ya que esas vacilaciones demostraban el interés que el nuevo empleado tenía por su tarea.

_ Una pregunta señor Fallato…Remo, ¿cual es el valor por kilogramo de una encomienda a la Unión Soviética…?- consultó Francisco, como para mostrar interés.

En realidad él lo sabía todo, pero le gustaba hacer sentir a Fallato que le necesitaba, que requería cada tanto de su experiencia y conocimientos.

Su segundo día transcurrió sin ningún inconveniente. A la hora de cierre ordenó su escritorio, cerró los cajones del mismo, guardó la llave en su bolsillo.

Aferró con fuerza su pesado maletín, saludó a sus compañeros, y en un minuto se había confundido con la gente que en esos momentos circulaba la calle.

Sin dificultad, en diez minutos, llegó a su barrio. En una ferretería de la zona compró unos metros de tela impermeabilizante, veneno líquido para ratas y un pincel. Cruzó un descampado e inmediatamente estaba frente a su casa, ahí vio a su papá, vestido con su nuevo overol, trabajando con un rastrillo, ordenando y limpiando el jardín que decoraba alegremente el frente de la vivienda.

_ Hola Pedro, siempre trabajando usted…- dijo bromeando Francisco para darle una sorpresa al padre, que seguramente se alegraría por su regreso.

Pedro interrumpió su tarea, y se dio vuelta para saber quien lo saludaba.

_ Sí, acá estoy sacado algunos yuyos… ¿perdón… y usted quién es…?

Francisco pensó que la memoria de su papá ya no tenía remedio, aunque posiblemente sólo había estado tomando unas copas de ginebra.

_ Papá, papito, soy Francisco, soy tu hijo…

_ ¿Francisco…?…-se rascó la cabeza confundido, pero rápidamente recordó- … ¡ah sí!, Francisco, hijo mío… ¿cómo estás…?…vení, pasá, tomemos una copita.

Francisco sonrió, fue directo a su habitación, dejó el maletín bajo la cama y volvió a la cocina donde Pedro ya había servido dos vasos de ginebra. Francisco tomó la suya mirando por la ventana hacia el fondo.

_ ¿Tenés muchas gallinas papá…?

_Cuarenta y tres, diecisiete pollos, uno lo comimos ayer, y tres gallos…hay ocho patos por ahí…pero a esos no los tocamos…nos dan pena… ¿viste como es eso…?…¡Pobres!, si, se van a morir de viejos…vení que te muestro…también tenemos algunos conejos; ahí tienen espacio para hacer sus cuevas…

Francisco salió a la huerta, pero ya no escuchaba a su padre cuando éste, describiendo los canteros, le detallaba las variedades de lechugas, cebollas, tomates, le contaba la gran producción del limonero; y como este año el árbol de naranjas le daba frutos muy grandes. Pedro extendió su mano y acarició los azahares que brotaban de las ramas, como si estuviese agradeciendo la buena producción.

Francisco no lo oía, comprobó que era un terreno amplio, se tocó la barbilla, mirando de derecha a izquierda, caminó hasta el gallinero, reparó en las aves, examinó meticulosamente los cajones de las ponedoras, dispuestos en tres hileras superpuestas. Más allá, Pedro, de rodillas, escarbaba el cantero de las papas explicándole que eran excelentes, cáscara blanca; rinden mucho más que las otras. Luego comenzó a detallar el ciclo de las remolachas, rabanitos y el de los ajo porros…y así siguió hablando sólo.

Francisco no lo escuchaba, abstraído en sus pensamientos, caminaba por el terreno de los conejos, veinte metros más allá. Su atención estaba ahora centrada en la gran cantidad de hoyos, por donde asomaban algunos temerosos roedores. El suelo de la conejera parecía una tela atacada por mil polillas. Calculó el diámetro de cada entrada, parecía que eran túneles independientes, algunos de más de unos cincuenta centímetros de ancho; retrocedió unos metros para tener una mejor visión del conjunto. Se tomó el mentón, hizo alguna estimación, tanteó con el talón la consistencia de la tierra, caminó el ancho y el largo; contando sus pasos. Memorizó las medidas, repitió la operación un par de veces más, no quería tener dudas. Sonrió, feliz movió sus labios como un pez. Y luego volvió al lado de su padre.

Francisco pasó su brazo por encima del hombro de Pedro, mientras éste sacudiéndose la tierra de sus rodillas le explicaba como abonaba semanalmente los canteros. Abrazados, volvieron a la casa.

En la cocina estaba Rosa, Francisco la besó cariñosamente. Luego se sentó con su padre a seguir gustando su ginebra, se sirvió otra, miró a Pedro que le aferraba su mano con amor y lo miraba pensando en quien sabe qué. Bebieron en silencio. Su madre giró alrededor de la mesa hasta quedar detrás de Francisco, le apoyó en los hombros sus manos arrugadas, por la ventana se filtraban los últimos rayos de sol de esa tarde.

_ Mi hijo, ¡qué grande estás…!… ¿cuántos años tenés ahora…?- le preguntó Rosa

_ 23 mamá…ahora…

Rosa, mirándolo con detenimiento lo interrumpió.

_ Pero si sos un nene…- Pedro se puso los anteojos, lo observó con atención y acotó:

_ Sí, pero parece más grande… ¿no…?…

_ No, a mí no me parece…es muy maduro y serio, eso sí: un chico responsable. – Francisco los miraba con afecto mientras ellos charlaban sobre él.

Rosa le contó que para la cena haría unos conejos a la cacerola, Francisco se disculpó y le contó que esa noche tenía una reunión con sus amigos del Ateneo del Progreso, que ya se iría a bañar para estar listo a la hora convenida…

_Pero si mañana hacés carne estofada… me gustaría mucho mami…

Francisco, pese a las últimas privaciones, adoraba las carnes, todas, desde siempre…y para siempre.

Faltaban minutos para las nueve. Antes de llamar a la puerta de Cecilia contempló la casa de dos pisos, que cubría toda la esquina sobre la avenida, era muy amplia, estilo francés, con un ático en la parte superior. La luz interior resaltaba el bronce de las rejas en las ventanas, una casa aparentemente con más de diez habitaciones. Él comprendió rápidamente que el padre de Cecilia era una persona adinerada. Golpeó la puerta y casi al momento apareció ella sonriendo. Nuevamente lo envolvió su perfume, en forma refleja sus piernas volvieron a temblar.

Francisco le obsequió las tres rosas que había traído: una blanca, otra rosa, y la última roja. Sabía desde siempre que cuando se obsequian flores el número debe ser impar, eso confiere buena suerte, y el tono creciente en los colores era un mensaje para que ella comprendiese como él se sentía a su lado; cada vez mejor, minuto tras minuto. Ella, sorprendida y seducida le agradeció esa sorpresa.

Estaba hermosa, con un vestido blanco y negro, ajustado, que marcaba cada línea del cuerpo, resaltando su cadera. Por el amplio escote volvió a admirar los pechos perfectos de Cecilia, que, minuto a minuto le parecía más hermosa.

Se adelantó, le besó suavemente los labios, ella tomó su mano y le pidió que la siguiese. En la otra llevaba las flores, que colocó en una gran copa de cristal con agua.

Ya estaban en el living, un amplio salón, alfombrado color miel, con cuatro grandes ventanas terminadas en arco en su parte superior, que dividían la extensa pared principal. Las cortinas de un tono manteca, daban más amplitud al lugar. Los muebles de roble se sumaban al conjunto para darle mayor calidez. Al fondo, estaba todo delicadamente ordenado sobre la amplia mesa, iluminada con velas. En ella vio varios platos de fiambres, copas adornadas y ensaladas, todo prolijamente dispuesto. El detalle de la vajilla inmaculada y los finos cubiertos de plata le confirmaron a Francisco que era gente acaudalada.

Una puerta lateral conducía, por un lustroso piso de pinotea, hacia las habitaciones y la parte posterior de la casa.

_ Falta el vino, el plato principal será una carne al horno rellena, por eso esperé así lo elegís. En el sótano papá tiene una pequeña bodega…¿vamos así ves cual es el que preferís…?

Francisco pensó que estaba soñando, invitado en esa casa imponente, con una de las más bellas mujeres que había visto en su vida, y, como si eso fuese poco; además ahora disponía de una bodega para, a voluntad, catar a su gusto.

Él, después de siglos de beber camalote fermentado, gustaba de todas las bebidas, pero tenía predilección por los vinos; mucho más si se descorchaban en su honor.

Por una firme escalera descendieron al subsuelo de la casa, detrás de ésta se encontraba la despensa, por un corredor de unos ocho metros de ancho se llegaba al otro extremo, a unos veinte o treinta metros hacia el fondo. Ahí estaba el lavadero y un pequeño pañol donde guardaban las herramientas para el jardín. En ese lugar otra escalera subía con salida en el fondo de la vivienda, hacia el parque. Las paredes color teja eran sólidas y firmes.

“Una excelente construcción.”-pensó Francisco, que no perdía detalles de todo lo que observaba.

La pequeña bodega resultó ser muy completa. Al verla la sintió de su propiedad. Respiró hondo ese aroma exquisito, mezcla de uvas frescas y de viejo roble. Decenas de botellas estaban empotradas sobre paneles laterales de madera vieja y lustrada color café, estas se encontraban dispuestas en varias filas sobre la pared del fondo y las dos laterales del depósito. Mientras examinaba la variedad, frotando sus manos, sonrió estirando sus labios como pez. Tomó dos botellas de vino tinto Español del 53. “¿Cómo serán ahora…?”- se preguntó.

Él hubiese sacado dos más, pero, en casos como este, era muy prudente.

No quería dar la imagen de un descarado, o de un borrachín desaforado y atrevido. Antes que nada debía cuidar su imagen y porte de caballero. Ese era el perfil que Cecilia tenía de él. Muchas veces, la mayoría, a través de una buena apariencia y corrección; los logros son inmensos.

La cena transcurrió plácidamente, sentados uno frente al otro conversaron tranquilamente, mientras Cecilia se ocupaba, como excelente anfitriona, en servir a Francisco, haciendo que él se sintiese el hombre más cómodo de la tierra. Como en otras ocasiones, en otras noches, mucho tiempo atrás, Francisco, con gran habilidad, lentamente fue llevando la charla hacia su terreno.

Volvió a remarcar que se conocieron porque así tenía que acontecer, que él desde siempre sabía que esto iba a ocurrir. Para avalar esto recurrió a pulidas palabras que las fue “tejiendo” en forma de lazo. Le comentó que al verla por primera vez ya supo que ella era la “singularidad” que él buscaba, la mujer exacta, precisa. Fue convenciendo a Cecilia que era evidente, desde que se miraron por primera vez, la afinidad y correspondencia entre ambos se hizo presente al instante, porque en definitiva eso era lo natural.

Francisco le comentó que, misteriosamente y por suerte, esto sucede sólo entre dos personas que ya están predestinadas a encontrarse en algún momento de sus vidas. Le aseguró que al rozar su mano o al construir un puente con sus miradas, la primera vez, comprendió que era ella la “esperada”.

Cecilia sabía que era un seductor innato, desbordada por su verborrea, ahora estaba totalmente convencida. Le expresó que sentía lo mismo, por suerte este “reencuentro” fue ahora, cuando los dos eran jóvenes.

Cecilia no bebía jamás, esa noche sí lo hizo y se fundió con los sueños y quimeras de Francisco. La mezcla de aromas, el ambiente romántico, la luz de las velas, el vino, las miradas cómplices; fueron creando un clima especial.

Ya, terminada la cena, Francisco tenía sus manos sobre las de Cecilia. Se levantó, cruzó el living y llevó a ella hasta un cómodo sillón, frente a la amplia estufa que se abría sobre la pared, al otro lado de las ventanas.

Desde la vitrola, sonaban los mejores boleros, para esa ocasión. La luz de la luna que se filtraba detrás del cortinado fue la única testigo. Todo se sumaba para que ese fuese el mejor de los momentos.

Cecilia recostó su cabeza sobre el hombro de Francisco, éste, con su largo brazo acariciaba la nuca de ella, que más apretaba su cuerpo contra el de él. Luego acercó su cara a la de Cecilia y se besaron, como si hubiesen estado esperando este momento desde hacía mucho tiempo.

El resto sucedió naturalmente. Convencidos y seguros que desde siempre tuvieron pendiente darse enteros.

Francisco, por milésima vez, apoyó su boca en los labios de ella, se estaban despidiendo. Todavía le temblaban las piernas. Era tarde, las dos de la mañana. Francisco le explicó que tenía que madrugar, que se verían en el bar a las siete de la tarde, le dijo que había sido una noche extraordinaria y le aseguró que cada nueva vez sería mejor, como todo lo que emprendiesen juntos.

_ Ceci, te adoro, sos lo mejor…- ella lo interrumpió apoyando su índice en la boca del Francisco.

_ No Francisco, lo mejor sos vos… papá me avisó esta tarde que no vuelve hasta el lunes, tenemos cuatro días más…

El regreso hasta su casa fue rápido. Todos dormían. Ya en su habitación, tomó el maletín debajo de su cama y retiró la tela impermeabilizante, también sacó cientos de planchas de estampillas; a las que envolvió cuidadosamente con la tela.

Con el paquete bajo el brazo, el frasco de veneno y el pincel en su mano, salió al fondo. Dio un par de vueltas caminando en círculo con sus brazos extendidos, luego se dirigió hasta la zona de los conejos; bajo el cielo con miles de estrellas pegadas en toda su extensión. Éstas daban una claridad particular a esa noche, y él podía ver perfectamente la entrada de cada túnel.

Eligió una de las bocas de ingreso más amplias donde esconder el paquete, al que previamente pintó con veneno de ratas. Los conejos, que curioseaban en el exterior, al olfatearlos huyeron temerosos hacia el fondo de sus cuevas.

Francisco lo introdujo profundamente, hasta donde pudo con sus largos brazos. “Listo, ahora es inexpugnable…” – pensó Francisco.

Miró hacia los lados, vio un limonero a la izquierda, caminó hasta él, contó los pasos, sacó de su bolsillo la agenda de cuero donde hizo algunas anotaciones. Volvió hasta la boca por la que había introducido el paquete, de rodillas escribió los últimos datos.

Observó la luna, movió su boca como un pez, y antes de irse a dormir agradeció ese día tan especial. De su garganta salió un susurro gutural parecido a una larga “RR”, sabía que en ese acto había fundado y dado inicio a su Gran Empresa. Había puesto en marcha la “rueda”, un acto colosal…ese hecho “Bautizaba”.

Los días que siguieron fueron de organización. Francisco ya había decidido quedarse en la ciudad por un largo tiempo. Ahora debía ser pragmático y meticuloso, ordenar sus cosas y prepararse para una colosal tarea. Pensó que no podía dejar, ya no, que el azar marcase su camino. No debía distraerse ni tan sólo un instante.

El timón estaba en sus manos, en otras épocas él había sido un eximio timonel que conocía todos los secretos para salvar hasta las más terribles tormentas. Nuevamente iba a demostrar su pericia para capotear los peores temporales. Si lo había hecho en los más embravecidos mares… ¿porqué no lograrlo en tierra firme…? Él disponía la bitácora donde guardaba su brújula y el compás de navegación, entonces seguro y sin equivocaciones llegaría a buen puerto.- reflexionaba mientras miraba el maletín.

Continuó con su trabajo en el Correo. Su desempeño era excelente. Remo Fallatto sólo tenía palabras de elogio para él.

Desde que ingresaba, hasta el horario de cierre, no estaba ni un minuto quieto, ordenaba planillas, registraba cada tipo de correspondencia que sellaba, tomaba nota de las peticiones de los clientes, todo lo hacía con extremado orden y meticulosidad. Cuando no tenía nada que hacer, referente a su trabajo, sacaba de su maletín la pequeña agenda de cuero y hacía anotaciones personales abstrayéndose de todo el resto. En las pausas, donde sus compañeros de trabajo descansaban, reunidos en el patio trasero, él continuaba en su escritorio trabajando sobre su agenda.

Todas las tardes pasaba un rato en el café, a veces junto a Cecilia, otras con nuevos amigos, que fue haciendo entre los habitúes del lugar. Se sentía muy a gusto con ellos, y se sumergía con toda pasión en las charlas de todo tipo que surgían en esos encuentros.

Hablaban de todo, de todo lo que los jóvenes pueden conversar en sus momentos libres. Francisco seguía atentamente la opinión de cada uno, como haciendo un estudio del interés de sus nuevos amigos.

Gustaba de compartir cualquiera de las mesas, pero se sentía más cómodo en el grupo que se formaba cuando se reunían con Rafael, artesano, músico y compositor; por entero un bohemio soñador; luchador de las causas perdidas. Diego Ismael, constructor de pequeñas embarcaciones y grandes fantasías; su ilusión era llegar a tener un gran trasatlántico para poder sentarse a tomar un buen vino tinto, viendo pasar la vida; sin hacer nada más que haraganear, mientras sus amigos pescaban en cubierta junto a él. Saúl Argentto, un napolitano alegre y loco, con permanentes problemas económicos, decía que su desgracia había sido la invención del dólar, y que los impuestos se habían creado únicamente pensando en molestarlo sólo a él. También participaba Memo Zabaleta, un abogado muy simpático y locuaz, con cara de niño, quién, antes de empezar con sus verborrágicas exposiciones se quitaba el reloj, lo apoyaba sobre la mesa, como midiendo el tiempo que le insumiría su discurso. Empezaba a hablar, acariciando con sus manos cada palabra que emitía. Todos los oyentes sabían que la mitad de sus dichos eran inventos del momento, ya que su imaginación era prodigiosa; pero nadie lo interrumpía.

Francisco la pasaba muy bien con ellos, pero, pensaba que casi teniendo la misma edad parecían tan jóvenes…era tanto los que le faltaba vivir y aprender. En esos momentos, por instantes, sentía una rara nostalgia. De igual forma, y para no mostrar desinterés, también se embarcaba en las conversaciones, cada día distinto, siempre diferente, a veces descabellado; construyendo audazmente nuevas y coloridas teorías filosóficas de café.

Francisco, además de la buena mesa, veneraba a las mujeres, eran una verdadera fascinación. Él aseguraba que de todas las fragancias: la mejor es la que huela a mujer. Aunque sus amores siempre eran contingentes; era preferible no involucrarse, para luego poder volver a empezar y enamorarse nuevamente- decía.

“Y así romper con el mito de la imposibilidad del movimiento continuo: hacerse, re – hacerse, una y otra vez; cada vez amando más…”- remarcaba a sus amigos cuando se hablaba de esto.

_En el tema belleza y estructura corporal de las mujeres: desde la antropología todo se explica; el único requisito es conocer algo del tema, no es bueno hablar sólo por vicio de hacerlo…- comentaba Francisco mirando junto a sus amigos a una hermosa joven de veinte y pico, con un cuerpo escultural que había ingresado al bar. Era tan bonita que no tenía nada de más…o de menos: alta, con ojos turquesa, cabellos oscuros enrulados y piel color trigo. Pasó junto a la mesa llevando encima toda la magia y gracia del mundo al caminar.

_ ¿Vos te referís a las mujeres caucásicas…?- preguntó Rafael, como para demostrar que algo sabía del tema. En ese momento Diego Ismael miró desesperado, haciéndole señas con sus ojos a Saúl. Recién había empezado la charla y ya se sentía afuera, corrió medio metro su silla para quedar casi pegado a su amigo y en voz baja le preguntó al oído:

_ Saúl, ¿“Caucasia” es un país…?… ¿por dónde queda…?…- éste tan perdido como él le respondió casi como contándole un secreto:

_ Ni idea, creo que es una selva cerca de Venezuela…al norte… ¿o al oeste…?…esperá, ya te explico…

Francisco, hizo una pausa, lo miró a Rafael y continuó:

_No, no sólo las caucásicas, sucede con todas las mujeres del mundo… observen, miren esa chica, apenas uno la ve y sin saberlo, con sólo mirar sus piernas, cintura y pechos, cualquiera se da cuenta que por sus venas corre sangre de todos lados del mundo. Eso le confiere más “textura”, vigor. Es un vigor híbrido, se ve en todo su porte; se marca en su cadera…observen. Es una anatomía…precisa, como esculpida por Leonardo…miren, ¿ven…?…es toda energía… ¿se dan cuenta…?…

_ Sí, claro que uno lo ve, es una “mina” divina, como vos decís energía pura hecha hermosura. Es una “bomba atómica”…de flores, todo lo lindo está concentrado en ella- intervino reflexivo Rafael recurriendo a su veta poética.

_ Una “mina atómica”, sin dudas para conseguir algo tan extraordinario, sus padres le habrán puesto un molde cuando era chica; ese cuerpo es increíble…- agregó Memo Zabaleta, mientras Diego Ismael, mudo y embobado estaba “atado” a la admirable imagen de la que todos hablaban.

Francisco giró la cabeza para verla cuando se sentaba con otras mujeres en el fondo del bar. Volvió la vista a sus amigos y continuó:

_Sí, sin dudas está hecha a medida, átomo por átomo; cuando nació seguramente todo el Universo hizo una pausa y se detuvo unos segundos para festejar su “venida”…porque esa belleza tan sublime no aparece todos los días así como así…es un don…no, amigos, no hablo por hablar…Yo esto lo he visto en el mundo…lo he leído…

Sus compañeros de mesa lo miraban atentos cuando hablaba, aunque varios ojos ya no estaban ahí, se habían “ido” tras la divinidad que estaban examinando. Mientras Francisco hacia una pausa para llevarse a la boca otra aceituna, ya había comido más de veinte desde que se inició la charla; siempre fue otro de sus grandes placeres: comer olivas. Cuando iba a gustar otra vio el plato vacío, hizo una seña al mozo y continuó con su exposición.

_En el último suplemento de Medicina, del New York Times, abordaron este tema.- cuando Francisco se apasionaba con una cuestión, a veces, olvidaba que existían detalles en los que no se podía extender demasiado. Esto lo obligaba a pequeñas mentiras, para no quedar al descubierto en su increíble realidad.-

_Un ejemplo, -continuó sabiendo que todos lo escuchaban atentamente- en Brasil se mezclaron tres tipos de sangre radicalmente diferentes. La europea, de los portugueses, la africana, con la introducción de los esclavos, y la americana, la nativa. Ahí en su mayoría, las mujeres son perfectas, no les falta ni sobra un milímetro en su…”geografía corporal”…son cuerpos sublimes…Ahí se marca lo mejor de cada raza…

_ Sí, sí, y las cosas negativas, ¿los defectos…?- lo interrumpió Memo Zabaleta, para él había puntos que no cerraban.-

Pero Francisco nunca se quedaba sin respuesta:

_Cada raza da lo mejor y lo peor, lo mejor se nota en ese vigor híbrido que dije, Memito, lo peor…bueno, lo peor desaparece con la selección natural, se extinguen…todos saben que a esto lo comprobó Darwin hace unos años. Los organismos que no están preparados para las exigencias del medio, se volatilizan, se evaporan, se esfuman de la tierra… ¿me entendés ahora…?

Éste, muy serio, bajó dos veces el mentón en señal de aprobación y continuó bebiendo su whisky, aunque aún existían puntos que no comprendía bien.

_ Bueno, lo de Brasil es cierto, sí, pero acá en Argentina también ha habido una gran mezcla de razas…y por eso existen estas “Minas” únicas. – opinó Rafael.

Todos los presentes seguían atentos el desarrollo de esta nueva teoría explicada con erudición por Francisco, aunque en el fondo dudasen de su veracidad.

Dejaron que su amigo continuara con la explicación:

_ ¿Me entienden o no…? El caso contrario se da en razas antiguas…viejas, gastadas, con sangre “cansada”…les doy un ejemplo: en el Asia Central, en la zona de los antiguos Persas…desde hace dos mil años hasta hoy…no se han producido grandes cambios ni introducción de otras etnias, o sangres… ¿alguno de ustedes me puede decir, en general, de alguna mujer realmente linda de esa zona? Sí, hablo de una mujer “esculpida”, “tallada”…¿ saben de alguna…?…Claro que habrá excepciones, dos o tres… hace dos mil años puede que hayan existido …pero hoy, por lo común, son…”manzanas arenosas”, desabridas…insulsas..con menos forma que el “aire”… ¿ si o no…?

Diego Ismael, que estaba atento, aunque ya iba por su tercer vaso de whisky, lo apoyó en su teoría:

_ Sí, es cierto…ahora que pienso… yo en el colegio tenía una compañera de

Afganistán, ¿es la zona no…?…creo que sí…y bueno esta chica se parecía más a una foca que a una mujer…igual a un “flan”…algo espantoso…un verdadero adefesio.- Diego Ismael era muy gráfico en sus expresiones, pero sus dudas sobre geografía mundial y otras materias lo hacían titubear.-

_ Para no mentir, de esa zona no sé, pero yo he conocido algunas mujeres de Islandia…o tal vez eran de más arriba, bueno bien no me acuerdo de donde venían, pero es como dice Diego: un desastre, mamarrachos, verdaderos cachivaches, pero éstas se parecían más a avestruces…realmente muy feas…como”espantapájaros”…-intervino eufórico Memo.-

_ Puede ser- prosiguió Francisco- …igual no hay que generalizar, no existen los “absolutos”…pero si a esta mujer…a la “mina” que entró recién, le preguntásemos de sus ascendientes, seguro que son de todos partes del mundo…y eso nos confirmaría lo de la mezcla de sangres… ¿entendieron…?

_ Sí, pero para ratificarlo tendríamos que disponer de su árbol genealógico- aseguró Rafael-.

Saúl Argentto había estado en silencio durante toda la charla, sin emitir una palabra; pero con un cigarrillo entre sus labios aplaudió, adhiriendo y felicitando la teoría de Francisco… Y para festejar pidió otra ronda de whisky al momento que acotaba:

_ Sí, sí, sí, todo muy lindo, pero para mi es mucho más simple y sencillo…para que una mujer me guste lo primero que tiene que tener es “pulso”…el resto es “valor agregado”…¿ será por eso qué me gustan todas…?-

Rafael miró sonriendo a Saúl, reflexionó unos segundos y propuso brindar “por las mujeres hermosas, por las feas, por las flacas y las gordas, por el “aire”…por las focas, “flanes” y avestruces, por todas las mujeres del mundo y del universo”.- luego agregó:

_ Blancas, negras, rojas, amarillas, también las verdes y azules; todas son o serán madres…eso si que es importante y trascendental, propongo brindar por todas las madres del mundo. Gracias a ellas estamos acá, gracias a ellas la historia continua y todo sigue su avance.-

Al momento unieron sus copas, adhiriendo con aplausos el pedido de Rafael.

Y así, con los temas más diversos, pasaban horas en acalorados debates.

A veces las conversaciones eran ordenadas, prolijas, meticulosas…otras anárquicas, irreflexivas y alocadas. Todo dependía de los variables niveles de hormonas, de la temperatura ambiente…y de la ingesta de bebidas. A veces, el diálogo civilizado se convertía en un verdadero caos.

Francisco gustaba mucho del ajedrez y lo jugaba muy bien. En la mesa del bar establecía algunas partidas. Sabía que la principal, la más importante, ya estaba en marcha y, en esa contienda, jugaba con las piezas blancas. Mentalmente estudiaba y corregía las próximas jugadas, cada movimiento, la táctica de sus movidas; con la estrategia de un verdadero experto. Sabía de la conveniencia, en algunas jugadas, de dejarse ganar una que otra pieza Y así lo iba haciendo. Cuando el adversario creía haber avanzado, él atacaba ganando nuevos espacios. Así, la partida progresivamente se ponía a su favor. Día a día.

Por las noches, Francisco, pasaba unas horas en la tranquilidad del clima familiar; otras junto a Cecilia, con la que se fue uniendo cada vez más, encontrando total reciprocidad en ella que ya se sentía enamorada de él.

En la madrugada tenía una visita diaria a las conejeras. Ahí repetía prolijamente el acto de pintar con veneno, y guardar los paquetes que sacaba previamente del maletín.

Una semana después se despertó a la madrugada sobresaltado, eran los gritos angustiados de Rosa que venían del fondo.

Pensó lo peor, tal vez Pedro había caído muerto, fulminado por un infarto por palear esos nuevos almácigos. Ya lo había comentado la noche anterior cuando trajo esas cebollas de la casa del tío Pascual; él se lo había advertido, no tenía edad para eso, no podía madrugar, ya hacía frío…y la humedad que tanto daño producía.

Francisco saltó de su cama, escondió el mosquitero bajo la almohada, y así como estaba, con su pijama verde musgo con rayas marrones, corrió hacia la huerta. Al llegar encontró una imagen desgarrante. Su madre de rodillas, en una crisis de llantos y gritos, sostenía entre sus manos una bola de pelos blancos.

Con una mano en su cintura y la otra tomándose el mentón, buscó escudriñando con la vista donde estaba tirado el cuerpo de su padre, pero no pudo ubicarlo.

_ Rosita, ¿le pasó algo a papá…?- preguntó Francisco, para saber como proceder.

Cuando se acercó unos pasos hacia su madre, vio que lo que sostenía Rosa era un conejo muerto, hinchado y rígido, con espuma en la boca. Unos metros más adelante, muy cerca de la boca de los túneles, vio otros seis conejitos inmóviles, en las mismas condiciones.

Por la puerta de la cocina se asomó Pedro, también despertado por los gritos de Rosa. Estaba entre dormido, con el rostro y los ojos congestionados, en parte por el sueño y por las ginebras de la noche pasada. Con voz ronca, al ver lo que sucedía, sin dirigirse a nadie en particular, emitió su diagnóstico terminante:

_ Es la peste, mi Dios…es la peste, primero destrozará a los conejos, luego serán las gallinas, los patos, ni los tomates se van a salvar…dicen que viene de África… mi Dios…es la plaga… cuando llega no perdona.

Estas palabras conmovieron mucho más Rosa, y sus gritos se hicieron más agudos y lastimosos. Con los brazos extendidos sacudía de un lado a otro el conejo muerto que sostenía en sus manos, como si haciendo esto alejase el mal de su huerta, como si cortase con un bendito cuchillo la maldición que había entrado a su casa.

Mientras sucedía esto, Francisco, sereno, imperturbable, con sus dedos apoyados en la cintura, comprendió al instante que si no tomaba alguna rápida medida; todo esto se convertiría en un desastre. Debía encontrar una solución radical e inmediata, si no lo hacía en breve, desaparecería la pequeña explotación pecuaria de sus padres…y se harían añicos sus planes.

Más allá de este análisis él no sintió ninguna culpa, remordimiento ni responsabilidad en lo sucedido. Estaba convencido que sus objetivos valían mucho más que unos vulgares conejos. Sólo pensó que tal vez esto no hubiese sucedido de haber enterrados los paquetes debajo del gallinero, o haciendo un doble fondo en los cajones de las ponedoras.

Pedro, se calmó y tratando de tranquilizar a Rosa, la abrazó y convenció de llevar unos de los conejos muertos al veterinario; seguramente él sabría darles una solución y así detener la peste.

Todavía era temprano, recién amanecía, Francisco esperó que sus padres volviesen a acostarse. Minuto después, cuando ellos dormían, ya estaba con la pala ampliando la boca del túnel donde había puesto los paquetes.

Con el rostro sudoroso repleto de tierra y el pijama totalmente embarrado, de rodillas, contó los paquetes que iba recuperando; veintitrés, veinticuatro, veinticinco, esos eran todos, coincidían con los días que hacía que trabajaba en el correo. En los tres últimos paquetes, los que estaban más profundamente escondidos, se notaban mordeduras y desgarros en su cubierta.

“Malditos roedores… ¿Porqué los han mordido…?…se van a intoxicar todos…”- pensó.

Se paró, miró en todas direcciones, buscando un nuevo escondite. Su mirada se detuvo en el techo de la cocina, ese sería el lugar. Con una escalera subió todos los paquetes, los acomodó, uno a uno, en fila, como hileras de ladrillos, entre la pared y las chapas del techo. Descendió, fue nuevamente hasta la boca del túnel, sin preocuparse por el barro se acostó en el suelo tanteando con la mano, introdujo su brazo derecho hasta el hombro en el pozo. No encontró nada, se secó la transpiración de su frente, totalmente embadurnada y sucia.

Insistió nuevamente, mientras se decía mentalmente: “calma y prolijidad, Francisco, prolijidad y calma…”- extendió sus brazos largos, primero el izquierdo, luego el derecho, averiguando en la profundidad para comprobar si había más animales muertos. Pero no, no encontró otros cuerpos, se tranquilizó pensando que por suerte sólo habían sido siete los conejos accidentados, culpa de su glotonería. Con la pala disimuló el pozo que había hecho, alisó la tierra de los bordes y se fue a bañar, debía irse a trabajar.

Ese día, mientras el trabajo se lo permitía, lo dedicó a escribir en su agenda. Además, de tanto en tanto usaba un papel borrador donde realizaba cálculos, luego corregía algunos resultados. Cuando finalizaba la operación copiaba los datos finales en su libreta de cuero. Y así transcurrió su jornada laboral, entre la atención de clientes y su escritorio para proseguir su tarea en la agenda.

Cuando concluyó su labor en el Correo sin ningún contratiempo, se dirigió directamente al bar.

Su cita había sido fijada a las seis de la tarde. Esperaba que no le fallase y fuese una persona puntual. Él aborrecía la impuntualidad, le parecía una falta de respeto, en definitiva: mala educación. Pero apenas entró lo vio sentado atrás, en la mesa del rincón.

Diminuto, aparentaba unos veinte años, aunque tenía treinta y cinco. Muchos lo hubiesen confundido con un niño si no fuese por el segundo whisky que había pedido, su largo cigarrillo en la comisura de su boca y el cenicero repleto de colillas, como si hiciese dos horas que esperaba. Apenas lo vio se levantó para saludar a Francisco, era muy petiso, no le llegaba a sus hombros. Nunca habían estado juntos, pero ahora Francisco entendió lo acertado del apodo: el “Enano” o el “Pigmeo Santos”.

Jorge Santos era un oscuro personaje de la zona. Eterno asociado a trabajos turbios, siempre del otro lado de la ley, cada día más allá.

Decían que de joven había hecho un curso de Parasicología y Adivinación. Luego de obtener un dudoso diploma que lo habilitaba para ejercer esas prácticas sombrías, se alquiló a los dieciocho años un cuartucho esotérico donde ejercía “El Maestro Santos”. Al inicio muchos incrédulos recurrieron a él. Pero Santos tenía más dudas que sus propios clientes. Inseguro y torpe, jamás acertaba sus predicciones. Los “pacientes,”engañados, volvían a los diez o quince días a reclamar el dinero que les había cobrado, él pedía dos semanas más de plazo, hasta que los astros se aliñasen en el firmamento de manera precisa, tal cual él lo había previsto. Él aseguraba que se debía esperar la conjunción exacta de los planetas, para que así descendiese a la tierra toda la energía cósmica necesaria para las curas esperadas. De este modo, la prórroga para que se cumpliesen sus predicciones se hacían perpetuas.

También leía las manos, la borra del café, hacía cartas Astrales, tiraba las barajas…tantas cosas tiró Santos que entre ellas se fueron su vergüenza y las esperanzas de un día ser un hombre de bien.

Una noche, que lloviznaba, tuvo que cerrar para siempre su Consultorio Astrológico, y huir presuroso para evitar ser linchado por un grupo de clientes engañados, descontentos y enardecidos, que juraron desollarlo vivo.

Al ver la turba enfurecida el “enano” qué era un alfeñique, asustado como nunca, corrió cobardemente por los techos saltando chapas y tapiales. Cuando casi había llegado a la esquina opuesta, patinó sobre unas vigas y rodó pesadamente por una azotea; hasta que cayó, como un lingote de plomo, por una claraboya oscura. Atontado por el terrible golpe, magullado y enteramente raspado, se puso de pie, con los ojos desorbitados, procurando saber donde estaba. Cuando reparó en los sanitarios comprendió que había caído en un baño. Caminó hasta el espejo y se aterró al ver su rostro totalmente machucado, con más de cincuenta cortes producidos por las latas y maderas que amortiguaron su abrupto descenso. Pero no podía perder tiempo en su huida, corriendo nuevamente cruzó presuroso por el living de la casa en cuestión, y antes de ganar la puerta de salida; tropezó con la silla donde un anciano descansaba escuchando radio. El viejito quedó boca abajo, a un costado de la mesa, desmayado, aún con la gorra puesta; y a su lado la radio partida en cien pedazos. Santos se detuvo un segundo para ver los destrozos ocasionados, impávido, le quitó la gorra al hombre inconsciente para cubrir de la lluvia su cabeza lastimada. Luego huyó despavorido. Aún quitándose los trozos de vidrios desparramados sobre sus ropas, en diez minutos estaba sentado en el tren de medianoche que iba hacia el norte,

En el Altiplano estuvo refugiado dieciocho meses hasta que los ánimos se calmaron en El Pago de los Arroyos.

Ahora su actividad se centraba en dirigir un grupo de jóvenes pobres, a los que hacía robar en casas que él previamente había elegido. Generalmente eran viviendas de ancianos o mujeres solas, siempre gente indefensa y débil. Luego dividía el producto del robo de una manera egoísta y para nada justa, ocho partes para él, dos para los cómplices. Pero sus jóvenes compinches no podían decir nada porque, además, “el enano” era confidente de algunos policías, y si alguien cuestionaba su manera de repartir; se ponía muy nervioso y luego de fumarse cinco cigarrillos seguidos corría a delatar al eventual rebelde.

Hubo algunos ladronzuelos en su banda que pecaron de valientes ante su jefe y osaron discutir la repartija, pero todos ellos terminaron encerrados en algún sucio calabozo u oscuro reformatorio; después de la cobarde delación del “Enano”. Por eso ya nadie discutía los procedimientos fijados por el pequeño jefe.

Otra de las actividades de Santos, que además era un gran falsificador, consistía en engañar a compañías de seguros. Luego de asegurar mercadería valiosa que sólo existían en tinta sobre papel, desaparecían los elementos asegurados para siempre y él cobraba el seguro correspondiente.

También dicen que participó en algún secuestro, asaltos de bancos, estafas a jubilados. Muchas veces, en estos casos, se hacía pasar por gestor, quedándose con la jubilación de los ancianos; luego que estos le firmasen un poder para él manejarse libremente con sus cuentas. Inconmovible y sin escrúpulos los dejaba sin un centavo. Era realmente siniestro e insensible, nada le importaba.

Nadie podía reclamar sus trampas y engaños porque Santos, de inmediato, desaparecía cobardemente, y se refugiaba un tiempo prudencial en algún país limítrofe. Éstas sólo eran algunas de las andanzas que se le atribuían. Pero proviniendo de él todo era creíble, ya que nada le era extraño en su arte de delinquir.

_ Gracias por su puntualidad Jorge. No le di detalles por teléfono para evitar todo riesgo. Siéntese por favor.- le dijo Francisco mirándolo fijamente y pesando que ese rostro infantil, anodino y empalidecido nada decía de la inmensa maldad que escondía.

Se detuvo observando su cuidado cabello castaño, con un corte informal, que le dejaba un mechón libre que caía sobre su frente; y él como con un tic cada quince segundos se lo quitaba con su mano derecha.

Santos asintió con la cabeza, se sentó quedando casi al nivel de la mesa, mientras seguía bebiendo whisky de un vaso, que en sus frágiles y pequeñas manos parecía un balde gigante. Suspicaz, miraba cada un minuto la puerta de entrada, temeroso que lo vigilasen o que apareciera la policía.

Observó con atención a Francisco, aspirando su vigésimo cigarrillo; esperando que éste detallase el negocio que seguramente le propondría.

A Francisco le encantaba ese silencio “fabricado”, que iba creando así cierto misterio, vigorizando la “gestión” que presentaría. De esta forma el trabajo a encomendar cobraba más importancia.

_ Le explico, Jorge, dispongo de varias planchas de estampillas de curso legal, aproximadamente representan unos cuatrocientos mil pesos…

Al escuchar esto Santos se ahogó con el trago de whisky. Atragantado su rostro se puso primero rojo, luego azulado, y como no podía emitir una palabra, casi asfixiado, le pidió a Francisco con una seña de sus manos que se detuviese.

Siguió con una acceso de tos, pero rápidamente se recompuso, se aflojó la corbata y desabrochó el botón de su camisa; estirando sus hombros hacia arriba como para ganar altura. Se olvidó del cigarrillo encendido, y mientras llamaba al mozo prendió otro.

_ Un minuto Francisco…Setubal ¿no?…-

_Setubal Porvenir. – corrigió Francisco-

Al llegar el mozo, pidió dos whiskys, uno doble. Esperaron en silencio el pedido, cuando éste llegó, Santos eligió el vaso que más tenía, y dio un trago como si fuese agua, con su mano libre le acercó a Francisco el otro. Luego le hizo seña con su cigarrillo para que continuase.

_ Jorge, usted sabe bien que el costo real de un envío postal es sólo el cinco por ciento del valor del franqueo en cuestión…son unos verdaderos ladrones…- hizo una pausa, bebió un sorbo de su vaso, mirando fijo a Santos y continuó:

_Esto no puede ser, porque en definitiva el que paga esa diferencia es el usuario, y el que la gana…bueno, esos son algunos “Guantes Blancos” de la Capital. Éstos, a su vez, darán una parte a los políticos encargados del control de este servicio, así permanecen ciegos…como si nada ocurriese…-

El “Pigmeo” se movía nervioso en la silla, intentando una y otra vez de levantar su cuello por sobre sus hombros.-

_Pero esto no puede continuar así Santos, de ninguna manera…algún día ese dinero volverá al pueblo…-

Francisco quedó pensando esta última afirmación, hasta que el “enano” Santos lo sacó de sus pensamientos.

_ Sí, pero por ahora, Setúbal Porvenir, el “pueblo” seríamos nosotros, sólo usted y yo… ¿entonces…?…-apresurado Santos, deseaba conocer el monto que él recibiría, su codicia era insaciable y enfermiza.

Francisco lo miró fijo un instante, se rascó la punta de su nariz y continuó.-

_Sí Santos, claro que sí…sé que usted tiene muchos contactos en empresas que usan el estampillado para franquear envíos. También tengo entendido que usted conoce, en ciudades vecinas, otras dependencias de correo; donde algún empleado podría tener interés de negociar con nosotros.- Francisco sabía que al usar el plural, Santos lo tomaría como un halago y muestra de confianza hacia su persona. Y cuando vio la felicidad dibujada en la cara del “Enano”, continuó usando ese método

_Nosotros, Santos, lo que necesitamos es gente que acepte pagarnos la mitad del costo de la estampilla en cuestión. Para ellos, imagínese, es un excelente negocio, pagan cinco lo que vale diez… ¿les queda margen para ganar no…?

_ ¿Y…nosotros como vamos en esto ?- preguntó Santos, quitándose nerviosamente el pelo que le caía sobre su frente, mostrando su fibra miserable, ansioso y ávido de ese posible dinero..

_ Es simple Jorge, vamos a dividir en partes iguales. ¿Le interesa?

Santos, no respondió, estaba emocionado; ganaría la mitad de las estampillas que él vendiese, y eso del total hablado implicaba mucho dinero; demasiado comparado con las exiguas sumas que él rapiñaba. Pero quiso mostrarse inmutable, encendió un nuevo cigarrillo y bebió de su vaso un generoso trago. Nuevamente con la mano derecha apartó de su frente el mechón de pelos que la cubría, ya en sus ojos se notaban miles de puntitos rojos.

Francisco no esperó respuesta y continuó.

_Usted sabe Santos que esto tiene que ser un secreto total, cualquier inconveniente que surgiese usted no me conoce, y viceversa… pero le aclaro que me gusta trabajar bien, seriamente. Si tomamos el compromiso de hacer esta tarea juntos; le pido…le exijo responsabilidad.

Francisco hizo una pausa, bebió un sorbo de su vaso, y observó como Santos entornaba sus ojos enrojecidos como un ratón encandilado. Es que en si, eso era: una mísera rata.

_Santos, una cosa más…no voy a admitir errores, no vendamos “sábalos por pejerrey”… ¿me entiende?… de esa forma nos llevaremos muy bien.-

Santos entendió el mensaje subliminal, conocía perfectamente los códigos y el lenguaje de la mafia, sin haber estado en Sicilia.

“Este hombre no está jodiendo, es un “pesado”.- pensó.

Santos no habló, pero con tan sólo terminar su vaso, pedir otro y encender un nuevo cigarrillo, estaba diciendo que sí, que entendía cual era la forma de trabajar.

Francisco le explicó como se harían las entregas diariamente y en forma rápida para sacarse de encima ese material comprometedor. Le comentó que ahí mismo, en su maletín, tenía las primeras planchas. Las otras se las iría dando conforme se fuesen vendiendo, en su casa del barrio Los Fresnos.

Por debajo de la mesa le entregó las planchas disimuladamente envueltas en papel de regalo. Coordinó que las próximas entregas se realizarían a la madrugada, a las cuatro en punto, cuando él le indicase. Francisco sabía que no existían riesgos, sus padres y hermanitos eran de dormir profundamente.

_Otra cosa Santos…Jorge, necesito que me haga una documentación completa a mi nombre, Libreta de Enrolamiento, Pasaporte, acá tiene mis datos – le dijo Francisco pasándole un papel y unas fotos carné.

Santos sólo asintió con la cabeza, las tomó y guardó en su saco, para luego decirle que en una semana los tendría listos. En ese momento entró Cecilia, elegante y delicada como siempre, saludándolo con su mano.

Francisco luego de verificar que Santos había comprendido todo, acordó el próximo encuentro y se disculpó por tener que dejar la mesa. Con gran prontitud, en segundos, el “enano” había desaparecido del lugar.

Francisco se acercó a Cecilia, le tomó la mano, la besó y se sentaron con las manos unidas. Ella estaba enteramente enamorada, y él feliz de haber movilizado tantos sentimientos.

Francisco le comentó que estaba haciendo unos trabajos extras en el Correo. Es que nadie como él, conocía la manera de hacer proyecciones estadísticas para el próximo año. En base a los resultados, luego las extendería a un lustro. Una tarea muy engorrosa, pero bueno, él tenía los conocimientos, y el Correo Central había solicitado esta tarea a todas las dependencias del interior.

Ella le contó que pronto empezaría a estudiar, quería ir leyendo Fisiología Humana, le habían dicho que era una materia difícil, y sería bueno leer algo sobre el tema para adelantar.

_Me parece muy bien Ceci, hay que ser tenaz en la vida, a todos los niveles. Si no te esforzás…nadie te dará nada gratis, mucho menos esos conocimientos que buscás; además cada nuevo dato que incorpores a tu “cabecita” irá formando el más valioso de los tesoros: el de la sabiduría. Ése que ya nadie podrá quitarte y mientras más sepas: más libre e independiente serás…

Hoy la competencia es despiadada, ya nadie tiene contemplaciones. Además, irás comprobando que uno debe estudiar toda la vida, si quiere estar incorporado al mundo que se sucede. Pronto este planeta se va a globalizar…ya lo vas a ver…- Francisco se detuvo por un segundo, se tocó la punta de la nariz pensando en la importancia de la palabra: conocer.

Cecilia asentía mientras se explayaba, aunque él hacía algunas afirmaciones que mucho no comprendía

_Sino Ceci, uno queda desubicado, retrasado, y se posterga en todas las áreas…- a Francisco se le nubló la vista por unos instantes, pero se había apasionado con su reflexiones, y continuó con su palabreo.

_La evolución humana te demuestra la importancia de los conocimientos, de cómo van sumando entre si.

Los cavernícolas que no se arriesgaron y quedaron conformes en sus cuevas, creyéndose protegidos; más tarde sucumbieron. No se animaron a arriesgarse. Por el contrario, los que tuvieron el valor de a salir, de luchar, avanzar, caer, levantarse y seguir…fundaron este mundo que hoy vemos y disfrutamos.

Cecilia muy atenta e interesada, mientras bebía su jugo, escuchaba la exposición de Francisco, asombrándose por su sabiduría.

Francisco, hizo una pausa para beber agua, recorrió con su vista todo el bar. Él ya creía estar en un inmenso auditorio frente a cientos de atentos oyentes. Luego de comprobar la gran concurrencia, continuó con su disertación.

_Te decía, que mientras unos buscaron protección en las cavernas, muriendo olvidados ahí, otros crecieron andando, saliendo a lo desconocido… ¿me entendés…? …

” El que no aventura, intenta y camina: siempre se estanca y pierde.”- pensó él y al ver el gesto de afirmación de Cecilia, continuó sin esperar respuesta.-

_Ellos, los que se animaron y se atrevieron, gestaron al nuevo hombre. Por eso cuando hoy distingo a una persona así: audaz, luchadora…inteligente…yo digo que es “un hombre nuevo”…No creas que por haber nacido hoy todos son nuevos hombres, no, muchos quedan toda su vida “paveando como marmotas”; sólo algunos tienen el coraje y fuerza de serlos…-

Francisco, seguro del interés que generaba continuó.

_Pero hay que estudiar, cultivarse permanentemente, leer es un hábito hermoso. Hubo pueblos en la antigüedad que crecieron en extensión, en base a su poder militar, creyeron tenerlo todo, pero cuando se olvidaron de la educación, de las ciencias…desaparecieron…yo he visto varios de estos desastres…he sido testigo Cecilia…

Ella algo desorientada lo interrumpió:

_ ¿Cómo es eso, que los has visto, qué has sido testigo…?…si vos no fuiste contemporáneo con esas historias…

Francisco pensó un instante y se recompuso inmediatamente:

_ Es una manera de decir, he estado “cerca” de esos hechos por mis lecturas… ¿te conté que soy bibliófilo…?…sí, adoro la lectura. Soy un lector compulsivo, un tanto anárquico, pero adoro leer. Uno crece tras cada página…siempre aconsejo estudiar mucho, “cultivarse”…

_ ¿Sabés…?- dijo Cecilia- me sorprenden tus conocimientos, ¡qué culto sos…!…lo increíble…es que con tu edad hayas podido analizar tal diversidad de temas…sos un erudito… ¿ves..?, también por eso te adoro.

En el fondo del bar, bajo una gran radio, sentados alrededor de una mesa doble, los hinchas del equipo de fútbol del interior, vivaron el último gol y con él; la obtención del campeonato nacional. Entre gritos y felicitaciones, todos aplaudieron…la algarabía inundó el bar, parecía un estadio repleto.

Francisco que aún estaba obnubilado por su exposición, se le volvió a nublar la vista, y al sentir los festejos, creyendo que él era el homenajeado; se levantó, dio un paso al costado, se puso firme, y dos veces inclinó su cabeza sobre su pecho, como en el Coliseo, luego se llevó la mano derecha hacia su corazón. Volvió a la realidad, cuando sintió en la suya, la mano de Cecilia y juntos salieron hacia la heladería.

Al regresar a su casa su madre le contó que el veterinario había diagnosticado un posible envenenamiento con raticida. Seguramente el culpable había sido Pedro, era seguro que en sus habituales confusiones colocó veneno en la comida de los conejos, pero por suerte el resto de los animales no parecían estar enfermos. Pedro trató de defenderse, no obstante los hechos lo condenaban. Además Francisco tomó partido por Rosa, ellos eran los únicos mayores de la casa. Pedro era el que manejaba los fertilizantes, y otros remedios guardados en viejas botellas con etiquetas borrosas.

Con toda dulzura, Francisco, aconsejó a su padre más prudencia y atención para el futuro.

_ Papi, fue un descuido seguramente, nadie te dice que lo hayas hecho a propósito, pero con estas cosas hay que tener mucho cuidado, más que nada por los nenes…sabés como le gustan jugar ahí… debés ser más cuidadoso cuando hay criaturas de por medio…¿ entendés…?…- cambiando de tema abruptamente preguntó:

_Ahh…Rosita, ¿vas a hacer pastelitos hoy…?

Mientras tanto a Pedro se le llenaron los ojos de lágrimas, se sentía culpable, él adoraba a sus hijitos.

_Ahora tranquilizate papi,- continuó Francisco-por suerte no ha sucedido nada grave. –

Francisco le acarició la cabeza y prometió que él mismo revisaría cada frasco y botella de la estantería del fondo, para verificar su contenido y luego etiquetarlos prolijamente. Pedro no dijo una sola palabra, se sentó mirando por la ventana el gallinero, la conejera y la huerta, luego se sirvió un vaso de ginebra. Después del tercer trago sabía que Rosa y Francisco tenían razón. Con sus olvidos y descuidos él era el único responsable. Gracias a Dios sólo fue un gran susto.

En los días que siguieron a Francisco le faltaban horas para cumplir con todas sus obligaciones. Su trabajo, sus diarios encuentros con Cecilia, la familia, la entrega de paquetes a Santos en la madrugada. A éste le dijo que terminadas las planchas existentes harían una pausa.

Santos le comentó que en un par de días concluiría con la entrega de todas las restantes, la demanda había resultado inmensa. Cada vez que éste las recibía, pagaba a Francisco el dinero de las anteriores. Retiró las que restaban dos días después, en una madrugada lluviosa y fría, en ese momento le entregó los documentos ya confeccionados a Francisco.

Al abrir la primera página, leyó, en letras “oficiales”, correctamente selladas: Francisco Setubal Porvenir. Le gustó mucho, volvió a leer y abrevio mentalmente: “Francisco S Porvenir”…

_ Perfectos, están muy bien hechos, gracias.- le comentó a Santos.

Éste, inexpresivo, lo saludó y rápidamente desapareció en su pequeño auto negro.

Hasta ahora habían conseguido unos cien mil pesos cada uno.

Si bien Francisco, después de una larga ausencia, había “desembarcado” en esta tierra un tanto alucinado y confundido, conocía el porque de su venida y cual era su cometido. Su bitácora no se equivocaba. De lo simple a lo difícil, de lo trivial a lo complicado; él debía crecer y hacerse gigante para que su misión final tuviese éxito. Sabía que no era una forma legal de obtener dinero, pero estaba convencido que “su” fin justificaría sobradamente los medios utilizados. Todos, pronto y sin saberlo, gozarían de esa pequeña “inversión” del Estado para hacer realidad sus postergados sueños, esos que tanto habían anhelado.

Notó que algo estaba mal en el Correo apenas entró. Suponía que esto podía suceder, pero no esperaba que fuese tan pronto. Había confiado en su suerte, disponiendo de más tiempo, hubiese estado mejor preparado para enfrentar este momento; pero durante tantos años había improvisado, que esto no le quitó tranquilidad.

Había mucha gente extraña dentro de las oficinas y aún faltaban diez minutos para abrir.

Francisco movió sus labios en forma inconsciente, se tocó la nariz, dio unos pasos y se detuvo a observar.

Personal uniformado revisaba cada centímetro del edificio, hombres de civil interrogaban a sus compañeros, mientras Remo Fallatto iba y venía de una punta a la otra con la vista en el piso, acariciando sus bigotes, totalmente abstraído en sus pensamientos.

Cuando lo tuvo a un metro suyo le preguntó que sucedía.

Fallatto, absorto, con la frente sudorosa, demoró unos segundos en responderle.

_ Nos han robado todo Setubal, todo…

Giró y reemprendió su caminata hacia el fondo, iba y venía, como un autómata. Un minuto después ya estaba nuevamente junto a Francisco y siguió con su relato, con los ojos llorosos, totalmente abatido.

_ Todo… ¿Usted entiende?…todo, todas la reservas de planchas…es una locura, y acá no hay ni puertas ni ventanas violentadas…¿comprende Setubal…?…el robo se produjo desde adentro, cualquiera puede ser, cualquiera que trabaje acá.

_ ¡Qué insólito Remo!…me deja sin palabras, esto es un escándalo, un bochorno, mi Dios. ¡Qué vergüenza- acotó Francisco.

Pero Fallatto no oyó sus últimas palabras, siguió con su caminata hacia ningún lugar.

El clima del Correo se iba poniendo más tenso minuto tras minuto, La atmósfera parecía hecha de gases explosivos esperando una chispa para estallar. La tensión era inmensa, se podía respirar.

En el rincón, junto a los baños, dos policías tenían como encajonado a Clemente Chinella, su compañero de la derecha. Éste lloraba como un niño, negando con la cabeza y señalando con su índice en todas direcciones, por momentos negaba con la cabeza, instantes después, del mismo modo, afirmaba y subía y bajaba su traspirado mentón.

Otros policías ayudaron a la señora Marta, la portera, que había caído desmayada, víctima de una crisis de nervios. Esto sucedió justo cuando Fallatto pasaba a su lado, éste la vio bambolearse, con el rostro lívido, hasta que perdió el equilibrio y se desplomó pesadamente sobre una silla, rodando luego por el piso. Fallatto, impertérrito, se detuvo por un segundo cuando el cuerpo inconsciente de la mujer comenzó a rodar entre los muebles. La miró, acarició más intensamente su bigote, suspiró sonoramente pero continuó su caminata esquivando el cuerpo de Marta, sin intentar ayudarla. Él ya vivía su propio calvario y nada podía hacer.

Pasó más de una hora, a los agentes policiales se le sumaron un grupo de oficiales del ejército, los primeros daban detalles del estado de la investigación a los militares; dos de ellos tomaban nota en gruesas carpetas de cuero, sin pronunciar una palabra. Tres policías se acercaron, miraron en una lista y el oficial al mando le habló.

_ ¿Setubal, Francisco…? por favor sígame.

Francisco se ajustó la corbata, con su mano alisó sus cabellos y los siguió hasta la oficina de Fallatto, ahí lo interrogarían.

Francisco fue el primero, luego uno a uno, incluyendo a Marta, la portera ya recuperada del desmayo. Todo el personal, sin excepción pasó por lo mismo.

Eran ya las cinco de la tarde, el Correo había permanecido cerrado todo el día. Fallatto, luego de fatigarse de tanta caminata inútil, se había sentado a llorar el resto del día en un escritorio. Su aspecto era lastimoso, él se sentía responsable de lo sucedido. Cada tanto, como si no fuesen suficientes sus lágrimas, golpeaba su cabeza, ya marcada de chichones, sobre la mesa.

Sólo él disponía las llaves, y la contraseña de ingreso al recinto de seguridad donde se guardaban las planchas de reservas. Durante el día, algunas se colocaban en la pesada y vieja caja fuerte verde oliva. Pero al finalizar la jornada laboral, el mismo Fallato las volvía a guardar en el recinto de seguridad.

En el primer día de investigación no se pudo llegar a ninguna conclusión definitiva como para inculpar a alguien en particular; pero tampoco quedaba nadie libre de sospechas. La pesquisa continuaría en la mañana siguiente, además se sumaría a ella la llegada de Personal Superior de Seguridad del Correo Central.

Todos los sospechados tenían terminantemente prohibido moverse de la ciudad.

Francisco llegó a su casa, les comentó a sus padres que se sentía mal…tal vez fuese una indigestión…que se acostaría y luego dormiría sin cenar. Rosa le dio el termómetro, le preparó un té, agregando una frazada a su cama.

Pedro desde el marco de la puerta de la habitación, parado, bebiendo una ginebra aventuraba posibles pareceres para resolver la dolencia de su hijo. Comentaba con la voz pastosa, que con seguridad estaba incubando una enfermedad. Había que descartar el sarampión por la edad, tétanos no, seguro que no era, Francisco no era de caminar descalzo, además era un muchacho muy limpio, meningitis no, no porque no tenía dolor de cabeza. Lo más seguro era esos nuevos tipos de gripes, las que vienen de Indochina y atacan tan fuerte…

Rosa lo escuchaba atenta, Pedro en el servicio militar había sido enfermero durante la instrucción: dos semanas. Ella confiaba en que acertaría cual era la enfermedad de su hijo.

Francisco lo interrumpió, les pidió que lo dejasen sólo, intentaría dormir un rato.

Rosa le dio un beso y llevó a Pedro hacia la cocina. Éste se sentó, volvió a llenar su vaso y empezó a hablar. Mientras ella preparaba la cena.

_Yo algo sé de medicina Rosita, fui enfermero, ¿vos te acordás de Cañette mi amigo de la conscripción. ? Sí, el mismo con el que en el club jugamos a las cartas, Ramoncito. No me acuerdo si fue en el 14 o en el 15…te cuento, un día casi se muere, sí, lo encontraron como muerto, tirado en una zanja. Sí, fue terrible, estaba todo hinchado y rojo, parecía una sandía. Ni se movía, todo transpirado, se le escuchaba un “hilito de voz” pidiendo agua. Pero no lo toqué, había leído en algún lado que ante la duda no hay que moverlos, uno nunca sabe. Pero le pregunté: “Ramoncito….Cañette, decime que te pasa…dale contame, soy Pedrito Setubal…por favor respondeme…”, pero no, él sólo decía, susurrando: “agua, agua, agua”…-

_El médico dijo que seguro lo había picado una “araña pollito”…y cuando se fue a enfermería a buscar no sé que remedio; me arrodillé al lado de su cabeza y le volví a preguntar. Él me miró fijo, luego fijó la vista en sus bolsillos y parpadeó como enloquecido; estaba paralizado, me hacía señas que buscase en sus pantalones de fajina. Vos no lo vas a creer Rosita, pero le encontré como un kilo de palitos de “zarza parrilla”, ¿viste esos yuyos o arbustos como tubitos, parecen cañitas, qué algunos chicos fuman para hacerse los “grandes”…?…bueno ahí estaba lo que le pasaba. Corrí a la Cantina de Oficiales, me robé dos botellas de anís y cuatro limones, y volví rápido a la zanja donde Ramón seguía inmóvil y mudo. Pero al tercer vaso empezó a hablar. Me contó que se había escapado de los “salto de rana y cuerpo a tierra”, eso fue a las siete de la mañana, imaginate; ya eran las dos de la tarde. Dijo que se sentó en el medio de un pajonal para esconderse, fue ahí donde encontró la “zarza parrilla”, y como no tenía otra cosa que hacer; en dos horas se fumó cuarenta y seis tubitos y guardó el resto para fumar después…Pero a los cinco minutos tuvo sed, mucha sed; ese día hacía como 42 grados, era a mediados de enero… ¿te imaginás qué calor…?-

Pedro hizo una pausa para volver a servirse ginebra y mirar como Rosa preparaba una sopa de verdura con fideos, mientras lo oía atenta. Él continuó con su relato.-

_Entonces cuando Cañette se levantó se dio cuenta que le habían hecho mal esos yuyos. Y sin ver nada porque estaba como ciego, con la cabeza ardiendo; dio unos veinte pasos y cayó de espaldas sobre la zanja, como fulminado, en pleno descampado. ¿Vos sabés Rosa lo qué es eso en enero…?…y sí un horno… y él con la cara al sol…pobre. Lo último que se acordaba era que tenía la frente hirviendo, sudada, llena de moscas que lo enloquecían, pero él no podía mover ni un dedo para espantarlas. Sabía que se estaba insolando entero…pero bueno por suerte llegué yo y supe como curarlo y… lo curé… ¿viste?

Pucha, vieras la cara del médico cuando volvió y nos encontró charlando como si nada… ¡sí Rosita: se enfureció!… gritaba como un loco… Y mirá que yo le dije que había salvado al Ramoncito de una muerte segura…pero no, no quiso entender…Sí, claro, ya habíamos terminado las botellas de anís y estábamos medios “alegres”. Él Médico no me dejó seguir hablando, no…¡qué me va a dejar!. Me echó de la enfermería, dijo que los soldados no pueden emborracharse por no sé que ley militar, que yo era una vergüenza para el Ejército y el país…y que sé yo cuantas cosas más…estaba rabioso conmigo…Yo creo que era por pura envidia, él no lo hubiese curado. Pero igual me echó y tuve que volver a Tropa, sólo dos semanas duré como enfermero. Pero Rosa te juro que algo aprendí…médico no soy Rosita, pero en algunas cosas me defiendo…algo sé…-

Rosa apoyó los platos sobre la mesa y dándole un beso en la frente comentó:

_Sí, Pedro, ¿pero viste como es eso en el batallón…?…ellos nunca van a reconocer que se equivocaron… bueno después me seguís contando, ahora tomá la sopa que se te enfría…

Mientras tanto, Francisco cerró la puerta de su dormitorio con llave y se abocó a esconder sus cien mil pesos en el doble fondo de la valija, perfectamente disimulada, retiró el mosquitero y se cubrió con él. Se acostó, puso sus manos detrás de la cabeza y así, en esa posición, se quedó pensando hasta la madrugada, cada tanto tocándose con su índice la punta de la nariz. Observó que la luna estaba colgada en la ventana, como telón de aurora suburbana. Luego pudo más el sueño y se quedó serenamente dormido.

Desde muy temprano el interior del Correo era como un avispero; en donde trabajaban en forma separada policía, personal del ejército y civiles con rostro de sabuesos.

Francisco, recién llegado y observando todo, pensó cómo llevarían adelante con éxito una investigación seria con semejante maraña humana. Parecía que cada uno de los investigadores se creía el encargado de resolver este caso.

Él movió la cabeza como negando, y enojado se dijo que así no se hacían las cosas, que no se procedía de esa manera.

“Falta total de coordinación, de sentido de equipo, son unos desprolijos.”- pensó, con sus manos en los bolsillos. No existía ninguna organización ni métodos serios para resolver el ilícito. Parecían manejarse a tientas, adivinando. Seguramente no era personal especializado ni profesionales. Eran todos un grupo de ineptos, semejaban aprendices de detectives, carentes de orden, de estrategias; así jamás resolverían este robo.

Las fuerzas de seguridad del país pronto necesitarían de una verdadera instrucción en casos complejos, y una urgente depuración; no podían trabajar incompetentes en la Seguridad de una Nación.

Aislados del resto, tres hombres elegantemente vestidos con costosos trajes, hablaban fumando habanos; era el Personal Superior del Correo que había venido de la Capital, para aclarar este hecho vergonzoso para la institución. En la historia de la misma, sólo se podía hablar de hurtos menores que fueron inmediatamente resueltos.

A unos metros de ellos, sentado, Remo Fallatto seguía llorando, su cerebro intentaba explicar el aquelarre que estaba viviendo, sentía vergüenza y humillación. Por momentos se rascaba nerviosamente su cabeza, luego se cubría el rostro con sus manos.

Los hombres del Central lo miraban, era evidente que hablaban de él.

Francisco se acercó a ellos, se presentó, tendió su mano a cada uno y comenzó a hablar. Al parecer, por sus rostros y gestos, las sugerencias de Francisco les parecieron muy atinadas. Media hora después Francisco seguía hablando con sus manos en los bolsillos, como charlando con amigos de siempre. Se fue creando un buen clima entre ellos, esto se hacía evidente porque ya la charla había adquirido un tono menos rígido y protocolar.

De tanto en tanto sonreían a escuchar a Francisco, uno de ellos le ofreció gentilmente un habano. Francisco jamás había fumado, pero en esos momentos ante los graves acontecimientos ocurridos se lo merecía, aceptó y lo encendió.

Con una mano sostenía el habano, con la otra mostraba distintas direcciones a sus interlocutores. Muy cómodo y seguro, cuando no señalaba, guardaba su mano en el bolsillo. Con cara de “pensar igual”, asentía y sonreía cada tanto.

Los funcionarios parecían muy conformes y agradecidos con las inteligentes sugerencias de Francisco, que ya se sentía dueño del eje de la conversación, y al ver que sus palabras eran bien recibidas, aconsejó otras maniobras y medidas adicionales para resolver el caso con éxito.

_ Debemos vallar la entrada, sí, va a ser lo mejor. Posiblemente haya algún cómplice externo. El personal Policial debe controlar la documentación de los transeúntes, inspeccionar bultos o paquetes extraños. Estos delincuentes son capaces hasta de usar explosivos…sí, no estaría de más que dispongamos de una vigilancia extrema…- sugirió Francisco.

Mientras él hablaba, uno de ellos no dejaba escapar palabras, las que iba anotando en una agenda con el sello de Correo Central.

En sus respectivos escritorios, los compañeros de Francisco, Clemente Chinella y Dante Saldías, esperaban pálidos y sudorosos que alguien comenzase a interrogarlos, ya por vigésima vez.

Afuera toda la ciudad comentaba el episodio del correo. En todos los hogares éste era el único tema. Seguramente si se veía a dos personas conversar estaban hablando del robo. Todos estaban indignados. Era bochornoso y agraviante para el buen nombre de la ciudad. Los más ancianos decían no recordar un escándalo de este tipo; porque ni cuando fue el incendio intencional de la Biblioteca Municipal, en el 27, se habló tanto. Además, en ese hecho se consiguió controlar el fuego casi inmediatamente, aunque se quemaron más de sesenta libros y el mobiliario sufrió daños menores. En esa oportunidad todo se esclareció rápidamente. El responsable fue “Tapita” Ponce, un viejo linyera borracho que fue reducido y encarcelado unas horas después.

Pero no, esto era definitivamente diferente, era un hecho aberrante, casi monstruoso. Los responsables de este delito, porque seguramente era una banda anarquistas o un grupo bien preparado; habían atentado contra la comunicación postal de todo un pueblo, del país entero. Y era esto lo que más enfurecía la gente que se sentía ultrajada. Algunos decían: “las estampillas son un bien de todos”.

Y así cada uno de los habitantes sentía haber sido robado, estafado. Eso era una gran ofensa y humillación para la población.

Cecilia se enteró al llegar de la estancia de su padre, en su casa se lo comentó la cocinera.

_ Ay… mi niña Cecilia… ¡lo qué ha sucedido!…- y Ramona le relató los hechos, condimentándolos con sus fantasías.

_ Sí mi niña, fue terrible, se dice que eran cuatro, con máscaras, sí, muy violentos…como animales, pero si hasta hubo varios disparos…no, todavía no se sabe cuantos muertos… eso no lo sé mi niña…-

Cecilia no la dejó terminar de hablar, no lo podía creer, inmediatamente corrió hasta el Correo.

Se sorprendió al llegar, agitada y temblando, de ver tanta gente curioseando. Había más de doscientas personas rodeando la esquina del edificio.

Como pudo se hizo lugar y pasó entre el vallado policial, pero un agente al verla muy nerviosa sospechó y de inmediato le cortó el paso. Rápidamente la empujó contra la pared, la hizo poner de rodillas con las manos en la nuca, preguntó sus datos, luego le gritó para que se parase, la palpó de armas de los pies hasta el cuello; pero no halló nada comprometedor.

Ella ofendida, manoseada y humillada: comenzó a llorar. El policía se detuvo, entendió que no había peligro, le pidió que se identificase con sus documentos. Cecilia abrió su cartera para sacar sus papeles, pero al hacerlo se le cayó una hoja con más de doscientas estampillas que Francisco le había regalado la semana anterior. A ver esto el agente volvió a inmovilizarla, ahora con más brusquedad, la esposó, la acostó boca abajo en la vereda y pidió ayuda. Estaba convencido que ella era una cómplice del robo.

Los curiosos, que fueron testigos de todo el procedimiento, comenzaron a insultarla. Otros aplaudieron al policía, mientras éste y otro la llevaron a empujones hacia dentro del correo. El público, convencido que el hecho estaba casi resuelto, empezó a aplaudir con júbilo y fue creciendo la algarabía.

Era casi mediodía, un grupo reducido encendió un fuego en la plaza vecina con la idea de hacer unos choripanes. Eran unos inadaptados, que creyendo que con el esclarecimiento del caso se establecía un feriado nacional; y ellos con derecho a tener un día festivo. Pero, casi de inmediato, aparecieron cuatro policías que apagaron la fogata y dispersaron a los revoltosos.

El inspector Barroso comprobó que la numeración de la hoja que tenía en su poder Cecilia, coincidía con el número de serie de las planchas robadas, sonrió satisfecho. Ahora si la investigación avanzaría.

Cecilia no respondió al interrogatorio, no dijo una palabra, jamás delataría a Francisco. Tenía la plena seguridad que se trataba de una confusión y que él era ajeno al robo. Sentada con sus manos metidas entre sus piernas, no podía dejar de llorar.

Francisco, parado detrás de su escritorio, con sus brazos cruzados detrás de la espalda, observaba con profunda ternura la valentía de Cecilia, que más allá de la brusquedad del trato no se quebraba delatándolo.

“Esa es mi mujer…”- pensó Francisco

Sus miradas se cruzaron, estaban a menos de diez metros de distancia. Francisco sintió pena al percibir el dolor y amargura, que transmitían los ojos llorosos de Cecilia; pero fue sólo segundos, después caminó hacia Maldonado, uno de los enviados del Correo Central, que en el patio interno le ofreció un pocillo de café.

Francisco le agradeció, y se sentaron comentando lo sucedido en la plaza con ese intento de fiesta popular, impedida oportunamente por los efectivos policiales.

Cecilia quedó detenida, fue enviada primero a la comisaría, y luego a la Unidad Penal; hacia donde se la trasladó en un patrullero con la escoltas de dos motos policiales.

Durante su detención, ni las influencias de su padre lograron que la sacasen de una pequeña y fría celda común; o que su trato fuese diferente a la de otras detenidas.

Los días que siguieron fueron un calvario. Apenas ingresó, luego que le entregasen el uniforme carcelario y de sacarle un par de fotos, fue conducida a la peluquería, gritó y forcejeó con uno de los guardias pero igualmente fue obligada a sentarse, y mientras el agente penitenciario la inmovilizaba por su espalda; el peluquero la rapó con una máquina en menos de cinco minutos. Esas eran las reglas del penal, y ella no pudo evitarlo. A partir de ese momento su hermosa cabellera rubia sólo fue un recuerdo, como su libertad.

Rápidamente la llevaron a una celda que le asignaron donde había otras tres detenidas, dos por prostitución, otra por riña callejera. Ellas serían sus compañeras de celda. Cecilia las miró, y sin decir una palabra se acurrucó a llorar en un rincón, sentada sobre el sucio y frío piso.

En ese mismo momento, en el barrio Los Fresnos, dos patrulleros y un camión del ejército con doce soldados llegaron a Porvenir 58, tenían orden del comando del Ejército de rastrear la casa en búsqueda de las planchas robadas.

Llamaron violentamente a la puerta. De inmediato salió Pedro alarmado por los golpes, no comprendió nada cuando vio tanta gente uniformada en la entrada de su casa. Primero pensó que algo había sucedido en el barrio, pero le mostraron la orden de allanamiento. Cuando quiso preguntar cuál era el motivo de la visita se dio cuenta que estaba sólo, parado en la vereda, ya que toda esa gente había invadido su vivienda…

Rosa asustada miraba la escena arrinconada en la cocina, entre la heladera y la mesa de la vieja radio; como si eso la protegiese de esa invasión bárbara.

El que parecía ser el jefe del operativo no hablaba, sólo indicaba con el índice de la mano derecha la dirección a la que se tenían que dirigir los integrantes del grupo y pesquisar. Dieron vuelta las habitaciones, la cama, el ropero, sus cajones, tirando todo al piso.- “libre”- gritaban luego de no encontrar nada en cada área revisada.

Un grupo trajo palas y picos del camión y se dirigieron a la huerta, otros ya estaban revisando sobre los techos.

_ “Libre”. – gritaron los que estaban sobre la cocina.

Ahora Pedro se sumó a quienes permanecían en el interior. Se acercó a Rosa a la que abrazó preguntándole que sucedía, ella levantó los hombros sin poder responderle.

Viendo que nada podían hacer, ni se lo permitirían, Pedro, se sirvió un vaso de ginebra y se sentó. Por la ventana miraba su huerta, donde ocho personas caminaban por encima de sus cuidados almácigos, sin observar dónde pisaban sus botas, aplastando lo que se le ponía a su paso. En especial uno de ellos, que con su brazo como un hacha, iba destrozando cada planta de tomate que aparecía en su frente, mientras avanzaba hacia el fondo de la casa. Los que venían detrás iban pisando y reventando los frutos caídos en el piso. Con el mango de las palas fueron rompiendo cada uno de los cajones que servían de nidos para las gallinas.

El teniente caminó por el fondo, y furioso al no encontrar nada sospechoso pateaba lo que se ponía a su alcance. Volaron por el aire algunas ponedoras y patos, dejando el aire una estela de plumones, mientras más “libre” estuviese la casa más crecía su rabia y violencia.

Pedro, con lágrimas en los ojos, observaba desde la cocina el paso de estos salvajes. Cuando vio que en la zona del gallinero volaban las plumas, pensó que le estaban matando las gallinas. Luego seguramente seguirían con los conejos y sus crías.

Mientras se servía otra copa y sumergía en la silla, pensó: “¿Pero porqué…?… ¿qué buscan…?…Somos jubilados, no tenemos nada de valor”.- luego le habló a Rosa que también sentada a su lado miraba como le revisaban los cajones y estantes de la cocina.

_ Rosa, ¿vos viste…?…en el fondo sólo nos dejarán un gran pozo, mirá, están rompiendo todo…- luego de estas palabras volvió a quedar en silencio, con los ojos llorosos, presenciando la destrucción.

La furia de los uniformados crecía al ver que no descubrían nada especial.

_“Libre”- gritaban, y seguían su avance.

Llegaron a la conejera y con las palas comenzaron a excavar al azar, en diez minutos habían hecho más de veinte pozos. Nada había quedado sin destruir.

Los conejos salían de los túneles como enloquecidos, como previendo una muerte segura, y, al ver que la puerta del zaguán estaba abierta, escaparon por delante de la casa. Pronto desaparecieron en el descampado de enfrente. Otros no tuvieron esa suerte, el teniente les cortaba su paso como si fuesen pelotas de trapo, pateándolos por el pasillo y acelerando sus salida, mal heridos, por la parte delantera de la casa.

Rosa, en cuclillas, lloraba al ver toda su vajilla destrozada y los implementos de su cocina desparramados por el piso.

Pedro iba por su tercera ginebra, sacudiendo su cabeza miraba incrédulo el estado en que había quedado su huerta; parecía un campo bombardeado, igual a los que había visto en las fotos de la guerra. Nada se había salvado.

_Tranquilizate Rosa, seguro que es otro golpe de estado… algo pasó en la

Capital…¿ viste como se pone cuando vuelven a gobernar los milicos…?…Sienten olor a pólvora y se creen Dioses, capaces de solucionar todo…y lo único que saben hacer es cantar el Himno…¡ Qué vergüenza, mi Dios…!…-Pedro, con total impotencia volvió a sentarse a llorar

_ Todo “libre” Teniente Tenazza.- fue informado el jefe del operativo por un Cabo, mientras se limpiaba sus borceguíes de la tierra de la huerta.

El Teniente Roque Tenazza, era un energúmeno alto, con la frente sudada, la gorra puesta al revés, anteojos negros, de finos y prolijos bigotes, como un gangster. Caminó por el frente de la casa mordiendo la boquilla de su cigarrillo; escupía al suelo cada dos pasos pensando donde buscar ahora. Al mirar su reloj recordó que tenía que ir a retirar a sus hijos de la escuela. Pero el temor real era su esposa, que lo dominaba, mandaba y dirigía como un General. Si él se retrasaba un minuto ella explotaría en miles de insultos humillantes; como siempre lo hacía cuando no la obedecía. Dentro de su casa el bravo Teniente Tenazza, era un dócil y obsecuente títere.

Esa zona estaba completamente “libre”, no habían encontrado nada comprometedor. Ahí estaban perdiendo el tiempo, Tenazza dio la orden de concluir el operativo. Tan rápidamente como llegaron se fueron.

En esos momentos lo mismo estaba sucediendo en la casa de los otros dos compañeros de Francisco.

La casa de Dante Saldías quedó arrasada, como después de haber sufrido un violento saqueo.

Dante, que vivía con sus abuelos, primero trató de tranquilizar a los ancianos, que estaban recostados, abrazados en su cama llorando. Pero al ver que era imposible calmarlos, también él, muy nervioso, se puso a llorar.

Trató de ordenar la habitación, miró el suelo, eran tantas las cosas desparramadas que desistió. Se sentó en el piso, donde todo lo que antes estaba prolijamente ordenado y guardado en los cajones de los roperos, ahora se encontraba tirado y disperso, y comenzó a rezar. “El Señor nos envía penalidades para probar nuestra fortaleza y entereza”, pensó Dante llorando.

El grupo encargado de la casa de Clemente Chinella fue aún mucho más violento y destructivo, poco faltó para que la humilde vivienda quedase reducida a escombros. Aunque tampoco hallaron nada que comprometiese al empleado postal. También Clemente sufrió una crisis de nervios luego de la incursión del personal de Ejército.

A media tarde continuaban los interrogatorios en el Correo. Francisco, no obstante haber causado una muy buena impresión a los investigadores del Central, no pudo evitar que personal de la policía lo volviesen a interrogar. Como en cada uno de los anteriores interrogatorios, respondía con seguridad; a veces hasta daba consejos para orientar la pesquisa.

Los superiores del Central entraron a la oficina donde, llorando y abatido, los esperaba Fallatto.

El tono de las preguntas que le hacían a Fallatto fue calmo al inicio, pero luego se hizo más intimidatorio y agresivo. Cada una de las preguntas iba seguida de un golpe en el escritorio.

_Por tu bien Remo, confesá- insistía el jefe del interrogatorio- recordá que tenés hijos pequeños…es por tu bien, contanos todo…- le dijo Maldonado-

Fallatto, fatigado y temblando, con sus manos escondidas entre sus

piernas, no soportaba más este trato humillante. Pero así siguieron un par de horas más hasta que se retiraron dejando a Remo sólo en su oficina. Éste rendido y angustiado quedó llorando tendido sobre el escritorio, cada tanto golpeando con sus puños las paredes.

El interrogatorio continuó con Marta, la mujer encargada de la limpieza. Ésta negó toda participación, les dijo que ella sólo se limitaba a limpiar, que nunca revisaba ni tocaba nada de los cajones o de las oficinas internas; solamente ingresaba ahí cuando estaba Fallatto…que ella ya era abuela, no podían ponerla en una situación tan incómoda… sufría de la presión; ya todos habían visto su desmayo…

En ese momento se sintió un disparo, todos dejaron lo que estaban haciendo. El estruendo provenía de la oficina de Fallatto. Cuando abrieron la puerta lo encontraron caído sobre su escritorio, muerto, con una pistola en la mano. La noticia dejó a todos perplejos. Muchos lloraron compungidos. Desde ese instante, pesarosos, los que estaban ahí empezaron a opinar.

Francisco se asomó a la puerta, vio a Fallato tendido sin vida sobre su escritorio, se tocó el mentón, miró el desorden en esa oficina, juntó unos papeles del piso y los acomodó en un ángulo del escritorio; muy cerca de la mano de Fallato que sostenía el revolver. Miró a Maldonado que estaba detrás suyo y comentó en voz alta:

_ No aguantó, pobre hombre, todo lo condenaba…se pasó del límite. Sí, se pasó de la raya.

“Remo transpuso el límite, y le fue mal, como al otro Remo, el hermano de Rómulo. Éste lo mató cuando cruzó la zona prohibida…”-pensó Francisco evocando la fundación de Roma.

Le palmeó el hombro al hombre del Correo Central, como seña de apoyo, y se retiró de la oficina. Él ya nada podía hacer.

Francisco dio unos pasos hacia el salón principal con sus brazos cruzados, observando cada rostro. A él, lo acontecido, no le generaba en ese momento ningún sentimiento en particular. Tal vez más tarde sí, tenía que reflexionar, no podía ahora ser concluyente ni apresurarse en juicios impulsivos. Por eso se limitaba a observar a los demás.

Eran muchas las hipótesis, cada uno emitía la suya, luego éstas se sumaban y perdían identidad; intentaban explicar lo sucedido.

Francisco terminó apoyado en una gran columna que había en el centro de la sala. Desde ese sitio escuchaba como todos querían aclarar lo inexplicable,

se esforzaban en teorizar lo ocurrido; cada uno creyendo que lo que decía era la respuesta buscada. Pensó que así es la naturaleza humana, intentar siempre simplificar los hechos, es como quitarse, inconscientemente, alguna culpa, buscar una solución sencilla, transferir responsabilidades; y quedar fuera de toda duda o compromiso con los hechos. Pero era también una dicotomía- pensó Francisco- porque a todos ellos les dolía la muerte de Fallatto. ¡Qué complejo era el pensamiento humano!

Ahora Fallatto había muerto. Francisco estudiaba la expresión de la gente que estaba en el lugar. Era extraña la actitud humana ante la muerte. Fallatto había fallecido, y ahora ya no era tan malo el muerto. Es extraño como a las personas las hacen más buenas después de llegar a su punto final, es como si la muerte quitase culpas. Él reflexionaba, mientras se tocaba con su índice la nariz, mirando el rostro y los gestos de cada uno de los presentes.

Francisco, inmóvil, observaba la congoja de algunos que se tapaban la cara, o se tomaban la cabeza al conocer la noticia.

“Sí, parece raro pero es así”.- caviló Francisco- “Desde siempre, la muerte…termina, la muerte limpia y purifica… la muerte exculpa…”

“ ¡ Qué estupidez…! Uno nace con el compromiso de morirse…Fallatto también, y no por eso era más bueno”…Ni tampoco como dijo el portero:

_”¡Qué Increíble, si tenía tres hijos!”

“La mayoría de los muertos tienen hijos.”- pensó Francisco.

…No, no, ni por eso era ahora menos culpable, se murió… ¿y eso en qué cambiaba su inocencia o culpabilidad?… ¡Qué ironía!” -continuó meditando- además había sido el mismo Fallatto el que “llamó” a su muerte.”

Sentado en un sillón, en el patio interno, estaba Dante Saldías, angustiado, pálido y pensativo; sostenía en su mano una cadenita con una cruz, pero no lo apenaba la muerte de su jefe. Lo ocurrido recién con Fallatto no le movilizaba ni un solo pensamiento. Su mente estaba ahora en la casa de sus abuelos, recordando la “invasión” endemoniada que habían sufrido ayer por su culpa. Lo atormentaba rememorar el mal momento que vivieron los ancianos por él estar sospechado.

Francisco lo miraba y sintió pena por él.- “Justo hoy que casualmente es su cumpleaños”.-pensó.

“Y sí, era el cumpleaños de Saldías, pero nadie se acordó de eso. Pero no por esto Dante era mejor o peor persona al cumplir años ese día.”- Francisco seguía con sus reflexiones, a su alrededor se oían todo tipo de explicaciones y comentarios sobre lo ocurrido.

Se decía que Fallato no había aguantado tanta presión, eran más de treinta años de mantener una conducta intachable. Había sido un hombre íntegro, recto, decente; pero al parecer, por un segundo, se dejó tentar por el demonio y toda su vida cristalina se hizo añicos. Algunos dijeron que fue por no tener escapatoria.

Todas las pruebas lo incriminaban. Seguramente Cecilia Tenaglia era su amante y cómplice. Pero él no tenía forma de saber lo que estaba sucediendo en la prisión, ni si ésta lo había delatado. Sumado a esto, el drama familiar de explicar a su esposa e hijos, el porque de su conducta escabrosa y deshonesta. Esto era, casi con seguridad, el motivo de tan drástica decisión.

Ahora la muerte de Fallatto cerraba el caso, sólo tenían que hallar las planchas. Eso ya se aclararía, lo importante era haber descubierto al responsable.

El ascenso

Aún no habían retirado el cadáver de Fallatto, cuando las autoridades del Correo Central determinaron que, provisoriamente, Francisco sería el encargado de la dirección de éste.

Cuando se lo comunicaron Francisco pensó: “Duelo corto, luto breve. Así cierran el caso, es increíble el afán de simplificar.”

Pero todos los hechos se iban sucediendo para confirmarle a él, que había elegido el momento exacto para concluir su autoexilio isleño.

“Ahora, y como siempre, la flecha del tiempo sigue su curso hacia adelante.”-pensó. Él tenía que seguir avanzando con sus proyectos.

Francisco les aseguró que pondría todo su empeño y lo que fuese necesario para superar a la brevedad, el mal momento ocasionado por la conducta indecente de Fallatto. También agradeció la confianza que depositaba el Correo Central en él…esto le imponía la obligación de no fallar en la tarea encomendada…era, en definitiva, una gran distinción.

Al salir fue ovacionado por el público, que ya conocía todo los detalles de cómo se había aclarado gracias a su ingenio el escándalo del Correo, así se pudo esclarecer finalmente el hecho que había conmocionado al Pago de los Arroyos. Muchos exageraron diciendo que también fue imprescindible su valentía y coraje para resolver el ilícito.

Unos niños compraron petardos en el kiosco de la esquina para sumarse a los festejos. Pronto toda la ciudad se sintió aliviada. Por fin se podía terminar con el tema que ya los había llegado a asfixiar.

Todos intentaban saludar a Francisco y expresarle su agradecimiento.

_ ¡Gracias Doctor…!- gritó alguien desde la esquina. Muchos ya lo habían Doctorado.

En las calles se hablaba de la vital e indispensable participación del Doctor Francisco Setúbal, para resolver finalmente el lamentable caso.

La prensa de todo el país habló de la resolución del hecho, y del suicidio de uno de los implicados.

A media tarde ya estaban velando a Fallatto, sólo se hicieron presentes los familiares más directos. Francisco, con un sobrio saco azul, pantalón al tono y una corbata roja, también estuvo en lugar. Caminó, con los brazos cruzados en su espalda hasta el lugar donde estaba el féretro de Fallatto. Lo observó, se tocó la punta de su nariz, giró lentamente alrededor del cajón. Unos metros más adelante, frente a unas coronas, localizó a la viuda rodeada de otras personas; se dirigió hacia ella para expresarle sus condolencias. Luego se sentó pensativo a beber un café cerca del ataúd.

“Todo tiene su razón de ser Remo…ya lo verás.”- reflexionó Francisco mirando el cuerpo de Fallato.

Los días que siguieron a tan turbulentos y agitados sucesos Francisco los utilizó para organizarse ante los nuevos compromisos que se hicieron presentes en su vida.

Su familia todavía estaba sacudida y conmovida por los terribles acontecimientos que se desencadenaron luego del robo en el Correo.

Pedro y Rosa no salían de su asombro e incredulidad de haber sufrido semejante atropello y vejación. Pedro estaba muy nervioso y aún insultaba, en sus pensamientos, al Teniente a cargo del operativo en su casa.

Habían sido
invadidos y humillados en su privacidad, nunca nadie lo había abochornado de esa manera tan cobarde. Su hogar fue literalmente arrasado por una banda de salvajes impulsivos que, con la impunidad de sus uniformes; destruyeron todo lo que se cruzó en su paso. Con la excusa de que su hijo era sospechoso del robo de esa malditas planchas de estampillas, no tuvieron miramiento de invadir su vivienda para destruir, con insano fanatismo, la huerta, el gallinero, la conejera; pero fundamentalmente el buen nombre de la familia Setubal.

Luego de estos hechos el sentimiento de Pedro y Rosa era ambivalente y raro, por un lado estaban muy dolidos por los momentos violentos que tuvieron que soportar, pero a la vez se sentían muy orgullosos de ser los padres del nuevo jefe del Correo; quién tanta ayuda brindó para dilucidar el ilícito. Por lo que le habían contado, Francisco había conseguido ese ascenso por su capacidad, templanza, integridad y mesura. Y ellos eran sus padres, pero ya toda la ciudad se enorgullecía de él, en especial el barrio Los Fresnos; para ellos también era como un hijo.

Francisco regaló a su madre mil pesos, le dijo que le serían útiles para reponer la vajilla destrozada por los vándalos, mejorar las paredes y pintura de la casa, también para que Pedro pudiese armar una nueva y mejor huerta.

Con el paso de los días El Pago de Los Arroyos retomó su ritmo normal.

Ya se podía volver a respirar una atmósfera natural. Por suerte, ya era pasado el clima tenso y angustiante que habían tenido que vivir recientemente.

Pedro volvió a reacondicionar sus canteros y almácigos, también se ocupó de sus gallinas, patos y conejos; trayendo de una verdulería cercana cajones vacíos para hacer los nidos de sus ponedoras.

Al atardecer se sentaban con Rosa en el patio del fondo, viendo como poco a poco todo volvía a estar como antes; los nuevos brotes de verduras ya asomaban, volviendo con vigor a germinar frescos de la tierra.

Aún los medios periodísticos seguían buscando detalles de lo ocurrido, para poder cerrar definitivamente la historia del Correo del Pago de los Arroyos.

Una tarde Rosa estaba regando las plantas frente a su casa, cuando llegaron dos personas con cámaras fotográficas; ellos deseaban hacerle un reportaje a Francisco y conocer de su boca lo sucedido en el Correo. Pertenecían a un importante medio periodístico de la Capital.

_ Buenas tardes señora, estamos buscando al Doctor Porvenir.-

Rosa apoyó la regadera en la vereda, se secó las manos, y los miró extrañada, dirigió su vista hacia una de las esquinas, luego hacia la otra; como buscando algún nuevo vecino…- “Porvenir- pensó Rosa- Porvenir…Porvenir… no me suena.”-

_ No señores, que yo sepa…Porvenir…por venir está Francisco.

Los periodistas se miraron entre ellos y decidieron volver más tarde.

A pesar de las innumerables obligaciones que le demandaba la dirección del Correo, con los cambios por él propuestos, Francisco se hizo tiempo diariamente para visitar a Cecilia en el Penal. Él estaba convencido de que lo sucedido no sería en vano en un futuro, cada suceso precede a una “Razón Mayor”.-pensaba.

Llegaba a la Unidad Penal
trayéndole los tres pimpollos de rosas: blanca, rosa y roja, una cajita de bombones, algún libro, un par de paquetes de cigarrillos; luego de su detención Cecilia empezó a fumar para calmar sus nervios y ansiedad.

Para los investigadores no fue simple desvincularla del supuesto romance con Fallatto y su participación en el gran robo del Correo, todo indicaba que ella estaba involucrada.

En muchas de estas visitas se encontraba con el Doctor Fernando Tenaglia, el papá de Cecilia, con él que ya tenía una charla fluida y cordial.

Tenaglia, alto y delgado, después de estos hechos parecía tener veinte años más, de andar cansino, turbado, con casi todo el cabello encanecido.

El Doctor, a pesar de sus influencias, poco pudo hacer para sacar de la prisión a su hija. Pero Francisco lo tranquilizaba, él conocía bien el caso desde adentro y le decía que ya era casi inmediata la liberación de Cecilia. Porque ya nadie- según Francisco- creía que Cecilia estuviese comprometida; pero lamentablemente había una serie de formalismos burocráticos que cumplir.

Con Cecilia conversaban unos minutos cada día, separados por una reja. Era muy penoso el aspecto de ella, casi no comía y había perdido algunos kilos, no dormía más de dos o tres horas diarias; esto se hacía evidente por su rostro demacrado con inmensas ojeras. Además se negaba a bañarse con el agua casi fría que salía de las duchas del viejo Penal; todo se sumaba para hacer más lastimoso su estado general.

Con su cabeza rapada, los ojos llorosos, cruzada de brazos; temblaba nerviosa mientras escuchaba a Francisco. Éste no podía explicarle todos los detalles, no los comprendería, aún era muy prematuro.

Le hablaba dulcemente tratando de alentarla, la puso al tanto de cuánto la extrañaban en su casa, le explicó el desconcierto que él sintió al saber el motivo de su detención; la maldita hoja de estampillas que ahora la inculpaban. A él se la había regalado el descarado de Fallatto… ¿pero qué podía hacer?…le pidió que se sumase a él en este secreto. Ese sería un gesto solidario para no herir aún más a la viuda y los hijos de Fallatto. Ya éste era condenado por su cobarde suicidio, como para agregar más “leña al fuego”.

_ Lo más importante, Ceci -le decía- no te sientas culpable, ni con vergüenza por algo que no has hecho, esto no es más que un malentendido…me pongo en tu piel; sé lo difícil que es para vos…Angelito mío: sólo Dios sabe porqué a veces nos hace vivir situaciones tan duras y angustiantes…porqué nos pone frente a estas duras pruebas… pero quiero aclararte una cosa: sé que todo lo que se dice afuera de vos y Fallatto es una calumnia, no tengo dudas de que sos una mujer honesta y fiel… pero, ¿ viste como sucede…?…siempre los mediocres, cobardemente, han intentado hacer leña del árbol caído…pero jamás creí ni una palabra de esos sucios rumores…no, no mi vida…olvidate de eso por favor…esto sólo es cuestión de días…te quiero mucho, como nunca quise a nadie…y cuando te sientas mal pensá en mi, ponele “alas” a tus pensamientos; en ese momento estarás conmigo… te aseguro, mi Angelito, que permanentemente pienso en vos-

Cecilia quedaba más esperanzada luego de las visitas y monólogos de Francisco, aunque esto sólo le durase un par de horas, porque después volvía a vivir su cruda realidad al encontrarse sola en la celda.

Se miraba unos instantes en un pequeño espejito, viejo y rajado, luego se sentaba en el mísero catre, observando las paredes descascaradas con viejas leyendas, el piso mugriento marcado con sendas de cucarachas, las rejas; todo lo que le recordaba que estaba presa, la volvía a hacer llorar como una niña desprotegida.

Francisco esa noche se encontró con sus amigos en el Café de la plaza.

El lugar estaba con casi todas las mesas ocupadas, parecía un domingo, aunque fuese recién martes; la ciudad se había distendido con el esclarecimiento del robo al Correo.

Cuando ingresó se sintió observado por toda la concurrencia, el bar quedó en silencio; pero eso no lo hizo sentir incómodo o perturbado. Caminó hasta la mesa donde lo esperaban expectantes: Diego Ismael, Rafael, Saúl y Memo. Aún no había estado con ellos desde el día que se resolvió el robo, debido a sus múltiples obligaciones y compromisos.

Sus amigos estaban serios, tensos, ensayaban el mejor rostro para la ocasión. Él, sonriendo, les dio la mano a cada uno, descomprimiendo el clima de la mesa. Ellos querían felicitarlo y abrazarlo por su ascenso, pero aunque el ilícito había sido resuelto; lo empañaba la muerte absurda de Fallatto. Pensaban, y lo habían comentado antes de que llegase Francisco; si Fallato hubiese confesado no habría tenido una condena muy larga, diez o quince años como máximo. Que considerando la gravedad del delito, no era demasiado tiempo…pero no, Fallato en un arrebato de locura cobarde se había matado.

Francisco comenzó a bromear con ellos, y eso relajó definitivamente el clima, y ahora sus amigos volvieron a sonreír. Mientras tanto todos los presentes seguían con la vista puesta en él.

Un desconocido, sentado en el final de la barra, se puso de pie y comenzó a aplaudir, desde todas las mesas lo imitaron; en menos de un minuto todo el bar estaba de pie aplaudiendo y mirando a Francisco. Los amigos de éste, aún sentados, se sintieron por unos segundos también homenajeados, pero luego se sumaron al resto poniéndose de pie y aplaudiendo a su amigo. Éste se levantó, dio un paso al costado de la mesa, se paró firme y después inclinando su cabeza en agradecimiento, primero hacia el frente, luego a sus lados, luego se llevó la mano derecha a su corazón.

El mozo “Carlitos”, que tenía la bandeja bajo sus brazos, para poder aplaudir la dejó sobre la barra y comenzó a entonar el Himno Nacional. Inmediatamente todos, incluido Francisco, se sumaron y cantaron la canción Patria. Cuando concluyeron volvieron a aplaudir. Después de unos minutos regresó cada uno a sus mesas y a los temas en que estaban.

Desde la barra, volvieron a sonar los parlantes, y la voz y la música de Louis Armstrong flotó en el aire del bar.

Francisco, antes de continuar la charla con sus amigos, pensó que ahora sí, en esta etapa, volvía a sentirse un Nuevo Hombre.

Desde entonces cada entrada suya al bar era festejada como la llegada de un valeroso héroe. Esto de ser reconocido, admirado y respetado, era algo que Francisco valoraba cada vez más; revitalizaba su estima, y esta crecía día a día.

Al poco tiempo ya no era simplemente Francisco, no, ahora hablaban de él como: “el Doctor Setúbal Porvenir”.

Antes de ir al Correo, Francisco gustaba tomar un café en el bar. Los clientes presentes, con una mezcla de admiración y obsecuencia, lo invitaban para que honrase su mesa sentándose con ellos, así cada día su ubicación era diferente, como distintos eran sus compañeros de charla.

Su opinión era muy respetada, todos encontraban en lo que él decía la frase justa y acertada, la palabra precisa y medida. Admiraban la variedad de temas que él abordaba con profundo conocimiento, era sin dudas una persona inmensamente culta. Su saber era muy amplio, sabían que no hablaba por hablar, se lo demostraban con un respetuoso silencio; con el que escuchaban sus politemáticas exposiciones. Sus diálogos eran placenteros, de hablar pausado, con voz firme y segura, fijando la vista en cada integrante de una conversación. Hacía que todos se sintiesen comprometidos y participes del tema que él abordaba.

A muchos le resultaba increíble que sólo tuviese 23 años, sus conocimientos eran bastísimos; era como si en él se hubiesen sumado los cerebros de cinco ancianos muy cultos. Al hablar se notaba que conocía de todas las cuestiones, pero él nunca se jactó de eso, no era una persona soberbia ni arrogante. Más allá de ser un gran lector, sus conocimientos no los traía de los libros, no, parecía que su sapiencia brotase naturalmente desde su interior.

Ningún tema le era extraño, podía conversar sobre Sociología, Economía, Historia universal, agricultura, ganadería, apicultura, alpinismo vulcanismo… Para cada palabra o aseveración tenía argumentos sólidos y válidos con que sustentarlos. Pero de lo que más le gustaba conversar era de Geografía, parecía conocer hasta el último detalle de cada pueblo, ciudad y países de la tierra. Pero, por ejemplo, si alguien hablaba del tiempo y el universo; él también dominaba los secretos de la Astronomía, del espacio y el Cosmos. Era un dotado, con los conocimientos de una gran enciclopedia. Y esto era lo que más le agradaba a los ocasionales participantes de estas cotidianas tertulias.

Indistintamente compartía sus charlas con médicos, abogados, comerciantes, obreros, estudiantes, empleados. Juntos analizaban y debatían, el tema del día, con entera libertad, se respetaba la pluralidad de criterios…aunque Francisco les inducía, sutilmente, a pensar que la suya era la conclusión correcta, y a esto siempre adherían todos. Lo veían como a una Eminencia.

_ Creo que siempre se está un paso por delante de “ayer”, esto es lo natural, hasta las más grandes guerras y catástrofes un día concluyen…

Ahora se puede hablar de un “Renacimiento” en el Correo. Se vuelve a nacer, algo ahí estaba paralizado, adormecido, en ese clima nada podía germinar; ni en iluminadas ideas ni en nuevos hechos. Pero ahora, después de los desgraciados sucesos, viene una nueva etapa, con mucho más vigor y claridad; el mundo tiende a seguir esta evolución, después de cada tormenta el sol brilla cada vez con más fuerza…- reflexionaba Francisco en el Café, mientras más de diez personas en la mesa lo escuchaban atentamente.

Ahora Francisco ganaba en su nuevo cargo ochocientos pesos, pensó que con este dinero podría independizarse, y empezar con sus Planes Mayores, como los había previsto hace mucho tiempo. Además contaba con una importante suma de dinero que había depositado en el banco por cualquier eventualidad.

La “Rueda” ya estaba en movimiento, esa rueda que durante tanto tiempo imaginó hacer girar en la isla. Pero, por los españoles que lo asechaban o por los espinillos que la frenaban; la mantuvo “congelada”, inmóvil en sus sueños como el más importante de sus proyectos, esperando el momento oportuno. Y éste ya había llegado.

Francisco necesitaba mudarse, una vez más en su vida. En la isla lo había hecho frecuentemente, no por necesidades reales de tener un nuevo domicilio, sino sólo para romper con la agobiante rutina. Cuando notaba que ya hacía mucho tiempo que despertaba viendo a su frente el mismo árbol, comprendía que debía mudarse. Entonces trasladaba sus escasas pertenencias, desde su antigua choza a la cueva abandonada de un carpincho; esa era su nueva residencia. Ahora el árbol que antes veía al frente, estaba a la izquierda. Pasaban los años, y cuando se cansaba de ver el árbol a la izquierda, volvía a mudarse, nunca se iba muy lejos; ahora desde su nuevo refugio veía al árbol situado a la derecha, y él quedaba conforme por un tiempo. Y así fue cambiando su vivienda islera muchísimas veces. Era su método de descontinuar, provisoriamente, la lacerante monotonía. Con este singular ejercicio de “situación y desituación”, él evitaba caer en pozos depresivos. “Mis severos cuestionamientos existenciales”- pensaba en ocasiones.

Pero ahora las cosas habían cambiado, él tenía que estar más próximo a sus diarias obligaciones. Encontró una hermosa casa, ya amueblada, a cincuenta metros de la plaza del centro, muy cerca de su trabajo, no era demasiado grande; pero ideal para él y sus necesidades. Un pequeño y cálido living, separado de la cocina – comedor por una barra de lustrosa madera de cedro. El salón concluía con un ventanal corredizo que comunicaba con el fondo, que se extendía hacia atrás unos treinta metros.

A la izquierda de la barra por una puerta se llegaba al baño, y a cada lado una habitación, la más grande con salida al el fondo. Por fuera, a cada lado de la ventana había dos grandes macetas repletas de flores.

En su inspección del inmueble, luego de observar el interior salió al patio, dio unos pasos con sus manos en los bolsillos, reparó en una vieja palmera que estaba en el centro del terreno; le gustó ese detalle. Giró su vista hacia las medianeras, comprobó que la pared que separaba la casa de la derecha estaba en parte quebrada y faltaban algunos ladrillos, era un viejo muro. Pero entendió que esos eran pequeños detalles para solucionar luego con un albañil.

El primer día que llegó a conocerla, junto al agente inmobiliario, estudió todos los detalles. Desde la calle miró detenidamente el frente, luego entró y examinó las ventanas, las puertas, con su puño exploró la solidez de las paredes, se sentó en cada uno de los sillones y sillas, estudió meticulosamente la que sería su habitación; caminaba con las manos en la cintura moviendo los labios de tanto en tanto en señal de aprobación.

Volvió a la puerta de calle y averiguó quienes eran sus vecinos inmediatos. A la izquierda vivía Rita, una anciana simpática de 89 años, ella en ese momento estaba ahí, charló un par de minutos, y de inmediato le agradó; bien podía ser la abuela que nunca tuvo. A la derecha vivían, desde hacia un par de meses, una joven pareja casados hacía poco, sin hijos, él viajante de comercio y ella maestra; aunque en ese momento no estaban, tuvo las mejores referencias de ellos.

Pagó tres meses adelantados y trasladó sus cosas desde la casa de sus padres. De inmediato desplegó el mosquitero sobre la cama, guardó la gran valija en el ropero; a la que ahora se le agregaba un surtido vestuario.

Era sábado y sólo trabajó por la mañana, luego de los trámites inmobiliarios, fue a ordenar el resto de sus cosas en la nueva casa.

Esa noche cenó en lo sus padres. Estaba vital y radiante, no parecía cansado por la mudanza ni por el gran cambio que esto implicaba en su futuro.

Rosa y Pedro se sentían algo tristes por la partida de Francisco, pero comprendían lo que significaba para él este gran paso.

_ ¡Cómo pasa la vida…!…ya te vas a vivir solito m`hijo…parece mentira, parece que fue ayer, no sé… es que con todo lo que pasó en estos últimos días quedé muy confundido, pero yo ya estaba un poco así…¿ no Rosa…?.- dijo Pedro con resignada aceptación de que sus confusiones se hacían cada vez más evidentes y frecuentes.- Francisco sentado frente a él acarició su mano con cariño, pero al instante se distrajo mirando la gran fuente de conejos estofados que humeaba a centímetros de su nariz. Inmediatamente comprobó que sus dos hermanitos estaban cada uno en los extremos de la mesa, alejados de él.

Eran niños muy educados y jamás hablaban si lo hacían los mayores, aunque desde que apareció Francisco en sus vidas; ellos perdieron un poco protagonismo en la casa y su natural espontaneidad infantil. Esto se hacía más evidente en presencia de su hermano mayor, más que respeto le tenían cierto temor, y por eso preferían evitar su proximidad.

Rosa acarició la cabeza de Francisco y comenzó a servir la comida, con lágrimas en los ojos, que en vano intentó disimular; pero siguió con la charla.

_ Ahí te preparé una gran fuente de pastelitos para que te lleves a tu nueva casa…cuando quieras más te vuelvo a hacer…-Rosa apoyó sus manos sobre los hombros de Francisco y continuó hablando.

_ ¿Te acordás cuando nos casamos Pedro…?…vos plantaste primero el limonero y fuiste haciendo tu huerta…dijiste que duraría poco con niños en la casa…pero mirá que suerte hemos tenido con los chicos, siempre se han portado tan bien acá, en el colegio, nunca un disgusto, educados, no dicen malas palabras…Gracias a Dios…

_ No es suerte mami, es educación, es ejemplo.- la interrumpió Francisco sirviéndose el segundo plato, pero Rosa insistió:

_ Sí, pero mirá los hijos de Raúl, el mecánico de la empresa Obras Sanitarias, el que vive en la esquina… gente muy buena, atentos, excelentes vecinos, a los niños los han mandado al colegio; pero igual esos chicos parecen diablos. Roban frutas en la verdulería, insultan y se burlan de la gente, le tiran huevos a Victoria, la pobre anciana tiene como 95 años y no puede casi caminar…y eso que Raúl los castiga, a veces les pega unos chirlos, pero no aprenden, son muy dañinos…en cambio observá tus hermanitos…- Francisco torció el labio a manera de sonrisa aprobatoria y pidió más vino, mientras se servía el tercer plato, miraba de reojo a los niños.-

_ Sí que son diablos, cuando nadie los ve saltan el tapial del fondo, a mi me viven robando los tomates, me pisotean las verduras, también me han robado gallinas y conejos- continuó Pedro.-…y cuando los veo en la huerta los corro, pero ellos en un segundo ya están a cien metros riéndose de mi…no, en la escuela no aprenden nada…-

Se detuvo, miró a Francisco orgulloso, terminó su botella de vino, se sirvió una ginebra y luego de un buen trago siguió hablando, a nadie en particular, era como si pensase en voz alta.

_ En cambio Francisco, mi Francisco, ¡qué ejemplo…! A su edad todo lo que ha conseguido y hoy ya es jefe del Correo…un orgullo para los Setubal: inteligente, amable, correcto en todo.- las pausas que hacía Pedro al hablar indicaban que su vaso estaba vacío, pero volvía a servirse y continuaba con los elogios.

_ Y así es, es el primer Setubal profesional, casi un Doctor…un gran hombre…-Francisco lo interrumpió al haber concluido su cuarto plato.-

_No papi, no es para tanto, por otra parte, no hay grandes hombres por azar. No, primero lo que importa son los maestros, no sólo los de la escuela, los de la vida son los que nos dejan las más ricas enseñanzas…estos chicos… sí, mis hermanitos, son niños educados y respetuosos, eso es algo que han mamado desde siempre al estar con ustedes; los mejores maestros. En esta casa nunca nos faltó el ejemplo. Rosa y vos son verdaderos modelos, las personas más honradas y puras del mundo; pero también la vida los irá instruyendo.- ya plácidamente satisfecho, bebiendo su segunda ginebra, que lubricaba su locuacidad, Francisco quiso ser más explícito dándole claros ejemplos de sus dichos.

_Por ejemplo Pedro, vos sabés que poco le hubiese servido a Alejandro Magno sólo ser hijo de Filipo, de no haber sido por su astucia natural. Pero igualmente necesitó de un maestro como Aristóteles para “pulirse”…- Pedro abrió grande los ojos, no entendía porque su hijo le cambiaba de tema, estaban hablando de educación y de repente empezó a nombrar personas que él no conocía. Aunque, si la memoria no le fallaba, de Alejandro Magno había escuchado hablar por la radio; era un boxeador del interior, no muy bueno, pero no entendía bien el giro de Francisco en la charla. En ese momento miró la botella de ginebra, tal vez era eso.

Francisco comprendió que Pedro no podía entender estos detalles del pasado, si al él mismo estos recuerdos le nublaban la vista, a veces no sabía bien si los recordaba por haber estado en esa época o por haberlo leído alguna vez. Otras, tenía plena seguridad de haber estado presente en aquellos períodos de la historia.

Pedro había trabajado desde joven en Gas del Estado hasta su jubilación. Apenas conocía su ciudad, sólo había estado en la Capital un par de veces cuando niño. Ahora el alcance de su memoria no era mayor a una semana. Más allá de ese tiempo entraba en zonas de confusas nebulosas. Entonces poco podía entender de las conquistas Griegas…y más cuando éstas, en particular, habían sucedido hacía 2300 años. Si alguna vez lo escuchó o leyó; con seguridad ya se había olvidado.

Ya para la medianoche, Francisco charlaba en el bar con sus amigos. La mesa de ellos ocupaban estaba en la esquina del local, la mejor ubicación, desde ahí podían hablar y a la vez estar con la mirada en todas las otras mesas; observando cada una de las personas que iban llegando.

Francisco, siempre cuidando todos los detalles, con su nuevo saco color salmón y camisa verde oliva, era el centro de atención de todo el bar, sentía que desde todas las mesas alguien, en algún momento, lo miraba o hacía algún comentario referente a él.

Desde los sucesos del Correo, las polémicas más apasionantes que recordase la ciudad, habían corrido de boca en boca, siendo él el eje; centro y la figura de esos comentarios. Esto hacía vigorizar su persona y reafirmaba día a día su inmensa seguridad, sin caer en la soberbia o engreimiento. Al contrario, vio que esto, y su innata simpatía; le daba el medio preciso para su definitiva inserción en la vida social de la ciudad, del país. Y eso era natural, así tenía que ser. Para eso había venido luego de tanto tiempo de espera.

Ahora estaba en la mesa con sus amigos, pero también en todas las otras. Todos los aromas llegaban a él, el olor a tabaco en el aire, a café, un buen perfume, todas las fragancias; hasta las más pequeñas eran percibidas por su agudo olfato. También los colores, bajo las luces él diferenciaba todas las gamas en el amplio local. Observaba en la vestimenta de los clientes miles de tonos diferentes, en cada traje, corbata, vestidos, o en alguna falda; ninguno se repetía. Se sentía extasiado por la sensación que le producía percibir despiertos y alertas cada uno de sus sentidos. Ya casi había olvidado esa conmoción alucinante que se producía en su cerebro ante tantos estímulos gratos.

Era sábado, y todos estaban ahí, era un punto obligado de encuentro. Francisco respondía los saludos siempre con la sonrisa magnética y precisa, alzando su mano, inclinando la cabeza que jugaba sobre su cuello; a veces con un guiño de ojos. Invariablemente con su simpatía cautivante. Mientras tanto a su lado los amigos desgranaban cada tema que iba surgiendo. Él también participaba, pero sin dejar de estar en todos lados al mismo tiempo; no podía permitirse que lo que sucedía fuera de ese círculo escapase de su percepción.

_Me imagino, Francisco, los momentos tensos que habrán soportado todos los afectados, en esos días sombríos…- le dijo Saúl-

_Sí, fue muy difícil, muy complicado. Desde el inicio todos entramos en crisis, en una verdadera crisis.- respondió Francisco, que reflexionó un segundo, se le nubló la vista y continuó.

_Pero las crisis nos obligan a pensar, a realizar un análisis y reflexión. Siempre debemos tener despierta nuestra capacidad de asombro.

El que bebe agua y la tiene no piensa en ella; piensa el que tiene sed y no ve más que desierto. Algo así sucedió dentro del Correo en esos días. Todos estábamos sospechados, pero los inocentes teníamos necesidad de justicia…deseábamos que pronto todo se esclareciese y así cerrar esa nefasta historia; les aseguro que es muy doloroso sentirse sospechoso o notar que dudan de uno. – se detuvo un segundo, miró sus manos y continuó:

_Pero más allá del golpe inicial que produce una crisis, uno debe capitalizar sabiamente lo sucedido; así se generan claros y nuevos pensamientos. Lo dijo Sócrates: “Parirás ideas”… ¿pensás como yo Saúl…?… ¿otro café…?…-

Éste no respondió de inmediato, siguió pensando la reflexión de Francisco, después marcó un círculo en el aire con su mano derecha que sostenía el cigarrillo. Luego opinó:

_¡ Qué claridad…!…Redondo, todo cierra con lo que decís, clarísimo.- dijo Saúl al poder analizar sólo parte de lo que quiso expresar Francisco, quien en ese momento se puso de pie para saludar al Director del Servicio Penitenciario, que junto a su mujer habían ingresado al bar en ese momento.

Todos habían escuchado con un respetuoso silencio. Ahora Diego Ismael miró a Rafael levantando sus párpados, como preguntando si él había entendido. Memo no dijo una sola palabra, siguió con la vista baja, fija en su cuarto vaso de whisky, por temor a que le preguntasen algo; en realidad no había comprendido nada, ni una sola palabra. Él ya estaba viviendo su propia crisis, debía cuatro meses de alquiler en su Estudio Jurídico.

Ese sábado la noche continuó luego en Blue Moon. Un bar cálido, más íntimo, era como un puerto necesario, para todos los que podían regalarse ciertas permisiones; las inhibiciones, los miedos y los formalismos se dejaban al entrar. Pero Francisco no se dejó tentar, era su primera salida después de los ingratos hechos públicos en los que había estado involucrado. Fue cauto y prudente, bebió con moderación, habló con todos, no se involucró con nadie.

Sus amigos se fueron “diluyendo” en otros grupos de hombres y mujeres que ya estaban en el lugar.

Algunas parejas bailaban, entre ellos estaba Saúl y Diego Ismael con dos amigas. Memo y Rafael insistían en charlar con un par de mujeres recién llegadas, que se habían sentado cerca de la entrada, en un rincón.

Francisco, camino hacia el fondo, y se sentó en una banqueta casi al final de la barra. Todos conocían lo sucedido en el Correo, pero él era el nuevo, entonces, como correspondía, se dejó examinar dando la mejor de sus imágenes hasta terminar la noche. “En todos los lugares del mundo sucede lo mismo”-pensó- Luego cambió amablemente algunas palabras cuando fue requerido. Pero la mayor parte del tiempo, bajo la luz tenue y la música suave, se abstrajo en sus reflexiones; en el análisis de sus próximos pasos. Así estuvo por más de una hora. Juzgó que ya se había mostrado como correspondía, consideraba haber cumplido; ahora podía irse a descansar el domingo entero. Al retirarse, con la mano en alto, saludó a los amigos que pudo distinguir entre tanta gente y humo.

Francisco ya estaba despierto antes que amaneciese. Se quedó en la cama, cubierto con su mosquitero, hasta que las primeras luces del día se filtraron por la ventana. Recostado, con las manos detrás de la nuca, hizo un detallado análisis de los acontecimientos que se sucedieron desde su arribo.

Desde temprano se sentó a escribir en su agenda sobre la mesa del comedor. Cada tanto se levantaba y recorrería la casa, abría los armarios de las habitaciones, la alacena en la cocina, y cada cajón que encontró a su paso. Volvía a la mesa y seguía tomando nota.

No había modificado nada en la casa con excepción de su cuarto; donde prolijamente ya estaban ordenadas decenas de prendas, que retiró de su gran valija y las dispuso ordenadas dentro del amplio ropero.

Se levantaba, iba primero a una de las habitaciones, luego a la otra; observaba el piso, las paredes, el techo. Pero una y otra vez volvía a escribir en su agenda, como para no dejar escapar ningún dato útil que en un futuro pudiese necesitar.

Escuchó las campanas llamando a misa de 9, fue el único sonido que lo distrajo en esa silenciosa mañana de domingo.

Más tarde recorrió el fondo, analizando posibles mejoras. Se detuvo bajo la gran palmera, recorriéndola con su vista desde el suelo hasta su copa. Luego con sus manos cruzadas en su espalda giró varias veces alrededor del árbol. Se detuvo para mirar el agujero de la pared de la derecha. Caminó hasta ahí y con sus dedos inspeccionó la firmeza de los ladrillos que rodeaban el orificio, casi circular, de más de un metro de diámetro. Era un tapial de más de cincuenta años, seguramente construido a principios de siglo.

Volvió hasta la palmera, giró caminando a su alrededor un par de veces, y se sentó en la base apoyando su espalda sobre el tronco; observando la parte posterior de la casa, fijando la vista en las dos grandes macetas floridas frente a su habitación. Ahí permaneció pensando un largo rato.

Una cosquilla en su vientre le recordó la hora del almuerzo. En quince minutos ya estaba en la casa de sus padres, donde pasó todo el día junto a ellos.

Casi a medianoche regresó a su casa, luego de haber estado un rato con sus amigos en el bar.

Antes de acostarse salió al fondo, volvió al pie de la palmera, giró tres o cuatro veces a su alrededor mirando su parte más elevada. Se tomó la punta de la nariz entre el índice y pulgar, por un instante se le nubló la vista. Luego regresó al interior de la casa, caminó hasta su habitación, volvió a inspeccionar el techo, las paredes y el piso, después de apagar la luz se acostó cubriéndose con el mosquitero y rápidamente se durmió profundamente.

En la mañana, después de ducharse y vestirse, se miró en el gran espejo del living, se acomodó la corbata, sonrió satisfecho, tomó su maletín y se dirigió hacia el Correo. En ese momento estaba saliendo de su casa la joven vecina de la derecha, se observaron sorprendiéndose en el mismo acto: cerrar sus respectivas puertas. Los dos sonrieron. La mirada de él fue intensa, recorriéndola de los pies a la cabeza. Era muy bonita, de pelo negro largo, trenzado en su espalda, tenía un hermoso lunar pintado, del tamaño justo, en su mejilla izquierda. Su cara era hermosa, de pómulos salientes que destacaban dos inmensos ojos verdes. Al sonreír se le formaban dos hoyitos a los lados de las comisuras de sus labios que la hacían aún más linda. Todo esto resaltaba mucho más por el guardapolvo de maestra que la hacía parecer una adolescente. Por unos segundos se quedaron así, mirándose, ella mordiendo su labio inferior; y jugando con la llave entre sus manos.

Francisco se despertó de su encantamiento y dio unos pasos hacia ella.

_Hola, buen día, soy Francisco Setubal Porvenir- aclaró su voz, para quitar algunas “RR”-… tu nuevo vecino, mucho gusto- extendió su mano para saludarla- Me mudé ayer, soy nuevo acá. Actualmente estoy trabajando en el Correo…- ella sonriendo, sin bajar la vista de sus ojos, guardando las llaves en el bolsillo, lo interrumpió dándole la mano.

_ Hola, soy María Laura Acevedo, sí nosotros… yo…tampoco soy de acá, hace dos meses que estoy… estamos con mi esposo, José, en la ciudad, él es viajante de comercio, y yo maestra en la escuela 55, en cursos de siete a diez años…-

No se decidía a presentarse como soltera o casada, finalmente entendió que era un detalle tonto. Pero este hombre, que ahora estaba frente suyo, le causó la impresión de conocerlo desde siempre. Esa era la rara sensación que percibía; sentirse cómoda así de repente, se creo un silencio breve y Laura continuó:

_No te conocía personalmente, pero supe de vos por lo que ocurrió en el Correo…me imagino los malos momentos por los que habrás pasado…

_ Sí María Laura…Laura, vivimos unos días terribles… por la deslealtad y codicia de uno de los empleados…- como era lo correcto en esa situación no preguntó nada de su esposo, para él ella era soltera, siguió hablando comprobando que era casi tan alta como él, por ese detalle le gustó mucho más.

_Sos maestra, te envidio…es una coincidencia, porque también adoro a los chicos…y trabajar con ellos, he estado vinculado a Centros de Educación Primaria, pero bueno, ya ves, terminé dedicándome a la Contabilidad…igualmente sigo en contacto con todo lo referente a la educación infantil…casualmente el viernes recibí de Canadá los últimos informes sobre “Tonificación Precoz”. Sabés que hasta los siete u ocho años los niños normalmente no leen, bueno con este nuevo método, entre otras cosas, se consiguen significativos progresos y se puede adelantar hasta los cuatro años estos logros; es maravilloso que un nene de cuatro años pueda ya leer…¿ no sé si tenías conocimiento de esto…?-

Ella no lo tenía, jamás había escuchado hablar sobre el tema. Pensó y dudó de la realidad de lo que oía, era tan reciente el método y los primeros informes recién llegados, supuestamente, los disponía Francisco. Pero encontró el tema muy interesante, además le encantó el ingenio y la picardía de él para, rápidamente fabricar un tema vinculante…aunque tal vez era cierto, para ella fue como si le hubiese regalado una flor y decidió seguirle el juego… si eso era.

“Es un descarado”- pensó Laura. Pero se sintió muy atraída por él, no podía apartarle sus ojos, se sintió como hipnotizada desde el primer segundo en que se miraron.

_ No, no Francisco, es un tema apasionante, pero todavía por acá no teníamos ninguna noticia sobre ese nuevo procedimiento. Pero bueno ya sabés como está el presupuesto en el Ministerio de Educación: paupérrimo. Apenas alcanza para lo básico, por suerte aún pagan los sueldos y reponen las tizas- dijo riendo Laura-

_Pero con respecto a esos informes claro que me interesaría leerlos, es una manera de seguir con los avances pedagógicos…te confieso que me hará bien leer y salir un poco de la dura rutina por la que estoy atravesando…

…No se por que te lo cuento…pero…mi vida, la familiar… no van del todo bien…-

Ni ella podía creer porque terminaba de sincerarse con Francisco en un tema tan personal, además él era un desconocido. Pero misteriosamente sintió necesidad de contárselo, un impulso interior e inexplicable la llevó a confesarle eso.

_Perdoname que te aburra con mis problemas.- concluyó Laura.

_ Bueno, todo está bien…no vivimos tan lejos- dijo Francisco, como si no hubiese captado la profunda disyuntiva que había creado en ella.

_Laura, cuando puedas coordinamos y los vemos, me gustaría conocer tu opinión.

_ “Tonificación Precoz”, ¡qué interesante!…Me encantaría… ¡Mirá la hora que es, llego tarde!…Quedamos así, no estamos viendo, fue un gusto conocerte.- dijo Laura, aunque en ese momento sentía como imantadas las baldosas en las que estaba parada; hubiese seguido charlando horas. Se despidieron con un amigable beso y cada uno siguió su dirección.

Francisco fue caminando hasta el correo, pensando en la espontaneidad de la charla que recién había tenido con Laura.

Reconoció que dentro suyo existía en todo momento un cazador al acecho. Tantos años sólo, tantas vidas leídas…o vividas, si no se hubiese convertido en cazador su historia seguramente no existiría; hubiese sido cazado. Él gustaba serlo, sabía que la habilidad y astucia de un buen cazador no radica en el número de presas cobradas; sino en la capacidad de ir variando el método en cada nueva cacería.

Mientras caminaba se le nubló la vista, se tocó la nariz, y continuó su camino meditando. Recordó que Nicolás decía… ¿o él lo había dicho?: “En tiempos de paz hay que preparase para la guerra”…Aún la “lucha” no había llegado, pero no estaba de más ya ir practicando tácticas y estrategias.

Él bien sabía cuales eran sus objetivos, durante siglos había estado pensando en esta “llegada”…era como que en sus sueños, aislado durante tantos años, hubiese podido ver el devenir histórico de estas tierras. O era información que traía de antes y que durante tantos años durmió en su cofre en la isla.

Ahora, meticulosamente, ejecutaría sus planes. Existían detalles de algunos de estos proyectos, que no eran a primera vista del todo simpáticos ni justos. Pero una vez más recordó a Nicolás en sus afirmaciones: “El fin justifica los medios…”

Saludó a todos al ingresar al Correo, se quitó el saco y se sentó en el cómodo sillón de su oficina, ordenó su escritorio, depositó el maletín a su lado.

Leyó los informes llegados del Central desde la Capital, además había una carta para él. En ella lo confirmaban en el cargo de Jefe de la Delegación Local.
Para esta determinación, la Dirección General
de Correo, estudió los informes recibidos desde las oficinas de Correo de las ciudades de la zona. La anterior, Alto Piamonte, y la posterior, Villa Rica; ambas notificaban cifras muy favorables en cuanto al incremento de la circulación postal. Estos datos demostraban que el fluido de correspondencia, se había intensificado un treinta y tres por ciento luego que asumiese Francisco su jefatura; lo que indicaba el dinamismo que éste había impuesto a esa dependencia. Conseguir logros así en menos de un par de meses hablaba de la capacidad e idoneidad de quien, ahora, sustentaba la jefatura del Correo del Pago de los Arroyos. Además a esto, se le sumaban las excelentes referencias que dieron los tres representantes del Central que estuvieron presentes en los momentos del gran robo.

Francisco, movió repetidamente sus labios de manera inconsciente. No se alegró, él entendía que era una decisión lógica y acertada, que así tenía que ser. Él lo sabía.

Golpearon la puerta de su oficina, era Dante Saldías que traía unos certificados de encomiendas, y otros papeles que debía firmar Francisco. Éste lo recibió cordialmente, le preguntó por sus abuelos, le pidió que le mandase sus saludos y entregó los documentos firmados.

Dante arrimó la puerta al salir, y curioseando observó la firma de Francisco, era clara y firme, una rúbrica para que se viese, no una firma tímida o apagada: “Francisco S Porvenir”- leyó Dante…caminó dos pasos y se detuvo sobresaltado. Volvió a leer, ahora lo hizo en voz alta:

_“Francisco “ese” Porvenir”.- Dante se detuvo helado observando con atención el documento firmado por Francisco. Al principio se asustó. Hacía sesenta días que le rezaba más de dos horas diarias a San Cayetano, luego de esos momentos de locura que habían vivido en el Correo.

“Mi Dios… ¿Qué es esto…?… ¿Será el Enviado?..”.- pensó Dante, guardando los papeles en un sobre que colocó rápidamente en un cajón de su escritorio.

Se sentó y quedó así más de cuarenta y cinco minutos pensando, con el Rosario en sus manos. Un sudor frío corría por su frente. Ahora estaba convencido que esta era la verdadera llegada del “Hombre”…

”Seguro, el Enviado ya está acá, es él… tal vez por eso vivimos esos días terribles…para que él interviniese, para que se hiciese presente…el Salvador”- reflexionó Dante.

Francisco practicaba su nueva firma y observaba, mientras probaba el color de las diferentes lapiceras sobre una hoja en blanco. Prefirió la azul marino y la guardó en el bolsillo de la camisa.

Sonó el teléfono negro y grande de su escritorio, antes de atender miró la hora como presintiendo quién era.

La charla con el jefe del Penal fue breve, le pedía que fuese urgente, había problemas con Cecilia; ella sólo pedía a los gritos ver a Francisco.

Al llegar fue recibido cordialmente por las autoridades del Penal. Le informaron que Cecilia había entrado en una crisis nerviosa, tomando por la ropa a otra convicta, y cayendo las dos al piso; las tuvo que separar un guardia, que antes de conseguirlo, sufrió profundos cortes en su cara cuando Cecilia lo arañó con extraña furia. Desde ese momento se la alojó en un seguro calabozo acolchado para evitar que se lesionase. A partir de ese instante no dejó de repetir el nombre de Francisco gritando como enloquecida.

Éste la vio por la reja de la puerta, estaba acurrucada en el suelo, temblando en un rincón, aún tenía en el puño derecho, apretado, trozos de tela del uniforme de la otra reclusa. Francisco pidió una silla y entró. Desde afuera volvieron a trabar la puerta.

_ Hola Ceci – dijo Francisco mientras se sentaba frente a ella.- tomá “Angelito”, te traje cigarrillos, las rosas y estos chocolates…- ella sobresaltada al oír la voz de Francisco se incorporó lentamente, desperezándose de una horrible pesadilla. Movía sus labios como si estuviese hablando con alguien. Francisco la observó atentamente. Comprobó que su estado era lamentable, ella con el dorso de su mano se secó las lágrimas que bajaban por su rostro sucio, al verlo empezó a reír cada vez más intensamente; era una risa nerviosa, perturbada. Se paró y comenzó a dar pequeños saltos, temblando todo su cuerpo mientras aplaudía. Luego dio un paso hacia él, se refregó sus ojos y cuando comprobó que no era otro sueño; comenzó a reír a carcajadas y a girar en puntas de pie, con sus brazos en cruz. Después del noveno o décimo giro se detuvo y aplaudió nuevamente. Se sentó en el suelo, y nuevamente los ojos se le llenaron de lágrimas. Los dos guardias que seguían la escena por detrás de la reja se miraron apenados entre sí, uno le hizo una seña al otro girando su índice sobre la sien; el otro, más explícito, le dijo que sí, que estaba totalmente loca. Francisco analizó la forma en que crecía, día a día, la insanía en Cecilia, se acarició su nariz, hizo una gárgara, aclaró su garganta, y le habló dulcemente.

_ Estás linda Ceci, cada día más linda…después abrigate que ya está haciendo frío, creo que este año el invierno será terrible, si mi Angelito después ponete un pulóver, no vayas a resfriarte…- Cecilia lo interrumpió como apurada:

_Francisco, ¿viniste en el avión?… ¿me podés traer sobres…?…te cuento un secreto, tengo muchísimas estampillas…montones de estampillas, están escondidas en una caja…vamos a hacer pilas de cartas para todos, para toda la ciudad, ya casi es navidad…y desde el avión se las tiramos…

¿me ayudás…?-

Francisco la miró con ternura, era una mujer tan dulce, nunca olvidaba los detalles y, en sus condiciones actuales, aún pensaba en los saludos Navideños…aunque ya estuviese terminando mayo.

Se levantó de la silla, camino hasta ella, le acarició suavemente su cabeza pegajosa, mezcla de transpiración, tierra y aserrín de la carpintería del Penal, que volaba por todas las celdas. Tomó su cabeza entre sus manos y le besó la frente.

Estuvo unos segundos callado, reflexionando, luego le dijo que sí, que contase como siempre con él; que a la tarde volvería con el avión y los sobres…

_ Muchas gracias, sabía que no me ibas a fallar…y después podemos volar todo el día…como palomas… ¿sí…?…- dijo Cecilia antes que él saliese del calabozo.

Luego al ver que él se alejaba su risa tierna nuevamente se hizo llanto, y su cuerpo volvió a temblar, acurrucada sobre el débil y viejo catre.

No se demoraron, el caso requería atención Médica urgente, la tenían que ver especialistas, administrarles tranquilizantes en forma inmediata; cuidarla para evitar que sufriese o se lastimase. Rápidamente el Jefe Médico de la Unidad Penal convocó a reconocidos expertos en trastornos síquicos.

De la junta Médica también participó Francisco y el Doctor Tenaglia, el papá de Cecilia.

Los estudios y pruebas para la elaboración del diagnóstico fueron concluyentes para los versados Siquiatras. Todos coincidieron en forma inapelable y terminante: Cecilia padecía de una Paranoia Compulsiva. Necesitaba ser internada en un centro especializado urgentemente, ya que ahí no se contaba con el material necesario para casos tan severos como el de ella.

Se dispuso su inmediato traslado al Centro Neurosiquiátrico del Pilar; lo más avanzado en el tratamiento de Demencias y todo tipo de Sicopatías. Esta Clínica estaba equipada con instrumentos de alta de complejidad para la atención de estas dolencias.

Cuando, esa tarde, Cecilia fue introducida en la Ambulancia no se dio cuenta de lo que sucedía ni donde era conducida. En ese momento estaba tan feliz, no vio que su padre junto a Francisco presenciaba su traslado; tal vez pensaba que la llevaban de paseo. Con la sirena encendida la ambulancia rápidamente se alejó del Edificio.

Francisco se acercó al jefe del Penal para saludarlo, hizo lo mismo con los integrantes del prestigioso equipo Médico, y los subalternos ahí reunidos. Luego apoyó su mano en el hombro del Doctor Tenaglia que miraba con los ojos llorosos hacia el horizonte; en dirección donde se dirigió la ambulancia que se llevaba a su hija.

_ Doctor, sé que es penoso, pero en casos así, creo, hay que actuar con frialdad, se impone un tratamiento radical; usted bien sabe que cuanto antes se inicie siempre será mejor para ella. – dijo Francisco para tranquilizar al Doctor Tenaglia, y éste le respondió, secándose sus lágrimas:

_ Lo sé, lo sé, soy su padre…pero también médico para comprenderlo…-guardó el pañuelo en su bolsillo y continuó.

_…Francisco quiero agradecerte la premura que le has impuesto a la atención de mi hija…se que en otras circunstancias, sin tu mediación, la demora hubiese sido muy nociva para la recuperación de Cecilia; te has comportado como si fueses el hermano mayor de ella, te lo agradezco y valoro mucho tu actitud…-

Francisco, no lo dejó seguir, tomó su cara y lo besó en la mejilla, luego los dos se abrazaron y comenzaron a llorar como niños. Después, tomados de las manos, buscaron la salida del Penal.

De vuelta en el Correo Francisco, aún con los ojos rojos de tanto llorar, se quedó sólo uno minutos en su oficina meditando, mientras con el índice y el pulgar se tomaba la punta de la nariz.

Ya repuesto, informó al personal la disposición del Correo Central. Agradeció el esfuerzo de todos por superar tan grave episodio, lo que demostraba el interés de los empleados por retomar el normal funcionamiento del Correo. Y esto quedaba confirmado por los informes estadísticos del Central, en los que se evidenciaban un claro mejoramiento del servicio.

Determinó que a partir del día siguiente todo el personal dispusiera de dos refrigerios generosos, uno por la mañana, otro por la tarde. Se organizarían los turnos para hacerlo viable sin alterar el normal funcionamiento de las tareas. También se comprometió a implementar una reacomodación más beneficiosa de los francos semanales, detalles que jamás Fallatto tuvo en cuenta.

“Tal vez por no pensar en cuestiones elementales que hacen a la comodidad del personal, el rendimiento laboral era un treinta y tres por ciento menor”.- pensó Francisco.

Era tan simple hacerles grato el clima en su lugar de trabajo… ¿porqué no se había hecho antes…? Pero esto que sucedía en el Correo sólo era una célula de lo que acontecía en el resto del país; en todas las empresas de Servicios Públicos. Había que remediar urgentemente estas fallas groseras, que después se reflejaban en el rendimiento de cada trabajador; y con esto en la eficiencia de las prestaciones de las empresas…no se necesitaba ser muy sabio para comprender esto, y evitar así situaciones conflictivas en los lugares de trabajo.

Después de recibir tan buena noticia todos aplaudieron a Francisco, quien los contuvo con su mano en alto, y le expresó que esos logros eran sólo fruto de un correcto y sincronizado trabajo en equipo. Cada uno con su esfuerzo había contribuido a materializar estas mejoras.

Francisco volvió por la tarde a su casa y se encontró, en la vereda, con la anciana vecina. Ésta renegaba entre las llaves y los paquetes del mercado intentando entrar a su casa.

La observó, vestida de negro, de piel muy blanca, totalmente encanecida. Delgada, baja, con los hombros vencidos, como si hubiese soportado el peso del mundo en ellos. Se la notaba extenuada; con su rostro dolido de mil muertes. Él la saludó y le prestó ayuda, tomó las llaves y abrió la puerta; cargando con los bolsos de la señora Rita hasta la mesa que ella le indicó en el amplio comedor. La anciana le invitó a compartir un té. Francisco aceptó gustoso. Ella, mientras lo preparaba, le dijo que se sentase y comenzó a hablar:

_Sí, lo del Correo lo sabía, ¿y quién no…? lo de Fallatto fue imperdonable, haberlo visto, compartir lugares…tanto tiempo sin sospechar que era un delincuente, un verdadero crápula…- se quedó en silencio unos instantes para pensar, tenía tantas cosas que decir. Luego le comentó:

_No es correcto dudar de las personas sin conocerlas: prejuzgar… ¿no le parece Doctor…?…Al principio tampoco dudé de Hitler… ¡Mire usted!…

_Dígame “Francisco”, por favor Rita.- le pidió éste cómodamente sentado.

_Bueno, decía… ¿qué decía…? Ahh, sí…así nos sucedió a Elías, Elías Babinsky y a mi cuando sentimos hablar de Hitler…todos dijeron que era una gran persona, un verdadero patriota, un “Hacedor”…y creímos en él,… miré usted en lo que terminó este carnicero maldito…por su culpa murieron sesenta millones de personas…

Nosotros vivíamos en esos días en Berlín. Luego del 39, cuando Hitler invadió Polonia…fue como el despertar de un monstruo…a partir de ahí para nosotros y nuestra gente se desató el holocausto; un terrible calvario…estuvimos huyendo y escondiéndonos como perros sarnosos… sin más equipaje que lo que teníamos puesto, nos tuvimos que trasladar a Hamburgo. Siempre escondidos, respirando el olor de la muerte, con temor a ser descubiertos…- Francisco escuchaba con atención comiendo unas masitas que Rita había puesto en un plato junto a las dos tasas de té.-

_Nos cazaban como a animales…a todos, niños, mujeres, ancianos…para ellos era lo mismo…éramos la “raza contaminada”, nos castigaban, humillaban y después nos aplastaban como a gusanos; por eso la loca persecución para exterminar hasta el último de los judíos…matando sin ninguna compasión…fue una calamidad, una verdadera locura…- Rita hizo una pausa para secarse sus lágrimas y continuó.

_Elías consiguió un lugar para mí en un carguero que venía a América. Aún recuerdo esos días esperando que el barco partiese. Fue en el invierno del 41… La tarde de la partida llovía en Hamburgo, y… el frío ya estaba en mi alma. Nunca olvidé ese barco gris y negro en el que embarqué. Esa imagen me ha perseguido hasta hoy…

En el muelle Elías me despidió sonriendo, como si pronto nos volviésemos a reencontrar. Detrás de su sonrisa él escondía toda su impotencia y sufrimiento de no poder embarcar conmigo; pero tenía que ubicar a sus padres y hermanos menores para también salvarlos.

Aún lo veo ahí parado, con su mano en alto saludándome; en ese momento me “arranqué” los ojos para verlo mejor…quedé en “carne viva”…fue muy cruel…Los dos sabíamos que jamás volveríamos a vernos…fue una pesadilla, y nosotros en esa última despedida fingiéndonos que nada sucedía, que nos reencontraríamos.

Él no tuvo suerte, tiempo después lo capturaron y en el 42 fue llevado a Auschwist, a este diabólico lugar que recién habían inaugurado. La máquina de la muerte estaba bien instrumentada, con una eficiencia atroz, como si la hubiese armado el mismo Satanás. Himmler era su jefe, a cargo de las SS, una verdadera bestia sanguinaria, feroz, sádico, inhumano. Tan brutal y demente como el mismo Führer.

_Acá ya se habían exiliado mis tías Berta y Marketta, las dos en esa época ya viejas y solteras.

De Elías volví a tener noticias luego del final de la guerra a través de Tomás, un amigo, que estuvo de visita acá en el 49. Él compartió durante casi un año el tormento que sufrieron en ese infierno…en el campo de concentración…no quiero darle detalles, pero Elías fue fusilado, junto a un grupo elegidos al azar, luego de largas torturas y vejaciones dirigidas en persona por el maldito carnicero, el Doctor Joseph Méngüele. Un asesino, él si que no era azar o un personaje fortuito en esa obra de terror, no, era la persona…la bestia adecuada, bien elegida para esa horrible tarea…tenía sed de sangre, furia, rencor y odio. En su mirada uno podía notar su inmensa xenofobia, yo lo conocí en Berlín.-

En ese instante a Francisco se le nubló la vista, creyó recordar el maldito y dulce olor a azufre, se sintió casi asfixiado, dejó de comer, movió sus labios…los ojos se le inundaron de lágrimas; mientras se las secaba con el dorso de su gigante mano…buscó un pañuelo, y quiso con sus palabras darle una pausa a Rita.

_ Sí Rita, yo lo conocí…yo…mejor dicho, leí sobre las atrocidades que cometía…- dijo Francisco realmente perturbado.-

_ Sí, verdaderas atrocidades,- continuó Rita- pero sólo los que vivieron esa época pueden comprender el aborrecimiento y la furia asesina que padecimos. Ellos creían ser la Raza Elegida…- Francisco la volvió a interrumpir, en el momento que ya las lagrimas volvían a rodar por las mejillas de Rita.

_ Sí, yo lo sé, – se le nubló nuevamente la vista por un segundo-…yo estuve ahí…bueno, estar no estuve…es una manera de decir…uno se siente transportado por el cine al ver películas documentales de esa guerra. A través de las horribles imágenes…se pueden imaginar esos días de sangre, dolor y espanto…- Francisco dejó que continuase Rita y tomó otra masita, ya había vaciado tres platos, volviendo a escucharla atentamente.

_ Y así, resumiendo, me escapé de la Alemania Nazi y su horrible locura.- continuó Rita- ahora ya me ves… acá estoy sola, con mis 89 años, no sé si viviendo o durando.

Mis tías murieron hace tiempo…ahora es como que estoy esperando que Dios disponga cuando me reencontraré con Elías…

_ ¿Más té?… esta es la imagen que me había formado de usted…de ti Francisco cuando Fallatto desató esa demencia; sí, así te imaginaba: un joven elegante, respetuoso, atento, todo un caballero. Hoy no es sencillo encontrar personas que sepan escuchar…- se detuvo un minuto, miró a Francisco, se secó las lágrimas y continuó.

_Es muy seguro que si esta guerra, maldita, no nos hubiese roto al medio la vida y…nuestros proyectos…Elías y yo hoy tendríamos hijos…pero sólo el Supremo sabe porque suceden estas cosas tan abominables…tal vez sea el destino…-

Francisco quiso sumarse a la cruda conclusión de Rita:

_ Creo que antes de nacer todos tenemos un camino ya trazado, Dios lo ha dispuesto así Rita…en la adversidad muchas veces nos preguntamos: “¿Porqué a mí…?”…pero no, son preguntas sin respuestas, sólo en…en la agenda del Señor están los motivos…la explicación.

Estoy seguro que ustedes se amaron desde siempre…y más allá que haya sido corta la senda que recorrieron juntos; nada ni nadie le podrá quitar a usted Rita esos momentos compartidos…a veces la respuestas sólo la encontramos en el Cielo…esas que nos explicarán el porqué de tanto dolor…-mientras Francisco hablaba movía sus brazos como para acentuar lo que decía.

_Es raro lo que me sucede, aunque sólo hace un rato la conozco, la siento muy cerca de mí, como a esa abuela que no tuve la suerte de disfrutar.

Ahora, Rita, cuando me contó su penosa historia sentí en mi piel todo su sufrimiento…le agradezco su confianza…también el haber compartido conmigo esas vivencias tan suyas…- Francisco no pudo continuar, y tomándose la cabeza entre sus manos empezó a llorar. En ese momento Rita conmovida también hasta las lagrimas, le tomó de los brazos, y le dijo que la agradecida era ella al deleitarse del tiempo que él, tan joven, le daba con espontaneidad y dulzura. Francisco la miró, acercó su mano para secarle una lágrima y después tomar otra masita. Rita se levantó para traer más té.

Luego, cambiando de tema, le comentó que pronto se “reuniría” con Elías, por eso estaba ordenando sus cosas.

No quería dejar molestias a nadie, ni deudas, cargas o tareas pendientes. Deseaba que, al irse, fuera bien recordada. Le comentó que iba dejar la orden escrita y cuando ella se “fuese con Elías”, su casa y otras propiedades, se vendiesen para donar todo al hospital local…además le confió que sus tías le habían dejado un campo, a cinco kilómetros del centro del Pago de los Arroyos.

_ Se extiende sobre la ruta que va a la Capital…son unas treinta… ¿o trescientas hectáreas…?- dijo Rita. Ella no recordaba bien, pero sí que eran paralelas a la ruta…- se disculpó con Francisco.

_Ahora tengo una nube en mi memoria, no se bien su superficie exacta… están en arrendamiento, y el dinero lo ingresan a mi cuenta bancaria…de la cual me descuenta el monto de los impuestos…- Rita se quedó pensando, buscando algún dato más. No, no lo recordaba bien…en ese momento se le ocurrió pedirle ayuda a Francisco, él era Contador:

_Te pediré un favor, tu que eres tan entendido en estos asuntos y tienes tantos contactos, en la Municipalidad, no sé…si yo te diese los planos y algunas anotaciones… ¿podrías ver que tenemos que hacer con ese campo…?… ¿me ayudarías…?.

Francisco fue sacudido al escucharla hablar en plural: “tenemos”.- pensó… Sus labios comenzaron a moverse, se tocó la nariz, terminó de tragar su última masita y le respondió.

_Rita, por supuesto, con todo gusto la voy a ayudar, me pongo a sus ordenes, incondicionalmente pídame lo que necesita; es un placer para mí serle de alguna utilidad.-

Francisco, siempre prudente y discreto, continuó manteniendo el plural:

_Tendremos que averiguar en los registros fiscales, en los libros de catastro, bueno yo me ocuparé y ya la iré informando…

_ Gracias- dijo Rita- muchas gracias, sabía que lo harías.- la anciana se levantó y fue hasta un mueble del living, desde un doble fondo de éste extrajo una antigua caja de madera de nogal labrada. En su interior contenía una serie de papeles y algunos planos, dándole a Francisco los correspondientes al campo. Él los miró brevemente, asegurándole que luego los estudiaría, guardándolos en su maletín.

Se puso de pie, saludó con un beso a Rita, le agradeció el té y le confió que ya la sentía una verdadera amiga. Ésta le dio un fuerte abrazo al momento que le daba un beso. Acordaron de repetir con frecuencia esos gratos encuentros, y así fortificar la amistad que había surgido.

Francisco miró su reloj, ya eran las siete, había estado más de dos horas charlando con Rita.

Entró en su casa, dejó el maletín en la habitación. Luego de bañarse prendió la estufa, acomodó en ella ordenadamente pequeños trozos de tronco, se sirvió vino; y se sentó a leer los papeles del campo de Rita. Aunque al otro día averiguase todo lo referente al tema, quería interiorizarse de ciertos detalles. Pero no se podía concentrar, iba y venía hasta la estufa, ordenando la leña, acomodando algún tronco sobre la llama y volvía a su sillón. Se frotó los ojos, tal vez le irritaba el humo. Llevó su índice y pulgar hasta la punta de su nariz, en ese momento comprendió al ver la ventana entreabierta, que desde el fondo le llegaba un grato aroma. Movió sus labios, extendió su cuello en dirección al patio como para confirmar el perfume que llegaba hasta él. Caminó hacia la puerta trasera, la abrió y ya afuera notó que la luna llena iluminaba cada centímetro del césped haciendo relucir la gran palmera.

Miró hacia el cielo, bebió de su copa de vino, saboreando cada gota que tocaba su boca, su lengua…En ese momento sintió ruidos a la derecha, observó y sus ojos se encontraron con los de Laura que estaba del otro lado del agujero de la pared medianera, colgando ropa a secar.

_ Hola Francisco, recién termino de lavar… ¿has visto lo bonita que está la luna…?- los dos se estaban mirando fijamente. Ella había dejado en el suelo el balde que contenía las prendas, caminó unos metros hacia el tapial; apoyando sus brazos sobre el borde superior del orificio de la pared. Ya más cerca sonrió y continuó hablando, mientras Francisco sin disimulo apreciaba la marca de sus senos en el delgado suéter verde.

La luna estaba subiendo en el firmamento, casi frente a ellos. Ese día la temperatura había bajado luego de ocultarse el sol.-

_En noches como esta, cuando estoy sola, las aprovecho para leer hasta tarde. Es como si esta paz me quitase el sueño, me desvelase.- continuó Laura y bajó la voz como para hablar de algo secreto:

_ Francisco…cuando puedas me mostrás tus informes, los que te llegaron de Canadá…referentes a la “Tonificación Precoz”- Francisco seguía ahí inmóvil respirando intensamente el aire, se tocó la nariz, bebió otro trago de vino y le respondió.

_Claro Laura…ahora justamente estoy libre, recién termino de hacer unos informes para el Correo. Mil cálculos…cifras, tabulaciones; una tarea muy tediosa… si querés…podríamos charlar y…- ella no lo dejó terminar.

_ Me gustaría, recién son las ocho, tenemos tiempo, si me esperas treinta minutos tomo una ducha y… podrías venir… – dijo Laura.

Francisco, con todo calculado le respondió:

_ Será un placer, gracias…si no te molesta, creo que es más discreto que pase por ese orificio de la pared, porque si lo hago por la puerta del frente; ya sabés como es la gente, le gusta armar historias y fábulas…hablarían mil tonteras…¿ te gusta el champagne…?-

Laura sonrió, apartó sus cabellos del rostro, la luna le remarcaba su hermoso lunar en la mejilla, puso sus manos en la cintura y le respondió:

_ Me parece buena idea. No, no quiero que inventen historias…y me encanta el champagne…te dejo abierta la puerta de atrás, ponete cómodo en el living, yo en unos minutos estoy.- luego de decir esto tomó el balde vacío y volvió al interior de su casa.

Francisco se tocó la nariz, pensó unos segundos. Él aún no tenía heladera…y menos champagne…sintió un ligero mareo, se le nubló la vista por unos segundos.

Fue hasta el baño, se refrescó la cara mirándose al espejo. Luego caminó hasta su habitación, sacó la gran valija que estaba en el ropero, apoyó ésta sobre su cama y la abrió. Retiró el mosquitero, plegado encima del resto, hurgó en el fondo, y ahí estaban; dos botellas heladas del mejor champagne Francés. Del otro extremo de la valija, casi en la esquina, encontró algo que también buscaba: un hermoso y fresco pimpollo de rosa roja, con sus hojas aún húmedas, como recién cortado. Suavemente, para no dañarlo, acercó su gran nariz para sentir el aroma.

Movió sus labios al comprobar la temperatura ideal de las botellas. Volvió sobre sus pasos, y mirando al cielo, dio un par de giros, con los brazos extendidos, caminando alrededor de la vieja palmera, primero para un lado, luego hacia el otro; y luego pasó por el agujero del tapial. Ingresó a la casa de su vecina y se sentó en un sillón individual del living, dejando las botellas sobre la mesa ratona, en el otro extremo cruzado y casual, apoyó el pimpollo.

Observó el pequeño pero cálido ambiente. En un rincón, al lado del sillón principal había una pequeña lámpara de pie, que daba una luz tenue a la habitación. Por la ventana del jardín se filtraba la claridad del cielo.

Casi inmediatamente vio bajar de la planta superior a Laura. Ésta descendió lentamente por la estrecha escalera de lustrosa madera color arena, con el cabello húmedo y un vestido bastante escotado, blanco, informal. Él la contempló intensamente, y en un segundo, con su aguda mirada, la “partió” al medio para no perderse detalles de su hermosura.

Laura se acercó a Francisco lo saludo con un beso, al momento que vio la rosa lo miró con una sonrisa perfecta, tomó el pimpollo, lo llevó a su nariz…sus ojos verdes se hicieron más verdes y los fijó en los de él.

_ Es increíble… ¿sabés…?…porque no me vas a decir que además de Contador sos adivino: adoro las rosas rojas… ¿cómo lo supiste…?…sos muy gentil.-

Luego de decir esto Laura miró las botellas de champagne, curioseando, tomó una y la guardó en la heladera. Trajo un vaso de agua donde colocó la flor.

_ Veo que tenés muy buen gusto Francisco…y mucho mundo, de eso estoy segura…bueno… ¿no has traído los Informes…?

_ No, me los olvidé en el Correo…tuve una tarde increíble…- respondió Francisco-

_Pero no te preocupes que los he leído detalladamente, no desconozco el tema. Además tengo buena memoria.- dijo riendo y descorchando la botella de Dom Pérignon, mientras ella traía dos bellas copas.

Francisco sirvió el champagne, le propuso brindar por los niños del mundo. Juntaron las copas, ella sonrió y se sentó en otro sillón, más amplio, frente a él; separados por la pequeña mesa donde se apoyaba la rosa y el champagne.

Lo miró a los ojos, a ella le parecía conocerlo desde siempre. Era una situación muy extraña, pero no se sentía intimidada o cohibida, todo lo contrario; estaba muy cómoda. Se quitó los zapatos. Le explicó a Francisco que después de estar todo un día parada frente a sus alumnos, adoraba descalzarse en su casa.

Apoyando sus pies descalzos sobre el otro extremo del sillón, sin bajar la vista de los ojos de él, tomó su copa. Francisco pensó que nunca en su vida había visto unos ojos tan bellos, eran perfectos, mejor que todas las esmeraldas que conoció en su vida. Eran de un verde intenso y a la vez se adivinaba una extraña dulzura en esa mirada. Luego preguntó:

_Estás sola toda la semana ¿…Ya los lunes…él se va…?- ella seria primero, sonriendo después se llevó la copa a la boca y luego de un sorbo donde pudo apreciar la calidad de la bebida, le respondió:

_ Sí, y es así desde la semana después que dejé de ser soltera…yo me casé con él, pero creo que él lo hizo con su trabajo, no sé…-

Francisco, no la dejó continuar, no quería que la conversación se tornase tensa. Creyó conveniente dirigir la charla al tema de los niños, cuando notó que ella se había puesto algo reservada.

_No quiero incomodarte con cuestiones que te pueden resultar irritantes…después si querés me contás Laura…Bueno, te hablé que gracias al método de “Tonificación Precoz”, entre otras cosas, se consigue adelantar en los niños la edad en que aprenden a escribir y leer.

_El grafismo, sabés Laura, se origina en un acto motor que tiene la finalidad de conseguir una comunicación simbólica, a través de un sistema de signos, o sea las letras como convencionalmente está establecido, y así originan la escritura.-

Francisco hizo una pausa y volvió a llenar las copas, Laura sonriendo recibió la suya y le hizo seña para que siguiese con su exposición. Él la miró fija y continuó.

_ La madurez motora en la cabecita de un niño, donde su cerebro es como una esponja, se puede estimular con ciertos ejercicios…¿te gusta el champagne…?-

A ella cada burbuja que estallaba en su paladar le gustaba más que la anterior y la ponía de muy buen ánimo, terminando su sorbo le respondió:

_Me parece excelente, también me asombran tus conocimientos en pedagogía, no tiene nada que ver con tu actividad…realmente me sorprendés Francisco. .
_ ¿ Si?…bueno, te decía – continuó él -… que el desarrollo motor es un factor esencial en el aprendizaje de la escritura – mientras hablaba miraba a Laura directamente a los ojos, ella con su copa por la mitad, estaba pendiente de su mirada, y estudiaba cada gesto…ya se había formado un puente firme entre sus ojos. A Laura todo en él le parecía seductor.

_Nosotros tenemos que estimular en la fase precaligráfica, que se da a los cinco o siete años, y así adelantaremos un par de años la etapa caligráfica, donde el niño ya lee, y eso sin estímulos sucede a los ocho o doce años…¿ no tenés amigos o amigas en la ciudad…?…me imagino que te sentirás muy sola, ¿no…?-

Al momento de esta pregunta Francisco volvió a servir las copas, Laura al recibir la suya y antes de responder bebió otro sorbo. Acomodó su vestido sobre sus piernas, alisó sus cabellos y le respondió como una confidencia:

_ No, no tengo amigos…y amigas, bueno “lo amiga” que te podés hacer de una compañera de trabajo en treinta días, por eso creo que tampoco tengo amigas…Francisco, no lo voy a negar, soy joven, estoy demasiado sola, me encanta charlar con gente alegre, gusto de conversaciones interesantes. Y mucho más si la otra persona es inteligente- se interrumpió para que él volviese a servir su copa, sentía que el champagne la hacía más locuaz y confidente-…pero bueno, ahora tengo un amigo…- Laura hizo una pausa para sonreír y continuó con más énfasis.-

_Ahora te conozco, me gusta como hablás; admiro tu cultura…no te sucede muy frecuentemente conseguir una charla dinámica y espontánea, como ha resultado la nuestra…Creo que ya no me aburriré más si…ocasionalmente, podemos cambiar opiniones…y si no te aburrís conmigo, claro. Las cosas son más lindas cuando se dan con reciprocidad… ¿no te perece…?-

Francisco dilató sus orificios nasales, movió su boca como un pez y le confesó, dando inicio a su discurso tan usado: “Que él estaba muy bien… hacía muchísimo tiempo que no se sentía tan cómodo con alguien…había tenido suerte en conocerla, además de simpática le resultaba una mujer espléndida; y que valoraba esta nueva amistad porque era una singularidad…algo que se repite sólo cada quinientos años…raro como un bello eclipse, pero con mucha luz”.-

Ella al escucharlo sonrió, dejó su copa en la mesa y acarició por un segundo la mano de Francisco. Quién, como sin dar trascendencia a ese contacto, continuó:

_ Entonces Laura, volviendo al tema de la “Tonificación Precoz”, para que esto suceda el niño requiere de un adecuado tono muscular, buena coordinación de movimientos, correcta organización del espacio temporal, lateralización definida, habilidad con los dedos, pero todo esto está condicionado con la evolución afectiva, y las condiciones socioculturales del medio familiar…hablando de familia: ¿Tu familia sabe de tu soledad…?-

Mientras esperaba la respuesta, trajo la otra botella y la descorchó. Miró a Laura que estaba pensando su pregunta. Notó que sus mejillas ligeramente enrojecidas, remarcaban aún más su perfecto lunar. Volvió a llenar la copa de ella y se sentó a su lado en el sillón que ella ocupaba, ahora estaban a cincuenta centímetros. Laura se acomodó para cederle lugar. Bebió, sintiéndose más segura por la proximidad de Francisco y se sinceró:

_ ¿De que me vale que lo sepan…?…ellos están muy lejos, sólo los preocuparía…además me tengo que hacer responsable de mis actos, creo que fui una impulsiva al casarme…ahora mi deber es hacerme cargo.

Creo que, más que por amor…lo hice por un capricho. El fracaso duele, y más, mucho más al saber que se lo podés transferir a gente que te quiere…

No, no lo saben, ¿para qué…?…nos vemos poco, y cuando veo a mi gente…dibujo una sonrisa en mi cara, así todos me creen feliz.

No puedo llevarles mis problemas, es algo en que me tengo que manejar sola…aunque no sea simple y duela…pero bueno un día tendré que asumir mi error, y esa será la manera de no seguir postergándome…- hizo una pausa y se quedó contemplando la superficie de su copa donde estallaban mil burbujas.

Francisco entendió el silencio y acarició su cabeza, como diciéndole que la comprendía. Por unos minutos ninguno habló, bebieron mirándose a los ojos, él dejó su copa sobre la mesa, le acarició su mejilla, junto sus manos y siguió hablando, lentamente en tono confidencial:

_ Laura te entiendo. A mí me ha sucedido algo parecido…y sólo te entienden los que han vivido una experiencia similar. Éstas son intransferibles, mucho más las traumáticas, las que nos hieren; esas que desarman a los afectos que creímos posibles. Sé que para mi es simple decirlo hoy que ya lo he superado…pero uno no puede condenarse a llorar toda una vida por un error… ¿quién está libre Laura…? Ya lo que aconteció es inmodificable, no podemos alterarlo. El futuro que nos llega, cargado de sorpresas, es impredecible; pero es posible tener la libertad de elegir los “colores”, con que nos gustaría que llegasen a nosotros…es como un renovarse en esperanzas…un volver a animarse…-

Francisco hizo una pausa, la miró fijo, apoyó su mano en la rodilla de Laura, para que comprendiese que él entendía perfectamente lo que ella estaba viviendo, luego continuó.

_Laura, no te pongas mal…de nada sirve plantearse “¿Cómo hubiese sido?”, cuando en definitiva ya no fue…esa es la peor de las preguntas, si te la hacés cargarás de por vida con un pesado “hueco portátil”, para el que nunca tendrás respuesta…evitá eso amiga…es una carga pesada y terriblemente incómoda.

No nos podemos castigar con hechos y acontecimientos que están fuera de nuestro dominio temporal, ya no nos pertenecen; ni podemos modificarlos…

Pero Laurita, por suerte a veces, y sólo a veces, uno encuentra, casualmente y sin buscarlo; la sintonía precisa, la exacta, la que siempre quiso escuchar…y estaba esperando…-

Laura seguía sus palabras atentas, con una mano buscó el interruptor y apagó la luz. El living quedó iluminado por la claridad de la luna que entraba por la ventana. Eso le daba paz…también las palabras precisas que él decía con una locuacidad justa y puntual. Tomó su copa entre sus dos manos y siguió escuchando a Francisco. Éste, antes de continuar movió un par de veces sus labios como un pez.

_Hoy el entorno te estructura, te pone rígido y quita naturalidad, por eso creo que no es desacertado permitirse ser “Humano”, atreverse a ser uno mismo.-

Laura lo escuchaba atenta, gustando de la calidez de la mano de él sobre la suya-

_ Laura, creo que lo importante es no atarse a viejas derrotas…-Francisco hizo una pausa, la miró fijo como para acentuar lo que diría.

_ Adoro ser frontal, y que me lo sean, no me llevo bien con las personas “tibias”, ambiguas…ni los que viven su vida cómodamente “sentados en un escenario” viendo como ésta va pasando. Esos son los que jamás se arriesgan más allá de sus “butacas” por temor a perder el mejor y más cómodo de los ángulos: el de sólo ser observadores pasivos… ni una gota de sangre apuestan en esta lucha diaria…inmóviles siguen la escena…como si viesen una película, pero sin valor para ser participes…

Sos una mujer joven y hermosa Laurita, tenés aún miles de cosas por las que luchar, gustar y hacerlas tuyas…Proponente no mirar hacia atrás, ya no sirve…pero sí, para conservar tú sana autoestima; debés estar atenta; porque la vida te traerá nuevos momentos mágicos…nunca es tarde para volver a dejar volar tus sueños.-

Laura bebía lentamente, adoraba la verborrea de fuego y hielo que escuchaba, se sentía como flotando en un clima soñado. Ni fantaseando hubiese podido imaginar una charla como la que estaba sintiendo. Parecía que Francisco adivinase lo que sus oídos querían oír…

Él tenía la piel del deseado, del esperado; lo había presentido cuando lo vio por primera vez.

Laura dejó su copa, tomó las manos de Francisco, apoyó la cabeza en su hombro…mientras él la rodeaba con su brazo. Recién era medianoche.

Estaba amaneciendo cuando Francisco volvió a su casa. Con sus piernas aún temblando giró, de derecha a izquierda, media docena de veces la palmera, con sus brazos extendidos en “cruz”.

Luego se encaminó al interior y se acostó, cubriéndose con su mosquitero. Con sus manos entrelazadas tras su nuca se quedó mirando el techo. Se tocó la punta de la nariz, sabía que ya vendrían sus frecuentes dejavu…pensó en sus vidas…en su vida, eran tantos los días vividos, tantas las historias, tantas vivencias; pero todo tenía su Razón de Ser, de suceder. “Los hechos importantes de la vida, más tarde o más temprano, tienen la explicación de porque se sucedieron…después, no por azar, se van “uniendo eslabones”…y la cadena se materializa.”- pensó Francisco mientras se tocaba la nariz.

“El universo es como un gran rompecabezas, ninguna pieza falta o sobra…cada una será utilizada en su momento oportuno, luego, el encaje final será perfecto…cuando cada anverso encuentre a su reverso exacto”.-mientras pensaba Francisco sonreía, sabía que todo esto, en cierto modo, era aplicable a sus planes.

En ese momento volvía a sentirse pleno, feliz…y antes de dormirse recordó o soñó cuando un día, hacía muchísimo tiempo, más de dos mil años, Julio Cesar, en las tierras de Galia, le comentó: “Francisco: Veni, Vidi y Vincí…Vine, Vi y Vencí…”…sonrió antes de quedar dormido, tal vez a su manera; él estuviera repitiendo esa historia tan lejana.

Muy temprano Francisco estaba en su escritorio del Correo, leyendo detenidamente los papeles que le había dado Rita. De tanto en tanto, con su lapicera, hacía anotaciones y cuentas en un papel. Tachaba y volvía escribir, moviendo sus labios en cada operación concluida.

Rita estaba equivocada, eran trescientas treinta hectáreas. Francisco calculó, provisoriamente, cincuenta lotes por hectárea eran un total de dieciséis mil quinientos lotes. La ciudad estaba creciendo aceleradamente, se había formado en sus alrededores un creciente cordón industrial, que devoraba y necesitaba cada vez más mano de obra.

Esa cantidad de hectáreas hacían posible miles de lotes…o familias con techo propio…Francisco sabía que esto se incrementaría en el futuro.

Desde el interior, donde las condiciones laborales eran pésimas, venían llegando, día tras día, familias enteras buscando oportunidad de trabajo. Algunas, las que más suerte tenían, se alojaban en pensiones, o cuartos alquilados. Los menos afortunados, construyendo precarios asentamientos en las periferias de la ciudad. Muchos de estos se levantaban paralelo a las vías del ferrocarril. Eran casi todos míseros ranchos construidos la mayoría con viejas chapas, algunas maderas y trozos de cartón. En realidad no eran viviendas, sólo débiles y sórdidos refugios infrahumanos.

La imagen que daba ese mísero paisaje al que los veía era vergonzosa. Era increíble que los gobernantes de turno no hiciesen nada para remediar esto. Mientras tanto los que debían vivir dentro de esas latas oxidadas se iban “secando como uvas,” muriendo en vida, habían perdido ya todo: dignidad, esperanzas, decencia, respeto, y todas sus ilusiones.

Las más castigadas eran La Villa Piolín y La Villa de los Sapos. Que se extendían, por más de un kilómetro, como una gigante víbora de lata, sobre un sucio terreno de escombros; repleto de viejas maderas, basura y sembrado de botellas. Una laguna infesta y mugrienta, de unas tres hectáreas, salpicaba sus bordes.

Francisco comprendió que tenía en sus manos la solución para tanta gente, él podría ayudarlos a tener su casa propia, y con esto remediar la angustia de vivir como “invitados,” siempre en deuda o perpetuos inquilinos.

También él se beneficiaría. Algunas “Campañas y Proyectos” sólo se dinamizan con el dinero…y él lo necesitaba para ese fin, ese era su único interés.

Guardó los papeles en su maletín, tomó el grueso abrigo del perchero, le avisó a Clemente Chinella que tenía que hacer unos trámites, volvería en un rato.

Se dirigió en taxi hacia la Municipalidad, a él jamás le gustaron los autos, sólo los usaba cuando estaba obligado a desplazarse a lugares alejados, o cuando tenía prisa.

Recorrió oficinas del Municipio durante un par de horas, se asesoró en Catastro en donde anotó algunos datos, luego fue a las oficinas de Urbanismo, y en un gran mapa del municipio, ayudado por un empleado servicial, localizó el campo de Rita. Iba de una oficina a otra recogiendo formularios y formas para completar. Todos sabían quien era, y él respondía cordialmente a los saludos.

Una vez concluido con lo que se había propuesto pesquisar, se detuvo en el patio interno de la Municipalidad, respiró profundamente, miró a sus lados, se tocó la nariz por unos segundos. Observó el mástil donde flameaba la bandera veinte metros más arriba, empezó a mover los labios como un pez, sintiéndose por unos segundos un verdadero patriota. La tarea que se había impuesto era un servicio y un deber para esta patria, ¿la suya…?

“Ya lo comprenderán, ya todos gozarán de un nuevo estado en la vida del país. Un cambio generador, necesario y definitivo.”- pensó Francisco.

Salió del edificio de la municipalidad, cruzó la calle y entró en el Banco de la Nación donde solicitó hablar con el gerente. En unos minutos fue atendido por éste.

Se asesoró sobre las diferentes líneas de créditos destinadas a los planes de urbanización. Supo que siendo él quien los solicitaría, la concesión sería casi inmediata, nada de trabas, nada de burocracia. En definitiva se estaba buscando una solución para cientos de personas sin hogar. Eso no admitía demoras ni dilaciones. A la ciudad, al Banco mismo, le convenían que esto pronto se regularizase.

Con estas familias ya asentadas en terrenos propios, crecería la demanda de créditos personales, a través de los cuales se haría frente a la construcción de las viviendas. Todos se verían favorecidos, de una u otra manera. Sería como una muy buena oleada de oxígeno para la anquilosada economía local. Se produciría una reacción en cadena. Habría más circulante, todos los rubros comerciales serían estimulados, con verdaderos incrementos de la demanda. Desde el panadero, hasta las constructoras trabajarían mucho más.

Así, con más capital, cambiaría el ánimo en esos hogares. Significaría la existencia de más dinero en todos los niveles.

El fisco mismo podría incrementar sus retenciones, pero con la solvencia económica que se haría realidad en los beneficiados, nadie se quejaría. Todos estarían felices de ser puntuales y buenos contribuyentes. Luego, en obras y servicios; ese dinero volvería a ellos.

Francisco dio por concluida su visita al banco, agradeció la información y los datos recibidos.

Ya en la puerta se tocó la nariz, acomodó el nudo de su corbata, movió sus labios y caminó hasta la parada de taxis. En el trayecto pensó lo simple que resultan ciertas tareas cuando uno le imprime dinamismo…y, desde siempre, la “buena estrella” lo sigue como su misma sombra…se tocó la punta de la nariz y sonrió. El auto que lo llevaba se detuvo frente a lo de Rita.

Luego de un cordial saludo ella lo invitó a pasar, estaba feliz de volver a verlo tan pronto, le caía muy bien. Tenía todas las cualidades que ella admiraba en las personas de bien: dinámico, amable, educado, inteligente y solidario.

Brevemente Francisco le contó lo que se le había ocurrido, le hizo la propuesta y se explayó sobre el proyecto. Mientras él le relataba parte de lo que había averiguado ella preparó el té.

Francisco desplegó sobre la mesa una veintena de formularios, mapas, planos de electrificación, trazado de la red de cloacas, informes de las proyecciones del crecimiento urbano.

Cuando Rita volvió con la bandeja, trayendo té y masas, él le explicó que desde que se había ido la tarde anterior, no había hecho otra cosa que pensar el modo de cristalizar, en los hechos, los deseos de Rita…”¿ O son los míos ?”-pensó Francisco-

Él había decidido ayudar en todo lo que fuese necesario, por la memoria de Elías y de tantas otras víctimas, directa o indirectamente, afectadas por la cruel guerra. Esa masacre que aniquiló, en millones, la posibilidad de permitirse sueños, ilusiones y esperanzas.

_Rita, estoy convencido que la sociedad no puede olvidar lo sucedido. Porque no es sano mirar hacia otro lado como si nada hubiese sucedido…no podemos hacernos los distraídos… porque la historia muestra que los pueblos con amnesia caen nuevamente en los mismos errores…y en estos casos el silencio es cómplice. No, no se pueden permitir actitudes tibias ante semejante deuda de la humanidad para con las víctimas…todos se deben comprometer, todos nos debemos comprometer.-

Mientras Francisco hablaba Rita lo miraba, agradecida por sus palabras, admiraba su responsabilidad y entrega. Siendo él tan joven se daba por entero a una causa que no era la suya. Un ejemplo y modelo de solidaridad, una actitud para imitar.

Quedaba demostrado que Francisco sentía un verdadero compromiso social. Él sostenía que ahora se debía construir para la vida, para que otras personas tuviesen la oportunidad de crecer, de soñar. En definitiva, de tener esperanza ciertas para sus hijos y su futuro.

Luego le explicó que el mejor destino para ese campo era hacer de él un gran loteo, miles de lotes que se traducen en cientos y cientos de familias con viviendas. A partir de ahí todo sería posible para los trabajadores, sus sueños dejarían para siempre de ser utópicos, constantemente postergados.

Rita le señaló la bandeja de masas, indicándole con la mano que se sirviese, para no interrumpirlo.

_Lejos estamos nosotros, Rita, de querer lucrar con la necesidad de la gente, de nuevos hogares, de ilusiones…Si usted me permite y me autoriza…yo organizaré todo. –Francisco hizo una pausa para tragar su octava masa, y continuó.

_Brindaremos amplias facilidades para que nadie se sienta discriminado, y así sean accesibles para todos. Podrán disponer de quince o veinte años para ir pagando las cuotas de sus lotes, donde más tarde construirán la vivienda para ellos y sus hijos.

Con su autorización, Rita, podríamos organizar la manera de que su preciosa caridad llegue a los que más nos necesitan. – hizo Francisco una pausa, tomó las manos de Rita que ya no pudo contener sus lágrimas…y él también lloró…mientras masticaba una más de las exquisitas masas. Sacó un pañuelo de su saco, se secó las lágrimas y continuó con su explicación.

_ Rita, si obtuviésemos un crédito para la urbanización donde la garantía fuese el campo mismo, dispondríamos de fondos suficientes. Usted solo tendría que llegarse al banco a firmar, pero sería sólo unos minutos, desde ya que yo la asistiría, claro.-

Rita ya no podía seguir la velocidad de las explicaciones de Francisco.

Ella, con las arrugadas manos cruzadas en sus faldas, estaba muy lejos de ahí. En esos momentos estaba recordando el piso húmedo del muelle de Hamburgo donde familias, divididas por la fuerza o el terror, corrían desesperadas y se despedían en apresurados abrazos y besos, para después nunca más verse.

Una y otra vez estos desdichados recuerdos volvían para atormentarla, desde hacía ya casi veinte años.

Francisco en un mes, de innumerables gestiones, consiguió organizar la futura urbanización del Barrio Santa Rita.

Creo la Fundación Elías
Babinsky, donde dos eficientes secretarias informaban cordialmente a los interesados el modo de incorporarse al plan de viviendas, con créditos y plazos hechos casi a la medida de las posibilidades de cada interesado.

Pronto toda la ciudad supo que detrás de este humano y generoso emprendimiento estaba Francisco Setúbal Porvenir, el mismo que meses antes había, valientemente, salvado el honor del Correo local.

Los inmensos beneficios que esto representaba para la zona fueron comprendidos por cada uno de los habitantes. Entonces toda la población aclamó este solidario proyecto. La popularidad de Francisco crecía minuto tras minuto.

Con un breve trámite, y el pago de veinte pesos, de los cinco mil totales a pagar en veinte años, los compradores se iban de las oficinas con un pequeño mapa, donde estaba indicado el lugar en el cual se hallaba su espacio en el barrio Santa Rita.

Las facilidades eran asombrosas, se obtenía un excelente lote, a pagar en doscientas cuarenta cuotas de veinte pesos cada una. Pronto cientos de familias se acogieron a estos planes, y todo comenzó a dinamizarse; ya no era sólo un auspicioso proyecto.

Mientras tanto en el lugar, que se accedía por la Avenida Elías Babinsky, ya habían comenzado los trabajos.

Numerosos operarios estaban trazando las calles, las plazas, parquisando prolijamente cada espacio libre; según lo indicado por los Arquitectos en los planos. A esto se le sumaban la llegada de los primeros compradores, que ya en sus lotes comenzaban a edificar.

Era increíble la actividad que ahora se había despertado en la zona. Camiones con materiales, grúas, cientos de personas abocadas a las tareas de construcción del futuro barrio.

En esos días Francisco se movía incansablemente. No se detenía, quería estar presente en cada lugar, vigilando todos los detalles.

Parte de su tiempo lo empleaba en el Correo, en sus diarias visitas a Pedro y Rosa, luego puntualmente a las cinco de la tarde tomaba el té con Rita. A ella le resumía los avances logrados, después que la anciana solicitó el crédito en el banco. Era, sin ninguna duda, una gran obra que mantendría por siempre vivo el nombre de Elías Babinsky; y la memoria de millones de inocentes muertos y desaparecidos en esa terrible guerra.

Este préstamo se iba pagando sólo a través de las cuotas de los compradores de lotes, que se incrementaban día a día.

La Fundación se encargaba de los pagos mensuales del crédito y de que Rita recibiese quinientos pesos cada mes. El resto, todo, era destinado a obras de beneficencia; Hogar de Ancianos, Casa del Niño Huérfano, Asistencia Pública, Biblioteca Comunal, Bomberos y todas aquellas instituciones que requerían el apoyo económico de la sociedad.

Todo el dinero que se fuese generando se destinaría, en los próximos veinte años, a la ayuda social. Francisco retiraba algunos pesos para cubrir sus gastos administrativos. La cantidad exacta sólo él la conocía.

Cuando lo podía, pasaba por el orificio del tapial de Laura para beber junto a ella un champagne helado. Ya eran verdaderos amigos y confidentes. Pero cada día Francisco disponía de menos tiempo para él.

Laura había sido empleada por la Fundación Elías Babinsky, apenas se creo ésta. Ahí ganaba tres veces más por mes que en su cargo de docente. Su trabajo consistía en ir planificando el área educativa de la próxima urbanización.

En esos días recibió la invitación de Fernando Tenaglia, el papá de Cecilia, para tomar una copa después de las ocho de la noche.

Puntual como siempre Francisco llamó a la puerta del Doctor Tenaglia. Fue recibido por éste como un hijo.

El doctor le contó que Cecilia, aunque aún enferma, estaba mejor. Contenida y compensada por el grupo de idóneos profesionales. Ya estaban controladas sus crisis agresivas y en breve se la podría visitar libremente.

Tenaglia fue directo al punto por el que lo había citado. Le comentó que desde siempre había sido una persona de fortuna. Y que ya ha su edad no necesitaba seguir juntando dinero.

Mensualmente hacía importantes donaciones a instituciones públicas.

Sentía un compromiso con la gente carenciada, y le afligía el gran número de personas pobres, no sólo las de la ciudad. Veía con preocupación como aumentaba su número en todo el país. Se sentía con vergüenza de tener tanto, cuando el común de la gente, de sus compatriotas; sólo disponían de lo elemental para sobrevivir en un medio cada vez más impiadoso.

Felicitó a Francisco por las obras emprendidas en el Barrio Santa Rita. Comentó que él tenía, desde hace años, una idea en su cabeza que había ido postergando. Uno de los motivos principales fue la salud de Cecilia. Esto le había obligado a permanecer por entero abocado a conseguir la pronta recuperación de ella. Pero ahora sentía que había llegado el momento de materializar su idea. También lo ayudó a decidirse ver como en tan poco tiempo, Francisco, hizo realidad hasta el último detalle lo proyectado y prometido para el barrio Santa Rita.

Francisco escuchaba atentamente, tocándose su nariz con la mano derecha. Sentado cómodamente, con sus piernas cruzadas, no dejaba escapar una palabra de lo que el Doctor decía.

Tenaglia necesitaba a una persona seria, con gran fuerza, garra y empuje, que tuviese una verdadera vocación de servicio; para organizar, digitar y dirigir sus planes. El desempeño de Francisco lo habían terminado de convencer de que su proyecto tenía que hacerse realidad, y quién sino él para programarlo, ejecutarlo y dirigirlo.

En Francisco, el Doctor veía la difícil comunión que lograba en cada acto que encaraba: contemporizar sabiamente el “terreno” y a la vez imprimirle un empuje de gigantes. Por estos motivos, Francisco era el hombre elegido.

Como el hospital se veía superado en sus posibilidades de prestaciones, se hacía necesario otro centro de atención para la demanda creciente de la población. Le preguntó si aceptaba encargarse de organizar y montar una Clínica Modelo que luego, el día que inaugurase, también él la dirigiría.

_ Para mí es un honor ser su amigo Doctor. El país necesita de personas como usted, con su entrega, con el corazón abierto al prójimo. Si tan sólo un cinco por ciento de los poderosos ayudasen a los que menos poseen…creo que así se revertiría la penosa situación que vivimos.

Pero no, lamentablemente la mayoría de los que más tienen viven en una actitud egoísta, miserable, de acaparar más y más, haciendo un culto de la avaricia, del egoísmo…sin ningún remordimiento por los que quedan “afuera”…y eso, en un medio necesitado es agraviante, ofensivo. -Francisco hizo una pausa, se miró las manos, y continuó.

_Doctor usted me honra con esta propuesta. Para mí será una gran distinción ayudarlo a materializar sus ideas.- Francisco respiró profundamente, movió su boca con su típico gesto y continuó:

_Doctor…Fernando, cuando usted disponga…primero haríamos un borrador de lo que ha pensado, y luego de pulir detalles empezaremos con la construcción de la Clínica…”Santa Cecilia”, ¿qué le parece?…

Al Doctor le pareció brillante la idea de comenzar inmediatamente, y admiró el gesto de Francisco de sugerirle el nombre de su hija para la futura Clínica.

Finalmente acordaron reunirse al día siguiente para emprender el proyecto en borradores.

Francisco volvió a su casa sintiéndose feliz y orgulloso. Ya se hacía evidente que era útil y necesario para todas las exigencias de la ciudad y su pueblo, los hechos le demostraban que era considerado una persona idónea; competente en todas las tareas que le propusiesen. Sin dudas era la figura más capacitada de toda la ciudad para poner en marcha estos planes, y también otros.

Ya estaba llegando el momento…la Rueda había empezado a girar, ya nada la detendría…pronto su avance sería fabuloso y los “Nuevos Hombres” iniciarían su tarea.

Francisco, sólo en su casa sentado en el living, con una copa de Whisky en su mano, cubierto por el mosquitero, reflexionó que fue una decisión acertada haber “venido”.

Casi todas las noches de los últimos cuatrocientos o quinientos años había estado pensando en esto, en cada detalle por más pequeño que fuese, y así lo hizo para no tener que improvisar cuando sus planes se materializasen.

Fue una determinación inteligente radicarse en la ciudad, ese era su momento, había llegado el tiempo que él tanto esperó.

Tenía muy presentes las palabras de Nicolás Maquiavelo cuando le contaba…en sus escritos, que para conservar y hacer suya una ciudad se debía vivir en ella. Y a partir de ahí: todo, y mucho más. Porque coincidía con lo dicho por su amigo: “El ansia de conquista es, sin duda, un sentimiento muy natural y común…siempre que lo hagan los que pueden”…y Francisco, sin arrogancia, sabía que podía. Lo supo desde siempre, desde mucho antes de haber llegado; ésta era una de sus Misiones.

Ahora, para seguir adelante necesitaría suerte o talento. Lo primero fue suyo desde siempre…lo segundo también. El caminar durante siglos, viviendo miles de historias, y aún hoy seguir en marcha confirmaba su aseveración…

Se puso de pie, caminó hasta la puerta del fondo, corrió las cortinas para observar el cielo salpicado por miles de estrellas…a su frente se formó un arco iris bellísimo, como si tuviese nuevos y más brillantes colores…Una extraña brisa se filtró a su alrededor envolviéndolo por entero, la sintió en todo su cuerpo como una caricia soñada desde siempre, respiró profundamente los “buenos aires” que le llegaban; nuevamente volvían a ser suyos…

Diez años después. El Nuevo Hombre

Había transcurrido una década desde su arribo. Francisco estaba igual, siempre juvenil, con tanto vigor y dinamismo como cuando se hizo presente en el Pago de los Arroyos.

Había conseguido domesticar, concentrar y ordenar ese ímpetu que fue cargando durante tantos años en la soledad de su retiro.

Ahora sabía que debía volver a adaptarse a una nueva y joven sociedad. Tantas veces ya había pasado por esto. Pero no era nada simple, debía descartar antiguas posturas hoy obsoletas y anacrónicas.

Este tiempo lo usó en un ejercicio diario para reestructurar su cerebro, hacerlo amplio y receptivo a nuevos conceptos, a los cambios culturales y sociales.

Los valores éticos y morales cambiaban conforme avanzaba cada “hoja” de la historia del hombre. Y él tenía la obligación de amoldarse a estas nuevas circunstancias que estaba viviendo, dentro de lo que su temperamento le permitía.

Supo en este tiempo hacer más racionales y pragmáticos sus impulsos para poder materializar con éxito los proyectos. Ahora, su vehemencia y furor se cristalizaban cotidianamente en nuevas actividades y logros.

En este tiempo se fundió completamente con el entorno, realizando el trabajo de un hábil joyero, lentamente, pieza por pieza; así puso en marcha un reloj exacto. Que día a día adquiría un brillo más intenso y delicado.

Volvió a leer, ahora buscaba en los libros conocimientos que llenasen el vacío de los últimos siglos.

Ninguna disciplina le resultaba tediosa, y con una memoria prodigiosa incorporaba a su cerebro datos, nociones, ideas, conceptos; que cimentaban aún más su natural seguridad.

El mundo había cambiado, y él debía estar al día con los vertiginosos avances que se habían producido en el saber humano.

Ahora la población había crecido a todo nivel. Se respiraba en el aire la renovación. El Pago de los Arroyos se consolidó firmemente como una importante ciudad del interior.

Las últimas encuestas le daban amplias ventajas. La prensa, haciéndose

eco del deseo general, aseguraba que el próximo domingo él, Francisco Setúbal Porvenir, sería el nuevo Presidente de la Nación.

Había militado brevemente en Poder Vecinal, un modesto agrupamiento local. Pero desde ahí se había proyectado, sin la catapulta de los grandes partidos, en forma independiente a las arenas del poder político.

Luego de sus brillantes logros comunitarios en el Pago de los Arroyos, años antes, su fama superó los límites de la ciudad, y poco a poco, emprendimiento tras emprendimiento; su nombre, sus éxitos y su valía se fueron conociendo en cada rincón de la República.

Tras su iluminada idea de la urbanización del Barrio Santa Rita, se benefició a muchísimas familias que pudieron materializar su sueño de radicarse en la zona.

Dos años después de la construcción del Barrio Santa Rita, las Villas Piolín y de los Sapos sólo eran un triste recuerdo: habían desaparecido.

Él ideo un plan de ahorro, mediante el cual cada cincuenta adquirentes de lotes, una familia de las villas se hacía dueña de un predio del loteo.

Ayudaron algunos oscuros gremios, a los que Francisco presionó por su eterna falta de solidaridad, y para no tener que dar a luz tristes negociados de esas agrupaciones corruptas. Rápidamente éstos gremialistas comprendieron que era una persona capaz de todo, y mucho más. Por esto contribuyeron inmediatamente con donaciones al nuevo barrio.

Una vez que se niveló medianamente estas injustas diferencias, las cosas fuero acomodándose solas. Por ley de gravedad, el ajuste fue progresivo pero continuo. Esto, en el ámbito económico, incrementó progresivamente el circulante en la ciudad, que creció a todo nivel.

Ante una mayor demanda, se mejoraron los Servicios Públicos y todo lo que necesitaba una población creciente y pujante. Fue como poner en marcha un gigante dínamo que sólo y automáticamente; proveyó de energía en todas sus formas a sus habitantes. Paralelo a esto, su admirable gestión como Director Administrativo de la Clínica Santa
Cecilia, no hizo más que poner en lo alto su nombre.

Cuando se hablaba de Francisco, su nombre era sinónimo de solidaridad, ayuda y entrega. Todos los habitantes sabían de él. De sus inicios solitarios, libre de cualquier ideología, y luego como se hizo un coloso en todas las empresas que encaró con éxito. Siempre por y para la comunidad. Esto hablaba de su innata vocación de servicio.

Se había abierto camino de manera sutil, pero precisa y directa, entre los líderes políticos existentes en todo el país, pero no se involucró con nadie ni con las arcaicas ideas “Salvadoras” que defendían. En la práctica una y otra vez habían fracasado, sumando más desengaños y frustraciones a las que ya se venían repitiendo durante décadas.

En general los políticos eran sinónimos de ineptitud y corrupción. La mayoría sólo eran abúlicos parásitos de comité. Y la población no era tonta.

La elección entre Francisco S Porvenir y las otras alternativas políticas, ya no requerían mayores análisis.

En ese momento en el país uno podía ser estudiante, trabajador… o político. En general, estos últimos, eternos candidatos a todo y a nada…y así se iban fosilizando. Jamás del lado del pueblo, siempre del de sus intereses, voraces y egoístas; en permanente franco laboral.

El país necesitaba cambios radicales en todas sus estructuras. Todos sabían que era lo antiguo, lo inútil, lo incongruente y fuera de lugar para las actuales circunstancias. Pero para efectivizarlo había que mover “fichas” que nadie: políticos, dirigentes o autoridades de la vieja escuela; se arriesgarían a realizar.

“Es un costo político muy alto”, decía los tibios burócratas que anidaban aletargados y cómodos en todas las oficinas estatales.

O las cosas se dejaban así, y el país seguía por otros cien años durmiendo su eterna siesta de indolencia. O algún valiente asumía el costo y compromiso de girar 180 grados el timón. Todos los habitantes pensaban de esta forma, todos los que no tuviesen intereses egoístas creados a través de la política. Y así proyectar, de una vez y para siempre, el Territorio Nacional y su población hacia el mundo real; el que crecía, maduraba, y avanzaba dinámicamente.

Francisco, en los últimos diez años había crecido como un gigante, aunque parecía que el tiempo no tocaba su cuerpo. Siempre joven no aparentaba sus treinta y tres años.

Nunca se detenía, siempre estaba presente tras un nuevo proyecto. Ahora radicado en su sobria y bonita casa, que había hecho construir sobre las barrancas del Paraná, un lugar tranquilo al norte de la ciudad.

Esa noche sólo, frente a la estufa, bebiendo puntualmente su whisky, reflexionaba sobre sus logros luego del exitoso loteo del Barrio Santa Rita; a partir del cual su ascenso fue vertiginoso a todo nivel. Detalle por detalle recordaba esos días, donde también inició la dirección de la Clínica Santa
Cecilia.

Sus múltiples actividades lo obligaron a tomarse licencia en el Correo, aunque en la práctica aún seguía vinculado a él. Le parecía apenas ayer los tristes sucesos acontecidos, por los cuales Fallatto decidió quitarse la vida.

Supo… o lo sabía antes que sucediese, que Jorge Santos, “El Enano”, había muerto en un oscuro tiroteo. Los medios, en ese momento, dijeron que se trataba de un ajuste de cuentas entre bandas mafiosas. La prensa destacó el hecho policial en su novena página.

Los compradores de las planchas de estampillas al verse en peligro de ser descubierto jamás volvieron a hablar del tema. Extrañamente olvidaron todo, como si nunca hubiesen sido participes de ese robo.

Francisco evocaba esos días, agitó su vaso antes de llevarlo a su boca y se miró las manos; él las consideraba bellas. Las cuidaba preservándolas siempre inmaculadas, impecables.

Conocía de la fabricación de ladrillos mezclando arcilla con paja, amasando la mezcla, para luego ponerla en un horno obteniendo tejas y adobes. Esos conocimientos en la isla le hubiesen sido muy útiles para construir una cálida vivienda, pero él prefirió eludir el trabajo manual y conformarse siempre viviendo en los simples pajares o en precarias casuchas; antes que lastimarse sus agraciados dedos de pianista. De quererlo hubiese podido ser también un gran orfebre.

Sus padres seguían viviendo en su casa de Porvenir 58, sin mayores cambios y con un cómodo pasar económico. Desde que Francisco consiguió regularizar sus ingresos en el Correo y luego del inicio del loteo del barrio Santa Rita, aportaba todos los meses quinientos pesos al hogar de Rosa y Pedro; que se sumaba a la modesta jubilación de Gas del Estado que cobraba su padre todos los meses. Para ellos ese dinero les era suficiente. También había adjudicado dos lotes del Barrio Santa Rita para sus hermanos.

Cecilia, luego de dos años de internación en la Clínica del Pilar, retornó a vivir con su padre. Pero nada volvió a ser como antes para ella. Sus meses de internación, aislada, habían ido apagando el ímpetu que la caracterizaba. Siempre había sido una joven vital, alegre y dinámica. Pero los sucesos del Correo la golpearon violentamente. Fue como si un alud cayese sobre ella.

Ahora era sólo una pobre máscara inexpresiva de lo que había sido. Hablaba muy poco, pasaba casi todo el día sentada frente al piano, pasiva y distante; vigilada por la enfermera que ahora estaba junto a ella todo el día.

La comunicación con su padre se limitaba a monosílabos. Pero él no perdía las esperanzas que todo el brío y energía que antes la caracterizaban, volviesen un día a hacerse presentes.

Francisco la visitaba periódicamente, pero tampoco él conseguía sacarla de ese raro letargo. Sólo cuando le tomaba las manos, y así se quedaban por un rato, parecía establecerse una comunicación más intensa, eso se podía percibir por el brillo que adquirían los ojos de Cecilia que parecían hablar con Francisco. Esto se hacía evidente cuando estaban más de una hora mirándose fijo, casi sin pestañar. “Deben ser telépatas…algo se dirán con la mente.” -pensaba la enfermera cuando los veía en esa rara actitud.

Las charlas del Doctor Tenaglia con Francisco eran frecuentes, en ellas éste le informaba de la marcha de la Clínica Santa Cecilia.

El Doctor salía poco de su casa debido a su edad y al deseo de estar siempre cerca de su hija.

Rita había muerto hacía ya cinco años. Murió dormida, en paz. La descubrió una tarde Francisco, cuando fue a tomar un té con ella como siempre lo hacía.

_“Infarto Agudo de Miocardio”- diagnosticaron en forma terminante los médicos.

Rápidamente fue velada con una sencilla ceremonia, organizada por Francisco. Toda la ciudad en muestra de agradecimiento a su altruismo y solidaridad, asistió a su entierro.

El único orador fue Francisco, que se encargo, en un breve pero sentido discurso, al hablar de las inmensas virtudes de Rita.

Esa tarde llovía intensamente, eso hacía más lúgubre el cementerio. Todos estaban contritos bajo sus paraguas. Francisco, imperturbable, ya totalmente empapado, continuaba con sus palabras de homenaje y despedida para su anciana amiga.

Días después, en el living de la casa de Rita, en un doble fondo de un mueble, dentro de una antigua caja de madera de nogal labrada, se encontraron varios papeles personales, entre los que se descubrió su testamento.

Su última voluntad había sido nombrar a Francisco como único heredero de todos sus bienes. Eso significaba mucho dinero, proveniente de ahorros, del loteo, y de las actuales cuotas del mismo. Además Rita había dejado a Francisco su casa y dos propiedades más. Éste no hizo ningún comentario por esto, él sólo era feliz:

“Sabiendo que a Rita, por suerte, la muerte la vino a buscar en forma serena. Murió dormida, pobrecita, y ahora descansa en paz, eternamente, junto a su amado Elías”.-alguien escuchó éste comentario de boca de Francisco.

Francisco continuó en permanente actividad. Pero siempre ahorraba tiempo para estar un rato con sus amigos y padres.

Periódicamente se veía con Laura. Ella continuaba trabajando en la Comisión Educativa del Barrio Santa Rita. Hacía unos ocho años que se había separado de su esposo, aunque meses antes de su separación dio a luz a un hermoso bebe: Felipe.

El niño tenía ahora ocho años, cabellos color paja, de ojos verdes, tornadizos.

Cuando Francisco disponía de tiempo iba a lo de Laura a visitarlos, extrañamente se llevaba muy bien con Felipe, siempre había sido muy reacio al trato con los niños; pero con éste tenía una comunicación extraña e intensa. Esto no se hacía evidente precisamente por los juegos en que se podrían haber relacionados, no, la intensidad crecía en silencio, cuando se miraban; podían estar minutos mirándose sin decir una palabra.

Al irse Francisco le acariciaba la cabeza, saludaba a Laura, pero antes de que saliese; corría hasta él Felipe y le daba un tierno beso. Volvían a mirarse fijo unos segundos, luego Francisco le guiñaba un ojo y se iba.

La apertura de la Clínica Santa
Cecilia, cumpliendo con lo proyectado, fue puntual y vital para la comunidad. Sus servicios superaron ampliamente todas las expectativas.

Ahora los pacientes con dolencias complejas no debían buscar solución en Centros Asistenciales Especializados de la Capital; la nueva Clínica cubría los servicios y requerimientos en todas las especialidades Médicas.

Francisco estaba presente en todas las dependencias del establecimiento. Se encarga, por ejemplo, desde las licitaciones para comprar jeringas descartables; hasta la adquisición de costosos y complejos equipos de Rayos X y otros sofisticados instrumentales.

Para todo disponía de tiempo, pero estaba todos los días casi dieciocho horas trabajando y negociando en la Clínica.

Dos empresas, socias entre si, tenían el monopolio de las Mutuales, una precisa y sucia connivencia. Todos los que deseaban acceder a estos servicios debían pagar el costoso abono mensual a una de las dos compañías.

La cobertura asistencial era bastante completa, pero sí muy elevado su costo.

Cada afiliado debía estar al día con el pago de sus cuotas para disponer de los servicios, pero había casos en familia de bajos ingresos, que no siempre podían cumplir puntualmente con este requisito.

Al ser un monopolio no existían alternativas, para que la gente pudiese opcionar en buscar mutuales más económicas. Además éstas no se creaban por la presión da las ya existentes. Muchas veces esta imposición se convirtió en amenazas cuando alguien, con visión solidaria, pensó en crear otras alternativas más acordes a los ajustados presupuestos de algunos trabajadores.

Pero Francisco fue más pragmático, no luchó contra la coerción de estas compañías: las utilizó. Desde el inicio de las actividades comprendió que en este medio se podía, a través de sus prestaciones, especular con el sucio monopolio de la Medicina pre – paga; en manos de un minúsculo grupo de inescrupulosos.

_Necesitamos de ese dinero, – decía Francisco a sus allegados- me da repugnancia negociar con esta gente, pero es la única manera que disponemos: “robarles a unos ladrones” y hacer ganadora nuestra campaña…-

Para esto contactó con Médicos de las Obras Sociales y con algunos abonados de éstas. A los dos grupos gratificó generosamente, por su ayuda y su silencio. Y así, por ejemplo, crecieron marcadamente los ingresos a Cirugía. Muchas veces, la mayoría, los mismos “intervenidos quirúrgicamente” no estaban en la sala de cirugía cuando ésta se sucedía. Pero las Mutuales debían pagar religiosamente las intervenciones que la Clínica declaraba, y los médicos de éstas, “gratificados” previamente, habían confirmado como casos reales; necesarios de una intervención quirúrgica.

Con estos procedimientos, “de Emergencia”- como le llamaba Francisco- ingresó mucho dinero extra a la Clínica, que se derivó en mejoras del servicio y nuevos equipamientos.

También, gracias a estas “Medidas de Emergencia”, llegó efectivo a las manos de Francisco, que éste la derivó a su cuenta para el Avance Final. Porque la Rueda estaba en marcha, girando velozmente, cada día con más energía; pero esto generaba gastos crecientes.

Tres años después, por iniciativa de Francisco, se creó La Mutual Santa Cecilia. Los servicios de ésta eran muy amplios y los costos fueron adecuados y verdaderamente asequibles para sus nuevos afiliados. Todos comprendieron rápidamente la conveniencia de mutualizarse en esta nueva alternativa.

En un año las otras dos Mutuales desaparecieron al no poder rivalizar con esta creciente competencia.

Pronto los habitantes del Pago de los Arroyos se enorgullecían del excelente servicio que les brindaba La Clínica Santa Cecilia y su Mutual.

Joven, dueño de un carisma inmenso, fresco y con estilo, un seductor innato; había conquistado rápidamente a todos con sus valerosos y solidarios emprendimientos.

Siempre con cortesía y distinción, astuto y pícaro; pero jamás cayendo en la insolencia o desfachatez.

En él era un arte contagiar su galantería. Con elegancia y un tacto natural; conseguía lo que se proponía. Tenía siempre la última palabra, con total refinamiento, sin pecar de vanidoso, altanero o presumido. A todos maravillaba por su desenvoltura y gala, permanentemente de buen talante. Su naturalidad cautivaba, era como si él poseyese una pericia o destreza natural para agradar a la gente con su contagiosa simpatía.

Ya todo el país sabía de él y adherían a su concisa propuesta: “Crecer Juntos, en una República de Todos”. La meta era comenzar a emerger como una Nación, finalmente creíble, seria y pujante; para el resto del mundo.

Francisco quería brindarle a la nación una propuesta válida, seria, racional. La consigna fue simple y sencilla: “Hacernos Grandes entre Todos”. Diferenciándose de las falsas e increíbles promesas que usaban reiteradamente los otros grupos políticos. Éstos regalaban a diestra y siniestra falsas promesas, “espejitos de colores”, creyendo que el electorado, inocente, no se percataría. Y una y otra vez repetían sus juramentos, pintados con las más fantásticas ilusiones; dándole brillo a sus discursos. Lo que menos creía el pueblo era eso. Pero sí se hacía evidente una creciente impotencia ante la falta de otras propuestas electorales.

Esto lo percibió inmediatamente Francisco, así supo lo que no tenía que hacer si se postulaba en las elecciones. Esos eran los errores que no debía cometer.

Se agrupó con gente joven, tenaz, honrada y capaz. Así nació La Nueva Alianza
Nacional, que rápidamente encontró adeptos en todo el país y creció vertiginosamente.

Todos, los integrantes de la Alianza, deseaban un verdadero resurgir del país. Cada uno de ellos era especialista y profesional en el área que ocupaba dentro del grupo. No existían los improvisados. Ni tampoco existirían los futuros cargos por amiguismo.

_ Sólo estaremos los idóneos, nada de ensayos- había concluido Francisco.

Él era la cabeza de esta fuerza. Supervisando todo, en continua actividad.

El pueblo estaba ya agotado de falsas promesas, que jamás se cumplían. Siempre era el mismo argumento, sólo iban cambiando los “actores”, en esta parodia.

La mayoría de los políticos que habían desfilado por la Casa de Gobierno, en los últimos sesenta años; resultaron ser unos ineptos, a los que luego mareaba el poder después de sacarse los disfraces.

Dueños de mil caras, aparecían en las crisis como elegidos Divinos para conducir y dirigir la tan deseada salvación. Luego, cuando amainaba la “tormenta” se dedicaban a rapiñar y sacar provecho para fortalecerse en la próxima crisis. En la que, seguramente, estarían nuevamente presentes con su locuacidad adaptada a las nuevas circunstancias, o a otro fracaso.

Estos políticos corruptos, esta clase dirigente, eran como ratas y ratones siempre voraces, moviéndose en la basura.

De tanto en tanto algún impulsivo General se hacía del mando por la fuerza, ya que la Razón le faltaba…pero eran más de lo mismo; sólo que éstos encaraban su misión para “Salvaguardar los valores de la Patria, su Gloriosa Historia y Bandera”…Pero una vez que se hacían del poder eran igualmente incompetentes, ahora uniformados.

Con los mismos códigos, entre ellos se reconocían como una misma especie, era como una marca de piel. Siempre había sido más de lo mismo, sucesión de torpes demagogos.

Ya casi había llegado la fecha de las elecciones Nacionales. Todo el país estaba expectante. Esperando el día con ansiedad. “Todo está listo”- pensaba Francisco.

_ El Libreto que ellos manejan es el mismo, cambian los “autores”, pero el electorado no olvida. -comentaba Francisco a sus compañeros del café-

_Lo que no comprenden, debido a sus pequeños cerebros, es que los que no cambian son los “lectores”, y es el pueblo el que lee cotidianamente en sus casas, la lista de ofrendas y promesas que una vez les hicieron…pero, la población siempre es la misma. Y jamás olvidan. Subestimarlos es insultarlos.

Francisco no tuvo que hacer mucho para crecer en ese terreno. Sólo dejar que los otros, los que se presentaban como enviados Divinos en cada nueva elección, cayesen sólo por el peso de sus mentiras; a través de su inoperancia, ineptitud y fracasos.

No se podía desafiar la ley de la gravedad, y los engaños que son más pesados que aire: siempre terminan cayendo.

Salvo contadas excepciones, el gobierno había estado, desde hacía medio siglo, en manos de políticos y militares corruptos e inservibles. A esto Francisco lo sabía, entonces comprendió apenas pisó este terreno, que no sería tan difícil dar al pueblo mucho más que “pan y circo”. Permitirles que, definitivamente se renovasen en anhelos ciertos. Y así todos vivirían un verdadero resurgimiento: el definitivo.

Francisco, el domingo 10 de noviembre, se despertó a la madrugada sabiendo que ese sería un gran día, donde el país elegiría a su nuevo Presidente.

Se sentía feliz, pero no existía en él el menor rastro de nerviosismo. Era como si ya supiese como se sucederían los hechos.

Desayunó una gran tasa de café, comiendo casi medio kilogramo de tostadas con manteca y dulce de duraznos.

Luego de ducharse se vistió con un elegante traje azul, camisa blanca y una alegre corbata celeste.

Demoró más de una hora en recorrer los quinientos metros que había desde su casa hasta el colegio donde votaba. Todos los medios periodísticos del país disputaban sus comentarios, él cortésmente trató de responderles, siempre de excelente humor y sin dejar de sonreír. También cientos de ciudadanos querían estar presentes en el momento que él votase y reiterarle su adhesión.

Saludó a las autoridades de la mesa electoral y en menos de un minuto concluyó con su votación. Luego caminó hasta la casa de sus padres, respondiendo infinidad de saludos tras sus pasos. Algunos, sin protocolo y con total confianza lo llamaban de “Francisquito”.

Era domingo, y como en los últimos diez años almorzaría con su familia. Nada cambiaba esa sagrada rutina.

Desde que él regresó hacía diez años, Rosa y Pedro no dejaban de enorgullecerse y admirar cada día más a su ejemplar hijo mayor. Todos decían que el próximo Presidente sería este nieto de emigrantes.

Pedro en sus habituales charlas con los otros jubilados, en el club o en la plaza, siempre con humildad; recibía felicitaciones por su hijo. Era un honor para su familia, todos hablaban de su ejemplo y escuela: “De tal palo tal astilla…” o “La fruta no cae lejos del árbol”…

Pedro se acariciaba su barbilla y pensaba en estas frases tantas veces por él escuchadas en los últimos años. Pero sabía que también Rosa era responsable de que su hijo fuese lo que hoy era. Sin dudas el más Grande de los Setubal. Él se preguntaba que dirían hoy, luego de doscientos años, sus tatarabuelos si viesen lo que estaba por acontecer. Era casi increíble, es que pensándolo bien ni Pedro mismo comprendía la vertiginosa carrera de su hijo. Pero era su sangre, era un Setubal, ¿qué más debía entender…?

Cuando en soledad, sentado en su fondo y mirando los canteros de diferentes verduras, pensaba las satisfacciones que había recibido en su vida, lloraba de alegría al sentirse un bendecido, un Iluminado; y agradecía a Dios por la familia que había formado.

Después del almuerzo, ordenó sus cosas en el maletín, quitó algunas, puso otras. Dobló prolijamente el mosquitero y lo introdujo para tenerlo en la Capital.

Luego, junto a su compañero de fórmula, Santiago Lesvato y todos los integrantes de lo que sería su gabinete; se dirigieron a Buenos Aires para seguir desde allí, el resultado de los comicios.

Santiago era un Médico del interior, un hombre de campo, bonachón, grandote y rubio maíz, trabajaba con él en la Clínica Santa Cecilia. Habían hecho una gran amistad desde que se conocieron, sumándose luego en esta alternativa política que le propuso Francisco.

Sus oficinas habían sido armadas en un Hotel en el centro de la Capital.

Al llegar se encontraron con muchos de sus compañeros, que con júbilo decían que el resultado sería un éxito seguro.

Francisco, inmutable, sonriendo, no se hizo eco de estos festejos. Rápidamente saludó a todos y se dirigió hacia una habitación donde, usando una mesa de escritorio, sacó de su maletín la agenda de cuero donde comenzó a escribir, aislándose del resto.

Ya alrededor de las cinco de la tarde los informativos radiales daban amplias ventajas a Francisco y su gente, aunque recién para el próximo miércoles se conocería el resultado definitivo.

De tanto en tanto entraba alguien a la habitación de Francisco y desbordantes de alegría ofrecían: “Señor Presidente, ¿necesita algo…? ¿ un té o café…?…”

Algunos locutores radiales, daban la noticia de la clara diferencia a favor de la Nueva Alianza
Nacional y agregaban: “Francisco “Ese” Porvenir…ya es extraoficialmente, el nuevo Presidente de la República”- remarcaban, insistentemente, la “S” de Setúbal.

Poco a poco comenzaron a llegar diferentes grupos de simpatizantes a las puertas del Hotel, esperando conocer las últimas novedades. Pero conforme la radio insistía en el contundente triunfo de la Nueva Alianza en las urnas, las inmediaciones del lugar se poblaron de cientos y luego miles de personas; que coreaban su nombre como el del nuevo Presidente de la República.

Había gente de todos los tipos. Algunos que se adivinaba, a través de su vestimenta, su origen humilde. Otros, en cambio, impecablemente vestidos, pero en el momento de los aplausos y abrazos todos se confundían entre sí.

Adentro, solos, Francisco y Santiago, sentados, charlaban del futuro gustando plácidamente un whisky. De tanto en tanto Francisco se ponía de pie, y tocándose la punta de la nariz, miraba por la ventana del octavo piso, observando como distintas columnas de simpatizantes se acercaban al Hotel.

En ese mismo momento, en El Pago de los Arroyos, Pedro y otros jubilados sentados en la cocina de Porvenir 58 seguían atentamente las noticias radiales…atentamente, dentro de lo que la ginebra que iban consumiendo, como prefestejos, les permitía comprender.

No entendían bien cuando hablaban de porcentajes, y mucho menos si el locutor y los analistas aventuraban proyecciones sobre la base de los actuales resultados.

Ya para media tarde, Pedro y sus ocho amigos, habían consumido casi media docena de botellas. Por suerte aún tenían varias más sin empezar.

Unos minutos más tarde, cuatro de ellos resignados a no entender las cifras de las que hablaba la radio, se abocaron a algo más simple como era el juego de cartas. Pedro, en cambio, con una lapicera intentaba copiar, sobre un arrugado papel, alguna palabra o frase que escuchaba del periodista, pero en realidad a la tercera letra se confundía, dejaba de escribir y miraba la partida de naipes. Los gritos del lugar, el humo y la ginebra que estaba bebiendo no lo dejaban concentrar. Finalmente, después de varios intentos, Pedro hizo un bollo con el papel, lo arrojó a un lado; y propuso a su amigo Ramoncito Cañette, anotarse como pareja para la próxima partida.

Rosa, en silencio, bajo los últimos rayos de sol, cocía sentada en el patio con sus pensamientos muy lejos de ahí. Tal vez en los relatos que escuchó de su padre de los atardeceres en Calabria.

Los hermanos de Francisco, que habían resultado ser excelentes estudiantes, estaban sentados en lo que ahora era un jardín en la esquina derecha del fondo. Seguía los datos que iba dando la radio y, prolijamente, tomaban notas de las mesas escrutadas, los porcentajes, las proyecciones y todo lo referente al resultado electoral.

Concluidas las elecciones, después de las seis de la tarde, abrió sus puertas el Café del centro, frente a la plaza.

En una mesa se fueron reuniendo los amigos de Francisco. Ahí estaba Rafael, Diego Ismael, Memo Zabaleta, Saúl Argentto. Apenas se sentaron pidieron dos jarras de Sangría, para empezar los festejos. Ya habían terminado las elecciones, ahora podían libremente beber bebidas alcohólicas. Daban por seguro el éxito contundente de su amigo.

Al principio la charla fue ordenada y atinados los comentarios sobre el seguro triunfo de Francisco. Dos horas después, la conversación se hizo anárquica y extraviada. Ya iban por la octava jarra de sangría.

Ese día de noviembre había sido muy caluroso, con una máxima de 37º C, algo inusual para esa época del año.

Diego Ismael, con su nariz roja etílica, hablaba sólo, sobre un supuesto barco que se compraría, para ir con Francisco y ellos a pescar cuando éste pudiese; y los compromisos de la Presidencia se lo permitiesen. No sabía si tendría espacio para anexar en proa un “Gomón”, eso lo preocupaba en demasía.

Rafael, a medio metro suyo, organizaba una futura Fundación, que él dirigiría, para proteger a los lobos marinos de la caza indiscriminada que sufrían en los mares del sur, y controlar la alarmante disminución de la población de los pingüinos de la Isla de Pascuas…tal vez esta Fundación se podría encargar también en un futuro, de impedir la irracional deforestación de la selva Amazónica.

Uno hablaba de sus cosas, el otro de las suyas, se miraban para hacerlo, pero las oraciones se superponían; no existía pausas ni orden. Parecía una charla de locos. Cuando surgía un silencio de un lado, era porque ese interlocutor estaba bebiendo. Ya no era por respeto, sólo sed del vino mezclado con frutas, y no podía hacer las dos cosas al mismo tiempo: pensar en voz alta y beber.

Los ojos de Rafael parecían dos faroles de queroseno. A su lado, Saúl Argentto, hablaba sobre como tendría que hacer para acogerse a las nuevas moratorias de cada una de sus deudas. Arrastraba sus palabras como las fechas de pago. Decidió acogerse a las del segundo semestre; aunque si existiese la posibilidad lo haría en un bienvenido tercer semestre. Apoyaba un cigarrillo encendido en el cenicero, pitaba de otro, y bebía grandes tragos de su vaso. Diego Ismael, que también fumaba, se olvidaba de su cigarrillo en el cenicero del rincón de la mesa, y cada dos pitadas: una era del cigarrillo de Saúl.

Memo Zabaleta seguía siendo abogado y docente ese domingo, hacía ya una hora que se había quitado su reloj y lo había apoyado frente a sí en la mesa. Bebía, sin pausa, con sus ojos inyectados por estrías rojas fuego.

Tratando de ser claro, explicaba a un auditorio inexistente, sobre las consecuencias del tratado de Tordesillas, firmado en 1494, entre Portugal y España, para la futura navegación en el Atlántico. Hacía una pausa, tomaba un trago, y, al apreciar el silencio de su “audiencia”; más fuerza ponía en su exposición. Aunque cambiase de tema, y ahora estuviese hablando de cómo se intensificó la explotación pesquera de los Tunos y el Mero en las costas Peruanas, y el impacto que esto produciría en la economía de Sudamérica.

Quien hubiese estado atento a estas enloquecidas conversaciones, no hubiera dudado en llamar a la Guardia
del Hospital Neurosiquiátrico para que internase a esta gente.

Lt 74, Radio del Pago de los Arroyos anunció que ya era medianoche. El propietario del bar tuvo que apelar a toda su diplomacia para “desatar” esta mesa. Recién tuvo éxito a las cuatro de la madrugada.

Bamboleándose, uno a uno fueron saliendo del bar y cruzando al parque de enfrente. Antes de despedirse y volver cada uno a su casa, vivaron a Francisco y el inicio de la Nueva República; riendo, saltando y bailando en la plaza, totalmente embriagados.

Finalmente el miércoles se confirmó el abrumador triunfo de la fórmula

S. Porvenir- Lesvato por un setenta y ocho por ciento del electorado. Francisco tomó la noticia con mucha calma, aunque por unos segundos se le nubló la vista, se tocó la nariz y luego se miró las manos.

Desde los diferentes Gobiernos del mundo empezaron a llegar las felicitaciones para el flamante Presidente Argentino.

Una de las premisas que había defendido Francisco, era confraternizar con todos los países del mundo, más allá de sus ideologías y religiones.

Por orden de él, sus secretarios enviaron invitaciones para la asunción, el 10 de diciembre, a todos los Presidentes y Reyes del mundo con delegaciones diplomáticas en el país. Pidió que se incluyese entre los invitados a ciertas personas que ya consideraba, por sus ideas, como verdaderos amigos. Así el filósofo Francés Jean Paúl Sartre también fue invitado. Como Francisco, también era un Existencialista.

“La vida es un ensayo cotidiano… y quién tiene la suerte de vivirla; la construye diariamente en cada uno de sus pasos…”- remarcaba Francisco. Sobradas pruebas había tenido de esto en su historia, cada suceso lo demostraba; esa era su filosofía de vida: él cotidianamente se iba “Haciendo”, paso a paso.

Se recibió confirmación de la asistencia del Rey de España, la Reina de Inglaterra, El Emperador de Japón, el primer Ministro Chino, el de la Unión Soviética, el Cubano. También lo hicieron los Presidentes de Estados Unidos, España, Francia, Italia, Grecia y resto de las Naciones Europeas. Países remotos como Etiopía, Zaire, Congo, Gabón, Sudan, hasta las autoridades de Tailandia, prometieron su asistencia. El Vaticano, siempre presente en estos acontecimientos, también estaría en la asunción. Todos los países vecinos confirmaron su asistencia.

Era una nueva oportunidad. Todas las Naciones interpretaron como un gran gesto diplomático, el deseo de este nuevo Gobierno de hermanarse con todo el resto del mundo. Mostraba claramente el empeño y esperanza, de la Administración que asumiría, de contemporizar con la totalidad de los estados del globo. Esto evidenciaba, ya, claras diferencias con la gestión anterior que había tenido serias dificultades de entendimiento, hasta con naciones limítrofes. Con alguna de las cuales, en cierta oportunidad; se estuvo a punto de un enfrentamiento bélico.

Francisco había sostenido, en su campaña, que la única manera de sumarse al mundo para crecer; era integrarse con todos los países, Reinos, Imperios y Principados de la Tierra.

_Porque- afirmaba- las diferencias, las posturas no flexibles, intransigentes; siempre restan y quitan posibilidades de un real crecimiento.-

Él invitaba a sus compatriotas a, definitivamente, empezar a crecer y constituirse finalmente en una Nueva y Gloriosa Nación.

La Refundación

El domingo 10 de diciembre, día de la asunción, amaneció claro, limpio, con pleno sol. Esto presagiaba un marco estupendo para la gran fiesta Nacional que se iba a vivir.

Los analistas más competentes aseguraban que luego del día de la declaración de la Independencia, más de 150 años atrás, este sería el segundo en importancia en historia de la República Argentina.

Miles de personas se iban congregando en la plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno para seguir de cerca los sucesos.

El gran salón de la Presidencia
fue decorado con sencillez y muy buen gusto. Ahí se realizaría el traspaso del mando con el presidente saliente. Luego, en la Quinta Presidencial, se brindaría un almuerzo para agasajar a todos los invitados, casi quinientas personas entre jefes de gobiernos extranjeros, comitivas y prensa.

La ceremonia del traspaso de mando fue breve y sencilla. El país tenía urgencia de cambios incisivos, la realidad no admitía más tardanzas.

Francisco, impecablemente vestido para la ocasión, de azul marino. En todo momento se lo vio calmo, sereno.

Luego de recibir la banda Presidencial dio un apretón de mano, firme pero breve, al ex Presidente: el Almirante Terreno. Un hombre de cara triste, como si esa tristeza estuviese encarnada en cada milímetro de su piel.

Él, luego de siete años en el gobierno y una pésima gestión, debido a las crecientes presiones; había decidido, seis meses antes, llamar a elecciones. Francisco no tenía ninguna simpatía por él, y mucho menos por los excesos, de todo tipo, que apañó durante su gobierno.

Terreno había tomado el poder luego de un golpe de estado, que él dirigió para deponer a otro incompetente dictador. Pero tan sólo dos meses después se evidenciaba nuevamente un desgobierno total. Este régimen carecía de algún personaje lúcido que supiese tomar “el Timón”…Y así la Nación, como si fuese una nave sin control, se movió a la deriva. Su rumbo dependía más del azar de los vientos que de la pericia de sus Capitanes. Por este motivo flotó hacia la “nada” durante casi siete años.

Un año antes, buscando ayuda, llamó a urgentes elecciones Legislativas. Presurosos varios partidos participaron de ellas. Fue, en su última etapa, una semidictadura; un dictador con Congreso, una verdadera farsa y una burla a la democracia. Pronto se evidenció que lo que él creyó un “Comodín Salvador” fue otro de sus gravísimos desaciertos. Ahora tenía sobre él la presión de los gremios, sindicatos y partidos políticos que le exigían inmediatas soluciones.

Vencido por la realidad y para desentenderse para siempre del problema, llamó a estas elecciones algunos meses después; en las que triunfó La Nueva Alianza
Nacional, liderada por Francisco Setubal Porvenir.

El Almirante Terreno, era un personaje oscuro, ciclotímico. A veces temperamental y violento, otras abúlico y pasivo como una hoja seca. Era, según decía Francisco: “Un hombre con mucho Puerto y poca Calle, una entera dicotomía; tanto como la relación entre su rango y apellido.”-

Francisco, en un sucinto discurso, agradeció a todos, a sus votantes y a los que no lo habían votado. Pidió confianza, y remarcó que ese no era el tiempo de grandes palabras y promesas. El país tenía verdaderas urgencias…por eso él prefería “más que hablar: hacer”. La sala de prensas, ante estas palabras, quebró el silencio y formalismo con un sostenido aplauso. Francisco, feliz, ya convencido que ese era su momento, con la vista nublada, dio un paso al costado del micrófono y parado firme, con sus manos a los lados del cuerpo inclinó la cabeza primero hacia el frente, luego a cada lado; para después llevarse su mano derecha al corazón.

Por un segundo dejó ese lugar y creyó estar en el Coliseo. Era en una mañana como ésta, radiante, también el clima de fiesta y alegría desbordaban el Gran Circo. La felicidad era contagiosa, pronto empezarían los festejos de esta inauguración tan esperada.

Él, junto a Tito, parados en el centro del escenario, sobre las arenas del formidable Circo; admiraban como miles de Romanos ocupaban sus lugares en las coloridas y magníficas tribunas. Pronto se iniciaría los espectáculos que durarían ciento dos días. Todo presagiaba una celebración magnífica. Era tan hermoso presenciar ese espectáculo…pero Francisco volvió a la realidad, eso había acontecido 80 años después de Cristo…mucho tiempo atrás. Hoy era su gran día, hoy inauguraba su gestión Presidencial.

En la Quinta Presidencial los cronistas de todo el mundo preparaban sus equipos.

Las mesas para veinte personas cada una, veinte y cinco en total, estaban prolijamente adornadas por flores de cada rincón del país. Esto le daba un marco de colores hermosos y delicados que parecían sumarse a los festejos.

Ya a media mañana comenzaron a llegar las distintas delegaciones. Éstas eran acompañadas a sus respetivas ubicaciones por alguna de las veintitrés bellas jóvenes elegidas para la ocasión. Ellas eran representantes de cada una de las provincias del país. Cada una se ocuparía de una mesa. Dos serían las coordinadoras.

Todo esto había sido pensado por Francisco para darle un toque singular, desenfadado y nada protocolar al evento. Pero él quería participar de todo, supervisar cada cosa que se hiciese. En definitiva era su gran fiesta, y él desde siempre había sido un excelente anfitrión. Esto fue recibido primero con sorpresa por los invitados, pero era tan bonito el clima que se respiraba entre las miles de flores y esas bellísimas jóvenes, que muy pronto todos festejaron la idea de este acto, para nada convencional. Francisco mostraba al mundo ser también un trasgresor en el arte de agasajar.

Mucha mayor fue la sorpresa de los dignatarios extranjeros al comprobar que en las mesas que fueron asignados, indicado el nombre del país por un pequeño cartel hecho finamente con flores; no se había tenido en cuenta las ideas políticas, ni religiosas de las naciones ahí reunidas.

Así en la misma mesa del presidente de Estados Unidos también estaba el barbudo líder de Cuba, el emperador de Irak, el jefe del principal grupo Guerrillero Mexicano. A la derecha del enviado Papal se sentó al líder Evangelista. Lo mismo se repetía en todas las mesas. La Reina
de Inglaterra se sentó al lado del comandante Eustaquio, nuevo jefe del gobierno de la isla de Macalha, ex colonia inglesa; y a su lado el Presidente de un emirato Árabe separado por cincuenta centímetros del Jefe del Gobierno de Ruanda.

Ex-profeso Francisco había dispuesto esta singular ubicación de los invitados como un mensaje de paz. El siempre decía: “Basta de divisiones, luchemos para Unir”. Era una idea simple y excelente, sólo sentido común. Los Dignatarios extranjeros ahí reunidos sabían que serían observados por todo el mundo. Ninguno sería tan novato, como diplomático, de dejarse llevar por un impulso; y aunque en su mesa estuviese sentado su eterno enemigo, no tiraría “la primer piedra”. No, estaba claro que todos se esforzarían por ser extremadamente sociables y diplomáticos. Cada uno, de su lado, mostraría a la prensa mundial, que más allá de sus posiciones políticas, podían ser las personas más cordiales del mundo.

Al enterarse del protocolo impuesto, al inicio, de la sorpresa pasaron a la incredulidad, pensando primero en un error; pero pronto todos los reunidos comprendieron el significado del mensaje en el gesto de Francisco: “Paz, Comunión, Integración y Suma”.

Todos coincidieron que, a partir de esa brillante idea, muchas cosas cambiarían. Se abría un nuevo tiempo para eliminar la intolerancia y las rígidas posturas ortodoxas. Este era el pequeño gran paso, para un próximo futuro de paz y crecimiento entre las Naciones del mundo; más allá de las diferentes posiciones políticas.

Una de las habitaciones de la Quinta
fue utilizada para guardar los cientos de regalos que había recibido el nuevo Presidente. Cada delegación extranjera vino con bellos presentes, casi siempre relacionados con el país que los obsequiaba.

Francisco escapó por un rato del rígido protocolo. Con las manos en los bolsillos llegó hasta el interior de la Quinta. Comenzó a caminar por sus corredores. Aún no conocía la disposición interna de su residencia. A la derecha vio un largo pasillo que terminaba en una amplio tabique de madera color chocolate. Caminó hasta ahí, y al transponer la puerta se encontró dentro da la cocina de la Quinta.

El personal al ver al mismísimo Presidente en el lugar dejaron sus tareas, se colocaron en una larga fila de ocho personas, y se hizo un gran silencio. Francisco, también sorprendido, se acercó a ellos y los fue saludando cordialmente, llamándolos por el nombre que leía en sus uniformes. Luego, con su mano izquierda en la barbilla, inspeccionó el lugar.

Pasó su largo dedo por la amplia cocina de veinte hornallas, al extremo pulcras. Abrió la gran heladera, revisó su interior. Se sorprendió por la variedad de alimentos que contenía. Miró la larga pared lateral y vio las alacenas repletas de mercadería. Volvió sobre sus pasos y observó al personal que aún estaba en fila e inmóvil ante semejante visita.

Sonriendo les agradeció el servicio, la higiene, el excelente desempeño en equipo. Movió entusiasmado sus labios, se detuvo ante la Cocinera jefa, una señora de unos sesenta y cinco años. La volvió a felicitar, le dijo que estaba orgulloso de que su equipo estuviese en la Quinta junto a él los próximos cuatro años. Luego le pidió que le mostrase el área de depósito.

Hacía ahí se dirigieron, y ya estando solos en el pañol alimenticio, Francisco volvió a felicitarla y hacerle un pedido.

_Susana, la felicito…te felicito, realmente me enorgullece trabajar con verdaderos profesionales, con gente que conoce su tarea. Nada de improvisación, eso me agrada; seriedad y entrega en el trabajo…

¿Susana me podría hacer tres docenas de pastelitos de membrillo y batata para la noche…?… ¿Tenés la receta…?-

Francisco retornó a la cocina, y se despidió de los empleados, estrechando sus manos uno por uno.

Siguió recorriendo la casa, admiraba los cuadros de sus paredes, las vistosas plantas de interiores, los cortinados; todo estaba prolijamente dispuesto.

Finalmente Llegó al lugar que buscaba, miró hacia atrás, comprobó que estaba sólo.

Luego de cerrar la puerta de la habitación sintió estar frente a su primer “juguetería”. Y, como hacen los niños, se sentó en el piso a revisar cada uno de los presentes. Lo primero que le llamó la atención fue una bella caja de madera de caoba cubana, tornasolada, ricamente trabajada. Se fijó en la tarjeta y comprobó que ese era el regalo del barbudo líder de Cuba.

La levantó, miró cada uno de sus ángulos, viendo como cambiaba el tono según la luz que recibía; se la acercó a su nariz y gustó del olor de la madera. Dentro de ella había cientos de Habanos. Recordó que el primero, y el último, lo había fumado junto a personal del Correo Central, hacía ya más de diez años. En ese momento rememoró los penosos sucesos.

Tomó uno, le quito la cubierta, lo puso en sus labios y lo encendió. Fumando el Habano fue revisando el resto de sus” regalos”.

Desde su mesa, en donde también estaba Pedro, Rosa y sus hermanos, Francisco, atento; no dejaba escapar detalles del desarrollo de la ceremonia. Pero todo sucedió, según él lo había previsto, sin ningún error.

Francisco, animadamente, conversó con todos los Dignatarios presentes, y animadamente charlaba con su nuevo amigo, el filósofo Francés, Sartre. Congeniaron inmediatamente, como si se hubiesen conocido desde siempre. En sus ojos, cuando hablaban, se veía que habían hallado la frecuencia precisa para tener una excelente y fluida comunicación. Esa afinidad fundó una verdadera y perenne amistad.

A Francisco le fue de mucha utilidad sus conocimientos idiomáticos. Hablaba en Inglés, giraba la cabeza y respondía en alemán. Agradecía en italiano, elogiaba en francés. Bromeó en Portugués, se entendió correctamente en ruso, chino y japonés. Todo fue un éxito.

Al día siguiente la prensa mundial se hacía eco, de la manera genial y simple, con que se había conseguido romper un rígido y antiquísimo protocolo. El merito fue haberlo logrado de una manera natural, espontánea y grata. Esto evidenciaba un manejo excelente, e innovador, en los hilos de la diplomacia de este nuevo Gobierno.

Los más importantes periódicos del mundo también remarcaban, en grandes titulares, que ahora en diplomacia habría un antes y un después, gracias a la audaz y singular idea del Doctor Francisco Setúbal Porvenir; como medio integrador de los pueblos del mundo.

Todas las comitivas saludaron efusivamente a Francisco antes de emprender el regreso a sus respectivos países. Agradecidos y convencidos que desde ese momento se comenzaba a recorrer una nueva senda en las relaciones internacionales.

Francisco charló cordialmente con todos antes que partiesen. Él sentía que había sido un reencuentro con viejos amigos, a los que conocía desde siempre. Y contagiaba este sentimiento carismático a todos sus interlocutores. Incluso algunos países que en esos momentos tenían algún conflicto diplomático, solicitaron a Francisco su mediación, lo que éste aceptó gustosamente.

El pueblo siguió ruidosamente con cánticos y fuegos de artificios los festejos en la plaza hasta la madrugada, al otro día se había declarado feriado Nacional.

Las veredas estaban pintadas, en mil colores, con papel picado y serpentinas. Era una verdadera fiesta para la población. Un inicio en el que todos los habitantes de la Nación, depositaban ciegamente su confianza, esperanzas e ilusiones en el nuevo Gobierno. Pero fundamentalmente en el Doctor Francisco S Porvenir: el Excelentísimo Señor Presidente.

Esa noche Francisco, ya de madrugada, se dirigió junto a Santiago y algunos ayudantes, también con Silvia, su secretaria, al interior la Quinta Presidencial. Bebieron champagne y charlaron informalmente de los sucesos de ese día.

Francisco fijó para el martes a las diez de la mañana, la primera reunión de gabinete; en ella explicaría a sus ministros los primeros pasos a seguir.

A la mañana siguiente muy temprano ya estaba despierto en su nueva cama del la Quinta Presidencial.
Cubierto con el mosquitero estuvo un rato inmóvil, contemplando a través de la ventana como se mecía un pino en el parque.

Luego, informalmente vestido con un vaquero y una camisa amarillo arena, Francisco se dirigió a su escritorio luego que Silvia le sirviese un café, abrió su maletín y continuó escribiendo en su agenda de cuero, con anotaciones en los márgenes.

Durante ese día recibió la visita de algunos de sus flamantes Ministros. El resto de la jornada lo aprovechó para recorrer cada centímetro del parque. Primero observó éste en general, luego curioseó sus detalles. Viendo las variedades de árboles y flores que lo poblaban.

Sólo en su caminata, gustaba de cada hoja, de cada rama, de cada centímetro de tierra. Miró el cielo, ya estaba atardeciendo, sintió que se le nublaba la vista. Se tocó la punta de su nariz, y vio como a lo lejos estaba subiendo la luna.

Caminó hasta un añoso Ombú y apoyando su mano izquierda en el tronco comenzó a caminar al rededor de árbol, de derecha a izquierda, en sentido anti horario. Al décimo giro se detuvo, pensó un instante y volvió al interior de la casa para pedirle a Silvia una copa de champagne.

La mañana del martes, treinta minutos antes de la hora prevista para la reunión de Gabinete, Francisco ya se encontraba en el salón, sentado releyendo lo que había escrito. Después retiró unas hojas de su maletín y las colocó sobre la mesa.

Todos los Ministros fueron puntuales. Francisco, de pie, miró a los ojos uno a uno, mientras giraba su lapicera entre sus dedos. Luego se sentó y les habló a todos. En ciertas ocasiones gustaba llamarlos por su nombre.

_Señores, todos sabemos la inmensa tarea que tenemos por delante. Nadie puede ignorar que el país está atravesando una grave crisis a todo nivel, la peor de su historia…- hizo una breve pausa, sintió que se le nublaba la vista…y continuó.-

_René Descartes una vez me dijo…-se tocó la garganta, aclaró su voz y continuó-…él dijo: “Pienso, luego existo…”…Pero nosotros, señores, no tenemos tiempo para el “luego”, es tal nuestra urgencia que hoy las cosas hay que pensarlas e inmediatamente ejecutarlas.

_A continuación les resumiré brevemente como nos moveremos en esta nueva etapa de nuestras vidas…de nuestra Patria.

A todo nivel debemos dar el ejemplo. Trabajaremos intensamente en el área que nos corresponda…los que quieran ver podrán imitarnos, tal vez seamos pocos al inicio… pero como así se demostrará que es la única manera de revertir esta crisis; pronto todo el resto de la población verán que no existe otra forma posible de salir del caos.

Lo primero que haremos será presentar nuestra declaración jurada de bienes, al momento de inicio de nuestras actividades públicas. Esto se irá repitiendo cada doce meses y periódicamente éstas serán controladas.

Desde hace sesenta años, gestión tras gestión, en general, se han profundizado más las dificultades.

Tenemos una gran deuda externa…desde hace años se gasta más de lo que se genera. Este es un tema prioritario, debemos solucionar el problema económico y así implementar cambios estructurales y radicales en todas las áreas que fuesen necesarias.

Todos saben del sentimiento generalizado de desamparo que padece la población. Se carece de una seguridad mínima, la violencia ha crecido en todas sus expresiones vertiginosamente. Para esto debemos encontrar una urgente solución. Nos fijaremos un plazo perentorio para lograrlo. Ahora seremos nosotros los que avanzaremos sobre la delincuencia hasta ahogarla. Ya nunca más miraremos para otro lado como si nada sucediese…Por temor muchos se enceguecieron, pero señores desde este momento se acabaron los miedos. Que sean ellos, los que delincan, los que teman nuestra fuerza…y el castigo que les impondremos. Con los duros seremos mucho más Duros. No nos permitiremos ser apáticos ante este problema…

_De ahora en adelante que los violentos tengan pánico de nuestra violencia…si ellos la “despiertan.” – Francisco hizo una pausa, se miró sus manos, del bolsillo sacó un Habano, lo encendió y continuó.

_Tampoco el pueblo, en general, dispone de un Servicio Sanitario eficiente para la atención pública; siempre los primero afectados son los grupos de bajos recursos. A partir de hoy éste será un tema prioritario de solucionar.

Se efectivizará de inmediato todo lo necesario, para que en cada rincón del país se disponga los medios para conseguir una atención Preventiva y Curativa eficiente…Se enviarán, desde el Hospital Central de la Capital, todos los insumos necesarios para hacer realidad este emprendimiento.-

Francisco se detuvo unos segundos para beber un trago de agua mientras miraba fijamente al Ministro de Salud, luego continuó con su exposición.-

_Señores, también sabemos que actualmente la justicia se maneja de manera ineficiente, limitada por leyes obsoletas, no acordes para los tiempos que vivimos.

Hoy el delito tienen mil caras, robos, estafas, secuestros, violaciones, asesinatos…esto hace necesarios profundos cambios si deseamos manejarnos del modo adecuado para combatirlos.

Verán que son muchos los temas que necesitan un rápido estudio y revisión; para efectivizarlos con total eficacia y a la mayor brevedad posible….

Algunos de estos problemas se resolverán por medio de la sanción de nuevas leyes, otros, dada su prioridad; por medio de decretos de Necesidad y Urgencia, que yo mismo implementaré…Pero sin leyes no podremos trabajar. Menos si la sanción de estas depende de un poder legislativo, lento, anquilosado, pobre y deficiente en sus funciones.

_Actualmente existen Senadores, Diputados…miembros del Congreso sin el elemental nivel cultural para desempeñar esas funciones…- hizo una nueva pausa, se le nubló la vista. Tocándose la punta de la nariz se apartó de la mesa donde atentos los Ministros escuchaban su exposición.

Llegó hasta un amplio ventanal del salón. Corrió las cortinas y miró el Rió de la Plata que estaba a unos cientos de metros del lugar. Giró su cabeza, vio que en la mesa, en total silencio, lo esperaban sus Ministros. Miró uno por uno, recordó lo que estaba diciendo y regreso a su asiento para continuar lo que había comenzado a decir.

_Por eso Señores a partir de este mismo momento quedan desafectados todos aquellos Senadores, Diputados, personal jerárquico del Congreso…que no hayan concluido sus estudios secundarios.

Caso por caso será analizado para conocer sus antecedentes. A ellos se les concederá un plazo de ciento ochenta días para regularizar su situación: concluir sus estudios…Dispondrán de ese tiempo para estudiar. Luego serán examinados por profesores que designaremos para tal fin.-

En ese momento todos los Ministros se miraron entre sí, como intentando confirmar lo que estaban oyendo. Francisco los observó, pero sin inmutarse por ese detalle continuó.

_Mientras esto dure, los afectados a esta disposición no gozarán de remuneraciones de ningún tipo. Este dinero ahorrado irá a constituir un fondo de becas de Estudios y Perfeccionamiento…

Es de presumir que, medianamente, todos dispondrán de algunos ahorros para hacer frente a seis meses sin sus salarios, pero si alguno de los afectados objeta esta determinación; será dejado cesante, separado de su cargo.

Señores, sólo con medidas profundas y terminantes reencaminaremos nuestra Nación, en la senda del mundo civilizado y moderno. Y esta integración sólo será posible si buscamos e incorporamos conocimientos en todas las áreas…se necesita gente idónea. Se terminó el tiempo de la improvisación, y ensayos. No tenemos margen de error, no podemos permitirnos más fracasos. Debemos optimizar cada paso que demos, cada medida que implementemos. Es imperioso que así sea.

_Conocimientos señores, los buscaremos donde sea…esa será nuestra obligación.

Hace tiempo, con Marco Polo…fuimos desde Venecia hasta China a buscarlos, a enriquecernos con el saber de las culturas de Oriente…eso fue hace casi setecientos años…yo viajé con él,- Francisco hizo una pausa, sintió un leve mareo, se le nubló la vista, pero instantes después, luego de tocarse la nariz, continuó, todo los Ministros estaban expectantes.-

_Su libro, Señores, me hizo participe del Viaje…Marco…Marco Polo estuvo veinticuatro años caminando en busca de conocimientos…

Creo que hoy nos es mucho más simple, mucho más sencillo, llegar a ellos…¿ Han leído el libro de Marco Polo…?-en el salón se sintió un incómodo ruido de sillas, los Ministros volvieron a mirarse entre sí, Francisco sin darle importancia continuó.

_Todos, en lo que nos concierna, debemos buscar el conocimiento, hacernos ricos sabiendo cada día más, y así hacer eficientes y productivas nuestras tareas. Estamos obligados a esto para poder crecer en todo sentido, pero fundamentalmente para hacernos eficaces y precisos en nuestro desempeño.

El pueblo depositó en nosotros su confianza, no podemos pecar de tímidos y tibios en momentos como estos. Hoy se hacen necesarias medidas fuertes, enérgicas y extremas…

Quería decirles estas palabras antes que ustedes leyesen las indicaciones que he dispuesto para cada Ministerio en particular; las que ahora les entregaré.

En cuarenta y ocho horas volveré a reunirme, ya a solas con cada uno de ustedes señores Ministros. Cada Ministerio tendrá una misión que cumplir…

Entonces…dos días, ese es el tiempo que ustedes y sus asesores disponen para ir realizando un borrador, de cómo implementar estos cambios que les solicito en estos escritos.

Cualquier duda que surgiese, o quien quisiera aportar nuevas ideas que hagan a esta Reconstrucción…serán bienvenidas; yo estaré en la Quinta Presidencial
trabajando en otros asuntos, pero gustosamente aclararé lo que no comprendan… ¿Alguna pregunta…?-

Antes de la una de la tarde Francisco ya estaba en la piscina de la Quinta Presidencial, con un informal pantalón corto azul marino que casi le llegaba a las rodillas.

Sentado sobre un cómodo sillón, leía la correspondencia que le había entregado su secretario Alfredo. En ese momento se acercó Silvia ofreciéndole una copa de champagne. Ésta era, junto al whisky, la bebida que más le gustaba desde que había “regresado”.

Tomó la copa entre sus dos grandes manos. Contó hasta cien las burbujas estallando sobre la superficie, luego interrumpió ese juego mental, la levantó, colocándola entre el sol y sus ojos; vio como se formaba un arco iris en su interior…en ese momento se le nubló la vista. Recordó otras épocas, o creyó que las había soñado.

Era todo tan precario y elemental en su exilio. Encendió un Habano y recordó su pasado recluido en el delta.

En su soledad, de tanto en tanto, tomaba un cántaro de más del brebaje hecho con extracto de camalote fermentado; luego sentía un agudo dolor de cabeza, como golpeado por mil mazas. Su único analgésico lo había descubierto en el jugo de sauce joven. Así permanecía hasta dos días bebiendo su medicamento casero. Después, al “volver”, se enteró que ese había sido el precursor de la actual aspirina…Pero tantas eran las cosas de las que había carecido, tantas las privaciones. Lo único que le sobraba era el tiempo…

Ahora ahí sentado su “Estrella” había vuelto a iluminarlo, como en otras tantas ocasiones, disponiéndolo todo…Pero él sabía sobradamente que nada es definitivo; todo tiene su tiempo. Por eso no gustaba de ser absoluto, prefería relativizar sus impresiones; nunca eran definitivas…el tiempo le había enseñado que podían sucederse mil cambios en el estado de los cosas, y mañana ya todo era diferente…-interrumpió sus reflexiones al recordar que a su lado estaba Silvia.

Francisco la miró sonriendo, guardó los papeles en el maletín y la invitó a sentarse frente a él, tendría veinte y seis años, alta, delgada, cabellos largos y castaño, con unos pequeños anteojos que cubrían sus bellos ojos almendrados; era muy bella…

“Es una tentación hermosa, pero no…no es el momento.”- pensó Francisco, mientras se tocaba la punta de la nariz.

Apoyó la copa en la mesa, se frotó sus manos y comenzó a darles algunas indicaciones. No quería olvidarse de ningún detalle de la cena que había organizado esa noche. En ella recibiría al embajador Norteamericano, soviético, español, francés, inglés, italiano y japonés, todos juntos a sus respectivas esposas.

Francisco impuso un toque de informalidad a la reunión. Quería que sus invitados se sintiesen como verdaderos amigos.

La labor de Silvia para implementar las indicaciones fue perfecta; había dispuesto todo de la manera exacta.

La charla fluida y cordial, hizo sentir a todos cómodos como si estuviesen en el living de sus propias casas.

Francisco explicó a sus invitados que había decidido que ellos fuesen los primeros en enterarse de los profundos cambios que se producirían en el país…también les comentó, sin entrar aún en detalles, las importantes privatizaciones que se realizarían a la brevedad, en diferentes sectores de la economía.

Concluido con eso, el objetivo de la reunión ya estaba cumplido; el resto de la noche se habló como hablan viejos conocidos que se reencuentran.

Todos elogiaron el excelente vino argentino, y la carne asada que habían comido; mucho más exquisitos con los tangos de Gardel que sonaba en el salón.

Cuando la reunión concluyó y los invitados se retiraron, Francisco permaneció un rato más, sólo, recostado en un cómodo sillón escuchando música; con una copa de vino en una mano y un Habano en la otra. Ahora oía cantar a Edith Piaf, le apasionaba esa voz, él adoraba su jazz.

Cada tanto se tocaba la nariz, mentalmente estaba ordenando en su cabeza, las innumerables tareas a realizar en los próximos días.

_ Señor Presidente, estuvimos con mi equipo leyendo atentamente las indicaciones que nos entregó…pero…lamento decirle que es imposible, no podemos, no existe una ley que lo contemple…-

Francisco escuchaba al Ministro de Justicia al que miraba fijamente, tocándose su nariz, en ese momento lo interrumpió.

_ Perdón, Señor Ministro…Carlos, usted leyó lo que deseo se modifique en el régimen Penitenciario. Si no es por ley será por decreto.

Usted sabe Carlos que hoy los Penales Argentinos albergan a más de veinticinco mil detenidos. La población carcelaria está creciendo cinco veces más rápido que la población general…o sea de la que, a través de sus impuestos, hace posible la existencia de los Penales…de todos los gastos que ellos generan…unos tres mil pesos por mes y por detenido…¿ Me equivoco Carlos…?-

Sin decir una palabra el Ministro negó con su cabeza para no interrumpirlo.

_Tres mil pesos, esa cantidad actualmente significan cuatro salarios mínimos… ¡Qué barbaridad…!- reflexionó Francisco jugando con una lapicera entre sus dedos, y continuó.

_Soy consciente que estos detenidos eran miembros de la sociedad antes de delinquir, no se puede mirar para otro lado y hacerse el distraído; todos tenemos responsabilidades en esto. En la organización social es donde existen fallas que en ciertas personas actúan como detonador, que hacen pasar a algunos el “Límite”. Pero esto es otra cuestión, ya se estudiará en esa área, cuales son las fallas desencadenantes para que una persona normal se aparte de la ley…pero hablo de personas normales, civilizadas.-

El Ministro continuaba escuchando, y cada tanto bajaba y subía su mentón en señal de aprobación. Sentía que el aire de la oficina se iba haciendo cada vez más denso.

Mientras Francisco hablaba el Ministro bajó sus manos del escritorio y las apoyó sobre sus rodillas. Así permaneció durante casi toda la reunión.

_Carlos, la finalidad del Sistema Carcelario es conseguir la reinserción social de cada recluso, luego que cumpla con su condena…-

_Sí, ese es el objetivo del régimen penitenciario Señor Presidente- intervino El Ministro ante una afirmación tan obvia- Francisco lo miró y sonrió, se tocó su nariz y continuó.

_Sí, así es…pero bien sabemos que es una utopía pretender tener un cien por ciento de éxito en esta empresa. Usted bien sabe, Carlos, que hay casos puntuales en que eso no se logrará jamás…existen delincuentes irrecuperables…Y…mientras tanto, mi amigo, al estado les cuesta una fortuna mantener a tantas personas que permanecen sin hacer nada, sólo esperando cumplir con su pena…-el Ministro cada dos minutos secaba la transpiración de su frente, que cada vez se iba haciendo más copiosa.-Francisco continuó con sus apreciaciones.

_Esta inactividad, además del gasto que genera, es una verdadera tortura para ellos; para los detenidos privados de su libertad…así es Carlos, y usted lo sabe…- Francisco terminó de beber su café y mirando fijamente al Ministro prosiguió.

_Sí mi amigo, tenemos que encontrar, de inmediato, soluciones a este problema…- hizo otra pausa, bebió agua, se tocó su nariz, sentía como se le nublaba la vista. Se acomodó el nudo de su corbata. Odiaba usarlas…hacía muy poco tiempo que se las había puesto por primera vez, no más de diez años. Miró como sudaba el Ministro, y prosiguió.-

_Señor, disponga las medidas necesarias para que, a partir de treinta días, toda la población carcelaria comience a realizar trabajos comunitarios…ocho horas diarias, de lunes a sábados…construcción de rutas, puentes, escuelas, hospitales, desmontes…y toda tarea social en las que su labor sea requerida…-

El Ministro ya no se secaba más su transpiración, su pañuelo estaba más mojado que su frente. Sólo se desabrochó dos botones de su camisa y se aflojó su corbata, le comentó a Francisco que le faltaba un poco el aire. – él lo observó, le hizo un gesto para indicarle que se pusiese cómodo y prosiguió.

_De esa manera el estado los hará sentir socialmente útiles…Y ellos con esa tarea pagarán el lugar que ocupan, su comida, los servicios que el país les brinda para que su alojamiento sea humano…esto también será muy bien visto por los contribuyentes, finalmente comprenderán el buen fin de alguno de sus impuestos…

_ Carlos, como en todo, existen excepciones…cada caso es distinto…pero la mayoría de los condenados son plenamente conscientes que nadie los obligó a “alojarse” donde hoy están… nadie los llamó a las prisiones.-

Por un segundo, con la vista nublada, la memoria de Francisco comenzó a recordar vivencias muy duras, evocó momentos de mucho sufrimiento; pestes, guerras, ciudades sitiadas, pueblos arrasados…-

_No, no, de ninguna manera, no podemos seguir perdiendo dinero Señor Ministro .No es que yo sea insensible o inhumano, pero el país no está en condiciones de mantener a veinticinco mil personas alojadas sin hacer nada, como si estuviesen de vacaciones…hasta que concluyan sus condenas. No Señor…debemos hacerlos sentir útiles, ya que luego se reincorporarán nuevamente a la sociedad. Así lo harán cuando hayan cumplido con su pena… habiéndose hecho cargos de los gastos que “su pase de raya” le ocasionó al resto del país… ¿no le parece…?…por eso esta medida es inapelable-

Francisco se miró sus manos, entrelazó los dedos y observando el ventanal preguntó:

_Carlos, cambiando de tema, usted vive en la zona este de la Capital…
¿hay problemas con los mosquitos ahí…?- el Ministro ya no comprendía el “vaivén” de la conversación, estaba muy sofocado y mareado; no podía comprender la pregunta del Presidente. Éste al no tener respuesta prosiguió.

_También ya he dispuesto Carlos, que se envié un proyecto de ley para que de inmediato se sancione, y a través de ella la sociedad se desentienda para siempre de aquellos casos irrecuperables…-

Francisco pensó que hacía mucho tiempo que no explicaba sus decisiones a nadie…pero ahora estaba en un sistema democrático…”Ya no era la isla”, pensó.-

_Pero Señor Presidente, en nuestra Constitución no se contempla la pena capital.- interrumpió el Ministro al borde del llanto, mientras desde su frente bajaba un río de sudor frío.-

_No, no hablo de pena de muerte, no, Carlos… ¡por favor!, vamos a empeñarnos en construir, luchemos por la vida, pero por una vida justa…

Usted sabe que algunos de los detenidos han tenido conductas extremadamente violentas…La violencia es el “derecho” de las bestias… Carlos…la Razón es nuestra única forma válida y coherente de proteger los Derechos de un hombre civilizado…

Cuando le hablo de “desentendernos” de algunos delincuentes…me refiero a los que hayan cometido delitos aberrantes: violaciones y secuestros seguidos de muerte, asesinatos sin ninguna justificación…-

Francisco se detuvo un momento en lo que estaba diciendo. Se miró las manos, primero el dorso, luego las palmas. Su cerebro era un torbellino buscando el equilibrio de ideas entre épocas tan diferentes, separadas por miles de años.

Su tarea de hallar la comunión exacta, y que esta fuese entendida por todo un estado, era complicadísima, casi imposible. Lo que antes era normal y atinado, hoy podía analizarse como amoral, injusto o extremo.

Pensó como las autoridades de cada civilización, a través del tiempo, iban modificando sus “premios y castigos” a los integrantes de las sociedades que tenían que reglamentar, cuidar y proteger. Él ahora estaba hablando con su Ministro del futuro trato penal, para quienes cometiesen ciertos delitos aberrantes y monstruosos. Pensaba que en otras épocas, por mucho menos, los proscritos eran ajusticiados inmediatamente, con el beneplácito de toda la población.

La moralidad, la ética en el curso de la historia humana se iba adecuando al entorno y a la realidad imperante desde donde emergía.

Volvió a mirar a su Ministro que lo estaba observando aterrado, pero nada podía explicarle de sus análisis, y continuó.

_Carlos, se analizará prolijamente cada caso y se detallará quienes quedan incluidos en estas categorías…

Pero luego de un justo juicio, a los que sean culpables y sentenciados, se los enviará a una isla deshabitada del sur…

Ya se realizará un estudio de cual es el lugar, la isla más acorde para este fin. Cuando esto se determine, mano de obra convicta, construirá las instalaciones básicas para alojarlos. En ese lugar estarán solos, no habrá Servicio Penitenciario para su vigilancia ni su cuidado. Debemos aislarlos de la sociedad que agredieron con sus actos…

Carlos, usted sabe que esta decisión se tenía que tomar. Como Presidente no me puedo mantener pusilánime e indiferente. Seguramente producirá fastidio y disconformidad en algunos sectores…muchos lanzarán sus gritos al cielo… pero ya es irrevocable, no se pueden continuar postergando ciertas medidas por temor. Y perpetuarse en un tímido estado de abulia… ¿me entiende…?

Acá la “poda” debe ser profunda y definitiva, yo asumo la responsabilidad, y los eventuales costos políticos de esta medida.-

El Ministro estaba pávido por lo que había escuchado, se paró, alisó sus pantalones en un gesto nervioso, se ordenó el cabello, giró alrededor de su sillón y volvió a sentarse muy nervioso.

_Mandarlos a una isla…así, ¿definitivamente Señor Presidente…?- preguntó el Ministro que no podía creer lo que oía; una medida demencial… o, tal vez de inmenso coraje, valiente y realista.

“En realidad es lo que desearía toda la población honesta y normal, de “puertas hacia adentro”, cuando aparecen estos temibles personajes, y con sus monstruosos crímenes sacuden a todo un país”.- pensó el Ministro.

Francisco hizo una pausa al observar que el Ministro lo miraba estupefacto, y le preguntó:

_Perdón… ¿usted tiene algo en contra de las islas…u otra sugerencia al respecto…?…Sí, una isla…yo le voy a…- pero Francisco meditó que no sería conveniente hablar de sus historias y vicisitudes. Entonces continuó.-

_Como le decía Carlos, ellos con su conducta han demostrado que prefieren vivir sin ley, o como por ahí dicen: “La ley de la selva”… bueno, vamos a darles el gusto; que vivan su propia selva…

Una vez al mes un barco de la Armada
les llevará los insumos necesarios para que ellos mismo se procuren su alimentación y supervivencia…sólo dispondrán de medicamentos, el resto serán materiales a través de los cuales se generen alimento: semillas, arados, animales de granja… ¿me entiende la ideal Carlos…?-

El Ministro ya casi estaba a punto de desaparecer consumido por su mismo calor, creía haber transpirado más de dos litros. Y en un último intento para que el Presidente desistiese de una medida tan extrema, le sugirió una reconsideración de su decisión.-

_Señor Presidente, las organizaciones de Derechos Humanos se opondrán…dirán que es una medida…apelo a su clemencia…

_No Carlos, no se preocupe, les recordaremos el porqué cada uno de ellos merecen ese trato.

Serán excluidos de la sociedad para siempre…que en definitiva y con sus actos bestiales; es lo que han elegido.

A los derechos humanos, siempre hay que defenderlos, hasta con la sangre…pero Carlos, a los verdaderos Derechos Humanos, no olvidemos por favor, de ese Derecho que las víctimas no tuvieron: el Derecho a elegir su futuro…pero no, ya es imposible, ellas ya no están…no hay manera de volver el tiempo atrás…también pensemos en los familiares de estos mártires…

Y le aseguro Carlos que soy clemente, pero la clemencia esos incorregibles se la tienen que pedir al Señor, no a mi; no dispongo de tanto poder como para concederla. No Carlos, “que cada palo aguante su vela”…

_Bueno Ministro…luego se le detallará todos los pormenores para que las medidas sean implementadas.

Esto sólo es un resumen, ya usted, Carlos, recibirá instrucciones más precisas y definitivas sobre esta cuestión…

Ahora pasemos a otro tema Carlos, como dice mi…padre, Pedro…”Una de cal y otra de arena…”…

_Veamos…como no hay que ser un improvisado, no Señor…anoche estuve leyendo detenidamente el legajo de cada uno de los jefes de las Fuerzas Policiales. Me llamó la atención el del Comisario Principal De Escobar…

_Un “Duro…”- acotó el Ministro- Francisco lo miró, por un segundo y continuó-

_ ¿Un duro…? Mire usted…así que “duro el hombre”…Sí Carlos, con espadas…con armas, todos son valientes …este personaje, De Escobar, más que ser un duro es un verdadero asesino…sí, lo sé, no hubo suficiente evidencia…pero ya veremos…he visto que es una persona muy temperamental, muy nervioso…aún más con su ropa de Comisario…un perturbado…pero, como le decía, aún tiene casos pendientes con la justicia…en los más graves se hace dificultoso condenarlo por la falta de pruebas…pero yo las dispongo…-

El Ministro estaba temblando, y creía a Francisco capaz de hacer todo lo que estaba diciendo; eso le daba más pánico.-

_Ya le he dicho Carlos que no gusto de la gente violenta, por eso he decidido el pase a retiro De Escobar. No nos sirve una persona así en la institución…

Sí señor, no lo quiero más en una Fuerza de Seguridad…es precisamente de ahí desde donde deben emerger los ejemplo a imitar…

Oportunamente presentaremos las pruebas, luego será degrado en público en la Plaza de Mayo. Sí Carlos, de Comisario Principal lo degradaremos a Cabo Segundo…no mejor no, para no herir susceptibilidades de los buenos Cabos Segundo.

¿…existe Carlos el rango de Cabo Tercero…?…bueno, si no existe hay que crearlo. Así será degradado a los más bajo, a Cabo tercero…y luego a conscripto raso… le reitero: yo dispongo de las pruebas necesarias para que sea juzgado y condenado por los crímenes que se le acusa… ¿tomó nota Carlos…?…quiero que esto esté listo para destituirlo en el acto del día de la Independencia…es una buena ocasión para Independizarnos para siempre de esta gente…son incorregibles…-

El Ministro muy nervioso, trababa de tomar nota e intentar secarse la transpiración con su pañuelo. Todo su cuerpo estaba mojado, las piernas ya no le respondían; presentaban sacudidas involuntarias.

_Esto es todo por ahora Carlos- hizo una pausa para encender un Habano, y continuó-…espero que no tenga demasiadas dificultades con mis pedidos… ¿tomamos un whisky Carlitos…?-

El Ministro pálido, al borde del desmayo, confundido, aceptó con un movimiento de cabeza, mientras se reacomodaba, empapado en la silla, tratando de controlar los espasmos de sus extremidades; y su cerebro procesaba la inmensa tarea que se le había impuesto. Apenas terminó su copa, se retiró urgentemente del despacho.

Francisco quedó sólo, encendió otro Habano, se sirvió un whisky, hizo algunas anotaciones en su agenda. Llamó por el intercomunicador a su secretario. Caminó unos minutos yendo y viniendo por su oficina, como si algo le faltase. Sacó de su maletín el mosquitero, lo desplegó sobre el escritorio. Lo usaba todas las noches, aunque en realidad ya no lo necesitase.

Extrañaba esa sensación de roce sobre sus hombros, cuando en la isla, durante tanto tiempo, casi todo el día, estaba cubierto por él. Lo acarició unos segundos, después lo volvió a plegar antes de guardarlo.

En ese momento llegó Alfredo hasta su despacho. Éste era un joven muy dinámico e inteligente, enteramente leal a Francisco. Éste le solicitó que llamase de inmediato al Jefe del Ejército, el Teniente General Dellagranada; tenía urgencia de hablar con él.

Antes de treinta minutos el militar ya estaba ahí.

_ Muchas gracias por su celeridad Teniente General, sientese por favor… ¿Café, Champagne o whisky…?

_ Un whisky Señor Presidente, gracias…-

El Teniente General era un hombre de unos sesenta años, delgado, huesudo, con más ganas de retiros que de combates.

_ Alfredo, por favor: dos whiskys…Dellagranada, sé que su agenda personal está muy cargada, por eso seré breve.

_Esta mañana, de madrugada, estuve leyendo la lista de los Militares que serán ascendidos el Día de la Independencia, también leí los expedientes de estos oficiales, no, no tengo ninguna objeción…-Francisco bebió un sorbo de su vaso, miró al militar que aunque sentado estaba “firme”… ¿Nacerán así…siempre serios…?”- se preguntó Francisco que nunca había gustado de los uniformados, entre ellos y él siempre existió una barrera infranqueable. Francisco sentía hacia ellos una marcada aversión, como si fuese una alergia Incurable. Se tocó la punta de la nariz y continuó.

_Le de decía Teniente General que no hay objeciones…con excepción de uno de los ascensos: el del Mayor Roque Tenazza…-

El Militar se puso aún más firme con cara hosca. Francisco tomó su vaso mirándolo fijamente, observaba su rostro “seco”, rígido y duro. “Puede que sea un buen Militar, pero con esa cara jamás podrá animar fiestas infantiles…”-reflexionó Francisco.-

_Teniente General, soy además del Presidente, el Comandante en Jefe del Ejército, por eso objeto este ascenso. Sé que este Mayor tiene una causa abierta por Abuso de Autoridad y otra por Apremios Ilegales; de ninguna manera será ascendido…

No existe de mi parte ninguna animosidad en su contra, pero si tiene su expediente “manchado”…entonces no es una persona útil para las Fuerzas…

_ Como usted mande mi Comandante- interrumpió Dellagranada. Francisco lo miró, se frotó las manos y concluyó.

_ Bueno Teniente General, que así sea, esa es mi decisión, esto es todo…le pido que le avise al Mayor Tenazza que se presente de inmediato acá. Muchas gracias por su tiempo, buenas tardes.

_ Buenas tardes Señor Presidente, ya envío al Mayor.- el Militar se puso de pie, hizo la venia, y se retiró.

Francisco se dirigió a un cómodo sillón donde se sentó a leer el diario, mientras le pedía a Alfredo otro whisky.

El día iba siendo intenso. Ya era la una de la tarde, había entrado a ese despacho a las ocho de la mañana. Pensó en sus largos días de ocio en la isla, donde tenía hasta tiempo para seguir la ruta de las palomas buscando sauces altos para hacer sus nidos. Puntualmente, todos los años, volvían a la misma zona. Se tocó la nariz, por unos segundos se le nubló la vista. En ese momento Alfredo le anunció la llegada del Mayor Tenazza. Éste se paró firme con sus anteojos negros puestos. Tenía sus finos y ridículos bigotes recién recortados.

_Señor Presidente buenos días, es un honor…- se quitó la gorra, sus cortos cabello lucían irisados. Francisco no lo dejó continuar.

_Tenazza, dejémonos de protocolos, y sáquese esos anteojos así puedo verle los ojos mientras hablamos…

Sientese por favor…así que usted es Roque Tenazza, Mayor del Ejercito…

_ ¡¡¡ Para servirle mi Comandante…!!!- se apresuró a responder el Militar, gritando desaforadamente; tal como le habían enseñado en el liceo…- Francisco lo miro con una mezcla de lastima y fastidio por su obsecuencia.

_ Primero le pido que en mi despacho no alce el tono de su voz, acá sin gritar igual nos entendemos. En segundo lugar:..”¿Para Servirle mi Comandante?”- Francisco repitió el saludo del Militar-…no, no se confunda, le digo que usted a mi no me sirve en nada…y para nada.

_Ay Tenazza, mi Mayor Tenazza… ¿usted recuerda un procedimiento que dirigió en El Pago de Los Arroyos hace diez años…?…Fue por un robo en el Correo…- el Mayor Tenazza, muy nervioso se secó su frente con el dorso de su mano, y ahora casi susurrando respondió:

_ Sí lo recuerdo mi Comandante, lamentablemente no encontramos nada: Zona “Libre”- Francisco lo interrumpió de inmediato.

_ ¿Zona Libre?… ¿…y las gallinas y patos que zarandeó en el aire…y los conejos con los que jugó un rato al “fútbol”, como si fuesen pelotas de trapo…?…y los destrozos a mi Madre en su casa…Mi Dios…

¡Mi madre…! Tenazza, me pone la piel de gallina, como esas que usted lastimó a puntapié…ay Tenazza…- el militar transpiraba tomándose el rostro con sus manos.-

_Además Mayor, usted tiene otras causas abiertas por otros delitos…sabe a que me refiero, no vamos a pormenorizar esas salvajadas hechas en nombre de la Patria…

Roque…Tenazza, su ascenso a Teniente Coronel queda anulado…suspendido…

Mayor, acá entre nosotros y sin eufemismos: usted es un cobarde hijo de puta…y lo sabe…-

Tenazza lo miró fijo, iba a decir algo, pero Francisco no lo dejó.

_ Por favor no me mire de esa forma, no me falte el respeto…no me gustaría hacer que lo arresten ya mismo…

_Mayor Tenazza, como Comandante en Jefe del Ejercito le impongo realizar trabajos Comunitarios durante dos años en diferentes Zoológicos… ¿está llorando Tenazza…?…no sea zonzo, cálmese… ¿un vaso de agua…?…vamos amigo, dos años no son nada… ¿qué van a ser…?…se lo aseguro…es como un segundo…el tiempo pasa volando…y entonces cumplida esta obligación con la sociedad volveremos a hablar de su ascenso…-

Francisco le alcanzó el agua dándole dos palmaditas en las mejillas del abatido Mayor y continuó hablando.

_Es muy feo lo que usted hizo, sin que exista una causa real que lo justifique, no se puede atentar contra la vida de los animales, no señor…Nada sucedería si usted, supongamos, por hambre se come un conejo o una gallina…si existiese una razón mayor… ¿me entiende…Tenazza…?… Pero el daño gratuito, sin ningún justificativo, me parece inhumano…-

El militar se tapaba la cara y lloraba como un niño, emitiendo cortos y sonoros quejidos, estaba totalmente quebrado. Cada tanto se miraba las uñas de las manos, como para distraerse y huir de ese lugar con otros pensamientos. Tomó valor y habló entre llantos:

_Tiene razón Señor Presidente, mi Comandante… ¿usted me perdona…?- Francisco lo miró apenado y le respondió:

_Yo sí Roque, no se haga problema…pero los animales no lo sé. Pero ya que está arrepentido, el lunes mismo empiezan sus trabajos en el Zoológico, le haré llegar los detalles, pero serán doce horas diarias, de lunes a sábado, durante dos años…¿ le parece bien…?

El Mayor no respondió, se estaba sonando la nariz mientras lloraba desconsoladamente; solamente bajó un par de veces su mentón, como diciendo que si, que había entendido. Y con la cara congestionada, enteramente roja, se retiro del despacho mirando el piso.

Francisco salió a los jardines de la entrada de la casa; siguió la senda y caminó por el parque de la Quinta Presidencial. Ya había olvidado la penosa charla con el Mayor Tenazza.

Llamó a Alfredo, le solicitó que, con extrema discreción, se contactase con gente del Ministerio del Interior, dándole una nota, le pidió que le hiciesen a la mayor brevedad todos sus Documentos, con los datos del papel que le había entregado.

_Ya me pongo a trabajar en eso Señor Presidente.- dijo Alfredo y se retiró al interior de la Quinta Presidencial
para hacer unos llamados.

Francisco siguió con su caminata mirando al cielo en todas direcciones. Se detuvo bajo un gran eucalipto al que recorrió con su vista desde sus raíces hasta su extremo superior. Apoyó su mano izquierda sobre el tronco y empezó a caminar alrededor del mismo, de derecha a izquierda, mirando la punta del árbol. Luego de media docena de giros se detuvo; y quedó otra media hora, con una mano en su bolsillo y la otra acariciando su nariz, sentado en la base del árbol.

Se le nubló la vista, y comenzó a recordar antiguas conversaciones, escuchadas por él hacía mucho, mucho tiempo.

Los ancianos Chaná Timbú, en noches de juntas, repetían relatos que habían recibido de los Querandíes, sus vecinos más allá del Río. Estos contaban que embajadores Tehuelches, gente venidas del sur, le habían relatado historias de su país al pie de las montañas y el gran lago, que se abría en tres más pequeños.

Les habían mencionado que más allá de los tres lagos, justo en la base donde se pone el sol en el Cerro Blanco, a un día de marcha de su país; sucedían cosas extrañas en el interior de los cerros.

Ellos conocían casi todos los secretos de la tierra, lagos y montañas. Habían vivido en la zona por más de 6 mil años. Pero ahí, en los Tres Lagos se producían fenómenos que ni sus brujos podían explicar. Era como si esa roca herida, cuando se profundizaba en sus entrañas con varas metálicas; comenzara a sangrar violentamente, escupiendo aire caliente, de muy mal olor, para luego vomitar inmensos y profusos chorros de un líquido espeso y negro brillante: “la sangre de la tierra”, decían los Tehuelches.

Francisco siempre se había preguntado el margen entre la realidad y ficción, fábulas o leyendas; que encerraban estos relatos llegados de los pueblos del sur. Pero tantas veces escuchó esas historias, que finalmente las fue creyendo.

Francisco bajó la vista, miró a su alrededor y encontró unos pasos atrás a su secretario privado. Éste le dijo que ya había solicitado el pedido, que en un par de días tendría toda su documentación.

Caminó hasta él y le contó lo mucho que le gustaba la vegetación. Le dijo que el verde daba Paz, preguntándole si a él le gustaba la naturaleza. Pero cuando el secretario iba a responderle, Francisco lo interrumpió, viró su charla, pasó a otro tema. Le solicitó que programase para esa tarde un café a las cinco, con la asistencia de las autoridades del Ministerio de Energía y Minería; especialmente con los Geólogos encargados de los relevamientos a campo. Cuando el secretario terminó de apuntar el pedido y le iba a preguntar si deseaba algo más, levantó la vista y vio a Francisco ya a unos cincuenta metros alejado de ahí; bajo un gran roble, mirando hacia arriba el juego de una pareja de gorriones.

Francisco tomaba su café lentamente, mientras los tres Ingenieros Geólogos, por indicación del Ministro de Energía y Minería; desplegaban grandes mapas sobre la amplia mesa.

El presidente les había solicitado un detalle del estado de las exploraciones mineras en el territorio nacional. El Ministro le explicó que nunca, las anteriores administraciones, se habían abocado a estudios metódicos y detallados del suelo patrio.

Francisco sentado, acariciándose la nariz, escuchaba con atención las explicaciones. Según los ingenieros las actuales explotaciones mineras se realizaban sobre las que antiguamente habían sido minas del Virreinato, con una muy limitada producción de cobre, hierro, oro y algún vestigio de otro mineral.

Las mejoras hechas para estas tareas habían sido mínimas. Comentaron también que debido a que el plegamiento andino de la cordillera era relativamente reciente, unos veinticinco millones de años, la esperanzas de un subsuelo medianamente importante en cuanto a riquezas minerales; eran exiguas, casi nulas. Pero no podían ser concluyentes por falta de una más profunda exploración. Aunque eran escépticos en general.

Con la excepción de un par de importantes yacimientos gasíferos en el norte y de algunos de hierro y carbón; no existía esperanza de hallar mucho más.

Por esta razón el país debía importar más del ochenta y cinco de sus necesidades energéticas y minerales, con el inmenso gasto que eso implicaba. Le explicaron que en el sur, por ejemplo, era más rentable criar ovejas que intentar realizaciones mineras serias. Éstas eran muy costosas y las esperanzas de logros inmediatos casi inexistentes.

Francisco, había seguido la charla en absoluto silencio, un tanto esquivo y distante a lo que le habían dicho los geólogos. Se levantó de su silla, se acercó a la mesa, acariciándose su nariz recorrió con su vista los mapas sobre la mesa. Por un segundo se le nubló la vista. Volvió a mirar el mapa mayor, que fue recorriendo con su índice. Se detuvo al localizar los tres lagos. Los presentes no comprendían bien que era lo que él buscaba.

Francisco sin hacer ninguna refutación u objeción al reciente informe de los especialistas; acercó su cabeza al mapa y finalmente ubicó al Cerro Blanco. Estaba situado a unos 1500 kilómetros
al sur oeste de la Capital.

Satisfecho emitió un sonido de arrastre de RR, luego tomó un lápiz y marcó un área circular que abarcaban unas mil hectáreas.

Llamó a su lado a los tres ingenieros y les mostró en el mapa la zona. Les solicitó que se implementase de inmediato un meticuloso relevamiento de ese lugar.

Pidió que el Ministerio se abocase de pleno a esa tarea, que él firmaría de inmediato la autorización para que el área de Economía los proveyese de los fondos que necesitasen para realizar las tareas.

Los miembros del Ministerio se miraron entre ellos sumamente extrañados.

Pero nadie objetó el raro y extraño pedido del Presidente.

Luego Francisco los invitó a brindar por el éxito de la empresa. Al momento Silvia estaba ahí con el champagne. Ya había oscurecido.

Hacía ya diez días que Francisco había asumido como Presidente y se había impuesto no dormir más de tres horas diarias, siempre cubierto con su mosquitero.

Consideraba que ese no era tiempo para perder durmiendo. Había mucho por hacer. Él sabía que tenía que encontrar el modo, y momento preciso, de ir poniendo en ejecución los cientos de proyectos que había diagramado durante tantos años.

Iniciaba sus mañanas a las cinco y media, y luego de un baño, caminaba por el jardín un rato, sumergido en sus pensamientos. Desayunaba a las siete con su grupo de asesores y Silvia, la secretaria.

Ese era su primer almuerzo, comía más de medio kilogramo de tostadas con manteca y miel. “Muy buena miel, tan buena como aquella que hace tiempo me costaba sangre conseguirla.”.- pensaba Francisco mientras las gustaba.

Una hora más tarde, a las ocho, comenzaba la reunión con los Ministros. Abría su maletín y de allí retiraba su carpeta verde. Ahí estaban ordenados los planes y proyectos para cada Ministerio.

La prensa ya hablaba del vertiginoso ritmo que había impuesto a sus compromisos y deberes presidenciales.

Radio Nacional, por orden de Francisco, informaba a la población todos los días, a las nueve de la noche, de las tareas realizadas diariamente en cada Ministerio.

Para todos los habitantes de la Nación
este era un gesto muy importante, porque se sentían tenidos en cuenta en cada una de las nuevas medidas que se implementaba. Anteriormente ningún gobierno tuvo este tipo de consideraciones y gestos para con sus gobernados.

Con estas disposiciones el Presidente hacía sentir a cada ciudadano partícipe de los cambios que se estaban poniendo en marcha.

Todos con sus tareas, desde humildes obreros hasta importantes empresarios; se sentían una pieza vital e indispensable para ese motor gigante, que pronto se pondría en funcionamiento.

Por la mañana temprano llegó su secretario privado Alfredo con un sobre color tiza. Ahí estaban los documentos solicitados. Francisco los miró uno a uno, se detuvo en un dato: Francisco Setubal Porvenir. Nacido el 12 de octubre de 1936, sí correcto; él había nacido el día de la Raza…todo perfecto, y absolutamente legal.

La oposición puso el grito en el cielo por la medida de excluir a algunos Legisladores de sus funciones, hasta que regularizasen sus estudios…pero pronto quedaron enmudecidos, ante la algarabía que esa noticia había causado en la población.

Conforme fue avanzando la gestión del Gobierno de Francisco, se llamaron a silencio, no había nada que objetar. Los avances y logros eran diarios, se respiraba la felicidad y satisfacción del pueblo. Los restantes grupos políticos prefirieron callar, no querían verse expuesto a comparaciones sobre sus anteriores gestiones.

Francisco había comunicado, a toda la Nación, que nadie quedaba excluido en la obligación de brindarse por entero, en todo lo necesario, para que “este proyecto de Resurgimiento” Nacional no fracasase.

Según Francisco: “Es un deber patriótico ineludible, que nos interesa a todos. El país es nuestra Casa, nadie que la habite puede sentirse fuera de esta tarea.”- todos se sentía importante por igual, en la participación de esta máxima misión: Reedificar la Patria.

Francisco había explicado, reiteradamente, que para esto poco importaba quien “traía los ladrillos, quién los alineaba o quienes finalmente los unía con cemento”. Desde jubilados, obreros, docentes, empleados, estudiantes, profesionales o empresarios; todos eran, en definitiva, los constructores y dueños de esta firme “Pared” que se iba levantando, y que ahora llamaban: “Nueva Argentina”. Nadie quedaba exceptuado de este cotidiano trabajo. Eran imprescindibles, y definitivamente; de todos serían los “frutos” de este gran emprendimiento cuando se produjese la “Germinación” tan esperada.

Se veía a toda la población comprometida en esta tarea de reconstrucción. Ahora sí descubrían como ciertas las palabras de sus gobernantes. Y tenían la certeza de que sus sueños no se harían añicos nuevamente; como sucedió en los últimos cincuenta años.

Por fin alguien comprendía como “dolía”, desde adentro, el postergarse en cada despertar en miles de pequeños detalles para luego seguir adelante con otro día de frustración y desengaño.

Esto era para ellos una inyección de vida, de sueños y nuevos proyectos. Esa “inyección” sería vital para sacar de una vez y para siempre esa angustia crónica, que habían visto crecer en su interior, como un tumor maligno; día tras día desde hacía mucho tiempo.

Francisco dio prioridad al encuentro con el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto. Tenía urgencia de comunicarle una decisión tomada por él. La noche anterior, en la madrugada, había estado confirmando unos datos que ya conocía desde antes de asumir…no recordaba donde los había leído…o ya los sabía desde antes de su llegada.

_Ministro, sabemos que la Constitución nos dice que la religión oficial es la Católica, Apostólica y Romana, pero con total libertad de culto.- Francisco se detuvo un minuto, lo miró fijamente a los ojos y continuó.

_Yo defiendo esto…hay que respetar la pluralidad de criterios…y de creencias; es vital para el crecimiento. Se crece con la diversidad de opiniones, cuando se las sabe capitalizar correctamente…No voy a discutir esto, todos tenemos derecho en creer en lo que nos plazca.

Pero, Señor, a la Nación, esto, le resulta, digamos: gravoso, oneroso tener una religión oficial…o la podríamos tener…pero sin que nos fuese tan costoso… ¿entiende Ministro…? …-

El Ministro no respondió, sólo se alisó sus cejas, luego se tocó mecánicamente el cuello de la camisa, temiéndose que la conversación se haría urticante. Era un hombre obeso, de unos sesenta años, totalmente calvo. Su rostro era inexpresivo.

_Hoy las parroquias no pagan impuestos inmobiliarios, ni a las ganancias, ese es un aporte del estado hacia la iglesia…otra “contribución” es asignarles a Arzobispos y Obispos, por ejemplo, casi el mismo dinero que gana un Juez de primera Instancia… ¿no es demasiado Pablo…?… ¿gusta un café…?…-

El Ministro no aceptó, le agradeció y acomodó nervioso su pesado cuerpo en el sillón. Incómodo, estaba confirmando que la reunión sería “áspera”. Sus manos ya traspiraban copiosamente.

_Usted sabe Ministro- continuó Francisco”-, que también los curas se jubilan, y el estado se hace cargo de esta pensión…pero ellos jamás han hecho aportes previos para recibir este beneficio… ¿piensa que esto es justo…?-

El Ministro sólo dio como respuesta un giro de cabeza, como para acomodarse la corbata que ya lo asfixiaba.-

_No, no es justo, todos los trabajadores para recibir su jubilación deben haber cumplidos con sus correspondientes aportes…-continuó Francisco- …Así debe ser. Pero también la ley debe ser pareja para todos… ¿no le parece…?…Pero usted sabe, Ministro, que los miembros de las iglesias, cualquiera fuera su credo, no cumplen con sus aportes, no están obligados…Pablo…me dijo que café no… ¿y un Whisky o Gin…?…El Gin es muy sabroso con granadina,¿lo ha probado…?…-

El Ministro agradeció y rechazó el ofrecimiento con un nervioso parpadeo. Francisco le sonrió y continuó.

_ ¿Sabe…?…Todos tienen derecho a elegir la actividad que más le guste, pero luego hay que hacerse cargo de esa elección, porque surge la obligación de producir a través de lo que hemos elegido… ¿comprende…?…

Además Pablo, las grandes religiones son en si mismas…a ver…¿ cómo le digo..?… son algo así como Grandes Empresas…y usted comprende que si algo les sobra a “esas Casas Matrices” es dinero, no creo que les afecte mucho a su rica economía; el hacerse cargo de los gastos emergentes de algunas de sus “Sucursales”…y con eso: ser responsables, en lo económico, de sus Empleados…-

Francisco se detuvo para mirar por la ventana como un gorrión ponía plumas en su nido, en la rama de un limonero. Le evocó ese zorzal que durante tantos años vivió sobre el sauce que él usaba como refugio de las lluvias y, a veces, para recostarse y meditar. Era otro el paisaje…otro el tiempo… era la isla…hacía más de trescientos años…él soñaba y recordaba…recordaba soñando…

_Pero por favor, Pablo, no tome mis palabras como una postura caprichosa o antojadiza, ni piense que busco una incómoda secularización…no, lejos estoy de querer enfrentarme con alguna iglesia…pero no, no es justo, no Señor Ministro.- Francisco se detuvo un segundo para seguir con su vista unas gotas de sudor que bajaban por la sien del Ministro. Luego prosiguió con su monólogo.

_No, de ninguna manera…a partir de este momento, y por un decreto de Necesidad y Urgencia, del presupuesto Nacional no existirá ninguna asignación para las iglesias, ni un centavo…a ninguna; fuese Romana, Musulmana o Tibetana. Se acabó, se terminó…

De ahora en adelante…Pablo, los fondos que transfería la Secretaría de Culto de la Nación a la Conferencia Episcopal, quedan suspendidos, anulados…

A partir de este momento daremos un fin más útil a ese gasto del estado, que, en definitiva, es un gasto del pueblo… ¿me comprende…?

Pablo, le pido que inmediatamente, una vez que concluyamos con esta reunión, le comunique esta determinación a las autoridades Eclesiásticas.

Yo sé que usted comprende Ministro, mi amigo Pablo…sí, yo sé que sí…en esta medida no hay nada personal… Dios sabe que no…pero en donde podamos, en gastos que no sean prioritarios y de necesidad real; “ajustaremos el cinto”…

Ya mismo le daremos las indicaciones al Ministerio de Economía, para que ese dinero sea utilizado, a partir de hoy, en educación y sanidad. Y especialmente para mejorar e incrementar los servicios y prestaciones para los jubilados…-

-Francisco hizo una pausa, bebió agua, se quedó mirando el ángulo del escritorio como si hubiese olvidado de que estaba hablando y prosiguió:

_ ¿Pablo usted juega al Golf…?-

El Ministro, muy nervioso y confundido, estaba con los ojos rojos, por sus lágrimas contenidas. Le ardía toda su piel, y él trataba de disimular rascándose todo el cuerpo como si tuviese urticaria.

Lo miró desconcertado y le respondió que sí…que entendía…que comprendía…que jugaba al golf, que ahora si tomaría un gin, doble, sin Granadina. Francisco lo interrumpió:

_Entonces mi amigo no se demore, lo espero una tarde de estas en la Quinta para hacer algunos hoyos… ¿le gustan los mates…?…yo no tomo, me producen acidez… ¿sabe…?…pero si usted lo desea le haré cebar…no se preocupe…-

El secretario trajo un vaso de gin al Ministro, que lo terminó en dos sorbos.

Quería urgentemente ir a su Ministerio a estudiar esta nueva disposición Presidencial.

Francisco primero le dio la mano para despedirse, y luego como si hubiese surgido una profunda amistad, un cordial abrazo, luego le preguntó:

_ ¿Seguro que no quiere tomar otro café conmigo…?

El Ministro desconcertado, con los ojos llorosos, negó con su cabeza, y se retiró urgentemente…estaba agotado, sentía un gran dolor en todo su cuerpo, como si hubiese sido apaleado.

Luego de la reunión con el resto de los Ministros Francisco inició su habitual caminata por el parque de la quinta. Se detenía frente a cada arbusto, cada árbol y acariciaba sus hojas, su corteza. Luego se sentó debajo del gran pino, donde respiró profundamente.

Una mano la usaba para acariciar el tronco, la otra para tocarse su nariz; sumergiéndose por minutos en un singular estado de trance.

Se puso de pie y antes de seguir su paseo se agachó para recoger un trozo de yuyo que se lo llevó a la boca, y con las manos en los bolsillos siguió su recorrido.

La voz de Silvia lo sacó de sus cavilaciones, le avisaba que tenía una llamada telefónica. Francisco acarició su nariz, sintió que se le nublaba la vista, pero se repuso de inmediato y apareció una sonrisa en sus labios. Parecía esperar esa comunicación.

Miró fijamente unos segundos a Silvia, luego juntos volvieron por el estrecho camino, en silencio, hacia el interior de la Quinta Presidencial.

Francisco tomó el teléfono que le entregaba Alfredo, su secretario privado, lo llevó hasta su oído y escuchó.

_ Señor Presidente, le habla Bustos, soy el jefe de Geología del Ministerio de Minería…Señor, esto es increíble…se inspeccionó el sur de los Tres Lagos, hasta la región este del Cerro Blanco, inicialmente no encontramos nada interesante…pero hoy a la mañana, en la parte oeste, que es la más dificultosa de llegar…encontramos una estratificación del suelo totalmente diferente…

Es una superficie muy grande…cuando perforamos sólo unos metros nos encontramos con un deposito importantísimo de petróleo…Sí, Señor Presidente …para graficárselo: un “mar de petróleo”, es increíble. Es como un piletón gigante de gas, carbón y petróleo.

_ Para que usted comprenda Señor Presidente, lo que sería la tapa de esta pileta, es una plancha inmensa de carbón…

Ahora tenemos que continuar los estudios pero las reservas parecen ser extraordinarias…-

Francisco escuchaba sonriendo, mientras jugaba con un pequeño reloj de arena que decoraba el escritorio.

“Esta era la hora, tenía que llegar; y llegó”.- pensó Francisco, mientras Bustos le seguía hablando.

_Señor Presidente en una semana le podremos hablar con mayor precisión, luego que hagamos estudios más minuciosos… pero ya le puedo decir que nunca en el mundo se había hallado semejante disposición y abundancia de petróleo, gas y carbón en un mismo sitio…-

Francisco terminó la comunicación, y se quedó mirando a través de la ventana el correr del agua en la fuente del jardín. El sol de esos días le daba mil colores diferentes.

Sin moverse de donde estaba parado, con la vista en arco iris que se dibujaba en el aire, pidió a su secretario que programase, para esa noche, una reunión de Gabinete.

El lunes iniciaría una recorrida por el interior del país. Quería conocer las necesidades de cada provincia. Llegar a todas las ciudades y ver en persona la realidad de cada lugar.

Un año después. La Nueva Patria

Todo había cambiado en tan sólo un año. Finalmente el país se había despertado de su larga siesta.

Luego del gran descubrimiento en el Cerro Blanco geólogos de todo el mundo verificaron que se trataba de una de las mayores reservas mundiales de petróleo, carbón y gas. Para los próximos trescientos años esos recursos estaban garantizados.

Casi de inmediato Francisco dispuso, tras convenientes asociaciones internacionales, la explotación intensiva en una superficie de aproximadamente diez mil hectáreas.

_Ahora si Señores Ministros, finalmente…- dijo Francisco en una informal reunión.-…se levanta ante la faz de la tierra una Nueva y Gloriosa Nación…-

Justamente era lo que él había predicho que sucedería apenas asumió como Presidente de la República.

Nadie lo hubiese pensado un año atrás. El país, ahora colosalmente rico, estaba a la vanguardia entre las principales naciones del mundo.

Dos meses después del descubrimiento, la paralizada Industria Argentina recibió desde el estado un gigantesco flujo de dinero. Así se inició la modernización de equipamiento y maquinarias, con lo que se fue optimizando la producción a todos los niveles. Esta oxigenación produjo una gigantesca reacción en cadena.

Las reservas crecían día a día. El mundo requería de gas, carbón y petróleo; Argentina se los proveía.

El flujo de dinero del exterior hasta el Tesoro de la Nación era constante y enorme.

El Banco Central, con sus arcas repletas, comenzó a otorgar créditos de todo tipo, a un interés ínfimo y en plazos que iban de veinticinco a treinta y cinco años. Siendo mayor de edad, todos los habitantes tenían derecho a ellos. La mejora del nivel de vida fue casi inmediata.

Todos los hogares disponían, ahora, de efectivo para alcanzar bienes que antes pensar en tenerlos eran una utopía.

La construcción tuvo una reactivación enorme, con la extraordinaria masa circulante, se empezaron a construir rutas y autopistas a lo largo y ancho del país.

Se comenzó a extender, en todas las direcciones del país, la red ferroviaria.

La necesidad de tener un tránsito más dinámico con el mundo, obligó a una inmediata modernización de los Aeropuertos. Lo mismo sucedió con los puertos, que ahora debían adaptarse al aumento formidable del movimiento en sus muelles. La demanda mundial crecía día a día, y por vía marítima se cumplía con esos compromisos.

En las principales ciudades, brotaban del suelo nuevos edificios, galerías comerciales, complejos industriales; todo tenía olor a nuevo, a cemento fresco.

El país entero parecía una gigante obra en construcción. Y con esto creció vertiginosamente la demanda de mano de obra. En tal sólo seis meses, luego de descubrimiento de los yacimientos ya no había desocupados.

Esa Argentina marginal de viviendas de chapas y cartón, desapareció muy rápidamente como una horrible pesadilla.

El estado implementó, urgentemente, la adjudicación de créditos para viviendas a familias de bajos recursos; de inmediato las cooperativas barriales dispusieron de los medios para poner en marcha esas construcciones.

Francisco al corroborar que las reservas del estado aumentaban diariamente, decidió reunirse con el Ministro de Economía.

La reunión se llevó adelante en un muy buen clima, en la Quinta Presidencial.
Ya no había motivos para los rostros retraídos y huraños de hacía un año.

_ Hola Esteban, ¿cómo estás…y tu familia…?…-

Conversaron informalmente unos minutos, luego Francisco continuó.

_Mi amigo, he decidido encarar nuevas obras y profundas reformas. Ahora es posible, el Tesoro dispone de efectivo.

He pensado que se realice en lo inmediato una cambio en la recaudación Tributaria…actualmente la población paga en forma de gravámenes aproximadamente un veinticinco por ciento de sus ingresos… ¿es así no…?…- el Ministró asintió, mientras bebía un café, Francisco prosiguió.

_Eso es demasiado, significa mucho dinero…Esteban, a partir de ahora la población no pagará más del doce por ciento de sus ingresos en forma de impuestos. Durante muchos años el contribuyente pagó más gravámenes de los que el estado devolvía en obras y servicios…eso siempre era excesivo para los ingresos medios.

Llegó el momento de la mesura…con esto, a la población, les sobrará un trece por ciento para acelerar “el despegue” que todos ellos estaban esperando en sus realizaciones…Y, así, el dinero que paguen regrese casi de inmediato en obras para los contribuyentes…-

El Ministro tomaba nota, y mentalmente se preguntaba si no era mucha la reducción, es que tantas veces el estado había recurrido a la presión a este nivel cuando sus cuentas no cerraban…

Luego de quedarse pensando unos instantes, Francisco continuó con sus indicaciones.

_Otro punto, nuestra Cancillería avisará a los países más pobres y necesitados del mundo, que de ahora en más podrán acogerse a planes de créditos externos, a bajísimo interés.

Esteban, no es posible que a esta altura del siglo siga habiendo gente con hambre…vamos a darles una mano, seamos solidarios…ellos también tiene derecho a su “Despegue” ¿si…?…Entonces que mañana el mundo conozca esta noticia…-

El Ministro seguía apuntando las indicaciones de Francisco, y éste, ya fuera de tema le recordó:

_No te olvides que hoy es la cena del Gabinete…a las 21 horas…te espero…-

En ese momento entró Alfredo con copas de champagne. Siguieron charlando informalmente. Ya Francisco había dado las instrucciones necesarias.

Hacia donde se mirase se veía gente, feliz, trabajando, progresando. Eran como hormigas radiantes luego de haber descubierto un gran bosque, inmenso, fresco y jugoso.

Toda la población estaba en actividad. Todos sabían que la “Gran Rueda” estaba girando, que ellos eran sus motores. Ya nada detendría el avance, jamás se volvería atrás. Rápidamente la población comprendió que este movimiento, los alejaba para siempre de ese pasado tan amargo que todos vivieron.

Habían desaparecido las caras mustias, amargadas y pensativas que antes eran tan comunes, casi un distintivo, una triste “marca de fábrica”; de la fisonomía Argentina.

Todo florecía y no era un sueño, empezaba otra “Primavera”, pero ésta con un vigor real. Sería la mejor que jamás hubiese tenido el país.

La atmósfera era diferente en todos los ámbitos. Todos los días parecían de fiesta, y esto se reflejaba en la cara de la gente.

Francisco y su Gobierno habían dispuesto un plan de alfabetización para que en ningún rincón de la nación quedasen niños sin escuelas. Se fijó como meta que en dos años no existiese ni un sólo analfabeto en el país.

Paralelamente el Ministerio de Salud dispuso y orientó los medios para erradicar los problemas de nutrición tan comunes, y terribles, meses antes.

Se implementaron las medidas para que no faltase nada en las poblaciones más alejadas de la Capital, hasta que pronto se consiguiese la integración total de todo el territorio Nacional.

Ahora la palabra “Hambre” era un mal sueño, un término para olvidar; como iban siendo muchos otros.

Cuando no estaba recorriendo el interior del país, visitando sus ciudades, y escuchando las necesidades de cada localidad, Francisco viajaba por el mundo, aprovechaba cada minuto de estos viajes oficiales.

“Siempre me gustaron los viajes, es que mis…mi vida ha sido un Gran Viaje…”- le contaba Francisco a su secretario Alfredo. Éste le decía “que era apasionante conocer…que uno crecía con cada kilómetro recorrido…” – Francisco lo interrumpía y explicaba a Alfredo algo que éste nunca entendió:

_ No, Alfredo, en general no viajo para conocer, lo hago para “Reconocer”…

En ese punto se detenía, no podía explicarle que en sus raros sueños se hacía evidente que ya había estado en casi todos los lugares del mundo.

Cuando no tenía obligaciones, los domingos, iba de paseo al Pago de los Arroyos llevado por su chofer, sin Comitiva de Seguridad.

En la ciudad pasaba un rato con sus padres, se reunía con sus amigos, visitaba a Laura y a Felipe. Con éste se sentaban en el piso y se quedaban mirándose en silencio minutos enteros, y al final de esta particular comunicación se guiñaban los ojos, se tocaban las manos. Y cuando Francisco estaba por irse, Felipe corría hasta él para darle un beso.

Los compromisos del país crecían conforme éste incrementaba las ventas de los minerales extraídos del sur. Esto obligaba a Francisco a encabezar comitivas comerciales hacia diferentes puntos del globo.

A pesar de la aversión que tenía por viajar en avión, él siempre estaba listo para cumplir con sus deberes.

Recorría el mundo, primero hacia el este, luego se dirigía al oste; invariablemente con una reducida comitiva, nunca había gustado de grandes grupos; era esencialmente un solitario.

En cada rincón que visitaba era muy bien recibido. Y a él todas las ciudades del mundo le fascinaban, algunas más que otras: adoraba Paris, Roma, Milán.

En la capital Francesa cuando encontraba un hueco en sus innumerables compromisos “huía” caminando con Alfredo, su secretario; para “devorar” Paris con sus ojos.

Del Barrio Latino iban hasta la colina de Monmartre, caminando con sus manos en los bolsillos recorría sus estrechas callejuelas empinadas; girando una y otra vez sobre sus pasos para ver abajo la ciudad cortada por el Sena.

Luego llegaba hasta el mercado de artistas, se sentaba en el salón de La Bohemia
y tomándose la nariz entre sus dedos se sumergía en sus sueños y pensamientos. Alfredo lo “despertaba”, y juntos volvían a pasear, casi corriendo como niños, llegaban a la zona de la Opera
y entraban al Café de la Paix; donde bebían un coñac mirando el Boulevard de Las Capuchinas.

Otras veces, cuando lograba escapar sólo, disfrutaba escuchando a Sartre que, junto a su pareja Simón de Beauvoir; lo esperaba en Les Duex Magots para beber un café.

Después de tres o cuatros viajes y encuentros; ya eran verdaderos amigos.

Hablaban de cine, de jazz, recordaban con nostalgia a Edith Piaf y su música.

En un impecable francés Francisco contaba a sus amigos la marcha de su Gobierno, de sus planes. Jean Paúl le explicaba apasionado cuestiones del “Ser… de la Nada”…sabía que él amaba también la filosofía.

Luego la charla se abría en un abanico de mil temas diferentes, concluyendo siempre en risas francas; como si fuesen dos colegiales prometiéndose un pronto reencuentro. Francisco, mucho más alto, le daba un fuerte abrazo, y en ese momento recordaba lo que tanto tiempo le costó aprender: “Hoy es siempre, todavía”.

En Italia se sentía como en su casa, cuando pasaba por Milán se escapaba de su comitiva, y bajo las bóvedas transparentes de la Galería Vittorio
Emanuelle II tenía que gustar su obligado aperitivo. Adoraba beber un Martini Bianco, su vermouth predilecto.

Se quedaba horas sentado gustando de esos lugares, con un Habano en su boca. Sintiéndose tranquilo, satisfecho, pleno.

Era una persona muy adaptable, de hecho estuvo largos años bebiendo agua de río. Pero cuando podía era un gran sibarita, y gustaba de todos los placeres del mundo. Y ahí estaba, en la bella galería deleitándose…hasta que Alfredo lo encontraba y debía poner fin a su “retirada”.

Cuando estaban en Roma se paraba frente al Coliseo y pasaba un largo rato observando, como sumergido en sus recuerdos: “Yo lo conocí en sus inicios, cuando era El Gran Anfiteatro de Flaviano.” – pensaba Francisco con nostalgia cuando sus ojos recorrían cada grieta de las paredes del viejo Circo Romano.

La Argentina de privaciones, postergaciones y carencias había muerto, la habían “matado”, aniquilado, sin compasión; y todos lo festejaban.

Finalmente había llegado el momento en que podían planear, proyectar y soñar; sin temor a volver a la antigua y aterradora pesadilla de carencias, esa que ya se había hecho crónica. Pero ahora, definitivamente, ya sólo era un mal recuerdo.

Los sueldos ya no duraban hasta el cinco de cada mes. Cada familia ahora podía ahorrar, sin ninguna penuria. Eso viejos sinsabores era ya una vieja y pasada historia, que todos querían olvidar definitivamente.

Los bares, sin ser días festivos, estaban repletos de gente, de risas, de nuevos planes y proyectos.

El clima que se vivía hubiese sido inimaginable hacía un año. Esto se notaba en todos los niveles sociales, porque hasta los que antes habían sufrido severas necesidades; hoy no tenían ninguna limitación para tener una existencia digna.

Antes del descubrimiento de los yacimientos en el Cerro Blanco los ingresos de la mayoría de la población estaban por debajo del costo de la canasta familiar. Un año después ésta significaba sólo un quince o veinte por ciento de los ingresos de las personas con más bajo salario.

Poco tiempo atrás, las clases menos pudientes, con suerte, veían en sus mesas un pollo cada tres meses, en algunas esto sucedía sólo si era robado; pero ahora comer un pavo cada domingo no era ningún lujo.

Los nuevos comercios florecían y crecían en todas las ciudades. Cuando antes los barrios humildes sólo disponían de una carnicería, panadería y verdulería. Ahora estos negocios por el aumento de la demanda de otros alimentos, se habían ampliado en bien surtidos mercados; antes prohibidos por los míseros presupuestos de la población en general.

Ahora, por ejemplo, todos podían gustar de mariscos, pescados, carnes rojas de todos los tipos, pollos, codornices, pavos y perdices. Se parecía estar viviendo un cuento fantástico.

Si antes los hogares humildes no gustaban entre sus platos de ostras, langostinos o mejillones; no era porque tuviesen un paladar diferente a las personas pudientes, sino porque ello hubiese sido tan imposible como una “Sopa de Diamantes”. Pero las papilas gustativas de ambos grupos sociales eran idénticas, no existía ninguna diferencia. Sólo que los más pobres ya habían olvidados ciertos sabores, por un largo y obligado desuso.

El obsoleto y pobre parque automotor se modernizó y creció rápidamente.

Ahora tener un automóvil no era raro ni privativo de los que más tenían.

También el turismo se incrementaba en todas sus formas. Antes sólo pensaban en viajar un porcentaje ínfimo de la población. El resto, cuando tenía la suerte de ser beneficiado por algún raro Plan Social; y eran amontonados por un fin de semana en precarios camping a orillas de alguna dudosa laguna. Otras veces, tenían un día de fiesta cuando el Ministerio de Acción Social se dignaba a disponer de un colectivo para llevarlos de paseo un domingo, apretados como ganado, con un sándwich de almuerzo incluido. Fiesta de pobres.

Ahora las cosas eran diferentes, cada familia de acuerdo a sus trabajos, programaban sin ninguna dificultad sus vacaciones libremente.

No era raro ver a grupos de jubilados ir en vuelos charter, a conocer en Europa las ciudades de sus padres y abuelos. Parecía increíble que esos mismos ancianos, hasta hacía muy poco tiempo atrás fueran personas desprotegidas. La mayoría, quedaban abandonadas a su suerte, y a la de sus familias que se tenían que hacer cargo de ellos. Una crueldad extrema. Hasta que un día se iniciase su último “viaje”, ese que ya no tiene regreso.

En Ezeiza se respiraba un clima de fiesta. Las risas de los que se iban a vacacionar al exterior, se mezclaban con el buen ánimo de cientos de emigrantes; que ahora habían decidido apostar por esta pujante tierra para materializar sus sueños. También eran miles los turistas que venían a conocer las bellezas Argentinas. Ahora éste país era uno de los primeros del mundo en cuanto a su poder y riquezas. Se estaba “haciendo la Luz”.

En todos los rincones de su geografía se respiraba una atmósfera distinta, la que siempre se había soñado.

Ahora era posible planear, proyectar, reírse, sin tener mañana que hipotecar esa alegría.

Ya se podía hablar de un verdadero control en la seguridad de la nación. Habían desaparecido casi totalmente los casos de crímenes, secuestros, y otros hechos violentos desde que Francisco había asumido. De tanto en tanto se registraba algún delito menor, pero eso también sucedía en las más seguras capitales del mundo.

Por indicaciones directas de Francisco, se volvió a estudiar cada legajo del personal de las Fuerzas Armadas, Policiales, Gendarmería sospechados de conducta irregular o dudosa en los últimos años.

Ya se había destituido al ex Comisario De Escobar y a otros fanáticos mayores.

Ahora, si se encontraba la más pequeña mancha en el legajo de algún integrante de las fuerzas de Seguridad, era inmediatamente separado de su cargo. Pronto estas fuerzas fueron depuradas. Lo mismo hizo con los políticos, Legisladores y todas aquellas personas vinculadas de algún modo con el poder.

A todos los que fueron recelados de corrupción o enriquecimiento ilícito, se los separó de sus funciones. Y se les trabó embargo preventivo, hasta que concluyesen las investigaciones. Mientras tanto se les prohibió salir del país.

De lo simple a lo difícil, en poco menos de un año, Francisco, solucionó un problema tan antiguo y vergonzoso del país: los ilícitos provenientes del poder.

El Presidente, con esto se ganó una excelente imagen en el exterior, la de un hábil político, un estadista con gran carisma, y dada su edad: un líder mundial con excelente futuro. Pero el pueblo, en cada rincón del país, hacía una visión más simple y sencilla, más mística, Francisco poseía encanto y hechizo; él era el Iluminado que todos estaban esperando, el Salvador.

La población veía en él la “Luz” por tanto tiempo esperada. Pronto fue para muchos “La Candela”, un Faro; la estrella guía que ellos durante tanto tiempo habían necesitado.

En esos días se lo veía a Francisco caminar solitario por los jardines de la quinta presidencial. Estaba pensativo.

Caminando lentamente miraba cada árbol. Se paraba frente al pequeño lago para ver los patos flotando en el agua. Ahí permanecía largo rato, tocándose la nariz, abstraído de todo, sumergido en quien sabe que pensamiento.

_ Señor Presidente, tiene un llamado, es el Doctor Fernando Tenaglia, pregunta si lo puede atender…-le informó Alfredo, Francisco no lo dejó terminar, cuando ya estaba en la sala sentado con el teléfono en su mano.

_Buenos días Fernando, ¿cómo va todo…y Cecilia…cómo sigue ella…?

_ Señor Presidente… Francisco, gracias, muchas gracias por disponer de tiempo y atenderme…le…te llamaba porque desde ayer Cecilia ha experimentado un cambio total…ha salido de su estado de mutismo…ha vuelto a hablar…sus ojos están más vivaces que nunca…

No recuerda mucho lo sucedido, casi nada, pero no se cansa de hablar conmigo, de reírse, de preguntar por usted… por vos…también pregunta porque no la has visitado más…por eso Francisco…- éste no lo interrumpió.

_ ¿Me invitás hoy a cenar Fernando…?…no, no le digas nada a Cecilia, quiero darle una sorpresa…Ya salgo para allá… –

Luego de cortar llamó a sus padres para avisar que iría. Le pidió a su secretario Alfredo que suspendiese todos los compromisos por dos días, y que dispusiese todo para salir inmediatamente hacia el Pago de los Arroyos. Él volvería el domingo a última hora de la tarde.

Apenas entró se abrazó con el Doctor Tenaglia, que emocionado y sin poder creer que el mismísimo Presidente de la Nación estuviese en su casa, lo tomó de las manos para mirarlo de los pies a la cabeza.

Caminaron hasta la biblioteca, donde, leyendo de espalda, estaba Cecilia.

_ Ceci, tenés visitas…- dijo Tenaglia.

Ella cerró el libro sin imaginarse de quien se trataba, se puso de pie y giró para saberlo. Francisco la vio más bonita que nunca. No dejaba de mirarla mientras se tocaba su nariz. Era como si se hubiese despertado de un largo sueño.

La cara fresca, siempre juvenil, con esa risa anclada en sus labios. Estaba tan bonita como cuando la había conocido.

Cecilia, no lo podía creer se le cayó el libro de sus manos, cruzó sus brazos sobre su pecho, y sin dejar de sonreír comenzó a llorar.

Francisco avanzó unos pasos y la abrazó, acariciando con su mano la nuca de Cecilia, con la otra se tocaba la nariz. ”Perdoname Angelito, así tenía que ser.”- pensó Francisco.

Después de abrazarla le contó las cosas sucedidas mientras había estado enferma. Ella seguía el relato palabra por palabra, se lamentaba no recordar nada.

_Es mejor así Ceci…¿de qué te serviría ahora recordar esos días tan duros…?

Ya pasó, por suerte hoy estás como siempre: radiante y hermosa…Tenés muchos años por delante, sos muy joven; aún te restan vivir los mejores momentos de tu vida…- Francisco le tomó la cara y dio un beso en su frente. Ella lo abrazó y comenzó a preguntarle por sus cosas.

Ramona, la cocinera, la interrumpió y avisó que estaba lista la cena.

Ya en el comedor, Cecilia, mientras cenaban, les contó a su padre y a Francisco que seguiría con sus estudios de medicina.

El Doctor Tenaglia seguía en silencio la charla de su hija con Francisco, que, como dos amigos de siempre, tenían todo para contarse luego de un largo tiempo sin verse. Le parecía increíble la pronta y repentina mejoría de su hija.

Al finalizar la visita en lo de Cecilia, pasada la medianoche, fue a ver a Laura. A ésta se le iluminó el rostro al verlo parado en su puerta, con el maletín en su mano, detrás de él un largo auto negro lo esperaba.

Pasaron al living, Felipe dormía en su habitación. Francisco le había traído de regalo un calidoscopio y un pequeño telescopio, para que ya fuese jugando con ellos.

Se sentaron en un amplio sillón, Francisco luego de cinco palabras le acarició el lunar de su rostro, se enredo en sus ojos verdes; mientras su mano sacaba del maletín una botella helada de champagne y un fresco pimpollo de rosa roja, aún húmedo. Laura, sonriente, agradeció uniendo por un instante sus labios con los de Francisco, se levantó para apagar la lámpara de pie, y volvió a sentarse, ahora bien junto a él, tomados de la mano.

A la mañana siguiente pasó un rato a saludar a Pedro y Rosa. Los encontró más vitales que nunca, no disimulaban el orgullo de ser los padres de Francisco, el Presidente Argentino.

Todos los habitantes del país estaban orgullosos de él y sus logros. Después del almuerzo se despidió, prometiendo volver el próximo domingo, como habitualmente lo hacía cuando sus compromisos se lo permitían.

Luego compartió unas horas con sus amigos en el bar, charlando de todo menos de política. Ellos ya no bebían demasiado… en su presencia, era una muestra de respeto. Eran los amigos de Francisco; pero él era el Presidente de la Nación.

_Hay momentos y…momentos, les pido seriedad por favor.- decía Memo Zabaleta. Y todos respetaban su pedido…hasta que Francisco se levantaba, saludando a uno por uno, y regresaba a la Capital.

Desde ese momento llegaban a la mesa las bebidas, las charlas enloquecidas y anárquicas, y todo se volvía a descontrolar.

Por la tarde Francisco retornó a la Capital, esa noche tenía una cena con los integrantes del Ministerio de Minería, le informarían de los avances en las explotaciones del sur.

Al llegar a la Casa de Gobierno vio demasiado movimiento para un domingo al anochecer. En los corredores observó a varios empleados que iban y venían con carpetas en sus manos, entrando y saliendo de diferentes oficinas; todos radiantes y sonriendo. Parecía no molestarles trabajar esa noche.

Salió a recibirlo Lesvato, El Vicepresidente, que había demostrado en muy poco tiempo, ser un excelente instrumentador de las órdenes e ideas de Francisco.

_Felicitaciones Señor Presidente, mañana, nuevamente, los diarios del mundo volverán a hablar de usted…-

Francisco lo observó, sonrió, se tocó la nariz y miró hacia el cielo por la ventana. Presentía cual sería la novedad.

Diez meses antes, dos naciones al norte de África, estuvieron al borde de una casi inevitable guerra por problemas de límites, en un lago compartido entre las dos fronteras. Estos países, paupérrimos, estaban ubicados en noreste de África.

Además de las penalidades de una eventual guerra, esto hubiese comprometido la integridad del sur de Europa; principal puerta de entrada del resto del mundo a ese continente.

Horas antes de los primeros disparos, los países vecinos a esta zona pidieron una urgente mediación a través de Francisco. Los dos estados en conflicto aceptaron la idea. Inmediatamente Francisco y una pequeña comitiva se trasladaron al Norte de África.

Apenas puso pie en el aeropuerto africano empezó a trabajar en la conciliación entre los pueblos en conflicto.

Luego de seis días de incansables gestiones entre un gobierno y otro, fue enfriando el clima entre las dos naciones.

No descansó un minuto. En estas interminables horas habló, aconsejó, sugirió entre ambas fronteras. Iba y venía, traía mensajes, llevaba propuestas; reunía a las dos partes mediando en las reuniones. Tal era su ritmo que en una semana sólo durmió ocho horas.

Propuso establecer una pesca conjunta en el lago en cuestión, les explicó que acá no se trataba de ver quien se quedaba con un filón de oro. No, la dieta básica de ambos pueblos estaba constituida por la pesca. Él hizo hincapié que sería muy poco solidario no compartir esa riqueza; que en definitiva era el alimento de los dos estados.

“Cuando una población tiene hambre clama por comida, no piensa en soberanía; ésta obligadamente debe pasar a segundo plano”- les explicó.

_El hambre, Señores, es el peor de los sufrimientos, lastima por dentro y por fuera. Duele desde el interior como cien dagas clavadas en el vientre. Es un dolor de huesos, de músculos… hasta las lágrimas; y cuando duele la conciencia es porque la muerte ya está ahí. –por un instante Francisco hizo una pausa, rememoró situaciones similares ocurridas mucho tiempo atrás, luego continuó.-

_Una de las torturas más sádicas es quitarle al hombre los alimentos, privarlos de ellos. Primero ofende, después denigra, finalmente humilla y mata.- decía a los delegados de ambos países que lo escuchaban con atención.

Francisco prometió hablar con las ricas naciones del norte para conseguir ayuda económica inmediata.

Él decía que era una vergüenza que esos Poderosos se desentendiesen de lo que sucedía debajo “de sus pies”…primero por una elemental cuestión humanitaria, después por una razón de vecindad. Europa tenía que hacer algo al respecto. Y también el Vaticano debía comprender que sus sotanas, rezos y plegarias, no llegaban mágicamente transformados en alimentos a esta zona de conflicto.

_ No se puede evadir lo que sucede desviando la vista. Es ofensivo vivir en la opulencia cuando muy cerca se sufren verdaderas hambrunas.

_ Porque Señores- decía Francisco- estamos ya en pleno siglo XX, no nos podemos hacer los distraídos…

Ya todo el mundo tendría que ser un Gran país, sin fronteras ni límite alguno…y la palabra “Hambre”, sólo un mal recuerdo, una cruel “epidemia” erradicada.-

Las partes en conflicto simpatizaban con Francisco. Finalmente se comprometieron a una negociación pacífica. Aceptaron la propuesta de él, y se obligaron a implementar, urgentemente, una manera serena de contemporizar sus diferencias. Mientras tanto la zona geográfica en cuestión sería compartida por los dos países por los próximos veinticinco años. Ese era un buen plazo para conseguir la prosperidad de la región.

Francisco, dejó de mirar el cielo, se volvió a tocar la nariz, escuchando al vicepresidente mientras le daba la noticia…

_Señor Presidente ha llegado una comunicación a nuestra cancillería desde Suecia…al parecer tendrá que viajar en un mes a Estocolmo a recibir el Premio Nóbel de la Paz…le será concedido por evitar la guerra entre Tuana y Nambhia…

Francisco, aceptó una copa de champagne, saludó a todos los presentes que se acercaron para felicitarlo; pero lentamente se fue apartando hacia los ventanales que daban al parque. Ahí se quedó inmóvil un buen rato mirando las nubes pasar por encima de la luna, con una mano en el bolsillo y con la otra aferrando su nariz. “Ya va siendo hora”.- pensó.

Los días siguientes se lo vio muy abstraído. Sólo, paseaba desde temprano por el jardín y en las noches se lo veía caminando entre los árboles, mirando el cielo fijamente.

Cuando observaba alguna estrella que parecía interesarle más que otra se detenía, la miraba fija, sacaba sus manos de los bolsillos y se tocaba la nariz, y continuaba con su vista en el firmamento. Luego, como comparando, llevaba su vista a la estrella anterior que le había interesado; inspiraba profundamente, sonreía, y seguía su paseo. Así permanecía hasta la madrugada, ya cuando en el este empezaba a clarear…

Y el mes pasó, viajó a Suecia con una pequeña comitiva a recibir el Premio Nóbel de la Paz.

Todo se desarrolló con total naturalidad, como si fuese algo que él supiese de antemano que sucedería. El mundo entero lo homenajeó.

Volvió a Ezeiza como regresando de un viaje más. Su Gabinete y miles de personas lo esperaban para aclamarlo en el aeropuerto.

El país se enorgullecía de su Presidente, los logros obtenidos en tan poco tiempo habían hecho recobrar la autoestima de cada habitante. Ahora si estaba emergiendo hacia el mundo una Gran y Poderosa Nación.

El Retiro

Francisco y su secretario Alfredo, si ninguna comitiva llegaron el sábado al Pago de los Arroyos. Desde que arribó se movió como un vecino más. Saludó y habló con todos los que se le acercaban para felicitarlo.

Siempre simpático y locuaz, aunque sus ojos brillaban más que nunca y una y otra vez tocaba la punta de su nariz.

Francisco estaba con su pensamiento distante, como alejado de todo lo que lo rodeaba, sumergido en sus reflexiones.

Esa noche, luego de cenar con sus padres, antes de irse a descansar al hotel, los saludó con un abrazo prolongado. Les contó que se retiraba temprano ya que al otro día se iría a pescar al amanecer. Besó a Rosa y a sus hermanos. Luego caminó con Pedro de la mano hasta el jardín del fondo, encendió una habano, se sentó junto a su padre en un banco; y fumó en silencio buscando en el firmamento la Cruz del Sur.

Así permaneció unos minutos. Luego se tocó su nariz, saludó a Pedro con beso y unas palmadas en sus hombros, lo abrazó durante unos segundos en silencio, miró nuevamente hacia el cielo y se retiró con pasos rápidos, sin volver la vista atrás, emitiendo desde la garganta ese sonido tan característico en él.

Recién estaba amaneciendo cuando Francisco terminó de acomodar su equipo de pesca en la moderna lancha roja de la Gobernación, que habitualmente utilizaba. También llevó su maletín, donde guardaba su mosquitero y otras pertenencias.

Ya había acordado con Alfredo, su secretario, que saldría sólo, que se reunirían en ese mismo lugar antes de la una, para luego ir a tomar algo con sus amigos.

La noche anterior convino con Diego Ismael, Rafael, Memo Zabaleta y Saúl Argentto; para reunirse al mediodía ese domingo, cuando regresase, en el bar del centro, frente a la plaza.

Cinco minutos después Francisco estaba cruzando el río, en dirección a las islas. El día había amanecido totalmente despejado, excelente para una mañana de pesca en las Lechiguanas.

Ya era la una de la tarde cuando en el muelle el secretario, impaciente y preocupado, comenzó a mirar su reloj reiteradamente. La puntualidad extrema de Francisco era lo que lo intranquilizaba.

A las tres de la tarde cuatro lanchas de prefectura y dos helicópteros, salieron en su búsqueda. Dos horas más tarde se habían sumado a la exploración tres lanchas más. Recorrieron cada rincón de la zona donde supuestamente se encontraba Francisco.

La noticia llegó de inmediato a la Capital, y en horas ya todo el mundo sabía de su misteriosa desaparición. Desde un primer momento se pensó lo peor.

Dante Saldías al enterarse estaba en su casa. Se encerró en su cuarto a llorar. Tomó el portarretrato que tenía encima de su mesa de luz, al lado de la estampita de San Cayetano. En el se veía a Francisco sonriente, era una foto del día de la asunción.

Se sentó en la cama con la fotografía en su mano.

“Yo siempre lo supe Francisco, vos eras el Elegido…treinta y tres años como Cristo…Dios mío…”- pensó Dante y siguió llorando toda la tarde aferrado a la foto. Cada tanto con voz quebrada y abatido se repetía a sí mismo:

_ La Candela….mi Dios, La Candela…-

Como una ráfaga de viento helado, la espantosa noticia entró por el zaguán de Porvenir 58, congelando todo a su paso.

Pedro sintió que se quebraba entero en mil pedazos, abatido se tomó la cabeza entre sus manos y llorando como un niño se sentó en un rincón de la cocina. Rosa fue más fuerte, se arrodilló en el piso a orar, implorándole, entre lágrimas a Dios por el alma de Francisco, su hijo.

A media tarde se habían sumado a la búsqueda un grupo de buzos y unas lanchas mejor equipadas.

Inmediatamente todas las Naciones del mundo recibieron la noticia desde sus embajadas en Buenos Aires. Rápidamente ofrecieron su ayuda en esta penosa tarea.

Los expertos aseguraban que dado que el sábado por la noche no hubo fuertes vientos en la zona, era imposible que el bote se hubiese dado vuelta por esta causa.

Al atardecer encontraron flotando el maletín de Francisco. Todos imaginaron la peor de las tragedias, las pruebas estaban a la vista.

Quince minutos después, a quinientos metros, entre miles de astillas rojas de la lancha que flotaban sobres las barrosas aguas, como una gran mancha de sangre; apareció su saco azul y unos remos de auxilio. Esto confirmaba el desastre. Seguramente había chocado con algún tronco.

Más tarde, muy cerca de ahí, los buzos hallaron en el fondo barroso del río dos gigantes zapatos número 47, eran los del Presidente.

Se buscó su cuerpo sin resultados, si había caído en un remanso jamás lo encontrarían. Ya estaba oscureciendo.

La noticia llegó al viejo muelle del Puerto de Cabotaje, todos los presentes que ahí esperaban expectantes se abrazaron para llorar, sobre los gastados tablones de quebracho.

Una viejita que vendía pasteles en la zona, tuvo un impulso y arrojó una docena al río. Ese fue su homenaje.

Un grupo de jóvenes del colegio, que estaban de picnic en el lugar, juntaron flores de la plaza cercana, y también las arrojaron al río. Todos lloraban su trágico final

Mientras esto sucedía, Francisco, totalmente desnudo, cubierto sólo por su mosquitero, descansaba fumando un habano, bajo un gran jacarandá, en algún perdido lugar de las islas.

Las últimas horas habían sido muy agitadas, desde que su lancha se despedazó contra un tronco que cruzo a su paso. En un instante se encontró flotando entre miles de pequeños trozos colorados. Eran los restos destrozados de su embarcación.

Afortunadamente no sufrió ningún daño, y más se alegró al notar que aún apretaba el maletín con la mano.

Él sabía nadar muy bien, se mantuvo flotando hasta que divisó unos espinillos en la costa, una isla estaba cerca. Decidió nadar hasta ella, pero lo incomodaba su ropa y sus inmensos zapatos, aún más pesados por el agua. Se desnudó y continuó nadando. De repente se detuvo. “¿Para qué quiero el maletín en la isla…?”- se preguntó. Aunque tragó un poco de agua, lo abrió, y luego de sacar su mosquitero y varios habanos, aferró su agenda de cuero y algunos papeles; dejando que el resto siguiesen su curso.

Continuó nadando hasta que sus uñas arañaron la arena barrosa de la costa.

Unos minutos después, ya estaba a salvo, sentado bajo el árbol deliberando. Puso a secar al sol la agenda y sus escritos. Y así pasó la tarde con un Habano en su boca.

Desistió de pedir ayuda…” ¿Para qué…?…cuando las cosas suceden tienen su razón de ser. Ya es mi tiempo de Retiro.”- se dijo, y siguió cavilando.

Él sabía de este final, nuevamente volvía a entrar en la historia; en otra de las muchas ya vividas.

Bajo el sol suave que esa tarde acariciaba el lugar se quedó adormecido.

Y rememoró…¿ o soñó?…su vida desde que había partido de la Gran Isla, hacía ya miles de años…tal vez diez mil. Esta civilización fascinante fue la cuna del conocimiento para el resto de la humanidad.

Un día, en el apogeo de ese imperio, su rey Atlas y los diez principales Notables del lugar; le encomendaron a Francisco perpetuarse en sucesivas misiones
como Embajador de este Reino. Llevando a otros pueblos y países, a través del tiempo, el mensaje de paz, armonía; transportando consigo la luz del bien, para abrirse camino en la eterna bruma y oscuridad del mal.

Él juró hacerlo, pero era un ser humano; intentó siempre cumplir su cometido, de la manera que le fuese posible según las circunstancias. A veces a tientas movilizado por sus impulsos, otras con calma, prolijidad y total seguridad.

Nunca renegó de su juramento, ni aún cuándo supo tiempo después que un gran cataclismo se había tragado esa maravillosa y legendaria potencia.

Pero Francisco siguió andando, siglo tras siglo, pueblos tras pueblos; intentando, a su manera, cumplir con la misión.

Mucho después, en una de sus reiteradas visitas a Grecia, en “Los Diálogos” que tuvo con Platón, le confesó de donde venía y cual era su misión.

Éste en sus posteriores escritos habló de esta fabulosa isla. Contó de su poderío marítimo y comercial, del inmenso conocimiento de su pueblo y su catastrófico final hacía más de siete mil años; sin referirse a la fuente de su información: Francisco.

El ruido de una pareja de cotorras que jugaban en unas ramas sobre su cabeza lo sacaron del ensueño. Las miró un instante, sonrió, se puso de pie y caminó hasta un añoso ceibo. Apoyó la mano en el tronco mirando como brotaban las flores abriéndose con fuerza para tragar cada rayo de sol.

De derecha a izquierda comenzó a girar alrededor del árbol, en sentido antihorario. Como desafiando al tiempo, tal como siempre lo hizo.

Se tocó la nariz y miró como el sol bajaba en el horizonte. Ya iba siendo hora. Pensaba y se llevaba a su boca una hoja de trébol, mientras que su otra mano acariciaba su nariz. Pronto caería la noche.

Frotó dos maderas, diez minutos después obtuvo fuego; y sobre la llama que crecía quemó los papeles, ya había memorizado perfectamente cada letra de esos documentos.

Caminó hasta el “Camalote – Bote”, con su agenda de cuero en la mano, lo empujó hasta que quedó enteramente flotando en el agua, y antes de subir giró su cabeza en dirección a la ciudad donde ya se encendían las luces…y mientras su garganta emitía esos sonidos tan característicos en él; su índice y pulgar apretaron la punta de su nariz. Luego cubrió su cuerpo con el mosquitero, ya estaba listo para su nuevo viaje.

La luna estaba subiendo en el cielo cuando comenzó a remar. En unos minutos se había alejado de la costa, la corriente del río empujó su bote hacia aguas más profundas.

Él se acomodó como si tuviese un largo viaje por delante, encendió un Habano, extrajo de la proa una helada botella de champagne y una bella copa de cristal. Bebió en silencio mirando la estela que dejaba en el agua su improvisada embarcación.

Estaba seguro, aunque no supiese cuando, que llegaría a “otro puerto” que necesitasen de él…a sotavento.

Todos lo presentían, Francisco había muerto ahogado. Era muy probable que los remansos traicioneros, que el río tenía en la región, se hubiesen tragado el cuerpo para siempre.

La desaparición se produjo entre el Arroyo de las Tinajas y la Isla del Monje. Pero pese a los intensos rastrillajes nada se encontró en esa zona.

Rápidamente la noticia estuvo en todo el mundo. Los gestos de condolencias llegaron de cada rincón de la Tierra.

Una semana después del trágico suceso se suspendió la búsqueda.

El lunes el país amaneció con sus banderas a media hasta. El Gobierno decretó una semana de Duelo Nacional.

Se organizaron las ceremonias fúnebres. Miles de personas desfilaron en el Congreso de la Nación ante el Ataúd vacío.

En una breve ceremonia, el Doctor Lesvato, se hizo cargo de la Presidencia de la Nación.

En el cajón del escritorio de Francisco se encontró su testamento. La mitad de sus bienes serían heredados por sus padres, hermanos, sus amigos, Cecilia, Laura y Felipe; la otra mitad había ordenado que fuese entregadas a obras de beneficencia.

Ya había pasado un mes, y a pesar de la tragedia, cada habitante continuó con sus tareas, y todo el país en cada área, prosiguió con el dinamismo impuesto por la gestión del Presidente desaparecido. La Gran Rueda
debía seguir avanzando. Era una manera de honrar su memoria. Esa era la mejor forma de homenajearlo.

Esa misma tarde se reunió el gabinete para planificar la ejecución de los proyectos que les había enviado el Presidente, antes de desaparecer.

Al mes de su desaparición, la flamante ruta construida entre la Capital y las ciudades costeras; fue inaugurada como “Autopista Francisco Setubal Porvenir”, o “Vía del Porvenir”, como la llamaban los usuarios que a diario la transitaban. Otras construcciones también inmortalizaron su nombre; calles, plazas, parques, Hospitales.

La zona de Islas en donde se produjo su desgraciada desaparición fue “bautizada”, por los isleros y lugareños, con el nombre de “La Candela”.

Lo que después de la desaparición de Francisco se habló, comentó o escribió ya entra en el terreno de las leyendas, los mitos y las fábulas; porque en realidad nadie sabía lo que sucedió con Francisco ese triste domingo. Jamás se encontró su cuerpo.

Algunos creyeron haberlo visto, tiempo después, paseando por la playa de Itapoa en Brasil, caminando, despreocupado; de la mano de una hermosa mujer, bebiendo un agua de coco. Pero nunca existió una foto, ni ninguna otra prueba que demostrase que Francisco estuviese vivo.

También dijeron que lo vieron en algún poblado rural de Cuba, junto a una bellísima caribeña; saboreando un ron y fumando su Habano. Pero en realidad nadie podía probar ninguno de estos rumores.

Únicamente era Francisco el que conocía la verdad.

Después de siglos de inactividad, los últimos diez años habían sido muy intensos y agotadores para él. Tal vez ahora necesitase de otros trescientos o cuatrocientos años de descanso, para cuando se hiciese necesaria su presencia en algún otro lugar de la tierra.

“Tengo todo…”- pensó Francisco -“…Salud, paz, tranquilidad…paciencia…y todo el tiempo del mundo.”

 Marcelo Castelli

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