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El Conventillo del Cabotaje
Una historia… de cien historias
La continúa lucha humana por escapar de la pobreza y la exclusión
A partir de 1860 muchas familias patricias de la Capital vieron un
Fenomenal negocio al remodelar sus antiguas casonas coloniales,
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Construyendo precarias piezas de cuatro metros por costado, sin ningún
Otro miramiento que sacar más provecho al capital empleado. Estos
Cuartos, irían a alojar a la inmigración de ultramar necesitada de un lugar
Donde residir, dormir y pasar sus días.
Los propietarios, con la fortuna que amasaron de ese modo,
Construyeron no menos que fabulosos caserones, esta vez sí lejos del
Pobrerío.
Los conventillos de ese entonces fueron el habitáculo donde se
Hacinaban las misérrimas almas que caerían, por ser pobres, en las
Sucesivas epidemias de cólera, tifus, y la peor de todas: la fiebre amarilla
De 1871.
Desde 1870 a 1914 llegaron a la Argentina más de cuatro millones y
Medio de inmigrantes; principalmente italianos, españoles, franceses,
Polacos, alemanes, rusos y turcos.
Hacia 1890 en Buenos Aires el 53 % de la población era extranjera.
El 27 % vivía en las 150 mil habitaciones de los 2500 conventillos
Existentes en la ciudad; de ellos el 75 % de los habitantes eran
Extranjeros.
Los Conventos, eran inquilinatos, los bautizaron como
Conventillos. Un diminutivo de convento, que ironizaba sobre las
Numerosas celdas en la que se dividía estas lucrativas construcciones.
Para mediados de 1895, en Buenos Aires, ya eran 2.500 los conventillos
Para 150 mil inquilinos.
Alrededor de 1895 la población Argentina era de 4 millones de
Habitantes, era tal la necesidad de albergues que existían algunos con 80
Y más camas en un salón, apiladas unas con otras, como camarotes; ahí
Se pagaba para dormir a tanto las 6 horas. En esto lugares se llegó al
Extremo de disponer de una sola ducha y retrete para 60 personas. Este
Habitar degradado hizo estragos en 1900 con la Peste Bubónica y en 1901
Con la Viruela. Para paliar los problemas sanitarios se dictaron sucesivos
Ordenanzas y reglamentos Municipales, aunque los propietarios siempre
Se resistían a su cumplimiento.
Capitulo 1
El Pago de los Arroyos, recostado sobre el río Paraná y rodeado por tres
Arroyos, era una localidad que iba desarrollándose lentamente y
Adecuándose a la afluencia inmigratoria.
Fue originariamente un poblado fundado hacia 1748, con no más de mil
Habitantes. Para orgullo de sus pobladores pronto fue declarada ciudad
Hacia 1819.
Su superficie ligeramente ondeada, Pampa Ondulada, constituyó un
Excelente lugar para el desarrollo de la agricultura, la ganadería y más
Tarde el comercio. El Pago, situado estratégicamente a 230 kilómetro al
Norte de Buenos Aires, y a 65 kilómetros al sur Del Rosario. Conforme
Crecía el país se fue convirtiendo en punto de unión entre Buenos Aires y
El interior; con los años fue escenario de importantes hechos históricos.
A principios del siglo XIX, 1823, se produce la habilitación del puerto
Comercial; acelerando marcadamente el crecimiento de toda la zona.
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Muchos inmigrantes fueron llegando al Pago, gracias a ellos la zona fue
Prosperando día tras día; haciéndose cada vez más importante. Al poco
Tiempo ya eran uno más del lugar, todos fueron buscando sitios donde
Alojarse. Ya habían decidido que esta sería su nueva patria, pronto en el
El Pago también encontraron sus hogares, sus casas; donde cuidar los
sueños, planes y proyectos, con los que habían llegado para cumplir en
la Argentina.
Veinte años después
En el Pago de los Arroyos estaba por concluir el invierno tan duro
y lluvioso de ese año, 1920.
La Pensión del Cabotaje era un gran caserón colonial construido
en 1885 por el Doctor Antonio Vázquez, conocido escribano y abogado en
el Pago. Quince años después fue remodelada para convertirla en
inquilinato; un excelente negocio.
Estaba situada en la parte baja de la ciudad, muy cerca del río;
entre la calle del Bajo y el Boulevard de la Alameda.
Un alto portón en arco de hierro y madera, era la única entrada
para acceder al inquilinato.
Desde temprano la esquina mostraba gran actividad. Era como la
boca de un gran hormiguero activo, agitado y movedizo.
Los inquilinos, sumergidos en vaya a saber qué pensamientos,
entraban o salían, iniciando un día más en sus vidas.
Al ingresar se entraba al patio, de veinte metros de ancho por unos
treinta de largo. Este espacio estaba alfombrado por grandes mosaicos,
con dibujos geométricos blancos, negros y grises, en su centro se abría
un vistoso aljibe de gruesos ladrillos. En los costados del solar florecían
con fuerza geranios, madreselvas, malvones.
Por medio de una escalera caracol que existía a un costado, se
llegaba al techo del caserón donde una amplia terraza en forma de “U”
servía para airear y secar ropas. También era el escondite preferido de
algunos chicos, donde armaban y fumaban escondidos sus primeros y
prohibidos cigarrillos.
Atrás, se emplazaba la cocina comunitaria, formada por un amplio
salón rectangular, con ventanas al frente y atrás; disponiendo de una
portezuela que comunicaba con el amplio fondo.
Un pasillo, a la derecha, permitía ir a la parte posterior de la casa
sin necesidad de pasar por el salón.
A cada lado del patio, había cinco habitaciones entre floridas
macetas de arcilla cocida. Cada una tenía cubierto su frente por un alero
de chapa pintado de color verde pino.
Estos cuartos se comunicaban con el exterior por sólidas puertas
de pinotea que enmarcaban un largo vidrio, proporcionando buena
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claridad al interior a pesar de que habitualmente estos cristales estaban
sucios.
No había ventanas ni ningún otro tipo de ventilación.
Las paredes altas con los techo de chapa, parecían implorar por ser
blanqueadas, los manchones diseminados de humedad, con sus ojos
descascarados, semejaban llantos cuando las gotas de agua como
lágrimas bajaban hasta el piso. Los cuatro lados estaban adornados con
estampas de vírgenes, de caudillos, imágenes de San Roque y algún
espejo enmohecido.
Disponían de algunos catres o camas turcas, a veces camas
superpuestas; todo dependía del grupo que albergase.
Dentro del escaso mobiliario se veían mesas de pino, sillas de
paja, algunas desvencijadas, un viejo baúl, cajones que hacían las veces
de aparador, alguna máquina de coser, faroles a kerosene, velas de sebo,
aguamanil o palanganeros, escupideras; todo hacinado dejando un
estrecho espacio para circular.
Disponían de un rudimentario calentador a alcohol o aceite que,
cuando era usado, se colocaba en la puerta para que los olores saliesen
al patio; para el invierno contaban con viejos braseros de carbón.
Por detrás de la cocina se continuaba con otros cuarenta metros de
fondo de tierra. Atrás, un gran gallinero cerraba la propiedad.
En el terreno se veían canteros de diferentes verduras.
Plantas de limones, duraznos y naranjas crecían sin ningún orden;
brotando del suelo como generosos milagros. Solitario, a la derecha, se
levantaba un añoso árbol de granadas.
En el costado izquierdo, un largo tendedero multicolor sostenía la
ropa lavada en el día.
Sobre la mitad del tapial, se encontraba el baño comunitario con
un solo retrete. Una endeble puerta de chapa que no llegaba al piso,
facilitaba la ventilación.
El techo del sanitario se extendía cubriendo unos tres metros más,
resguardando una ducha y dos amplios piletones destinados a la limpieza
de las prendas de sus moradores.
En estos albergues familiares los servicios eran compartidos por
todos. Por esto, a la mañana temprano, había largas colas para hacer uso
del excusado o para tomar una ducha fría ya que el calefón, a alcohol,
raramente funcionaba.
Atrás, se abría en la tierra un profundo pozo de donde extraían
agua limpia, clara y fresca, que podía ser consumida sin problema.
En ese entonces la Escribanía Vázquez administraba y regenteaba
la vida de los habitantes de la Pensión Familiar del Cabotaje.
No era nada dificultoso hospedarse en ella. No, no si se tenía el
dinero. No existían contratos de alquiler ni ningún documento establecido
en “papel”. El primer recibo de pago se lo daban a los inquilinos a los
tres meses de haber ingresado.
Capitulo dos
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Poco después de que sonaran las ocho campanadas de la Catedral,
se juntaron en el patio Doña Adela, Ana, Calvina y Matilde, para comenzar
con las tareas cotidianas mientras cebaban los primeros mates de esa
mañana.
Adela, con sus casi cuarenta años era una mujer regordeta y
morena, simpática, locuaz, de ojos oscuros, con una trenza de pelo negro
y grueso que caía sobre su hombro izquierdo. Su cara era bella, con
pómulos salientes y labios carnosos; no disimulaba en nada su sangre
guaraní. Ana, la chilena, de unos cincuenta años, colorada, delgada y
petisa, siempre sonriente e inquieta. En el rostro prematuramente
arrugado se le abrían como tajos sus hermosos ojos verdes. Calvina,
nativa del lugar, no tenía más de treinta años, era una gorda morocha
simpática, de un metro cincuenta y casi ciento veinte kilogramos. Lo que
no le había tocado recibir en belleza lo hizo en cordialidad y calidez. Y la
anciana Matilde, como su esposo, oriunda del Pago de Los Arroyos, de
casi ochenta años, flaca, fibrosa, con una hermosa cabellera totalmente
plateada hasta la mitad de su espalda. Tenía su cara cruzada de arrugas,
con marcas de viejas fatigas, de muchas historias y huecos de olvidos.
Mirándole su rostro se podía leer claramente cada verano o invierno de
su vida, sus alegrías y todas sus penas y dolores.
Las cuatro eran inseparables desde que se conocieron diez años
atrás, cuando acertaron llegar casi al mismo tiempo al Conventillo. Fue
como si hubiesen acordado conocerse ahí, en el mismo momento en que
buscan hospedaje.
Esa mañana habían convenido como primera tarea baldear el patio
trabajando en equipo, quedando excluida Calvina, imposibilitada por su
gordura de hacer más de dos metros seguidos. Ella, desde un costado,
las animaba y cebaba mates. Sus tres amigas no querían volver a verla
rodar por el piso, como sucedió en dos o tres oportunidades en las que
arguyendo que estaba más flaca, tomaba una escoba y dos segundos
después caía al piso como una pesada bolsa de papas.
Adela y Ana con más fuerza y juventud, acarreaban desde el aljibe,
situado en el centro del patio, los pesados baldes de latón y desde atrás
hacia delante iban baldeando el piso sucio de tierra, hojas y algunas
plumas que caían de la terraza, la que era el refugio donde hacían sus
nidos palomas y gorriones; protegidos de los vientos del río que venían
del este.
Unos pasos más adelante, dispuesta con una gran escoba, estaba
Matilde, siendo menos flexible que el acero, trataba de dirigir el agua
hacia el frente buscando la puerta de entrada, pero el líquido arrojado por
sus compañeras volvía pasando entre sus piernas hacía atrás; sucio y
terroso.
La anciana estimó que se debía a un problema en la velocidad de
sus barridos. Sus débiles brazos no conseguían darle el ritmo adecuado,
sus extremidades fibrosas y flacas, parecían quebrarse como un junco en
cada nuevo intento. Calvina, desde un lado no dejaba de alentarla.
Quince minutos después, luego de arrojar unos diez baldes,
comprendieron que estaban haciendo algo mal. O la superficie a limpiar
era muy amplia o el equipo no era tan equipo.
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_Matilde, pará…atendé viejita querida-dijo Adela intentando
coordinar el trabajo-cuando larguemos los baldazos vos los vas
barriendo para el lado de la puerta, porque así “cepillás en seco” y más
mugre hacés… ¿entendés “mamita”?-la viejita la miró impotente, como
pidiendo disculpas con su mirada. Con la mano derecha se quitó de la
cara el pelo blanco tiza que le caía sobre el rostro.
_Ustedes me tiran de a uno…si es de a uno sí voy a poder… vamos
de nuevo, dale… a ver ahora.-respondió Matilde ya recompuesta,
mientras Adela y Ana se miraron sonrientes sabiendo que así avanzarían
como tortugas en el barro.
Después de tres intentos vieron que, pese a sus esfuerzos, la viejita
tambaleaba peligrosamente. Si se caía sus frágiles huesitos se romperían
en astillas, convirtiéndose en cien pedazos diferentes.
Ana detuvo el trabajo y cambiaron el orden. Ahora Adela arrancaba
con el agua y el escobillón desde el fondo. Cinco metros más adelante
Matilde agitada y asustada, con la boca abierta, intentaba llevar hacia el
frente con su barrida la mayor cantidad de líquido posible; unos pasos
en frente suyo, Ana recuperaba con su escoba el resto que se le
escabullía.
Poco a poco se fueron arrimando a la puerta de entrada por donde
empezó a salir el agua sucia bañando la vereda amarilla arena y mojando
los viejos adoquines de la calle.
Eran casi las diez. A esa hora los tres teros ya empezaban a gritar
por el fondo.
_Listo el pollo.1-dijo Ana, tomando con una mano la escoba de
Matilde que pálida y casi ahogada le sonrió.
_Calvina traele una silla a esta vieja y una limonada antes que se
nos muera.-aconsejó Ana, temiendo que la vieja se derrumbase infartada
sobre el piso húmedo. La miró sonriendo, le acarició la cabeza; para
alentarla le dijo que ya le comentaría a su esposo, Don Héctor, lo bien que
había trabajado.
El viejo Héctor era el marido de Matilde, trabajaba de sereno en la
nueva Usina. Ana estaba casada con Pascual, y desde que llegaron de
Chile era maquinista en el ferrocarril; por su parte Adela había venido del
Paraguay junto a Cirilo, su compañero, éste trabajaba en la
Municipalidad.
Calvina, desde siempre novia de Ángel, quien decía ser viajante. Él
era quien se hacía cargo de los gastos de su pareja pero jamás pasó por
la pensión. Ella, una o dos veces por semana, se tomaba el tranvía para ir
a visitarlo a su casa en las afueras del Pago. En esos días estaba
preocupada porque hacía casi un mes que no lo veía. En las últimas
cuatro visitas no lo había encontrado.
Al recibir el vaso, Matilde les sonrió agradecida y se sentó, lívida y
exhausta, sin pronunciar palabras.
Mientras ellas conversaban los hijos de Adela: Fermín y Clara,
junto a los de Ana: Benito, Clemente y Honorio, todos entre ocho y doce
años, jugaban con una pelota de trapo yendo y viniendo por el patio
limpio. La niña de ocho años, ya acostumbrada, era uno más de ellos.
_No m´hijo…por favor no, me van a destrozar las plantas…-gritó
desesperada Adela, que tanto le había costado que esas flores brotasen.
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_Pará Benito, pará querido…mi Dios…vayan a jugar al fondo…
Clarita querida vas a romper la maceta…portate bien mi vida…-
_Por más que les grités te las van a romper todas-dijo Matilde-no
entienden, hasta que no les des una paliza no paran, están mal educados
estos chicos; es por esa junta con los gurises2 del puerto.-
En la puerta del conventillo algunas mujeres del barrio regateaban
precios con vendedores ambulantes que ofrecían verduras, frutas y
panes. El murmullo que ahí se originaba se mezclaba con el del interior
del conventillo en cien voces diferentes.
De una de las habitaciones del lateral izquierdo salió Vicente
Carrare, un joven abogado de casi treinta años recibido hacía poco
tiempo. Impecable, dentro de su único traje gris, llevaba bajo su brazo un
par de expedientes. Era alto, de cabello castaño engominado y peinado
hacia atrás; sus ojos ámbar, sumamente expresivos parecían hablar al
mirar.
De origen humilde, había llegado de la Capital hacía unos diez
meses, cargado de sueños y planes, contratado por su tío, un conocido
abogado local.
Cerró con llave su cuarto, saludó sonriente a las señoras que
charlaban en el centro del patio, y apuró su paso para desaparecer tras la
puerta de calle cruzándose con Filomena que entraba en ese momento al
pensionado luego de su larga noche de trabajo.
Vicente se detuvo un instante para admirar la hermosa joven.
Sacudió su cabeza como para despabilarse, creyendo haber visto un
espejismo, luego continuó su marcha. Ella, de no más de veinte años, de
pelos y ojos negros, tenía los labios como dibujados, sensuales y
gruesos; medianamente alta, con un cuerpo escultural.
Filomena avanzó por el patio moviendo su cadera y haciendo
sonar, a cada paso, los tacos en el piso; con el rostro fatigado, ojerosa,
envuelta en una nube de perfume cansado.
Clemente, el mayor de los chicos, al ver la joven avanzar aferró la
pelota, deteniendo el juego abruptamente. Quedó paralizado, clavado al
piso, con la boca abierta, como gustando un dulce.
Ana, Adela, Calvina y Matilde se codearon entre sí apenas la vieron
entrar. La joven sin inmutarse pasó a un par de metros de ellas,
saludando con un parco “buen día” antes de ingresar a su cuarto y
acostarse a descansar.
Hacía sólo dos meses que había llegado del norte al pensionado,
era una bella criolla pura.
Apenas arribó consiguió trabajo en El Conejo Rojo, un cabaret
frente al Puerto Viejo, donde rápidamente fue la preferida de los hombres
del lugar.
_Es una desfachatada, una sinvergüenza…a mi no me asusta, ¡por
favor…! Pero es por los nenes… ¿vieron…?.-dijo Adela, mientras Calvina,
sentada al lado de Matilde, agregó:
_ ¡Claro, con ese cuerpo cualquiera trabaja en la noche!…Mí Dios.-
y Adela continuó:
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_Seguro que sí, algo hará para tener semejantes pechos. Es una
descarada andar vestida así delante de los chicos…pobrecitos, si son
angelitos inocentes.-dijo Adela, mientras con una mano cubría su nariz
para no respirar esa fragancia barata, y con la otra le pegaba un chirlo en
la nuca a Clemente para que se despabilase.
El niño, obnubilado, hizo poco caso al golpe recibido; escapó
corriendo escondiéndose durante dos horas en algún lugar del fondo,
para soñar tranquilo con la imagen de Filomena.
Desde temprano, como todos los días, estaba Angélica en la cocina
con un pucho armado en la comisura derecha de sus labios, como era
habitual.
Apenas amanecía, sin tener otra cosa que hacer, de su cuarto
pasaba al comedor donde iniciaba su mañana encendiendo el fonógrafo,
buscando los discos de pasta y prendiendo unas leñas en la cocina.
Escuchaba tangos mientras esperaba que se calentase el agua para
tomar unos mates antes de comenzar con sus tareas de limpieza.
Primero era el turno de la vieja cocina económica de hierro fundido,
luego no se detenía hasta que estuviese servido el último plato en la
mesa.
Siempre con la pavita cerca, barría y limpiaba meticulosamente el
salón comedor para después seguir con la gastada vajilla. En las pausas,
echaba unas leñas a la cocina para reavivar el fuego. Ésta en inviernos
servía también como estufa. Decía que era “buena” para aventar los
sabañones, que por ese entonces estaban a la orden del día; mucho más
en lugares donde la sanidad era pobre.
Era una simpática Calabresa que había enviudado muy joven sin
tener hijos, a los pocos meses de haber arribado al país junto a su
marido. Nadie tenía un registro de cuando esto había sucedido.
De baja estatura, gruesa, su pelo grisáceo, lo usaba siempre
recogido detrás de su cabeza. Ésta tenía la forma de una pera, con un
pequeño lunar en la mejilla izquierda. Sus ojos negros brillaban atentos
como buscando algo.
Nadie sabía bien su edad, pero seguro ya había pasado largamente
los setenta. Con otros pocos, fue una de las primeras en llegar a la
pensión hacía más de veinte años. Tal vez por su edad era tomada como
mediadora o jueza de los contubernios y dificultades entre los
inquilinos.
Desde su arribo planchó para “afuera”, yendo a hacer esa tarea a
algunas casas del centro, donde familias pudientes requerían sus
servicios, que después se extendían al resto de todos los quehaceres
domésticos: lavandera, costurera y cocinera. Ahora, a su edad,
continuaba con esas tareas por la tarde.
Algunos decían que el finado de su esposo le había dejado
bastante dinero, aunque sus gastos eran casi nulos, más allá del pago
del alquiler y su parte semanal en la provista de alimentos.
_Hoy Angélica, “le Donne Della Calabria”, prepará un buen
pucherito.-se decía asimismo para reafirmar que ella, y sólo ella, era la
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cocinera y regente en ese lugar. En esa cocina comedor había
establecido una monarquía, donde ella era la reina.
Excelente cocinera, más allá de lo humilde que fuesen las comidas
que preparaba, siempre resultaban exquisitos manjares. Le ponía magia a
su preparación, aunque sólo fuese un huevo duro; nunca dejaba que
nadie conociese al detalle de la secreta alquimia de sus recetas.
Muy frecuentemente se la encontraba hablando sola en
entretenidos y curiosos diálogos.
_ ¿Y qué querés…? Si no charlo me aburro-les respondía a los que
le preguntaban por sus conversaciones solitarias.
Sobre la mesa tenía una dura galleta marinera que iba comiendo
despacito, con la velocidad que le permitían sus únicos cuatro dientes en
esa boca casi desierta.
_Bueno Angélica, viejita vaga… ¿empezamos con el puchero…?…
dale, vamos, primero necesitamos las verduras-se decía levantándose de
la mesa y dirigiéndose hacia los canteros del fondo. Diez minutos
después ya estaba de vuelta con una canasta que contenía papas,
camotes, cebollas, puerro, ajos y algunas zanahorias recién sacadas de la
tierra.
_ A ver, Angélica decime, ¿las pelás vos o yo…?…dejá, lo haré yose
dijo continuando con ese raro ejercicio de auto conversación.
Puso a hervir agua en una gran olla de hierro, seguidamente se
sentó junto a un balde para pelar las verduras. Ahora en silencio,
escuchando el fonógrafo donde se oía cantar a Gardel: “Pobre mi madre
querida”. Angélica lagrimeaba, por la cebolla o por el tango, sumergida
en quién sabe qué pensamiento.
Cuando las verduras estaban tapadas por el agua hirviendo,
cortaba unos trozos de carne seca y algunos chorizos que pendían de un
alambre del techo. Luego llevó hasta la ventana el trozo que restaba de la
galleta, así también comían los gorriones.
Después limpió la mesa y se puso a amasar para hacer unos panes.
Ya empezaba a sentir que el patio se animaba entre charlas, barullos y
gritos. Ahí se mezclaban el bullicio de tantas personas, las risas, las
exageraciones, otros idiomas; la cuchilla resonando en la tabla de picar.
Eran las once, para esa hora el conventillo mostraba todos sus
colores, olores y sonidos.
Muchos de los inquilinos regresaban de sus trabajos iniciados
desde muy temprano. Ahora se oían más de diez voces hablando todas
a la vez. Esa apretada convivencia hacia que cada uno conociese la vida
del otro al detalle.
El viejo Héctor, Cirilo y Pascual, los tres recién llegados, charlaban
alegremente en el zaguán. Más adentro, cubiertos con polvo del puerto,
cuatro paraguayos bromeaban a pasos de donde conversaban Matilde,
Ana, Calvina y Adela.
De alrededor de treinta años, Juan, Ramón, José y Eustaquio;
parecían hermanos, morochos, de piernas delgadas y gran tórax.
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Desde su llegada al Pago, hacía tres años, habitaban un cuarto de
la pensión. Trabajaban como estibadores portuarios, sus jornadas se
iniciaban a las cuatro de la madrugada. Una hora después comenzaban a
hombrear bolsas de cereales en el Puerto Nuevo.
De todos, eran los paraguayos los más reservados con el resto.
No olvidaban los cuentos de sus padres cuando contaban sobre la
maldita guerra del 65: una cobarde traición, en donde los kurepas3,
brasileros y uruguayos, habían comenzado a destruir su pueblo; en esos
días que para muchos el sol nunca brilló.
Los del zaguán se arrimaron a los Paraguas4, como le decían a los
cuatro estibadores.
La charla continuó entre risas y bromas. El viejo Héctor quedó con
Juan y Eustaquio, contándole alguna de sus viejas historias, el resto fue
hacia el fondo a lavarse y refrescarse un poco. Cirilo y Pascual se
detuvieron unos minutos para saludar a sus mujeres, Adela y Ana,
mientras José y Ramón se pararon en la puerta de la cocina para saludar
a Angélica.
_Buen día Doña Angélica, ¿qué está haciendo de rico?-preguntó
José que sentía dolor en su vientre del hambre que tenía. No probaba un
bocado desde la noche anterior, cuando en su cuarto se calentó un mate
cocido y comió algunos bizcochos grasientos.
Angélica, mirándolos fijos le sonrió con su pucho en la boca, pero
fue breve, necesitaba aceite y tenía que colarlo; hacía más de tres meses
que usaba el mismo de la lata comprada en la provista de mayo; jamás
tiraba la comida ya que para ella eso era un gran pecado.
_Buen día m´hijo, para hoy hay un puchero con una sopita de fideo
y verduras…pero bueno, vamos,” vía… vía” así yo termino.-
José y Ramón se miraron sonrientes y siguieron hacia el fondo a
lavarse; estaban roñosos y polvorientos, tenían que limpiarse un poco si
a la tarde salían a buscar algún trabajo extra.
Los gritos del fondo alertaron a las mujeres, pero la vieja Matilde
las tranquilizó:
_Dejá…son los chicos cascoteando a los perros…cuando empiezan
no terminan estos mocosos, pero “bue”…así es la vida; los teros comen
a los bichos, los perros corren a los teros…y los pibes joden a los
perros…-
Capitulo 3
Héctor Acuña seguía con sus cuentos cuando se detuvo al ver Al
Gordo Cuerda, el encargado del conventillo, entrando por el zaguán.
Bajando la voz les guiñó el ojo a Juan y Eustaquio, y moviendo la cabeza
hacia un lado, como indicando, les dijo:
_Ojo, shhh, ahí viene el alcahuete del Doctor Vázquez…andá a
saber qué anda buscando el”Picado” si hoy recién estamos a mitad de
mes, faltan quince días para el alquiler.-así hablaba él del encargado, al
que consideraba su enemigo desde que llegó hacía veinte años.
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El gordo Rogelio Cuerda, desde que los Vázquez iniciaron su
negocio del conventillo, era su fiel y obsecuente encargado, vigilante de
todo lo que ahí ocurría. Un soltero eterno de unos sesenta años, petiso,
de un metro cincuenta, redondo, con una cabeza inmensa como un melón
y el cuello grueso como una bufanda de carne. Su cara parecía la de un
sabueso guardián “Picado” por la viruela; sus ojos saltones con mirada
inquisidora, cubiertos por unos pequeños anteojos de metal, semejaban
los de un búho al acecho. Dirigiéndose a nadie en particular dijo:
_Ando buscando a Balero Flores, al compadrito… ¿Dónde está ese
atorrante5…?-
Héctor, quien tampoco tenía simpatía con el joven porque desde
que había llegado, hacía dos años, traía problemas y líos para el resto del
Conventillo, le respondió:
_Mire Cuerda, ese mocoso desde que llegó anda haciendo bodrios,
despelotando7 todo. Mientras nosotros nos deslomamos laburando todo
el día… hace como tres días que no lo veo. Andará por “las casas
malas8”, de minas9…o a lo mejor se lo adoptó alguna puta de El Conejo
Rojo…si lo único que sabe hacer es eso, o afanar10 lo que encuentra…acá
no podemos dejar ni una moneda porque él se lo roba todo…-pero
Cuerda no quería perder el tiempo y lo interrumpió.
_Sí, eso ya lo sé, le pido que le diga, si lo ve, que vaya para lo del
Doctor Vázquez; nos anda debiendo un meses de alquiler, y lo que va de
éste…que no se haga el burro porque lo echaré a patadas de acá.
Después están los otros, Rocamora, Ferreira y Bonaventura, lo de
ellos es mucho más grave, nos deben más de tres meses. Me parece que
el Juez de Paz les hará una visita… ¡con las fuerzas públicas!… para que
se manden a mudar de acá, ¡parece mentira, se hacen los ranas11
pensando que no los vamos a desalojar!…ya los buscaré en su trabajo.-
dijo el Gordo Cuerda al irse enojado mientras se cruzaba, en la puerta,
con Vicente Carrare que entraba en ese momento. Mientras esto sucedía,
Balero espiaba todo fumando escondido en la terraza.
Balero, Tomas Flores, de oficio albañil, era nacido en el Pago de los
Arroyos; luego que murió su madre, viuda de un alemán, buscó un lugar
en el conventillo allá por el 1918.
Algo exaltado e impulsivo, lo apodaban “Balero” por la forma de
su cabeza, muy grande para su cuerpo, y por las insólitas ideas que solía
tener. De unos veinte años, era un joven atractivo, rubio con rulos, flaco y
cara de vago; no parecía tan malo como decían algunos.
Desde su escondite, cuando vio que ya no había peligro, bajó
tranquilo por la escalera, como si nada se hubiese dicho en ese patio.
Todos lo miraron, pero él ni se inmutó. Pasó caminado al lado de Vicente
al que saludó.
_Hola Dotorcito12, ¿cómo andás…?.-desde un costado Don Héctor
le dijo.- _Ahí te está buscando la cana13, vino el Gordo “Picado”…dice que
vayas a pagar, que no te hagas el pavo…mirá que ese chismoso es medio
loco.-fue interrumpido por Angélica que desde la cocina gritó:
_ A ver si se dejan de hablar y vienen a comer, después no se
enojen si comen frío.
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En ese momento salía de su cuarto Filomena, aún media dormida,
con una toalla en su mano, iba hasta el fondo a lavarse un poco antes de
almorzar. Bajo su alero estaba parado Balero charlando con Vicente, éste
la miró por un instante, ella le sonrió y continuó su marcha.
Don Pedro y Doña Rosa cruzaron el zaguán, con sus bártulos en
las manos, los dos de más de setenta años, eran mimbreros, aunque
Rosa según la estación también era florista. Desde que amanecía
empezaban a recorrer la ciudad y la zona de quintas con su carretón
cargado de cesterías; detrás del percherón de tiro. De regreso dejaba la
carreta y el animal en un corral cerca del puerto.
Habían llegado de Piamonte por el 900, y rápidamente se
aclimataron a la vida en su nueva ciudad, gustaban del Pago y de su
gente.
Canosos, de baja estatura, con sus ojos claros, azul intensos; una
seña clara de que eran del norte de Italia.
Callados y muy respetuosos, saludaron tímidamente y siguieron
hacia el fondo. Tras ellos llegaron los dos viejos pescadores, Rosendo y
Miguel, oriundos del lugar. Hacía más de cincuenta años que desde antes
que amaneciese recorrían los riachos entre las islas y el río, buscando
buena pesca que después vendían en un puesto que montaban en la
costanera con una tabla y dos caballetes; ambos con la piel tan
bronceada y curtida que ya nunca más se les aclararía.
La cocina parecía el comedor de un cuartel: había no menos de
dieciocho adultos y los hijos de Ana y Adela. Después seguía la otra
tanda, “los de la tarde” como les decían; eran tres familias: los Ferreira,
Rocamora, Bonaventura, que junto a sus críos llegaban después de las
dos.
Angélica siempre cocinaba para un ejército. Era costumbre en el
conventillo un buen almuerzo, ya que a la noche cada uno picaba algo en
sus cuartos: unos trozos de pan, salamines, algo de queso, con unos
mates o un cocido. El magro presupuesto de sus habitantes no daba para
más.
Doña Angélica nunca se sentaba, servía y controlaba. De espalda a
la cocina, mirando la mesa con su pucho apagado en los labios, dirigía
todo.
El lugar era grande, pero eran tantos que estaban como
apichonados, cada uno en su lugar habitual.
De la olla salía un aroma exquisito que parecía drogarlos. La
mayoría no había probado bocado desde la noche anterior, salvo algún
pedazo de pan o bizcocho al amanecer.
Durante la sopa nadie emitió sonido, no querían ni por un segundo
dejar de gustar de ese caldo caliente, delicioso, con gusto a carne,
verduras, aceite y los condimentos justos. Con una mano dirigían la
cuchara, con la otra ensopaban el pan recién salido del horno. Cada vez
que se vaciaba la jarra, Clemente, uno de los niños, se encargaba de
buscar la damajuana del rincón, para recargar el recipiente con ese vino
rojo espumoso.
13
Lo único que se oía era el fonógrafo y el raspado de las cucharas,
como buscando en el fondo del plato encontrar otro más. La panera ya se
había vaciado tres veces.
_ ¿Sabe qué, doña Angélica…?…otro platito me haría de bien…
¿puedo…?-dijo Balero que inmediatamente fue interrumpido por la
Calabresa.
_Callate y comé lo que tenés…si te doy más no queda para los de
la tarde…ya te voy a dar puchero… ¿qué tenés en esa panza?, siempre
andás con hambre.-ahora la interrumpió Balero.
_Sabe lo que pasa Doña, es que estoy creciendo y trabajo mucho.-
de la otra punta de la mesa Héctor le gritó.
_A ver mocoso si te callás y comés, no digas bolazos14.-
Vicente se rió, mirando a Filomena que también sonreía y le dijo:
_Dejate de joder Balero que vos ni trabajás…ni crecés.-
En ese momento le fueron pasando los platos vacíos a Angélica,
que luego de apilarlos en la mesada sirvió la fuente con el puchero. Ahí
empezó como un cotorrerío en la mesa. Adela, Ana y Vicente comenzaron
a hablar, lo mismo sucedía en el extremo de los paraguayos. Todos
elogiaban la mano maestra de Angélica para la comida. En cinco minutos,
del puchero no quedó más que lo que Angélica apartó para los
comensales de las dos. Eustaquio movió la silla para acomodarse y sin
querer, por la falta de espacio, pellizcó la pierna de Balero que gritó como
un cordero degollado, mientras el paraguayo se disculpaba.
_ ¿Che qué hacés Paragua turro15…la puta que te…-
_ ¡Mocoso callate!-gritó Angélica-te pego un sopapo en la jeta si
decís malas palabras; están los nenes y estamos comiendo… mal
educado.-pero él, como si nada hubiese ocurrido, cambiando de tema,
mirando a Vicente le dijo:
_Dotorcito, ¿querés que a la tardecita vayamos acá enfrente, al
Faro y hacemos unos billares…?-
Vicente en ese momento estaba hablando con Rosendo, lo miró y le
dijo que si volvía temprano del estudio irían. Balero no dijo nada, solo
sonrió dando dos palmadas en el aire, como una recompensa gratis. Y
olvidándose del incidente de la silla, se puso a charlar con Eustaquio, que
al principio lo miraba con desconfianza. “Este pibe es loco y capaz de
cualquier cosa”.-pensó mientras siguieron conversando tranquilamente
de fútbol. El resto de los comensales hablaban los más variados temas: la
marcha del gobierno de Irigoyen, el costo del mimbre, la escasez del
sábalo en el río, la pronta inauguración del cine local.
Eran varios mundos en ese pequeño mundo en común para todos:
el del conventillo del Cabotaje.
Poco a poco el comedor se fue vaciando, y cada uno volvió a sus
actividades.
Estaba oscureciendo cuando Vicente salió del estudio; el cielo
color plomo advertía lluvias seguras para esa noche.
Hacía un par de meses que trabajaba de lunes a lunes, cada día
tenía más clientes. Meses atrás habían llegado a su escritorio
14
renombrados casos judiciales del Pago. Él, con conocimientos, tesón y
mucha garra, los terminó resolviendo de manera impecable y en un
tiempo muy breve. El resto fue el comentario de boca en boca, su
nombre se hizo conocido en el ámbito de la justicia del Pago; de ahí en
más sus clientes crecían día tras día.
Cruzó la plaza donde los que aún andaban apuraban su paso para
volver a sus hogares. Eran sólo cinco cuadras hasta el inquilinato, dobló
en la esquina y continuó caminando por la Calle del Bajo.
Balero, sentado en uno de los tres escalones por los que se
accedía a la puerta del conventillo, miraba embobado hacia el frente,
donde en el almacén de Elena una de sus jóvenes hijas, estaba entrando
los pequeños carteles de ofertas. Mirándola fijo le guiñó un ojo; Teresa
sonriendo entró la última pizarra, en ese momento llegaba Vicente.
Juntos cruzaron la ochava entrando en el bar el Faro, donde
quedaban pocos parroquianos bebiendo una copa. Algunos sentados en
toscos taburetes en el fondo, frente a la gastada barra de madera y
estaño. Sobre ésta, había una caramelera de grueso vidrio en uno de sus
lados; donde se mezclaban algunos dulces de anís y de eucaliptos.
Detrás estaba Don Roque, el cantinero que con un cigarrillo en su boca
iba despachando lo que le pedían, mientras discutía con Don Braulio por
el precio de los salamines, mortadela y morcilla o algún otro fiambre que
le traía de su chacra.
En el aire de la fonda, entre el humo de los cigarros, se mezclaban
cientos de olores.
Bajo una luz mortecina se podía ver el piso mugriento, con
cáscaras de maní donde se mirase sobre las baldosas blancas y negras.
Era un lugar pequeño, cortado en la mitad por dos mesas de billar.
De techo de cinc, con telarañas en sus ángulos, no disponía de más de
una docena de mesas. Ellos eligieron la suya cerca de la puerta de
entrada. Al minuto estaba ahí Don Roque preguntando qué les servía,
mientras con un trapo sucio en su mano iba quitando las migas que
había sobre el mantel. El hombre, de unos sesenta años, de grueso bigote
amarillento, gordo, alto y calvo, estaba bañado en sudor. Vestía una
camisa de color indefinido por las miles de manchas que se estampaban
en ella; anudado a su cintura tenía un delantal todo salpicado en grasa.
_Dotorcito, ¿me acompañás con una grapita…?-preguntó Balero
mientras encendía un armado que ya tenía preparado en su mano.
_Dale nomás.-respondió Vicente, que seguía con su vista una
partida de cartas que se jugaba en la mesa vecina. De inmediato el
cantinero dejó sobre la mesa el pedido y se sentó al lado reemplazando a
uno de los jugadores. Ahora estaba Blanca, su esposa, detrás de la barra.
Desde afuera entraban fuertes risas y voces roncas, eran unos
pescadores conversando y bromeando, mientras que arreglaban sus
mallones y espineles, bajo la pobre luz de un farol a querosene. El más
anciano estaba en silencio, con un pucho apagado en su boca,
concluyendo su tarea; miró al resto y dijo:
1. _ Vamos turritos, dejen de gilear che, en una hora salimos
para Las Aguas Negras.-todos sonrieron cuando el viejo
pescador les pidió que se apurasen.
15
Mientras Vicente observaba el líquido ámbar claro de su copa,
Balero estaba pidiendo otra y con sus manos iba armando otro cigarro.
_Así que andas con problemas de plata.-le dijo el abogado.
_ Y… no está fácil la cosa… viste…yo hago changas16 de albañil, y
no saco mucho con eso. A un mayor le pagan 4 pesos el día, a mí, por ser
pendejo17, como dicen, no más que 1,50. Dotorcito, imaginate que
laburando18 25 días por mes no llego a los 40 mangos19…y de ahí 25 son
para el alquiler, más de la mitad…por eso me atrasé esta vuelta.-hizo una
pausa para terminar su segunda copa, le mostró a Blanca que tenía su
vaso vacío, y continuó.
_Pero vos sí que la tenés fácil, un bacancito20… sos Doctor…
¿quién te puede hacer algo…?.-sonriendo Vicente lo interrumpió.-
_No te creas Balero, allá en Buenos aires trabajé en el correo para
poder estudiar. No pienses que eso me dejaba mucho tiempo para mí. O
estaba completando planillas o pegando estampillas, y sino con los
libros. Esos eran mis días. No, ¡qué va a ser fácil!…-se quedaron callados
bebiendo, cada uno recordando sus cosas. Vicente, volvió a hablar, como
pensando en voz alta.
_Y después me tuve que venir; mis viejos no tenían un cobre21, con
otros tres hijos que aún no han pasado los 15 años.
¿A qué me iba a quedar…? Allá son cientos los abogados que se
sacan los ojos por ser empleados roñosos de algún estudio más o menos
importante.
Cuando hablé con mi tío me contó que acá había oportunidades, no
lo pensé mucho, hice las valijas, tomé un tren en Retiro y terminé en El
Pago de los Arroyos, alojado en el conventillo.-Balero con sus ojos ya
rojos, armando otro cigarro lo escuchaba atentamente.
Desde que se cruzaron ese primer día en el patio de la pensión
simpatizaron entre sí. Vicente jamás quiso escuchar los mil delitos que se
le atribuían, pero tampoco le daba la edad para delinquir tanto como
decían._
Yo no-dijo Balero-no pude seguir estudiando, pero ojo que leo
bien y sé algo de matemáticas, bueno…para no macanear A, con las
divisiones me confundo un poco…Dotorcito, mi viejo murió cuando yo
era muy chico, aún no tenía un año, no me acuerdo de él; apenas llegó de
Alemania, en 1900, se conocieron con mi vieja y se casaron; ella era
criolla, yo uso su apellido: “Flores”, porque es más sencillo;…Krausht es
muy difícil.
Desde los diez que ando entre la cal y ladrillos como peón de
albañil. Ahora estoy haciendo algunas changas: palear escombros, o a
veces lo ayudo al italiano Don Tito en su carbonería; pero nada fijo…
¿viste? Hoy el conchabo03 no es fácil… ¿qué voy a hacer? así voy
tirando22 hermano. -hizo una pausa, termino su quinto vaso y siguió.
Hace tres años se murió mi mamá, no tengo ni hermanos ni
parientes acá, así que si me quieren conchabar ahí estoy, solito, siempre
listo.-para ese entonces ya arrastraba las palabras, y cuando quiso pedir
una copa más Vicente lo detuvo.
_No Balero, falta poco para las once, es tarde.
16
Mañana hablaré con mi tío, tal vez necesite un pibe para hacer
algunos mandos, ya veremos.-para no trabarse en la respuesta, Balero le
dio una palmada en el hombro mientras Vicente pagaba.
Con la charla se habían olvidado del jugar al billar.
_Habías sido un buen tipo Dotorcito, ¿por qué nos demoramos
tanto en hacernos amigos?-Vicente le sonrió y juntos cruzaron la calle.
Esa noche fue la primera vez, desde que se conocían, que
charlaron temas íntimos.
En una muestra de afecto, el joven abogado intentó palmear la
espada de Balero, éste asustado dio un paso al costado.
_ ¡No Dotorcito!, ni se te ocurra tocarme, me duele todo el cuerpo.
Hace dos días me hice un tatuaje grande, ahora hasta los pelos me
arden che…ojo, no vas a pensar que soy un mariposón23, no, me duele en
serio hermano.-Vicente lo miró sonriente, comprendiéndolo.
Luego se saludaron en el patio del conventillo; había empezado a
lloviznar. Vicente fue hacia su cuarto, aún debía leer unos escritos para el
otro día.
Balero continuó hasta la cocina donde Rosendo y Miguel tomaban
un tinto. Cuando entró los viejos pescadores lo vieron colorado, con sus
ojos rojos y pasos vacilantes.
_Mi amigo, estás medio escabiado24, parece que te has tomado
todo, hasta “la molestia”.-le dijo Miguel bromeando, aunque ellos
tampoco estaban tan frescos.- tomá, tomate un vinito, con esto te
recomponés enseguida. Balero siguió el consejo de los mayores y
continuó tomando vino.
Una hora después sus compañeros se habían ido a dormir, debían
madrugar para iniciar su jornada de pesca en las islas. Balero apagó la
luz, cerró la puerta y por el pasillo se fue al baño. Estaba lloviendo
intensamente.
Al volver sintió ruidos, iba por la mitad del fondo cuando recibió el
primer golpe en la cara, cayendo sentado sobre un cantero. Mareado y
aturdido vio dos hombres grandotes frente a sí, más atrás, bajo la planta
de granadas, creyó distinguir la figura del Gordo Cuerda. Se levantó pero
de inmediato volvieron a golpearlo en la cabeza y sobre el vientre. Él
intentó defenderse cubriéndose el rostro con sus manos pero de nada
sirvió; sintió unos rebencazos en su espalda que lo hicieron arquear, y
así, a los golpes lo llevaron hasta el patio, mientras le decían una y otra
vez:
_No vas a joder más pendejo de mierda…con la guita25 no se jode,
lo vas a aprender raterito26…-fue lo último que escucho antes de caer
desvanecido, boca arriba, frente a la primer habitación del patio.
Su cara estaba bastante lastimada, con los labios sangrantes y los
ojos hinchados con grandes hematomas.
Por el frente, tres sombras escapaban presurosas.
Vicente se despertó con los ruidos, y al asomarse por su puerta vio
del otro lado un cuerpo tendido bajo la lluvia. Se acercó rápidamente
comprobando que era Balero. Al minuto todos los inquilinos estaban en
el patio. Vicente desesperado, pidió a Eustaquio y Ramón que corriesen
al hospital a buscar a la Doctora. Mientras ellos salieron a la carrera,
17
Matilde apartó a Vicente para cubrir al herido con una manta y llevarlo al
cuarto de al lado.
Vicente corrió hasta el fondo, al no ver nada raro volvió apresurado
hasta la puerta de entrada. A unos cincuenta metros le pareció ver
arrancar un Ford, tal vez un 19, pero poco se veía por la intensa lluvia.
Apenas lo pusieron en la cama Balero despertó.
Al ver tanta gente con sus caras compungidas y recordar la feroz
golpiza, creyó que había muerto y ahora lo estaban velando. En ese
momento sintió dolores en todo su cuerpo, como si una locomotora le
hubiese pasado por encima.
Asustado, medio ebrio, miró de un lado a otro la multitud que
ocupaba el pequeño cuarto. Con su boca sangrante e hinchada, dijo:
_Fue el Gordo “Picado” con dos matones, me cagaron a palos…les
juro que no tuve julepe27, no me ablandé; pero no pude con todos.-
Al verlo consciente y hablando todos empezaron a opinar sobre
qué debían hacer con él para aliviarlo. Porque pensaban que, si bien ese
chico era un vago haragán, no dejaba de ser uno más de ellos, de la
familia del Conventillo. Y si no se cuidaban entre ellos, ¿quién lo haría?
Don Miguel, mirando el estado en el que habían dejado al pibe
pensó-“Pucha28 que le han dado fuerte, pero vamos a cuidarlo entre
todos…porque más allá de la puerta los único que se rascan para afuera
son los perros.” –
_ ¡El Gordo Cuerda!, ese es un farabute29 y pendenciero. Casi te
amasijaron01, ojo que esa es gente de avería02.-sentenció Rosendo.-
_Vamos a darle un té de manzanilla.-propuso Adela, pero de
inmediato la interrumpió Ana.
_No, no, con semejantes golpes eso no le hará nada, hay que
frotarle carne fresca en los chichones de la cabeza, parecen huevos.-con
más experiencia la vieja Matilde sugirió hacerle cataplasmas con aceite y
cebollas.-en ese momento entró Filomena trayendo una palangana con
agua y unas toallas para limpiarle la cara. Mientras tanto Vicente se sentó
en el borde de la cama tomándole la mano. En ese instante la puerta se
abrió y entró la Doctora con los dos paraguayos tras de sí.
_Tuvimos suerte de encontrarla Amanda.-dijo Don Pedro tomando
la mano de Doña Rosa que como siempre estaba a su lado.
La médica lo revisó en silencio y comprobó que no tenía ningún
daño severo. Era sí, una terrible paliza.
Le limpió la cara con gasas humedecidas, y después sacó de su
maletín un pequeño frasco con yodo para aplicarle en las excoriaciones.
Con un algodón y cuidado maternal fue limpiando cada raspón que el
joven tenía en su rostro. Luego le puso una toalla mojada en su nuca y le
aplicó con sumo cuidado un ungüento sobre sus ojos. Balero con
pánico, la miraba inmóvil. Ella sonriente, acariciándole la frente le dijo:
_Tranquilizate, vas a andar bien, sólo tendrás que aguantar el dolor.
Cualquier dificultad te llegás al hospital, toda esta semana estoy de
guardia, sucede que hay muy pocos médicos disponibles.-
Al sentir esto, los inquilinos aplaudieron felices.
_Pucha qué es cierto:”yerba mala nunca muere”-dijo bromeando
Pascual.
18
Todos querían agradecer el gesto de la profesional. Ella, solidaria
siempre había estado en las ocasiones que se la necesitó. Ni allí ni en el
Asilo y Hospital Santa Rita, aceptó jamás un centavo por sus servicios.
La Doctora Valente oriunda del Pago, de casi treinta años, era una
mujer bella, con buena figura, alta, de cabello castaño oscuro, recogidos
tras su nuca, sus hermosos ojos color avellana brillaban en su cara; su
rostro se llenaba de gracia al sonreír, con dos pequeños hoyitos que se
formaban cada lado de sus mejillas. Muchos se preguntaban por qué,
siendo como era, aún no se había casado. Era una de las pocas mujeres
médico del Pago.
Amanda cerró su maletín, saludando a todos antes de irse.
_Bueno, vamos saliendo así este pibe descansa.-dijo Vicente
mientras Doña Rosa cubría a Balero con una frazada.
Cuando iba saliendo de la pieza, Balero llamó a Vicente, quien giró
para escucharlo.
_Che Dotorcito, gracias…gracias amigo.-
Capitulo 4
Eran las dos de la mañana y en la cocina estaban hablando algunos
de los hombres del conventillo, mientras Doña Angélica los acompañaba
cebando unos mates y preparando la masa para hacer unas tortas fritas;
con esa lluvia afuera estaba especial para comerlas.
_Esto no es cosa del Doctor Vazquez, no, ¡qué va a ser!…no, este
ha sido el alcahuete de Cuerda con algún otro matón. Con esta, van tres
veces que este pibe cobra30-dijo Héctor deteniéndose para seguir con la
ronda de mates. Luego continuó.
_Vázquez no necesita hacer estas cosas, ya mucho trabajo tiene
ahí en la Escribanía. Es dueño de pilas de casas en alquiler, además del
campo. El encargado es el Gordo Cuerda, un chupamedias que se
encarga de todo y gana un porcentaje por pesos cobrados. Es un buitre.
Por eso también está enfurecido con Ferreira, Rocamora y Bonaventura;
pero éstos la tienen más difícil, ya va para tres meses que no pagan.-
Los tres inquilinos a los que hacía referencia Héctor trabajaban en
la Fábrica de tejidos e Hilados las Mellizas. Esta empresa estaba a punto
de quebrar y pagaba a sus operarios sólo medio jornal; sin posibilidades
de hacer horas extras. Con ese dinero poco se podía hacer.
José, con el mate en su mano agregó:
_ Chamigo31, es un cabrón, no perdona una, o pagás o te prepotea
de mala manera, siempre que me cruzo con él le pido a la Virgencita de
Itatí que lo pise un tranvía.-Héctor sonriendo le dijo que sí, que era cierto,
y continuó.
_Me acuerdo que hace unos cinco años vivían acá tres italianos
mañosos para sacarles una moneda, siempre se atrasaban con el alquiler.
Pero les duró poco, una noche que pescaban en el muelle, el gordo con
otros compadritos los agarraron de atrás y los molieron a palos, si hasta
uno cayó al río y casi se ahoga. Al otro día hicieron sus valijas y se
mandaron a mudar en tren para la Capital. Vieras como habían quedado,
si les pegaron hasta en las uñas.- Vicente atento a todo lo que decía, lo
interrumpió.
19
_ ¿Y ustedes no hicieron nada…no fueron a hablar con el doctor
Vázquez?, porque entonces….- pero Héctor no lo dejó terminar y,
mirándolo como un padre que le explica a un hijo que aún no sabe nada
de la vida, le dijo:
_No m´hijo, no, ¿qué íbamos a hacer? Acordate lo que les pasó el
año pasado en Buenos Aires… a los que intentaron protestar los
masacraron. Y eso que allá eran muchos. Acá somos cinco o seis gatos
locos.
Ellos tienen plata, son los que mandan. Si uno llegaba a abrir la
boca también cobraba. Y ese es el negocio de este chanta32, o le pagás o
te estrola33, siempre ayudado de sus malandras34 porque es un cobarde; a
él no le convienen los que no pagan, no cobra comisión. Entonces
prefiere que se vayan y que venga un nuevo gil35. No m´hijo, no, vos sos
nuevo pero andá sabiendo que al Gordo Cuerda no es fácil engrupirlo36,
son pocos los que lo engañan.-desde la cabecera Pascual agregó:
_Mirá, imaginate que yo desde que llegué jamás me demoré un día
en el pago, pero cada vez que me cruzo con él me recuerda que no hay
que atrasarse.-mientras decía esto Angélica empezó a sacar las tortas
fritas recién hechas de la olla de grasa. Puso algunas en un plato grande
y las colocó en el centro de la mesa. Continuó haciendo algunas más
para tener a la mañana siguiente.
En la mesa siguieron hablando un rato más, ya eran las tres de la
mañana y todos tenían que madrugar.
Vicente se despertó cansado, hacía mucho frío en la habitación. En
la oscuridad del cuarto buscó los fósforos sobre su mesa de luz, y al
encenderlo vio en el reloj que eran casi las siete.
Se levantó tiritando aunque tuviese puesta una gruesa camiseta y
calzoncillos largos. Encendió la luz y observó las camas deshechas de
Rosendo y Miguel, con quienes compartía el cuarto.
“Para esta hora ya estarán remando por el Pavón37, camino a las islas”.-
pensó y se dirigió al rincón a prender el calentador para prepararse un
mate cocido.
Comenzó a higienizarse. Sobre la pared opuesta, descascarada y
con manchas azulinas de humedad, colgaba un espejo oval de casi un
metro de diámetro con un marco de madera oscura; bajo éste, en una
mesa, se apoyaba una palangana con agua limpia. Todas las noches
antes de acostarse la dejaba preparada para el día siguiente.
Después de afeitarse se lavó la cara y la cabeza, y terminó de
vestirse volviendo al espejo para peinarse hacia atrás con gomina,
aunque a veces usaba la brillantina que le había regalado Rosendo.
Coló la jarra de mate cocido en una gran taza de metal y fue
bebiendo, mientras buscaba unos expedientes y carpetas en una caja de
madera que le servía de informal escritorio.
Antes de salir, sacó 50 pesos del fondo de su valija, donde
escondía su dinero dentro de un pequeño frasco de vidrio.
20
Aún seguía lloviendo, caminó hasta la cocina donde hacía una
hora estaba Doña Angélica; cuando entró la encontró hablando con ella
misma sobre el almuerzo que prepararía.
_Buen día Abuela, ¿sabe cómo anda Balero?- la anciana, parada al
lado de un brasero que calentaba sus heladas piernas, le respondió.
_Anda mejor, ya lo vio Matilde que le llevó un té de manzanillas, no
le duele tanto, pero tienes los dos ojos negros como pozo ciego.
Ahora creo que duerme.-dijo Angélica y calló, buscando en el aparador
unos condimentos. Vicente le sonrió, cerró la puerta y se fue hacia el
Estudio Carrare.
Durante la noche había llovido sin parar. En el techo de la última
habitación de la izquierda se había acumulado gran cantidad de agua en
la canaleta. El orificio de salida del desagüe se había tapado con hojas,
paja y ramas, por esto no podía desagotar hacia el fondo.
Eran casi las ocho, en el cuarto de abajo, donde todavía dormían
Rosa y Pedro, habían decidido no trabajar.
En días de lluvia era imposible sacar la carreta y andar la ciudad,
sus trabajos en mimbre se arruinaban con la humedad.
Él casi tenía ochenta años, y ese frío invierno había castigado sus
pulmones, cargándolos de flema. Antes de dormirse, su esposa hirvió
hojas de eucaliptos para que él respirase sus vapores.
Primero se oyó un leve chasquido, que fue subiendo en intensidad
hasta que la chapa se venció, plegándose hacia abajo. Más de cien litros
de agua helada cayeron, como si fuese una catarata, sobre la cama de
Pedro, que estaba profundamente dormido. El anciano, totalmente
empapado y aterrado, aún soñando gritó:
_ ¡El bote, empujame la barca…ayudame Rosita, me ahogo!-
Rosa se despertó bruscamente con el estruendo de las vencidas
chapas y los gritos de pánico de su marido.
Se levantó rápidamente de su cama y, en total oscuridad fue
tanteando la pared hasta conseguir encender la luz para ver qué pasaba
en la cama de Pedro.
_Mi Dios… mi viejo…Pedrito, ¿estás bien?-dijo al ver a Don Pedro
pálido, parado, tiritando, en la cabecera de la cama, con su espalda
apoyada en la pared de una de las esquinas de la pieza; totalmente
mojado, con sus brazos cruzados sobre su cuerpo, como si eso le diese
algún calor. Con sus cincuenta kilogramos, parecía un pajarito desvalido.
Pero ella resuelta y valiente no perdió un segundo, chapoteando sobre el
piso en declive llegó hasta él y, cargándolo en su hombro, de inmediato
volvió a su cama seca, donde lo acostó.
Corrío a prender el calentador, echó querosene sobre unas
maderas en el brasero, lo encendió y volvió con unas toallas hasta la
cama, donde su esposo gritaba, temblando, que se iba a morir congelado.
Rosa, comenzó a quitarle la gruesa camiseta de franela mojada.
Cubrió su torso con toallas y continuó sacándole los calzoncillos largos,
también empapados. Como una madre, empezó a secarle la cabeza
encanecida; lo tapó con dos frazadas y del ropero sacó abrigos secos
21
para volver a vestirlo. Pero él, calado hasta los huesos, carraspeando,
seguía gritando como un niño perdido.
_ ¡Ay mamita que frío, ay Rosita me muero, hacé algo viejita…hacé
algo por Dios!-en ese momento entraron Angélica y Matilde alarmadas
por los gritos. La primera opinó que había que darle un vaso de grapa
para calentarlo por dentro, la otra creyó que era mejor el oporto. Cinco
minutos después volvía de la cocina la Calabresa con su grapa y una
gran taza de mate cocido con huevos y miel. Don Pedro, en dos segundos
trago medio vaso del aguardiente casero. Y así siguió con la infusión: un
poco de grapa un poco de mate cocido. Lentamente fue recuperando su
color.
Unos minutos después se sumó Balero, también sorprendido por
los gritos de degüelle del anciano. Todos lo miraron, parecía una
mascarita con antifaz oscuro, sus ojos estaban hinchados y negros por
los golpes de la noche anterior.
_Viejito, ¡qué julepe te diste!… ¿mirá si te lleva la
correntada?…pero, ¡qué te vas a morir!…si yo no me morí anoche
después de la paliza, ya nadie se muere, no tengas miedo.-dijo Balero al
enterarse de lo sucedido. Y viendo que ya todo estaba controlado la miró
a Angélica y preguntó:
_Doña, a la grapa, ¿la hace usted solita?-y ya casi olvidando
porqué estaban en ese cuarto, ella le contestó.
_Pero sí m´hijo, ¡si es tan fácil!, hasta vos te la podés hacer en la
pieza con el calentador. Mirá, hervís un poco de agua con un chorro de
limón, y después cuando se enfría le agregás la misma cantidad de
alcohol, y chau, ya está.-pero Balero no la dejó continuar, no quería
perderse esa oportunidad.
_ ¿Me deja probar una copita a ver qué tal queda?-y sin esperar
respuesta se llenó un vaso, que sacó de un estante improvisado,
amurado en una de las paredes. Fue bebiendo de a sorbitos, tenía su
estomago vacío.
Atrás Rosa y Matilde seguían, inclinadas sobre la cama, dándole
los primeros auxilios al accidentado.
Angélica, viendo que ya todo estaba bien, decidió continuar con lo
suyo y dijo:
_Bueno, yo me voy a preparar la salsa para el guiso de fideos del
mediodía, cualquier cosa que necesiten me llaman.-Rosa le agradeció y
siguió cuidando a Pedro que ya no temblaba tanto ni se quejaba.
Ayudada por Matilde lo acomodó bien en el lecho, agregó una almohada
y le puso una gorra para que no se enfriase la cabeza.
Por el hueco que había ahora en el techo, se filtraba un chiflete de
aire helado que bajaba en picada hasta el piso y golpeaba, como una
gran cuchilla filosa, lastimando a quien tocaba.
Matilde le dijo que apenas volviesen de trabajar los paraguayos, le
pediría que reparasen el techo. En ese momento volvió Doña Angélica
trayendo un ladrillo ardiente envuelto en diarios, para colocarle en la
cama y así calentar los pies de Pedro.
Cuando se fueron las dos, Balero observó al anciano entre
dormido, a su esposa sentada al lado y preguntó:
22
_Doña, para que no esté sola, ¿no quiere que me quede a
acompañarla?, si total Don Pedro ni habla.-Doña Rosa lo miró agradecida,
le hizo señas que se trajese la silla de la esquina de la pieza, mientras
acariciaba a su esposo y decía:
_Viejito querido dormí, dormí mi amor…yo te voy a cuidar.-entre tos
y tos, el anciano se fue durmiendo.
Capitulo 5
Poco después de las ocho ya estaba Vicente en el estudio, dejó una
carpeta sobre su escritorio haciendo una anotación al margen.
Entró a la oficina del Doctor Isidro que hacía más de una hora
estaba ahí. Saludó a su tío y conversaron unos minutos sobre la defensa
de los hermanos Peralta y cómo continuar con el caso.
_ Insistiremos en la legítima defensa, pero tenemos que reforzar el
argumento, leelo, a ver si encontrás más datos que nos ayuden para
hacerle el escrito al juez.-los Peraltas eran dos hermanos, honrados
campesinos acusados del homicidio de un cuatrero aún sin identificar.
Una noche, hacía ya un mes, los hermanos sorprendieron a tres o
cuatro delincuentes llevándose unas vacas, de su pequeño campo en las
afueras de la ciudad. Uno de los hermanos, sorprendido por los ruidos
cerca de la tranquera, disparó hacia el lugar de donde provenían los
sonidos, y por casualidad dio de lleno en el pecho de uno de los ladrones
que en el acto cayó muerto en el lugar.
Vicente tomó los escritos y se dirigió a la parte anterior del estudio
donde estaba su escritorio. El ambiente estaba cálido, la estufa que se
abría sobre la pared había sido encendida temprano.
Se quitó su abrigo y se sentó, con un pocillo de café en su mano, a
pensar cómo armaría la defensa de los imputados.
A él le gustaba mucho el derecho penal y, como decía su tío, tenía
una rara y natural intuición para esa rama de su profesión, no obstante
aún era muy nuevo en el terreno de las leyes.
Dos horas después estaba convencido de que no hubo
intencionalidad ni fue un asesinato premeditado.
El día de los hechos, como estaba probado, una fuerte tormenta
pasó por El Pago. Con el cielo cerrado, la oscuridad era total en el campo
de los Peralta, nadie a ciegas pudo tener intención de asesinar. Fue un
disparo para asustar a los ladrones, con mucha mala suerte para uno de
ellos. Por este motivo hacía casi un mes los hermanos estaban detenidos
en la cárcel Pública local, vecina al cuartel, esperando que se hiciese
justicia en un sucio y oscuro calabozo.
Pero Vicente había encontrado el “hilo” para reordenar la defensa y
obtener la liberación de sus clientes.
Miró la hora, tomó su abrigo y un par de expedientes; debía ir a
tribunales a llevar unos papeles.
Cruzó la plaza. Había dejado de llover, el viento del suroeste
empujó el agua hacia el lado del río.
Sonrió al ver a don Saturnino al costado de su carrito, discutiendo
con unos chicos el precio de las bolsitas de garrapiñada. Los niños
23
querían comprar el praliné, pero más barato. Esa era una escena que se
repetía todos los días.
Luego de cumplir los trámites en un par de juzgados, volvió a
cruzar la plaza hacia el lado de la Aduana, frente a ésta estaba la
Escribanía Vázquez a sólo una cuadra de su estudio.
La propiedad ocupaba la esquina, era amplia, de dos pisos, con
vistosos herrajes florentinos en sus aberturas. Destacaba su techo de
tejas bordó, uno de los primeros en el Pago.
Al ingresar al amplio salón alfombrado sintió el aire tibio de la gran
estufa empotrada en la pared, prolijamente decorada con un trabajado
marco de bronce.
Desde atrás del escritorio se levantó a recibirlo una joven mujer,
muy bella, que no dejó de mirarlo a los ojos. De inmediato él supo que era
su colega, la hija de Vázquez. Ya había oído hablar de ella y su belleza,
aunque esa era la primera vez que veía.
_Buenos días señor, ¿qué necesita…?-Vicente la interrumpió
dándole la mano.
_Buenos días, un gusto, soy el Doctor Carrare, inquilino de
ustedes, necesito hablar con el Doctor Vázquez.-le dijo mirándola fijo y
sonriendo.
Luego de la presentación ella de inmediato lo ubicó, era el joven
abogado venido de la Capital.
Vicente no gustaba “doctorarse” pero sabía que en ciertas
oportunidades convenía hacerlo; ésa era una.
_Ah, sí, sí… mucho gusto, soy Beatriz, su hija, ya le aviso a papá,
¿quiere sentarse por favor?-los dos quedaron como embobados,
mirándose por unos segundos, sonrientes, hasta que ella consiguió
despegarse de esa mirada en la que había quedado atada, para luego
entrar en la oficina del fondo.
Beatriz, de unos veinticinco años, luego de estudiar desde niña en
Nuestra Señora de la Guadalupe, tradicional colegio de mujeres del Pago
de los Arroyos, fue a cursar abogacía a la Universidad del Norte; de
donde había vuelto hacía poco tiempo.
Alta, rubia, de ojos almendrados, con una figura como tallada; era
muy atractiva, con su encanto particular que la hacía aún más bella.
Hacia la derecha, entre la nariz y el labio tenía un pequeño lunar que daba
especial singularidad al rostro.
Vicente se sentó en un cómodo sillón francés, estilo Luís XVI,
finamente tapizado en brocato y pana.
Había quedado hechizado después de conocer a la joven. Jamás en
su vida había visto una mujer tan bella. En ese momento ella volvió y le
pidió que aguardase unos minutos, que ya sería recibido por su padre.
Luego se sentó y siguió trabajando en su escritorio. Él agradeció, y para
no seguir mirándola se entretuvo observando el cuidado mobiliario del
lugar.
Miró la gran biblioteca de nogal que había en un extremo, la
alfombra bordó, finamente trabajada con hilos negros, todo estaba
ordenado al detalle. Pero era inevitable, cada treinta segundo sus miradas
se encontraban y ellos sonreían.
24
Pocos minutos después se abrió la puerta y apareció el Doctor
invitándolo a pasar. Estaba impecablemente vestido, con un traje azul y
corbata roja. Era delgado, alto, de buenas facciones, con nariz aguileña y
mirada penetrante. Tenía más de sesenta años, sus cabellos algo
encanecidos estaban prolijamente peinados.
Se dieron la mano y entraron. Después de sentarse el Doctor
Vázquez preguntó:
_Hacía tiempo que no lo veía, ¿cómo anda mi joven colega…¿cómo
está su tío?-sonriendo Vicente le respondió.
_Bien, gracias Doctor, sí es cierto, no nos veíamos desde hace diez
meses, día en que vine a alquilarle un cuarto. Después me manejé con el
señor Cuerda.
Doctor, no quiero robarle su tiempo, seré breve. Acá le traigo un
dinero que está debiendo Tomás Flores, debe un mes y medio.-le dijo
mientras sacaba de su billetera los 50 pesos y se los entregaba. Con ese
monto cubría la deuda y el mes actual.
_Sí, sí, lo conozco a Flores, me han dicho que es medio alborotado
y revoltoso ese chico…-dijo Vázquez mientras contaba el dinero que le
había dado Vicente
_No Doctor, no. Es un buen muchacho.-dijo, apostando por Balero
y continuó.
_Anoche parece que tuvimos la visita del señor Cuerda con…con
unos amigos… le han dado una paliza a Flores, al parecer por su deuda
en el alquiler, dejándolo de cama.-Vázquez lo miró e interrumpió.
_Espere, espere, ¿qué me está diciendo mi amigo…? El inquilinato
es mío, y Cuerda trabaja para mi… ¿Usted me acusa…?-pero Vicente no
lo dejó seguir.
_No, de ningún modo lo estoy acusando Doctor, sólo le estoy
contando, sucedió en su propiedad, entiendo que a usted le interesa
saber.-el Doctor ahora serio le preguntó.
_Vamos a ver jovencito, ¿tiene usted alguna prueba de que en este
episodio participó Rogelio Cuerda?-Vicente pensó un instante. Esa había
sido la versión de Balero, él era el único que dijo haber visto al Gordo
entre los agresores.
_No, no Doctor, no tengo ninguna prueba, pero dijeron haber visto
a Cuerda entre los que golpearon a Flores.-en ese momento el Doctor se
paró, dando por concluida la charla. Lo miró con una ligera sonrisa y le
dio la mano. Vicente, de pie, le agradeció haberlo recibido.
_Bueno Doctorcito Carrare, le agradezco su información, ya hablaré
con Cuerda para escuchar qué me dice él. Hagale llegar mis saludos a su
tío, por favor.
Vicente volvió a agradecer y salió de la oficina. Al verlo Beatriz se
levantó para saludarlo.-
_Fue un placer conocerla.- le dijo Vicente dándole la mano.-
nuevamente, uno frente al otro, a menos de un metro entre ellos;
volvieron a quedar atados en sus miradas.
_Un gusto Doctor.-dijo ella sonriente y sin bajar la vista lo
acompañó hasta la puerta.
En la calle Vicente miró la hora, eran poco más de las once y
empezó a caminar en dirección a su estudio, pensando en todo lo
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sucedido y repetidamente volvió a su memoria la imagen de Beatriz, con
ese lunar tan particular sobre su labio.
Apenas llegó dejó las carpetas sobre su escritorio, desde atrás
sintió que una mujer le ofrecía un café.-
_Doctor, buenos días, ¿le sirvo un café calentito?-dijo María, que
sin esperar respuesta fue hasta la cocina a servirlo.
María Villar, una bonita joven lugareña de no más de veintitrés
años, estudiante del último año de la carrera de abogacía. Nunca dejaba
de sonreír; todos admiraban su buen ánimo y humor. El Doctor Isidro y
su papá habían sido grandes amigos. Desde la muerte de su padre, hacía
unos cinco años, era empleada en el estudio.
Vicente abrió el expediente de los Peralta, escribiendo unos datos
en su ayuda memoria. Luego de beber el café que había dejado María
sobre la mesa, se levantó para hablar con su tío la posibilidad de emplear
a Balero. El trabajo se había incrementado mucho en los últimos meses.
Él con sus propios casos y nuevos clientes, había dejado de ser una
carga para su tío, ganando ya sobradamente su propio dinero.
Hacía unos meses había resuelto nombrados casos en el pago,
ahora los clientes aumentaban día a día .Por eso se hacía necesario un
joven para llevar expedientes, ir al correo y hacer los mandados que el
estudio requería.
Después de la tormenta el patio había quedado encharcado, con tanta
cantidad de líquido que en algunos puntos ni se veían las baldosas.
Y otra vez volvió el equipo de Matilde, Ana, Adela y Calvina a
hacer el trabajo inverso de la vez anterior: escurrir por la puerta los
centenares de litros de agua y lodo que se habían juntado.
Calvina con la pava y el mate, sentada en un costado, observaba a
Matilde, de camiseta con una toalla al cuello, una pollera larga verde
oliva; se había puesto chancletas para no recular ni patinarse en ese piso
mojado. Salió al patio armada de balde, un palo de escurrir y un estropajo
para fregar y trapear el suelo de esa pequeña laguna. Desde atrás la
seguían Ana y Adela, las dos con escurridores, para ir repasando el
trabajo de la anciana. Pero cuando la viejita se metió en la zona más
anegada, la vieron que patinaba como una bailarina en el hielo. De
inmediato la socorrió Adela tomándola por la cintura antes que se cayese
y se quebrase entera. Con palabras dulces la convenció del peligro que
entrañaba que ella estuviese en la delantera. Desde ese momento Matilde,
en la retaguardia, iba fregando las partes que sus amigas concluían por
delante.
Luego de una hora de duro trabajo, las cuatro se juntaron para
palmearse en felicitaciones, nuevamente todo estaba limpio y brillante,
sin quedar ni una gota. En ese momento llegaban los paraguayos al
zaguán, Matilde les gritó que se secasen los calzados antes de entrar,
para eso había puesto varios trapos en la entrada.
En su diminuto mundo todos eran solidarios, más allá de los
ocasionales conflictos por el uso de espacios comunes, como la cocina,
el baño, la ducha y los tenderos.
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Los niños al ver que ya podían salir al patio, corrieron gritando de
alegría y empezaron a tirar del hilo de un colorido trompo de madera.
José y Ramón con una bolsa en sus manos, fueron hacia la cocina
mientras Juan y Eustaquio se quedaron charlando con las mujeres. Cinco
minutos después, los llamaron del comedor para hacer una picada y
tomar un aperitivo. Al escuchar este llamado, de inmediato Balero, con
sus ojos morados, se unió al grupo dejando el cuarto donde Don Pedro
tosía cada vez más.
Ramón sirvió unos vasos de Cinzano, colocó una panera repleta de
galletas y en una tabla de madera depositó los salamines y queso
prolijamente cortados. Desde atrás doña Angélica gritaba:
_ ¡No me hagan mugre que está todo limpio!- pero Eustaquio,
parecía no escucharla y repartía las copas del vermú mientras todos
reían.
Eran felices, más allá de sus pobrezas y carencias cotidianas. Esa
era seguramente una dura realidad de la que jamás huirían; resignados lo
sabían. Ese era el arrabal, así decía la “otra” gente: los pudientes. Ellos
se honraban, sin costarle ni siquiera un peso: eran arrabaleros.
Era jueves, y esos días siempre algo hacían al anochecer. Jugaba a
las cartas, al truco o al siete y medio; algunas de las mujeres seguían
atentamente estos partidos, otras más apartadas charlaban mientras
tejían. A veces venía algún guitarrero a deleitarlos con unos tangos, sin
más paga que la ginebra u otra bebida.
_Bueno, bueno, a ver si me despejan la mesa que las empanadas
ya están casi listas…. ¡mirá como ya han ensuciado todo con migas¡…
pucha por más que yo les diga el alcohol los pone sordos.-dijo gritando
Angélica. Afuera, todos recién llegados, formando un círculo en el centro
del patio conversaban riendo animadamente cuando escucharon el
llamado desde la cocina.
_De pura gauchada, a las ocho vienen los hermanos Álvarez, con
su guitarra y acordeón, ya van a ver lo lindo que les salen los tangos.-dijo
Miguel refiriéndose a dos amigos, pescadores y guitarreros a los que
había invitado a tomar unas copas con música incluida.
_Pero che, ya son más de las siete, vamos a hacer los aprontes.-
dijo Rosendo mandando a Balero a comprar una docena de cervezas
enfrente. Doña Angélica sacó una cajita de madera de un estante del
aparador. Ahí guardaba el dinero que todos ponían para los gastos de
cocina. La abrió y le dio unos pesos a Balero, que estaba feliz al tener esa
excusa para cruzarse al almacén de Elena.
“En una de esas está la Teresa”.-pensó mientras tomaba el billete y
salía apurado a hacer el mandado. Tenía la cabeza cubierta por una vieja
gorra que usaba porque le hacía sombra en la cara, disimulando su
estado tras los golpes.
Apenas transpuso la puerta la vio detrás del mostrador
acomodando las latas de galletitas, estaba sola en la despensa.
_Buenas tardes, ¿cómo anda la moza?…acá venía a buscar una
docena de cervezas.-le dijo Balero mirándola maravillado. La joven de un
poco más de quince años era muy linda y coqueta: de ojos celestes, nariz
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respingada, y unos delicados labios, con su cabello castaño enrulado,
por lo que todos le decía: la Rulito.
Al salir detrás del mostrador para cumplir con el pedido, sonriente,
se mostró entera, vestía una camisa color trigo y una pollera ajustada,
marrón, larga hasta por encima de sus tobillos; el conjunto marcaba su
delicada figura. Balero, boquiabierto, la miró de los pies a la cabeza y lo
volvió a hacer unas veinte veces mientras la tuvo delante. Siempre que la
veía le sucedía lo mismo.
Teresa pasó a su lado sonriéndole, yendo a la esquina del local
donde había un mueble de roble forrado en cinc, de un metro por
cincuenta centímetros que contenía las bebidas refrigeradas por una
barra de hielo. Al abrir la puerta superior volvió a mirarlo.
_ ¿De cuál te doy?… ¿qué te pasó en la cara, te pateó un
caballo…?-dijo Teresa riéndose, mostrando sus hermosos dientes.
_Si tenés “la Córdoba”, mejor. No, no…me quisieron robar y yo me
defendí como pude, pero eran seis…a tres los refajé B…pero…-
_ Pudiste poco parece. ¡Pobrecito te hicieron bolsa38!
Acá tenés, seis frías y las otras natural, no tengo más frescas.-le
respondió ella mientras iba poniendo las cervezas sobre el mostrador y
observaba con asombro y preocupación la golpeada cabeza de Balero.-
Él, que seguía como embobado ante tanta belleza, dijo:
_ ¡Pucha! que sos linda, aunque te rías de mí…decime cuanto te
debo Rulito.-
Ya todos ocupaban el comedor cuando los Álvarez, de pie
empezaron con el “Mano a Mano”. Ellos, morochos, uno alto con guitarra,
y otro bajito con acordeón, no parecían hermanos. Estaban bien
engominados, con sus pelos brillantes y vistosos pañuelos colorados en
sus cuellos, totalmente vestidos de negro. No volaba una mosca en el
lugar mientras ellos cantaban. Al oído, Rosendo eufórico, le comentó a
Miguel:_
¡Qué grande Carlitos!, que bocho39 Celedonio Flores al escribir
esta canción.-Miguel, sin dejar de mirar al dúo le dijo enojado:
_Che callate, dejame oír.-en ese momento empezó a sonar “Mi
Noche Triste”. Todos agradecieron con aplausos.
Balero en voz alta preguntó quien quería más cerveza o si preferían
ginebra o grapa, pero Pascual lo perforó con su mirada mientras le decía:
_Pibe, dejá escuchar, no me hagás rabiar, cerrá la jeta…y no digas
ni “mu”.-
Angélica en silencio apoyó sobre la mesa una fuente con
empanadas. En un momento, más de veinte manos la dejaron vacía.
Al séptimo tango los cantores se sirvieron una copa para refrescar
sus gargantas. Vicente, en esa pausa, le comentó a Balero que a partir del
lunes empezaba a trabajar en el estudio. También le contó que había
arreglado con el Doctor Vázquez lo que adeudaba. Balero no lo podía
creer, era tal su sonrisa que parecía que se iba a morder las orejas.
_Mirá que le dije a mi tío que sos un buen muchacho, portate bien y
no hagas desastres. Te me vas bien limpito y vestido decentemente. De
ocho y media a doce, de cuatro a ocho, si hacés las cosas correctamente
te empezarán pagando 50 pesos al mes…-pero Balero, aún con la gorra
puesta, no pudo más de la emoción.
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_ ¡Mi Dios, me prestaste la plata del alquiler y encima me conseguís
laburo… 50 mangos, esa sí que es buena guita…! gracias hermanito,
¡venga un abrazo!…te prometo devolverte hasta el último peso, y que allá
en el estudio seré un santito. No te preocupés amigo, no haré ninguna
tramoya55.- y los dos riendo a carcajadas se abrazaron.
El aire se fue enviciando, entre los fuertes perfumes de algunas de
las señoras, el humo y el olor a empanadas fritas. Pero el dúo siguió con
su repertorio.
Cuando abrió la puerta todos vieron la cara de intranquilidad de
Doña Rosa.
_Perdonen que interrumpa, pero está mal el viejo. Se ahoga, tiene
una tos de perro, dice que no puede respirar. Balero, por favor, andate a
pedirle a la Doctora Valente si tiene algún remedio-
_Sí, sí Doña, y de paso me mira los ojos en el hospital… ¿vio que
ahí tienen esos instrumentos especiales?, y además me pone un poco de
esa crema, me duele como la “gran siete”.-terminó de decir esto y salió
corriendo a buscar ayuda.
_Y…ya que estoy me quedo un ratito, sigan cantando muchachos.-
dijo Rosa, mientras se sentaba y se servía una copita de licor de naranjas
casero; lo había hecho Angélica ya hacía un año.
Todos volvieron a aplaudir y siguió la guitarreada; entre tanto
algunos brindaron pidiendo a la Virgen por la salud de Don Pedro.
Los paraguayos en una esquina se mostraban alegres, un poco por
la bebida y otro porque al día siguiente llegarían de visita los padres de
Ramón. Hacía tres años que no se veían, por eso finalmente habían
decidido hacer tan largo viaje desde Asunción.
A la media hora llegó la Doctora Valente junto a Balero, con su cara
encremada. Rosa le agradeció. Sonriendo la médica le dio un beso, le dijo
que no era ninguna molestia, y le tomó la mano para ir juntas al cuarto.
Entre las dos le sacaron la camiseta al anciano, la Doctora quería
revisarlo entero. Examinó los ganglios, luego sacó de su maletín un
estetoscopio para auscultar el pecho y la espalda. Ya había colocado bajo
la axila un termómetro. Luego apoyó una mano en el tórax y con la otra
iba dando suaves golpes para escuchar cada zona. Don Pedro estaba
mudo de miedo. Con un baja lenguas revisó su garganta. Le retiró el
termómetro y vio que tenía 39º de temperatura.
_Pedrito, tiene una gran bronquitis y una fuerte gripe. Usted fuma
mucho abuelo, lo va a tener que dejar, además está con un poco de
fiebre. ¿Se siente muy cansado?…bueno acá su señora lo va a cuidar.
Doña Rosa abríguelo bien y que se quede en cama unos días. Haga
que tome mucha agua, le voy a dejar unas aspirinas y este elixir para la
tos y congestión; con una cuchara se lo irá dando.-luego de explicarle los
horarios de las tomas se despidió, sin aceptar el billete que le ofrecía la
anciana mientras colocaba el “papagayo” al lado de la cama.
Amanda pasó por la cocina a saludar antes de irse.
_ ¿Gusta una copita Doctora?-le preguntó José. Ella miró la hora y
le respondió:
_No, muchas gracias, pero si me invita con unos mates sí le
acepto.-le contestó, sentándose en la silla que le alcanzó Pascual para
escuchar los tangos que seguían cantando los Álvarez.
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Antes de medianoche Vicente se retiró a dormir. Ese había sido un
día muy largo.
Le pareció soñar toda la noche lo mismo: con el sol ya alto,
caminaba una larga senda en pendiente; a los lados de ésta se
levantaban añosos sauces de un verde intenso y brillante. Cien metros
más adelante iba Beatriz, que parecía no escuchar cuando él la llamaba.
Vicente apuraba sus pasos para alcanzarla, pero ella aceleraba los
suyos, y más se alejaba. De nada servían sus gritos, Beatriz no lo oía y
seguía el camino ya muy lejos de él, hasta desaparecer de su vista.
Esa mañana, poco después de las siete, mientras se duchaba con
agua fría, pensaba en ese extraño sueño que lo persiguió la noche entera.
Afuera esperaban su turno tiritando Ramón y Eustaquio, con sus
toallas en los hombros y los blancos jabones en sus manos.
Al terminar Vicente entró Ramón, que le dijo:
_Chamigo, si vas para el centro esperame que yo me voy con vos,
tengo que ir a buscar a mis padres a la estación.
Luego de vestirse y peinarse, Vicente fue a la cocina donde tomó
unos mates con Doña Angélica y esperó al paraguayo.
Había todo un lenguaje en el acto de tomar mates: frío: desprecio,
caliente: pasión, con naranja: quiero verte. Después de una trifulca, dos
vecinas se decían: “¿Querés un mate?” y asunto terminado. Éste era un
buen recurso en el momento de perseguir la buena convivencia y el orden
social en los conventillos. Al compartirlo y gustarlo se sentían más
unidos, compañeros en ese pequeño mundo.
_Gracias a Dios, Don Pedro está un poco mejor.-le comentó la
anciana al joven, mientras renegaba barriendo con la escoba vieja, ya
casi pelada.
Ramón y Vicente caminaron subiendo la Calle del Bajo. En la
esquina de la plaza el paraguayo esperaría el tranvía, tirado por caballos,
para ir al encuentro de sus padres y el joven abogado cruzaría para
entrar a su estudio.
Capitulo 6
A las ocho de la mañana la oficina del Doctor Vázquez estaba bien
calefaccionada.
_Mirá Cuerda, sólo te repito lo que dijo Carrare, vos me decís que
no tuviste ninguna participación en la paliza que le dieron a…ese tal
Flores…bueno…porque una cosa es ser enérgico con los morosos, pero
jamás podemos ser violentos. Rogelio, al que no paga se lo echa y listo,
pero nada más.- Cuerda que lo miraba atentamente asentía bajando su
mentón.
_Mire Doctor, no tengo idea porqué vinieron con ese cuento. Acá se
habla mucho, usted sabe: todos chismeríos de esa chusma, pero
quédese tranquilo que yo no fui…-el Doctor se puso de pie y dijo:
_Entonces mejor Cuerda, mucho mejor, yo no quiero terminar con
problemas policiales. Ahora, por favor, andá hasta el campo a ver si
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llevaron las semillas que estaban en falta. No olvidés venir el lunes por la
orden judicial, la necesitarás esa tarde.-se dieron la mano y Cuerda salió
de la Escribanía. En la vereda se detuvo un minuto, encendió un
cigarrillo, miró la hora y recordó dónde estarían sus amigos en ese
momento; con rostro de enojo cruzó la calle y subió a su flamante Ford
1919.
El tranvía iba casi vacío, por la ventana Ramón miró un grupo de
mujeres charlando alegremente en la esquina del Teatro, seguramente
irían juntas a la plaza del Mercado de las Frutas, a realizar sus compras
matinales.
Poco minutos después ya había llegado a la estación de ferrocarril.
Faltaban treinta minutos para la llegada del tren; ansioso iba y
venía fumando en el andén.
Cuando escuchó la bocina miró hacia la derecha, a quinientos
metros divisó la humeante locomotora color ladrillo que, como una
pesada víbora de hierro, arrastraba sobre las vías a unos quince vagones
grises.
Los tres abrazados, lloraban de felicidad. Su madre, bajita y
morocha, cada dos segundos apartaba a su hijo para confirmar que sí,
que era él, y nuevamente volvía a abrazarlo. Con sus largos brazos el hijo
le acariciaba la cara una y otra vez, y de costado besaba a su papá que
lloraba como un niño.
Ramón se hizo cargo de dos pequeñas valijas, y juntos salieron de
la estación a esperar el tranvía de vuelta. Cuando habían cruzando la
calle, casi chocan con el Gordo Cuerda que estaba saliendo del bar La
Estación. El paraguayo sintió como un golpe en su rostro la saña en la
mirada del Gordo. Detrás de él lo esperaban amenazantes dos
compadritos altos y fornidos. El encuentro duró apenas segundos Ramón
siguió caminando con sus padres hasta la próxima esquina.
Después del almuerzo, los paraguayos salieron al patio a fumar y a
escuchar a los padres de Ramón con las noticias de su tierra guaraní.
Heriberto, el papá, de unos setenta años, petiso de gruesos
bigotes, había quedado embelesado al ver a Angélica; la miraba
disimuladamente para que no lo viese su esposa. Durante el almuerzo la
observó continuamente, como si hubiese encontrado el verdadero amor
de su vida. Cuando sus miradas se encontraban le sonreía, pero la
anciana no entendía nada y pensaba:
“Este hombre me confunde o está loco, ni me conoce y me hace
sonrisitas”.
Ramón y su grupo habían acordado dormir todos juntos, de alguna
forma se las arreglarían aunque solo dispusiesen de cuatro camas.
A los viajeros se le cerraban los ojos del sueño, José les dijo que
fuesen a descansar. Los acompañaron al cuarto y les propusieron que
durmiesen una buena siesta, así después seguían con la charla y los
mates.
31
Eustaquio le dijo a Juan de ir a arreglar el techo de Doña Rosa.
Ramón les comentó el encuentro de la estación.
_Y apenas cruzábamos la calle me encontré cara a cara con el
curepa, con el Gordo Cuerda, no se imaginan con la rabia que me miró.
Andaba con dos más, con pinta de malos-
_No nos va a asustar, todos sabemos que es un cobarde, se hace el
malito cuando tiene matones en quien apoyarse.-le respondió Juan,
mientras le pedía a Eustaquio que consiguiese un martillo y algunos
clavos para realizar el trabajo sobre la habitación de Don Pedro. En ese
momento Cirilo pasaba hacia el fondo con una pala, iba a puntear unos
canteros y a ponerle cañas de sostén a las plantas de tomates.
No quedaba una nube en el cielo, el día estaba radiante aunque aún
hacía frío; desde las macetas empezaban a abrirse algunos malvones y
rosales, mientras la enredadera que cubría casi todo el frente de la cocina
se aferraba con más fuerza, subiendo sobre las descascaradas paredes
color miel.
En un rincón cerca de la puerta, estaba Balero sentado en el suelo,
muy concentrado leyendo un viejo libro de hojas amarillas, apoyando su
espalda contra la pared. Cada dos páginas se quitaba la gorra, se rascaba
la cabeza y continuaba.
_ ¿Cómo está el amigo…? ¿Vos leyendo?-dijo Vicente sentándose
a su lado.
_Y sí Dotorcito, tengo que leer un poco para no ser tan burro. Don
Evaristo, el zapatero de acá a la vuelta, me prestó estas poesías.-
encendió un cigarro y siguió.
_Es que la Teresa me tiene loco, me partió el corazón la Rulito,
me enganchó, ¡qué linda mina, mi Dios!…no, no es que yo esté
julepeado, no, no soy tímido. Pero tampoco voy andar verseando si la
quiero chamuyar40 bien.-Vicente le palmeó el hombro como para darle
ánimo y le dijo:
_Mirá Balero, por Teresa y por todo, siempre es bueno leer. Ya
verás en el estudio como irás aprendiendo.-primero moviendo la cabeza
le decía que sí, después se confesó:
_Sí, es cierto, mirá: te juro que en mi vida nunca me había pasado
esto. Cada vez que la veo me deja hecho un otario41…ando como un pavo
mirando flores. Y yo que me creía piola42…parezco un pavote- Vicente se
río y le dijo:
_ ¿Sabés Balero…? apuesto a que prontito estás noviando con
ella.-pero inquieto y ansioso, Balero lo interrumpió.
_Gracias Dotorcito por tu confianza, che…hoy es viernes, vos
mañana no laburás… ¿no querés que vayamos un rato al Conejo Rojo a
ver el show de la Filomena?-
_Macanudo, te acompaño un rato, y escuchamos un poco de
música. Ahora seguí leyendo, yo me voy a revisar un expediente antes de
volver al estudio. A la noche arreglamos.-dijo Vicente al dirigirse hacia su
pieza.
Balero, al ver que su amigo entraba en la habitación, cambió el libro
por la revista sobre la cual estaba sentado. Era sólo un recreo, luego
seguiría leyendo los poemas.
32
_ ¡Buenas!-gritó un policía desde la puerta de entrada. De la cocina
salió Matilde, que se quedó parada para escuchar qué necesitaba.
_Buenas tardes señora, ando buscando a Calvina, Calvina
Cisneros.-la anciana, extrañada, volvió a entrar y al minuto apareció
Calvina, que pesadamente caminó hasta la entrada. Desde el comedor
todos miraban lo que sucedía.
Al llegar al portón, jadeante como si hubiese caminado mil metros,
miró asustada al agente policial.
_ Señora, ¿Cisneros?… nos va a tener que acompañar, por favor.-
Calvina no entendía nada y más se ahogaba por los nervios y el
pánico. Tenía pavor a los uniformados.
Subió al automóvil policial y no emitió una palabra durante el viaje,
el trayecto fue breve y pronto llegaron a un oscuro edificio. Calvina leyó
una placa de bronce en su pared:”Morgue Judicial”
Al descender la hicieron pasar a una pequeña oficina con escasa
luz. Un oficial, sentado detrás de un escritorio se puso de pie, la miró y al
verla empalidecida de terror le ofreció agua que ella rechazó negando con
su cabeza.
_Hoy recibimos un dato que nos llevó a usted señora, esto es muy
duro, pero yo tengo la obligación…-hizo una pausa porque notó la cara
de ella exangüe, la hizo sentar y continuó:
_ ¿Cuál es el nombre de su compañero, de su esposo…?-
_Ángel, Ángel Salazar.-apenas se le escuchó decir.-
_Lo siento…- dijo el policía interrumpiéndola y luego agregó:
_ ¿Podría pasar a la sala a identificar un cadáver?-casi al borde del
desmayo asintió, y siguió al oficial.
Un minuto después se escuchó un grito desgarrador.
_Angelito, mi Ángel… ¿qué te han hecho?…pobrecito cómo está.-
el oficial no quiso prolongar ese momento tenso.
_Señora, por favor volvamos a mi oficina.-
La hicieron sentar y luego de tranquilizarla, fueron directos.
_Señora, su compañero fue muerto en ocasión de un robo
sucedido hace casi un mes. Él, junto a tres o cuatro cómplices, intentaron
robar unas vacas de los hermanos Peralta, uno de ellos lo mató de un
disparo. Esto sucedió en una chacra de la zona rural. Usted lo acaba de
identificar, su nombre coincide con el del autor de varios delitos en
localidades vecinas; hacía tiempo que estábamos tras de él…-
Pero ella no oía, se negaba a creer, su novio no podía ser ladrón.
Mientras el oficial hablaba, ella se tomaba el crucifijo que colgaba de su
cuello y decía:
_ ¡Ángel, Angelito, despertate y decime que estoy soñando…por
Dios, mi Ángel!
Sus amigas la vieron descender del auto, en la puerta del
conventillo, demacrada, y llorando avanzó penosamente hacia ellas
gritando:
_ ¡Me han matado a Ángel, me han matado a mi novio…vieran cómo
me lo dejaron!-rápidamente Adela, Matilde y Ana la abrazaron para
contenerla.
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Capitulo 7
Había refrescado esa noche, poco después de las once Vicente y
Balero cruzaron la plazoleta del puerto, este era el antiguo muelle
habilitado hacia casi un siglo, 1823. Enfrente estaba el Conejo Rojo,
mostraba a su derecha un gran jacarandá que se levantaba añoso de la
tierra.
La construcción, simulando un pequeño castillo, iluminaba su
frente con luces amarillas. Desde la vereda, grandes lajas color ladrillo
marcaban su entrada. Pagaron el ingreso, se miraron sonrientes, como si
esto significase toda una aventura, para luego entrar y mezclarse entre
los demás parroquianos.
Vicente y Balero, sin perderse un detalle, estaban sentados sobre
dos de los tabarutes dispuestos a lo largo de la barra, apoyando sus
codos en ésta.
Ambos, con vasos de cerveza en sus manos, observaban la
familiaridad con que se movían algunos habitúes dentro del lugar; la
mayoría obreros portuarios y también pescadores. Otros con ropa más
cara, seguramente eran del centro y querían seguir su farra allí.
En un rincón vieron a Don Heriberto, el papá de Ramón, charlando
y bebiendo animadamente con dos provocativas cabareteras. Una le
acariciaba la cara, la otra jugaba con su sombrero. Él, al verlos, les hizo
seña con su dedo sobre su boca, indicándoles que se mantuvieran en
silencio. Quedaba claro que su presencia en el lugar debía ser un secreto.
Balero cerró el puño y lenvantó el pulgar, a modo de decirle que habían
comprendido; luego miró a Vicente y dijo:
_ ¡Mirá que había sido vago el “Papá-paraguas”; qué viejo
atorrante, llegó hoy y ya está de joda!-los dos rieron y continuaron
observando el salón.
Del techo colgaba un gran globo móvil de madera, con espejos
pegados; las luces rebotaban en él y se diseminan en todas las
direcciones. Producían un raro efecto, con más colores que el mejor de
los arco iris, Impactaban de lleno sobre las mesas, las copas, la barra y
quien se cruzase en su trayectoria; para luego seguir su curso en círculo
por todo el salón. Ese efecto de fantasía, la música y las mujeres
insinuantes paseándose de acá para allá, incitaban a los hombres a
volver a llenar sus copas vacías.
Balero miraba el techo extasiado, jamás había ido a un lugar así.
_Che, esto es como si yo estuviese de milonga mamado43,
caminando en el campo bajo un cielo estrellado; ¡y seguro que todo me
daría vuelta así!-a su lado, Vicente lo miró y sonrió, y con la cabeza le
señaló una joven que en ese momento pasaba frente a ellos. Rubia
teñida, alta, de cuerpo impactante; con una sonrisa anclada en su boca
mirando a sus potenciales clientes.
_ ¡Uy cómo relojea!44, anda buscando un punto45 para empezar…
¿De dónde sacarán estas chirusas?46…porque esas minas47 no son del
Pago.-dijo Balero terminado su copa y girando para pedir ahora una
ginebra.
Vicente, deslumbrado y curioso observaba cada mesa, sus
bebidas, los sillones tapizados en pana de tono mostaza, el brillo de los
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vestidos de las mujeres, todas las caras de una misma cara: la de la gente
de ahí, de ese ambiente de burdel.
“En este pequeño universo, hay dos mundos; uno que compra…el
otro que se vende…siempre ha sido así.”- pensaba reflexionando Vicente
al momento que llegaban a él mil aromas diferentes. Tras el humo de los
cigarros, se podía percibir una singular mezcla de olores a colonias,
Aguas Floridas y perfumes, aroma a puerto y sudor, a alcohol y
humedad. Todas estas esencias se percibían distintas según el lugar de
la sala donde uno las respirase. La suma de todas hacían esa fragancia
tan particular: olor a cabaret. Estos efluvios aumentaban conforme
avanzaba la noche. Balero lo sacó de sus cavilaciones cuando lo codeó
haciéndole seña hacia un rincón.
_Mirá Dotorcito, ¿ves la mesa del fondo a la izquierda…?-hizo una
pausa, se acomodó la gorra como para ver mejor y continuó.
_Allá, fijate, hay cuatro minas paradas de espaldas. Detrás,
sentados se ven tres tipos…creo que uno es el “Picado”…-pero Vicente
tenía mucha gente frente a él, además hubiese sido imprudente bajarse
del taburete para ver lo que su amigo decía.-pero Balero, que también
estaba tapado por las personas que circulaban, le dijo:
_No, pará, pará…ya no lo veo más, el gordo se fue che. Quedaron
los cuatro “pescados”48 con los otros dos fulanos.-
Filomena, con una copa en la mano, al verlos se acercó a
saludarlos.
Con un vestido azul, ajustado y brillante, de amplio escote, sus
labios pintados de color carmesí intenso, que los hacían aún más
sensuales y bellos. Era, por lejos, la más bonita de las mujeres del lugar.
Vicente comprobó esto al ver que desde diferentes lugares del salón, más
de cien ojos se deleitaban viéndola. Era la preferida.
Ella le dio un beso a cada uno al momento que decía:
_ ¿Cómo están muchachos…se quedan un rato…o sólo vinieron a
tomar unas copitas?-Balero contento al verla le respondió:
_Vinimos a verte a vos, che. Si ya sos como una hermana para
nosotros… ¿hoy bailás?… sos la más linda, ¿sabés?-en ese momento
una de las mujeres que pasaba, al verla, le dio un codazo mal disimulado
que le hizo derramar media copa sobre las rodillas de Vicente; y como si
nada hubiese ocurrido siguió su marcha. Balero la siguió con la vista, y
llevándose la mano al bolsillo dijo:
_Tomá mi pañuelo Dotorcito, secate. “Pucha” que mina
hinchapelota49, te lo hizo a propósito… ¿por qué quiere joderte así, si vos
estás laburando?-ella en señal de fastidio torció el labio y le respondió:
_Dicen que soy una yegua, que he venido a quitarles el trabajo…
pero no, si yo no quiero joder a nadie. Sólo busco mi guita…
Si no son ellas la que prepotean son sus fiolos50…o el machito de
turno que tengan…si hasta me han dicho que me iban a tajear la jeta para
echarme de acá. ¿Sabés?…ellas y sus cafiolos se “salen de la vaina”
porque no se aguantan que yo gane más. La mayoría trabajan por un
veinticinco por ciento, les jode que yo haya arreglado por un cincuenta
por ciento. Pero no pueden decir nada, cuando ellas traen un cliente, yo
ya les traje cinco.-en ese momento Vicente se secaba el pantalón y la
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miraba pensando:”Seguro, si está clara tanta envidia, ¿quién no te va a
elegir a vos?”-giró sobre sí y pidió una ginebra.
_Acá no te va a joder nadie Hermanita, no si estamos nosotros.-dijo
Balero al momento que Vicente pedía permiso, yendo al baño. Mientras
tanto el volumen de la música casi hacía imposible la charla.
Estaba orinado cuando sintió una punta fría sobre su espalda.
_ ¿Sentís la faca?51 Quedate quieto, porque si te hacés el guapo te
la ensarto y te achuro52… ¿así que vos sos el cafishio53 de la Filomena?…-
sin girar Vicente le respondió:
_ ¿Cafishio?… ¿pero qué dice…? no, me basta con ser su amigo…-
el agresor no lo dejó continuar:
_Callate, salame, no te hagas el macho, te lo voy a decir sólo una
vez: o bajás la guita que vos le cobrás…o llevatelá y rajen54 del
conventillo, sino te juro por mi vieja que los voy a hacer “cagar fuego”…
pensalo gil…-le dijo, luego le acarició la nuca continuando con la
provocación, luego riendo desapareció por la puerta. El incidente duró
sólo unos segundos, Vicente no pudo ver la cara del sujeto.
Aún charlaban entre risas Filomena y Balero cuando él regresó. Sin
dar muchos detalles les contó lo sucedido.
_Pero claro, si estaba el “Picado”, ha sido él con los otros…-Balero
hizo una pausa para mirar la mesa del rincón y continuó.
_Seguro Dotorcito, mirá, ahora sólo quedaron las minitas, también
se han ido esos malandras, ¿no los viste sentados ahí Filomena…?-
_En esa mesa hoy estaban Gaitán y Sosa. El primero creo que es el
dueño de esto, cuando vine acordé mi porcentaje con él. El otro…es un
tipo peligroso, de avería. A los dos los he visto con frecuencia estando
con Cuerda. Aún mucho no sé, acá todo es un misterio.-respondió
Filomena, despidiéndose porque llegaba su turno del show.
Desde los parlantes empezaba a oírse el trombón y clarinete del
charleston, animando el lugar.
_Vos dejá Dotorcito, dejá…me las van a pagar, y gratis no le va a
salir…ya vas a ver. Estos atorrantes no me joden más, ni a mí, ni a mis
amigos.-
Cuando iban saliendo vieron, en la pista de baile, a Heriberto
bailando alocadamente con tres mujeres, como si fuese un joven de
veinte años en un estado lamentable. Ebrio, despeinado, con la camisa
desabrochada fuera del pantalón, intentando cada dos pasos acariciar a
sus nuevas amigas, quienes lo esquivaban riendo.
Balero esa noche se durmió tarde. En su pieza, con un cigarrillo en
la boca, las manos en la nuca, acostado en su cama pensaba una y otra
vez:
“Gaitán y Sosa, nunca les vi la cara, pero hasta recuerdo su misma
Colonia… ¿no habrán sido ellos?…en la última paliza estaba el “Picado”,
de eso estoy seguro.”-él intentaba unir a esos hombres y al Gordo
Cuerda en las brutales agresiones que había sufrido, en tres ocasiones,
desde que llegó al conventillo. Rememorar esas noches lo ponían furioso.
Para no pensar más en el tema, tomó la revista que había estado leyendo
a la tarde: “Caras y Caretas”. Miró la tapa y pensó:
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“Recién tengo veinte años, Pucha, eso es lo que me da bronca, la
vida es así, la gente se mueve entre caras y caretas y todo sigue
andando”.-
Capitulo 8
Vicente se despertó tarde ese día, ya eran más de las nueve. Luego
de vestirse se dirigió a la cocina.
En esa mañana de sábado, soleada y hermosa, desde temprano
Benito y Fermín jugaban a las bolitas en el patio.
Cuando entró vio a Pedro ya repuesto junto a Rosa sentada a su
lado, planeando el recorrido del lunes. Al lado de la cocina, Angélica
insultando en calabrés, golpeaba con su puño el fonógrafo que había
dejado de funcionar.
En un rincón vio a Calvina llorando, se aproximó para darle su
condolencia, sabía que había muerto su novio.
_Gracias, no sé qué hacer, me he quedado sola…los Peralta me lo
mataron, ¡pobre Ángel, mi amor!…vieras lo bueno qué era.-
De inmediato Vicente, relacionando, comprendió que se trataba de
sus defendidos. No le contestó una palabra. Se sirvió en silencio un
cocido y volvió pensativo a su cuarto.
Aprovecharía ese fin de semana para ir trabajando en borradores
los nuevos casos. Estaría sólo ya que Rosendo y Miguel pasarían esos
días en la isla.
En su pieza, tomando unos mates mientras trabajaba, de tanto en
tanto, recordaba el mal momento vivido la noche anterior, cuando sintió
el cuchillo en su espalda.
Percibía cómo iba avanzado la mañana por el bullicio de afuera,
para el mediodía había concluido la primera parte de su escrito; aún tenía
tiempo antes de almorzar para escribirles una carta a sus padres.
Después del almuerzo, con Balero decidieron salir a caminar; el
solcito de esa siesta invitaba a pasear.
Subieron por la calle del Bajo hasta su final, allí donde se
continuaba con la vía del ferrocarril.
En silencio siguieron caminando, los dos estaban pensativos y
algo preocupados: “algo huele feo”, había dicho Balero, pero ninguno
quiso profundizar en el tema.
Después de más de una hora de marcha llegaron al Puerto Nuevo.
Ahí se encontraron con varias familias que preparaban su merienda,
llegadas a pie o en tranvía, se agrupaban en tertulias; entre mate y la
música que salía de alguna guitarra. Ellos se aislaron un poco,
sentándose frente al río, al pie de la barranca. Frente a ellos se extendía
el puerto mismo; la longitud de su frente de atraque era de unos 200
metros; más allá de éste el Paraná bajaba hacia el sur.
Siguieron callados un buen rato, cada uno con sus pensamientos.
Balero con un palito en la boca y armando un cigarrillo le dijo lo
que pensaba.
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_ ¿Sabés?, yo no me la trago, este “mala entraña del “Picado””
algo se tramoya…y va a “alborotar el avispero”, pero no sé que es…-
Vicente pensó por un segundo y le respondió.
_Lo que a mí me pasó anoche no fue culpa del Gordo, fue otro el
que me amenazó, no era su voz. No sé, no creo que tenga algo que ver en
este asunto.-
Frente a ellos estaba anclado el carguero italiano “Siracusa”,
algunos marineros caminaban por su cubierta, el lunes continuarían con
la carga de granos.
Decidieron volver antes que oscureciese, casi nadie quedaba en el
muelle.Al llegar a la casona, se saludaron y cada uno se dirigió a su
cuarto, en su regreso poco habían hablado.
Vicente releyó los escritos que había realizado a la mañana,
mientras tomaba un cocido y comía unos bizcochos a manera de cena.
Desde temprano ese domingo se oía la voz de Adela, yendo y
viniendo de su cuarto al comedor. Toda la noche Clarita, su hija de ocho
años, había estado afiebrada con una fuerte tos que sacudía todo su
cuerpecito.
_Esta ha sido una semana de enfermos y golpeados.-dijo Cirilo
mientras con una mano le daba un vaso de agua a la nena, y con la otra
sostenía una compresa humedecida sobre la frente ardiente de Clara.
Adela decidió llamar la Doctora para que la viese, no le gustaba el
estado que presentaba, tenía una muy mala experiencia debido a que el
año anterior se había muerto Luisito, el menor de sus hijos de cinco
años.
Honorio y Benito salieron corriendo hacia el hospital que estaba a
unas diez cuadras.
Como siempre, sin demorarse un minuto, Amanda llegó al
conventillo.
Revisó a la pequeña, controló su temperatura. La niña se
presentaba con su cara enrojecida, con un mal estado general.
Notó una dificultad respiratoria marcada. La auscultó comprobando
que tenía una disminución en la entrada de aire a sus pulmones.
Le quitó su abrigo y percutió la espalda con sus manos, oyendo
matidez en las zonas examinadas del tórax.
Al concluir, miró preocupada a Adela, que esperaba ansiosa el
diagnóstico.
_Mire, sospecho que lo que tiene es de cuidado, están muy
comprometidos sus pulmones, acá no podremos hacer nada; hay que
internarla.-llorando Adela le respondió que sí, bajando y subiendo el
mentón.
_No nos demoremos, vamos.-remarcó la Doctora.
Cirilo cubrió a Clara con una manta y juntos se fueron al hospital.
Luego de ingresar, la niña quedó en una cama de la sala común
abarrotada de enfermos, al cuidado de la Doctora. En tanto Adela y su
esposo aguardaron en el salón de espera mientras los otros niños
regresaron con Ana; nada podían hacer más que esperar.
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Ese domingo todos los habitantes del conventillo estuvieron en
silencio, expectantes, atentos a cualquier novedad.
El lunes, Balero, desde las ocho ya estaba en la calle haciendo
mandados, en su primera jornada laboral en el estudio.
Vicente terminó a las diez de pasar en limpio los escritos de
algunos nuevos casos. Quería que primero los leyera el Doctor Isidro. En
ese momento salió su tío sonriente de su oficina para decirle que
terminaban de hablarle del penal: los hermanos Peraltas ya estaban
libres. Habían identificado al muerto, un hombre con frondoso prontuario.
Se acercó a Vicente, le palmeó la cara felicitándolo sin saber que él
ya estaba enterado de quién era el delincuente.
Isidro leyó brevemente los papeles que le entregó su sobrino, los
aprobó y volvió a su oficina para continuar con su trabajo.
Vicente, feliz por la libertad de los hermanos, se dirigió hacia
Tribunales para iniciar las nuevas causas; éste era un moderno edificio
construido catorce años antes, 1905.
Después de cumplir con sus trámites, caminó hacia las escaleras
para retirarse. En el momento que estaba descendiendo sintió pasos
detrás suyo, al girar vio a Beatriz cargada de expedientes. Los dos se
detuvieron sonrientes en la puerta de entrada, sobre un amplio mármol
blanco.
La saludó extendiéndole la mano, sin darse cuenta que ella tenía
las suyas ocupadas; los dos rieron por su despiste. Quedaron unos
segundos mirándose, olvidando la gente que en ese momento bajaba y
subía al costado de ellos.
_Buen día, ¿cómo estás Beatriz?, veo que atareada.-le dijo, viendo
que estaba hermosa, impecablemente vestida con una fina chaqueta y
falda marrón, una blusa verde musgo de cuello alto y delicados zapatos al
tono.
_Hola colega, no, no, ya terminé con todos los trámites, estoy acá
desde temprano.-dijo ella sin dejar de mirarlo y dando un paso hacia la
vereda.-los dos percibían nuevamente el magnetismo que se creaba
estando próximos, lo habían descubierto tan sólo hacía un par de días;
pero ellos sentían conocerse desde mucho tiempo atrás.
_Dejame ayudarte, por favor, vas muy cargada.-dijo él tomando
algunos de los expedientes que ella sostenía bajo su brazo, aunque ya
habían caminado cincuenta metros y estaban frente a la plaza, donde
debían despedirse; cada uno iba hacia esquinas opuestas.
Nuevamente detuvieron su marcha mirándose sonrientes como
niños.
_Beatriz, cuando puedas, si gustás, te invito a tomar un café, así
charlamos… me gustaría conocerte.-ella lo miró durante unos segundos,
luego dirigió su vista hacia la Escribanía que estaba a cien metros, volvió
a mirarlo y dijo animándose:
_Sí… ¿por qué no?… ¿te parece ahora?-sólo sonrieron y con las
miradas anudadas siguieron camino al bar El Griego. En realidad los dos
sabían que eso era natural que así hubiese ocurrido. O lo que ambos
desearon desde que se vieron.
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Doña Angélica, de rodillas, con una cuchilla buscaba perejil en el
cantero, cuando sintió ruidos detrás suyo y vio aparecer a Don Heriberto,
que salía del baño, enredado con las sabanas colgadas en el tendero.
Al verla ahí, a dos metros frente a él, quedó paralizado.
_ ¡Pero qué me encuentro acá!…que mujer más bella… ¡qué linda
carita, qué cuerpito, qué piernas… qué ojos!-
La anciana sorprendida, miró hacia atrás para ver si esas
barbaridades se la estaba diciendo a otra persona. Al ver que era ella,
solo ella, la destinataria de esos fuertes piropos, abrió bien grandes sus
ojos y alzó el cuchillo furiosa y amenazante.
_ ¡Viejo verde, asqueroso, mal educado!… ¿usted quiere que lo
destripe?-Heriberto, temeroso, al ver que ella se estaba levantando y que
no había sido bien entendido, empezó a correr sobre unas plantas de
lechuga en dirección a las habitaciones, mientras Angélica gritaba como
una energúmena insultándolo.
Durante el almuerzo ni se miraron. Heriberto tenía pánico que se
enterase su esposa, el tiempo que estuvo en la cocina no sacó la vista de
sus rodillas.
Durante la tarde Ramón lo observó muy callado, pensó que tal vez
extrañaba su tierra, el padre iba y venía caminando por el patio, mirando
en cada vuelta para el lado de la cocina.
Hacia la medianoche Heriberto se levantó a orinar. Vestido con una
camiseta, calzoncillo y alpargatas, caminó, en total oscuridad hacia el
fondo.
Cuando regresó, se detuvo ante la puerta, miró para un lado y para
otro y entró rápidamente gritando ¡“Sapukai Rohayhu”! mientras se
arrojaba sobre Angélica que estaba durmiendo. La anciana desesperada y
con terror intentó levantarse. En un primer momento, entre dormida,
creyó que se habían agujereado las chapas del techo y que desde la
terraza había caído un perro sobre ella. Después recordó que los perros
no hablan; con sus manos trataba de sacarse el peso de encima, cuando
tocó una cara de grueso bigotes y en ese instante recordó el episodio del
cantero y comenzó a gritar.
_ ¡Viejo sin vergüenzas degenerado…paraguayo hediondo…
Satanás…aprovechador…ayuda…me quiere matar!- y tan fuerte gritó que
a los pocos segundos entraron sus vecinos de habitación: los cuatro
paraguayos y la mamá de Ramón.
Cuando se encendió la luz lo vieron a Heriberto entrelazando con
sus brazos a Doña Angélica que seguía gritando. En la cama de al lado,
Calvina, enmudecida y consternada por el terror, se había tapado hasta la
cabeza pensando que así no se darían cuenta que ella estaba ahí. Pero la
pobre era tan voluminosa que parecía que la frazada cubría seis bolsas
de papas.
_ ¡Asesino asqueroso, salí de encima!-seguía gritando entre llantos
la anciana.
Todos miraban desconcertados, hasta que Ramón tomó a Heriberto
por los hombros y lo sacó de la cama.-
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_Papá, ¿estás loco, o sos sonámbulo…qué hacés en esta pieza?-
entretanto, Angélica se recompuso y tomó una vieja chancleta con
la que empezó a golpear la cabeza del anciano, mientras lo insultaba
enfurecida. Todos intervinieron para separarlos, Heriberto descolocado
corrió hasta la puerta, ahí su esposa lo recibió a las cachetadas, pero él
solo quería escapar y decía:
_ ¡Mi Dios, fue un error!…me equivoqué de cuarto, si ésta pieza está
pegadita a la nuestra…es una confusión.-fue lo último que dijo cuando su
mujer a los empujones y golpes lo llevó a su cuarto.
Después del incidente Ramón se quedó sólo con la anciana para
tranquilizarla, mientras ella le contaba que su padre estaba loco, que le
hablaba en un idioma que no entendía.-
_Tranquila Doña, tranquila, creo que papá es sonámbulo…-
Todo el día siguiente Heriberto estuvo asustado encerrado en su
habitación.
Lo habían reprendido y retado de mil maneras diferentes, aunque él
sostenía que se trataba de una gran confusión.
Al mediodía entró Ramón trayéndole un vaso de vino y un poco de
pan con mortadela.
_Te juro Ramoncito que fue un error, la anciana lo mal entendió…
¿vos me crees?-
_No, no, no te creo… pero comé papá…y no sigas haciendo
quilombos.-
Los habitantes del Conventillo más allá de sus trabajos y ese
pensionado tenían un horizonte muy limitado y breve. Habitualmente se
movían en un radio no mayor que unas diez cuadras a la redonda; ese
era el pequeño universo en que circunscribían sus vidas. Los niños
cruzaban a jugar a la plazoleta vecina, pero no se alejaban más de eso;
temían a los niños pobres del Puerto Viejo, decían que “eran gurises
pendencieros”. Las mujeres de la casona salían muy poco, no más de
dos o tres veces al año iban a alguna que otra tienda en el centro de la
ciudad. Algunos de los hombres, a veces después del trabajo se dirigían
enfrente, al bar el Faro, para tomar una cerveza o un vino. Pero
comúnmente no pasaba más de una hora en el lugar. Como si las
extrañasen, volvían a sus habitaciones a prepararse para el día siguiente,
que seguramente sería otra jornada agotadora. Cuando entraba la tarde,
con una toalla bajo el brazo se dirigían hacia el baño para refrescarse.
Exceptuando los domingos, todos los días de todas las semanas de los
años que hacía que vivían ahí, era esa su invariable y única rutina.
Ya higienizados volvían a sus cuartos, cansados se recostaban un
rato, ojeaban alguna vieja revista, o charlaban de temas del día; luego con
el calentador se preparaban unos mates o un cocido, que junto a algunas
frutas o rodajas de salame, pan y queso constituían su cena.
Casi nunca pasaba de las nueve de la noche cuando todos
dormían, exceptuando alguno que robándole horas a su sueño, se iba a la
cocina donde siempre había alguien para matear o jugar a las cartas.
Sus paseos por la costanera se limitaban a alguna fiesta patria, o
un domingo soleado. Descartaban pasear por el centro por vergüenza a la
mirada de la gente del “otro lado”. Estas salidas era todo un gran
acontecimiento.
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Los preparativos se iniciaban temprano, después de los primeros
mates, también ahí daba comienzo una batalla campal cuando los niños
eran llevado hasta la ducha. Los alaridos se escuchan incluso desde la
otra esquina, cuando arrastrados de los pelos y a las cachetadas
conseguían pasarlos por la ducha uno tras otro. Luego del baño los
vestían con su única camisa para pasear, recién planchadas; éstas eran
del doble del tamaño de los cuerpecitos para así en los próximos dos o
tres años no le renovarles el vestuario. Lo mismo sucedía con sus
gastados zapatos y pantalones cortos; siempre negros o grises,
ajustados a su cintura por un cinto viejo o tiradores. Después de
peinarlos “a la gomina”, y advertirles que no se moviesen de la cocina
hasta que ellas volviesen, por temor a que se ensuciasen, comenzaban a
vestirse con sus ropas domingueras. Ésta era otra tarea gigante.
La habitación de Ana, era la más amplia, ahí habían puesto, quien
sabe cuándo, un viejo y amplio ropero, En este se guardaba la ropa de
todo el conventillo que no tenían lugar en los otros cuartos, que eran
bastante más pequeños. Los días de paseo el lugar parecía un vestidor
comunitario. A un lado de la puerta de entrada colgaba un viejo espejo
oval con varias manchas negras por la falta de pintura.
Ahí se juntaban Matilde, Ana, Calvina y Adela y Angélica, luego de
una ligera ducha; este lujo de bañarse ocurría cada siete o diez días, en
invierno los baños eran más espaciados.
De a dos por vez, se paraban frente al ropero con el ceño fruncido
y pensaban unos minutos, corriendo una y otra vez las perchas de
izquierda a derecha y viceversa; aunque su vestuario no tuviese más tres
o cuatro vestidos, casi todos raídos. Cuando escogían que ponerse,
extendían la prenda sobre una cama y las que antes estaban detrás daban
un paso al frente y repetían el acto. Después de cinco o seis intentos
elegían las prendas adecuadas, Calvina, a un costado, cebando mates las
miraba atentamente y fruncía su boca como dando un beso al aire antes
de opinar. Movía su cabeza por el sí o por el no, su boca daba un
resoplido y continuaba con los mates. Ella nunca participaba de los
paseos, dado su gran peso, pero las acompañaba, agitada, hasta la
puerta del cabotaje a la hora de la salida. Luego, minutos después que el
resto se fuera, volvía a la entrada con una silla para sentarse a esperarlas
dos o tres horas. No quería perderse un detalle de los relatos que se
sucedían al regreso de la comitiva.
Después de almorzar comenzaba el maquillaje. Luego aplicarse
algo de rubor en sus rostros y de pintar sus labios con un Rush, por lo
común de un rojo furioso; se aplicaban perfumes baratos en tal cantidad
que su aroma dulzón se respiraba a veinte metros de distancia. Cuando
concluían con esta tareas, emprendían la marcha; yendo los niños
delante para tenerlos vigilados. Antes de salir se miraban nuevamente,
asentían con un movimiento de cabeza y daban el primer paso en la
vereda. Los niños, juiciosos, caminaban serios media cuadra por delante,
con sus manitos tomadas por la espalda. Mirando de tanto en tanto hacia
atrás, cuando veían que sus madres estaban distraídas en sus charlas,
Clemente sacaba de entre sus ropas una pelota. Inmediatamente pateaba
ésta para adelante en dirección de la plazoleta, y en diez segundos ya
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todos estaban jugando un partidito, gritando de felicidad entre los yuyos
y el barro. Esto finalizaba muy rápidamente cuando corriendo llegaban
las mujeres y ponían, a retos, fin al evento por medio de cachetazos o
tirones de pelos. Benito que era el más veloz, escapaba corriendo unos
cien metros para que no le quitasen la pelota. Por el miedo a que le
diesen una paliza no hacía caso a las advertencias y juramentos de su
madre.
_ ¡Volvé, vení mocoso! Ya vas a ver cuando volvamos gurí
atorrante… ¡cuando te agarre no te voy a dejar ni un pelo; la paliza qué te
voy a dar! Le voy a decir a tu padre que te dé con el cinto… ¡ya vas a ver!-
decía Ana enojadísima. Luego giraba mirando a los otros chicos, y junto
con Adela los retaban a los gritos por haberse ensuciado apenas
comenzado el paseo. Los nenes llorando por los reto, con la cabeza baja,
miraban sus zapatitos embarrados y sus rodillas sucias; esto los hacía
llorar aún más; echándose la culpa unos a otros sobre quien había
tendido la idea.
Para llegar a la costanera caminaban por la Cortada de los Sauces
hasta llegar al Puerto Viejo. A la izquierda, a unos trescientos metros, el
agua de las lluvias recientes bajaba por la Zanja de Doña Melchora en
dirección al Yaguarón. En el lugar se veían algunas mujeres humildes,
que aprovechando el sol de esa tarde, lavaban ropas y chalaban
animosas en lugar. A un lado, unos niños remontaban barriletes, otros
pescaban mojarritas o bagres. El conjunto formaba una mancha
multicolor que contrastaba con la arcillosa barranca que se levantaba con
una altura de unos treinta metros a sus espaldas. Ésta, como un grueso
cordón adornado por abundantes tunas, algunos cactus y espinillos;
seguía al río serpenteando su curso por varios kilómetros. Abundantes
enredaderas de zarzaparrillas coloradas, que vistiéndolos en colores
colgaba de sus lados y arcillosos bordes.
Al llegar a la costanera el grupo se detuvo, pero los niños corrieron
nuevamente tras la pelota gritando de alegría. Por la izquierda se veía el
puerto, algunos pequeños barcos anclados en el Paraná. Sobre el muelle,
como una alfombra áspera de quebrachos, algunos pescadores probaban
suerte con sus cañas o líneas. A su frente unas carretas esperaban algún
desembarque de mercaderías.
Mirando hacia el sur se veía una avenida arbolada por sauces
jóvenes, de no más de veinte años. La costanera dibujaba una “U”
invertida, de unos quinientos metros por lado, en el centro la calle
recientemente adoquinada; a sus lados las veredas. En éstas, los
pescadores habían dispuesto sobre tablones sostenidos por caballetes
sus puestos de venta. Había unos veinte por cada costado de la avenida,
éstos se alternaban con otros tablones donde se ofrecía en algunos
bebidas, en otros golosinas y facturas de panaderías. En el extremo de la
“U “invertida confluía el terreno del Club de las Regatas y la “Bajada al
Río”. Ésta cortaba la barranca bajando desde la plaza central; doscientos
metros más arriba. Antiguamente había sido utilizada para bajar el
ganado y darle un acceso a las aguas del río.
Esa tarde de primavera el sol bajaba fuerte sobre el Pago de los
Arroyos, el paseo costanero estaba muy concurrido. Iban y venían niños,
familias, grupo de jóvenes, de amigas. Apoyados sobre la baranda que
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separaba la calle del río, algunos muchachos gustaban unos mates,
fumando y viendo pasar a las bellas jóvenes, algunas muy bien vestidas,
que reían antes los dichos de estos galanes siesteros.
En esos años la moda cambiaba vertiginosamente año tras año, en
hombres y mujeres. En éstas lo más modernos eran los vestidos de
forma cilíndrica que escondía las curvas, por primera vez la mujer se
cortaba el pelo y abandonando los complicados peinados; así se
renovaba la estética de lo sensual. Pero las inquilinas del cabotaje no
estaban incluidas en todos estos cambios. Ellas por lo general vestían de
negro o gris, Ana aseguraba que eso era lo mejor ya que la ropa oscura
duraba más y se ensuciaba menos. Sus cabellos estaban igual que cinco
años antes, más crecido, con un lavado cada quince días, todas tenían el
mismo color, ya que esto dependía de la única tintura que tuviesen en el
conventillo. Esa tarde parecían cuatro hermanas congeladas en el tiempo;
todas tenidas de un negro fuerte y brillante. En esos paseos, cuando se
cruzaban con otras mujeres mejor arregladas, las miraban de los pies a la
cabeza. Comúnmente era Matilde la “vocera” del grupo que apenas
mirándolas por unos segundos decía:
_ ¡Qué pitucas!, pero… ¡por favor, qué me importa!, miren lo que
son, se pongan lo que se pongan son unas petisas engreídas…vamos
chicas… ¡ni las miremos!-el resto asentía y continuaban caminando. Ya
había hecho seis veces la misma vuelta por el paseo costanero.
Y la caminata continuaba por la vereda hasta llegar al próximo
puesto, en ese momento descendían a la calle para observar los
productos en venta, mientras los niños corrían jugado por el costado de
la baranda.
Sobre el tablón el pescador exhibía los pescados atrapados en el
mallón dos horas antes. El surtido era variado: Sábalos, Amarillitos, Patí,
Dorados, Surubí; ocasionalmente también había algunas Rayas, Morenas
y Anguilas. Desde una madera superior colgados de alambres colgaban
algunas Nutrias ya cuereadas y una pequeña balanza. La gente se
amontonaba para ver más de cerca, entre ellas: Adela, Ana, Matilde y
Angélica comentaban los precios. Las dos ancianas, Angélica y Matilde
nunca se ponían de acuerdo. Cuando una prefería el Dorado, la otra
elegía la Nutria, y viceversa, pero esto sucedía cotidianamente con todo
lo que diese para discutir.
Mientras crecía el ruido que producía la cuchilla del pescador sobre
el tablón, cortando las cabezas de los pescados vendidos, ellas no se
oían y alzaban su voz. Se mezclaban las voces pidiendo sus pescados, el
barullo de la gente que circundaba el lugar y los gritos de Matilde y
Angélica; intentando ponerse de acuerdo. Tras cada golpe saltaba
sangre, agua, escamas. Los más próximos eran salpicados. Con cara de
asco, se limpiaban su cara y la ropa retrocediendo unos pasos; para
alejarse del alcance de esas “balas húmedas, sanguinolentas y
plateadas”.
El pescador, mirando fijo la zona del pescado donde cortar, daba
cada golpe cada vez con más fuerza y violencia. Muchos de los peces aún
estaban en movimiento, él los iba tomando por la cola y golpeaba en
forma certera, separando la cabeza del resto del cuerpo. Muchos
curiosos seguía al lado del tablón mirando como hipnotizados, como se
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abría la carne sangrando tras cada impacto. Por debajo de la mesa el
goteo continuo se iba formando un charco rojo brillante.
Caminaron unos metros hasta llegar al puesto de bebidas. Los
niños que hacía dos horas corrían de un lado al otro, gritaron de
contentos cuando Adela les compró unas naranjadas. Cuando ella se
disponía a sacar dinero del viejo monedero, los nenes en dos tragos
terminaron el refresco y ya estaban a unos cien metros siguiendo con sus
incansables corridas y travesuras.
El paseo continuó por otra hora más, muchos de los concurrentes
ya se habían retirado en dirección a sus casas; varios de los vendedores
iban desarmando sus puestos. Angélica y Matilde continuaban
discutiendo, por esto, por lo otro. Ahora el tema era cual de los pescados
rendiría más para una comida en el Cabotaje. Se acercaron a uno de los
puntos de expendio que aún tenían pescado, frente a la tablón de venta
miraban y hablaban; una señalaba el surubí, la otra negaba negaban con
su cabeza. Así continuaron otros diez minutos. Detrás de ellas, a pocos
metros los niños jugaban al futbol. Benito después de una ágil gambeta
quita el balón, le da un pase a Clemente, este imaginado su gol casi
hecho pateo con fuerza la pelota; levantando las manos en el acto como
si hubiese convertido un golazo. La pelota salió a gran velocidad en línea
recta, a casi un metro del piso.
Matilde de repente sintió un agudo dolor por detrás de su rodilla
derecha. Percibió como todo su cuerpo flaco y fibroso perdía estabilidad,
de inmediato pensó que le había bajado la presión. De inmediato los
chicos asustados se tomaron la cabeza y huyeron rápidamente del lugar.
El pelotazo había pegado con toda su fuerza en la pierna de la anciana
que comenzaba a perder el equilibrio.
Antes de caer Matilde intentó apoyarse en el ángulo del tablón,
pero nada pudo hacer, la madera se inclinó sobre ella y cuando quedó
acostada entre la vereda y la calle, como una cascada, toda el agua de los
pescados calló sobre su pecho; le siguieron algunos Sábalos, Dorados,
Amarillitos que impactaron, uno tras otro en su recién lavada cabeza.
Desde el piso, ahora estaba impregnada de un aroma de perfume
dulzón mezclado con el fuerte olor de los pescados. Aún sin ponerse de
pie, mientras se quitaba escamas de su cabeza, con su cara empapada
del líquido sanguinolento, vio la pelota a unos metros suyos y observó
como huían los niños. Llorando y con furia solo gritó cuatro palabras:
_ ¡Juro qué los mataré!
De inmediato sus amigas corrieron a ayudarla. La pobre anciana
estaba enteramente mojada quitándose los pescados de encima.
Entre gritos y juramentos concluyó el paseo, sin decir una palabra
caminaron hacia el conventillo, la única que gritaba era Matilde
enardecida. Las otras, cuando ella no miraba se tapaban la nariz por su
fuerte olor. Lo niños escondidos temerosos tras los árboles de la
plazoleta, imaginaban la paliza que les esperaba.
Capitulo 9
La conversación en la oficina de la inmobiliaria fue breve.
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_Rogelio, acá tenés la orden, me la mandaron esta mañana
temprano. Por favor, se la das al sargento Moyano, él estuvo aquí hace un
rato y la está esperando; vos desentendete que él se encargará de todo.
Te pido que no participés en esto. Creo que servirá de lección…así
no se contagia el resto con esta mala costumbre.-dijo el Doctor Vázquez a
Rogelio Cuerda, pasándole sobre el escritorio un papel sellado; éste lo
tomó y sin mirarlo lo guardó en un bolsillo de su saco. Se puso de pie,
luego limpió con su pañuelo manchado y sucio los pequeños anteojos
metálicos, saludó al Doctor y se retiró.
Temprano, a la tarde, estaban en el Comedor escuchando las
últimas noticias que había traído Ana: el estado de Clara se había
complicado. Todos se miraron en un pesaroso silencio.
Nadie quería recordar los momentos vividos un año atrás con el
final de Luisito. En ese momento se escuchó un griterío en la entrada del
conventillo, seguido de un fuerte taconear de botas que ingresaban.
Sorprendidos vieron a más de diez policías en el patio. Instantes
después, a la seña de quien estaba al mando, comenzaron a golpear las
puertas de las tres primeras habitaciones del lado izquierdo, como si
fuesen a tumbarlas.
Con cara de dormidos, extrañados, salieron casi al mismo tiempo
Bonaventura, Ferreira y Rocamora.
_Soy el Sargento Moyano, vengo a desalojarlos.-hizo una pausa
para flamear en el aire un papel que traía en su mano. Luego continuó.
_Vamos, rapidito, acá está la orden del juez, el Doctor Casas,
Juzgado Cuarto…apurensé, tienen cinco minutos para dejar las piezas.-
dio un paso al costado y de inmediato se alineó el resto de los policías
con sus bastones listos, a escasos metros de las piezas.
El sargento pasó la mano por su rapada cabeza, luego guardó el
papel de la orden y la colocó en uno de los bolsillos del pantalón.
El sargento era un hombre cincuentón de mediana estatura,
morocho, de ojos achinados en una cara hosca, de finos bigotitos con
sus extremos curvos hacia arriba, a los que cada tanto acariciaba
mientras controlaba el procedimiento que se estaba desarrollando.
La tensión que se fue creando en ese patio hizo que pareciese que
había oscurecido de repente.
Los tres vecinos que iban a ser desalojados se miraron entre ellos
desconcertados, confusos y con espanto por el futuro de sus familias.
Rocamora dio un paso al frente para hablar con Moyano.
_Señor, denos unos días por favor, no tenemos dónde ir, ni un
peso…-el Sargento lo interrumpió bruscamente.
_Yo vengo a hacer cumplir un mandato del Juez…por vagos les
pasa esto, vamos, vamos…menos palabras y saquen sus cosas.-le dijo,
mientras vio al resto de los vecinos observando en la puerta de la cocina.
Ustedes no están invitados en este asunto, métanse para adentro.-
Entre tanto, Ramón intentaba tranquilizar a sus padres que,
abrazados y temerosos en un rincón del comedor poco entendían de lo
que estaba sucediendo. Heriberto, después de la noche de la confusión,
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había quedado sosegado como un niño en penitencia. Al día siguiente
volvían a Asunción.
Vicente se adelantó y se presentó solicitando ver la orden, pero fue
interrumpido.
_Ah, ¿abogado?, entonces tendrá la posibilidad de verla después
en la comisaría, ahora se va para dentro con los otros.-cuando el joven
intentó dar un paso más para convencerlo, el Sargento hizo una seña y
dos policías, con sus bastones entre las manos, lo empujaron
bruscamente hacia la puerta del comedor.
“Es inútil, son unas bestias”.-pensó Vicente uniéndose al resto,
que asustados miraban a través del vidrio del comedor.
Por unos segundos se descomprimió la tensión entre el grupo de
agentes y algunos encendieron cigarrillos.
Atrás, en el zaguán, apoyado en un codo sobre el marco interno de
la puerta, Cuerda supervisaba lo que estaba aconteciendo.
Ferreira, sin darse por vencido, tímidamente preguntó si podía
hablar con el Doctor Vázquez. Pero al ver que avanzó hacia él uno que
parecía ser cabo, cohibido dio un paso atrás volviendo a su cuarto. Desde
afuera el policía le decía, con un cigarrillo entre los labios:
_ ¿Pero no entendés?… ¿querés que te meta un sablazo en la
espalda?…dale, ya escuchaste al Sargento: apurate, rajá para adentro,
sacá tus cosas y picatela.56– detrás de él sus compañeros rieron.
Cuando comenzó el desalojo, Balero estaba en el baño chupando
un limón, al escuchar que algo raro sucedía adelante, sigilosamente se
asomó al pasillo; al ver los uniformes trepó a la terraza para escondido
observar mejor.
De los cuartos empezaron a salir valijas, viejos juguetes, algunas
cajas, traperíos y los llantos de los niños asustados que no se querían ir.
Los inquilinos a desalojar, aprovechaban y con cada cosa que
sacaban, renovaban el pedido y las suplicas.
_Sargento, Señor, no tenemos lugar donde ir, un día más por
favor.-dijo Bonaventura, pero Moyano de espalda ni lo escuchó, estaba
charlando de fútbol con otro del grupo. Varela, el cabo, lo miró sonriente
y le dijo:
_ ¿Y ahora llorás? vayanse al “Asilo de Noche”, o al “Hotel de los
Inmigrantes”, ahí seguro consiguen cama…yo en mi casa no tengo lugar,
ya somos ocho.-le dijo burlonamente-eso produjo la carcajada general en
el resto de los agentes.
Balero, agazapado, seguía con atención lo que sucedía abajo. Su
vista iba y venía por cada uno de los policías, pero siempre se detenía en
la figura de Cuerda, parado en la puerta.
”Qué cobarde…hideputa…gonca57…Gordo pillado.58-y en cada
adjetivo su sangre se iba calentando. Estaba irascible, con furia, y seguía
cavilando: “Esto no se hace, pobre gente…ni que fueran sarnosos… ¿y
los chicos?, pucha, que bronca me da”.- volviendo su mirada al Gordo no
aguantó más. Tomó con fuerza el limón y se lo arrojó como una piedra. El
proyectil, con excelente puntería, dio a Cuerda arriba de su nariz,
destruyendo los anteojos metálicos y los gruesos vidrios. Éstos,
destrozados, como filosas espadas lastimaron sus párpados cubriendo
su cara de sangre.
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Rogelio de rodillas, crispado de dolor, grito como intuyendo:
_ ¡De la terraza… me tiraron desde arriba!- Balero, contento, antes
de huir pensó: “Así tenés que llorar: a sangre… “Picado”
“marchatrás.59”…- en el momento en que dos policías, azuzados por el
sargento, subían presuroso por la escalera de hierro. Balero, como un
ágil gato, con gran destreza, saltó tres tapiales y desapareció.
El cabo Varela, colorado con flequillo largo que casi tapaba sus
ojos, era petiso, retacón, de ceño fruncido y cara de desequilibrado, fue
a ayudar a Cuerda mientras este se limpiaba la cara ensangrentada con
su sucio pañuelo.
Enardecido, el cabo fue hasta la primera habitación y empezó a las
patadas con todos los bultos que había en la puerta.
Matilde, no toleró más este trato inhumano, y enojada se dirigió a
Moyano parado en el Centro del patio.
_Pero, usted es el jefe, haga algo… ¿no le da vergüenza?…yo
podría ser la madre de ustedes.-le dijo parada frente a él, quien le
respondió:
_Sí, podría…pero no lo es.- de inmediato hizo una seña al agente
que estaba a su lado. Éste le dio un terrible empujón a la anciana quién
trastabilló dos metros, cayendo de espalda contra la pared, con la que
golpeó su cabeza; dejándola manchada en sangre, antes de caer
inconsciente. De inmediato Pascual intentó ayudarla, pero al segundo
paso se detuvo al oír a Varela.
_Al que joda de nuevo le meto un balazo en la cabeza, a ver si
entiende, no hinchen más las pelotas.-Moyano, menos violento, ahora,
señaló a Vicente y Rosendo para que la ayudasen.
Una vez que las piezas estuvieron vacías llevaron todo hacia la
puerta, en ese momento el sargento autorizó al grupo de la cocina para
que asistieran a la anciana.
Don Pedro fue hasta el muelle para traer el percherón y la carreta,
y así llevar a los desalojados hacia algún lugar.
El grupo de Moyano se puso de espalda al almacén de Elena
esperando que concluyese el desalojo. Muchos de ellos, hechizados,
tenían su vista clavada en el cuerpo de Filomena.
Desde atrás de la ventana, toda la familia de la almacenera
observaba lo que pasaba enfrente. Teresa, preocupada, buscó ver entre
los inquilinos si Balero estaba bien.
Don Roque y Blanca, desde la puerta del “Faro”, observaban
acongojados y así toda la cuadra se sumó al triste espectáculo; con la
impotencia de sólo poder mirar contritos lo que estaba sucediendo.
Mientras, la gente del conventillo ayudaba llorando a cargar el
carro, Don Héctor se abrazó con Bonaventura y le sugirió:
_Hermano, vaya para la estación…a ver si alguien de ahí se apiada
y le da un vagón vacío, hasta que salgan del paso… ¡qué hijos de puta, mi
Dios!-
La carreta cargada al tope, con las tres familias y sus cosas, se
puso en marcha lentamente para comenzar a subir por la Calle del Bajo.
El sargento al comprobar que había concluido su trabajo, dio una
orden y todos se retiraron en fila tras de él. Cuerda ya se había ido
silenciosamente. El resto volvió hacía la cocina; se tranquilizaron al ver a
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Matilde sentada, que aunque dolorida estaba bien, sólo con un raspón en
su cabeza. Eran las cinco de la tarde.
La carreta de Don Pedro parecía destrozarse al avanzar, él no se
distraía por los gritos y llantos que oía a su espalda; ahí apretujados
estaban los tres matrimonios, ocho niños, media docena de gastadas
valijas y una veintena de bultos y cajas. Los adultos discutían a los
gritos, amargados y entre lágrimas, por su incierto futuro. Bonaventura,
Ferreira y Rocamora trataban de encontrar una solución para sus
familias, pero hablaban en forma desordenada, en voz alta, todos a la vez.
Su desesperación hacía que dijesen frases inconexas, parecía una
conversación entre locos.
El anciano manejaba con destreza la rienda de su viejo caballo,
conforme se acercaban a la estación y se alejaban del centro de la
ciudad. Las calles de esta zona eran de tierra, estaban minadas de pozos,
charcos, ramas de árboles. Don Pedro nervioso y empapado en sudor, ni
por un segundo sacaba la vista del camino, sabía que si lo hacía
terminarían todos y el equipaje desparramados violentamente por el piso
embarrado. Pero como un experimentado cochero, iba esquivando
peligrosos obstáculos. Las ruedas pasaban a centímetros de engañosos
hoyos cubiertos de agua barrosa, quién sabe de qué profundidad.
Finalmente llegaron al ingreso de la Estación, el carro giró sobre la
calle adoquinada hacia la derecha, pasando a un costado de un añoso
ombú; cincuenta metros más adelante, a un lado de la boletería, estaba
Don Julio Martínez, un criollo cincuentón; Jefe del lugar.
Éste miró sorprendido la carreta de Pedro que parecía un cajón
gigante con carga humana a punto de estallar. El anciano descendió del
carro y dio un abrazo a Julio; se conocían desde hace años. El jefe,
totalmente pelado, doblaba en tamaño al anciano, en su gran cabeza se
destacaban unos finos bigotes negros, y sus ojos brillantes de un azul
intenso.
Las tres familias aún estaban, expectantes, encima de la carreta;
escuchando atentos la conversación. No era mucho lo que había que
hablar, el jefe puso una mano en el hombro del anciano, lo interrumpió:
_ ¡Qué gente ladina che! No le dan ninguna alternativa, poco les
importa que haya niños de por medio.
Pero tenemos suerte amigos, no se “calienten”.-dijo sonriente
mirando a los desalojados.
_Atrás del monte, cerquita nomás, tenemos un vagón que llegó de
Pergamino para hacerle unos arreglos; pero puede esperar…ustedes
acomoden sus cosas ahí. Ya tiene un techo para ir “tirando”, y para que
los gurises puedan jugar. Después les llevaré un calentador para las
sopas y el puchero. Eso es para “salir del paso”, después veremos. Allá
atrás tenemos cinco barracas que almacenan lanas, cueros, cereales…ahí
también hay mucho lugar libre. Esa mercadería está saliendo a “lo loco”
en barcos para Europa, viste “viejo” como quedó aquello después de la
guerra; pero si dicen que hasta se “morfan” perros, ¡Mi Dios, qué lo
parió… yo no sé…!-dijo Martínez mirando a Don Pedro.
Se volvieron a abrazar con Don Pedro, sin decir una palabra; luego
éste dirigió su carreta hacia el monte, detrás de la vía.
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Hacia 1880 se incrementó marcadamente toda actividad en el Pago
de los Arroyos. Desde Buenos Aires comenzaron a trazar el recorrido de
los trenes. Para 1884 se extiende el Ferrocarril del Oeste, que comenzó a
unir Pergamino con el Pago de los Arroyos. Esto cobró gran importancia
por que posibilitaba la salida de granos y cereales por el mal explotado
puerto. Dos años más tarde, el litoral era surcado por el Ferrocarril
Central que unía Buenos Aires con Rosario y por lo cual su trazado
tocaba al Pago. Por todas estas reformas pronto se construyeron grandes
galpones que almacenaban lanas, cueros, cereales, etc. Estos productos
eran transportados en el ferrocarril o se le daba salida por el puerto.
Desde esos años en El Pago de los Arroyos se respiraba otro aire.
De inmediato se incrementó el circulante, la apertura de diferentes
comercios. Los inmigrantes recién llegados al Puerto de Buenos Aires, de
inmediato “respiraron la bonanza” de la zona del Pago; y hacia ahí se
dirigieron en oleadas.
Capitulo 10
En el Hospital y Asilo Santa Rita, Adela y Cirilo, tomados de la
mano, esperaban ansiosos por alguna novedad sobre Clarita.
La sala de espera estaba desierta en ese momento. Ellos no sabían
qué tiempo hacía que estaban sentados en ese incómodo banco de
madera, respirando ese horrible y penetrante tufo a desinfectantes, a
cloro, yodo…todos se concentraban en un hiriente olor a tristeza.
De tanto en tanto pasaba alguna enfermera que conocía el caso y
los miraba con sonrisa forzada.
La Doctora Valente había estado con ellos hacía más de una hora,
siendo sincera al decirles que la nena no estaba nada bien.
Se miraban sin decir nada, sólo se apretaban la mano y bajaban la
vista. Después de toda una noche de llantos, ya ni lágrimas tenían.
“Aún llevo el luto por Luisito, ¡mi Dios no me abandones…por favor
te lo ruego!”- pensaba Adela mirando por la ventana los cuidados
jardines de la Avenida del Socorro.
Cirilo, cansado y afligido, se puso de pie y encendiendo un
cigarrillo empezó a caminar, yendo y viniendo por el corredor que
conducía a las salas. Cada tanto se detenía frente a las ventanas que
daban a la calle, mirando hacia fuera como intentando huir de ahí, pero
segundos después retomaba su caminata errante por los pasillos.
Al rato vieron avanzar hacia ellos a la Doctora, con paso cansino,
con la vista en el piso.
Se detuvo a cinco metros, mirándolos fijos, Cirilo y su esposa se
abrazaron, como si unidos formasen un impenetrable escudo a las malas
noticias. Pero la mirada fría de la profesional fue suficiente para enlutar al
instante a Adela
_Lo siento, hicimos todo lo que pudimos, pero fue imposible, no lo
soportó, falleció hace cinco minutos.-dijo Amanda con sus ojos
humedecidos.
Adela se levantó mirándola con sus ojos desorbitados, y
tomándose la cabeza comenzó a caminar en círculos mientras gritaba.
_ ¿Por qué Señor, por qué Diosito otra vez me volvés a castigar…?-
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la Doctora se acercó a Cirilo, que aparentaba más entereza, para
decirle que en una hora podrían retirar el cuerpo, entre tanto ella
completaría los papeles de rigor.
Él caminó hasta su esposa que llorando golpeaba con un puño la
gruesa columna, le acarició la cabeza, besó sus ojos y se abrazaron.
Cirilo le tomó su mano, llevándola hasta la puerta del Hospital, era un
modo de postergar el encuentro de Adela con su hija muerta. Lentamente
emprendieron el regreso hacia el conventillo.
Reunidos en el comedor, todos hablaban de la mala suerte de las
familias desalojadas, discutían qué hubiesen podido hacer ellos para
evitarlo. Cada uno opinaba haciendo conocer su parecer. Don Pedro les
contó que, por suerte, el jefe de la Estación de Ferrocarril los había
autorizado, provisoriamente, a usar un viejo vagón como alojamiento.
En ese momento pareció entrar al cuarto una ráfaga de viento
helado. Instintivamente, los que estaban cerca de la puerta, miraron hacia
la entrada y los vieron llegar desahuciados, tomados de la mano.
Todos salieron al patio a recibirlos, la pareja se detuvo por unos
instantes buscando consuelo en sus miradas. Luego Adela se adelantó
llorando para abrazarse con Matilde.
_ ¡Viejita, se murió la Clarita…! ¡Dios mío cuidala por favor,
protegela que es chiquita mi nena!-
Los hombres, uno a uno, se fuero arrimando a Cirilo para
condolerse y darles la mano. Éste se apartó unos metros para explicarle a
Rosendo que no tenía un centavo para el ataúd. El pescador no lo dejó
terminar y se fue rápidamente hacia la carpintería de sus amigos en el
muelle del Puerto Viejo.
Entraron de vuelta a la cocina, el padre se cruzó a lo de Roque para
pedirle que lo llevara en su auto a buscar el cuerpecito de Clara.
Angélica extendió una sábana blanca sobre el centro de la mesa, y
sobre la mesada que salía de la pared prendió las tres únicas velas que
disponía. Matilde cortó algunas flores de las macetas y las colocó en una
jarra con agua en la cabecera de la mesa.
Al rato volvió Cirilo con su niña muerta entre los brazos.
En total silencio la depositó sobre la mesa. Matilde y Adela la
envolvieron en lienzos blancos, como a un ángel. La criatura lívida, con
sus cabellos rubios sobre sus hombros, parecía dormir.
Adela se sentó al lado de la cabecita de la niña acariciando su
rostro frío color tiza.
Más tarde llegó Roque y Blanca, luego Elena y su familia. Casi al
mismo tiempo arribó Don Evaristo, con su esposa y algunos vecinos; la
mayoría con un brazalete negro en sus brazos.
Cada uno dio el pésame y buscó su lugar en la improvisada sala
mortuoria.
Al volver Vicente y Balero del trabajo no lo podían creer.
Una hora después, ingresaba Rosendo con el precario ataúd de
pino recién construido bajo el brazo. Cirilo levantó a la nena entre sus
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brazos mientras el pescador depositaba el cajón en la mesa, luego la
colocaron en su interior.
Unos amigos del papá llegaron hacia la medianoche, al enterarse
de lo acontecido.
Todos estaban angustiados, Balero lloraba como un niño, parecía
que Clara hubiese sido su hermanita.
Angélica cebaba mates; algunos hombres bebían el aguardiente
que había llevado Roque.
Héctor, al ver tan desconsolado a Balero se le arrimó y en el oído
le dijo:
_Tranquilizate pibe, calmate, no llorés…es un Angelito, no le mojes
las alitas así puede llegar al cielo.-
El joven pasó el resto de la noche al lado de Teresa, a un costado
del féretro.
Filomena, dolida y en silencio, estuvo todo el tiempo parada en un
rincón. Meses antes de venir al Pago, la tuberculosis le había quitado a
su hijito de dos años, aunque ahí nadie lo sabía.
Adela, compungida, no se movió del lado de Clara, cada tanto le
tocaba el cabello y volvía a llorar.
En la madrugada habló con Fermín, éste fue hasta el cuarto y
rápidamente llevó a su madre la muñeca de trapo con la que siempre
jugaba la chica. La mamá tomó el juguete, lo respiró profundamente y
luego de apretarlo contra su pecho lo colocó bajo el bracito de Clarita.
Detrás de ella, Ana y Pascual lloraban abrazados.
En ese clima de dolor, el tiempo parecía pasar lentamente,
haciendo más larga la angustia de los deudos.
A la mañana muy temprano, Adela se despidió para siempre de su
hija, besando su frente y acariciando sus manitos. Cirilo la apartó,
abrazándola, mientras Rosendo y Miguel cerraron la tapa del cajón.
Adela, con desesperación se abrazaba a Fermín, su único hijo
ahora.
Luego, formando un grupo de más de veinte personas, marcharon
hacia el cementerio.
Bajaron caminando por el Boulevard de la Alameda, llevando el
féretro; a la delantera iban Cirilo, Héctor, Miguel y Balero, detrás lo hacía
el resto del cortejo llorando, y cincuenta metros más atrás, pesadamente,
avanzaba Calvina vestida de negro, con flores en su mano.
En la esquina del Paseo de la Gloria doblaron; sólo faltaban cinco
cuadras.
Como una ironía, vieron en un baldío vacío, al costado de la calle, a
unos hombres que estaban armando un circo con su carpa trashumante:
la diversión de los niños.
En la entrada del cementerio los esperaba el Cura Francisco, amigo
de Miguel.
Rosendo había avisado para que cavasen la tumba. Todos
pesarosos rodearon el foso húmedo en la tierra.
El sacerdote en una muy breve ceremonia, bendijo el acto. Después
bajaron lentamente el féretro mientras Cirilo, en un extremo, clavaba una
cruz orientada hacia el oeste, la dirección de los Angelitos.
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Concluido el entierro todos se retiraron afligidos, dejando que
Adela, Cirilo y Fermín se despidiesen para siempre de Clarita.
Pasaron varios días y paulatinamente los habitantes del
conventillo, fueron reponiéndose de las vicisitudes vividas.
Adela, buscaba cotidianamente encontrar la fuerza necesaria para
que su tristeza, por la pérdida de su hija, no la hiciese olvidar de Cirilo y
fundamentalmente de Fermín, quién ahora más que nunca necesitaba de
ella. Ana y Matilde la acompañaban en todo momento, pero una y otra
vez, Adela recordaba esa maldita neumonía fulminante que le había
quitado para siempre a Clara.
Algunos se consolaban con pensar que mucho peor era vivir en
Europa, en alguno de esos países desbastados por la terrible guerra que
había concluido en el 18 con más de diez millones de muertos que
abonaban sus campos, y donde aún el hambre flagelaba a los
sobrevivientes.
Aunque ellos sabían que su realidad era luchar el día a día por
escapar de ese infortunio crónico que caracterizaba sus vidas, a diario se
esforzaban buscando la manera de vivir dignamente; no obstante su
escenario era siempre caminar al filo de la zozobra.
El Pago era un paraíso si se comparaba con lo que sucedía en el
resto del país. El trabajo escaseaba en Buenos Aires, el costo de la vida
en los dos últimos años había subido un cien por ciento.
El país se sacudía por los reclamos populares, haciéndose cada
vez más intensas y más violentas la respuesta oficial.
Frecuentemente se acordaban del brutal desalojo de las tres
familias, como consolándose de no haber sido ellos los castigados.
Miguel, Rosendo y los otros hombres, rememoraban la fanática
represión que sufrieron en la Capital, un año atrás, los obreros en huelga
de la Metalúrgica Vasena. Pedían jornadas de ocho horas, aumento de
salarios y horas extras.
El inicio de los reclamos le costó la vida a cuatro de sus operarios,
pero al General Dellepiane no le bastó con eso y en una acción fanática
y demencial, movilizó sus tropas para reprimir al resto los huelguistas;
dejando un saldo final de más de mil muertos.
Esa misma mañana, cuando mateaban, Héctor les leyó a todos las
últimas noticias del diario El Noticiero: Los peones rurales de la
Patagonia habían empezado a manifestarse. Mientras tanto, en el norte
del país crecían los conflictos y se hacía más intensa la lucha obrera en
La Forestal. Por esto, si se lo comparaba, El Pago de los Arroyos era un
Edén.
Los inquilinos de Cabotaje, recurrían a estos consuelos para ver
que siempre era más grave lo que sucedía fuera de la casona. Ellos ahí al
menos todavía tenían techo y comida.
Capitulo 11
53
Antonio Vázquez pertenecía a la cuarta generación en el país
desde que su bisabuelo llegó a estas tierras desde España.
Sin hermanos, al morir su padre quedó con un gran número de
propiedades y dos campos, uno de ellos muy extenso. Pero delegó la
administración total de esos bienes en quien tenía plena confianza:
Rogelio Cuerda. También solía oír con atención sus sugerencias y
consejos en todo lo referente al manejo de los negocios familiares.
Cuerda, desde joven, había ayudado al padre de Antonio en esta
tarea, siendo un hábil e incansable administrador.
Vázquez poco gustaba de la tarea de manejar tierras y ganado, pero
esos bienes le daban tranquilidad para el futuro de Beatriz, su única hija.
Antonio, desde que se recibió de Abogado, abrazó su profesión y
de lleno se dedicó a ella. Muy joven se casó con Hilda, una bella veinte
añera del la ciudad con quién se había hecho inseparable desde que la
conoció.
Muy relacionado en el Pago, pronto se destacó como un brillante
jurista; vivía para el trabajo y su familia.
Era un amante de la música clásica y la buena lectura. Los jueves,
religiosamente, se encontraba con sus amigos para compartir animadas
cenas de hombres en el Hotel Italia. Su círculo de camaradas estaba
conformado por algunos colegas, conocidos comerciantes de la zona;
gente influyente en El Pago de los Arroyos.
Cuerda detuvo su auto frente a la tranquera de la Estancia El
Mangrullo170. Todavía no eran las ochos de la mañana, el pasto estaba
aún cubierto de roció. En su moderno Ford 19, no demoró mucho en
hacer poco más de 40 kilómetros desde Pago de los Arroyos.
Detrás de una arboleda de viejos paraísos, a quinientos metros,
estaba el casco con su vieja casa solariega.
Era un campo de seiscientas hectáreas; una buena extensión de
tierra, pero eso era poco, si se comparaba con las grandes haciendas. En
1920, un total de sólo cincuenta familias eran las dueñas de 4 millones de
hectáreas en la provincia de Bueno Aires.
Salió a recibirlo Don Aniceto, un gaucho de más de setenta años
que era el capataz del lugar desde la época del abuelo de Antonio.
Vestido con chaleco y sombrero, una gruesa camisa de mangas
largas y pañuelo al cuello, una faja de tejido de punto con un vistoso y
ancho cinto de cuero adornados con monedas en su cintura.
Su bombacha con botones en los tobillos se metían dentro de sus
botas de potro. En su cinturón se veía un brillante facón, su posesión
más preciada después de su caballo. A este cuchillo lo usaba en todas
sus tareas, con él castraba animales, comía y era su medio de defensa.
Desdentado, de ojos sagaces, con su cara curtida cruzada por mil
arrugas, le convidó un mate a Cuerda bajo la gran galería.
Esa casa se había construido a mediados de 1850. De techos altos,
un gran living con muebles de roble que apoyaban en gastados
cerámicos rojos; comunicaba con cuatro habitaciones amplias, de pisos
de lustrosa pinotea en machimbres, con viejas camas de bronce.
54
Al fondo se veía una gran cocina y la salida al amplio baño, con una
claraboya en su techo que ventilaba el aire. En la pared de la ducha, se
veían bellos mosaicos de calcáreos decorados con finos dibujos, en
delgados trazos de azul y bordó.
Por detrás estaba un cuarto que era la habitación de Aniceto, con
un pequeño ropero y un catre. Todo lucía impecable y en orden, pese a
que Vázquez y su familia iban una vez cada seis meses a pasar el día,
casi siempre acompañados de amigos; en ocasión de algún asado con
cuero o un cordero al asador, de lo que se encargaba Aniceto con mano
maestra. Siempre los comensales aseguraban que el asado que estaban
comiendo era superior, más exquisito y sabroso que el de la vez anterior.
Aunque disponían de todas las comodidades, no gustaban pasar la
noche allí.
Cuerda paseó unos minutos por la casa, volvió y siguió mateando
con el anciano bajo un Sauce, charlando sobre las últimas novedades. Le
preguntó por las nuevas pariciones del ganado y cómo iba el preparativo
para la próxima siembra, mientras miraba el amplio corral de los cerdos,
un centenar de metros más allá.
Una tercera parte del campo era usado para ganadería, el resto en
agricultura. Para esto usaban la mano de obra de peones golondrinas
contratados para trabajar la tierra, se los llamaba así porque andaban de
una estación a otra. Éstos se encargaban de la trilla, la siembra y la
cosecha.
Se alojaban en un gran galpón a cincuenta metros de la casona,
durmiendo sobre cueros de ovejas.
En ese entonces, para juntar dos mil o tres mil bolsas de maíz, se
necesitaban veinte hombres.
Luego de acordar ciertos asuntos, Cuerda se dirigió a su auto,
todavía tenía que ir hasta la cooperativa de La Candelaria, un pueblito
vecino. En ese lugar comercializaban las cosechas y entregaban los
animales al frigorífico.
El pueblo, de calles de tierra poseadas, parecía dormir una eterna
siesta.
Fue directo hasta la oficina del gerente y contador, Nicanor
Mansilla. Como si hubiese sido su casa entró sin anunciarse, saludó y
se sentó frente a su amigo y socio.
Cuerda, durante muchos años había hecho una administración
impecable de las tierras de los Vázquez. Pero hacía quince años había
encontrado la manera de enriquecerse con la complicidad de Mansilla.
Su primer desliz fue cuándo se vendió el campo del norte, de poco
más de doscientas hectáreas. En esa oportunidad, aconsejó a Don
Antonio venderlo por la incomodidad que implicaba su cuidado y manejo;
estaba en Los Rosales, a 300 kilómetros del Pago.
Después del visto bueno de Vázquez, él fue el intermediario cuando
consiguió un comprador con el cual acordó una jugosa gratificación.
En los papeles de Vázquez el costo por hectárea, era menor al
precio en que en realidad Rogelio las vendía.
En esta operación ganó un quince por ciento del precio final, un
dineral teniendo en cuenta que se vendió a 4 pesos ley la hectárea, lo que
le permitió a Cuerda guardarse 120 pesos ley.
55
Luego, con Mansilla como cómplice, continuó enriqueciéndose.
Así, si Rogelio entregaba mil kilogramos de granos, en los papeles que
recibía Vázquez figuraban setecientos cincuenta. Esa superficie de
campo producía varios miles de kilos, por lo que las ganancias de Cuerda
eran fabulosas, también las de Nicanor, que sin hacer más que un juego
doble de recibos de las cosechas, obtenían excelentes ganancias. Lo
mismo sucedía con el ganado que se vendía al frigorífico, también
regenteado por Mansilla: si se entregaban cien cabezas, en los papeles
que Rogelio le daba a Antonio, figuraban setenta y cinco.
Por su lado, Don Aniceto, por unos billetes, era ciego a todo lo que
sucedía. Éste cerraba sus ojos para no contar las vacas cuando salían
hacia el matadero, o en el momento que se cargaban las bolsas de
cereales para la cooperativa
Si bien los comprobantes de venta que Cuerda le llevaba a Vázquez
eran legales y originales, con los sellos correspondientes, existía una
copia melliza, donde se registraban los montos reales de las operaciones
con la Cooperativa o el frigorífico. Él conservaba todos estos duplicados
para su contabilidad.
El Doctor Antonio, lejos estaba de controlar lo que sucedía en su
campo yendo dos veces por año. De este modo, el corrupto
administrador fue haciendo fortunas en esos últimos quince años, la que
fue invirtiendo en propiedades y otros bienes, cuidadosamente puestos a
nombre de testaferros insolventes.
Ese lunes Balero llegó temprano al trabajo, ya estaba Vicente con
una pila de expedientes en su escritorio. Cuando iban a comenzar a
charlar apareció Don Isidro para pedirle que realizase un mandado.
El Doctor Carrare debía viajar con su señora el próximo fin de
semana hacia la Capital, por esto le solicitó a Balero que fuese a comprar
los pasajes a la estación, además de llevar unas cartas al correo. Éste,
feliz, se dirigió presuroso a cumplir el pedido, no gustaba estar más de
cinco minutos dentro del estudio, y ese día estaba hermoso para pasear
un rato.
Luego de comprar los boletos cruzó la calle para esperar el tranvía
que lo llevaría de vuelta al centro. Cuando estaba por poner el pie en la
otra vereda, vio a un hombre morocho y fornido salir del bar que estaba
frente al ferrocarril.
El sujeto se dirigió hacia la misma esquina que Balero, donde ya
estaba el tranvía esperando que subiese la gente de esa parada. El joven
se adelantó y subió primero para no ser visto. Desde ahí, cuatro asientos
por detrás, Balero lo miraba de reojo.
Al llegar a la esquina de la calle De la Libertad, el hombre se puso
de pie para descender, en el mismo lugar donde también debía bajar
Balero. El joven lo siguió con sigilo, cincuenta metros por detrás. Se
sorprendió al ver que entraba al correo.
Separados por cuatro personas, hicieron la cola para ser atendidos.
El hombre, de espaldas a Balero, sacó un papel y sus documentos del
bolsillo; era su turno.
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_Buenos días, venía a buscar una encomienda, recibí el aviso que
ya estaba acá.-le dijo al empleado.
_Buenos días señor, ¿a nombre de quién está?-
_De Gaitán, Hugo Gaitán.-
Balero, atento a todo lo que sucedía a tres metros suyo, quedó
helado al oírlo. Bajó la vista cuando el individuo pasó a su lado, en
dirección a la puerta de salida; en ese momento pensó:
“¡Ahhh, hijo de puta!… sabía que eras vos, es como si ya te
conociese el olor.”-
Capitulo 12
Esa noche había pocos clientes en el Conejo Rojo, aunque aún era
temprano. Por detrás, a través del cielo limpio, la luna llena marcaba una
franja naranja sobre las turbias aguas del río.
_Hola, buenas noches, quisiera hablar con el encargado, decile que
lo busca Astunez…Florián Astunez; de Villa la Concordia.-dijo al portero
un hombre, sin sacarse de su boca el cigarrillo. Era delgado y alto con
sombrero marrón, de unos cincuenta años. Bien trajeado, zapatos
impecables y con una sonrisa burlona clavada en su boca. Cuando el
cuidador ingresó al local para cumplir con su encargue, sonrió, y giró
guiñando un ojo, con mirada ladina, a las tres mujeres que esperaban tras
él despreocupadas y sonrientes. Ellas, al lado de sus pequeñas valijas,
lucían el cabello rubio fuego, de mediana estatura, fumaban con boquilla
doradas mirando curiosas la fachada del cabaret.
Por su vestimenta brillante y el modo de moverse parecían conocer
muy bien estos lugares. Él las miró de los pies a la cabeza, como
controlado la calidad de la “mercadería”, con su zapato apagó el cigarrillo
en el piso y luego les dijo:
_Ya casi está pibas, ya verán como las “instalo”.-en ese momento
salía Gaitán con dos macizos hombres a su espalda; el encargado, con
sus brazos cruzados, escuchó lo que Florián venía a decirle.
Como si Astunez lo conociese de siempre, le explicó que se había
enterado del gran movimiento en clientes que tenía el lugar, y por esto
venía a “ayudarlo” trayendo “material especializado” de Villa la
Concordia.
Le expresó, sin dejar de sonreír jamás, que era el representante de
ellas, su fiolo, y las damas en cuestión eran unas profesionales en el
tema, siendo unas “potrancas” de primera: cantaban, bailaban y como si
eso fuese poco hacían el resto como expertas. Irónico, le aseguró que por
la plata no habría inconvenientes, Él sólo quería el cincuenta por ciento,
ellas el veinticinco y el resto era para el lugar.-mirándolo entre
sorprendido e incrédulo Gaitán no lo dejó continuar.
_ A ver si te he entendido bien, porque vos no estás mamado, ¿no
es cierto?… pretendés que yo te dé el lugar, los clientes, todos los
servicios…y vos venís, ponés las minas y encima, sin moverte, querés la
mitad de las ganancias. ¿Vos sos boludo o te hacés?… ¿Sabés?, creo
que estás piantado60, reloco…y a mí no me gusta que turros como vos me
quieran hacer una agachada61 en mi casa, ¿querés hacerme una matufia62
y que yo te sonría? No, no, gil, a mi no me roban.
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Ustedes-le dijo a las mujeres que oían asustadas- dejen sus cosas
en la boletería y pasen, y a vos, piola63, te voy a dar…ahora aguantate la
biaba64.-les hizo una seña a sus guardaespaldas mientras él volvía a
ingresar al salón.
Astunez no sabía bien el orden en que los recibía, ni quién de los
dos le propinaba esos puñetazos tan certeros, pero estaba claro que
ambos tenían mucha fuerza y así recibiría una soberana paliza.
Mediante golpes y puntapiés lo fueron haciendo recular, con su
nariz destrozada y la cara ensangrentada, emitiendo gritos de dolor. Sus
ojos saltones como una laucha asustada, suplicaba que no le pagasen
más, les dijo que él era padre y tenía tres niños a quienes debía cuidar.
La última trompada terminó por hacer caer de espaldas al
alfeñique, semiinconsciente, en una sucia y maloliente zanja de agua
estancada al borde de la vereda. Empapado, mareado y dolorido, antes de
desmayarse pensó:
“Estos hijos de puta me las pagarán, no saben con quién se han
metido”.-
Gaitán se arrimó a las tres mujeres, quienes paradas en el inicio de
la barra estaban mirando fascinadas las luces y el decorado del salón.
Ellas venían de Villa la Concordia, donde trabajaban con sus
clientes en un rancho sucio y mal ventilado, de cuatro por cuatro
iluminados por una luz mortecina que salía de una vieja lámpara a
querosene.
_Vamos a solucionar el problema de su alojamiento, ¿ven esa piba
al fondo…?-les dijo refiriéndose a Filomena-hablen con ella y después
vuelven para hablar conmigo.-
Filomena estaba sentada en un taburete tomando una copa cuando
vio a las tres mujeres frente a sí. Una de ellas se adelantó.
_Hola, soy Carmen, ellas: Aurora y Josefa. Estamos acá porque un
mentiroso nos engañó asegurándonos un muy buen contrato. Dijo que
estaba todo arreglado…pero todo era un tongo65, nos quería
bicicletear65A.
Ahora quedamos en pampa y la vía, solas, lejos de nuestro
pueblo. Nosotras queremos trabajar; necesitamos los mangos. No
tenemos donde dormir, el señor Gaitán dijo que nos podrías ayudar.-
Filomena dejó su copa sobre la barra y las miró, de inmediato
simpatizó con ellas. Observó el exceso de maquillaje que se habían
puesto, y pensó que quitándoles solo un poco, sus caras se adelgazarían
al menos medio centímetro.
_ Pucha qué yeta, así que el liendre de su fiolo las quiso joder.
Carmen… pibas, no se preocupen; yo vivo en un conventillo a dos
cuadras de acá. Habrá lugar para ustedes, cobran 25 guita el mes; es un
lugar lindo y tranquilo, con buenos vecinos.
Si quieren, las llevo esta noche después de trabajar… Ahí las está
esperando el jefe, después que hablen, vayan al baño así se quitan un
poco de pintura.-
Gaitán conversaba con Sosa, su amigo, cuando regresaron las
mujeres.
_Bueno, ¿arreglaron con la Filomena?…Así que su cafisho las trajo
acá para debutar…y ¿cuánto les dijo que ganarían?-preguntó Gaitán
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mientras encendía un cigarrillo. Nuevamente Carmen tomó la iniciativa y
respondió.
_Nos dijo que sería entre un veinticinco o treinta por ciento, más
casa y comida, pero no nos dio más detalles.- el encargado del Conejo
Rojo, que las miraba atento, la interrumpió.
_No, no es así, ustedes empezarán con un veinte por ciento. El
alquiler es aparte, ya hablarán con mi jefe. Ahora vayan a prepararse, en
una hora empieza esto.-y dando por concluida la charla, caminó hasta la
puerta a recibir a los primeros clientes.
En la oficina de la cooperativa de La Candelaria, el contador
Mansilla y Cuerda pulían los números de sus negociados y convenían las
gratificaciones qué percibiría cada uno. En un momento de la
conversación, Nicanor sacó una carta del cajón de su escritorio.
_Rogelio, ésta me llegó ayer de la Capital, hay un grupo de
inversionistas interesado en la compra del conventillo de Vázquez; nos
ofrecen un quince por ciento del valor de la venta, con un juego de dobles
papeles para facilitarnos la tarea. El Doctor Antonio ni sabe lo que en
realidad cuesta esa propiedad.
El problema es esa gente del pensionado, los inquilinos. No sé, vos
tendrías que convencerlo…idear un argumento para que él crea que no le
es más rentable esa casona…tal vez puedas enquilombarle66 la cancha,
así piensa que le conviene venderla.
Estos posibles compradores quieren todo libre, su idea es demoler
para fraccionar el terreno y venderlo. Imaginate que en esa superficie
alcanza para hacer más o menos unos ocho o diez lotes.
Pensalo, tomá la carta; después leela.-sobre un cuaderno Cuerda
hacía cuentas. Mientras su cerebro trabajaba aceleradamente en buscar
la manera, creíble, de demostrarle a Vázquez que su vieja casa ya no le
era redituable. De alguna forma iba a encontrar el modo para desalojar
esa gente y dejar el terreno limpio para la futura venta de la vieja
esquina.
Poco después del atardecer el bar El Griego, estaba muy
concurrido, muchas de las personas que trabajaban por el lugar apuraban
ahí una copa antes de volver a sus hogares.
Era un local rectangular, prolijamente pintado a tono con sus
lustrosos pisos de madera, con un gran ventanal que daba a la plaza.
Al fondo llamaba la atención la barra de madera impecable,
delicadamente iluminada. En cada esquina dos parlantes dejaban oír un
suave jazz. Detrás había infinidad de botellas de todos los tipos y colores,
que, como un arco iris líquido, pintaban su sombra a través de la luz que
golpeaba el contenido de ellas, decorando con originalidad la pared.
En una de las mesas cercanas a la entrada estaban Beatriz y
Vicente haciendo sus pedidos al mozo.
59
_Para mí un té, que sea “Sol”, por favor.-dijo ella mientras Vicente
pedía una Hierro Quina y soda. Cuando estuvieron nuevamente solos
continuaron con su charla.
_Te decía que hace unos días papá contó durante la cena, que se
habían producido algunos disturbios en unos desalojos, en la casona.-
Vicente la miró, ella estaba fresca, sonriente, casi con la cara
lavada salvo sus labios, ligeramente pintados de color cereza.
_Beatriz, a tu padre le han informado mal, y creo saber quien fue. No, no
hubo disturbios, y si los hubo fue causado de un solo lado: del policial.
Más allá de la deuda que hayan tenido estas familias, te aseguro
que los echaron como a perros, agraviándolos en todo momento de
manera insultante, incluso llegaron a golpear a una anciana. Me dolió
ser testigo de eso y no poder hacer nada para impedirlo.-sonriéndole con
cariño ella lo interrumpió.
_Sí Vicente, sí, creo en tu versión…debe ser angustiante vivir
expuestos en esas condiciones.- Vicente comprendió que ella no
alcanzaba a dimensionar con certeza lo que era vivir en un conventillo.
Jamás había tenido ningún tipo de apremio o necesidad, y tenía un futuro
totalmente asegurado.
Desde que se habían sentado se volvió a formar entre ellos ese
puente entre sus miradas, que día a día los acercaba más.
_Beatriz, te aseguro que no es nada fácil. Sabés de mi origen
humilde, yo no tuve la suerte de nacer en cuna de oro; en estos
momentos, charlando con vos, me siento extraño, como entre dos
cuerdas que cinchan hacia lados opuestos.
Esa gente no eligió vivir en Cabotaje, la vida y su suerte esquiva los
llevó ahí.
Mi trabajo se ha incrementado y seguramente pronto podré alquilar
una casa cerca del estudio, pero no por eso ellos dejarán de ser mis
amigos.
Cuando llegué al Pago, se brindaron plenos, sin más riquezas que
las de su corazón y su inmensa solidaridad.-hizo una pausa para beber su
aperitivo cuando ella continuó.
_Te entiendo perfectamente, no quiero que te sientas incómodo
porque mi padre es el dueño del lugar, eso es un accidente…como
también es fortuito nacer “acomodado”. Me gusta tu valentía de no
olvidar tus orígenes. Si lo hicieses, te estarías mintiendo a vos mismo. Y
perder la memoria en estos casos, es signo de cobardía o hipocresía.
Además, que mi padre sea el propietario de esa casona, nada tiene que
ver con nosotros.-Vicente mirándola dulcemente a los ojos, conmovido la
interrumpió:
_Beatriz veo que me entendés, gracias, te siento muy cerca de mí…
cada día más…-tomó su mano apoyada sobre la mesa y ella, sin bajar la
vista, reforzó el puente de sus miradas. La joven, feliz por lo que había
escuchado, llevó su mano libre hacia la de él.
Después de pagar, cuando estaban saliendo, Vicente la tomó del
hombro y comenzaron a caminar; la acompañaría hasta su casa. El joven
vio en la vereda de enfrente a Balero paseando con Teresa, tomados de
las manos; le “chisto” para llamar su atención. Su amigo lo miró
sorprendido y dijo:
60
_ ¡Hola Dotorcito!, ¿cómo anda Doctor?-Vicente sonriendo le
respondió:
_Bien, estoy muy bien…de paseo, como vos.-
Esa madrugada había concluido la noche en El Conejo Rojo,
mientras los mozos levantaban las copas y botellas vacías de las mesas.
Filomena y sus tres nuevas compañeras salieron para irse hacia la
pensión; desde atrás oyeron a Gaitán que las llamaba:
_Esperen, ella se va a quedar un rato más, yo después la llevo.-les
dijo Gaitán mientras tomaba a Aurora de la mano y despedía a las otras.
Cuando quedaron solos le sirvió una copa de Bitter, parados a un
lado de la barra, sin quitarle los ojos de encima. La joven, sonriente, se
dejó examinar. Era una mujer rubia, bien formada, con unos exuberantes
bustos y piernas largas.
_Después de la copa me vas a acompañar. Vamos a ir a visitar a mi
jefe…vos portate bien piba y seremos amigos.-mirándola nuevamente de
pies a cabeza exclamó:
_ ¡Uy mi Dios!…que contentó se pondrá con este “regalito”.- ella,
aceptando la propuesta, sonrió y terminó su bebida.
Subieron a un Fiat impecable, último modelo.
Gaitán condujo en silencio durante diez minutos hasta llegar a una
casa escondida entre dos palmeras.
_Esperame acá, y cuando bajés ni se te ocurra pedir un centavo…
¿estamos?- Gaitán descendió sin esperar respuesta, caminó unos metros
por detrás de los árboles, mientras Aurora acomodaba un cigarrillo en su
boquilla y lo encendía.
A los pocos minutos volvió y le dijo que el jefe esperaba para
conocerla y tomar un trago. En un par de horas volvería por ella.
Estaba amaneciendo cuando Aurora volvió a la pensión, ya sabía
que su habitación era la primera de la izquierda. Al ingresar se encontró
con sus amigas charlando y riendo muy entretenidas.
_Al menos acá te divertís, no es como ese rancho piojoso y
aburrido donde estábamos, había más cuises y ratas que candidatos…
¡qué mishiadura!…esto sí que es lindo, acá es diferente.
¿Vieron mi último cliente?: ¡generoso el muchacho!, si hasta me
dejó cinco mangos de propina.-relataba Carmen, mientras las otras se
reían. Josefa se quedó pensando y agregó:
_Sí, yo también la pasé como una reina, sacando al último que
estaba mamado y si no me corro me vomita encima… -todas volvieron a
reír, Carmen miró la cara de cansada de la recién llegada y preguntó:
_ ¡Epa, qué apoliye67 tenés hermana!…parece que bailaste mucho…
¿o fue la franela68?-todas festejaron su observación con carcajadas,
Aurora le respondió:
_No, me llevaron de “regalo” a la casa del dueño…y una tiene que
cuidar el trabajo… ¿o no?…así que me hice la otaria…si hasta le boletee69
61
que me gustaba…y pobrecito era un asco: petiso, de anteojos, gordito…
con la cara comida por la viruela…y tenía olor a catingudo70.-todos
volvieron a reírse, menos Filomena que sorprendida y con un ceño
adusto se recostó a pensar.
Capitulo 13
Casi había llegado la primavera, ya no se veían hojas secas por las
calles y donde se mirara se apreciaban brotes nuevos de un verde
reluciente, germinando con fuerza y vigor.
Desde temprano Vázquez escuchaba a Cuerda.
_Doctor, no podemos seguir con los mismo precios. Todo ha
aumentado, usted sabe que desde el año pasado al día de hoy todo se ha
ido por las nubes.
Acá lo puede leer en el Noticiero:”Desde inicios de 1919, a la fecha,
el costo de vida se ha disparado con una inflación de más del cien por
ciento.”.-decía Rogelio, mostrándole sobre el escritorio el artículo del
diario local, mientras que Vázquez tomando un té escuchaba en silencio.
_Fíjese Doctor como todo ha aumentado, si el pan hace un mes
costaba treinta centavos el kilo y hoy no lo consigue por menos de
sesenta… ¿y la carne? costaba 50 centavos, ahora el kilo cuesta 70
centavos En Buenos Aires, en la ciudad Del Rosario, en todos lados ya se
han fijado nuevas tarifas para los pensionados. En la capital estos
aumentos ya están vigentes en conventillos tan grandes como el “De la
Paloma”, o en “Las catorce Provincias”. Usted sabe qué si no las
actualizamos, Don Antonio, no tendremos ni un peso para pagar la
pintura del conventillo, o los gastos de mantenimiento que surjan de ahí.
No Doctor, no, veinticinco pesos es muy barato. Subámoslo a
cincuenta pesos por cabeza, al que le guste, bien, y al que no: que se
raje…que se vaya. Siempre hay otra gente necesitando de habitaciones.-
se hizo una pausa y Antonio pensativo, miró por su ventana a un grupo
de niños que jugaba en la plaza, volvió la vista al diario que estaba en su
escritorio, se acarició la ceja y respondió.
_Bueno, tenés razón Rogelio; instrumentá todo, a partir del mes
próximo se fijará ese aumento.-en ese momento, Cuerda, con codicia
pensaba que ya estaba en marcha la primera parte de su plan, la segunda
vendría sola, cuando ningún habitante de la pensión pudiese hacer frente
a ese desmesurado aumento. Y cuando eso sucediese la ley misma los
dejaría en la calle de una manera enteramente legal. Por último, le haría
entender al Doctor la conveniencia de la venta de la casona; ese lugar
sólo servía para traer problemas.
Estaba seguro de obtener una muy buena ganancia, con ella y
consiguiendo un poco más de dinero, haría realidad una serie de
proyectos; sus mayores sueños. Él tenía los contactos necesarios para
materializarlos.
Poco antes del mediodía llegó Rogelio al conventillo.
Impecablemente vestido, con una carpeta bajo su brazo, se situó en el
centro del patio y batió las palmas de sus manos como para llamar la
62
atención a los moradores. De la cocina salió Doña Angélica, Matilde,
Adela y Ana, que estaban tomando mate. De algunos cuartos salieron
otros inquilinos, mientras que en ese momento entraban al pensionado
Vicente, Balero, Rosendo y Miguel.
_Bueno, creo que están todos…y a los que no estén ustedes se
encargarán de avisarles.
El Doctor Vázquez ha dispuesto una suba en los alquileres a partir
del mes próximo. La nueva renta será de cincuenta pesos.-mientras decía
esto, las mujeres paradas en la puerta del comedor, incrédulas por lo que
oían se codeaban entre ellas. Vicente dio unos pasos, se situó frente al
encargado del inquilinato y desconfiado le preguntó:
_ ¿Ha traído algún comprobante de la escribanía?…De no ser así,
señor, que nos lo comuniquen por escrito, a cada uno en particular.
Esto no es una bolsa de sapos, acá viven personas, familias y sólo
ellos conocen sus posibilidades económicas, creo que es justo que esta
notificación la reciban cada uno de los inquilinos. Después veremos.-el
encargado del conventillo mirándolo sonriente y con ironía lo
interrumpió.
_ ¿A si?, así que usted me exige que se los comunique por medio
de un documento… –en ese instante su cara se tornó huraña y agresiva-
¿lo que usted quiere es un papel?…¡Minga71 de papeles!, acá estoy yo
para comunicárselo…y si no hable directamente con el Doctor Vázquez,
él lo mandará con el juez de Paz…Pero les advierto, con papel o sin
papel, al que no le guste este aumento que vaya preparando sus cosas,
que armen sus bagayos72 y ya se las pican73 de acá…tal vez consigan
albergues mejores y más baratos. Pero si hasta es cómico, parece que el
que cobra siempre es el malo.- lo miró a Miguel y le dijo, irónicamente:
_Ojalá que ustedes aumenten la pesca, así no patalean después.-
el pescador enojado dio un paso para enfrentarlo, pero lo contuvo
Rosendo que miró con fiereza a Rogelio y dijo:
_Cuerda, no nos subestime por ser humildes; somos “perros”, pero
nosotros elegimos el “sulqui”.
No pueden hacer esto, Irigoyen ha dicho que no habría más
aumentos de alquileres ni desalojos.- el encargado, riendo, lo
interrumpió.
_ ¡Mirá vos!, entonces decile al Peludo74 que venga a ayudarte.- le
dio la espalda y se dirigió hacia la puerta de entrada.
En ese momento se sintió un insulto:
_ ¡Gordo turro…chanta…hijueputa!-Rogelio giró buscando al
responsable, pero sólo vio caras afligidas. Balero, escondido en la terraza
seguía puteando, ahora en voz baja.
Aunque ya el almuerzo estuviese listo, nadie tenía apetito, solo un
nudo en el estomago por la noticia.
_Si yo tengo que pagar cincuenta mangos el mes, tendré que
comer alpiste, no, no podré pagarlo.-dijo Héctor, con la cabeza baja
pensativo, rascando la mesa. Rosa lo miró preocupada y agregó:
_Ni yo, o Don Pedro te tendrás que quedar sin tus píldoras del
reuma.-el viejito la miró alarmado.
_Para mí que son todas macanas del Gordo, éste nos quiere
engrupir y quedarse él con esa guita.-agregó Balero mirando la cara de
63
preocupación de Pedro que se había quedado pensando que haría sin
sus remedios. En ese instante, todos a la vez querían dar su opinión y en
esa mezcla de voces nada se entendía, Vicente intervino intentando
tranquilizar al resto.
_Esperen, vamos a entendernos, hablemos uno por vez. Acá no hay
ningún aviso escrito, y las palabras sin papel no son más que aire.
Judicialmente no tienen valor. Pero si fuese cierto que esto tiene el
aval de Vázquez…bueno, yo hablaré con él, le exigiré una notificación
legal.-.
_Sí, muy bien, pero si es cierto, por más que patalees, al final nadie
tiene esa plata, ya veo que nos desalojan…-dijo Pascual, mirándolo con
una sonrisa fingida, Balero lo interrumpió.
_Y entonces ese es el día que todos terminamos patitas en la
calle…o enchufados en un calabozo… ¡mi Dios, qué difícil es ser pobre
che!-
_Mirá, si es cierto le hacemos una huelga, ni con la yuta75 nos
sacarán de acá. Que venga nomás el sargento Moyano y sus hombres…
¡van a ver cómo les irá!-acotó Miguel.
Vicente les rogó que se tranquilizaran, que nadie hiciese nada
hasta tanto él hablase con el propietario de la casona.
La charla continuó por más de dos horas, poco a poco la cocina se
fue vaciando. Cada uno de los inquilinos prefirió seguir en soledad con
sus preocupaciones.
Balero anunció que se iba a pescar a su lugar secreto, como
llamaba a una zona del arroyo Yaguarón, bajo las barrancas, a no más de
diez minutos de la pensión. Solía ir a ese lugar cuando quería estar sólo.
En minutos estaba listo con una caña y su cajita de pesca en las
manos; antes de irse le anunció a Angélica:
_Doña, vaya preparando la olla, hoy comemos fritada de amarillitos
y mojarritas.-ella lo miró y continuó hablando sola sentada bajo el
fonógrafo.
Don Pedro y Rosa, en su pieza, se sentaron a conversar cómo
harían frente al nuevo alquiler. Por más cuentas que hacían, les era
imposible hacer frente al nuevo alquiler.
Vicente se dirigió a su cuarto, mientras pensaba que a su economía
ese aumento no lo afectaba, pero que sería muy desleal dejar “el barco”
ahora. De quererlo se podía alquilar una casa ya mismo. Pero, en la
situación en que estaba, era a él a quien le correspondía ayudar al resto;
todos eran sus amigos y no los podía abandonar ahora.
En la cocina tejiendo, Angélica hablaba sola.
_Se nos pone bravo che, yo ni escarbando en el fondo junto esos
pesos…pero me quedo, de acá no me voy… ¿y vos?-
_No, yo tampoco, ni loca dejo esta cocina… ¿a dónde iría?-se decía
a si misma concentrada en los puntos que daba en su tejido.
64
A media tarde Vicente fue hacia la escribanía. La saludó a Beatriz y
acordaron verse después del trabajo, le explicó que tenía urgencia de
hablar con su padre.
_ ¿Cómo anda el Doctorcito, ya me he enterado por mi hija que se
han hecho amigos…¿qué lo trae por acá?-dijo Vázquez luego de recibirlo,
sentados en su oficina.
_Sí, es cierto, nos estamos viendo con Beatriz…pero he venido a
charlar de otro tema.
Doctor, esta mañana estuvo en el conventillo el señor Cuerda. Fue
a avisarnos de un supuesto aumento del alquiler…-Antonio no lo dejó
continuar.
_No, no jovencito, no es supuesto: es real, bien real, y empezará a
regir a partir del mes próximo.-
_Pero Doctor-respondió Vicente-usted bien sabe que la mayoría de
los inquilinos están imposibilitados de hacer frente a este incremento.-se
hizo un silencio de unos segundos, Vázquez, pensativo, lo miraba
extrañado, después le respondió:
_Pero veamos, ¿qué necesidad tiene usted Carrare…”Carrarita” de
quedarse ahí?…o… ¿no me diga que se ha convertido en defensor de
esta causa?…dejese de joder, váyase, si usted puede vivir en un lugar
mejor.-Vicente, notando la intransigencia de Antonio, comenzó a entender
que nada lo movería de esa postura.
_Doctor, en esto nada tiene que ver mi caso en particular. Sé bien
de los aumentos, de la suba del costo de vida… pero esas razones no las
entienden los bolsillos del resto de los inquilinos. No es que no exista
voluntad de pago, tienen imposibilidad de cumplirlo. Además, Doctor, los
dos sabemos que es ilegal este modo de anunciar, de proceder…-el
Doctor no lo dejó seguir adelante con su análisis judicial.
_Por lo que veo ya tiene una postura tomada, ¿quieren
legalidad?…presentaré un escrito al juez de Paz, después ustedes se las
tendrán que ver con él… y si luego hubiese que realizar algún desalojo:
también tendrán la orden judicial correspondiente.
¿Esto era todo Doctor Carrare?-dijo Vázquez dando por concluida
la conversación y acompañándolo hacia la puerta..
Camino a su estudio Vicente pensaba: “Tengo que ganar tiempo, o
buscar a alguien que haga entrar en razones a este terco…tal vez el
Obispo podría mediar.”-
Antonio enfadado volvió a su escritorio, se sentó, extrajo de un
cajón la revista El Hogar y comenzó a leer para distraer su enojo.
A la tarde casi todos los inquilinos se enteraron por Vicente que el
aumento era real, que así lo había dispuesto el mismo Vázquez.
Los habitantes de la casona se encontraban unidos, refugiados en
el comedor reflexionando. Ellos, más que nunca, ahora comprendían que
estaban solos, que la pobreza los unía pero a la vez los dejaba más
expuestos, debilitados y frágiles.
Matilde le propuso a Ana y Adela pedir ayuda en La Humanitaria
Agrupación de las Damas de Caridad.
65
_Vamos, vamos a ver qué pasa, una vez me dieron comida durante
una semana.-miró cómo sus amigas se ponían de pie para acompañarla.
Cinco minutos después ya estaban en la calle, camino a solicitar
esa posible ayuda.
Fueron bien recibidas, pero debieron esperar más de una hora
hasta tanto las atendiesen.
Las recibió una dama elegantemente vestida, presidenta de la
institución, junto a la Madre superiora del Colegio Nuestra Señora de la
Guadalupe. Ambas cómodamente sentadas, con cara de preocupación,
escucharon el pedido de las mujeres que estaban paradas, tímidamente
junto al escritorio de roble. Pero cuando oyeron el apellido “Vázquez”
como propietario del conventillo, se miraron entre sí, ahora con sus
rostros parcos, la presidenta les respondió:
_No, no, lamentablemente nuestra Fundación no tiene alcance para
casos como el de ustedes. Nosotras estamos abocadas a la ayuda de
gente indigente, verdaderos necesitados del pan. Aquí solemos cobijar a
desposeídos, niños abandonados… linyeras, pero no podemos resolver
estos problemas legales. No, no es imposible, ¡pero lo siento tanto!-
antes de despedirse, la Monja prometió rezar para que pronto
hallasen una salida satisfactoria, una solución a su problema; ella tenía fe
en que Dios las iluminaría.
En la calle, las tres con sus ojos humedecidos, se miraron sus
ropas gastadas y recordaron el impecable vestido de la dama que las
había recibido.
_Somos unas reas, mirá cómo estamos de mugrientas… ¿qué nos
van a dar así?-dijo Adela llorando. Ana intentó consolarla para que se
tranquilizase.
_Vamos, vamos para el conventillo, no lloren che…ayudar no nos
ayudaron, ¿pero vieron?: ¡son unas yeguas cajetillas76!-dijo Matilde, y
comenzaron a caminar, llevando abrazada a la anciana entre ellas.
Capitulo 14
Era un día espléndido, sin una nube en el cielo, Vicente a primera
hora ya estaba en Tribunales realizando sus trámites habituales.
Al salir del edificio se detuvo un instante en la vereda, miró a su
derecha las barrosas aguas del río, y más allá sus islas. Volvió la cabeza
hacia la otra dirección y vio la Catedral a cincuenta metros, miró la hora, y
se dirigió hacia allí. Había decidido solicitar a un cura conocido que
mediase para conseguir una entrevista con el Obispo.
El padre Felipe, fue uno de sus primeros amigos cuando llegó al
Pago. Apenas se conocieron Vicente comprendió que se trataba de una
persona honesta y leal con sus principios; era un joven humilde y
solidario. Éste párroco, desde que arribó al Pago, acostumbraba a
tenderle una mano a gente con necesidades.
Pocos minutos después ya había hecho el pedido al cura. Salió de
la Catedral esperanzado, su amigo intentaría cumplir lo solicitado para
esa tarde.
Volvió a su estudio y se sentó para continuar con unos casos que
tenía atrasados.
66
Pese a haber estado sólo un rato en el conventillo, pudo respirar
el clima de angustia y desasosiego que crecía entre sus habitantes.
Hacia media tarde recibió un llamado de Felipe, le comunicó que le
habían acordado la cita; en una hora lo esperaba Monseñor.
Diez minutos antes de la hora fijada estuvo frente a la lujosa casa
de dos pisos donde sería recibido, a metros de la Iglesia.
Subió las escaleras, que terminaban en una gran oficina donde dos
religiosos cumplían sus tareas.
Amablemente el secretario le solicitó que aguardase unos
instantes, mientras entraba a una oficina del fondo. En tanto, Vicente
observaba el lujoso mobiliario en nogal y la magnífica alfombra trabajada
en hilos dorados que cubría todo el salón.
El secretario golpeó la puerta del despacho privado del Obispo.
Éste, sentado en un amplio sillón, estaba charlando con un amigo sobre
la rara y estricta neutralidad mostrada por Benedicto XV, en la última
conflagración vivida en Europa hacía dos años. Antes de pararse para
atender el llamado, volvió a servir coñac en las dos copas.
En la puerta le comunicaron que tenía una visita, ya acordada con
el padre Felipe. Por su gesto pareció que había olvidado ese compromiso,
giró y le rogó a su visita que lo esperase un par de minutos, luego pidió
al secretario que hiciese pasar a la persona a la oficina contigua.
Al entrar Vicente lo encontró sentado leyendo la Biblia. El religioso
era una persona alta y delgada, de mentón saliente y orejas grandes,
peinado hacia atrás, con cabellos entrecanos, nariz en gancho y ojos
negros brillantes como los de un águila atenta; por encima de éstos sus
cejas gruesas, negras brillantes, denotaban la acción de alguna tintura.
Se presentó y le explicó cuál era el motivo de su visita.
_Monseñor recurro a usted con la esperanza que pueda mediar,
sino serán desalojadas más de veinte personas carentes de recursos.-
_ ¡Pero qué terrible!, sí, sé que el país está viviendo una grave
crisis económica Doctor… ¡parece mentira, con la patria tan rica que
tenemos!…perdón, ¿su apellido es…?.-dos minutos antes se lo había
dicho, de igual forma le respondió.
_Soy el Doctor Vicente Carrare, abogado…-el religioso no lo dejó
continuar.
_Ah, sí, sí…cierto. Vea Doctor, me gustaría ayudarlo, pero la Iglesia
no tiene alcances en estos problemas…digamos: domésticos. Sus obras
están dirigidas a la sociedad en general, no a grupos particulares.-viendo
la negativa, rumiando su impotencia ante tanta hipocresía, Vicente apeló
a usar de medio las eventuales relaciones de este hombre con el Doctor
Vázquez.
_Tal vez usted conozca al dueño del conventillo, es muy conocido
aquí en el Pago: el Doctor Antonio Vázquez.-Monseñor crispó su rostro y
de inmediato le dijo que no, se acaricio hacia atrás el cabello y agregó:
_No, no, lo lamento joven, no tengo idea quién es…usted sabrá que
soy nuevo en esta Diócesis. Lamentablemente en este problema no lo
puedo ayudar y me causa una pena enorme…pero, fuera de esto, estoy a
sus órdenes para lo que pudiese necesitar.-el sacerdote se puso de pie,
se acercó a Vicente, le dio la mano y lo acompañó hasta la salida.
Pensativo volvió a entrar a su despacho, tomó su copa y dijo:
67
_Vino un joven que tiene algunos problemitas con vos.-
_ ¿Sí?, me imagino quién es. Tenaz el abogadito, ¡pero es un
hincha pelotas!
Volviendo al tema que conversábamos,-dijo el amigo tomando un
trago – sí, es poco entendible que el Papa haya adoptado una postura
tibia… neutra durante la guerra, pero, fuera de esto, Benedicto XV realizó
notables esfuerzos por buscar una resolución pacífica de la contienda y
ayudar a las víctimas.-el Obispo que lo escuchaba atento respondió:
_Sí, sí, eso es muy cierto, pero como siempre todo estaba en
manos del Señor… ¿te sirvo otro coñac Antonio?-
Capitulo 15
En esos días comenzaron a llegar por correo documentos de la
escribanía Vázquez, donde se informaba, a cada uno de los inquilinos en
particular, el aumento del alquiler que se haría efectivo a partir del
primer día del mes siguiente; siendo considerado moroso quien al día
cinco no hubiese pagado. Con esto Don Antonio hacía legal la
notificación. Nadie podría hacerse el distraído, ahora todos estaban
legalmente notificados; eventualmente si surgiesen desalojos por
incumplimientos de pagos, la inmobiliaria ya había cumplido
formalmente con el aviso.
Cada uno de los inquilinos al recibir el anuncio se aislaban en sus
habitaciones como si eso le permitiese descubrir el modo de hallar una
solución, de juntar el dinero para hacerse cargo de tan abultado alquiler.
Todos comprendieron que el “agua avanzaba”, otra tormenta se les
venía encima, pero nadie disponía del medio salvador para no ahogarse.
La única que parecía no inmutarse era Calvina, quien disponía de
algo de dinero que le había dado su novio antes de morir.
Desde la muerte de Ángel, había caído en una profunda depresión;
vestida de negro, permanentemente con lágrimas en sus ojos. Lo único
que hacía era comer, cada día un poco más; de nada servían los consejos
de Adela, Matilde o Ana.
Acomodaba temprano su silla en la puerta de la pensión, ahí
sentaba su voluminoso cuerpo y se sumergía en sus pensamientos
tomando mates y comiendo hasta la llegada de la noche, donde volvía a
su cuarto. A diario renovaba las esperanzas de que un día apareciese allí,
en la puerta, su Ángel. Los niños se admiraban por la cantidad de su
ingesta: “bolas de fraile”, tortas negras, churros y medias lunas. Ella,
cuando veía que su bolsa se vaciaba cruzaba la calle, jadeante, a reponer
más pastelería en la despensa de Elena. Y así estaba todo el día, inmóvil,
sentada en la vereda, parecía ser ahora una parte más del edificio. Vista
desde lejos, daba la imagen de una inmensa estatua obesa en la puerta
del conventillo.
El grupo de los paraguayos, además de sentirse impotentes por no
tener claro de qué manera pagarían el aumento del alquiler, también
estaban preocupados porque hacía más de quince días no tenían noticias
68
de Juan, nadie se explicaba donde podía estar o que había sucedido con
él.
Una mañana cuando se aprestaban para ir al trabajo, su compañero
les dijo que iría cinco minutos más tarde.
Las primeras cuarenta y ocho horas de su desaparición no
resultaron extrañas, tal vez había conocido alguna mujer y estuviese de
parranda con ella.
Pero nadie sabía nada, y crecía la angustia de que algo malo le
hubiese ocurrido.
José y Eustaquio pensaron en hacer una denuncia policial, pero
desistieron cuando Ramón les dijo:
_Pero chamigo, no sean gurises ingenuos… como están las cosas
en el país… ¿quién se va a preocupar por un paraguayo
perdido?…esperemos, ya aparecerá.-
Ese sábado Vicente se duchó temprano. Había sido invitado por
Beatriz a tomar una copa y escuchar música en su casa.
Durante el fin de semana sus padres habían ido a descansar a la
ciudad Del Rosario. Ésta, mucho más grande que El Pago de los Arroyos,
ofrecía a sus visitantes el servicio de numerosos restaurantes, bares,
teatros y dos nuevos cines.
Después del baño, se vistió con su mejor ropa, peinándose con
esmero; era la primera vez que estarían verdaderamente solos.
A las ocho ya estaba en la puerta de la lujosa casa, al lado de la
escribanía.
Apenas llamó a la puerta apareció Beatriz sonriente.
Hermosa, con un vestido blanco y negro, de atrevido escote, largo
hasta por encima de los tobillos, bastante ajustado como para marcar
cada línea de su cuerpo, resaltando su cadera. Cada vez que la volvía a
ver, le parecía más delicada y linda.
_Estás preciosa, gracias por tu invitación.-
Se adelantó, la besó en la mejilla, al borde de su boca; ella tomó
su mano y le pidió que la siguiese. Quedó embriagado por su exquisito
perfume.
Pasaron al living, un amplio salón, alfombrado color miel, con
cuatro grandes ventanas terminadas en arco, que dividían la extensa
pared principal. Las cortinas de un tono manteca, daban más amplitud al
lugar. Los muebles de cedro se sumaban al conjunto para darle mayor
calidez. A un lado, un impecable fonógrafo dejaba oír los tangos que
salían del disco de pasta.
Beatriz apagó las luces del techo, quedando solo una encendida
sobre una mesa ratona; luego se sentó junto a él, con total naturalidad,
en un amplio sillón. Ella deseaba que él se sintiese cómodo, sabía de su
preocupación por los graves problemas en el Conventillo.
Durante unos segundos se miraron en silencio. Ella, sonriente, le
palmeó una mano y le dijo:
_Vicente, estamos solos, te pido que te olvidés mi apellido, mi
padre no tiene nada que ver con nosotros. ¿Te traigo un café?-pocos
69
minutos después había vuelto con una pequeña bandeja trayendo una
taza de café, otra de té y una copa de coñac.
De inmediato comenzaron a conversar, sin quitarse ni por un
segundo los ojos de encima; nuevamente se había creado ese puente
mágico entre sus miradas. Desde que se conocieron los dos
comprobaron que entre ellos surgía de inmediato un singular
magnetismo.
El joven, mientras bebía el coñac no dejaba de admirarla por la paz
que transmitía con su natural sencillez.
Olvidándose del tiempo, siguieron hablando de todo, como si se
conociesen desde siempre; estaban casi hombro contra hombro. En las
pausas parecían comunicarse con la vista.
Vicente dejó su copa sobre la mesa y le tomó la mano.
_Beatriz, jamás en mi vida me había sucedido algo como esto,
nunca estuve tan bien con alguien…estar al lado tuyo me parece un
sueño.-ella lo interrumpió sonriente:
_Entonces a los dos nos pasa lo mismo, estoy feliz de haberte
conocido.-
Sin dejar de mirarla, le acarició la mano, luego la cabeza; ella cerró
los ojos y suavemente unieron sus labios.
Desde afuera entró el sonido de las campanadas de medianoche.
Capitulo 16
_Ésta es la última.- dijo Sosa a Gaitán, tomando la botella de vino
apoyada en la barra y sirviendo su vaso.
En el Cabaret ya quedaba poca gente, aunque aún había mesas
ocupadas, algunas parejas bailando y de fondo sonaba la música a todo
volumen.
Al final de la barra, sentadas en los taburetes, estaba Filomena con
sus tres amigas; compañeras de trabajo y de habitación.
Sosa saludó antes de irse, le comentó a su amigo que pasaría unos
minutos por la casa del jefe.
Caminó por la oscura calle adoquinada, con un cigarrillo en su
mano. Al llegar a la esquina del Puerto Viejo, dobló hacia la cortada De
los Sauces donde estaba estacionado su auto.
Luego de unos pasos, escuchó desde atrás que le pedían fuego, al
girar sintió un caño frío en su pecho, luego nada más; la bala le perforó el
corazón. Murió al instante, cayendo de rodillas sobre un charco de agua
sucia; quedó tendido con los ojos abiertos, los labios crispados y una
mueca de terror en su rostro.
A pesar de que Miguel le dijo que esa era una herida “fea” y tenía
que ir al Hospital; Rosendo, terco, no le hizo caso.
Hacía unos quince días, al bajar del bote en la isla, una estaca de
espinillo sumergida entre el agua y el barro, le perforó la alpargata;
lastimándole la planta del pie y la pantorrilla derecha. En ese momento no
le dio importancia, se limpió y vendó con un trapo sucio, para luego
seguir cazando nutrias.
70
Sin tener en cuenta la lesión, y con los mínimos cuidados, continuó
yendo a pescar y cazar a la zona de las Lechiguanas.
La piel de la región lastimada estaba pálida. Su estado general
empeoró, con fiebre persistente.
Durante las dos últimas noches en la habitación, Rosendo despertó
a Miguel y Vicente en varias oportunidades con sus gritos entre dormido;
luego les pedía agua o alguna frazada para calmar sus escalofríos.
_ ¿Cuánto hace que te pusiste esa venda?- le preguntó Miguel
mientras le aplicaba unos paños fríos en su frente ardiente.
_Hace una semana cuando me bañé, limpié con jabón la zona, ya
tenía hinchado, por eso me lo vendé. En ese momento me dolía, ahora es
como que no siento esa parte.-su compañero lo miró, asintió y comenzó a
quitarle la venda, Vicente, a su lado, daba más luz por medio de un farol a
querosene. Cuando concluyó de retirar el improvisado vendaje dio un
paso atrás impresionado.
Tenía la pierna derecha, por debajo de la rodilla, con un muy mal
aspecto. De un azul ennegrecido arriba, mientras que más abajo tenía
zonas pálidas y en su proximidad se marcaba un color bronce enrojecido;
en toda su extensión se apreciaban espesas secreciones. Al acercar la
luz vieron ampollas amarronadas y verdosas. Miguel se arrodilló para
inspeccionar mejor, pero un olor nauseabundo se lo impidió.
_ Hermano, la tenés jodida, esto está muy mal, vamos para el
hospital.-no quiso extenderse más sobre el tema para no preocupar a
Rosendo, pero lo alarmó el intenso olor a putrefacción.
Apenas llegó hasta la camilla el médico de guardia y vio el
compromiso de su pierna, dijo fríamente:
_Esto es una gangrena húmeda, acá usted se ha lastimado y la
infección le penetró por la herida, le ha tomado toda la pantorrilla…
¿cómo se demoró tanto en venir?-con mucho miedo Rosendo apretó
fuerte la mano de Miguel que estaba al lado de la camilla de guardia.
_ ¡Ay, mi mamita!…yo me voy para el conventillo!… ya se me
curará…-el médico no lo dejó continuar.
_Señor, no se puede ir a ningún lado, esto lo tiene que ver un
cirujano, él viene en unas horas. Si se va hará una infección generalizada,
posiblemente derivará en una insuficiencia renal, y así entraría en un
cuadro que se iría agravando…para que me entienda: esto es muy grave.-
el profesional se apartó unos pasos y le explicó a Vicente y Miguel la
severidad del cuadro que presentaba su amigo. De irse corría serios
riesgos su vida.-
Miguel se arrimó a Rosendo que lloraba como un niño, intuyendo lo
que sucedería. Le acarició la cara, le dio un beso en la frente,
prometiendo volver al otro día.
Carmen volvió al Conejo Rojo casi al amanecer, después de una
salida con un cliente; allí se enteró la noticia. Se asustó al ver policías en
el lugar, sin dudarlo un segundo tomó sus cosas y prefirió irse al
conventillo.
71
Cuando entró en la habitación encontró a Aurora y Josefa sentadas
en una cama, y enfrente a Filomena, que les relataba su llegada al Pago.
_Parecés un “sereno”, trabajás hasta el amanecer piba.-le dijo
Aurora sonriendo a la recién llegada, mientras ésta, pálida, se quitaba el
maquillaje sobre una palangana, todas rieron.
_No saben lo qué pasó allá…lo encontraron muerto a Sosa.-todas
dejaron de reír y le pidieron más detalles.
_No, no, mucho no sé, yo recién llegaba y esto habrá sido hace un
par de horas…le pegaron un balazo en el pecho, dicen que lo asaltaron…
pero otros dijeron que fue una pelea y lo ahogaron con un trapo en la
boca… ¿o un diario?… ¡qué sé yo!, viste cómo la gente habla después…
yo al ver la cana77 me las tomé; no quiero líos…pero, ¡mi Dios qué susto
me di!-
Estaban todos conversando en la cocina cuando llegaron corriendo
los chicos con el pan. Fermín, Benito, Honorio y Clemente, hacían todas
las mañanas algunos mandados por el barrio. Aún no eran las diez.
Clemente contó que vio al Sargento Moyano junto a varios de sus
hombres en la zona de la plazoleta. Más tarde, desde la esquina, los
vieron espiando la puerta del conventillo.
_ ¡Pucha! todavía no es fecha de pago y ya se están preparando…
es como si nos viesen los bolsillos che…me imagino cómo se pondrá
esto si no pagamos… ¡mi Dios qué furia van a tener!-dijo Héctor, pero
nadie le respondió nada; prefirieron mirar el piso en silencio.
Todos presentían lo mismo: aunque casi estaban en primavera,
parecía como que volviese el invierno, pero ahora mucho más gris y frío,
anunciando fuertes tormentas.
Estaba claro que pronto algo deberían hacer, nunca nadie los
protegió y esta vez no sería la excepción.
Desde la mañana temprano había gran movimiento en la sala del
Cuerpo Médico Forense.
El Pago nunca había sido un lugar violento, salvo las ocasionales
riñas entre ebrios, algún herido o apuñalado por esta cuestión o por
asunto de faldas.
El Doctor Hidalgo Leplenne era el jefe de este departamento policial
y quién dirigía las autopsias cuando éstas se realizaban.
Era un hombre simpático, de unos setenta años, delgado y alto,
con su cabellera totalmente plateada al igual que sus finos bigotes.
_Buenos días, ¿qué tenemos hoy?-dijo a dos de sus ayudantes sin
mirarlos mientras acomodaba su anteojo metálico y leía la planilla.
_Acá nos trajeron a Sosa…Sosa Alfonso, así es el nombre del
occiso. Al parecer tiene una herida de arma de fuego en tórax.-les
respondió uno de sus asistentes.
_Bueno, veamos entonces.-dijo Leplenne que se acercó a la camilla
donde estaba el cadáver de Sosa.-
72
Le miraron extrañados la boca de donde emergía un trozo de papel.
Hidalgo lo retiró, lo miró de un lado y del otro, luego concluyó:
_Es un trozo de alguna revista…de un diario, algo raro… ¿no?-
Después su vista se fijó en el torso del cadáver, al ver su camisa
manchada de sangre se inclinó para tener una visión más precisa.
Cuando observó la tela la notó quemada, pensó unos instantes y dijo:
_Esto parece un disparo a “boca de jarro”, observen las marcas del
proyectil, del fuego y humo. Le han apoyado el arma en tórax para
dispararle. Vamos a empezar, quitémosle la ropa.-
La bala al ingresar dejó claras marcas en la piel; en esa área se
veían manchas, distribuidas en anillo alrededor del impacto.
_Miren, la zona del orificio de entrada, observen la forma de estrella
del tejido, con sus bordes ennegrecidos además del típico tatuaje, esto es
la marca del disparo; acá se aprecian partículas de pólvora no quemadas
y la zona deflagrada. Sí, sí, es evidente que fue a “Bocajarro”, a
“quemarropa”, seguramente los tejidos más profundos tendrán las
mismas características. El ingreso fue por el tercer espacio intercostal,
debajo de la tetilla izquierda.
Veamos que encontramos.-tomó un costótomo, el bisturí y
comenzaron a trabajar sobre el cadáver.
En pocos minutos, luego de levantar la parrilla costal, vieron el
corazón perforado de lado a lado en su centro, en medio de una gran
hemorragia en la zona. Esa había sido la causa de la muerte instantánea.
No había orificio de salida en la espalda, el Doctor Hidalgo
introdujo su mano profundamente en la cavidad torácica…minutos
después tenía entre su índice y pulgar el proyectil intacto. Éste fue
disparado a tan corta distancia que no había desarrollado gran
velocidad.
Miró el plomo extrañado, luego lo midió: 7,65 por 22 milímetros,
observó a sus ayudantes y comentó:
_Acá los calibres más comunes son el 9, 32, 38 y el 45 milímetros…
¿con qué arma le han disparado…?-
Capitulo 17
Miguel fue al hospital temprano, con la esperanza de que el otro
médico se hubiese equivocado en el diagnóstico de su amigo.
Apenas entró a la sala general sintió un horrible olor a
medicamentos. De inmediato localizó a Rosendo en una de las tantas
camas blancas de metal que había en la sala. Éste, al verlo, lo llamó
moviendo su mano, con temor a no ser visto, a que se fuese.
Miguel se sentó al lado de la cabecera, se impresionó por la cara de
desconsuelo de su amigo y sus ojos llorosos.
_ ¡Ay hermanito, me van a cortar la pierna!…ya me vio el cirujano…
dijo que no hay otra salida, que no tengo elección… ¿te imaginás yo con
una pata menos?…Miguelito, estoy jodido.-le dijo mientras se aferraba a
las manos de Miguel, quién lo miró pensativo buscando como consolarlo.
_Tranquilizate, por suerte vinimos a tiempo…dale, vos siempre
fuiste bien macho…Con las dos o con una siempre estaré con vos
73
Hermano…entendé que si no lo hacen te morís…pero no me podés dejar
sólo che… ¿quién me va a ayudar a encarnar los espineles y tirar el
mallón?-
_Sí, sí, te conozco, me tomás para la joda para que deje de llorar,
pero quedaré inválido, ¿me entendés?-le dijo tratando de sentarse en la
cama.
_Claro que te entiendo, pero sabés que no es simple la vida
Rosendo, no, ¡qué va a ser fácil!…pero tenemos que ir andando por este
quilombo78 en que Dios nos metió…yo no sé si lo lograremos, pero
hermano: bien vale la pena intentarlo…y vos no te podés achicar.
Prometo que la próxima vez que vayamos a la isla de Los Tiestos,
te preparo un buen chupín de armados, amarillitos y patí…te vas a chupar
los dedos, creeme.-Rosendo lo abrazó con fuerza mientras ambos
lloraban.
El cirujano se acercó, y como si sólo se tratase de cortar un trébol
dijo:
_Bueno amigo, ¿está listo?…ya lo vamos a llevar a la sala de
cirugía así comenzamos.- detrás de él dos enfermeros esperaban para
ayudar.
Vicente y Balero charlaban en el patio antes de almorzar cuando se
arrimó Filomena que también iba hacia el comedor.
_Hola muchachos, ¿cómo están?…recién me despierto.-
_Hola Filomena, nosotros no tuvimos tu suerte, desde temprano ya
estábamos trabajando.-dijo Vicente sonriendo.
_ ¿Vieron a quién se la han “dado”…?…lo “quemaron79 de un tiro”,
al amigo de Gaitán: a Sosa. Allá en el Conejo hay un revuelo bárbaro…-
_ ¿Sosa, quién es?- dijo Vicente, de inmediato Balero le respondió
con sus ojos bien abiertos por la sorpresa.
_ ¡No me digás piba!…Dotorcito, creo que Sosa es el compadrito
que te amenazó con achurarte, esa noche en el cabaret… ¿viste como es
la vida?, si todo da vuelta y vuelve che…¡ qué bárbaro!… con vos se hizo
el guapo, el gran sábalo80…pero seguro que ahora se las vio con un
verdadero malandra qué lo hizo reventar… ¡Qué se joda!, ya no va a
prepotear más a los pendejos… ¡qué siga el baile carajo!-
Esa tarde antes de irse para el estudio, Vicente, les pidió a los
inquilinos reunirse en la cocina.
Él veía que todos estaban impotentes ante la posibilidad de que
fuesen desalojados. Pero más allá de las lamentaciones, nadie proponía
nada en concreto para enfrentar ese tema. El pensar que pronto sería
sacados por la fuerza del Cabotaje, era como una barrera en su cerebro
para que emergiesen otros pensamientos alternativos para encontrar
alguna otra solución.
En el aire del salón se mezclaban los olores de mate cocido, grasa
y tabaco. Del techo bajaba un aroma picante de los chorizos y la carne
74
que se secaban colgados, enganchados en alguna viga de madera que
estaba suspendida improvisadamente, desde algún ángulo de las chapas
del techado.
_Quiero que entiendan que, por ser abogado, no dejo de pertenecer
a esta familia, acá somos todos iguales, tenemos que organizarnos, irnos
previniendo de la mejor manera, pero que nadie quede sin participar.-
Pascual levantó su mano para pedir la palabra.
_Pero… ¿sabés lo que pasa?, acá vos sos el “leído”, nosotros
somos todos burros, si nos movemos o decimos algo haremos bardo81,
será peor…y ahí sí que estaremos fritos.-Vicente lo escuchó, todos lo
miraba a él para que continuase.
_Ustedes tendrán sus ideas, cada uno puede proponer lo que crea
más atinado…-Matilde lo interrumpió.
_ ¿Qué les parece una huelga?-Ana negó con la cabeza, y propuso
su idea.
_No, no seas ignorante che, lo mejor acá es hacer un conventillo
anarquista, y vos Vicente serías el presidente.-ella aplaudió creyendo
haber propuesto algo muy acertado. Vicente la miró sonriendo y le
respondió:
_No Anita, no podemos, los anarquistas no tienen presidente.-
Balero levantó la mano para hablar.
_Se me ocurrió algo bueno, esto sí va a andar, escuchen: hay que
juntar libros, muchos libros, si es necesario arreglamos con un ratero82
para que los afane83…después fundamos acá La Biblioteca del Cabotaje…
a ver, diganmé: ¿quién se va a animar a desalojar una biblioteca?-todos
rieron, menos Angélica que enojada le tiró con la cebolla que estaba
pelando.-
_ ¡Callate mocoso!, esta es una reunión de gente seria, no digas
pavadas.- Vicente, al comprobar que las ideas no sumaban decidió
continuar él.
_Nosotros tenemos en contra el estar acá sin contrato. Nunca la
inmobiliaria nos propuso firmar un acuerdo de voluntades.
Hemos hablado con Vázquez, con el obispo, con las damas de
caridad; es evidente que por ese lado nadie nos ayudará.
Creo que, por ahora, poco podemos hacer. Nos han anunciado el
aumento, pero aún nadie lo pagó ni dejó de pagar…no ha habido
desalojos…pero si viésemos que esto va a ocurrir, yo podría hablar con
el juez civil por este incremento desmedido, ver si él puede hacer algo al
respecto…mientras tanto buscaré otras vías para que la inmobiliaria
desista de la idea… ¿están de acuerdo?, por favor, levanten la mano los
que aprueben esto.- al instante, todos levantaron la mano, aunque poco
entendían de lo que habían votado.
Después de una semana vieron entrar a Miguel y Rosendo, éste
caminado con dificultad, ayudado por las muletas. Lo saludaron con un
apretón de manos o una palmada, pero nadie dijo nada, sabían que
ninguna palabra servía para consolar a Rosendo. Además, en ese medio
donde la desgracia golpeaba seguido, el dolor era corto y breve, como
75
preparándose para el próximo golpe que seguramente pronto llegaría;
pero esta vez con más fuerza y causando mayores daños.
Al rato llegó Juan, entró impecablemente vestido, después de
varios días de ausencia. Sus compañeros, sorprendidos, le preguntaron
dónde había estado, de dónde había sacado esa costosa ropa. Pero él se
limitó a saludarlos sonriente, se excusó de hablar diciendo que estaba
muy cansado, que se acostaría a dormir.
Eustaquio, José y Ramón salieron del cuarto, mirándose
extrañados; ahora más preocupados que antes.
Capitulo 18
_Tranquilo, amigo, lo cité a esta hora porque…conozco sus
compromisos y obligaciones. Son las dos de la mañana, a esta hora ni
los perros andan por la calle, y acá solo estamos usted y yo… si desea le
sirvo una copa.-dijo Cuerda sentándose frente a su invitado.
_No gracias, no voy a beber…cuando hablamos por teléfono me
anticipó que este negocio nos proporcionaría un rápido retorno de la
inversión, y ganancias continuas durante mucho tiempo. Sé quién es
usted, conozco de su habilidad para estas cuestiones. Cuénteme, lo
escucho.
_El Pago ha crecido mucho mi amigo, el movimiento se incrementa
día a día.
Esto se inició y sigue creciendo gracias a la construcción del
Puerto Nuevo, a partir de 1913. Usted sabe que es el cuarto en
importancia en nuestro país luego del de Buenos Aires, Bahía Blanca y
Rosario. A partir de ese momento todo se dinamizó en El Pago.
Así creció el movimiento de la fábrica textil local, la de papel, la
destilería de alcohol, el molino harinero, la fábrica de conservas
Gracias a la guerra de Europa nuestro país activó la economía.
Estamos exportando todo para cubrir las necesidades de los europeos:
lana, carne, granos. Usted sabrá que por esto el país se está
enriqueciendo, hemos aumentado las exportaciones increíblemente, la
Argentina es la sexta potencia económica en el mundo, este año será
record: superaremos los mil millones de pesos oro. En esto no tiene
nada que ver la administración de Yrigoyen, el “Peludo” ha sido un
suertudo favorecido por los despelotes que hubo en el mundo, en todos
lados menos en Argentina: puro “upite”.019
Nosotros, gracias a Dios, vivimos en un punto clave. Debido al
Puerto Nuevo, el ingreso y egreso de mercaderías es constante. Y esto
nos interesa, amigo, porque este incremento de la actividad portuaria trae
gente, mucha gente: marineros de nuestro país, embarcados
extranjeros… Estos hombres encuentran acá satisfecha casi todas sus
necesidades. Pueden comprar todo, lo que se les ocurra, todo menos
mujeres. Y usted sabe la necesidad que tienen esta gente de…hembras;
en este tema los muchachos son insaciables. En esto también se suman
los obreros de las fábricas locales; hoy el Pago ya tiene alrededor de 35
mil habitantes, que no es poco. Todos trabajan de 12 a 14 horas, ¿cómo
no van a buscar un poco de diversión?
76
Si mi local estuviese cerca del puerto, sería millonario con sólo
haber trabajado un par de años. Pero no, no, estamos a cinco kilómetros,
eso ya me deja lejos de ese tesoro. Por eso lo he llamado, sé que usted
dispone de un inmenso capital, pero no lo puede usar libremente, y
menos en este tipo de actividades. Le propongo asociarnos; le aseguro
que en un año nos haríamos ricos.
Tengo en vista un terreno a doscientos metros del muelle, ahí
construiríamos un gran cabaret y un hospedaje, que sería la envidia hasta
para los mejores de Buenos Aires.
Si acepta, usted seguirá en lo suyo, yo me encargaré de esto,
jamás nadie sabrá de nuestra sociedad. Le aseguro que en menos de un
año habremos amortizado el costo, luego de eso, por los próximos cien
años nos ingresarán fortunas.-su visita, inquieta y cada vez más
entusiasmada lo interrumpió.
_Sírvame una ginebra, doble, por favor, ¿cuál es el monto que
necesita para empezar?- sus ojos brillaban como los de un buitre cerca
de su presa, adoraba el dinero; aunque tenía acceso al monto que se le
ocurriera, siempre su codicia insaciable le pedía más.
_Doscientos cincuenta mil pesos, en cinco años tendrá veinte
veces más que eso. Se lo repito: le aseguro Monseñor que no se
arrepentirá.-
Durante esos días, los comentarios del posible desalojo del
conventillo se esparcieron por el barrio con increíble velocidad.
No era nada raro que se supiese lo que ocurrían con algún vecino
en particular; se conocían hasta los más íntimos secretos de todos los
sucesos acaecidos en cinco manzanas a la redonda. Pero esto era
diferente, por primera vez había afectadas más de una veintena de
personas y no era un chisme cotidiano más. Si en realidad se produjese
la expulsión de los inquilinos, todos los vecinos, de alguna u otra
manera, se verían afectados.
Con los años se había creado una rara simbiosis entre la gente del
vecindario. Por proximidad o afecto todos se solidarizaban con los
habitantes de la pensión.
En el Bar El Faro, el tema principal era por esos días el increíble
aumento en los alquileres del Pensionado; además de una segura
participación policial para desalojar o reprimir en caso que hubiese
desobediencia o desacato.
Don Roque, pasaba su día de mesa en mesa agregando algún
comentario a las charlas de los parroquianos que abordaban el tema.
En el almacén de doña Elena, ante la llegada de cada cliente, se
había hecho obligación hablar del incierto futuro de las familias de
enfrente.
El ruido del martillo contra las tachuelas que perforaban las suelas,
se mezclaba con las voces de Don Evaristo, quien, mientras arreglaba
zapatos, a todos les contaba que seguramente pronto perdería a más de
veinte clientes.
77
El zapatero era regordete, petiso, calvo, aún con un poco de pelo
cano en su nuca y a los lados de la cabeza, ojos grises enrojecidos y
bigotes en gancho, manchados, como sus dedos, por la nicotina; ésta
daba un color ladrillo a sus mostachos.
Evaristo, para hacer estos comentarios, ponía a un lado de su
pequeño banco los zapatos que estaba arreglando, se limpiaba las manos
sobre sus faldas, y miraba fijo al eventual interlocutor para empezar a
opinar.
_ ¡Qué va a hacer, ya todo está escrito, es el de “arriba que
decide”!-decía cuando concluía con sus terminantes comentarios y
retomaba su trabajo.
Balero, inducido por la fantasía de una segura invasión de las
fuerzas del Sargento Moyano, consiguió “mezcla” a través de unos
albañiles amigos. Ayudado por una escalera y un balde repleto de
cemento, cal y arena, iba colocando cada diez centímetros intimidantes
trozos de vidrios de botellas rotas en los bordes de los tapiales del
fondo. De este modo, con la puerta principal bloqueada, no quedaría otro
posible punto de ingreso, y el que intentase pasar a través de la
medianera sufriría graves cortes en sus manos.
¿Tenés idea en qué boludez84 andaba metido Sosa?-preguntó
Cuerda a Gaitán terminando su café en el Bar La Estación.
_No, no me había dicho nada, estuve con él hasta cinco minutos
antes que lo boletearan85; pero no se lo veía preocupado esa noche.-
_No sé, era de hacer quilombos, acordate el año pasado cuando se
quiso trincar86 a la mujer de ese gitano, ahí se salvó raspando de que no
lo achuraran…pero bueno, le dije mil veces que se dejara de hacer
despelotes87, ¿qué va a ser?…así es la vida, che…seguro que él se lo
buscó…aunque ahora que recuerdo también podría ser ese aprendiz de
fiolo, él que nos trajo las tres minas de Villa La Concordia, ¿cómo se
llamaba?…me quiso joder y lo dejamos tirado, puteando, burbujeando en
el barro… Astunez, sí, ese era su nombre, no sé…también podría haber
vuelto por revancha… ¡qué sé yo!
Cambiando de tema, me parece que en el conventillo se va a “armar
la gorda” y vamos a tener que meter fierro88 nomás…el que anda jodiendo
es un abogadito, ya veremos qué hacer; no vamos a dejar que ese gil nos
joda el estofado89.
Hugo, andá hablando con los muchachos de los cabarotes90 Del
Rosario, vamos a necesitar a varios. Después de remarla91, creo que
estamos por ganar la lotería; me parece que prontito largamos con lo del
Puerto Nuevo…-hizo una pausa, pensó unos segundos y continuó-otra
cosa, decile a Pancho y al zurdo Cachilo que vengan a verme, necesito
conversar con ellos.-
Este ámbito clandestino tenía sus reglas. En el submundo de la
prostitución todo parecía estar atado por débiles hilos, cuando uno de
estos se cortaba podía ocasionar un verdadero desastre entre los
78
integrantes de esta oscura mafia; salpicando de barro…o de sangre hacia
los cuatro costados.
_Juan, ¿nos vas a contar dónde estuviste, de dónde sacaste esa
ropa pituca92…dónde estás metido desde la tarde hasta la medianoche…?
O has robado un banco o ganaste en el hipódromo…-dijo Eustaquio
conversando con sus compañeros de cuarto. La habitación de los
paraguayos parecía ser el único lugar donde el tema del incremento de
los alquileres había pasado a segundo plano. Sus intereses estaban
dirigidos a la intriga de todo lo ocurrido cuando su amigo desapareció
misteriosamente.
Siempre había sido campechano, tímido, muy reservado y ahora lo
veían totalmente cambiado, se lo notaba más desenvuelto, locuaz, muy
bien vestido y hasta con el cabello cuidado.
Convencido de que jamás volvería a cargar una bolsa, poco le
importó saber que lo habían echado del trabajo.
_ Chamigos, por ahora les puedo decir que estuve de viaje. Conocí
Buenos Aires, sus restaurantes, su noche, escuché tangos en el
Chancleter. Después me fui en tren unos días a Mendoza, pasando por
Rosario. Vieran qué buenos vinos tomé, es un lugar hermoso, al lado de
la cordillera… ¿conocen Mendoza?-dijo Juan, mientras sus amigos se
miraban para saber si estaba bromeando.
_ ¿Pero vos estás loco, o te olvidás que de Paraguay vinimos acá?,
esa fue la primera vez en la vida que viajé y salí de Asunción.-dijo José
extrañado por la pregunta de su amigo.
Juan, recogió debajo de su cama la revista de historietas “Viruta y
Chicharrón”, miró con asombro la cara de curiosidad de sus amigos.
_No, no estoy loco, ni he robado…no he hecho ninguna macana,
dejen que acomode mis ideas… algo raro me está pasando… ya les
contaré todo.-les respondió muy serio, antes de seguir leyendo.
Capitulo 19
José se despertó a la madrugada; desvelado, una y otra vez volvía
a su cabeza la grave situación que se creó desde que Cuerda les anunció
ese maldito aumento. Fuera de la extrañeza que sentía por el
comportamiento de Juan, el tema del posible desalojo le creaba una gran
impotencia y desazón, aunque evitaba hablar de él.
Se sentó en un rincón de la cama en silencio para no despertar a
sus compañeros. Se tapó con la mano sus ojos llenos de lágrimas.
Recordó cuando salió de Luque, una villa muy cerca de
Asunción, con una pequeña y raída valija, cargado de sueños y
esperanzas, para reunirse con sus amigos y hacer “el viaje salvador”, ese
que los sacaría, para siempre, de una pobreza segura y del hambre que
ya se había hecho crónico para la gran mayoría de los paraguayos.
Las heridas de la maldita guerra de la Triple Alianza aún supuraban.
79
Su padre siempre le relataba aquellos días del 65 al 70 donde los
masacraron, hasta que en Cerro Corá mataron a Francisco Solano López,
que estaba ahí resistiendo el seguro final con su tropa: cuatrocientos
nueve combatientes de todas las edades.
Con rabia rememoraba las palabras del padre: “Solo quedamos
cuatrocientos nueve de cien mil llamados bajo bandera, y lo último que
dijo el Mariscal fue: “Muero con mi patria”, inmediatamente un tiro de
“Manlicher” le atravesó el corazón.”
José recordaba, llorando como un niño, estaba viendo a su
padre contándole estas historias, donde muchas veces le había
confesado que hasta tenía vergüenza de estar vivo, cuando la mayoría de
sus compatriotas murieron por la nación Guaraní.
Casi no quedaban hombres luego del final; eran mujeres y niños
los que poco a poco fueron resucitando el país cobardemente arrasado
por los tres aliados: Brasil, Argentina y Uruguay, los que con brutal
encarnizamiento desbastaron lo que había sido el país más progresista
en América del Sur; dejando con vida a sólo un diez por ciento de un
millón trescientos mil hombres.
Cada nuevo recuerdo encolerizaba más a José.
Recordaba el día que murió su papá, quien antes de fallecer le pidió
con lágrimas en sus ojos, que jamás permitiese que nadie lo humillara.
Era preferible la muerte, a cargar por siempre un fracaso denigrante en
las entrañas, porque después se transforma en un fuego interno que daña
y flagela toda una vida. Esa era la sensación que él sentía ahora: en
tierras Kurepas cincuenta años después, si el desalojo se realizaba
caería de rodillas. Se harían añicos los sueños, planes e ilusiones que
había tejido en los últimos tres años.
Durante ese tiempo, mientras hombreaba bolsas esperando que,
quién sabe dónde, se abriese una puerta que le permitiese de una vez y
para siempre: conseguir crecer, formar una familia, y dar vuelta esa triste
página que lo perseguía desde joven. Pero ahora, por capricho de otros
argentinos: Vázquez, Cuerda y Moyano, sus proyectos se desvanecerían
como una quimera.
Pero no, no lo permitiría; pensaba el sacrificio que había hecho,
juntos a sus amigos, para llegar a esta tierra, renegando de las
postergaciones y el desarraigo por los que había transitado
estoicamente.
Tres años luchando día a día, de lunes a lunes, catorce horas
diarias. No, él se negaba a permitir que destruyesen sus planes, su
futuro. Si era desalojado tendría que volver a su país sin un centavo y
ponerse allá en la cola de los que esperan la nada. No, no podía ceder ni
consentir una humillación más.
Encolerizado seguía pensando que algo debía hacer, no se dejaría
avasallar. No, lucharía contra todo; no moriría llorando como su padre.
Pese a quien le pese, él seguiría luchando para que un día, un hijo suyo
se sintiese orgulloso. Eso no se lo impedirían ni los caprichos de
Antonio ni del “Picado”.
80
Hacía más de media hora que Ramón, desde la cama de enfrente,
lo miraba mientras él pensaba con sus ojos rojos de ira y lágrimas.
Cuando José lo vio despierto se disculpó en voz baja para no despertar al
resto.
_Perdoname chamigo, ¿te desperté?… a lo mejor hablé sólo… Es
que tengo tanta rabia.- con la mano su compañero le dijo que no, y le hizo
seña invitándolo al patio a fumar un cigarrillo.
Apenas transpusieron la puerta, Ramón le preguntó qué le sucedía.
_Es que estoy enfurecido con esto que nos va a pasar, siempre
hemos cumplido hasta el último centavo, deslomándonos; jamás nos
atrasamos. Ahora los Kurepas nos echaran al barro…algo tenemos que
hacer…aunque sea para seguir soñando… ¿no?-
_Desde que llegó el aviso pienso lo mismo, no podemos dejar que
estos hijueputas nos traten como a perros sarnosos. Opino como vos,
José. No lo permitamos, planeemos algo pero que sea nuestro secreto. Si
nos sacan de acá que lo hagan con nosotros muertos. Tanto nos costó
llegar que no podemos aflojar ni atemorizarnos como muchachas.-
Matilde y Angélica, tomando mates, conversaban en la madrugada;
ninguna tenía sueño.
Recordaban con nostalgia los primeros años en Cabotaje, época
donde habían sido realmente felices a pesar de cargar en sus espaldas
con esa marca a fuego del arrabal. Nunca habían vivido momentos tan
penosos como los que ahora se estaban sucediendo, disgustos, muertes,
enfermedades, violentos desalojos.
_No sé qué ha ocurrido che, es como si una tormenta de maldición
se hubiese clavado acá en el techo del conventillo, y todos los días nos
llueve una pena distinta…me dan ganas de llorar. Es injusta la vida,
nosotros somos pobres pero jamás jodimos a nadie… ¿por qué mi Dios
te ensañás así?-dijo Matilde mirando las llamas de los troncos que ardían
en la cocina.
_Sí, es cierto, antes la risa era más simple, nos brotaba sola de los
labios, ahora tenemos que arrastrarla forzadas hasta la boca para que
nos salga una amarreta sonrisa.
Todo es diferente, vas al patio y no se respira más ese perfume a
rosa, jazmín y malvón floreciendo, o ese aroma a familia… ¿te diste
cuenta?…no, no…ahora hay olor a tristeza, a dolor… Desde la noche que
falleció Clarita hay hedor a muerte…Es como si ahora acá morase
Satanás. No sé… ¿sabés?…por momentos ruego que todo esto solo sea
un mal sueño, una jodida pesadilla.-agregó Angélica.
Capitulo 20
81
Vázquez, su mujer y Beatriz salieron juntos de la casa. Luego de
cerrar con llave la puerta, Antonio le dio un beso a Hilda que iba a tomar
un té a casa de una amiga y junto a su hija caminaron unos pasos para
abrir la inmobiliaria; ésta estaba contigua a la vivienda de la familia.
Desde un auto estacionado en frente los miraban con atención.
Al verlos salir, el vehículo se puso en marcha y dio un par de
vueltas a la manzana, para finalmente estacionar en la calle lateral, a un
lado de la medianera del fondo de la vivienda de Antonio.
Si bien a esa hora casi todos en el Pago dormían sus siestas, antes
de bajar se cercioraron que no hubiese nadie en la calle.
El primero saltó rápidamente el tapial, luego el otro le pasó por
encima una bolsa y después también saltó la pared.
Con una barreta abrieron fácilmente la puerta posterior de la
casona; eran profesionales.
Pasaron por la cocina moviéndose con cautela, observaron el
lujoso living; uno de ellos se fijaba en los costosos y numerosos cuadros
de una de las paredes. Finalmente localizó la acuarela de la “Madre con la
niña en brazos”. En ese momento se sintieron ruidos en la entrada,
alguien estaba ingresando. Rápidamente volvieron a la cocina y se
escondieron en un estrecho cuarto de servicio. Con la puerta entreabierta
vieron una mujer que se servía un vaso de agua y tomaba un
medicamento.
Con toda calma uno le hizo seña al otro mostrado su cuchillo y
cuando iba a salir, para atacarla por la espalda, su amigo le retuvo del
brazo. En ese instante Hilda volvió hasta la mesa de entrada para tomar
el pequeño envoltorio con un regalo que había olvidado y en menos de
un minuto volvió a irse.
Sin decir una palabra, los hombres salieron de su escondite y
empezaron su tarea.
Uno de ellos, con una filosa navaja iba destrozando los tapizados
de los sillones; el otro, descolgó el cuadro, donde detrás, empotrada en la
pared, había una pequeña caja metálica que no puso resistencia cuando
una púa y otra palanca se clavó en el ángulo exacto. Era un experto
reventador93, como él se decía. De su interior sacó un sobre con billetes
que con sólo palparlo estimó que tendría unos diez mil pesos; luego
retiro una cajita de madera con gran cantidad de joyas.
Luego, procedió a descolgar todas las pinturas rompiendo con
saña sus telas con un cuchillo, y apoyándolas en el suelo para disimular
que ellos no disponían del dato de donde se ocultaba la pequeña caja
fuerte. De esta manera se parecería más a un robo al “tanteo” de vulgares
ladrones.
Mientras tanto su compañero continuaba su trabajo en las
habitaciones, tajeando todo lo que encontraba a su paso.
Se volvieron a encontrar en el salón principal, uno de ellos sacó
pintura de la bolsa y fue a preparar la mezcla a la cocina, el otro
incrustaba su estilete para escribir sobre la superficie de la gran mesa de
pino: “No jodas con los alquileres”. Su amigo, sobre las paredes, iba
pintando leyendas similares: “Un desalojo y sos “boleta94”…” “Chupa
sangre: cuidá tu familia”, y otras del mismo tenor.
82
Volvieron al cuarto de Beatriz para seguir destrozando cuanto
encontraran en su placar, para luego seguir desgarrando con el cuchillo
el colchón y la alfombra. Seguidamente, uno continuó con los estragos
en el cuarto de Vázquez, abriendo su ropero y haciendo jirones sus ropas
y las prendas de Hilda por medio del puñal, con cientos de furiosos
cortes; el otro mientras tanto rociaba con alcohol los muebles de ese
dormitorio.
Solo era un aviso de lo que eran capaz de hacer, de haber querido
hubiesen podido quemar la casa entera.
Cuando aparecieron las primeras lengüetas de fuego y humo en el
exterior, los autores ya habían saltado de vuelta a la calle.
Antes de subir al auto, uno de ellos quedó cara a cara con una
vecina que estaba saliendo de su casa. La mujer lo miró con pánico por
su cara de perturbado y luego observó en su pecho un extraño tatuaje de
una rosa cruzada por un puñal. Rápidamente la señora se refugió en su
casa y el auto aceleró desapareciendo rápidamente del lugar.
Desde su ventana Antonio vio una gran humareda. De inmediato
corrió hasta la puerta de su casa y por la ventana derecha entreabierta
observó que su cuarto ardía; se tomó la cabeza desesperado. Pronto,
aparecieron vecinos solidarios con sus baldes de agua para apagar las
llamas de la habitación.
Vázquez, ya en el interior, miraba espantado las pintadas y el
destrozo generalizado.
Al llegar, Beatriz lo encontró en su cuarto sentado en el piso
llorando, mirando de un lado a otro la habitación donde todo estaba
destruido. Giro su cabeza leyendo las escrituras en las paredes y
angustiada abrazó a su padre, mientras con su mano apretaba con furia
los pedazos de sus vestidos; que como serpentinas se mezclaban
enredados en su palma.
Balero charlaba en el almacén con Teresa, haciendo una pausa
cada vez que llegaba un cliente.
Se maravillaba por la habilidad de la Rulito para las ventas al
menudeo, la forma en que colocaba la mercadería sobre un papel y le
hacía un doblez que luego, con las dos manos, cerraba tomando los
ángulos, y con una voltereta terminaba el paquetito con forma de
empanada. O cómo calculaba los puñados de fideos que sacaba con la
mano de la bolsa para hacer los diez centavos del pedido.
_Tomás, ¿crees que los desalojarán?-le dijo la joven cuando
volvieron a estar solos.
_ ¡Qué sé yo!, pero tengo confianza en el Dotorcito, él nos ayudará.-
_Ojalá…hoy vinieron unos policías a tomar una cerveza y
estuvieron espiando desde acá la puerta de ustedes. Entre ellos se decían
que no iba a quedar “uno en pie”. Cuidate Tomasito, mirá que esto no es
chiste.-
83
Capitulo 21
Después de remar por más de tres horas, faltaba poco para que
llegaran a la isla Los Tiestos. Era la primera salida que hacía el pescador
luego de la amputación de su pierna. Junto a su compañero pensaban
quedarse un par de días en el rancho, de ese modo justificaban la larga
remada aumentando la posibilidad de una captura más provechosa en su
pesca y cacería.
La canoa avanzaba lentamente cortando la superficie achocolatada
de los arroyos en el interior de la las Lechiguanas, mientras conversaban
preocupados por el futuro del conventillo.
_Vas a ver lo que te digo, esto va a terminar en podrida, acordate
del 1907 cuando el gorila asesino del Coronel Falcón reprimió como un
loco la huelga de las “Escobas”. Eso fue cuando los inquilinos se
reunieron en los “Comicios de inquilinos”, para pedir rebajas de
alquileres y mejoras de las pensiones; fue ahí donde mataron a ese pibe
de diecisiete años… ¿Miguel Pepe se llamaba el mocoso?…pero todo gira
hermano, dos años después, en el 9, al tiempito nomás de la “Semana
Roja” donde Falcón hizo masacrar a 80 obreros, el muchacho Radowitzky
lo boleteo con un bombazo; por suerte lo reventó como a un sapo al hijo
de puta.
Y ahora de nuevo, cuando desalojaron a las tres familias, vimos
que la cana no pierde las mañas, ahí lo tenías a Moyano, haciéndose el
malevo95 con su patota96 atrás.- con la cabeza Rosendo asentía, pensó
unos segundos y respondió:
_Sí hermano, me acuerdo de la “Semana Roja”, el despelote
empezó en ese acto de la Federación Obrera, después los cagaron a tiros
de Máuser…viste que los milicos y la yuta tienen la misma menta97 y de
verdad son unos hijueputas, no me olvido cuando mi viejo me contaba
que en el 66 Celman nombró al coronel Cuenca…dicen que era tan malo
que por edicto prohibió a los chicos levantar barriletes y jugar a la
pelota…eso sí que fue una chotada98…imaginate lo esquifuso e, lo jodido
que era.-Miguel lo escuchaba atento y comentó:
_Mirá, yo no sé cómo termina esta historia, pero si quedamos en la
calle ahí sí que vamos a “correr la coneja”.-
Un cliente que recién entraba al estudio jurídico contó del incendio,
a cien metros de ahí, Vicente miró por la ventana y observó el humo y la
gente que estaba en la esquina de la Aduana, a solo una cuadra de allí.
Como intuyendo lo que sucedía, salió corriendo cruzando la plaza en un
minuto.
84
El fuego estaba contenido, las ventanas abiertas, todas
ennegrecidas, y Beatriz junto a su padre conversaban en la puerta con
unos vecinos. Al ver a Vicente, Vázquez lo miró con fiereza y le dio la
espalda diciendo:
_ ¡No tenés vergüenza!, seguro vos estás metido en esto, habrás
mandado algunos pobres desgraciados para que lo hicieran. ¿Y ahora
venís para ver cómo se cumplió tu idea?-con cara de asombro Vicente
intentó comprender de qué le hablaba, en ese momento escuchó la voz
firme de Beatriz.
_No quiero creer que vos hayas participado en esto de alguna
manera, los que lo hicieron son desquiciados, unos cobardes.-el Joven
no la dejó continuar.
_Tranquilizate Beatriz, no tengo idea de qué me hablás, contame
por favor.-
Brevemente ella le relató de las pintadas, cómo arrasaron su casa
destrozando el mobiliario y todo lo que encontraron a su paso. De la
manera que violentaron la intimidad de su cuarto, de la forma insana en
que desgarraron con odio su ropa; una manera de ultrajar a ella misma,
para después continuar con el incendio.
Vicente quedó helado, pensó unos instantes y se repuso.
_Por favor, te pido calma…la gente del conventillo nada tiene que
ver con esto… ¿crees que son tan tontos de hacer semejante locura y
después dejar su firma para auto inculparse…?-ella con sus ojos aún
rojos, lo pensó un instante y le respondió.
_Sí, es cierto, pero también: ¿por qué no?…ellos no tienen
absolutamente nada que perder. Por favor, andate…quiero estar sola con
mi padre.-
Ya hacía horas había oscurecido, en la pieza de los paraguayos la
charla seguía despreocupada y amena.
_Lo que me pasó es muy extraño y hermoso, nunca había vivido
algo así, chamigos, no es que no se los quiera contar. Me cuesta, es que
todavía ni yo mismo sé por qué me sucedió a mí… ¿será que la Virgencita
de Itatí así lo quiere?…además, ustedes me conocen como nadie, saben
de mi timidez…-Eustaquio lo miró y dijo:
_Dejate de embromar, hace tres años que vivimos dentro de estas
cuatro paredes, ¿si no vas a confiar en nosotros…en quién…?- Juan
pensó unos segundos mirando el piso, luego observó la cara de sus
compañeros expectantes y se animó.
_El día que les dije que los seguía en cinco minutos…conocí a
alguien que me dio “vuelta la cabeza”…ese día no fui por la Calle del
Bajo, ¿será el destino?…no sé, pero caminé por la Calle del Comercio.
Pensaba tomar el tranvía con ustedes en la plaza cuando la vi salir.
Ahí conocí a Amalita. Cargaba dos valijas, a último momento se rompió el
auto que iría a recogerla; tomaba el tren de las ocho para la Capital. Me
ofrecí a ayudarla con su equipaje, ella gustosa aceptó.
85
Fue increíble, aún faltaban cinco cuadras para llegar a la parada,
pero cada dos metros nos deteníamos un instante para mirarnos y
sonreírnos.
Vieran lo simpática y amable que es, su educación…toda una
mujer. Creo que desde que la miré me empecé a enamorar, como dicen
los Kurepas: estoy metejoneado99 hasta los huesos…
Y así, conversando, la acompañé a la estación, después sucedió lo
increíble, no nos queríamos dejar de mirar, me invitó para que fuese con
ella y yo ya estaba como un bobo…de repente estaba sentado con Amalia
en el vagón de primera, en el coche pulman, conversando animadamente,
viajando para Buenos Aires.
Después, todo fue coincidencia, Amalia… Amalita y yo somos el
uno para el otro…- sus amigos lo miraban curiosos, cuando en ese
instante sintieron un terrible golpe en la puerta, estalló el vidrio y se
abrió violentamente, saltando el picaporte y trozos de madera y cristales
hacia el interior.
Acorralados por cuatro policías, Juan y sus compañeros estaban
en un rincón del cuarto entre la pared y un pequeño ropero, cubriéndose
la cabeza con sus brazos tratando de evitar el daño de los bastonazos.
Otros dos agentes revisaban bajo las camas, en cada centímetro de
la habitación, rompiendo todo lo que encontraban.
Como por casualidad fue retirado Eustaquio, arrastrado de los
pelos, mientras algunos le propinaban puntapiés y puñetazos. Juan y
José quedaron en silencio acurrucados en la esquina de la pieza y
Ramón, con su nariz rota y sangrante, en otro rincón.
_ ¿Qué hacen locos…?.-fue lo único que pudo decir Balero antes
que le empezaran a golpear e insultar mientras lo sacaban de la cama
casi desnudo. Uno de los policías, el más petiso, estaba ensañado, y
mientras le pegaba en la cara también lo escupía. Luego le aplicó un
rodillazo en los testículos que hizo caer al joven de rodillas, en ese
momento, encolerizado, le pegó con su bastón en la cabeza dejándolo
semiinconsciente.
En la puerta los esperaban tres coches policiales, en uno de ellos
los dos inquilinos detenidos fueron introducidos como sacos de de
harina, mientras les seguían gritando como si los golpes no fuesen
suficientes; de esa manera conseguían amedrentarlos aún más.
Desde la vereda de enfrente, bajo un añoso jacarandá, fumando
despreocupados, Pancho y el zurdo Cachilo, con sus brazos cruzados,
miraban divertidos la terrible escena. Con solo verlos se podía adivinar
sus actividades. Altos, delgados y pálidos, con un escarba dientes
siempre en la boca, sus ropas desalineadas y gastadas, parecían recién
salidos de un oscuro sótano. Ambos siempre con sus ojos entrecerrados,
como si la luz los hiriese, pero atentos y listos para entrar en acción.
Cachilo, el zurdo, con su pelo negro engominado peinado hacia atrás,
gruesas cejas, una larga cicatriz en diagonal que cruzaba su mejilla
izquierda y otra profunda, vertical, que le dividía el mentón en dos.
Pancho de cabello castaño claro, corto pero enrulado, tenía una gran
marca de una vieja herida que le desfiguraba la ceja derecha. Delgados
bigotes amarillentos por el tabaco y sus orejas que como dos pantallas
se proyectaban hacia fuera de su cabeza. Ésta, grande parecía unirse al
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tórax por un cuello extremadamente corto. Con casi toda su vida vivida de
noche y en tenebrosos lugares, se movían en ésta como ágiles gatos. Su
sola presencia causaba miedo.
Con sus codos sobre el escritorio y las manos tomadas, Antonio
apoyaba su barbilla sobre los puños y con la cara desencajada
escuchaba a Rogelio.
_Doctor, usted me pregunta si conozco quiénes pueden haber
sido…pero, por lo que me cuenta, ellos mismos le han dejado su firma.-
_Fueron unos bárbaros, dañaron todo lo que vieron…pero los
cuadros estaban todos descolgados y destrozados en el piso, eso
demuestra que no sabían dónde estaba la caja. Ladronzuelos, con más
furia que inteligencia. Esto demuestra que sólo vinieron a hacer daños.-
mientras decía esto Cuerda pensaba.
“Sí sabían, si yo mismo les dije cual era el cuadro, pero los
muchachos son profesionales, impecables”.-
_Lo que no entiendo es por qué después de semejante invasión se
inculpan solos…-
_Doctor Vázquez, no pida mucha razón ni lógica, el único que
piensa dentro del conventillo es el abogadito, tal vez él fue quién tuvo la
idea y mando a estas bestias a hacer la tarea. No Antonio, no se engañe,
en estos días uno puede esperar cualquier cosa de esa chusma. Se
manejan por impulsos y resentimientos, ya ve ese rencor violento que
tienen hacia la gente normal, con las personas que no son arrabaleros
como ellos.-
El Conejo Rojo, era un oasis para quienes se quisiesen escapar por
un rato de los problemas cotidianos. Normalmente era un lugar tranquilo
fuera de los disturbios que, de tanto en tanto, ocasionaba algún borracho,
o las discusiones por el costo de las “diversiones” con sus elegidas:
algunas de las mujeres que ofrecían sus servicios.
En el fondo de la barra Filomena charlaba con Aurora, Carmen y
Josefa.
Detrás de ellas dos estibadores, algo ebrios, las miraban
abusivamente diciéndoles insolencias, que más agudas y filosas eran por
la velocidad que le imprimía el alcohol de sus bocas. Ellas no los
escuchaban, suficiente tenían con la conversación en la que estaban
sumergidas.
_Mirá, si las cosas se ponen feas nosotras no tenemos otra que
volvernos a Villa la Concordia, ya veo que terminamos de nuevo en el
rancho con Astunez.-decía Aurora, y riendo Josefa le respondió.
_Pero m´hija, no seas inocente, minga nos va a ayudar ese
crápula…las quiere ganar todas ese latoso.-
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_Creo que Vicente es el único de los de adentro que podría hacer
algo…si es que se puede…no sé.-agregó Filomena pensativa.
Carmen, observó despectivamente a los dos borrachos,
descartando que tuviesen una moneda en sus bolsillos que les permitiese
ser sus posibles clientes. Luego miró a sus amigas y comentó:
_No, no creo que nos ayude el abogadito, me parece que es un
buchón100 de Vázquez… ¿viste?, entre ellos se ayudan, son doctorcitos;
esos son todos iguales. Parece que las cigüeñas al nacer a ellos los
ponen del mejor de los lados; ventudos101 y engrupidos102…es como si el
estar forrados les diese otra cáscara, siempre petiteros103.-
Todas se quedaron pensando, en ese clima que se había creado en
el conventillo, la única seguridad que tenían es que debían pagar el
alquiler o irse, el resto eran dudas y desconfianzas, que crecían momento
tras momento.
Vicente se terminó de bañar, seguía pensando en lo tensa que
había sido su charla con Beatriz luego del incendio y los destrozos de su
casa.
Yendo hacia su habitación le llamó la atención los cuartos abiertos
de Balero y los paraguayos, ambos con las luces encendidas. Giró su
cabeza y vio que había gente reunida en la cocina.
Angélica le contó que la policía en menos de tres minutos los
tenían afuera, empujándolos a los golpes hacia la entrada, Matilde agregó
que no eran menos de diez los hombres que habían intervenido. Él, desde
el baño, nada había escuchado.
Rápidamente se vistió y se dirigió a la Comisaría.
Después de cerciorarse que estaban ahí y cambiar unas palabras
con un esquivo guardia, preguntó:
_ ¿Por qué no realizan un procedimiento normal?, usted me dice
que existe una orden del juzgado penal, ¿de qué se los acusa?…déjeme
verla…soy su abogado.-después de escuchar esto el agente cambió su
cara huraña y el diálogo se suavizó.
_Los han traído hace media hora, a ver, vamos a ver los papeles…
sí…acá están…fueron detenidos por delito contra la propiedad, robo
agravado por escalamiento, daños predeterminados, incendio
malicioso… ¿sigo? Mañana vendrán a reconocerlos, uno de los dos tiene
un tatuaje muy particular.-Vicente se quedó pensando unos segundos,
Balero tenía un tatuaje, él lo había visto en más de una oportunidad.
_ ¿Me permite verlos, por favor?- después de que el guardia
llamase con un grito, dos policías lo escoltaron hasta el calabozo.
_ ¿Qué hacés Dotorcito?… ¿viste? …me cascaron104 de nuevo, ya
es un vicio para la yuta, necesitan pegarle a alguien y me buscan a mí…-
dijo el joven detrás de la reja, con sus dos ojos hinchados y violáceos por
los hematomas. En el fondo, dolorido, sentado en una cama, estaba
Eustaquio. Vicente lo miró, le preguntó si necesitaba un médico.
_No Dotorcito, no necesitamos, parece que el carnaval está próximo,
cada dos semanas me ponen el “antifaz”…a la fuerza y a las piñas105…
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¿Podés hacer algo hermanito?… ¡qué no me peguen más!-dijo
Balero, que no aguantó más y ahora lloraba como un niño.
Al amanecer Don Pedro había cargado su carreta con la
mercadería de mimbre. Primero irían a algunas quintas en las afueras del
Pago para comprar flores, de esa manera, mientras el anciano vendía sus
productos de mimbre, Rosa aprovechaba el recorrido para ir vendiendo
sus ramos.
Imperiosamente el matrimonio debía encontrar el modo de
incrementar sus ingresos.
Ya habían hecho las cuentas una y otra vez, el resultado
crudamente no variaba: su realidad económica les mostraba que, a su
edad y a causa del desmedido aumento de alquiler, dedicándose
solamente al mimbre jamás llegarían a cubrir sus necesidades.
El anciano se sentía impotente por no descubrir el modo de hallar
una solución; sabía que con su modesto trabajo sería una quimera
imposible de lograr, pero no se lo decía a su esposa, aunque no podía
disimular su cara crispada desde el anuncio de Cuerda. Pero ella también
lo sabía, no era tonta, hacía más de cincuenta años que respiraban
cotidianamente el mismo aire. Sin necesidad de expresarlo, se adivinaban
el estado de ánimo. Por esto, Rosa tampoco quería hacer comentarios al
respecto para no amargarlo más.
La carreta se puso en marcha doblando por el Boulevard de la
Alameda y ellos, en total silencio, se sumergieron en sus pensamientos.
Vicente había ido temprano a tribunales para pedir al Juez la
inmediata liberación de Eustaquio y Balero.
No existía ninguna prueba que los imputasen como responsables
del ataque a la casa de Antonio.
_Doctor Carrare, estamos procediendo como corresponde y con
toda legalidad. No me gusta tener inocentes tras las rejas, pero debemos
esperar el reconocimiento de la vecina del Doctor Vázquez; lo invito a que
usted esté presente en la comisaría, la señora Ambrosia Lesma irá
después de las diez.-Vicente lo miró contrariado y respondió:
_Entiendo sus obligaciones, pero no comprendo cual es el motivo
por el cual estas dos personas fueron detenidas, no existe ninguna razón
que los incrimine; con este criterio todos los habitantes del Pago somos
sospechosos…-
_Joven, ¿usted me subestima?, anoche di la orden de detención de
Tomás Flores y Eustaquio Crespo, porque además del testimonio de la
señora, acá tengo otra denuncia: un vecino que vive a unas cuadras del
Conventillos del Cabotaje, conoce a los detenidos. Asegura haberlos
visto escapando del lugar de los hechos.-al escuchar esto Vicente quedó
sorprendido, eso era nuevo para él.
_Perdón, ¿me puede decir el nombre de esa persona?-el Juez lo
miró fijo enervado por la insistencia, luego bajó la vista sobre su
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escritorio, buscó entre sus papales; cuando halló el que buscaba
respondió:
_El señor Gaitán, Hugo Gaitán.-
Cuerda había creído conveniente dejar pasar unos días antes de
reunirse con Pancho y Cachilo, quienes se habían refugiado en el Cabaret
con lo robado, a la espera del llamado de su jefe.
Rogelio, expectante, recibió a sus amigos, dibujando una sonrisa
interesada y falsa en su boca; luego preguntó:
_ ¿Cómo salió el laburito…ningún problema?, supe que de
inmediato encontraron el cuadro que les indiqué.-dijo Cuerda sirviendo
tres grapas.
_ Limpito, no había más para romper…no dejamos nada sano; todo
bien jefe, acá tiene la guita y un puñado de anillos y collares.-le respondió
fielmente uno de los hombres vaciando sus bolsillos, mientras Rogelio le
miraba el tatuaje del pecho y con las dos manos arrastraba hacia sí todo
lo robado.
Separó un par de anillos de oro y quinientos pesos para cada uno.
Luego brindaron mientras, riendo, Cuerda decía:
_Con estos mangos Panchito te vas a poder terminar el
“Cotorro”172 de Rosario… ¡no te me hagas cafisho!173 Bueno, Pancho,
Cachilo, vayan nuevamente al Conejo Rojo, se me guardan106 bien en el
sótano, ahí tienen los catres y lo que necesiten se lo piden a Gaitán. Más
tarde me daré una vuelta. Ya tendremos tiempo de festejar, de hacer una
buena festichola con champán. ¡Vamos zurdito, a esta la ganamos
Cachilo!
Buen laburo che, así se trabaja muchachos.-
Capitulo 22
Después de los días vivido y los momentos angustiantes por los
que tuvieron que atravesar, luego que le diagnosticasen la gangrena a
Rosendo, ambos querían arrancar de sus memorias las jornadas de
desánimo y tristeza pasadas en el hospital.
Refugiados en una isla de las Lechiguanas, Miguel y Rosendo
respiraban la paz y quietud que habían ido a buscar.
_Hermano, parece que la mishiadura107 llegó hasta acá, no hemos
visto ni una nutria, y en la laguna donde siempre bajan Sirirí, Crestones,
Gallaretas, Garzas y Biguás…ahora parece que hasta a los patos se han
afanado… ¿y los ciervos? Hace años que no veo uno, tampoco se ven
más Guazunchos… o el Aguará Guazú. Pero, ¿sabés?, acá estamos
tranquilos con solo mirar el río, los sauces y las tacuaras.-dijo Miguel
mirando pasar los camalotes flotando sobre el curso del riacho.
_Sí, es cierto, decí que ayer tuvimos el tarro108 de cazar ese
carpincho grandote, además agarramos esos dos cachorros de surubí,
por lo menos ahí tenemos sesenta kilos de pescado.-agregó Rosendo
como consolándose, mientras escuchaba el canto de jilgueros y Mistos
bajando de las ramas de los árboles, se tocaba con pena la rodilla
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derecha; en el punto donde había sido amputado. Con la mano izquierda
agregaba leña de espinillo, pasto seco y juncos verdes para avivar el
fuego, pronto vendrían los mosquitos. La densa humareda ya subía sobre
la fogata, dejándolo a él dentro de la asfixiante nube.
Miguel se levantó, colgó del alero del rancho una pequeña bolsa
conteniendo unos tomates y dos cabezas de ajo, útiles para cocinar y
espantar las víboras, y algunas papas, zanahorias, fideos y un trozo de
carne de carpincho. Con esa provista prepararía un guiso a la noche.
Luego caminó hasta la orilla, descendió por la endeble barranca, de
arcilla y arena, dio unos pasos y con el agua en sus tobillos contempló el
río unos instantes y volvió a sentarse al lado de su amigo, puso la pava
sobre el fuego; no quería dejarlo sólo ni por un minuto.
La testigo, quien hacía más de treinta años trabajaba como
enfermera en el hospital sin haber faltado un solo día, llegó puntual;
como era su costumbre.
Vicente esperaba sentado en un gastado banco de madera. Frente
a él charlaba el juez con el Comisario Núñez, quien desde hacía mucho
tiempo conducía la jefatura policial en el Pago.
En una oficina, de espalda a la pared con el torso descubierto, los
detenidos aguardaban. El agente que los vigilaba les había prohibido
moverse o hablar.
Ambrosia los miró atenta, parada a dos metros de los
sospechosos. Detrás de ella, expectantes, estaban el Juez, Núñez y
Vicente. Luego, temerosa, se aproximó quedando a menos de un metro
de ellos; se acomodó los anteojos y observó a Eustaquio de los pies a la
cara. Negó con la cabeza y se acercó aún más, casi respirando sobre
Balero, impresionada por el lamentable estado de su cara hinchada y
magullada por los golpes. Le observó el pecho, lampiño, lo único que
halló extraño era la gran cantidad de moretones. Cuando vio el tatuaje del
brazo dio un paso atrás asustada, observando el dibujo de una ancla azul
sobre un corazón rojo.
_ ¡Mi Dios!, éste está tatuado.-dijo asustada mirando al jefe policial,
quien se arrimó tocándose la barbilla y preguntó:
_Sí, sí señora, ¿pero es el tatuaje que usted recuerda haber visto?-
Balero cerró con dolor sus ojos y empezó a temblar.
_No, ahora que pienso, no, este lo tiene en el hombro… mire, el
pechito esta todo machucado, pero lo tiene limpito…el que yo vi lo tenía
en el pecho, bien grande, era un cuchillo y una rosa cruzada; además este
pibe es flaquito, parece un esqueleto, probrecito…no, no es, el otro era
un fulano grandote y alto.- el Juez, escuchándola, miró al techo rendido,
se acomodó con su mano el cabello, luego la corbata y le dijo al
Comisario:
_Núñez, libérelos, no tienen nada que ver con los que buscamos.-
Balero miró a Vicente y dijo:
_Dotorcito, ¡no te imaginás el julepe que tengo, mamita mía!-
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Los acontecimientos ahora se iban sucediendo como un muy
desparejo juego de ajedrez. De un lado se jugaba cómodamente teniendo
las piezas blancas y todo el tiempo a su favor. Y así desarrollar una
estrategia de desgaste para finalmente poder aplastarlos. Del otro,
jugando con las negras, les quedaban solo los peones y un rey casi
vencido, boquiabierto y aturdido.
Aunque se negasen a verlo, la partida se anunciaba como perdida
desde que se hizo el primer movimiento. La gente del conventillo sabía
que jugaba con las piezas negras. A lo largo de sus vidas jugaron con el
mismo color, algún duende injusto y burlón se las puso de su lado desde
siempre y jamás tuvieron otra opción; continuamente los retos que
enfrentaron en su historia, en todo, fueron perdidos antes del inicio.
Reunidos en el bar de La Estación, Gaitán, Pancho y el zurdo
Cachilo, escuchaban a Cuerda contando con mordacidad las últimas
novedades.
_Muchachos, no nos apuremos, así la vamos llevando bien.
El viejo Vázquez quedó enfurecido por lo de la casa, y yo lo hice
embroncar109 más metiéndole cizaña contra los del conventillo; no dejé a
uno sin enchastrar110. El tipo quedó deshilachado, bien tumbado por lo
que pasó.
Don Antonio quiere esperar hasta el cinco del mes próximo, a partir
de ahí desalojar a los que no han pagado, faltan solo siete días… Pero
nadie va a pagar, no tienen un cobre, están todos tirados111.
En este tiempo tenemos que hacerles la persecuta112 para que
vayan quedando gastados, chiflados. Luego enfocar bien y que se
“agarren un gran jabón”…después el resto viene solo, va a saltar pica113
entre ellos mismos. Creerán que entre ellos vive un “buchón”; eso los
desconcertará aún más. Creo que antes de la fecha algunos se van a ir
solitos, ya van a ver.-
_ ¿Cómo querés que la armemos?-le dijo Gaitán sin sacarse el
pucho de la boca.
_Ya iremos viendo, por ahora encargate del Conejo Rojo, que ahí
siga la pachanga114, cuidá el hembraje. Son buenas esas minas; las
tenemos que tener contentas. Después de arrayar115 lo otro, laburarán en
Puerto Nuevo.
Ustedes, Cachilo y Pancho, van a campanear116, pispeando116a bien
todo lo que pasa por el conventillo y el barrio, seguro que alguno querrá
gambetearla117, pero los tendremos junados118. Veamos qué hacen, así
vamos calando119 cuál es la precisa.- ambos con escarba dientes en sus
bocas se miraron sonrientes, estaban felices de participar en ese sucio
juego; ese era su terreno.
Luego de lo sucedido en la casa de Vázquez, el clima se tensó, éste
le cuestionó a su hija su amistad con el joven abogado, convencido de
92
que seguramente era el cerebro de lo ocurrido. Ella le pidió que respetase
sus decisiones; tenía la certeza que nada había más lejos de la realidad
que esas afirmaciones.
Beatriz accedió a verse con Vicente, se encontrarían después del
trabajo en el bar El Griego.
Cuando estaba por entrar la vio cruzando la calle en su dirección.
Apenas lo miró sonrió por un instante.
Una vez en la mesa, durante unos segundos, ninguno habló, como
si estuviesen acomodando sus ideas.
_Beatriz, necesitaba hablar con vos…-ella le tomó la mano,
interrumpiéndolo.
_Primero yo, te debo una disculpa Vicente, pero comprendeme por
favor. En ese momento no estaba bien como para hacer un razonamiento
atinado y lógico.
Esa noche no pegué un ojo y traté de pensar con más claridad…
todo fue muy evidente y premeditado, esa no es la “letra” de gente que
está peleando por una cama y un plato de sopa…estoy segura, pero papá
no tiene enemigos, eso es lo que no me cierra, esto no fue sólo un
robo…-
_Beatriz, tu padre no lo ve, pero Cuerda no es “trigo limpio”, no sé
qué es lo que planea, no tengo idea de que está pergeñando, pero seguro
que no es para beneficio de tu papá. Lamentablemente no tengo pruebas
que lo demuestren.-
_ ¿Rogelio?… ¿vos decís que él está detrás de esto?…mi padre lo
ha tratado como a un hermano menor durante más de veinte años… ¿por
qué haría una cosa así?-
_No sé, aún no lo sé, pero es evidente que quiere mal disponer al
Doctor con los inquilinos. Te aseguro que es gente sana, con la maldita
desgracia de ser pobres, de tener ese estigma. Beatriz, ya vas a ver como
todo se aclara.-le dijo tomando su mano, ella miró pensativa la taza de
café vacía, luego levantó la vista y se encontró con la mirada de Vicente,
de inmediato se formó el puente mágico entre sus ojos, ella le acarició el
rostro y dijo sonriendo:
_Te creo, por favor teneme informada; no quiero que esto traiga
problemas entre nosotros.-
Se acercaba el plazo para cumplir con el aumento fijado por la
inmobiliaria. La mayoría de los habitantes del conventillo no tenían claro
qué hacer al respecto. La única seguridad era que sus economías lejos
estaban de poder hacer frente al exagerado incremento de sus
mensualidades. Esa realidad los presionaba y por esto sus ideas para
encontrar una solución eran imprecisas, pocos claras; algunos se
abandonaban a la providencia Divina.
Angélica mantenía velas encendida las 24 horas y se
encomendaba, entre otros, a San Cayetano. Los paraguayos imploraban a
“Ñandejára” o “Tupâ”120, también le pedían a la virgen de Itatí para que
los protegiese. Algunos confiaban en su suerte, aunque internamente
sabían que poco les serviría ya que ésta nunca había estado de su lado;
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otros creían en que Vicente encontraría la manera para que esto pronto
pasara a ser sólo un mal recuerdo.
Los vecinos tenían pronósticos encontrados: Roque y Blanca
esperaban lo peor, Elena y su familia, especialmente Teresa, creían que
todo se solucionaría y tendría un final feliz; Evaristo, en su zapatería, era
ambivalente dependiendo de su estado de ánimo decía: “los echarán a
todos como a perros…”, algunas horas después opinaba: “No, no va a
pasar nada, ya verán, haremos una festichola para festejar”.-
El Sargento Moyano, mordaz, con sarcasmo, gozaba al ver el
semblante preocupado y dolido de los inquilinos. Hacía un par de días
que no disimulaba su presencia y la de sus subordinados, con quienes, a
veces, se paraba durante horas en la esquina mirando hacia la puerta del
conventillo, y otras se apostaba directamente en el mismo portón de
entrada, saludando con hipocresía a quien entrase o saliese.
_Buen día Doña, ¿cómo ha amanecido?-
Matilde, al principio lo miraba nerviosa, alborotada y encrespada;
observaba la vereda buscando una piedra para darle su merecido, aunque
después se tranquilizaba y levantaba sus hombros para indicarle que
poco le importaba sus burlas.
Balero trataba de no hacerse ver, con sus ojos nuevamente en
“compota”, azules violáceos, temían que le volviesen a pegar; sabía que
su rostro tenía un raro imán hacia los golpes.
Esa noche Eustaquio relató a sus compañeros lo sucedido en la
comisaría y los nervios que tuvo que pasar en ese reconocimiento.
_Bueno, pero al menos a vos no te pegaron mucho, peor quedamos
Balero y yo, mirá cómo me quedó la nariz de torcida… me la quebraron a
golpes, che.- le dijo Ramón para consolarlo, luego miró a Juan, y agregó:
_ Chamigo, cuando vino la policía nos interrumpió tu relato sobre
tu nueva amiga, Amalia.- Juan los miró y luego observó la puerta cerrada
para cerciorarse de que sólo lo escucharían sus amigos.
_Sí, les contaba que me había enamorado de repente, también a
Amalita le pasó lo mismo. Fue a primera vista, apenas la vi creí que se me
paraba el corazón. ¡Qué mujer!…”kuñatai porâ”121: linda de adentro hacia
fuera.- sus amigos, sentados los tres en una cama escuchaban atentos
como si estuviesen en una platea, oyendo la mejor historia de sus vidas.
José, intrigado preguntó:
_Y, chamigo, ¿qué hicieron en Buenos Aires?, porque vos no
conocías nada.-
_No, yo no, pero Amalita es una mujer que ha viajado mucho, ya ha
ido dos veces a Europa y en Buenos aires se movía como en su casa, en
ese mundo de gente que va y viene, con cientos de calles; todas
iluminadas y limpias.
¿Vieron la ropa nueva que traje?, bueno me las regaló Amalita;
fuimos a la tienda Gath & Chaves, no se la imaginan… es inmensa y uno
puede comprar lo que se le ocurra.
Le hablé de ustedes, le conté lo que dirían si me viesen entre tantas
luces, autos impecables y esos edificios gigantes.
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Los quiere conocer…- Ramón, lo miró sonriente al ver a su amigo
tan feliz y dijo:
_Después nos contás esas cosas, ahora hablá de lo que hicieron
ustedes.-
_Bueno, como si desde siempre nos hubiésemos conocido, me
preguntó si deseaba algún hotel en particular, ¿me imaginan?, sólo
conocía mi casa de Asunción y esta pieza… y de acá para ir al fondo a la
altura del gallinero ya me pierdo… Pero ella me hizo creer que no se daba
cuenta de mi falta de “calle”, de experiencia; así que decidió llevarme al
hotel Marriott Plaza… ¿así se llamaba?…bueno, eso no importa.
Recién en la habitación le conté que vivía a unas cuadras de su
casa, que éramos vecinos desde hacía tres años, sin conocernos. Así se
enteró que era paraguayo. Fue el único momento que la noté seria…
triste, miren que ella no es de prejuzgar, si hasta le conté que era
estibador del puerto y en ese momento con toda dulzura me acarició la
cara y me dijo que me ayudaría a conseguir algo mejor. Pero al enterase
dónde había nacido se puso primero tensa y luego empezó a llorar. Yo no
sabía qué hacer, le di agua, pensé que la había ofendido. Cuando se
repuso me dijo que mi país le revivían momentos espantosos.- hizo una
pausa, miró a sus amigos confusos y continuó.
_Me contó la desgracia de su hermano, un joven de 20 años, lo
mataron los nuestros, en la batalla de Curupayty en el 66… ¿se
imaginan?, ella ahí conmigo y su hermano muerto en tierra paraguaya…-
sus compañeros estaban desconcertados, pensaban que Juan se había
equivocado. Se miraron confundidos, luego Eustaquio lo corrigió.
_No, vos hablás de la muerte del padre de Amalita…-negando con
la cabeza Juan continuó.
_No chamigo, no: su hermano, ¿no voy a saber yo?- José, Ramón y
Eustaquio volvieron a mirarse extrañados, reacomodándose sobre las
camas que estaba sentados; José insistió.
_Juan, Juancito, el que se murió debe haber sido su padre, de
Curupayty hace más de medio siglo, 54 años…, porque sino Amalita hoy
tendría como setenta y pico de años…y vos tenés…treinta…-
_No, ella tenía 23 años cuando lo mataron, pobrecito…Amalita
cumple 78 en marzo, es del 44…pero no los parece, para nada, vieran la
piel que tiene, un cutis de terciopelo, ¿y el perfume qué usa?…- sus
amigos primero sonrieron, intentando contenerse, pero no pudieron más
y empezaron a reír a carcajadas, Juan se puso serio, los miró uno a uno
y dijo:
_Chamigos, me tienen que respetar, estoy enamorado, para el amor
no existe edad, me extraña que me tomen para la joda, como se dice acá.-
cuando vio que sus compañeros se habían puesto serios nuevamente
aunque se codeaban entre ellos, continuó entusiasmado y feliz.
_Me tiene que confirmar, pero estamos todos invitados a una cena
que nos hará en su casa, van a ver que no miento; Amalita es hermosa…
Linda pareja hacemos, eso es lo importante chamigos.-
Sus compañeros mordiéndose con fuerza los labios para no
estallar de la risa, aplaudieron con ganas, mientras la débil cama sobre
la que estaban sentados crujía como si se fuese a destrozar.
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Capitulo 23
Esa mañana del 1º de octubre amaneció clara, el cielo sin una
nube; en el conventillo sucedía lo contrario, los ánimos parecían estar
bajo un extraño y pesado nubarrón negro, que presagiaba tormentas de
desgracias. Estaban todos desolados y afligidos. Sabían que el reloj
empezaba a descontar horas, acercándolos a un muy posible desalojo.
Vicente salió temprano hacia tribunales, con un pequeño maletín.
La noche anterior, en una reunión que se realizó en la cocina, con
la totalidad de los moradores, habían acordado depositar ante la sede
judicial el monto de alquiler que venían pagando, y no el exorbitante
importe dispuesto por la inmobiliaria de Vásquez.
Con acuerdo conjunto, fueron nombrados como testigos: Doña
Elena, Roque, Evaristo y Teodoro, el lechero, que con su carro todas las
mañanas al amanecer dejaba el tarro de leche en la puerta de entrada.
A esa hora había poca gente en los pasillos del edificio de justicia.
Se dirigió a las oficinas del juzgado civil donde solícitó hablar con
el juez Doctor Estanislao Trotta, éste lo hizo pasar a su despacho
sin hacerlo esperar ni un minuto.
El magistrado era amigo de su tío, y luego de cambiar unas
palabras sobre la salud de Isidro, Vicente le explicó los motivos por los
que recurría a él.
_Doctor, no deseamos entrar en mora, pero sabiendo que el Doctor
Vázquez se negará a aceptar este monto, queremos hacerlo por vía de la
justicia, en forma de un depósito judicial.
Tengo conmigo las identificaciones de cada uno de los inquilinos,
el escrito donde me nombran su representante, además traigo el nombre
de cuatro testigos con sus respectivas direcciones, y la totalidad de los
papeles necesarios para acreditar la identidad de todos ellos: la cédula
de identidad o partida de nacimiento si no la tuvieren. En el caso de las
mujeres: acta de bautismo o partida de nacimiento; adjuntos existen tres
pasaportes que corresponden a unos ancianos italianos.- hizo una pausa
mientras el Juez observaba la documentación y luego sacó del maletín el
dinero._
Doctor, acá está el monto de todos los alquileres al importe que
nos cobraban antes de este exagerado aumento.-
_Muy bien Carrare, la secretaria le extenderá un recibo de este
depósito judicial y llenará las formas para certificar que cada uno ha
cumplido con el pago. Pero usted sabe bien que esto no frena el desalojo
si este se ordenase; sólo muestra la buena fe de ustedes.
De todas maneras aún faltan cuatro días… si usted está de
acuerdo, podría intentar hablar con Antonio para buscar una solución, lo
conozco y tenemos una relación cordial. Entonces, vería si puedo acercar
las partes, así buscan una cifra media que satisfaga a ustedes y a él.
Después de esto nos avocaríamos a conseguir que la inmobiliaria les
hiciese un contrato legal… ¿le parece?-
96
Al mediodía, a metros de llegar a la casona, Cirilo, José y Héctor
vieron al sargento Moyano, con diez de los suyos distribuidos por la
esquina del conventillo. En grupos de dos, se situaban en la plazoleta,
frente al almacén de Elena, delante del bar El Faro, en la propia esquina y
en la puerta misma de la pensión.
Bajaron la vista el ingresar, evitando mirarlos porque sabían que
serían provocados. Igualmente, al pasar Cirilo, fue trabado con la pierna
por Varela cayendo al piso y partiéndose la boca.
Cuando se levantó, pasó su mano por sus labios lastimados y al
ver la sangre, se volvió para increpar a su agresor. De inmediato lo
contuvo Héctor que casi arrastrándolo lo llevó para la cocina para limpiar
su cara.
En el comedor, Angélica le pasó un trapo limpio observando que se
le habían partido dos dientes. Cirilo estaba enfurecido, Matilde le palmeó
el hombro y le pidió que se tranquilizase, que nada podían hacer; eran
ellos, los policías, los que tenían uniformes, las armas y el poder.
Como habían prometido noches atrás, para luchar por su dignidad,
Ramón y José, encerrados en su habitación y en secreto, organizaban el
plan para sacar el “Mal” de la casona.
Ya habían confeccionado las caretas, como sus ancestros hacían
para pedir por una cosecha generosa de maíz, el “abatí”.
Irían después de medianoche hasta la orilla del río para
reencontrase con sus antepasados y rogarle a “Tupa”, su Dios, que los
protegiese ante la amenaza de perder su casa, sus sueños, proyectos y
porvenir. No eran violentos y no tenían otras armas más que invocar a
sus Divinidades y pedirles protección para enfrentar la temible realidad
que los intimaba.
En el Cabaret, Cuerda brindó feliz con Gaitán por los buenos
tiempos que se avecinaban, al día siguiente irían juntos hasta El
Mangrullo para coordinar con Aniceto el próximo traslado de hacienda
hacia el frigorífico de La Candelaria. Más tarde ordenarían con Nicanor
Mansilla el doble juego de recibos.
Después del brindis, Hugo se dirigió al bar de La Estación, estaba
abierto las 24 horas.
Estacionó enfrente donde estaba el encargado que vigilaba
habitualmente su auto. Gaitán vivía a sólo dos cuadras de allí, detrás de
un sauzal, a pocos metros del antiguo ombú.
Charló unos minutos con unos parroquianos que tomaban ginebra
Llave apoyados sobre la barra, pensó en acompañarlos con un trago pero
cuando miró la hora recordó que al otro día debía madrugar.
Al salir se subió el cuello de su chaqueta y miró un instante hacia el
ferrocarril, totalmente vació a esa hora.
Optó por caminar por la angosta senda de tierra en lugar de hacerlo
entre los sauces. Al pasar por el costado del añoso árbol, lo sorprendió
97
un hombre a menos de un metro de distancia, parado del otro lado del
grueso tronco. Sin dejarlo hablar, el sujeto se llevó el dedo a la boca,
indicándole que hiciese silencio; que ese encuentro era un secreto.
_ ¡Shhh, callate, no hagas escándalos!, vení qué te cuento…-le dijo.
Gaitán, con curiosidad, dio un paso hacia delante para acercarse más; en
ese instante sintió un escalofrío en el pecho y luego sonó el estallido del
disparo que le hizo temblar todo el cuerpo. Contrajo la cara del dolor con
un gesto espantoso, se miró la camisa cubierta de sangre, se orinó entero
y cayó muerto de espaldas, con los brazos abiertos en cruz sobre los
yuyos húmedos por el rocío.
En la mañana, Filomena se dirigía al baño cuando se cruzó con
Adela en el pasillo; al momento que estaban codo con codo, se
detuvieron. Adela primero bajó la vista, luego la miró a los ojos y dijo:
_Te pido disculpas, te he ignorado muchas veces y hasta te he
tratado mal. Cuando pasó lo de Clarita… sé que estuviste toda la noche
ahí, llorando, y también te volví a ver en el cementerio…- Filomena la
interrumpió sonriendo.
_Son cosas que pasan cuando la gente no se conoce, no te
preocupés, casi no hemos hablado, acá nos reunió la mishiadura y no
has hecho una gran familia.
Adela, a mí tampoco me gusta el trabajo que hago…pero parece
que cuando repartían laburo yo llegué tarde y agarré el último.-
Las dos rieron, Adela le palmeo la espalda mientras la daba un
beso, después le dijo:
_ ¿Querés que tomemos unos mates? Acá Cirilo me dejó un poco
de pan calentito…decile a las otras pibas y las espero en la cocina, dale…
ya pongo el agua.-
Cinco minutos más tarde, sentadas en la cocina, estaban Aurora,
Josefa, Carmen y Filomena, del otro lado de la mesa, Adela y Matilde;
Angélica, de pie, cebaba los primeros mates, en un rincón Calvina
escuchaba y comía tostadas sin decir una palabra.
Fue como una charla de amigas interrumpida hacía un par de días,
con risas, preocupación y algunas lagrimas.
En aquel submundo la pobreza los unía y la gran preocupación de
esos días estrechaba más el vínculo, como si quisieran cobijarse y
protegerse entre ellos para no enfrentar solos esa inevitable tormenta,
que hora tras hora se acercaba al conventillo.
Entendían de dolor y no porque se lo hubiesen contado; desde que
nacieron, la miseria pareció encarnarse en ellos para siempre. Ahora al
mirarse, detrás de esas sonrisas forzadas, nadie disimulaba que se le
estaba partiendo el alma, robándoles las pocas esperanzas que alguna
vez habían tenido.
Pancho, amaneció a Cuerda con la noticia, éste se había acostado
casi al amanecer.
98
Rogelio, entre dormido, no pronunció una palabra, se lavó la cara,
puso agua a calentar, lo miró fijo como dudando, con la toalla cruzada en
el cuello sobre su camiseta, y luego preguntó:
_Y… ¿vos cómo te enteraste?…Hugo estuvo conmigo hasta las
tres… ¿Dónde estaban vos y Cachilo, el zurdo?-
_Yo a esa hora ya estaba en el sótano, me fui a colchonear122,
Cachilo creo que andaba de putas ahí, por arriba…sé que se acostó casi
al amanecer, pero no tengo idea por donde anduvo.
Nos enteramos con el zurdo Cachilo hoy temprano en el bar de La
Estación, ahí nos contó el encargado; el auto de Hugo estaba
estacionado enfrente.- le respondió jugando con su escarba dientes de
un lado a otro de su boca, mirando cómo en la cara somnolienta de
Rogelio se hacían más profundos los cráteres de la viruela.
_Pancho, no quiero macanas A, sabés que por las buenas yo hago
todo por ustedes, ¿no se te olvida nada, no viste algo raro…?-
_Jefe no; se lo estoy diciendo; hablo por mí, no sé qué hizo el
zurdo, ¿quién sabe dónde estaba Cachilo? pero a esa hora yo me fui a
apoliyar123.-
_Cuándo se enteraron, ¿te dijo algo el zurdo…?- era evidente que a
Rogelio le interesaban todos los detalles, o lo que en realidad sabían sus
hombres. Desconfiaba de todos.
_No, ¿vio cómo es eso jefe?…nos dio lástima, ¡pobrecito!… Hugo
laburaba con nosotros, yo me vine rajando124 para contarle a usted.-
Rogelio lo miraba atento, como intentando descubrir una mentira en los
ojos enrojecidos del hombre, luego se miró las manos, pensó unos
segundos y dijo:
_Esto es cosa de algún pesebre125 Del Rosario, o son los
garquetas126 del malandrinaje127 de gitanos. Será por el gran quilombo del
año pasado…O también puede ser ese aprendiz de fiolo de Villa La
Concordia: Astunez, porque no es raro que después de la paliza que le
dimos al quitarle las minas venga ahora a hacernos despelotes. ¿Cómo
imaginarlo?… ¡con esa cara de boludo! Pero, dejá, ya averiguaremos, si
tiene algo que ver le costará caro…muy caro.
Andate para el cabaret, no le digas una palabra al zurdo Cachilo de
lo que hemos hablado, yo iré más tarde, preparen todo para esta noche,
hoy es viernes; ahora que Gaitán no está lo van a empezar a manejar
ustedes, ya lo hablaremos- pensó un instante y continuó:
_ Tengo un trabajito para que lo haga Cachilo-
Vicente y Balero conversaban en el estudio cuando llegó Don
Carmelo, un viejo policía que hacía años rondaba la plaza y de tanto en
tanto entraba, para que María lo convidase con un café.
Balero, con una bufanda a cuadritos negra y blanca y aún con su
gorra para evitar que le viesen los golpes de su cara, lo vio medio torcido
y bromeando le dijo que ya no estaba en edad de llevar semejante pistola
en la cartuchera, que terminaría de boca en el piso. Todos rieron y
Carmelo para contar algo comentó:
_Parece que anoche cocinaron128 a uno allá por las vías, al dueño
del Cabaret, ¿cómo es el nombre de ese mulero129?…sí, Gaitán, a ese lo
99
quemaron.-Vicente empalideció con la noticia y recordó que había sido
quien había dado el falso testimonio de lo sucedido en la casa de Beatriz;
incriminándolo a Eustaquio y a Balero. Éste, sorprendido dijo:
_ ¡“Chau”, se armó la podrida! Seguro que otra vez me “fajan”.
Pucha, ya se me estaban curando los ojos. Este es Cuerda, seguro.
Primero el “Picado” lo boleteó a Sosa, después a este malandra…
¿querrá quedarse con todo?….y a mí que me está siguiendo la mufa130…
ya veo que tengo tanta mala leche que soy el próximo en la lista.- miró
pensativo al piso y se volvió a sentar preocupado, quitándose la gorra
para rascarse la cabeza.
Esa noche Amanda salió del Hospital antes de las ocho, había
concluido su guardia. En pocos minutos, con las primeras gotas, llegó a
su casa.
Encendió la luz del living, de la cocina y su habitación; controló
que todas las ventanas estuviesen cerradas. Seguramente a la lluvia le
seguiría una fuerte tormenta, ya lo anunciaban los relámpagos que
iluminaban el ventanal de la cocina.
Era hija única, apenas concluyó con los estudios de medicina en
Buenos Aires, volvió a la casa de sus padres; donde ahora vivía. De
inmediato fue contratada por el Hospital. Meses después su padre
enfermó gravemente y en cuestión de días falleció. Ella se hizo cargo de
la economía de la casa, cuidando a su madre que luego de la muerte de
su esposo había entrado en una gran depresión. Su estado se fue
agravando con otras complicaciones médicas, fue internada pero unas
semanas después murió; muchos dijeron que “había sido por tristeza”.
Amanda se recompuso lentamente, siguió trabajando intensamente, sus
momentos libres los dedicaba a seguir profundizando sus estudios. De
tanto en tanto se reunía con algunas amigas, pero nunca se había
involucrado sentimentalmente con ningún hombre; sus prioridades eran
su profesión y seguir perfeccionándose. Hacía casi cuatro años que sus
padres habían fallecido.
La lluvia y el viento se hicieron cada vez más intensos. Esa noche
no tenía apetito, tomó un té y decidió darse una ducha para luego
acostarse y leer un rato.
Se soltó el cabello que cayó hasta la mitad de su espalda,
comenzó a desvestir frente a la puerta del baño. Desnuda se miró al
espejo antes de entrar a la bañera. Era una mujer muy bella, las líneas de
su cuerpo eran exactas, sus senos turgentes, la cadera justa, las piernas
torneadas; cada curva precisa parecía como si hubiese sido tallada por
un hábil escultor.
La lluvia y el viento se habían hecho muy fuertes, en algunos
puntos de la calle formaba pequeños remolinos con las miles de hojas
que volaban hacia cualquier lado. Las ráfagas húmedas chocaban contra
las paredes, subiendo por ellas como aferradas hasta llegar a los techos,
a los que los barría con miles de litros de agua. Amanda desde la ducha
miró hacia la claraboya cuando la escuchó temblar; era un ruido agudo
del frote de las chapas y vidrios, parecía a punto de estallar en mil
pedazos.
100
Cerró la ducha, y se fue secando con una amplia toalla blanca. Uso
otra más pequeña para envolver sus empapados cabellos castaños.
Terminó de secarse en su habitación, colocándose para dormir un viejo
pijama de su madre con el que habitualmente dormía.
Recorrió su casa por última vez, apagó las luces y se dirigió a su
habitación para acostarse. Tomó de su mesa de luz la novela que estaba
leyendo en esos días, ojeo unos segundos su dura tapa y finalmente se
acostó para leer.
En el exterior, después de más de una hora, el vendaval no había
perdido su intensidad.
De repente se cortó la luz, quizá por la fuerte lluvia que caía sobre
la ciudad. Casi al mismo tiempo se sintió un ruido secó proveniente de la
cocina, seguido de del sonido de cristales rotos. Tanteando abrió el cajón
de su mesa de noche y extrajo fósforos para prender la pequeña vela que
siempre tenía al lado del pequeño velador.
Antes de salir de su habitación miró por la ventana, encima de la
cabecera de su cama. Vio como se filtraba el aire moviendo las cortinas y
afuera como los árboles se inclinaban de un lado otro, sacudidos por la
fuerza inmensa del viento.
Titubeando camino lentamente hasta la cocina, en el lugar vio en el
piso la cortina, arrancada por el viento, que antes de caer golpeó contra
un aparador tumbando varias copas de cristal sobre las baldosas;
esparciéndolas en mil pedazos por todo el ambiente.
El ruido del viento, de golpes de puertas, de las chapas que
parecían despegarse de los techos parecía aumentar. Amanda
comprendió que nada podía hacer en ese momento, que dejaría la
limpieza del lugar para la mañana siguiente.
Volvió hacia su cuarto llevando en una mano la vela y con la otra
apoyándose en las paredes. Abrió la puerta de la habitación que se había
cerrado por el viento, antes que ésta se separase más de treinta
centímetros se apagó la vela y sintió en su cuello un dolor inmenso por
la presión de una mano que le apretaba por debajo de su mentón.
Como si fuese una hoja, el brazo que la aprisionaba la hizo entrar
violentamente al cuarto, tan rápidamente que ella sintió que sus pies no
tocaban el piso. No escuchaba más ruido que el viento y la lluvia, pensó
que en segundos se ahogaría por la falta de aire, la estaban asfixiando.
Sintió el ruido del ropero cuando su cuerpo golpeo contra él.
Tenía la seguridad que no resistiría más, sus pulmones estaban por
estallar. En ese momento los dedos que la estaban estrangulando se
aflojaron. Ella no veía nada con sus ojos llorosos y la oscuridad; hasta
que la luz de un rayo le dejó ver la silueta de un hombre vestido de negro
frente a ella, que la sostenía firmemente de su cuello. No podía ver su
rostro, solo percibió su aliento alcohólico cuando comenzó a hablarle a
los gritos:
_ ¡La gran puta como nos jodés yegua de mierda! No sigas
ayudando a esa negraje del Conventoa11, ni al “tordito”a12, entendelo
bien chirusa a13, ahora cuídate vos, porque si tengo que volver es para
reventarte, ahí sí vas a “sonar”a14, hoy tenés tarroa15, esto solo es un
aviso: pero “atenti” que la próxima te “limpio”a16… ¡.y ojo: cayetanoa17
101
con la yuta a18! –al terminar de decir esto el hombre caminó dos pasos y
saltó como un gato por la ventana.
Amanda quedó por unos segundos paralizada en la misma
posición, llorando y respirando por la boca para cargar sus pulmones.
Sintió mojadas sus piernas, se había orinado. Con furia por el ultraje
secó sus lágrimas, cerró la ventana forzada y se sentó en la cama para
tranquilizarse y pensar. Así estuvo un rato hasta que volvió la luz, miró
sus manos que aún temblaban y se dirigió al baño.
Al mirarse en el espejo vio el enrojecimiento de su cuello. Del lado
derecho se veía en un claro hematoma la impresión de unos dedos; del
otro lado, por debajo de su mandíbula izquierda se marcaba claramente
un gran moretón. Era el calco exacto de un pulgar izquierdo, sin ninguna
duda pensó que su atacante era zurdo.
Observándose, se quedó unos minutos parada pensando.
Finalmente decidió no contar a nadie lo sucedido. Pensó que si lo
supiesen la gente del conventillo eso les haría sentir culpable por lo
sucedido; sumándoles más angustias a las que ya tenían cotidianamente.
Se juro que por siempre sería su secreto.
Volvió a su cama, se acostó y siguió reflexionando con sus ojos
bien abiertos mirando el techo.
Ya había amanecido hacía más de una hora, Amanda, recostada,
seguía cavilando.
Capitulo 24
En la fría sala del Cuerpo Médico Forense, el Doctor Hidalgo
Leplenne había concluido la autopsia.
Con la bala que había extraído dio unos pasos hasta la vitrina para
medirla. En la camilla estaba Gaitán con su pecho abierto por la
toracotomía, exangüe, totalmente desnudo.
El doctor le hizo seña a un ayudante para que procediese a la
sutura, no había más por ver. Luego continúo hablando como si pensase
en voz alta.
_Este es un calco del otro caso que tuvimos hace unas semanas,
el de ese tal Sosa…la hoja de la revista incrustada en la boca, el impacto
en el pecho a “boca de jarro” a nivel del tercer espacio intercostal, la
proximidad del disparo que deja el clásico tatuaje con el dibujo de
estrella y los bordes ennegrecidos en los tejidos comprometidos…el
corazón perforado…a ver, esperen que mida…
Sí, lo que pensaba: 7,65 por 22 milímetros.-
Antes de irse a lavar las manos, le indicó a un ayudante que le
avisase al Comisario Núñez que este caso era exactamente igual al
anterior.
En la habitación de las mujeres del Cabaret, las cuatro, muy serias,
conversaban sobre lo ocurrido; no hacía mucho habían matado a Sosa y
ahora era muy casual que lo mismo le sucediese a Gaitán. Ambos
trabajaban en el mismo lugar que ellas lo hacían.
102
_Acá hay bicho raro, los dos parecían muy amigos, primero se la
dieron a Sosa y anoche al jefe…así se nos vuela el laburo.-dijo Josefa
más afligida por el posible final de sus trabajos que por los asesinatos.
Prendió un cigarrillo, las miró a todas y Aurora corrigió:
_No, no, Hugo no era el jefe. Acá, el que no muestra la trucha130
pero es el capo, es el gordo “Picado”….- la interrumpió Carmen con el
seño fruncido, atando sucesos en su cerebro, mostrándose preocupada
ya que ella y sus tres hijos comían gracias al Conejo Rojo y a los
hombres que lo manejaban; más allá de la honestidad que pudieran tener.
Semanalmente enviaba dinero a su madre para la manutención de
los niños que la anciana cuidaba en La Concordia.
La miró sin disimular su enojo y dijo:
_Vamos, no somos gilas, mirá qué casualidad, vos estuviste las
dos noches de los hechos. Asegurás saber quién es el jefe… ¿te
acordás cuando te llevaron de “regalo” a la casa de él?…pero che son
muchas coincidencias, todas hemos visto que siempre estás “como
chancho” con ellos. Hacé lo que quieras, pero no me jodas mi laburo.-
Aurora nerviosa, se puso de pie y se paró frente Carmen que estaba
sentada sobre la cama, para decirle:
_Pará, pará, ¿me acusás de algo? ¿Qué estás diciendo “yegua”?…-
Carmen la interrumpió.
_Josefa y yo estábamos en el rancho, en Villa La Concordia,
aquella noche cuando discutiste con tu macho, sacaste esa pistola del
bolsillo y le metiste un bufonaso132 en la pata… ¿te acordás?…vos misma
dijiste que era un “juguete” que te había regalado tu abuelo; no, si yo no
me olvido, no te hagas la perejil133…¿ creés que no me acuerdo? era una
Astra, la Victoria, 7.65, si vos me la mostraste; me puedo olvidar de todo
menos los nombres y números, de eso vivo…era modelo 1911…¿sí o no?
¡Si hasta estoy segura que la tenés por acá! …¿no será que a vos te
encargó el jefe que los boletearas134?dale, decí, no nos tomés por “giles”-
Josefa cruzó una mirada con Filomena, que escuchaba alarmada en
silencio. Aurora, no dijo nada, se volvió a sentar y mirando al piso se
quedó pensando, mientras abría una petaca de grapa y se servía un vaso
entero.
El Comisario Núñez con dos agentes fueron al Conejo Rojo, en ese
momento el zurdo Cachilo y Pancho acomodaban las botellas en los
estantes detrás de la barra. Sentado en una mesa bajo una luz, Rogelio
escribía unas cuentas en un papel cuando se aproximaron los policías.
_Buenas noches, ¿usted es el dueño?…acá trabajaban Sosa y
Gaitán… ¿me puede decir algo sobre ellos…supongo que eran sus
amigos?-Cuerda lo interrumpió.
_No, no soy el dueño, el dueño es él-dijo señalando al zurdo que lo
miró sorprendido, viendo a Rogelio guiñarle el ojo- y no, no eran amigos
de ellos, los conocía de acá, de compartir una mesa, unas copas…
Comisario, soy el encargado del campo del Doctor Vázquez, mi trabajo
no me deja trasnochar, ni me gusta hacerlo.- Nuñez se quedó pensando,
acariciándose sus gruesos bigotes colorados, luego volvió a insistir.
103
_ ¡Qué casualidad!, estos días estuve con el Doctor, ¿sabe lo que le
hicieron en su domicilio?… ¿tiene alguna idea sobre ese hecho?-
_Sí, claro, ¿cómo no me voy a enterar?, me apenó mucho, más por
su hija; a Beatriz la quiero como a una hija, la he tenido en mis brazos
cuando nació. Hace más de veinte años trabajo para Antonio, y antes lo
hice con su padre, me une una muy buena amistad con él; a su familia la
considero como si fuese mía ya que soy soltero y desde hace cuarenta
años vivo sólo en al Pago de los Arroyos.
Mire, si usted busca a los desequilibrados que hicieron eso…este
no es lugar, seguramente a los autores los encontrará dentro del
conventillo de Cabotaje…y no sé si no tienen también relación con estas
dos muertes. Yo buscaría por ese lado.-el Comisario lo miró fijo y
preguntó:
_ ¿Dónde estaba la noche que se produjeron estos homicidios?-
_En mi casa, ya se lo he dicho, no salgo de noche, me duermo
temprano o leo un rato antes de hacerlo.-
Nuñez se arrimó a la barra, miró a Cachilo y le preguntó:
_ ¿Así que usted es el dueño de este local?…A Gaitán lo vieron
salir de acá antes que sucediese el asesinato, ¿dónde estaba en ese
momento?…y ¿usted? -dijo mirando a Pancho.
Ambos, titubearon y respondieron cargados de contradicciones
sobre lo que habían hecho el uno y el otro aquella noche del crimen.
Rogelio desde su mesa los miraba enfurecido.
Gracias al olfato afinado por los años de experiencia, Núñez
percibió que no decían la verdad y todo le resultaba muy sospechoso.
_Señores, para que nos entendamos mejor, mañana a las ocho
seguimos conversando en la comisaría. Usted se viene con nosotros
ahora, parece ser el más confundido- le dijo a Pancho para evitar que
quedando ahí juntos preparasen una coartada.
Los dos agentes acompañaron hasta el auto al demorado.
Antes de salir el jefe policial miró a Rogelio, y le dijo:
_Con usted me gustaría seguir charlando, me parece que tiene
buenos datos para darme.-miró la hora y el sugirió:
_ ¿No se acuesta siempre temprano?, vaya a dormir mi amigo, ya
casi son las diez de la noche.-
El Doctor Estanislao Trotta y el Doctor Vázquez, habían coordinado
encontrarse a tomar un café en La confitería Vidal para conversar sobre
un caso que Trotta tenía trabado en el juzgado civil.
Sentados del lado de la vidriera de la calle Federación, Estanislao
comentó:
_Antonio, me urgía hablar con vos porque este asunto vence el
cinco y hoy es tres. Me gustaría, si no te incomoda, ver si podemos
resolver esto sin llegar a la instancia de desalojo.- Antonio lo interrumpió.
_Sí, me imagino de qué se trata, te habrá ido a ver el Doctor
Carrare; ¿es por el aumento de los alquileres del conventillo?-
104
_Sí, más allá de lo que decidas, hubo un buen gesto de los
inquilinos, ellos pagaron el importe del antiguo alquiler a manera de
depósito judicial; sucede que se les hace imposible llegar al nuevo valor.
Te imaginás que esa gente que no tienen recursos para ir a buscar
otro hospedaje en caso de ser desalojados; fijate que a pesar de
conseguir algo que les costase el mismo monto que pagaban antes, igual
les sería irrealizable; ya que para ingresar les pedirían tres meses
adelantado. Con esto es seguro que quedarían en la calle. Es gente que
vive al día, ninguno dispone de setenta y cinco pesos…además Antonio,
hay algunos pibes de por medio: los hijos de los pensionistas.-
_Sí, lo sé Estanislao y sabés que yo no vivo de eso, pero te habrás
enterado lo que sucedió en mi casa; unos bárbaros me destruyeron todo.
Además me dejaron leyendas en las paredes para que diese marcha atrás
con esa suba de precios…En un primer momento no tuve dudas que
había sido gente del Cabotaje, pero después de hablar con mi hija…no
estoy tan seguro, ¿podrían ser tan tontos de dejar su firma de ese
modo?…
No dejo de pensar… si no han sido ellos, ¿quién y por qué?…No lo
entiendo, pero sí debo estar preparado, porque quienes fueran actuaron a
plena luz del día, con total impunidad. Me preocupa porque gente así es
capaz hasta de matar. Yo no vivo sólo, está Hilda, mi mujer, y Beatriz…
ese es mi dilema, ¿hacia dónde miro, de quién debo cuidarme?-Trotta lo
interrumpió.
_Te aconsejo que solicites una guardia permanente, no podés vivir
angustiado y escondido.- Antonio lo miró pensativo jugando con su
cuchara en la taza, luego agregó:
_Te agradezco tu gesto, tengo que decidir qué haré; dispongo de
dos días para ordenar el desalojo…o para volver atrás con todo.
Lo que me han hecho es humillante, pero también pienso en…
¿qué más me podrían hacer?, eso es lo que más me aflige. Tengo que
reflexionar en frío y tomar una determinación.-
El forense se hizo presente en la comisaría a pedido del Comisario
Núñez, quien, con más de treinta años de experiencia en la resolución de
casos violentos, no recordaba en la historia del Pago hechos similares.
Los homicidios resueltos respondían siempre a las mismas causas:
riñas, crímenes pasionales, algún asalto seguido de muerte, pero jamás
algo similar a las muertes de Sosa y Gaitán. Estos dos asesinatos habían
sido plenamente premeditados y perfectamente planificados, en ambos
casos, también, el asesino se daba el tiempo para dejar un mensaje en la
boca de las víctimas.
_Doctor, no entiendo, no comprendo el móvil y mucho menos la
frialdad de la ejecución. Usted me ha dicho que el arma es la misma.- el
médico lo interrumpió.
_La misma, o dos que disparen el mismo calibre: 7.65 milímetros.
Pero la presencia, en los dos, de una página de revista metida en la
boca de los occisos…me hace pensar en un solo responsable.
Si le es de utilidad, ninguna de las dos víctimas ofreció resistencia,
creo incluso que conocían o confiaban en el criminal, ya que los disparos
105
fueron efectuados sobre el pecho mismo; sin evidencia de defensa.
Fueron disparos a “bocadejarro”, por eso tenemos que descartar armas
largas.-
_Doctor Leplenne, ¿encuentra frecuentemente este calibre en las
heridas por arma de fuego?-
_El calibre 7,65 es un tanto raro, se lo encuentra en algunas armas
de España, Alemania, Bélgica y Norte América…ya existen en nuestro
país…pero lo más común es, dentro de calibres pequeños, la 6,35,
algunas comprendidas entre el 12 y 18 milímetros. Después ya están las
más potentes y grandes: 32, 38, 40, 44, 45…- Nuñez lo interrumpió:
_Sí, yo y otros varios policías usamos la Colt 45, de 1916.-el Doctor
lo escuchó, para luego continuar, mientras observaba el arma del oficial
en su cartuchera.
_De lo que estoy seguro es que las víctimas no opusieron ninguna
resistencia; conocían al asesino… ¿tal vez eran amigos?, o no lo creían
capaz de hacer lo que hizo. Por otra parte, el asesino denota una frialdad
total, lo que le confirió gran seguridad y una precisión exacta como para
perforarles justo el centro del corazón.-
El jefe policial se quedó pensando, en sólo unos meses habían
surgido más problemas e interrogantes que en decenas de años en su
función. Pero estaba seguro de dar con el o los responsables de estos
asesinatos.
Fuera de estos homicidios misteriosos al Comisario Núñez lo tenía
preocupado la independencia vertiginosa y desvergonzada que había
adquirido el sargento Moyano en su accionar, como si él no fuese su jefe
en la fuerza policial. Pero sabía que era el mimado del corrupto diputado
conservador local: Fermín Gorostiza, éste con enormes influencias a nivel
nacional, hacía intocable al prepotente sargento. También lo protegía el
oscuro y violento coronel Troncoso, amigo suyo en el Pago desde que
eran niños. El militar ahora comandaba en la Capital una de las alas más
oscuras y siniestras de las fuerzas armadas.
Núñez era consciente que sin pruebas contundentes, por ahora,
nada podría hacer con el policía corrupto; en cierto modo era imposible
proceder sobre él dado sus oscuros padrinos protectores. Aunque intuía
que pronto todo cambiaría.
Juan y sus amigos estaban puntualmente a las ocho en la casa de
Amalia, quien los había invitado a cenar un asado con cuero que había
hecho preparar por un peón de su campo ese mediodía.
Vestidos con sus mejores ropas, sentados en el living, agradecían
a una mucama mientras le servía un aperitivo.
Miraban con sorpresa y sin disimular el delicado mobiliario, las
bandejas de plata, las vitrinas en las que se veían delicados platos de
porcelana china y un vistoso juegos de té. Sus ojos iban de un lado a
otro, observaban los hermosos cuadros de las paredes, la fastuosa araña
colgada en el techo de madera lustrada que brindaba una rica iluminación
al cuarto. Al fondo, se dejaba ver la cocinera terminando de ordenar la
106
mesa en la que se veía tres fuentes con trozos de carne asada, otras
tantas de las más variadas ensaladas, botellas de vino fino y en el centro
un ramo de rosas en un jarrón de cristal.
Mientras José seguía observando los preparativos del comedor,
Ramón y Eustaquio miraban embobados a las dos jóvenes mucamas que
no dejaban de atender todos los detalles, ambas uniformadas de blanco y
azul.
Juan, como si estuviese acostumbrado a todo esos lujos, sólo
tenía ojos para su novia, sentado al lado de ella no dejaba de mimarla,
acariciarle las manos, abrazarla y junto a ella reírse como niños.
La anciana parecía estar viviendo el mejor día de su vida, se la veía
radiante, coqueta, atenta, simpática; parecía como si con uno ojo
atendiese a su novio y con el otro estaba lista por si los otros jóvenes
necesitaban algo.
Alta, delgada, de cabellera plateada, ojos celestes, en realidad no
aparentaba sus casi 80 años. Su desenvoltura y amabilidad la hacían más
joven y vital.
Eustaquio miraba de reojo a la pareja, aún no entendía bien cómo
su amigo se había podido enamorar de tal manera.
La tensión crecía minutos tras minuto dentro del conventillo. Sus
habitantes sabían que todos estaban sumergidos en ese problema, y que
solo entre ellos se podían comprender y respirar la angustia que flotaba
en el aire.
Los nervios ganaban a la razón, y hacía más fuerte el egoísmo de
pensar en cuál era la salvación propia; importando poco lo que le
sucedía al resto. Rato después volvían a su esencia y lloraban por haber
pensado en forma egoísta, individual. Y así, en ese momento, quien
padecía está dicotomía volvía al cobijo del grupo.
Todos eran personas de buena madera y esa angustia creciente, en
ciertos momentos los hacía caer en ambivalencias que jamás pensaron
capaces de padecer.
Parecía un gran bote que se estaba por hundir, donde
ocasionalmente su inconsciente les hacía olvidar de toda solidaridad;
pero se consolaban sabiendo que a todos les ocurría lo mismo.
Por momentos se miraban recelosos, tratando de encontrar en el
otro el responsable de este martirio, y al instante siguiente compartían el
mate y las charlas en las que siempre esquivaban hablar del posible final.
_Se nota, claro que se nota, acá estamos caminando sobre el filo
de una navaja, es eso que nos pone tan nerviosos. Agresivos por un rato,
al borde de las lágrimas después, ¿pero cómo podemos evitarlo?, ojalá
Dios nos dé una mano…creo que sólo él nos salvará.-reflexionaba Matilde
con plena sensatez mientras conversaba con las otras mujeres. Esa
cordura se transformara en angustia y llantos cuando no podían
comprender los designios inescrutables del Cielo.
La gran casona se había convertido en un gran barril de pólvora,
sólo faltaba una chispa para que todo estallara. Esta tirantez crecía
peligrosamente cuando miraban hacia la puerta y veían al Sargento
107
Moyano que de tanto en tanto se asomaba para curiosear, parecía listo
para invadir.
El despacho del Comisario Núñez, de cuatro por cuatro, se
caracterizaba por su sencillez extrema; sólo disponía de lo necesario: un
escritorio, tres sillas y un par de cortinas amarillentas raídas que
colgaban de su ventana.
Esa mañana temprano, el sol se filtraba mostrando cada raya de su
vieja y gastada mesa.
_Me han dicho que quiere presentar una denuncia, con la condición
de que ésta sea anónima…no se preocupe, lo será… ¿qué le hace creer
que conoce al victimario de Sosa y Gaitán?-
_Conozco a la persona hace tiempo, sé que podría actuar así…
además cuando sucedieron estos…estas muertes, antes había estado
junto a los que hoy son finados.- el Comisario miraba atento sus ojos
mientras declaraba, después dijo:
_Esto que me dice son solo presunciones suyas, no nos lleva a
ningún lado concreto, de esta forma, el asesino, podría ser cualquier
habitante del Pago de los Arroyos, cualquiera de los 25 mil habitantes
que existen.-Núñez fue interrumpido.
_Creo que esta persona esconde una pistola, no sé si es la usada
pero…-el Comisario se acomodó en su silla con los ojos bien abiertos,
para luego preguntar:
_ ¿Sabe de qué arma se trata?-
_Una Astra, “Victoria”, modelo 1911; calibre 7,65.-
Nuñez se paró de inmediato y llamó al cabo Rojas para que
preparase un procedimiento.
Carmen, con los ojos rojos, quedó sentada tomándose las manos,
tenía pánico de perder su trabajo.
La cena transcurrió plácidamente en lo de Amalia.
Al principio los paraguayos estaban un tanto retraídos, jamás en
sus vidas habían sido agasajados de esa manera y mucho menos
en un lugar con tanto lujo.
Amalia, con su sencillez innata y siendo una excelente anfitriona,
consiguió que sus invitados se sintiesen plenamente cómodos.
Mientras en la cabecera charlaban de los acontecimientos locales,
en la esquina Ramón y Eustaquio, con cautela, iban comiendo las
exquisiteces apoyadas en bandejas que a su frente se les ofrecían.
Su cautela nacía por un lado por su natural timidez y por otro por
ser esa la primera cena que tenían desde que llegaron, hacía tres años.
En el conventillo por las noches sus comidas eran muy frugales,
una taza de mate cocido con bizcochos, a veces sopa; ateniéndose a lo
que les permitían sus casi vacíos bolsillos.
_ ¡Qué carne, qué sabor, muy tierna!, ¿en qué carnicería la compra
Amalia?-dijo José sorprendido por lo sabroso del asado.
108
_Sí, es muy buena; no, no la compro, es del campo, ahí tengo
hacienda y cuando les pido a los muchachos se encargan de prepararme
un asadito, un cordero o algún cerdo.-después de mirarse curiosos,
Eustaquio agregó:
_ ¡Ahhh!, no sabíamos que se dedicaba a la ganadería!-pero Amalia
sonriendo lo interrumpió, mientras le pedía a Juan que le sirviese más
vino.
_No, no, no es esa mi actividad, después de morir mi hermano en
Curupayty…-hizo una breve pausa-mis padres pusieron a mi nombre
algunas propiedades de la ciudad, luego murió papá, y poco después
mamá lo siguió; muriéndose de tristeza.
Al quedarme sola, también el campo pasó a mi nombre y era
manejado por mi primo…hacíamos una explotación mixta; aunque eso
variaba dependiendo del precio de la carne o del grano y del el año.
Según la conveniencia se incrementaba la agricultura o viceversa.- José
intervino rápido para evitar hablar de la guerra.
_Pero entonces, ¡felicitaciones a su primo!…se nota que conoce del
tema, cuida muy bien su tierra.-con los ojos brillantes Amalia le aclaró:
_Sí, sí, y así lo hizo casi por 55 años, pero lamentablemente él
murió de un infarto hace un par de meses.-Ramón para cambiar de tema
agregó:
_Lo siento Amalita, pero seguro encontrará ayuda en los
empleados de la granja, ya pondrán todo en orden.-Amalia, con una
mirada dulce y maternal lo corrigió:
_No, no es una granja, son 850 hectáreas, con unos 400 animales.
No creas que es algo simple; por suerte está cerca, a no más de
quince kilómetros de acá.-todos se miraron de reojo. Eustaquio estaba
comiendo un chorizo y al escuchar esas cifras no pudo masticar bien su
bocado y se lo tragó entero, lo que le produjo un acceso de tos.
En la esquina de la mesa, Amalia y Juan, se mimaban como dos
adolescentes, solos en su mundo.
Núñez junto a tres agentes se dirigieron al conventillo, antes de
entrar se encontraron con el sargento Moyano y sus hombres, rodeando
la esquina. Al cruzar, el sargento y Varela se llevaron su mano a la cabeza
a manera de saludo, pero el Comisario no los vio, ya estaba en el patio
del inquilinato, preguntándose cuál sería la habitación.
Balero estaba por salir de su habitación cuando advirtió la
presencia de policías en su patio, nervioso se acomodó la gorra, se
anudó la bufanda sobre su cara y muy despacio volvió a cerrar la puerta;
tenía terror que le volviesen a pegar, se sentía perseguido, siempre al
borde de volver a ser golpeado.
Calvina, con su boca llena y una jarra metálica en su mano repleta
de arroz con leche le indicó a Núñez, señalando con su mano libre, cual
era la pieza de las chicas del cabaret.
Aún media dormida, Aurora abrió diez centímetros la puerta, pero
en un segundo los cuatro uniformados estaban dentro de su cuarto.
109
Mientras tres de ellos la emplazaban para que confesase, el
restante encontró, casi inmediatamente, una pistola en el bolsillo interno
de una vieja chaqueta roja colgada en el ropero.
Pudo más la fuerza de cuatro policías que sus gritos diciendo que
era inocente. Rápidamente y aún en camisón, la llevaron detenida hacia
los autos policiales estacionados en la plazoleta. Los gritos de Aurora se
fueron apagando hasta hacerse lastimeros gemidos.
El juez Trotta intentó no darle falsas esperanzas a Vicente mientras
hablaban en su despacho.
_Doctor Carrare, hablé con Antonio…fuera del tema del incremento
del alquiler, está muy dolido; lo que le han hecho a él y su familia es
insultante, se siente responsable ante su mujer y su hija por esta cobarde
agresión…todos sabemos que esto no se trató de un simple robo: fue un
aviso muy concreto, humillante…creo que si hay un motivo por el cual
no considera la posibilidad de rectificarse, es a causa de esas ofensivas y
ridículas firmas dejadas en su casa por los delincuentes…lo noté muy
confundido y apesadumbrado.-
_Pero Doctor, si es hasta infantil creer que la misma gente del
inquilinato pudiera hacer eso, y a su vez dejar dicho que fueron ellos…-
Trotta no dejó continuar a Vicente, mirándolo fijo y pensativo, concluyó la
reunión diciendo.
_Sí, es cierto, ¿pero usted conoce a otros sospechosos o a otras
personas que tuviesen algún interés, en hacer parecer responsable a la
gente del inquilinato?-
Fermín, Benito, Clemente y Honorio, llevaban piedras y botellas
vacías a la terraza, dirigidos por Balero, quien las acomodaba
estratégicamente, para tener las “municiones” a mano para cuando
ocurriese el asalto final de Moyano y sus agentes.
Las apilaba cada cuatro metros, cuando se les acabaran les haría
una seña a los chicos que, obedientes y solidarios, bajarían corriendo
por la escalera a buscar una nueva provista.
Balero se había jurado morir antes que lo apresaran nuevamente,
no toleraba más sus ojos hinchados y ennegrecidos, su cara machucada
y el tener que usar la horrible gorra hasta para dormir.
Don Roque, había puesto unas mesas en su techo, a modo de bar
al aire libre, de manera que sus ocasionales parroquianos tuviesen un
entretenimiento extra, con buena vista, además de sus jugosas charlas;
todos sabían que en cualquier momento podía empezar enfrente una
batahola infernal.
Blanca, animaba a subir a los clientes diciendo que escándalos
como el que se estaba a punto de producir, serían historias memorables
en el futuro del Pago.
En esos días, desde hacía dos semanas, don Roque vendía con ese
espectáculo adicional más cervezas que en el mejor de sus eneros.
110
Balero, al sentirse mirado en sus preparativos de armar la defensa
de la casona, de tanto en tanto hacía un alto y saludaba al público del bar
sacándose la gorra. Ana, Matilde y Adela se turnaban para cebarle mate.
Desde abajo, Calvina que no podía subir por su peso, a los gritos lo
arengaba y daba aliento.
_ ¡Vamos Balero, vamos pibitos, es mejor morir como inquilinos
luchando que como perros desalojados en la calle!… ¡vamos machitos,
así se hace!-
Desde la esquina, Moyano desconcertado por el continuo ir y venir
de los niños sobre el techo, observaba inquieto, se quitaba la gorra,
rascándose la cabeza, y al momento que hacía señas a sus subordinados
para que tomasen nuevas posiciones.
Impertérrito, Balero continuaba con lo suyo sintiéndose, por
momentos, el jefe de un castillo sitiado. Hacía una pausa, se sacaba la
gorra, con la palma de su mano sucia se secaba la transpiración y antes
de continuar, saludaba a Don Evaristo, que observaba atento sentado en
la puerta de su zapatería a media cuadra; o tiraba besos al aire para
Teresa que apostada en una silla en el techo del almacén de Elena, no
perdía detalles de lo que estaba aconteciendo enfrente. Mientras tanto
limpiaba una bolsa de papas a la que les sacaba los brotes de su
superficie.
Después de alojar provisoriamente a Aurora en un calabozo tan
húmedo, frío y oscuro como en el que Pancho había pasado la noche,
Núñez se avocó a escuchar a Cachilo y su amigo.
_ ¿Dónde estaba usted a las tres de la mañana, cuando mataron a
Gaitán?-le preguntó el Comisario al zurdo Cachilo.
_En mi trabajo Don, pero tengo testigos, bueno, mejor dicho, eran
más “testigas”, ¿vio el hembraje que tenemos ahí adentro?… no pude ser
yo el que lo mató, si en ese momento trabajaba de fiolo, dos cosas a la
vez no se hacen… ¿no don?- Núñez ni le respondió y miró a Pancho para
que respondiese él. Éste como si fuese a dar comienzo a un gran
discurso se acomodó en su silla, y con su mano colocó su escarba
dientes en la comisura de su boca.
_Yo no sé bien Comisario, eso de calcular las horas de noche me
confunde, pero creo que a las 3 o a las 4 estaba durmiendo abajo, en el
sótano.- cuando iba a hablar Núñez, el zurdo lo interrumpió.
_Mentiras Comisario, lo que le dice es una macana, si este
chambón135 se escabió136 antes de la una y la Josefa lo bajó para que se
acostase…si quiere le preguntamos a ella, porque es seguro que
Panchito no se acuerda nada de esa noche; estaba remamado…-éste
observó enojado a su amigo por lo que había dicho. El Comisario los
miró con atención, pensativo, luego dirigió su vista hacia la ventana.
Pensó que le esperaba un gran trabajo con estos hombres; o eran dos
excelentes farsantes o dos completos idiotas.
Volvió a mirarlos, ellos lo observaban atentos con sus bocas
abiertas en donde con sus lenguas jugaban con sus palillos. El jefe
111
policial quitándose la gorra se secó el sudor y les dijo que se fuesen de
la comisaría, pero que no se alejaran del Pago.
Al anochecer, Hilda tomaba un té con Antonio y conversaban sobre
lo sucedido. Ella intentaba tranquilizarlo, pero él volvía una y otra vez a
asegurar que los responsables estaban dentro del grupo de los
inquilinos.
_Siempre fuiste un hombre justo, y eso le hemos inculcado a
nuestra hija.
A partir de la justicia podemos construir el resto, incluso si nos
equivocamos…sabés que el Señor siempre nos observa. Fuera de esos
garabatos que dejaron en las paredes y la mesa nada los hace
responsable. Pueden haber sido algunos chicos del puerto…u otras
personas…cualquiera pudieron hacerlo.-
_Sí, cualquiera pudo ser, pero con los únicos que yo tengo
problemas es con ellos…-la esposa lo interrumpió.
_Antonio, sabés que no tenés ninguna prueba, además Beatriz está
enamorada de uno de esos inquilinos…dicen que es un buen hombre.
Pensalo, es nuestra única hija, ella no cree en absoluto que su
novio tenga algo que ver con esto. No la pongas entre la espada y la
pared, sabés que es como vos…no va a dar el brazo a torcer…no la
obligues a optar…-
En el estudio Carrare, Balero y Vicente conversaban sobre el
desarrollo de los acontecimientos.
Balero le comentó cómo había organizado la defensa del
conventillo, Vicente sonriendo le dijo que no creía que se llegase al
extremo de tener que confrontar con la policía, además le confió:
_Verás que pronto se soluciona todo, no creo que Vázquez sea tan
terco. Cuando vuelva la calma me mudaré; a una cuadra de los tribunales
se alquila una casa…ya veré.
Tomás, estoy enamorado de Beatriz, hemos hablado de casarnos,
pero imaginate la cara del padre si yo me presentase ahora para darle
esta noticia, seguro que me echa a la calle…-
_No Dotorcito, ¿vos crees que en realidad él piensa que tenés algo
que ver en ese quilombo?, no, pero se tiene que hacer el duro, ¿viste
cómo es eso?…estos doctores quieren que lo que ellos dicen sea siempre
la verdad…y si les discutís…más se encaprichan…ahora está emperrado
con vos…pero si querés yo lo habló, ¡total!, a mí qué me importa su cara.-
Vicente río con ganas por la valentía de su amigo, pero más por su
descabellada idea. Si a él lo echaban a la calle a Tomas lo tirarían al río
para fondearlo con dos anclas.
En el Conejo Rojo todo era felicidad para Pancho y Cachilo, creían
haber burlado completamente al Comisario.
112
_ Zafamos, ese cana es un gil, piensa que somos otarios para que
confesemos todo por “dos amagues”.-Cachilo asentía, poco podía hablar
de lo ebrio que estaba, Pancho siguió hablando.
_Vieras las cucarachas que había en ese calabozo, una mugre
increíble, no le tiene respeto a los detenidos.-dijo riendo mientras el
zurdo Cachilo se dirigió al sótano a buscar una botella de coñac especial.
Cuerda apenas entró vio a Pancho sentado, cuando se dirigió hacia
él sintieron un grito desgarrador que provenía de abajo. Cachilo había
trastabillado, el zurdo fue bajando abruptamente los veinte escalones;
rebotando con su cuerpo y su cabeza, golpeando contra todo lo que se le
puso adelante en su caída hasta quedar inconsciente sobre unas cajas de
vinos, en el piso húmedo y sucio del subsuelo.
Penosamente entre cuatro lograron llevarlo hasta arriba y
de inmediato lo trasladaron al hospital donde los recibió la Doctora
Amanda, y dos enfermeros que ayudaron a ponerlos en la camilla de
guardia.
Valente escuchó cómo se había a accidentado y procedió a
revisarlo.
Lo primero que advirtió fue su estado de ebriedad, el olor a alcohol
que salía de la boca de Cachilo se respiraba a diez metros a la redonda.
Le examinó la cabeza y brazos. Tenía una ceja cortada; limpió la
sangre con una gasa y algodón, luego lo auscultó. Nada le resultó
extraño, más allá de la taquicardia producto de su borrachera.
Palpó el abdomen, no encontró ninguna rigidez extraña, siguió con
el examen de las extremidades, finalmente se apartó de la camilla para
hablar con Rogelio y Pancho.
_Tuvo suerte, en principio no encuentro ninguna lesión seria,
sufrió un politraumatismo, pero no hay compromiso óseo…para que se
queden tranquilos: no tiene quebraduras, solo una gran borrachera; pero
sería conveniente que lo alojemos en la sala para tenerlo en observación
hasta mañana.-
Mientras Cuerda y su amigo se retiraban, la Doctora Amanda
indicaba a los enfermeros que llevasen al accidentado a la sala general.
En la habitación de los paraguayos comentaban los pormenores de
la maravillosa cena con la que los había agasajado Amalia.
Todos querían hablar al mismo tiempo, cada uno tenía su tema de
admiración.
_Chamigo, ¡qué novia que te echaste, además: millonaria!, tomá
“pa vos”-dijo Ramón, siguió Eustaquio como si el dinero no le interesase.
_ ¿Vieron lo linda que eran las dos mucamitas?…me enamoré de la
morochita, y ella me miraba sólo a mí, ¿se dieron cuenta?, a ustedes los
ignoró.- restando importancia a este comentario, José agregó:
_ ¡Qué comida che, qué manjares, cuantos vinos finos, mi Dios!…
¿vieron los muebles, los cuadros, la vajilla…todo?…yo me acordaba de
este pobre ropero… me daban ganas de llorar… miren lo que es, parece
hecho con sauces… ¡lo que es el lujo chamigo, lo que es ser pudiente!-
113
Juan escuchaba a uno, miraba al otro, pero nadie hacía mención de su
novia, con enojo inquirió:
_Sí, sí, todo muy lindo, ¿y mi novia? a ver ¿qué me dicen de mi
novia?-los tres amigos se miraron esperando que uno fuese el primero en
opinar. Ramón se puso serio y respondió.
_Mirá chamigo, te felicito, muy educada, agradable, simpática,
sencilla…nos hizo sentir como en casa, ni le importó que fuésemos
paraguayos, viste como es acá que nos señalan…pero no, ella no, ni
habló del tema…toda una mujer.-
_Sí, es cierto, nos trató como si la conociésemos de siempre, claro
que nosotros también somos muy simpáticos y educados, ¿será por la
tonada?-dijo José. Luego siguió Eustaquio siendo más sincero y menos
evasivo.
_Mirá chamigo, si a vos te gusta, nosotros somos como hermanos
y estamos felices por vos. No te preocupés por la edad, ¿o vos creés que
no te pondrás así de viejo cuando llegués a los ochenta?…eso sí, a mi me
gustan las mujeres más gorditas, viste que la Amalia es flaquita. Es lo
mismo mirarla de frente que de perfil, pero ojo que no aparenta la edad
que tiene. Una hermosura el cutis che…-detuvo su comentario al ver la
cara fruncida que puso Juan y al sentir la carcajada de sus amigos.
Ambrosia llegó puntual a su trabajo, saludó a la Doctora Amanda,
charlaron unos minutos, tomó la planilla de ingresos y fue hacia la sala
general.
Miraba la cama, controlaba el número señalando con su uña en el
papel de la carpeta, totalmente concentrada llegó hasta la mitad del
recinto, iba por el paciente número 19. “Este es nuevo”. -pensó, cuando
levantó la vista vio al zurdo Cachilo, su cara no le dijo nada, pero al mirar
el pecho descubierto vio la daga y la rosa cruzadas en su tatuaje, en ese
instante llena de pánico, tiró la carpeta al aire, volando las hojas por
sobre los enfermos, y desesperada grito:
_ ¡Mi Dios, este es el crápula del incendio!-por unos segundos
quedó paralizada al pie de la cama, en ese momento Cachilo abrió
lentamente los ojos y pensó:
“A esta vieja la conozco…sí…estaba frente a la casa del
“trabajito”…me reconoció… ¡Mi Dios que quibombo se arma si esta
hijaputa habla! …La mato, tengo que matarla…la estrangulo…algo tengo
que hacer, seguro que esta vieja va a buchonear…”-pero cuando intentó
moverse, sintió que tenía encima un ancla de diez toneladas que lo ataba
a la cama; en ese momento recordó las botellas que había bebido. Lo
único que podía mover eran los ojos, Ambrosia seguía inmovilizada,
atornillada en el piso frente a él mirándose fijamente. Notó la mirada de
furia con que la observaba el tatuado, como deseando perforarla con la
vista. Sin pensar más, venció su parálisis de pánico y empezó a correr
hacia la sala de esperas. Cuando dobló corriendo a la derecha en el
pasillo, por la otra puerta ingresó Pancho a visitar su amigo.
114
Mucho no entendía, miraba al zurdo que no emitía un sonido al
tener paralizada la lengua por el alcohol, pero sus ojos miraban
desesperadamente hacia el lado en que había escapado Ambrosia.
Con un esfuerzo sobrehumano, Cachilo consiguió mover su brazo
derecho, y llevándose su mano al cuello, frotó su dedo índice por la
garganta, haciendo señas que degollara a alguien que había escapado
por donde él señalaba. Pancho cada vez entendía menos, no vio a nadie
cerca. Pero siguiendo la dirección de la mirada caminó hasta el próximo
pasillo, donde sólo vio una anciana enfermera que entraba en una
habitación, empujando una mesa de curaciones repletas de frascos.
Volvió hasta la cama de su amigo que lloraba de impotencia, él ahí
creyó entender todo, aproximó una silla y se sentó diciendo:
_Mi Dios zurdo! Cachilo, estás muy mamado137 amigo, no seas
tonto, no llores, a veces cuando yo me chupo138 también lloro, es por mi
finada vieja… ¡no sabés como la extraño!… ¡cuántos disgustos le di!,
pero… ¿viste? …yo era muy pibe y cabeza dura, muy porfiado che…
Dale dormí, mañana estarás bien, con dolor de cabeza, eso sí.-lo
tapó hasta el cuello, le acarició la cara, tomó una revista y se puso a leer.
Afuera, en la esquina, Ambrosia hablaba llorando con el policía que
todas las madrugadas estaba apostado en el lugar. Le contó todo y rogó
que llamase al Comisario Núñez. Luego volvió al Hospital, ingresando a
una habitación a esperar escondida temblando tras la puerta.
Beatriz intentó de todas las maneras conversar pacíficamente con
su padre, para que tomase una postura más flexible, pero éste se negó a
tratar el tema del conventillo.
_Hija, tu opinión está influenciada por ideas de afuera.
Jamás me has cuestionado nada, tampoco te he consultado sobre
el manejo de mis actividades; pero ahora que apareció Carrare en tu
vida…parece que te están lavando la cabeza. De ser así, como creo que
es…me parece poco hombre usarte de medio para que yo deponga mi
posición.- a Beatriz le resultaba increíble que su padre le hablase de esa
manera, siempre había sido muy respetuoso de sus ideas, pero ahora
parecía que estaba hablando con un hombre desconocido.
_Papá, te pido que me respetes, sabés muy bien que nunca me
dejaría influenciar y mucho menos en contra tuyo. También sabés que
soy independiente y criteriosa, que vos ahora me hables de esta manera
me hace sentir subestimada.- Vázquez la miró, vio en sus ojos el enojo,
era la misma mirada que él tenía cuando era contrariado, levantándose
del escritorio la interrumpió.
_Beatriz, tema concluido, de esto no se habla más, no en mi casa,
mientras vivas bajo este techo recordá que las reglas las pongo yo.-ella,
irritada por sentirse condicionada, antes de salir de la oficina le
respondió:
_Muy bien, vos manejá las reglas, yo mis pensamientos.-
115
Núñez, acompañado por tres agentes, encontró a Ambrosia, aún
temblando de miedo, refugiada en un cuarto a poco de entrar al hospital.
Se dirigieron a la sala general, donde vieron a Pancho sentado muy
concentrado en la lectura. De inmediato detuvieron a éste, que en un
principio intentó resistirse, pero desistió de la idea cuando sintió como si
le hubiesen rasgado la espalda, luego de recibir un violento bastonazo.
El Comisario se aproximó a la cama y quitó la sabana que cubría a
Cachilo, observando su pecho tatuado, giró la cabeza, hizo una seña y
rápidamente, dos policías lo arrastraron del lecho. Aún borracho, abrió
los ojos con impotencia, intentó hablar, pero todavía tenía su lengua
pesada, pastosa y seca.
En la comisaría revisaron a Pancho, que con las manos en alto
facilitaba la tarea. El detenido tenía terror de que lo volviesen a golpear, a
dos metros de él estaba el zurdo Cachilo vomitando, recostado sobre un
banco de hierro fundido.
Antonio, medio dormido en esa madrugada, caminó las dos
cuadras que había de su casa hasta la dependencia policial.
Vázquez fue conducido por Núñez hasta el cuarto donde estaban
los detenidos, miró sus caras buscando reconocerlos, pero en su vida
había visto a esa gente. De repente caminó hasta Pancho y le tomó la
mano derecha, giró furioso y se dirigió hasta Cachilo para hacer lo
mismo. Núñez no comprendía que estaba haciendo.
_Jamás en mi vida vi a estas personas, pero sí a los anillos que
tienen puesto, uno es mío, el otro era de mi padre; estaban dentro de las
cosas que me robaron.-
Capitulo 25
Vicente se sorprendió al encontrar a Beatriz esperándolo sentada
en su estudio.
Sonriendo feliz se puso de pie y lo abrazó. Balero miró a María que
tampoco nada entendía de esta visita a las ocho de la mañana.
_ ¡Detuvieron a los autores de los destrozos y el robo de casa!…no
sé sus nombres, pero no es gente del Pago.-
Vicente sintió que le quitaban de la espalda un peso enorme, pero
luego reflexionó: no por esto Antonio desvincularía del hecho a los
inquilinos del conventillo. Era posible que hasta fuesen amigos de alguno
de éstos, y se tratase de un trabajo por encargo. Tal como estaban las
cosas, Vázquez podía seguir pensando que el cerebro del atentado
contra su casa era Vicente.
Ella entendió que era razonable lo que le decía y mucho más
conociendo la terquedad de su padre.
Desde temprano se observó más movimiento policial en la esquina
del Cabotaje. Un grupo de seis policías miraban fijamente la puerta de
ingreso de la casona, apoyando sus espaldas contra la pared del almacén
de enfrente.
116
Roque barría la vereda de su bar cuando vio detenerse el auto de
Cuerda; pensó que el desalojo era inminente. Lo mismo razonó Elena que
en ese momento estaba sacando los carteles y vio al grupo de agentes
apostados en su esquina.
Rogelio, con la cara desencajada por la furia, saludó a Moyano con
un movimiento de cabeza, éste le respondió llevándose su mano a la sien
derecha.
Desde la cocina lo vieron golpear como un loco la puerta de la
habitación de las mujeres del cabaret. Nadie entendía lo que sucedía,
pero viendo al grupo de policías ahora apostados en la puerta misma del
conventillo, imaginaron lo peor.
_Josefa, a partir de esta noche te encargarás del cabaret,
Carmen vos la ayudarás, le darás una mano, esta noche iré y hablaremos
de dinero; pero de ahora en adelante ganarán unos buenos pesos si
hacen las cosas bien. Vigilen al resto de las chicas, que ninguna se haga
la guacha de esconder algún vuelto… ¿se entiende?
Acá tienen las llaves.-dijo Rogelio. Dentro de la pieza, sentada en la
cama, Filomena escuchó el diálogo viendo la cara de felicidad de sus
amigas.
Cuando se estaba por retirar, Cuerda observó que desde la cocina
lo miraban doce ojos, caminó unos pasos hasta el centro del patio, apoyó
sus cortos brazos en la boca del aljibe y grito como para ser escuchado
hasta en el fondo del gallinero:
_ ¡No se hagan los piolas…Guarda a todos, acá no se jode…vayan
preparando los bagayos que prontito los vamos a sacar a patadas!- al
escucharlo, Calvina aterrada soltó los platos que estaba secando, los
que se despedazaron en mil pedazos sobre el piso.
Esta era la segunda vez que Pancho y Cachilo estaban sentados en
la oficina del Comisario Núñez. Pero ahora las cosas habían cambiado:
estaban detenidos, había suficientes pruebas para hacerlos responsables
de delito contra la propiedad, robo agravado por escalamiento, daños
predeterminados e incendio malicioso.
Esposados, con dos agentes vigilándolos detrás, ambos estaban
parados inmóviles, mudos, mirando el piso.
Núñez, de pie al lado de su escritorio, los observó paralizados.
Luego se sentó para interrogarlos.
_ ¿Está mejor?, ya se le ha ido la borrachera, durmió ocho horas
seguidas.-dijo mirando a Cachilo que no respondió. En ese momento,
desde atrás, el agente que lo vigilaba le pegó con fuerza, como
aplaudiendo sobre los oídos del detenido; mientras el zurdo gritaba de
dolor oyó que una voz le advertía:
_ ¡Facineroso, te está hablando el Comisario, respondé o te corto
una oreja!-
_ ¿Me pueden decir por qué eligieron la casa de Vázquez?… ¿quién
los envió?- insistió el Comisario, Cachilo sonrió maliciosamente y
respondió:
117
_ ¿Por qué va a ser?…nos dedicamos a eso, necesitábamos guita,
nos gustó la casa, mucho lujo, ahí solo viven los bacanes…139– Otra
violenta cachetada no lo dejó continuar y le puso la mejilla roja, Núñez
miró a Pancho e inquirió:
_ ¿De dónde han venido?… ¿para quién trabajan?-el detenido se
demoró diez segundo en responder, cuando una bofetada sacudió con
fuerza su cabeza haciéndolo tambalear.
_Somos Del Rosario, no trabajamos para nadie, de tanto en tanto
hacemos una gira para pispear140 dónde nos conviene chorear141– luego
de decir esto, aún mareado por el golpe, miró sonriente a Cachilo, que
también estaba sonriendo. Nunca delatarían a su jefe.
Núñez comprendió que eran dos delincuentes profesionales, jamás
confesarían quién le encargó el trabajo, sabían que si lo hacían eran
hombres muertos; por más que estuviesen detenidos.
Miró a los agentes haciéndoles una seña para que lo llevasen al
calabozo.
_Hablaré con el juez así los trasladamos al penal, con las pruebas
que tienen en su contra vivirán ahí por lo menos veinte años.-
Cuando entraron a la habitación vieron a Juan recostado en su
cama leyendo una revista, éste al verlos, sonrió, y les pidió que se
sentasen, que tenía una muy buena noticia para darles. Eustaquio, José y
Ramón se miraron extrañados.
Desde que estaba de novio, Juan había dejado su trabajo, dividía
su tiempo en las visitas diarias a Amalia, en descansar en su cuarto, en
tomar mates o leer.
_ Chamigos, estuve hablando de ustedes con Amalita, les conté
que antes de venir acá eran granjeros en Asunción, que ese es un trabajo
que conocen y lo hacen muy bien, ella me pidió que se los propusiese,
aunque después se los detallará… ¿quieren hacerse cargo del
campo?…ganarían muy bien, además dispondrían del auto que usaba el
finado primo, el coche es de ella, claro.- con la mano Eustaquio le pidió
que hiciese una pausa, lo que estaba escuchando parecía el mejor de sus
sueños. Si lo que decía Juan era realidad él y sus amigos dejarían de
hombrear para siempre esas pesadas bolsas del puerto. De inmediato
sirvió cuatro vasos de grapa, diciendo:
_Chamigo, ¿es verdad o estamos soñando?…pero una cosa es
manejar una granja de 50 metros por 50 metros para cuidar como crece la
mandioca, y otra muy diferente es hacerlo con la explotación de 850
hectáreas…-Ramón, lo miró serió y agregó:
_ Chamigo, no discutas con Juan, él sabe bien por qué nos
recomendó, además creo que tenemos la obligación de darle una mano a
la anciana… a Amalita…ella está muy sola che…además acordate que yo
en Paraguay tenía tres o cuatro vacas, si conocés como criar una,
cuatrocientas es lo mismo, son un poco más, pero nada imposible, ¡hay
que ingeniársela chamigos! … ¿no me van a decir que tienen miedo?-
José volvió a servir las copas para brindar.
118
Pasada la primera hora iban por la segunda botella y el milésimo
proyecto de cómo desarrollarían su nuevo trabajo, todos reían, mientras
sobre la pequeña mesa de la esquina Ramón, muy concentrado, hacía
cuentas sobre un arrugado papel.
Esa tarde, Cuerda estuvo reunido en la oficina con Mansilla en la
cooperativa de La Candelaria.
Planificaron los pasos a seguir cuando se pusiese en venta el
conventillo, luego cobró la venta de cincuenta animales que Aniceto
había conducido al frigorífico, examinó los papeles y recibos duplicados
que le dio el contador; satisfecho, los guardó en el bolsillo de su saco.
Después, cambiando de tema, conversaron unos minutos para organizar
los detalles de la próxima cosecha. Ese año seguramente tendrían un
muy buen rinde, por lo que necesitarían más peones para la tarea.
Acordaron reunirse en dos días, ya que Rogelio creía que para
entonces tendría noticias. Estimaba que al día siguiente ya contaría con
la habilitación de Vázquez para ordenarle a Moyano que procediese con
el desalojo.
De allí, Cuerda apuró su marcha para llegar a tiempo al encuentro
programado.
Luego de veinte kilómetros de caminos de tierra, en una oscura
calle del Pago estacionó detrás de otro auto que lo esperaba.
Caminó hasta la puerta del conductor. El obispo le entregó por la
ventanilla un fino bolso de cuero de carpincho, con sus manijas
anudadas por una cuerda roja, donde estaban los doscientos cincuenta
mil pesos convenidos.
En el trayecto hasta su casa miraba cada tanto la bolsa con el
dinero, acto que le quitó su mal humor por la detención de sus
cómplices. Ya no los necesitaba, para su nuevo cabaret contrataría otra
gente del Rosario.
Cuando estaba por abrir la puerta de su casa, sintió que le
hablaban a su espalda.
_ ¡Hola!, ¿cómo estás Cuerda?… ¿En qué andás Rogelito?- éste,
aferrando el bolso con las dos manos respondió:
_ ¿Qué hacés acá, qué querés?-
_Hoy pensé en vos… y me dije ¿por qué no ir a la casa de Rogelio y
darle un abrazo?…y bueno, acá estoy.-Cuerda dio un paso atrás,
apretando con más fuerza sus manos sobre el saco del dinero.
_Vení Gordo, no seas “fifí”171, o ¿no somos amigos?-
En ese momento fue abrazado y en el mismo instante sintió un
ardor caliente en su pecho que lo hizo vibrar entero, luego, con los ojos
bien abiertos de espanto, cayó muerto de espaldas sobre una gran
maceta de margaritas; aún aferrado con codicia al bolso.
119
Era casi medianoche y aún no había llegado el jefe. Mientras tanto,
Josefa ayudada por Carmen y Filomena, hacían lo que mejor podían en su
primer día a cargo del cabaret.
Trataban de estar presente en todo, dirigiendo a los dos jóvenes
que despachaban bebidas atrás de la barra, o a los otros tres que servían
las mesas, cobrando consumiciones, vigilando a media docena de
prostitutas para que respetasen el porcentaje acordado; sabía que al
menor descuidos se escondían en su escote algún billete extra.
Tenían la mejor voluntad para cumplir con sus tareas, pero
carecían, en absoluto, de experiencia en esa labor. Sumado a esto, el
viejo Tristán, un isleño que venía cada quince días de la isla de Las Tejas,
totalmente ebrio, perseguía a Carmen confesándole que se había
enamorado de ella desde el primer momento en que la vio; la joven
saturada llamó al portero para que se lo llevase para el fondo de la barra.
No quería escuchar más sus incoherencias.
Carmen daba las últimas indicaciones a las dos bailarinas que
comenzaban el show en media hora; en tanto Filomena supervisaba la
música.
A las tres les parecía increíble, como nunca sucedía en un día de
semana, había más de cincuenta clientes dentro del local.
_Hoy terminaremos enloquecidas, ¿donde se metieron Pancho y el
zurdo Cachilo?-dijo Josefa mirando a sus dos amigas.
_ Andá a saber, esos son unos turros142, viste cómo son, viven
pelotudeando143 por ahí. Y para colmo, el gordo “Picado” se tomó el
olivo; prometió que vendría para arreglar cuántos mangos nos tocará con
este laburo, pero no, también se piantó144, parece una cachada145.-para
calmarlas Filomena acotó:
_No, no, ya vendrá, o ¿ustedes creen que no van a venir a buscar la
guita que se haga esta noche?-
Cinco minutos después volvió el viejo Tristán, ahora enamorado de
Filomena, a la que prometió regalarle la mitad de su isla, dos vacas y la
totalidad de los cerdos si se casaba con él y tenían un hijo; quien se
llamaría Tristancito o Filomena del Paraná.
Josefa lo escuchó sonriendo mientras servía una copa a un cliente,
con toda naturalidad instó a su amiga:
_Pegale un sopapo, vas a ver como se deja de hinchar ese baboso
inmundo; yo le daría una biaba para que no se la olvide más.-
En el centro de la pista las dos cabareteras iniciaban la función
bailando con muy poca ropa y mostrando sus curvas y pechos turgentes;
entre los gritos de alegría y aplausos generalizados de toda la
concurrencia.
Tristán, después de varios empujones, quedó acomodado en
primera fila, bebiendo sus fantasías, sonriente; siempre con su mugriento
sombrero puesto.
Parecía que Moyano y sus hombres dormían en la vereda del
conventillo del cabotaje, siempre que algún inquilino mirase hacia la
puerta los veían plantados allí.
120
Esa mañana parecía ser el día del desalojo, el cabo Varela
conversaba con el sargento.
_Seguro que hoy Cuerda no das la orden, ya estoy podrido de
aguantar acá, viendo esta chusma.-dijo Moyano encendiendo un
cigarrillo.
En la cocina Don Pedro discutía con su esposa, mientras Angélica
y Matilde observan por la ventana el apresto de los policías.
_No, no, Rosa, no saquemos la carreta hoy, recién son las siete y
esos ya se están agitando, seguro que hoy nos desalojan…esperemos un
rato a ver qué pasa.-
En la cabecera de la mesa, sentada, Calvina se daba un atracón de
pan tostado, que iba untando con miel antes de devorarlos; olvidándose
de la grave situación que vivía el resto del pensionado.
En el Cuerpo Médico Forense, el doctor Hidalgo Leplenne hacía una
hora que trabajaba sobre el cadáver de Cuerda.
Cuando concluyó, miraba turbado y sorprendido la bala
ensangrentada que tenía en la palma de su mano; en más de veinte años
de forense, era la primera vez que veía tres casos idénticos: Sosa, Gaitán,
y ahora este: Rogelio Cuerda. Los tres muertos por un certero balazo en
el centro del corazón, los tres con una hoja de revista incrustada en sus
bocas; parecía increíble.
Para confirmar el calibre de la bala volvió a medirla: 7,65 por 22
milímetros, no había dudas que las víctimas estaban relacionadas y el
victimario era la misma persona; eso le suscitaba más desconcierto.
Volvió a la cabecera de la camilla observando la cara del occiso al
que, en su palidez, se le notaban más los pequeños socavones producto
de la antigua viruela. Mirándolo pensó unos segundos, luego miró la ropa
que vestía el finado ahora apoyada en una silla al costado de la camilla.
Leplenne levantó sus hombros en señal de seguir sin entender la
relación de los casos, caminó hasta la canilla del lavamanos, solicitando
a su ayudante que le avisará al Comisario Núñez para que se hiciese
presente; tenía que ver los papeles que habían encontrado en el bolsillo
del saco de la víctima.
Capitulo 26
Hilda y Antonio desayunaban en su casa, él revolviendo la taza
de café con leche, pensativo, creyó que debía contarle la decisión que
había tomado.
_Anoche no dormí, di cien vueltas en la cama pero no pude cerrar
los ojos, esto del robo y del conventillo me está alterando.
Pero ya está, he tomado una determinación irrevocable: cuando
llegue al estudio ordenaré el desalojo, no me importa que la casona
quede deshabitada, después veré qué hacer, sólo me ha traído disgustos.
Todos estos problemas me obligan a desatender la inmobiliaria y
mis clientes.- su esposa lo miró, le alcanzó un plato con tostadas y a
pesar de conocer la terquedad de su esposo se animó a opinar.
121
_No creo que esa sea la solución, siempre has enfrentado los
problemas, no sé… creo que te tenés que tranquilizar, pedirle a Dios que
te ilumine y obrar…también te has alejado de la iglesia, en las últimas tres
misas no me has acompañado.-
_De sólo pensarlo me causa aversión, a causa de los inquilinos o
del incendio, en un mes he tenido más sinsabores que en los últimos
treinta años, ya veré qué hacer…pero creo que ésa es la más sabia
determinación.-
Núñez miraba perplejo el cadáver de Cuerda, luego caminó hasta el
escritorio del Doctor Leplenne y preguntó:
_Hidalgo, ¿no existen dudas sobre el calibre, son las tres balas
idénticas?
_No Comisario, no hay dudas, los tres disparos salieron de la
misma arma, acá tengo los plomos, si usted quiere los medimos de
nuevo, pero es algo que ya hice con estupor más de diez veces…ahí tiene
unos papeles que traía el muerto en su saco.-
El ayudante le alcanzó unas hojas manchadas en sangre, Núñez se
sentó a leerlas.
Minutos más tarde se levantó perplejo por lo leído, con sus ojos
desorbitados miró al Doctor, pensó unos segundos y antes de irse a toda
prisa, se lo escuchó decir furibundo:
_ ¡Qué hijo de puta!… ¡Esto lo tiene que ver Vázquez!-
En la puerta, antes de subir en unos de los autos, ordenó a un
agente que fuese a la comisaría y liberase a Aurora.
Ella jamás pudo haber matado a Cuerda desde el calabozo, y eso la
desvinculaba también con los otros dos casos.
En la habitación de las mujeres del cabaret seguía la charla, eran
las ocho de la mañana y hacía un par de horas que habían concluido
con el trabajo; estaban sumamente extrañadas: nadie fue a buscar los
quinientos pesos de la recaudación de la noche.
_ ¿Estarán de viaje y por eso no tuvimos noticias?- aventuró
Carmen. Filomena no respondíó, sólo levantó sus hombros y encendió
un cigarrillo que había colocado en la boquilla.
Josefa se estaba quitando el maquillaje frente al espejo, sobre la
palangana, mientras pensaba qué era lo que había podido ocurrir para
que el jefe desapareciese así de repente; luego opinó:
_No sé che, es muy raro, no por buenos nos deja quinientos
mangos para que se lo cuidemos; sabemos con la lacra que nos
manejamos. Yo creo que antes de una hora Cuerda está acá pidiéndonos
que le rindamos cuentas; los cafishios tienen estos revires146, viste que
son todos rechiflados.-
122
Vázquez terminaba de dar la orden para que procediesen con el
desalojo, cuando vio a Núñez en la puerta de su estudio con unos
papeles manchados de sangre en su mano.
Con curiosidad lo invitó a pasar a su oficina.
El Comisario, nervioso y colérico, se sentó frente a Antonio, le
explicó que habían matado a Cuerda la noche anterior y sabiendo que era
su encargado le traía unos documentos que encontró en el cadáver.
Antonio, al principio contrito, comenzó a leer. Inmediatamente
después levantó la vista y miró al Comisario anonadado; sin decir una
palabra, giró su cuerpo y extrajo de su biblioteca una carpeta donde
guardaba los detalles de movimientos económicos de sus propiedades.
Mientras leía sus datos, comparaba valores con los de las hojas
manchadas, finalmente enfurecido pegó un puñetazo sobre el escritorio,
miró furioso al Comisario y dijo sucintamente:
_Este delincuente me estaba estafando hace quince años,
conseguiré una orden para entrar su casa, ahí estarán todas las pruebas.-
de inmediato le pidió a Núñez que detuviese el desalojo del conventillo.
Moyano entró insultante con su grupo al patio del conventillo; en
su mano en alto llevaba la orden de desalojo.
Juan salió de su cuarto con una revista en su mano para ver a qué
se debía tanto griterío; cuando intentó preguntar qué sucedía, un policía
le partió el labio de un puñetazo, seguido de otro en su frente que lo hizo
caer desvanecido de espalda a la puerta de su pieza.
En ese momento ingresaba Aurora llorando, recién liberada, con su
cara demacrada; al ver semejante espectáculo corrió a encerrarse en su
habitación.
Varela estaba por tumbar a los golpes la puerta de la pieza de Don
Pedro, cuando desde la azotea recibió un botellazo en el medio de su
espalda que lo hizo arquear primero, para luego caer de boca contra el
zócalo de la puerta. Ahí quedó inmóvil, desmayado con el rostro
tumefacto y ensangrentado.
Balero, ayudado por Clemente, Fermín, Benito y Honorio,
comenzaron a arrojar todo tipo de proyectiles hacia las fuerzas policiales.
Dos policías empezaron a subir la escalera a toda prisa para
capturar a los forajidos, pero al quinto escalón fueron derribados por una
pesada maceta y dos adoquines. Al instante se sintió un ruidoso aplauso
que venía del techo de Roque, donde doce parroquianos bebiendo
cervezas, se pusieron de pie eufóricos para festejar la brava y valiente
defensa. Balero los miró sonriente y orgulloso, se quitó la gorra para
saludarlos; luego sin distraerse continuó arrojando piedras o cualquier
otro objeto contundente que tuviese a su alcance.
Moyano gritaba furioso e irascible, como enloquecido daba
órdenes a su personal de izquierda a derecha, pero la lluvia de cascotes
los había amedrentado; frenético, llevando la mano al arma de su cintura
mirando a Balero le gritó:
_¡ Entregate pendejo atorrante, bajá o te quemo a balazos!… ¡ahora
vas a ver hijueputa!…-pero no pudo continuar, antes que pudiese sacar la
123
pistola un grueso ladrillo impactó de lleno en su boca, arrancándole
cuatro dientes, cayendo desvanecido de espaldas, golpeando su cabeza
contra el borde del aljibe. Ahora la ovación fue estruendosa, los clientes
del bar saltaban de la alegría, obnubilados y felices; gritando
apasionados desde el techo de enfrente. Festejaban con tal algarabía
como si fuese el gol del triunfo del equipo favorito.
_ ¡Otra, otra, otra, ya vamos ganando como cuatro a cero, vamos
che…maten a todos los canas!…-gritó uno de los más fanáticos y le
avisó:
_ ¡Pibe, pibe ahí debajo de la escalera tenés otro poli escondido;
partile el bocho, dale, sin asco!, amasijalo147 que se está haciendo la
rabona148 el gonca.- desde el techo del almacén de Elena también se
sumaron a los festejos, Teresa, enloquecida de la alegría por la temeridad
y valentía de su novio, aplaudía sin cesar y le gritaba:
_ ¡Te amo Tomacito!…dale, tumbá cinco más y ya ganamos diez a
cero.-
Al ver que estaban en desventajas ante esa loca e inesperada
lluvia de cascotes, el resto de los policías se refugiaron presurosos bajo
los aleros. En ese momento entró Núñez con cuatro agentes para detener
el desalojo.
Restablecida la calma condujeron a Moyano, Varela, y demás
heridos para ser atendidos y suturados en el hospital.
El Comisario se acercó a la cocina y dio la buena noticia: no serían
desalojados; desde adentro sonaron más de diez voces en un fuerte grito
de alegría y alivio.
En ese momento despertó Juan de su desmayo, miró hacia un lado,
hacia el otro y al ver aún policías en las proximidades recogió su revista
y huyó presuroso dentro del cuarto.
Desde los cuatro lados del conventillo se escucharon estruendosos
aplausos y alaridos, pidiendo por un rato más de combate.
Al escuchar esto Balero descendió con su ejército de niños por la
escalera, no sin antes volver a saludar al enfervorizado público del bar,
que continuaban enardecidos aplaudiendo. Él joven se llevaba sus
manos al pecho y las abría, como indicándole que a esa victoria se las
regalaba desde el corazón.
Hacia la mitad de la escalera se detuvo, y con la mano comenzó a
enviarle besos a Teresa; luego giró, mirando hacia el otro lado de la calle
donde Evaristo y su mujer aplaudían y vitoreaban como enloquecidos de
alegría. Balero jubiloso se puso firme y se tomó su cintura, flexionando
tres veces su cuerpo a manera de saludo triunfal.
Todo era festejo, Angélica sacó del aparador tres botellas de grapa
y dos de oporto para ese tan esperado brindis.
Los clientes del bar, todavía radiantes y emocionados, algo ebrios,
descendieron al salón por más bebidas.
Ahora tenían que comentar el combate que habían presenciado.
Muchos, delirando, se creían participes de esa lucha.
Estibadores, obreros, peones o pescadores, todos eran humildes y
marginados, por eso se sentían, con sólo haberlo presenciado, partícipes
de ese valeroso triunfo.
124
Era la primera vez en sus vidas que se consideraban vencedores,
viendo a gente de su lado imponerse a una forma del poder.
Los acontecimientos del conventillo, vistos desde afuera, solo
hubiesen sido considerados como una vulgar pelotera barrial, pero para
esa concurrencia desposeída era un éxito y una conquista colosal;
comprobaron que no siempre ganaban los más fuertes.
Detrás de la barra, Roque, tomaba el lápiz que siempre llevaba
apoyado en su oreja, y mojando con su lengua la punta anotaba en una
sucia y grasienta libreta; mientras Blanca le dictaba, contando las
monedas y billetes obtenidos tras la singular función. Entre tanto, los
parroquianos le pedían más cervezas. Ese día El Faro batiría todos los
record de caja desde sus inicios.
Carmen se abrazó llorando con Aurora, quien ya las había puesto
al tanto sobre la muerte de Cuerda, mientras el zurdo Cachilo y Pancho
estaban detenidos como culpables del incendio y destrozos de la casa
del doctor Vázquez.
Filomena también rompió en llanto por la terrible equivocación de
Carmen al delatar a Aurora.
Ajena a esos sentimentalismos Josefa, sentada en una cama,
contaba los quinientos pesos y para enfriar y distender el clima les
propuso:
_A ver muchachas, a ver si se dejan de llorar, ya está, lo que pasó,
pasó…dividamos estos mangos y de ahora en más somos las nuevas
dueñas del Conejo Rojo, ¿qué les parece mi idea?-todas se rieron a
carcajadas y contentas se abrazaron las cuatro, ahora llorando de alegría.
Capitulo 27
Al enterarse, Monseñor casi enloquece por su terrible ambición y
avaricia.
Cuerda había muerto pero él no tenía idea sobre qué había sido de
sus doscientos cincuenta mil pesos. Pensó ir a la casa de Cuerda, si no
había vigilancia bajaría para buscar su dinero hasta por debajo de los
pisos. Dedujo que Rogelio no se hubiese separado jamás del dinero, por
ese motivo el mejor escondite era su misma casa.
Esperó que oscureciese, se vistió como un paisano más y se
dirigió en su auto a lo de Rogelio, sin dejar de insultar en todos los
idiomas, parecía un hombre muy culto… y políglota.
Al llegar vio dos policías de guardia en la puerta, esto lo hizo dar
unas vueltas a la manzana para pensar mejor y no cometer más errores.
A uno de los agentes le pareció raro que pasase por tercera vez el
mismo auto, por lo que decidió detenerlo.
El obispo aterrado, fue puesto con violencia de espaldas, contra
una de las palmeras de la entrada.
Les dijo quien era, que estaba así vestido porque venía del paraje
vecino Los Molinos; a sólo diez kilómetros del Pago.
Les relató que había ido hasta ese lugar para pedirle al Señor, junto
a los chacareros, por lluvias y una buena cosecha. Ese era el segundo
125
año de sequías. Por eso creyó que esa era la vestimenta adecuada, para
estar a tono y hermanado con los campesinos en sus súplicas.
Los policías lo miraban desconfiados y escépticos.
Monseñor nunca había transpirado tanto como en ese momento,
pero para su salvación apareció un agente desde el interior de la casa
que lo reconoció.
_ ¡Monseñor!… ¡qué gusto verlo!… ¿qué anda haciendo por acá?-
aclarada la confusión los dos uniformados le pidieron mil perdones y lo
dejaron continuar su marcha.
Camino hacia la catedral, ahora el Obispo insultaba al cielo
enfurecido; diez veces más que antes. Una vez en su despacho sacó del
armario y abrió una botella de Coñac, pensando que así podría
reflexionar mejor los pasos a seguir…pero en 45 minutos ya no quedaba
ni una gota de la bebida; él roncaba completamente ebrio.
El Comisario y Vázquez llegaron a la casa de Cuerda con el fin de
buscar más pruebas de las estafas cometidas por Rogelio.
Antonio sabía que su administrador era un obsesivo del orden en
todo lo referente a su documentación; por eso creyeron que en su
domicilio encontrarían más evidencias.
Ayudados por tres agentes revisaron cada rincón de la lujosa
vivienda.
Finalmente hallaron, debajo del aparador de la cocina, una tapa de
madera disimulada con algunas botellas encimas; abajo de esto
descubrieron algunas joyas, cinco gruesas carpetas y un fajo de billetes
de algo más de cinco mil pesos.
Antonio observaba cómo el agente, de rodillas, retiraba lo
encontrado y se lo pasaba a otro que lo iba depositando sobre una
pequeña mesa. Al apoyar una pequeña caja de madera Vázquez se
adelantó sorprendido.
_ ¡Estas son mis alhajas…las de mi esposa, los anillos y aros de
Beatriz!…este crápula fue el responsable también del incendio y robo de
mi casa.-
_Ahora sé quién hizo el encargo a los dos detenidos, jamás lo
hubiésemos sabido de no estar acá.-dijo el Comisario atando cabos,
mientras tanto Antonio hacía lo mismo, pero retrocediendo en el tiempo
veinte años atrás.
La primera carpeta contenía operaciones hechas con la cooperativa
y frigorífico de La Candelaria. Inmediatamente comprobaron que el
contador Mansilla estaba involucrado. En la siguiente había prolijas
anotaciones hechas por Cuerda, donde detallaba los montos de las
gratificaciones que recibían Moyano y Varela. Ahora el sorprendido era
Núñez, que se sintió avergonzado por la corrupción de sus dos colegas.
_ ¡Pero claro, qué atorrantes149!, ahora comprendo cómo
compraron sus autos nuevos… ¿cómo no iban a tirar manteca al techo?-
todo indicaba lo corruptos que era estos dos policías.
126
Uno de los cuadernos fue tomado por el Comisario para luego
analizarlo al detalle, los otros cuatro se los entregó a Vázquez para que
hiciese lo mismo.
En la cocina, Angélica redobló las velas que encendía a sus santos,
ahora de rodillas y con una cruz en la mano agradecía a Dios el haber
hecho desaparecer la tormenta de angustia y martirio, que se había
plantado como encarnada en el cielo del conventillo.
En el patio todos estaban felices, provisoriamente no serían
desalojados. Festejaban la impecable y valerosa actuación del grupo de
defensa: Balero y su pelotón de niños.
Don Roque, abrazándolo, no tenía palabras para felicitarlo por su
brava y oportuna intervención. Lo que sí tenía bien en claro era que su
bar, en dos semanas, había trabajado más que el resto del año.
Decenas de parroquianos había escogido su bar y no Las Tres
Velas, que se situada a dos cuadras de ahí, porque enterados del gran
escándalo que se produciría prefirieron la improvisada tribuna del Faro.
Balero se sentía un artista de Hollywood; imitando a Búster Keaton
ponía la cara impasible, se sentía identificado con él. Hacía unos meses
había leído y visto sus fotos, en un artículo sobre el estreno de La marca
del Zorro en los cines de Buenos Aires. Ese era su ídolo, y ahora en
conventillo él era el héroe. Todos lo palmeaban agradecidos.
Por la puerta vieron entrar a Elena junto a Teresa trayendo una
canasta repleta de facturas y varias botellas de cerveza.
Mientras Balero se abrazaba con su novia, Calvina se abalanzó
sobre la cesta de panadería.
Sentados, separados por el escritorio, Vázquez junto a su hija,
revisaban los papeles encontrados en lo de Cuerda.
Con cada hoja que miraban crecía la indignación de Antonio, a
quien aún le costaba creer que Rogelio lo hubiese engañado durante
tantos años.
_Mirá, lee, acá está la comisión que cobró por la venta de las
doscientas hectáreas del campo en Los Rosales, ¡qué crápula!…
¿cuánto años hacía que me estafaba?… ¿También hizo lo mismo con mi
padre?-
_Observá, en esta carpeta están los detalles de cada venta de
cosechas y los envíos de hacienda al frigorífico…estos son los
originales, a vos te daba copias; siempre con quince o veinticinco por
ciento menos del importe que aquí figura.-dijo Beatriz moviendo su
cabeza espantada por semejante fraude.
_Acá está la escritura de su casa…y de otras propiedades,
recuerdo que fui su garantía en el banco, ¡qué cínico!-agregó Vázquez
furioso. Cada papel que leían comprometía aún más a Rogelio, quien siendo
soltero y sin ningún pariente, había guardado y ordenado
meticulosamente los documento de cada operación que realizó.
127
De repente Beatriz, asombrada, se puso de pie con una hoja en su
mano, caminó hasta la ventana, la terminó de leer, pensó un instante y
comentó:
_Acá tenés papá, está muy claro el por qué te dijo de aumentar
los alquileres, mirá… ¡qué sinvergüenza!…cuando los inquilinos no
pudiesen pagar se los desalojarían; él ya tenía compradores para la
casona…Esta carta está dirigida a Mansilla y a Rogelio.-Antonio se puso
de pie al lado de su hija para leer, luego se sentó consternado, con sus
ojos llorosos. Esto explicaba las reiteradas insistencias de Cuerda en
aumentar el importe de los alquileres. Beatriz lo observó entristecida y
prefirió retirarse de la oficina; seguramente él tenía mucho qué pensar.
Moyano y Varela salieron del hospital luego de haber pasado la
noche internados en observación. El sargento con cinco puntos en su
labio partido, y cuatro dientes menos, el cabo con siete puntadas sobre
la frente.
A causa de los severos traumatismos poco recordaban de lo
sucedido en el conventillo.
Apenas pisaron la vereda vieron a cuatro policías esperándolos.
Moyano codeó feliz al cabo y expresó:
_ ¿Ves?, ¡estos sí que son buena junta, jamás nos abandonan!-
pero no lo dejaron terminar, a los empujones fueron metidos cada uno en
un auto policial.
La palabra más suave que usó Núñez fue “corruptos”.
Los dos obedientes, esposados con los brazos en la espalda,
estaban apoyados contra la pared; con más cara de susto que de
obediencia.
El Comisario, parado frente a ellos, a diez centímetros de sus caras,
les gritaba con rabia.
_ ¡Facinerosos, delincuentes, bandidos! Son una lacra, atorrantes
como ustedes son el estigma de la institución, pero ahora conocerán
cómo es estar del lado de adentro de las rejas…o ¿creen que Cuerda
vendrá a pagar la fianza?-después del terrible golpe recibido en su rostro,
Moyano poco recordaba, y como para apaciguar la situación preguntó:
_Mi Comisario, señor, no hemos hecho nada malo, cumplíamos
órdenes. ¿Sabe de esto Rogelio?- Varela, a su lado lloraba, en nada se
parecía a la fiera salvaje que en el conventillo golpeaba a ancianos y
niños.
Núñez los miró asqueado, y se dirigió a su escritorio para mostrarle
un papel.
_ En respuesta a mi denuncia, me acaba de llegar este telegrama de
la Central de Buenos Aires: hasta que se realice el juicio quedan
desafectados de la fuerza, además el juez ya trabó embargo sobre sus
propiedades, sí… y también sus bonitos autos les serán requisados.-hizo
una pausa, miró al agente que esperaba ordenes de pie en la puerta.
_¿Para qué seguir hablando?, les deseo una muy feliz estadía en el
penal.
Cabo Rojas, trasládelos a la cárcel, por favor.-
128
_ ¡Avísenle a Cuerda, se lo ruego Comisario!-atinó a decir Moyano
cuando fue sacado a los empujones de la oficina, todavía no
comprendiendo bien lo sucedido.
Núñez se sentó, miró hacia la ventana, encendió un cigarrillo.
Estaba orgulloso de haber podido resolver este aquelarre que se había
desatado en El Pago de los Arroyos en los últimos meses. Sonrió
pensando que ni el diputado ni el Coronel salvarían a Moyano de la pena
que le impondría la justicia. Estos personajes de Buenos Aires no se
mancharían en un caso tan grave como este.
Vicente acudió puntual a la cita, al ingresar a la inmobiliaria no vio
en su escritorio a Beatriz, pero lo esperaba Antonio parado a un costado
de la puerta de su oficina.
Sentados, separados por el escritorio, antes de comenzar a hablar
Vázquez mirándolo a los ojos, parecía pensar en cómo iniciar el diálogo;
pocas veces en su vida había pedido perdón.
_Creo que sabés por qué te llamé Carrare…te debo una inmensa
disculpa, actué impulsivamente, fui un terco al no escuchar consejos.
He sido un tonto, crédulo, al dejarme robar por Cuerda por más de
quince años. Ahora estoy seguro que me mintió desde siempre, al igual
que el viejo Aniceto, con la diferencia que éste es un pobre hombre
seducido por unas pocas monedas.- hizo una pausa, pensó un instante y
continuó- Seguramente hizo lo mismo con mi padre cuando vivía.
Lo que menos me importa es el dinero que me robó, pero sí me
duele haber confiado en él como si fuese un hermano…mientras a mi
espalda se burló de mi, de mi familia…-Vicente creyó suficiente la
disculpa y lo interrumpió. Estaba incómodo por escuchar las
explicaciones de una persona que podría ser su padre.
_Doctor, entiendo su dolor, me imagino cómo se siente por haber
descubierto esto de repente, pero nadie está libre de caer en las trampas
de estos embaucadores. No me debe ninguna disculpa.-
_Te agradezco por entenderme, no le deseo a nadie que pase los
momentos que yo estoy viviendo ahora.
Fuera de este tema, te pido por favor que avises a la gente del
pensionado que los alquileres vuelven al valor anterior: veinticinco pesos
el mes.-
Con alegría Vicente prometió que transmitiría su mensaje.
Se dieron la mano en la puerta de entrada, Antonio le agradeció por
haberlo escuchado; quedó pensando mientras veía irse a Vicente y lo
volvió a llamar.
_Vicente, no lo tomes como un desagravio…pero… ¿aceptás una
cena con mi familia?…ya coordinarás con Beatriz.-
En el Mangrullo, don Aniceto fue sacado a los empujones hasta
meterlo en el auto policial.
Al llegar a La Candelaria otro vehículo los esperaba.
129
Sin demoras entraron en la cooperativa y en menos de un minuto
sacaron a Nicanor Mansilla por encima del escritorio.
Al principio el contador intentó resistir con fuertes alaridos, pero al
sentir el primer puñetazo en su vientre, enmudeció por un momento para
luego bajar el tono y defenderse con su discurso poco creíble mientras
era empujado hasta la calle.
_Agentes, por favor, esto es una equivocación, soy el Contador
Mansilla, presidente de la Cooperativa, del Frigorífico…hay un error…-
un policía lo miró burlonamente y le dijo:
_ ¡Error va a ser si no te callás y te metés en el auto!, estás
detenido por estafas; ¿Contador?… ¡qué caradura sos!, dale, subí o te
fajo –
Antes que oscureciese, Antonio le comentó a Beatriz que saldría a
caminar un poco para tranquilizarse.
Acongojado y abstraído en sus pensamientos, cruzó la plaza con
su vista clavada en el piso y las manos en los bolsillos.
_Disculpame que venga sin avisarte, pero me urge hablar con vos,
me siento muy mal.- el hombre lo miró extrañado, pensando que
seguramente no estaría tan mal como él.
_Por favor Antonio, no es ninguna molestia…o ¿te olvidás que
hace cuarenta años somos amigos?…contame.-
_No, no vengo como amigo, estoy acá como cristiano y pecador, te
ruego me confieses, he pecado y cargar con eso me está destruyendo.
Necesito, a través tuyo, la misericordia de Dios, que él me
perdone.- El obispo lo miró extrañado, y aunque su cerebro en ese
momento estuviese escarbando en el infierno buscando a Cuerda,
no pudo negarse a ese pedido.
_Ponete de rodillas, Ave María Purísima…-dijo tomando la cruz que
había sobre la mesa.
Cuando Antonio concluyó su confesión, Monseñor lo hizo poner de
pie, apoyó su mano en la cabeza de Vázquez y expresó:
_En nombre del Señor te absuelvo de todo pecado… y como
penitencia tendrás que hacer un sincero examen de conciencia y rever el
cumplimiento de los diez mandamientos; analiza exhaustivamente uno
por uno. Te pido una actitud de honesto arrepentimiento…Amén.-
Antonio, sintiendo un inmenso alivio, agradeció a su amigo con los
ojos enrojecidos, estrechándolo en un sentido abrazo.
Antes de pasar la puerta, se volvió y miró a Monseñor
preguntándole:
_ ¿Te pasa algo? te notó pálido…- el Obispo respondió que no, que
se sentía muy bien. Apuró la despedida y cuando estuvo sólo sacó del
mueble el coñac, se sirvió un vaso hasta el borde y se lo tomó de un solo
trago; desde hacía 48 horas estaba tomando tres botellas por día.
Capitulo 28
130
Matilde y Angélica, mirando las paredes del patio creían que era
una seña Divina. Calvina, Ana y Adela decían que no, que nada tenía que
ver Dios con esto, que sólo era la falta de agua.
Como nunca había sucedido en una primavera tan avanzada, esa
mañana vieron que con fuerza empezaba a florecer la Santa Rita,
abriendo sus flores carmín y abrazando con vigor las paredes por donde
trepaban.
Las dos ancianas decían que hasta las plantas se paralizaron por la
injusticia que se estaba por cometer, pero ahora, sin la amenaza de la
plaga policial en la puerta, todo volvía a ser lo que era antes; Angélica
acariciaba uno de los brotes del rincón, rezando en voz baja. Calvina
codeó a Adela y moviendo su cabeza señaló la escena, las dos dijeron
que la anciana estaba cada día más loca.
Durante el almuerzo, Vicente contó la buena noticia: los alquileres
quedarían en veinticinco pesos al mes. Todos aplaudieron con algarabía,
felices, entendían que al fin se terminaba esa espantosa pesadilla, la que
desde hacía más de un mes los venía atormentado.
Cada uno tenía su explicación para argumentar el porqué, de
repente, había desaparecido la tempestad que pesaba sobre ellos.
Don Pedro y Rosa decían que los salvó la intervención valiente del
Comisario Núñez, Angélica creía que no, que el matrimonio estaba
equivocado, y sostenía que sus santos los habían salvado. Cirilo, Héctor
y Pascual lo explicaban por la oportuna intervención judicial, ya que bajo
el gobierno de Irigoyen: “los malos finalmente las pagan”. Balero negaba
con su cabeza, y señalaba que si no fuese por su puntería arrojando
piedras, seguramente ya estarían todos desalojados.
Vicente, se puso de pie, todos lo miraron atentos y en silencio, se
limpió la boca con su servilleta y aclaró todo.
_No, no, no fue Dios, ni los expediente, menos Hipólito Irigoyen,
tampoco el pulso y habilidad de Balero y los chicos: han matado a
Cuerda. Al parecer venía robando a Vázquez…- pero no pudo continuar,
todos se pusieron de pie aplaudiendo y gritando de júbilo, como si
hubiesen ganado la lotería. La única que no dijo nada fue Calvina, que en
la cabecera de la mesa seguía comiendo extasiada su tercer plato de
arroz con pollo; sólo se limitó a aplaudir golpeando su pan un par de
veces sobre la mesa.
_ ¡Ya está, se terminó la plaga, hay que brindar!, Héctor, avisale a
los hermanos Álvarez, invitemos a todos, vecinos y amigos. ¡Hoy es
carnaval…festejemos, el “Picado” es fiambre150!…ahora sí que no jode
más; muerto el perro se terminó la rabia.-dijo eufórico Balero, el restó
con aplausos y risas aprobó la idea.
La muerte de Cuerda esclarecía muchas cosas: el desfalco sufrido
por el Doctor Vázquez, los escamoteos de Moyano y Varela, el incendio y
robo consumados por Pancho y el zurdo Cachilo; pero aún no se sabía
nada sobre el responsable de la muerte de Rogelio, Sosa y Gaitán.
131
En su escritorio, el Comisario Núñez trataba de atar cabos, para dar
con el asesino; ¿en qué estaban unidos o relacionados estos casos?
Leyendo la carpeta secuestrada en lo de Cuerda, comprobó que ahí
se detallaba los pagos que recibían Sosa, Gaitán, Moyano, Varela y los
dos delincuentes incendiarios, venidos de la ciudad del Rosario.
En la hoja final, el Comisario señaló con su dedo las últimas
anotaciones efectuadas por Rogelio quien, como si estuviese escribiendo
su diario íntimo, apuntó haber nombrado a Josefa como la nueva
encargada del Conejo Rojo.
Núñez se puso de pie pensativo, con su cara ceñuda, caminó hacia
la ventana frotándose los ojos; creyendo que posiblemente esta mujer
estuviese implicada, pero por la tensa relación que el finado tenía con el
inquilinato, cualquier habitante de éste también podría ser responsable.
Tampoco podía olvidar la otra actividad de Cuerda: los prostíbulos;
tal vez fuese un ajuste de cuentas.
Volvió su vista a la carpeta, pensó que tampoco podía descartar a
Moyano y Varela. Con esto, el Comisario comprendió que para hallar al
autor tendría que investigar a casi veinte personas. Aunque si se trataba
de guerra de burdeles, los sospechosos podrían ser cientos.
Llamó a su secretario, el cabo Rojas, para que averiguase en la
policía del Rosario si disponían de antecedentes de Pancho y Cachilo.
“¿Por dónde comienzo…cual es el detalle que se me escapa?…por
los datos que dispongo, menos yo, cualquiera puede ser el
responsable.”- pensó Núñez, volviéndose a sentar para releer los papeles
apoyados en su mesa.
Mientras sus compañeros estaban en el puerto hombreando
bolsas, Juan, en el living de Amalia, proyectaba con su novia los pasos a
seguir en la futura administración del campo de la anciana.
Con un chichón como un quinoto brillante en su frente, causado
por la trompada policial en el intento de desalojo del día anterior, estaba
apacible, bebiendo un Campari y picando un plato de queso, mortadela y
salamines que le había servido la mucama Ofelia.
Amalita lo cuidaba como a un tesoro, estaba atenta a todo lo que
podía necesitar.
Juan, engominado, brillaba impecable, luciendo la ropa que juntos
fueron a comprar al Gato Pardo y que Amalita pagó feliz.
Con un cigarrillo en la boca se puso de pie buscando un cenicero,
parecía un galán: camisa negra, pantalón beige, cinto y zapatos al tono.
Si antes de conocer a la anciana hubiese querido pagar esa
vestimenta, es posible que hubiera tenido que invertir más que sus
ingresos anuales. Le parecía un sueño que solo hasta unos meses atrás,
durante catorce horas diarias, tragó, polvos, afrechos y virutas de las
bolsas que cargó en el puerto durante tres años seguidos.
Ella lo miraba deslumbrada, estaba enamorada y consentía todo lo
que él proponía. Juan también estaba embobado como un niño, aunque
algún amigo dijese que había enloquecido de repente.
_Mi amor, sí, creo que lo mejor será que Eustaquio y Ramón
realicen las labores agrarias; José sabe más de ganadería, eso es lo
132
suyo, ama los animales.-dijo él, olvidándose que en realidad su amigo a
lo sumo, había visto tres o cuatro cebúes y algunas cabras, pastando en
la pequeña granja familiar; muy cerca del lago de Ypacaraí, a treinta
kilómetros de Asunción.
_Sí, sí a vos te parece Juancito… no olvides de llevarte el auto, ya
lo trajeron los muchachos del taller; está estacionado enfrente.
¿Gustás otro Campari?,,, ¿sí?, Ofelia, por favor querida, servile
otro.-
Al atardecer, el patio comenzó a poblarse de pequeños grupos de
inquilinos e invitados, que con sus mejores ropas de domingo charlaban
animadamente sobre el mismo tema.
Entre ellos iban y venían Fermín, Clemente, Honorio y Benito
jugando con una pelota de trapo que pesaba casi un kilogramo.
De tanto en tanto los pelotazos impactaban de lleno sobre algún
concurrente, que arqueándose gemía de dolor pero diplomáticamente
volvían a su postura normal, y con sonrisa fingida decía:
_ ¡Pero no, no es nada!…no lo retés, son chicos, dejalos, están
jugando; pobrecitos.-seguramente, de haber sido sus hijos, ya los
estarían corriendo para molerlos a chirlos.
Como excelentes anfitrionas, Angélica y Matilde mostraban a todos
el milagro de la Santa Rita subiendo con fuerzas por las paredes.
Con paso lento, por tener que arrastrar su inmenso peso, Calvina
servía gentilmente con una bandeja cervezas y algunas picadas, que
siempre eran la mitad de la cantidad puesta en la cocina, ya que en el
trayecto se las devoraba con gran disimulo; hasta se tragaba las
aceitunas enteras sin retirarles el carozo para no ser descubierta.
Los hermanos Álvarez dejaban oír sus tangos cuando llegó Vicente
y Beatriz tomados de la mano, y detrás de ellos la Doctora Amanda.
Roque y Blanca llegaron junto a Evaristo y Clotilde, su esposa y
celadora; él no podía hacer nada sin la aprobación de ella.
En un grupo un tanto separado del resto, las muchachas del
cabaret conversaban carcajeando, entre cuento y cuento, sobre sus
aventuras; todas fumando con brillantes boquillas.
Evaristo encendió un cigarrillo y disimulando caminó unos pasos
situándose detrás de las chicas, clavando su mirada en las curvas de
Filomena. Estaba extasiado siguiendo con sus ojos bien abiertos la
cadencia de esa mujer. Pero el espectáculo duró poco, Clotilde
comprendió el juego y desde atrás, le aplicó una sonora cachetada que
hizo volar el pucho de la boca de su esposo.
Como si nada hubiese pasado, volvieron a su grupo y siguieron
con la conversación, ahora Evaristo con media cara ardiendo enrojecida.
Sin prestarle atención a los retos, los niños seguían jugando, pero
cada dos minutos discutían y peleaba por quien era el dueño de la pelota.
Clemente gritaba que se la diesen, que él era el propietario. Su enojo fue
creciendo, corrió unos metros a Fermín y se la quitó insultándolo:
133
_¡ no me jodas más!…sos un maricón, una nena…¡boludo!Te voy a
cagar a trompadas, ¡ya vas a ver!-en ese momento pegó un puntapié a la
pelota que salió disparada como una bala.
El pelotazo impactó en la cabeza de Elena cuando entraba junto a
Teresa y Balero, cayendo sentada con la fuente de pastelitos en sus
manos. Pascual enojadísimo tomó la pelota y la arrojó a la terraza, pero
los chicos ya estaban escondidos lejos, en el gallinero, pero igual les
gritó:
_¡Rajen atorrantes!…y vos Clemente sos un “boca sucia”; ¡cuando
te agarre te voy a dar un sopapo en es jeta! Ni hablar vas a poder.-Héctor
desde atrás le palmeó el hombro, le dio un vaso de cerveza y dijo:
_Dejalos, parecen guachos che, ¿qué le enseñan en la escuela?-
Todos volvieron la vista hacia la puerta cuando estacionó un
impecable Ford T Coupe 1920, en donde venían, apretados como
sardinas, los paraguayos y Amalita.
Ingresó primero Juan de la mano de su novia, luego el resto de sus
compañeros, todos trajeados en gris, con corbatas bordó, quienes se
fueron uniendo a los diferentes grupos.
Cuando José miraba hacia el fondo veía a la Doctora Amanda con
sus ojos puestos en él. Minutos después, Amanda observaba hacia la
puerta, donde estaba José mirándola; para entonces ya se sonreían cada
vez que sus miradas cómplices se encontraban.
Por cada grupo que pasaba, Balero, contaba que había decidido
terminar sus estudios, casarse con Teresa el próximo año y empezar a
estudiar abogacía; aseguraba que en tres años, a más tardar cuatro, sería
Doctor. La integración de los diferentes grupos fue excelente, espontánea y
sincera.
Allí charlaban Amalita con Doña Angélica, mientras del lado
opuesto la Doctora Amanda bromeaba con Aurora y Filomena, y cerca
de la cocina, Beatriz conversaba con Josefa, Carmen y Calvina.
En ese patio todos eran iguales, pero tal vez la concurrencia
nunca analizó ni comprendieron lo admirable de esa rara comunión que
habían conseguido. Era un logro inmenso, porque en ese entonces más
que nunca: en el mundo, en el país en general y en el Pago de los
Arroyos en particular: las paralelas no se juntaban.
Por amor, amistad o solidaridad, olvidando tontas diferencias,
habían logrado fundir grupos tan heterogéneos para la época; en una
cálida y sincera reunión de amigos.
Capitulo 29
Ya había oscurecido pero Núñez seguía analizando los papeles de
Cuerda, mientras en un borrador iba escribiendo nombres. Luego, con
una maraña de rayas, vinculaba a fulano con sultano. Pensaba unos
instantes, tachaba, corregía y ponía otro nombre.
Sentado frente a él, el cabo Rojas, le cebaba mates en silencio, para
no desconcentrarlo.
Dos horas después tomó la hoja y estudió cómo habían quedado
escritas y trazadas sus deducciones.
134
Del nombre Cuerda salían veinticinco líneas, cada una con un
nombre final. De Varela y Moyano sólo diez para cada uno.
El resultado de esas hipótesis parecía el dibujo de un ovillo que se
abría en más de cincuenta puntas.
Agotado, el Comisario se quitó sus anteojos, y pidió a Rojas que al
día siguiente citase como testigos a Josefa y a Vicente.
Dedujo que como el nombre de la mujer era el último escrito por
Rogelio en su carpeta, la hacía sospechosa. También pensaba que el
joven abogado estaba de novio con la hija de Vázquez y tal vez, si fuese
cómplice de Cuerda uso esto de medio para extraer más datos de su
futuro suegro y esposa. También podía ser él el ejecutor de los
asesinatos con el fin de no tener ninguna competencia en un futuro. Y
luego así poder casarse con la única heredera.
“Sí, claro que sí, todo es posible”- pensó Núñez antes de irse de la
comisaría.
Esa mañana temprano, antes de ir a su estudio, Vicente fue a
conocer la casa que deseaba alquilar.
La ubicación era ideal: cerca de su trabajo, en una zona tranquila,
sobre la barranca y frente al río.
Era una construcción relativamente nueva, construida a principios
de siglo, completamente amoblada.
Disponía de un amplio living en su entrada, con dos cuartos
laterales entre los que se situaba un cómodo baño, con una gran
claraboya en su techo, que daba buena luminosidad todo el día.
Atrás, estaba la cocina con una amplia ventana que comunicaba
con el patio, junto a una alta puerta de pinotea.
En el centro del jardín crecía un frondoso ceibo, los tapiales
laterales estaban cubiertos por enredaderas, que subían anárquicamente
sobre los ásperos ladrillos.
En frente, debajo de la barranca, se veía el Paraná y sus islas.
Volvió caminando al living, miró los sobrios muebles y para
terminar de decidirse regresó a las habitaciones. Todos los ambientes
tenían buena claridad, uno de los cuartos podía ser usado como su futura
oficina.
Finalmente decidió alquilarla, valía los sesenta pesos al mes que le
pedían; él estaba trabajando bien y podría pagarla cómodamente.
Cuando entró al estudio, María le entregó una nota de citación
policial, Núñez lo estaba esperando; la leyó extrañado y volvió a salir.
Al despertarse esa mañana el Doctor Isidro Carrare decidió tomarse
el día, no iría a trabajar; pensó que su sobrino Vicente había demostrado
sobradamente conducir con excelencia el estudio y a sus clientes.
Hacía diez años que había enviudado y al no haber tenido hijos, la
soledad en su gran casona con frecuencia lo deprimía.
Eran un hombre educado, muy culto, pero reservado en su vida y
costumbres; para opinión de algunos: hasta extraño.
135
Para distraerse, gustaba de cuidar su amplio fondo o abocarse a
sus hobbies: la filatelia, la numismática o su variada colección de armas.
En la parte posterior de su amplio jardín tenía un cómodo cuarto
donde guardaba, prolijamente en carpetas y cajas, sus estampillas y
monedas. En el fondo, una gran vitrina exhibía las armas largas, algunas
antiguas, de bronce o hierro con trabajadas culatas.
Se veía un par de escopetas y carabinas de caza, un impecable
Winchester de casi cincuenta años, fusiles Máuser y Remington de
cartuchos 45-70.
En los cajones de la base del mueble, tenía gran variedad de viejas
pistolas de duelo, de caballería y de viaje, Derrington giratoria, revólveres
Colt 38, 45, Smith & Wesson o algunas más modernas: Pistolas
Browning 1900, Máuser C-96, ambas de calibre 7,65. Apartó estas dos
últimas y las colocó en una pequeña caja de madera. Luego las ocultó en
el borde interno de una chimenea en desuso. Ciertas veces, como en
este caso, procedía de manera inexplicable; solo él tenía acceso a la
colección.
Su manía era limpiar las armas cuidadosamente cada quince días,
con cepillos específicos; luego las cubría con una fina capa de aceite de
buena calidad, por medio de un trozo de la lana limpia.
Ese día, Isidro, había decidido abocarse al cuidado y limpieza de
sus armas.
Apenas entró a la comisaría Vicente, encontró a Josefa sentada,
esperando en un añoso y gastado banco de madera, ya casi sin la pintura
blanca que antiguamente lo cubría.
Juntos pasaron al escritorio de Núñez, quien los recibió
cortésmente, sin perder su vehemencia habitual.
La joven sorprendida por las preguntas del Comisario, sostuvo que
la mañana en que Cuerda le ofreció encargarse del cabaret, era la primera
vez que tenía una charla con él.
Vicente le relató que había ido sólo una vez al Conejo Rojo,
contándole el incidente del baño, aunque remarcó que jamás vio la cara
del agresor. También agregó que nunca tuvo trato con Rogelio, ni
conocía a Sosa o Gaitán.
Núñez los escuchaba en silencio sin mirarlos con la vista en un
papel con más de treinta nombres, donde con un lápiz unía a algunos de
éstos. Observaba como había quedado configurado su nuevo dibujo,
negaba con su cabeza y luego los tachaba; para volver a trazar otras
líneas entre otros supuestos sospechosos.
El Comisario, con cara crispada, comprendió que era inútil
continuar con el interrogatorio, al menos por el momento y sin tener
pruebas concretas que los involucrasen.
Les agradeció que se hubiesen presentado a la citación pero,
sutilmente, les dio a entender que volverían a verse.
136
En el comedor, Héctor, Pascual, Rosendo, Miguel y Balero, recibían
los mates que cebaba Angélica, mientras cambiaban opiniones sobre
quién había matado a Cuerda y sus cómplices.
Héctor contaba que a principios de siglo, en la ciudad del Rosario,
habían sucedido una serie de asesinatos similares debido a guerras entre
burdeles; nunca se detuvo a los autores.
_Bueno, pero es seguro que esos no han sido, hace ya tantos años
que ya se habrán retirado de la mafia; ¡che si hace más de veinte años!…-
dijo riendo Pascual, Rosendo lo miró serio a Balero y preguntó:
_ ¿No habrás sido vos pibe?…porque mirá que sos un peligro che.-
el joven no lo dejó continuar y sonriendo le contestó:
_En mi vida he tirado un tiro, pero si sospecharan de muertes a
cascotazo, ahí sí estaría complicado.
Con buenas piedras y a menos de veinte metros: Corbatitas,
Cardenales, Tijeretas y Torcazas… me los bajo a todos; donde apunto
pego el piedrazo, y sino preguntale a Varela y Moyano.-todos rieron,
luego Miguel opinó:
_ ¡Andá a saber quién fue!…el que vive enquilombado, muere en
quilombos, viste cómo es ese ambiente, se matan entre ellos; ahí risas y
venganzas son una misma cosa.- se creó un silencio, Angélica apoyó el
mate sobre la mesa y dijo:
_ ¡Yo sé quién fue!…- todos miraron extrañados a la anciana quien,
como haciendo una secreta confesión, continuó.
_Sí qué sé, le recé a San Pancracio para que lo matara, éste mandó
a un Ángel Vengador que liquidó al Gordo “Picado”; ya no embromará
más, se los juro. Pobrecito el santito, él sí que sabe de injusticias, lo
mataron a los 14 años; era aún un nene.-
Los Vázquez invitaron a cenar a Vicente y tal como él había
acordado con Beatriz, a las ocho estuvo ahí.
Antonio lo recibió cordialmente, le propuso que pasasen a
conversar al living mientras las mujeres se encargaban de la cocina.
_Todavía no puedo creer que esta historia de terror sea realidad, y
mucho menos, que el ejecutor haya sido una persona con la que trabajé
por más de veinte años.-dijo Vázquez haciendo una pausa para beber
coñac; Vicente escuchaba con atención.
_Este rufián hizo y deshizo lo que quiso con mi dinero. Él no tenían
ningún pariente, hoy me enteré que soy dueño de cuatro o cinco
propiedades compradas por Rogelio con mis ganancias.
Esto lo resolverá el juez, pero existen suficientes pruebas para
demostrar que todas las operaciones económicas las realizó con el
dinero de sus fraudes…es increíble, si ahora también soy dueño de un
cabaret de la costanera: El Conejo Rojo, ¿conocés?-
_Sí, sí doctor, he ido una vez, ahí trabaja una amiga y vecina del
conventillo: Filomena, es una excelente mujer. Ahora ella y otras tres
muchachas lo siguen trabajando. Antes lo manejaba Gaitán, ayudado por
Sosa; ambos empleados de Cuerda.-dijo el joven, Antonio se quedó
pensativo bebiendo su copa, en ese momento Hilda y Beatriz lo llamaron
para cenar.
137
En la mesa no se habló de lo sucedido y la cena transcurrió en un
clima cálido y agradable.
Beatriz estaba atenta para que no le faltase nada a su novio. Éste,
comentó al pasar que dejaría el conventillo porque se mudaría a una
casa, a unas dos cuadras de la catedral. Desde la cabecera Antonio lo
felicitó, deseándole lo mejor para la nueva etapa que iniciaba. Le dijo que
sabía que estaba trabajando muy bien por comentarios de Isidro en las
cenas de los jueves en el Hotel Italia. El tío estaba orgulloso por su
rápido progreso.
Durante el postre, Antonio acarició la mano de su esposa, sentada
a su izquierda y mirando primero a Beatriz le habló a Vicente.
_ Esta tarde, charlando con Hilda, le comenté que yo ya no estoy
para estos trotes, y pensamos que como sos una persona que conoce la
realidad y necesidades del inquilinato desde adentro… ¿te harías cargo
de la administración del conventillo, de mis propiedades y del campo?…
luego veríamos los detalles y tus honorarios. – para Vicente era un honor
sentir como Vázquez depositaba la confianza en él, miró a su novia y
respondió.
_Con todo gusto Doctor, después hablaríamos de los pormenores,
uno de ellos sería que nos empecemos a manejar por contratos, ya se lo
especificaría… pero ahora me gustaría comentarle algo a usted y a Hilda,
sin que por esto pierda el trabajo que recién me ofreció.- hizo una pausa,
tomó la mano de Beatriz y continuó- Si ustedes no tienen inconveniente,
hemos decidido casarnos.
Minutos después Vázquez servía cuatro copas para brindar.
Hilda y Antonio esperaban como inminente este anuncio.
Capitulo 30
A media mañana, después de recorrer los cuarenta kilómetros,
Núñez y dos policías llegaron a La Candelaria.
El Comisario no quería dejar de investigar todo lo relacionado con
los asesinatos ocurridos en el Pago, ni de averiguar el grado de
compromiso del contador Mansilla en el atentado de la casa de los
Vázquez, y en los sucesivos fraudes cometidos por Cuerda.
La esposa del presidente de la cooperativa, cuidando a sus dos
pequeños hijos, no puso ningún obstáculo en que revisaran la casa; al
parecer desconocía las maniobras delictivas de su esposo.
En su cara se reflejaba el disgusto por haber sido comprometida
junto a sus niños por las estafas de Nicanor. Estos delitos afectaban a
todo el pueblo, a algunos más, a otros menos; pero todos dependían de
algún modo de la cooperativa local, por esto su marido había robado a
todo el poblado.
Aunque ningún vecino, como todo chacarero respetuoso, le decía
una palabra, ella por las miradas comprendía el mal humor general.
Al igual que Cuerda, Mansilla era un obsesivo en el orden de su
contabilidad.
En el fondo, entre otros trastos viejos vieron un antiguo mueble de
roble para conservar hielo, forrado en cinc, ya en desuso. Adentro,
cubiertas por diarios viejos, el Comisario halló cinco carpetas con todos
138
los detalles de las operaciones realizadas junto a Rogelio, además había
otras anotaciones que parecían comprometerlo en reiterados
movimientos irregulares en su trabajo y en el frigorífico.
La mujer dijo que jamás iba hasta el fondo, sólo salía al patio para
colgar la ropa recién lavada.
En el interior de la casa, en el ropero encontró un par de escopetas,
y disimuladas en la base del cajón de la mesa de luz halló dos pistolas;
una Beretta M 1915, calibre 7,65 y una Colt 1911 A1 calibre 45.
La mujer dijo que su esposo, de tanto en tanto, cazaba perdices y
liebres en campos vecinos, pero se sorprendió y dijo no haber visto antes
las armas cortas, mucho menos imaginó que su esposo las hubiese
escondido de ese modo en el cuarto.
Núñez se quedó por unos segundos pensativo, volvió al dormitorio
seguido de la señora que no comprendía qué buscaba ahora.
_ ¿De qué lado duerme usted señora?-dijo el Comisario mirando la
cama, al momento que la mujer le respondía.
_En ese lado, del derecho, ¿por?-Núñez sin responder se dirigió al
costado izquierdo, hasta la mesa de luz donde vio una pila de revistas.
Tomándolas, reflexivo, curioseó los títulos: de Quiroga un folletín, El
hombre artificial, Tijerita, El Hogar, Caras y Caretas.
¿Lee mucho el contador?-
_ ¿Libros?, no, para nada, pero esas pavadas que usted miró
recién…sí, todas noches, desde que nos casamos.-dijo la mujer de
Mansilla.
_Gracias señora…una pregunta más, ¿es de salir de noche su
marido?-
_Acá en La Candelaria hay poco que hacer, tal vez de tanto en tanto
va a tomar una copa en Almacén de Ramos Generales…pero sí, a veces
sale por dos o tres horas, pero yo ni le pregunto por donde anduvo,
¿para qué?, a mi no me cuenta nada Comisario…yo no sé donde se
mete…con todo esto me doy cuenta que no sé nada de él; estoy casada
con un extraño.
¡Ojalá se pudra en cárcel!, me tuvo engañada más de diez años.-le
escucharon decir los policías cuando estaban saliendo de la casa.
Pasados algunos días, el conventillo retomó la rutina que había
sido quebrada por la noticia del aumento en los alquileres y la amenaza
de un seguro desalojo.
El ambiente general era distinto, poco a poco todo retomaba su
ritmo habitual. Las actividades, que por décadas eran cotidianas,
parecían un recuerdo lejano, opacadas en ese mes por la casi continua
presencia de Moyano y sus hombres en las inmediaciones.
Ahora Angélica y Matilde despreocupadas charlaban temas
triviales: cuál sería el almuerzo de ese día, cómo había aumentado la
puesta de las ponedoras en el gallinero, o de que manera milagrosamente
la Santa Rita se había fijado con fuerza a las paredes creciendo y
germinando vigorosa; abriéndose ahora en miles de flores carmín. Casi
139
habían olvidado esas recientes jornadas grises, de desazones, miedos y
amenazas.
Ana, Calvina y Adela, estaban nuevamente abocadas a la rutina
cotidiana de limpiezas del conventillo que ahora, decían, había vuelto a
ser suyo.
Tras la muerte de Clarita, Adela, con gran resignación y pena
lentamente en ese entonces se fue permitiendo volver a reír.
Las necesidades para ser felices de esta gente eran casi
elementales y luego de la muerte de Cuerda, volvían a tener la esperanza
de recuperar la calma y tranquilidad para seguir con sus austeras vidas.
Estaba todo dispuesto en la canoa. Después de los angustiantes
momentos vividos, decidieron pasar un fin de semana en la isla para
pescar, cazar y olvidar.
Rosendo y Miguel, arriba del bote, iban cargando la provista que
desde la costa le alcanzaban Pascual, Héctor y Cirilo. Éste último reía y
festejaba las bromas de sus amigos, aunque interiormente se le había
hecho para siempre un doloroso hueco portátil después de la muerte de
su hija, difícilmente volvería a su habitual risa franca; esa que le salía del
alma antes de la tragedia.
Cuando todo estuvo listo, comprobaron que llevaban más bebidas
que alimentos, tal vez eso fuese mejor; los ayudaría a escapar de las
“tempestades” vividas.
Desde el auto estacionado detrás de unos álamos, Núñez y el cabo
Rojas, observaban con atención cómo la embarcación empezaba a
avanzar sobre las aguas del Paraná rumbo a las islas. El comisario
tomaba nota sobre un arrugado papel.
En la habitación de los paraguayos, los cuatro amigos seguían
enojados por los dichos del jefe de los estibadores.
Juan recordaba muy enojado cada palabra que le dijeron.
Al amanecer, fue al Puerto Nuevo temprano junto a sus
compañeros, para cobrar el trabajo de los veinte días que aun le
adeudaban.
El capataz lo recibió despectivamente, acusándolo de abandonar el
trabajo sin aviso, por lo cual no quiso pagarle ni un centavo por las
jornadas que se le debía. Además, a sus oídos habían llegado los
comentarios de algunos de sus antiguos colegas. El Jefe recordaba haber
escuchado:
_”El que ahora está bien es Juancito, el paraguayo, dicen que se
puso de novio con una vieja bacana, llena de oro, seguro que la está
viviendo, y ahí se van a prender los otros “paraguas”, como sanguijuelas;
son todo iguales estos morochos-“
Juan, de buena manera y con todo respeto exigió su dinero al
encargado, quien mirándolo con desprecio le contestó:
140
_Vos te fuiste sólo, ni avisaste, a ver… decime ¿dónde dice que
viniste veinte días, donde, en qué papel; a ver decime, dale…?- el
paraguayo trató de mantener la calma y le respondió:
_Señor, usted sabe que vine y trabajé esos días, a mi me deben
sesenta pesos, ¿por qué se los voy a regalar si me deslomé para ganar
esa plata?- el patrón lo miró sonriendo burlonamente y dijo para concluir
el diálogo:
_ ¿Sesenta pesos?…¡ pero dejá de joder!, si hasta auto nuevo
tenés ahora, desde que te agarraste esa viejita copetuda151, vamos,
mandate a mudar, picátela carajo…o te hago echar a patadas-.
Juan no respondió, lo miró colérico y humillado, por un instante
pensó en golpearlo pero reflexionó que si lo hacía sus amigos se
quedarían sin trabajo; ellos aún no habían empezado a trabajar para
Amalia.
Pese al trato ofensivo y despreciable, se retiró a esperar a que sus
amigos concluyesen la tarea. Rumiando su rabia, se sentó bajo un
jacarandá al borde de la barranca.
En el cuarto, recordando esos hechos, seguía enfadado,
sintiéndose como aguijoneado por el trato denigrante que tuvo que
soportar. Sus compañeros trataban de tranquilizarlo, pero estaba muy
dolido._
Pero chamigo, esa plata es mía, me están robando che…si hasta
me ofendió, no sé quién le fue con el cuento, pero ni que el jefe fuera mi
taita guasu152, ni a mi padre le tengo que explicar porque estoy
enamorado, ¿qué le importa si Amalita es rica?… ¿qué le interesa lo que
yo hago con mi vida?-hizo una pausa, miró a sus amigos y continuó- No
le pegué por ustedes chamigos, los hubiese jodido a todos.
¿Me creen que estoy enamorado de Amalita?- Eustaquio pensó
unos segundos, miró a José, luego a Ramón y le respondió.
_Juancito, sí, nosotros sí, ¿cómo no te vamos a creer?, pero parece
que afuera no, no che, no te creen.-
Ellos estaban convencidos de que su amigo estaba enamorado de
la anciana y que no especulaba con su riqueza. Tampoco les parecía raro
que Juan compartiese con ellos su buena ventura, ya que los cuatro
estaban marcados por la herencia de su pueblo.
Desde la llegada de los Guaraníes a Paraguay, hacía miles de años,
la tradición obligaba el respeto y compromiso con la comunidad.
Entre ellos, el compartir era generoso y no se preguntaba si se
quería o no; sólo se daba. La suerte, los frutos y el trabajo eran para
todos.
Para Juan, la realidad desde hacía tres años, le indicaba que su
comunidad era esa: los habitantes de ese cuarto, su familia eran sus tres
amigos.
En la última reunión, la Doctora Amanda fue clara con Calvina, al
verla aun más obesa, rondando los ciento cincuenta kilos.
_Tenés que cuidarte con las comidas, ¿te das cuenta cómo te
agitás al caminar?…sos muy joven, todavía no tenés treinta años, hacé un
141
esfuerzo; todos te queremos ver bien.- ella, poco convencida, trató de
excusarse.
_Yo sé que estoy un poco gordita, Doctora, pero no creo que sea
eso; es que tengo los huesos pesados, a mi mamá le pasaba lo mismo.
Pobrecita, que en paz descanse. Sí, estoy comiendo un poco más
que antes, pero… ¿sabe?…es que ando muy nerviosa, desde que estos
asesinos de los Peralta me mataron a mi Angelito, ¡qué desgraciados me
dejaron sin novio, con lo bueno que él era!… ¿vos lo conociste?-
Todos la aconsejaban, algunos la retaban, pero ella hacía oídos
sordos. En el almuerzo comía en exceso, y de noche aún más.
Gran parte del día seguía sentada en la puerta, comiendo sin parar
las facturas que le compraba a Elena. Últimamente la Rulito, directamente
se las alcanzaba cuando desde el almacén veía que hacía un bollo con la
bolsa vacía y la arrojaba bajo su silla.
_ ¡No te hubieses molestado Teresita!, gracias, anotámelas en mi
libreta que el lunes arreglo con tu mamá, ella me fía, ya sabés.-decía
Calvina.
De tanto en tanto, invitaba a charlar a los chicos, quienes confiados
iban, pero ella al menor descuido y con una velocidad asombrosa, les
robaba los caramelos de los bolsillos. Una y otra vez sucedía lo mismo, y
ellos ingenuos caían en la trampa.
Joaquín enojado gritaba, yéndose al centro del patio donde
revisaba sus pantalones cortos, para comprobar si le había dejado alguna
golosina.
_ ¡Dejá, va a reventar como una vaca!- le decía Fermín a Honorio y
Benito, quienes al notar que tampoco a ellos les había dejado ni un
caramelo, se abrazan llorando los cuatro.
Benito, de diez años, se acercaba a la puerta y rabioso le gritaba
entre berrinches:
_ ¡Ya vas a ver gorda guacha!, te hacés la viva porque soy chiquito,
mirá, mirame bien: tengo pantaloncitos cortos, aprovechadora…te voy a
llenar el dulce de leche con vidrio; ya le voy a contar a mi papá, vas a ver,
te lo juro.-Honorio caminaba hasta quedar al lado del niño y sugería:
_No, mejor metámosle tachuelas adentro de las albóndigas, vas a
ver como así aprende; siempre nos afana los caramelos.-
Pero Calvina, no los escuchaba, ahora charlaba con Blanca, la
esposa de Roque. Parecía una niña mal criada; era una buena muchacha
pero no admitía que estaba enferma.
Temprano, Núñez había solicitado al cabo Rojas que trajese del
penal a Mansilla.
Vio al contador entrar asustado, delgado, con el pelo rapado y finos
bigotitos negros, escoltado por el cabo; le pidió que se sentase, pero no
le quitaron las esposas.
El Comisario lo miró detenidamente, Nicanor bajó la vista.
_ ¿Así qué además de los números le gusta la caza?-le dijo Núñez, sin
preámbulos.
142
_Sí, de vez en cuando tiro unos escopetazos a las liebres o
perdices, pero no es frecuente tengo bastante trabajo con la cooperativa
y el frigorífico…-el Comisario lo interrumpió.
_Eso es bueno, tener mucho trabajo, su esposa debe estar
contenta con usted contador.
¿Qué me puede decir de una Beretta M 1915, calibre 7,65 y una Colt
1911 A1 calibre 45, que hemos encontrado escondidas en su
habitación?…y a esas armas… ¿para qué las usa…o también caza con
ellas?… ¿con la 45 hace puntería con los cuises del camino?- Nicanor
levantó la vista sorprendido, miró hacia la ventana unos instantes con la
cara adusta, como buscando ordenar la respuesta.
_Esas armas eran de mi padre, me las dejó al morir hace quince
años, jamás las usé; las escondí ahí por los chicos, no quiero que suceda
alguna desgracia en casa.-
_Sí, eso es cierto, armas y niños es algo que no deben andar
juntos…pero sus hijos tienen cinco y seis años, nos dijo su señora, y
usted la tiene escondidas desde hace quince… ¿de qué chicos las
escondía en ese entonces?…además, Nicanor, usted era soltero y vivía
sólo.-
_Siempre las tuve aisladas por precaución, le repito: son
peligrosas…-Núñez le sonrió, interrumpiéndolo dijo:
_ ¿Sabe Contador?, no le creo nada…usted me cuenta que nunca
las usó, pero… ¿cómo explica el fuerte olor a pólvora recientemente
quemada de la Beretta M 1915, calibre 7,65?-con mirada desapacible,
Mansilla sostuvo:
_Le repito, jamás en mi vida hice un disparo con ella.-
_Muy bien, nosotros haremos las pericias correspondientes. Pero
usted vaya buscando testigos que lo hayan visto por La Candelaria, o
donde fuese en los días y horas de los crímenes.
Yo tengo una teoría contador, pero claro, tan sólo es una teoría.
Además de las otras estafas, usted se las ingenió para estimular a
Cuerda con la noticia que tenía un comprador para el Conventillo.
Sin la ayuda de él, usted nada podría hacer. Era Rogelio el que
estaba vinculado con Vázquez y sus propiedades, pero cuando vio que
el desalojo se estaba por producir, decidió no dividir las ganancias de la
venta cuando esta se efectuase. En ese momento pensó en hacerle una
jugosa propuesta al Doctor Antonio, para que se deshiciese de esa
conflictiva casona.
Para que sus planes saliesen bien, la única molestia era Cuerda y
su gente; por eso decidió eliminarlos, uno por uno…aún su arma tiene el
olor característico que dejan los disparos recientes… ¿qué le parece
contador?-
Mansilla lo miró fijo unos instantes, volvió a mirar la ventana
apesadumbrado, luego se miró las rodillas por unos segundos y le
respondió cuatro palabras; después clavó la vista en el piso sin decir
nada más.
_Hable con mi abogado.-
_Sí, lo haré, claro que lo haré Nicanor. Mientras tanto… no olvide
que a las causas por estafas se le sumarán tres asesinatos calificados…
eso es reclusión perpetua, ¿entiende contador?
143
Pero bueno, por suerte en la cárcel tendrá revistas para distraerse.-
El contador con cara de asombro lo miró aterrado, bajando su
cabeza en un intento de que no viesen como lloraba. Se sentía terminado,
ya no tenía escapatoria.
Todos festejaron cuando se enteraron que Vicente sería el nuevo
administrador del Conventillo del Cabotaje, el aplauso fue generalizado.
Sabían que el joven abogado, aunque ahora se mudase, conocía desde la
entraña misma del pensionado lo que era en realidad vivir ahí.
Después del almuerzo Balero lo ayudo a realizar la mudanza,
aunque en realidad lo que mudaba eran sólo dos grandes valijas, más
cargadas por libros que por ropa y dos o tres paquetes más. El
calentador y otros utensilios de cocina quedaron como regalo para
Balero. Caminaron en subida por la calle del Bajo, sólo eran ochos
cuadras, pero con la pendiente en contra parecían dos burros cargados
por las pesadas maletas.
Balero, como para distraerse del peso que llevaba, preguntó:
_Dotorcito, contame qué te dijo el suegro cuando le contaste de tu
casorio con su hija, ¿cómo lo tomó?- Vicente lo miró sonriente, sabía que
el interés de Balero era sincero, de un amigo; no existía indiscreción.
_ Muy bien Tomás, hasta creo que él y su esposa se lo esperaban,
brindamos los cuatro después de comunicarles nuestro deseo.
Con Beatriz estamos pensando en la posibilidad de hacerlo el mes
que viene… ¿para qué esperar más?, los dos tenemos trabajo, y ahora
disponemos de la casa.
Ya se lo comuniqué a mis padres, se pusieron muy contentos,
vendrán con mis hermanos; ¡qué ganas de ver a esos tres mocosos!
Con mi novia hemos pensado hacer una cena en la Sociedad
Italiana, aunque antes tendré que pasar por la iglesia, ellos son muy
católicos; además el padre es amigo del Obispo- se quedó pensando
unos segundos y luego continuó- y bueno, no soy muy amigos de los
curas, pero le daré el gusto; no es cuestión de empezar con diferencias.-
_Pero claro Dotorcito, la iglesia es un ratito, y así hermanito quedás
bien hasta con Dios.
Nosotros dijimos con Teresa que cuando nos casemos también lo
haremos por iglesia, viste que la Rulito y yo no creemos en nada, pero es
por la vieja; Elena vive leyendo la Biblia, es muy religiosa che.-
Después de unos minutos de caminata estaban frente a la nueva
casa.
Balero quedó sorprendido por la ubicación: justo encima de la
Barranca, frente al río; con una vista formidable.
Luego de mostrarle su nueva vivienda, se sentaron en el living
bebiendo un vaso de agua, Balero tenía que volver para ayudar a la Rulito
a acomodar unos cajones de mercadería en el almacén.
_Dotorcito, ¿quién pensás que boleteo a estos mafiosos y al gordo
“Picado”?-
144
_Ni idea, me llamaron a declarar, pero no sé…tal vez sea por
guerras entre burdeles, venganzas, pero honestamente no se me ocurre
quién pudo ser.-
_Sí, yo pienso lo mismo, el gordo no era trigo limpio, es seguro que
se la tenían jurada por todos lados, después llegaron estos dos
facinerosos que le hicieron pelota153 la casa de tu suegro…
Andá a saber si la orden para que los limpiaran154 no vino de alguno
de los cabarutes, o piringundines155 del Rosario- hizo una pausa de unos
instantes y continuó- ma sí, ¡qué me importa quién lo hizo!, si total nos
han sacado de encima a ese sabalaje156 de matones…pero guarda, con
esa patota en la calle conviene hacerse el gil, hay que estar pispeando…
¿viste cómo es esto Dotorcito?-se puso de pie para irse, lo miró
sonriente, dio la mano a Vicente, caminó dos pasos hacia la puerta de
calle, se detuvo unos segundos pensando, giró mirando a su amigo y le
preguntó:
_Che Dotorcito, vos que sos Doctor… ¿la palabra “estar” es un
verbo?-Vicente lo miró extrañado.
_Sí, sí Tomás, ¿con qué te venís ahora?-
_Entonces es la mejor de las palabras, porque después de las que
hemos pasado… al estar, estamos vivos, y ¡pucha qué es lindo eso!
Mientras lo estemos seremos amigos hermanito; sos un gran tipo…
¡venga un abrazo!-
En el Conejo Rojo, Filomena decidió cambiar los roles al ver que
sus amigas sólo tenían buena voluntad, pero nada de experiencia para
manejar la jauría que noche tras noche entraban al burdel buscando su
bocado.
Apenas llegaron al cabaret se los comunicó:
_Vamos a ver si nos organizamos, pibas. Desde hoy a esto lo
manejo yo, ustedes aún están chicas para estas cosas, después de toda
una noche de trabajo ganan más nervios que mangos. Ya verán con el
tiempo cómo se les va el julepe de esta mersa157. Pero por ahora sin
chistar me hacen caso a mí.-
Les comentó que se le había ocurrido alquilar el local para de esa
forma, ayudada por ellas, tener libertad total en el manejo del lugar. Sus
tres amigas aprobaron gustosas la idea.
Aún era temprano cuando empezaron a llegar clientes, algunos de
los cuales fueron a la barra a sentarse en los taburetes, otros escogieron
las mesas mejor ubicadas, bien cerca de la pista.
En el fondo, un grupo de cabareteras se preparaban para empezar
la noche.
Desde la entrada se escuchó un griterío, las muchachas miraron
hacia ahí. Segundos después, se abrió la puerta y entro Tristán Paredes,
tambaleando, sonriente, con su gran sombrero puesto, contento y algo
tomado; apenas vio a las mujeres del conventillo enfiló derecho hacia
ellas.
_ ¡Éramos poco y parió mi abuela!-dijo con disgusto Josefa.
145
El isleño se dirigió a Filomena, quien estaba del lado de afuera de la
barra. La miró de los pies a la cabeza, traspasándola con la mirada, se
quitó el sombrero y le dijo:
_ ¡Qué linda que sos, criatura!, siempre soñé con una piba como
vos. Apenas entré y te vi, me enamoré, ¿no te querés venir a vivir
conmigo a la isla de las Tejas?, allá tengo todo, no te va a faltar nada…
vos por eso quedate tranquila; vieras cómo te voy a cuidar.-Filomena lo
miró, caminó un paso para acercarse y ponerse a menos de un metro de
él y respondonderle.
_Mirá Tristán, escuchame bien, no te hagas el langa158, nosotras
estamos trabajando, no te pongas fastidioso, si vas a pelotudear159 andá
para el fondo. Mirá, ahí tenés a la Nélida, la coloradita, ¿la ves?, juná160
que hembra linda, proponele a ella lo que quieras que es buena turra y te
va a aceptar lo que venga…pero acá dejate de hinchar o te volvés a tu isla
nadando… ¿entendés?- Tristán hizo una mueca de ofendido, se volvió a
colocar su mugriento sombrero antes de continuar su gira por el interior
del cabaret, se alejo unos pasos para no recibir una cachetada y
contestó:
_ ¡Pucha che, que revire161 que tenés piba, era una broma!-
olvidándose del tema, dio media vuelta y miró a Nélida, comprobando
que ella sí era especial, por fin la había descubierto; ahí estaba el amor
de su vida. Antes de hacerle la propuesta decidió tomarse una copa.
_A ver, pibe, servime una grapa doble che.-
Capitulo 31
En el ámbito del conventillo los temas de conversación eran muy
limitados, se ajustaban al micro mundo en el cual vivían y para muchos
de ellos, principalmente el grupo de mujeres, el horizonte estaba no muy
lejos; no más allá de la vereda de enfrente de la casona.
Al llegar los hombres de sus respectivos trabajos, los contenidos
de las charlas se ampliaban. Así las tertulias incrementaban sus
temarios, hablándose de noticias locales, de política, fútbol y no muchos
más. Eran consientes que su realidad los limitaban a ese reducido
universo. En esos días se hablaba de la pronta inauguración de “La
Nacional”, fábrica de hielo y helados, en un terreno lindante al puerto
viejo.
Desde que a las mujeres de la pensión llegó la noticia del noviazgo
de Juan, no salían de su asombro; si bien Amalia vivía a pocas cuadras
de ahí, jamás en sus vidas la habían visto.
_Simpática la novia de Juancito, sencilla, y viste que dicen que
tiene mucha plata, pero acá fue una más el día de la guitarreada. Una
más, sí; ni se notaba que es bacana, no se las fue de bienuda162 para
nada.-dijo Matilde pasándole el mate a Angélica, que escuchaba atenta la
conversación sin intervenir.
_Sí, sí, muchos mangos, pero Juancito tiene una pinta, ¡Dios mío!,
es muy buen mozo, educado, todo un caballero. Otros con su
juventud seguro que la van a pedalear163, pero no che, vieron como
no la soltó en ningún momento…-
146
Eso sí, la jode un poco siendo paraguayo, ¡ojo, yo no tengo nada
contra ellos!-dijo Calvina con una mano tomando el mate, con la otra
sacando bizcochos de la bolsa, su apetito era insaciable. En frente suyo,
tenía preparado para después un jarro metálico grande repleto de arroz
con leche, y un plato con doce pastelitos de membrillo.
_No sé, parece tan chiquito al lado de ella, viste que podría ser la
abuela, dicen que tiene como noventa… ¿él tendrá treinta?-agregó Adela
poniendo cara de interrogación.
_Mirá, esto lo digo porque estamos solas acá, a mi no me gusta el
chusmerío, ustedes lo saben bien, pero… ¡me parece tan raro ese
asunto!…ustedes vieron que a mí no me gusta meterme en la vidas
ajenas, pero, ¡qué sé yo!…a mí no me importa que sean del Paraguay…
pero, sí, son raros, entre ellos hablan no sé en qué… pero no les
entiendo nada, eso sí que me da un poco de miedo.-continuó Ana la
ronda de charla, que seguía también la dirección del mate. De piel
mirando el centro de la mesa, doña Angélica, no aguantó más y opinó
concluyente, con su pucho apagado, en un ángulo de su boca.
_Ella seguro que es mayor que yo, ¿vieron las arrugas que tiene?,
nada que ver conmigo: mirenmé, mirenmé bien…pero ella andará por los
noventa y cinco; sino tiene más.
Mirá, conmigo Juan es muy bueno, si hasta a veces me seca los
platos, y los otros también son buena gente…pero yo no me olvido
cuando…¿cómo se llamaba ese degenerado aprovechador?…sí,
Heriberto, el papá de Ramón…¿se acuerdan que se quiso hacer el vivo
conmigo?, viejo inmundo, mugriento…se me tiró encima en la cama, me
quiso manosear el asqueroso…¡qué desfachatado!…decí que yo me
resistí…sino ¿qué me hubiese pasado?…y bueno, Ramoncito es hijo de
él…por algo será ¿no?
Dejá, dejá, son todos iguales estos muchachos…a mi me da lástima
esta abuelita con la que está noviando…pobrecita, bien no le va a ir, ya
van ver.-
Cuando llegó Vicente al estudio vio que lo esperaban tres clientes
diferentes, pero eso ya era común desde hacía meses.
Rápidamente se había corrido la noticia, por el Pago, de la pericia
de este abogado venido de Buenos Aires. Para que esto sucediese
mucho lo ayudó el nombre de su tío, con más de cuarenta años en
ejercicio profesional. Isidro era muy conocido en la ciudad, pero también
tenía innumerables clientes en localidades vecinas.
La fama, ahora, era de su sobrino. En el ambiente judicial, todos
hablaban de su habilidad para resolver con impecable pericia hasta los
casos más complicados.
Vicente ayudó a consolidar su nombre en base a su incansable
tenacidad. Trabajaba de lunes a lunes, tomaba cada caso como una lucha
personal, imprimiéndole un singular dinamismo y efectividad en la
resolución de cualquier expediente que llegase a su escritorio. Ayudado
por Balero y María, que iban y venían trayendo o llevando sus escritos a
tribunales o a otros colegas, su ritmo de trabajo se hacía día a día más
147
intenso. Y con esto, la llegada de nuevas consultas aumentaba conforme
él resolvía un caso tras otro.
Su tío, quien nunca había visto a nadie trabajar tan tenazmente, se
enorgullecía al ver cómo había crecido profesionalmente.
Mientras tanto, Balero se fue haciendo cada vez más necesario
para el Estudio Carrare.
Cuando tenía un descanso, tecleaba jugando con un dedo y con
enorme ahínco. El juego se convirtió en un desafío, gracias a su voluntad
y perseverancia, la máquina de escribir dejó de ser un juguete extraño.
En esos días de intensa actividad, Balero le pasaba en limpio los
borradores que le entregaba Vicente con su letra indescifrable, pero eso
era otro desafío; su amigo, redobló su empeño y rápidamente esa
caligrafía le era totalmente familiar. Mientras más rápido escribía el
abogado, su ayudante, velozmente a dos manos, se lo traducía en letras
de imprenta.
Vicente, admiraba la inteligencia del joven, era conciente del
permanente esfuerzo de Balero por hacer las cosas bien, cada vez mejor.
También valoraba la manera en que se había entregado de lleno al
trabajo del estudio.
Ahora Balero ganaba ciento veinte pesos por mes, mitad de ese
sueldo lo pagaba Vicente, el resto Isidro.
Vicente pensaba que cuando comenzase a ser el administrador de
Vázquez, lo necesitaría como secretario en esas futuras tareas; apreciaba
el dinamismo creciente del joven.
Desde que conoció a Juan, la vida de Amalia había dado un
inesperado giro.
El día que se conocieron, ella iba a Buenos Aires para escaparse
del Pago y de los recuerdos de la reciente muerte de su primo. Él era su
último familiar vivo con quien había desarrollado, a través de los años,
una relación cálida y sincera.
Casi veinte años mayor que el finado Benjamín, lo quería como a
ese hermano que hacía tantos años se lo había quitado la guerra.
El día que le dieron la noticia del fallecimiento de su primo, creyó
que ya no tenía sentido continuar, él era su colaborador, su confidente y
amigo; casi su hermano. En ese momento comprendió su realidad:
estaba sola, con setenta y ocho años y, mirando hacia atrás, advirtió que
la vida se le estaba yendo sin que ella se hubiese permitido vivirla y
gustarla, desde adentro.
Cuando se cruzó con Juancito, se sintió cincuenta años menor.
Cada palabra, cada gesto o acto, estaban cargados de magia, eso
de lo que tanto hablaban pero nunca imaginó que fuese cierto, y que
ahora, en su piel, había sentido como un efecto magnético, mágico y
singular. Y más intenso se hacía en cada nuevo encuentro con el joven.
Días después de conocerlo, advirtió que pensaba en él despierta,
dormida, en todo su día; ahí entendió feliz que se había enamorado
profundamente.
148
Era la primera vez en su vida que sentía el amor. Juan, con sus
desvaríos de besos, sueños y quimeras la había conquistado.
Aquel atardecer, sentada en el jardín, estaba repasando en sus
pensamientos los hermosos momentos que vivieron desde que se vieron
por primera vez. Ahora, cada día al despertar, solo deseaba estar con él;
era el mejor de los regalos. Sentía haber vuelto a los veinte años y
además: enamorada.
Sintió que desde atrás le daban un beso en la mejilla, era Juan
trayendo de la cocina dos vasos de Hesperidina y agua.
Habían decidido cenar juntos esa noche.
Él se sentó a su lado, le tomó la mano y bebieron en silencio.
Frente a ellos, tres añosas vides a cada lado del tapial, subían vigorosas
en esos días de octubre, abrazándose a tres arcos de hierros fundidos;
separados entre sí por unos cuatro metros. Esto daba la sensación de
que parte del fondo tenía un frondoso techo verde. A cada lado, en
cuidadas macetas, se veían los malvones y las rosas en plena floración.
_Amalita, ya estamos grandes para ser novios…-le dijo Juan
mirándola con ternura, ella pensó lo peor: que su sueño había concluido.
_ ¿Qué me querés decir?… prometimos ser directos Juancito.-
_Por eso… por eso te lo digo así, ¿por qué no nos casamos?…Te
amo Amalita.- ella no podía creer lo que escuchaba, estuvo a punto de
derramar la bebida por el temblor repentino de su mano.
_ ¿Y vos te casarías conmigo…?…Juancito, sabés mi edad, te llevo
casi cincuenta años.-
_ Amalita, ¿qué importa la edad?, ¿sentís lo hermoso que es lo que
nos está pasando?…pero sí, es cierto, es tan raro que a veces demora
cincuenta años en llegar…el resto no importa…mientras nos dure.- ella
con los ojos humedecidos le respondió que sí, que aceptaba.- él contento
la besó, se sentía el hombre más feliz del mundo.
_Amalia, ¿qué te parece para navidad?…tendremos dos fiestas en
una…no perdamos tiempo… ¿sí?-
Capitulo 32
Nadie conocía al hombre mayor que miraba pensativo cada rincón
del patio. Aún no eran las ocho de la mañana.
Caminó unos pasos, se detuvo frente a una de las Santa Rita, miró
su base, luego siguió la planta con la vista hasta perderse en el borde del
techo, acarició sus hojas; notó a las flores con un color carmín tan
intenso como nunca las había visto.
Caminó hasta el centro del patio, se apoyó en el aljibe, dando la
espalda a la cocina desde donde era observado con gran curiosidad.
Miró los aleros, la puerta de cada cuarto, la entrada, giró y se fue
caminado hacia el fondo con la mirada clavada en las viejas baldosas del
piso. Sus pies estaban ahí, su memoria en 1895, veinticinco años atrás,
cuando en ese mismo lugar la negra Ramona llorando y abrazándolo le
comunicó que su madre había fallecido. Lo recordaba como si hubiese
ocurrido ayer, pero tantas cosas se habían sucedido desde entonces;
149
nada frenaba la rueda del tiempo que al avanzar congelaba todo en
recuerdos.
_ ¿Quién es, de dónde salió?…debe ser policía, ¡poco nos duró la
calma!-opinó Angélica, ahora mirando por la ventana del fondo los pasos
del extraño hasta el árbol de granadas.
_No, no, para mí no es la yuta, tiene más cara de capanga164; este
es jefe de algo… ¡mirá como empilcha!165.-dijo Héctor terminado su mate.
_Sí, esa pilcha es de bacanes, pero parece un buen hombre, ¿viste
como juna todo?-opinó Matilde en el momento en el que el hombre
golpeaba la puerta. Adela le abrió.
_Buenos días, parece que no están todos…-dijo el hombre de traje
gris, con olor a perfume caro, mientras fue interrumpido por Angélica
asustada.
_Señor, nosotros, esta vez no hemos hecho nada…a lo mejor
busca a los paraguayos, es la cuarta pieza a la derecha.- expresó la
anciana para cubrirse. Desde los sucesos de Heriberto, había quedado
recelosa de cualquier movimiento de los jóvenes del Paraguay.
_Posiblemente no me conozcan, hacía veinte años que no pisaba
esta casa…yo también viví acá, ¡es fuerte la nostalgia, cuántos
recuerdos!…-Adela, más tranquila, lo interrumpió.
_ ¡Pero che, nos hubieses dicho!..El susto que nos pegamos,
pensamos que eras inspector de algo; ¿así que también fuiste
inquilino?…por la ropa y la colonia que tenés se ve que te ha ido bien,
compadre.-
_No, no, soy Vázquez, el Doctor Vázquez, el dueño de la casona.-
con sobresalto, todos dieron un paso atrás, amontonándose al
lado de la cocina, menos Calvina que estaba sentada en la
cabecera aún untando sus tostadas con una capa de miel y otra de
dulce de membrillo; quien al oír el apellido comenzó a toser
atragantada.
_No, por favor, tranquilícense, no quiero incomodarlos, no más de
lo que ya lo hice.
He venido a pedirles perdón por lo sucedido, me imagino que por
mi causa, habrán vivido momentos amargos…les pido que hagan
extensiva mis disculpas al resto del inquilinato… ¿me invita con un mate
señora, por favor?- dijo Antonio, mirando a Angélica que seguía
temblando con la pava en su mano.
Vicente se detuvo en el centro de la plaza en el puesto de praliné
de Don Saturnino, charló con el anciano unos minutos y compró una
bolsa de garrapiñada para llevarle al estudio a María; en la mañana
soleada ya se veía a mucha gente caminado, iniciando su día.
La secretaria agradecida, le dio un beso; Balero, sentado en su
escritorio, le guiñó un ojo y continuó ensimismado mecanografiando
algunas hojas pendientes del día anterior.
Vicente entró al la oficina de su tío y se sentó frente a él, detrás del
escritorio.
_Así que te me casás; acá en el Pago las noticias vuelan.
150
Te felicito, a Beatriz la conozco desde que nació, es muy buena
muchacha. Bueno, del padre no te digo nada, sabés que somos amigos
de toda la vida, es una excelente persona. Son una familia muy buena.-
dijo Isidro mientras terminaba el café servido por María.
_Gracias tío, sí, estoy enamorado, nos sentimos muy bien juntos.
Teniendo todo lo necesario para convivir: casa, trabajo… ¿para qué
demorarnos? Será en un mes, el sábado 13 de noviembre, hoy iré a
hablar con Mariatti, el presidente de la Sociedad Italiana; quiero reservar
el salón para la cena de ese día.-
_Me parece muy bien, decile a tus padres que se alojarán en casa;
hay lugar de sobra para ellos y tus hermanos.-
_Muchas gracias tío, le avisaré.-dijo Vicente poniéndose de pie para
ir a trabajar a su escritorio.
_De nada, será un placer que vengan…cambiando de tema, ahí te
dejé el expediente de la sucesión de Cepeda, leelo a ver qué te parece.-
dijo Isidro volviendo su vista a los escritos en los que estaba trabajando,
apoyados sobre el escritorio.
Por la amplia ventana que daba a la plaza, el sol iluminaba el gran
salón de la residencia del Obispo, anexa con la catedral.
_Entre otras cosas, me encontré con que era dueño de varias
propiedades; este delincuente me había robado el dinero para
adquirirlas.-dijo Antonio mientras su amigo le servía te.
_Te vine a ver porque tengo un problema espiritual, de conciencia.
Entre esos bienes hay un cabaret…sabés de mi moral, no quiero
incurrir en más errores; las vicisitudes que vivimos con mi familia a
causa de este crápula fueron terribles.
Quiero desprenderme de ese salón, no podría estar oyendo una
misa sabiendo que soy propietario de un burdel, sería un hipócrita. -los
ojos del Obispo se abrieron tan grandes al escuchar esto que le dolió la
cara entera.
Casi de inmediato, con falsedad, se reacomodó y puso el mejor de
los rostros que pudo inventar para la ocasión; aunque por dentro lloraba
recordando los doscientos cincuenta mil pesos que le había entregado a
Cuerda esa endemoniada noche. Pero ahora tenía una nueva
oportunidad. La codicia hacía trabajar aceleradamente su cerebro para no
volver a perder; esta vez no se permitiría volver a errar.
_ ¡Por Dios Antonio, no sigas pecando! sabés cuánto te quiero,
cómo amo a tu familia…deshacete de esa casa, es la morada misma de
lucifer…no ofendas al Señor…vendela ya…no te demores.
Nunca olvides a San Agustín: “Sólo los limpios sabrán la verdad”.
La lujuria es un pecado carnal, no permitas que ésta y el vicio entren en
tu casa. –dijo Monseñor mientras pensaba a quién nombraría testaferro
para comprar el burdel.
Tomó su cruz y se arrodillo, frente a Vázquez, quien hizo lo mismo.
_Ahora rezaremos juntos, luego también pediré en la misa, pero
por favor manteneme al tanto de lo que hagás, sabés que siempre te
ayudaré a alejar el Demonio de vos.
151
Oremos, roguemos a Dios.- juntos, con las cabezas bajas,
comenzaron a rezar.
Era casi la hora del almuerzo, los chicos al entrar pasaron por un
costado de la silla donde estaba sentada Calvina, ni la miraron, estaban
muy enojados con ella, quien también los ignoró y continúo comiendo
masitas dulces y otras confituras.
Cuando se cercioraron que estaba distraída, Clemente, el mayor, se
aproximó por detrás con toda cautela. Sacó de su bolsillo algunos
cohetes y petardos que habían comprado en el centro, anudó sus mechas
y los encendió colocándolo debajo de la silla de Calvina; inmediatamente
todos corrieron a esconderse detrás del aljibe.
La explosión fue pavorosa, la pobre mujer sorprendida y aturdida
por el estallido creyó que era el fin del mundo.
Estremecida y aterrada, tiró al medio de la calle la bolsa con sus
alimentos, volando por el aire sus confites de colores.
Sintió que se le aflojaban las rechonchas piernas y un sudor frío en
todo su cuerpo fue lo último que percibió antes de caer desmayada
pesadamente hacia un costado, rodando hasta el cordón de la vereda
donde quedó tendida. Pálida, boca arriba; parecía una gigante foca
albina dormida en la playa.
La Rulito, despavorida salió de su almacén para ver qué había
ocurrido. Al ver a Calvina inconsciente en la vereda de enfrente, cruzó
corriendo y trató de socorrerla, pero le fue imposible moverla ni un
centímetro dado su enorme peso.
Clemente, Benito, Honorio y Fermín corrieron a toda prisa para
ocultarse en el gallinero.
_Uyyy, ¿Vieron cómo rebotó?…che, ¿no se nos habrá ido la
mano?… ¿estará viva?…pobre gorda.-dijo Benito preocupado.
_No sé, pero si no se murió “pasa raspando”…van a ver como no
nos afana más nuestros caramelos, no nos jode más… gorda
aprovechadora.-respondió Honorio seguro, mientras se escabullían
debajo de los cajones de las ponedoras.
En la puerta ya estaban todos auxiliándola: Teresa, Elena, Don
Roque, Blanca y Evaristo trataban de hacerla reaccionar.
Angélica, con una palangana, le tiraba agua en la cara.
_Para mi que está muerta che, le falló el corazón, pobrecita, y eso
que yo le decía: “no comás tanto, te va a hacer mal”, pero ¿viste?, no dan
bolilla166, no, no hacen caso, mirá como quedó, blanca como la cal… ¡que
descansé en paz, pobrecita!
Recibila Dios mío, cuidamela.-dijo llorando Matilde.
Don Pedro corrió al galpón para traer la carreta y llevarla al
hospital, era la única manera de ayudarla.
_Che, Pedrito, ¿qué carajo festejan en Cabotaje?… ¿por qué tiran
bombas?-le preguntó un anciano amigo mientras ajustaba el percherón al
carro.
Juan, Ramón, José y Eustaquio, con sumo esfuerzo lograron
cargarla en el carruaje, luego subieron Matilde y Adela para evitar que se
volviese a caer en el trayecto.
152
El caballo empezó a andar lentamente, la imagen era triste: la pobre
mujer aún seguía desvanecida, parecía un carromato de frigorífico,
cargando una res para llevarla a degüello.
Apenas la vieron los médicos dijeron que era una lipotimia y que,
no obstante la aparatosidad de la súbita caída no había gravedad.
Cuatro camilleros con dificultad la llevaron hasta una cama en el
consultorio principal. Minutos después ella abrió los ojos y muy
confundida preguntó:
_ ¿Dónde estoy?… ¿qué hago acá?… ¿y mis masitas?-la Doctora
Amanda tomó su mano sonriendo y le pidió que descansase.
En la puerta del conventillo todos se alegraron al saber que sólo
había sido un gran susto. Adela, viendo que los chicos jugaban a la
pelota tranquilos en el patio, dijo:
_Seguro que son esos vagos del puerto, esos pibes no tienen
educación, mirá que hacerle una broma así a la pobre Calvina… ¡qué
atorrantes!…la pudieron haber matado, Dios los va a castigar…bueno,
¿vamos a almorzar?…¡nenes, todos a comer!-
Ramón y Eustaquio quedaron impresionados por la variedad de
ropas y zapatos que vieron en exhibición en el Gato Pardo.
Habían ido junto a Juan, a cambiar un pijama que Amalia le había
regalado y le quedaba chico. Su amigo era ya un cliente conocido y
apreciado en lugar.
Dos empleados con toda amabilidad lo atendían, uno fue a buscar
un talle mayor y el otro con toda deferencia lo invitó a que se sentara
mientras esperaba.
Minutos después ya estaban en la calle, parecía un atardecer de
verano por la gran cantidad de gente que vieron; les pareció que todo el
Pago de los Arroyos había decidido salir de paseo esa tarde.
Decidieron tomar un café en el Club Español.
_ ¡Chamigos, me caso, che, pero sí parece mentira!…esta mujer no
sé qué ha hecho, pero me enamoró, acá dicen que me engualichó167…
¡Qué me importa, si soy feliz!
Ustedes serán mis testigos, padrinos, y siempre mis amigos.
¿Y José, dónde está?-preguntó Juan mientras encendía un
cigarrillo, pidiendo al mozo una ronda de Pineral.
_Me dijo que iba, no sé…creo que me mintió, saben cómo es
cuando no quiere decir algo.- respondió Eustaquio tomando el vaso de su
aperitivo.
_Te casás en navidad Juancito, y te nos vas del conventillo; te
vamos a extrañar.-dijo Ramón como si su amigo se fuese a vivir a China.
_Pero, ¿vos sos loco che?, viviré en lo de Amalita, a tres cuadras
del conventillo, y además para ese entonces ustedes estarán trabajando
para mi…para mí y para Amalita; nos veremos más que antes.-durante un
rato continuaron conversando sobre el futuro matrimonio de Juan y como
de repente su suerte había cambiado; ahora se abría ante ellos la
posibilidad de hacer realidad sus proyectos, de no soñarlos más.
153
Cuando estaban saliendo, Eustaquio casi se choca con cuatro
jóvenes que venían charlando distraídas y riendo. Ellas siguieron, él
quedó plantado como un poste hablando sólo.
_ ¡Diosito mío qué lindas muchachas que viven en el Pago!- Juan lo
apuró, diciendo que a él eso no le importaba, tenía la suya; la más linda
del mundo.
Al pasar por el bar El Griego, de vuelta al Cabotaje, vieron muy
sonriente a la Doctora Amanda y a José que, adentro del local sentados
en un rincón, reían como niños sin sacarse la vista de encima.
_ ¡Ahí está la respuesta a tu pregunta Juancito!-dijo Ramón, y
aceleraron la marcha para no ser vistos; no querían interrumpirlos.
_No le diremos que lo vivimos, dejemos que él nos cuente.
Que yo sepa enfermo no está, ni este es un consultorio…-propuso
Juan riendo.
_ ¡Claro, por eso se miraban tanto en la guitarreada de los Álvarez!-
reflexionó Eustaquio.
Cuando estaban llegando a la casona se asustaron al ver un coche
del hospital con dos enfermeros que ayudaban a Calvina a descender,
ésta al verlos, sonrió diciendo:
_ ¡De vuelta a casa muchachos, estoy curada!…nada grave, creo
que fue un ahogo de mujer…o algo así… ¡qué sé yo!, no me acuerdo de
nada, ¿me ayudan a entrar?-
Al salir de su estudio, Vicente se dirigió a lo de Vázquez, quien lo
había llamado porque necesitaba hablar con él.
Apenas golpeó la puerta lo atendió Antonio, invitándolo a pasar al
living.
_Gracias por venir Vicente, no te demoraré.
Te imaginarás cómo voy viviendo cada nuevo día después de la
muerte de Cuerda.
Es como despertarse después de quince años y abrir un diario… mi
diario, que se fue escribiendo durante todo ese tiempo sin que yo lo
supiese.
¡Qué tonto fui!…Dejé pasar semanas, meses…años por mi espalda
consintiendo hechos que ahora me avergüenzan.
Hoy siento que se me vienen encima cientos de piezas que tengo la
obligación de reacomodar, pero cuando ordeno cinco de ellas…veo que
me aparecen otras diez más.
Espero, por mi familia, no enloquecer sin hacerme cargo de todo lo
que mi indiferencia y desidia dejó acumular…pero, ¿para qué contarte…?
Vicente, te imaginarás los momentos por los que estoy pasando,
sería tonto llorar ahora…no tengo tiempo ni me puedo permitir perder un
segundo más; ahora es mi obligación hacerme cargo y seguir hacia
delante.
Entre otras tantas cosas, descubro que entre las propiedades que
este cínico me dejó aparece un burdel.
Hoy fui para que el Obispo me aconsejase, no quiero tener ninguna
relación con ese tipo de actividades; soy católico practicante y no puedo
154
ser farsante con mis principios. Sería bochornoso para mi y mi familia
que me endilguen ese tipo de negocio.
Monseñor me aconsejó venderlas, apenas el juzgado ratifique que
me pertenece, porque en definitiva fue comprada con mi dinero. Eso está
perfectamente probado… pero no, la charla que tuvimos no me
satisfizo… no me convenció…estuve pensando toda la tarde cómo
resolver esto que ahora me crea una gran disyuntiva.
Para no seguir haciendo la vista gorda, hablé con el Comisario
sobre ese negocio… Me dijo que, fuera de su actividad, jamás existieron
problemas legales.
Más allá de lo que ahí se desarrolle o suceda, hay gente que come
gracias a ese trabajo. Si quiero ser honesto y fiel a mis ideas, no puedo
quitarles el pan y eso ocurriría si lo vendiese…pero bueno, no te demoro
más… ¿sabés quién es la persona con más antigüedad ahí?-
_Después de la muerte de Sosa, Gaitán…creo que es Filomena.
Ella vive allá en el Cabotaje, no la conozco demasiado pero parece
ser una buena persona, al menos es una vecina servicial y solidaria.-
respondió Vicente sin dudarlo.
_Bueno, para mí con eso es suficiente. Toda mi administración
pronto será tu trabajo…por ahora te pido que le avises que, apenas se
expida el Juez, le enviaré la escritura del lugar, que ella sea la dueña; que
siga adelante haciéndose cargo de eso.
Más allá de cómo lo haga, que todos sigan trabajando; yo no quiero
estar mezclado con ese ambiente, pero esta es una manera de ir
poniendo cada cosa en su lugar.
¡Aún me falta tanto por hacer!, pero por algo debo comenzar.-
Cuando Vicente llegó al Cabotaje, se dirigió al cuarto de las
mujeres del cabaret.
Filomena pensó que le estaba mintiendo, miró incrédula a Carmen,
Josefa y Aurora. Volvió a mirar a Vicente y llorando de alegría lo abrazó,
al instante, se sumaron felices las otras tres.
Al retirarse de la pieza dejándolas solas, escuchó la algarabía de
esa habitación. Ahora podrían formar un verdadero equipo.
Rápidamente, los habitantes del conventillo fueron reponiéndose a
las turbulentas semanas vividas.
La pobreza y limitaciones que esta gente tenía desde siempre, eran
ya un gran peso de cargar, aunque con el tiempo ellos ya habían hecho
callos a las injusticias, decepciones y mala suerte.
Esa era su realidad, no recordaban jamás haber caminado cerca de
la suerte. Por esto, su piel se fue haciendo dura al dolor, no porque no lo
sintiesen, sino porque no tenía sentido llorar lo que no fue o lo que ya no
tenía solución.
Habitualmente sus desánimos o decaídas eran breves, un llanto
más o menos no los desataba de las desventuras ni los acercaba a la
155
fortuna. Pero sabían bien que por más larga que fuese la noche siempre
terminaba en día; al menos eso decían.
Al despertar cada nueva jornada, se renovaban en esperanzas,
teniendo la seguridad de que lo que sucediese no sería más grave que
sus viejos dolores.
No tenían tiempo para mirar para atrás. Se sabían más expuestos y
frágiles que el resto de la gente y por eso vivían sus días acelerados,
rápidos, urgentes; para alejarse del ayer.
Ese mes transcurrió de prisa, cada uno reacomodó su carga y
siguieron marchando, ignorando la conjunción de estrechez e infortunio
que pesaba sobre ellos. Hacía tanto tiempo que la padecían que ya la
tenían incorporadas con resignación; como una parte misma de ellos.
Capitulo 33
En la oficina de Vázquez, charlaban éste y Vicente que le había
llevado un modelo de contrato para los próximos alquileres del
conventillo.
El joven había incluido en el escrito algunos puntos intentando
conseguir mejoras para los inquilinos.
_Entonces Antonio, del uno al diez de cada mes, los alquileres se
le pagarán acá mismo, veinticinco pesos por mes.
También pensé que se debe especificar que el número de personas
por cuarto siempre será igual a la cantidad de camas que disponga la
habitación. No ha sucedido en el Cabotaje, pero sé de otras pensiones
donde alojan a las personas como ganado; pueden llegar a haber diez
habitantes en una pieza con cinco camas.
Otro de los temas que usted tendrá que considerar es la ampliación
de los sanitarios… ¿qué le parece un baño cada cinco inquilinos?-
sonriendo, Vázquez tomó nota sobre un papel.
_Sí, es cierto, la gente no puede estar esperando, haciendo colas a
la intemperie.
La semana que viene mandaré albañiles para que empiecen los
trabajos.
Me gusta como defendés con garras los derechos de los inquilinos,
pero no olvides que vas a trabajar para mí.- los dos rieron mientras se
daban la mano, Vicente había conseguido que cada inquilino tuviese un
contrato legal.
Núñez, aún no tenía pistas ciertas que lo acercasen al responsable
de los asesinatos. Su principal sospechoso era Mansilla, aunque aún no
tenía pruebas valederas para inculparlo y admitía que podía estar
equivocado. Por eso, para no fallar, desconfiaba de todos.
En esos días se lo vio varias veces rondando el conventillo, pero
estaban tan acostumbrados a la vigilancia a la que los había sometido el
sargento Moyano y el cabo Varela que ya casi los ignoraban, no querían
pensar demasiado ni adelantarse a posibles nuevos disgustos.
156
_ ¿Sabés a quién vi ahora, dando vueltas por acá…?-preguntó a su
madre Rulito, pero sin esperar respuesta, como si fuese una primicia, se
respondió a sí misma:
_Al Comisario Núñez…-Elena la miró con enojo, observó por la
vidriera la entrada del Cabotaje y le dijo:
_ ¡Callate Rulito!… ¿o no entendés por lo que ha pasado esa pobre
gente? dale, seguí con lo tuyo, acordate que tenés que preparar el
fiambre y cien gramos de picles para Evaristo; antes del mediodía pasará
a buscarlo.-
La semana previa al casamiento de Vicente, el conventillo entero
estaba convulsionado y ansioso; jamás habían sido invitados a una fiesta
así, “de la otra gente”, decía Matilde.
_Somos todos iguales che, ¿o no lo sabés?…-la retaba Héctor,
aunque íntimamente sabía, por todo lo sucedido, que para la realidad de
los inquilinos no era así.
Para todos los habitantes de Cabotaje, el casamiento de Vicente era
un acontecimiento especial, para algunos: extraordinario.
Muchos habían asistido a otras bodas, pero ésta era la primera en
que uno de los suyos se casaba y, como sostenía Miguel: “no se casa
con cualquiera, no, se casará con la hija del dueño del Conventillo”.- por
esto el orgullo era general. Rosendo decía:
_Bueno, tampoco nos vamos a poner tristes, se casa y nada más,
es nuestro amigo…tuvo suerte… eso sí; pero che… ¡qué grande, si salió
de acá, del conventillo y “cruzó la calle” nomás!- durante la sobremesa
de los siguientes días, todos volvían a brinda y a aplaudir al escuchar esa
frase.
Vicente y Tomás caminaban ese lunes hacia el estudio, aún
faltaban cinco días para el casamiento.
El joven abogado, lo notó extrañamente callado, lo miró,
bromeando le dio un codazo y preguntó:
_A vos te pasa algo, ¿tenés miedo porque vas a ser testigo del
civil?, dale, contame.-
_ ¿Miedo?, no Dotorcito…un poco de vergüenza sí, viste la gente
que va a ir, todos bacanes del Pago…Vicente… dotorcito ¿sabés?…traje
no tengo…pero sí un lindo saquito marrón, bueno… ¿para qué te voy a
mentir?: los codos están todos gastados, pero casi ni se nota…- riendo,
Vicente lo interrumpió.
_Vos vas o vas, así lo hagas en “pelotas”. Sos mi amigo, no te
preocupes que nadie te dirá nada.-
Entre tanto, la cocina parecía un cotorrerío: todos hablan al mismo
tiempo.
_Pero che, cada una se pone lo que quiere, nos vestiremos
sencillito, pero bien, eso sí…total esas cogotudas168 siempre estarán
mejor empilchadas 169 que nosotras, ellos tienen guita, ¿vieron?, y bueno,
157
con mangos todo es más fácil.-dijo Matilde, mirando a todas y poniendo
cara de: “Eso no me asusta”.
Ana la miró a Adela de los pies a la cabeza, que en ese momento
tenía puesto un raído vestido negro.
_Contame, decime como te vas a vestir vos, después te cuento
yo… ¿dale?-
_ ¿Yo?…bueno, algo…simple, pero lindo, tampoco vamos a ir a dar
lástima, ¿no? Usaré el vestido gris, ese que me pongo cuando paseamos
con Cirilo…o cuando los domingos ando por la costanera con Fermín…
ya lo lavé y lo tengo planchadito…y ¿vos?-respondió Adela tomando el
mate que le habían pasado.
_Yo también tengo uno sólo para pasear: el azul, ¿te
acordás?…hace tanto que no lo uso…- dijo Ana mirando el piso.
_Ustedes querrán saber qué me pongo yo, ¿no?-dijo Angélica que
se sintió apartada de la charla. Todas la miraron con curiosidad.
_Sí, seguro que quieren saber, pero no, será una sorpresa, ahora
no les diré nada, ni piensen que les contaré.-les advirtió la anciana.
Al civil fue poca gente del conventillo, era las nueve de la mañana
del sábado y la mayoría de los hombres trabajaban, mientras las mujeres
se excusaron ante Vicente de ir, argumentando que no querían ser vistas
tan humildemente vestidas a plena luz del día.
La ceremonia fue breve y sobria, ese había sido el deseo del nuevo
esposo: simpleza y sencillez, tanto en el Civil, la iglesia como en la cena
de la noche.
Beatriz, era la mujer más feliz del mundo, con un saquito azul,
impecable y austero, debajo lucía chaqueta y falda color natural que no
dejaba de marcar su cuerpo justo.
Sonriendo, con lágrimas en sus ojos, se abrazó con Isolina, su
mejor amiga a la que había pedido que fuese su testigo.
Además de la familia de Vicente, estaban los Vázquez con
numerosos amigos.
En la puerta, Vicente se abrazó con Balero, luego les presentó a él y
a Teresa a sus padres y hermanos, a quienes no veía hacía seis meses.
Se apartó con su amigo y la Rulito. Tomándole las solapas a
Balero, le dio un abrazo y agradeció.
_ ¡Qué pinta Tomás… y vos Teresa, estas hermosas!…-Balero lo
interrumpió, dio un paso hacia atrás para que lo pudiera ver mejor.
_ ¡Viste que está lindo el saquito!, claro, pero no le mirés los
codos.- Teresa sonrió y abrazó a su novio, vestida con un sencillo vestido
verde oscuro que como todo lo que vistiese le quedaba muy bien.
El almuerzo sería en lo del Doctor Vázquez, hacia allá se dirigieron
todos.
Esa tarde el conventillo estaba revolucionado: todos iban y venían,
entraban o salían.
158
Angélica, había decidido ser la última en cambiarse, parada en el
centro del patio, con el pucho en la boca, apoyada en el aljibe organizaba
al resto, opinando sobre cómo lucía cada una, o avisando cuántos
estaban esperando en el baño, para ordenar la cola.
En el fondo, habiendo solo una ducha, debían esperar por lo menos
cinco lugares para poder bañarse. Normalmente sólo se duchaban los
domingos. Pero esta gran ocasión lo justificaba sobradamente.
A las ocho era la misa, ellos cada quince minutos miraban la hora
para no retrasarse.
Finalmente concluyeron y se reunieron en la cocina, todos estaban
recién bañados, perfumados; vestidos con sencillez pero buen gusto.
Uno miraba al otro, éste al que tenía al lado, y así se examinaban
para no olvidar ningún detalle.
_Tu boca parece una sandía che, anda a sacate un poco de pinturale
dijo Matilde a Josefa. Y así, unos a otros se aconsejaban.
La última en entrar al comedor fue Angélica.
La anciana lucía un vestido verde musgo, casi nuevo, nunca se lo
habían visto puesto. Asombrados la aplaudieron mientras ella,
haciéndose la artista, dio un giro para que la viesen bien, tocándose su
cabello grisáceo, y preguntando:
_ ¿Qué tal?, ¿cómo estoy?… ¿les gusto?-Rosendo acomodó su
muleta debajo de la axila, tocándose la perilla mientras la miraba de los
pies a la cabeza, le dijo:
_ ¡Qué elegancia, toda una belleza! Sos la mejor de todas, pero
sacate el pucho de la boca que eso no queda bien che, no es fino…
¿viste?-
Estaban a cinco cuadras de la iglesia, irían caminando en grupo,
todos juntos y en la puerta se unirían Evaristo junto a Clotilde, Blanca y
Roque, Elena, la Rulito y su familia.
Los paraguayos ya habían ido a buscar a Amalita, para luego
encontrarse todos en la entrada de la Catedral.
_ ¡Siete y media, vamos, apúrense!- avisó Miguel ayudando a
Rosendo con su muleta.
_Ahhh, sí…y ahora que pienso, ¿yo como voy?- dijo afligida
Calvina.
Todos la miraron preocupados y comprendieron que era cierto, si
caminaba una cuadra moriría fulminada de un infarto; siempre decía que
no podía caminar más de veinte metros sin pararse a descansar. Héctor
calculó que de esa forma llegarían a media noche, si acaso llegaban.
Se creó un silencio duro, buscando cómo solucionar el problema.
De repente don Pedro levantó las manos sonriente.
_Dejá, tengo la solución, nosotros te llevamos con Rosa en la
carreta, total después nos encontramos todos en la esquina, ¿si?-
La capilla estaba ricamente decorada con flores, que más
resaltaban por la gran iluminación.
Una larga alfombra roja se extendía desde la puerta hasta el altar,
solo era colocada en ocasiones especiales.
159
De lado de la derecha estaban los parientes de Beatriz y los amigos
de la familia de la novia, a la izquierda la gente del conventillo, cada diez
segundo un lado miraba al otro, y viceversa.
Algunas señoras de la derecha, se ponían sus gafas para observar
mejor a Filomena y las otras muchachas del cabaret, ellas inmutables por
ser observadas, lucían con orgullo sus amplios escotes y faldas
ajustadas y brillantes.
Monseñor, pálido y ojeroso, dio la breve misa.
Hacía algunas semanas que a causa del insomnio solo dormía no
más de dos horas por día.
Aconsejó a los contrayentes sobre el compromiso del matrimonio,
la moral, honestidad y demás preceptos de la iglesia.
El Obispo, miraba la concurrencia y renovaba sus consejos,
hablando del decoro, de la integridad y decencia para ganar el cielo; en
esa época tan particular.
_Estamos viviendo días difíciles, donde la tentación y el pecado
nos amenazan hora tras hora .No olvidemos nuestro compromiso con el
Evangelio, eso nos hará fuertes para resistir las tentaciones.
La vida nos enseña que las cosas nunca son fáciles, pero el Don de
la magnanimidad del Espíritu nos ayuda a ser pacientes; esa es nuestra
verdadera prueba.-
En el altar, Beatriz al lado de su padre y Vicente de su madre,
escuchaban atentos. A cada instante los novios se miraban sonriendo
felices, enamorados, lo habían conseguido; era un logro inmenso
después de ese primer café en El Griego algunos meses antes.
Finalmente sumarían juntos en todos los proyectos y sueños que ellos
tenían planeado.
Matilde y Angélica, en la primer fila, emocionadas lloraban
abrazadas emitiendo cortos suspiros.
Muchos se conmovieron por las sentidas y claras palabras de
Monseñor, para otros el oficio se hacía interminable y deseban que
concluyese de una vez.
El mismo Antonio, subió al púlpito y leyó algunos pasajes de la
Biblia.
El Obispo, abrevió algunas páginas y bendijo a los cónyuges.
Dando por finalizada la misa.
Rápidamente salieron los inquilinos para caminar hasta la
Sociedad Italiana, a quinientos metros de ahí.
Aunque intentaban disimularlo, todo el inquilinato estaba nervioso
por el acontecimiento que les esperaba; inconscientemente frotaban sus
manos sobre sus vestimentas como si así pareciesen más nuevas y
delicadas.
Don Pedro ayudó a bajar del carro a Calvina, quien lo esperó en la
esquina a que volviese de la Municipalidad, donde unos amigos le
guardarían la carreta en el galpón.
Luego se pusieron en marcha, mientras desde atrás el anciano les
quitaba los restos de mimbre y paja que la joven había juntado en su
voluminosa espalda.
160
Todo se desarrolló con normalidad. La familia Vázquez con
humildad, en todo momento estuvo atenta a que nada le faltase a la gente
del Cabotaje. Esto hizo que todos se sintiesen relativamente cómodos,
aunque la mayoría de los inquilinos tenían una sensación extraña ya que
era un lugar con mucho lujo, según ellos decían.
El grupo de los paraguayos junto a Amalita reían y charlaban como
si estuviesen en su casa; media concurrencia miraba a Amalia. Ahora,
todo el pago confirmaba los rumores que tenía un novio y que “éste era
casi un niño”, dijeron dos señoras que se pusieron los anteojos para no
perderse ningún detalle.
Las chicas del burdel, muy educadas y sociables, charlaron
desprejuiciadas con todos los presentes. Menos con Evaristo al cual su
mujer lo tenía preso a su lado.
Para no perder el tiempo, Josefa y Aurora, muy hábilmente,
acordaron citas con un par de distinguidos señores; cuando sus esposas
se habían ido a admirar la torta de la fiesta.
Angélica iba de acá para allá mostrando su bonito vestido, pero
ahora que no se sentía vigilada se había plantado el pucho en sus labios.
En la mesa principal estaban los recién casados junto a sus
familias y en la cabecera el Obispo. Éste se mantuvo ajeno a las
animadas charlas, estaba más pendiente de que su copa estuviese llena
que de lo que allí se hablaba.
Luego de la cena Eustaquio y Ramón salieron al patio a fumar un
cigarrillo. Adentro, José bailaba feliz con la Doctora Amanda.
Calvina después de comer diversos manjares, algunos totalmente
desconocidos, decidió ir a tomar aire afuera.
Se apoyó en una columna mirando cómo jugaban Fermín, Benito,
Clemente y Honorio tirando petardos y otros cohetes. Al principio sonrió,
pero en un instante comprendió todo y comenzó a temblar furibunda.
Cuando dio dos pasos gritando: “Atorrantes, mocosos malditos…”- pero
no pudo continuar porque cayó desmayada, rodando hacia el jardín. Los
paraguayos de espalda, no se habían percatado hasta que el gran cuerpo
de la joven, girando amorfo, se estrello contra sus tobillos quedando
todos sepultados bajo la pobre mujer. De inmediato se acercó Cirilo,
Miguel y Héctor, que consiguieron liberar a los tres jóvenes en el
momento que Calvina se despertaba.
_ ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?- dijo confundida mientras los
hombres la ayudaban a ponerse de pie. Luego miró el lugar, recordó que
estaba cenado, se disculpó y volvió adentro.
_Gracias, ya estoy bien, un poquito mareada, nada más, ¿será el
vino?, claro, si yo nunca tomo…bueno, los dejo, me voy a comer el
postre, más tarde nos vemos, ¿si?-
Los niños reían a carcajadas escondidos tras una gruesa columna.
Ya a la madrugada, pocos vieron a la doctora Amanda y a José salir
tomados de la mano, muy juntos, y perderse caminando por la calle de la
Paz.
Cuando empezó a clarear por el este la fiesta estaba concluyendo.
Capítulo 34
161
Vicente con su flamante esposa viajaron a Buenos Aires. Esa sería
su luna de miel, como lo habían decidido.
El conventillo siguió con su rutina, hablando durante semanas de la
fabulosa fiesta a la que habían asistido.
Juan y sus amigos, se preparaban ansiosos para hacerse cargo
del campo de Amalita. Además Amalia y su novio tenían que hacer los
aprestos para la futura boda, faltaba poco más de un mes.
Rosendo y Miguel decidieron irse a la isla diez días, querían
prepararse para la caza y pesca del verano, dejando todo listo y
acondicionado en su rancho.
El Conejo Rojo, empezó otra etapa bajo la dirección de Filomena,
trabajando cada día más; rápidamente Carmen, Aurora y Josefa ganaron
experiencia.
Muchos de los más viejos habitantes del conventillo no recordaban
una época mejor a la que estaban viviendo, felices y en paz.
En una semana, seis albañiles concluyeron con las mejoras y
ampliación de los baños; del modo que ahora estaba especificado en el
nuevo contrato conseguido por Vicente.
_Gracias a Dios, el Demonio se ha ido. – decía Angélica convencida,
mirando a sus estampitas y volviendo a prender unas velas.
Todos coincidían con la anciana. Ahora sí, habían desaparecido los
días turbulentos; esos que tanto daño le hicieron.
Núñez ya le había pasado al Juez las causas del robo y posterior
incendio en la casa de Vázquez, y las estafas reiteradas realizadas entre
Cuerda y Mansilla. También envió al juzgado la Beretta M 1915, calibre
7,65 que encontró en el domicilio del contador, aún con el olor de
recientes disparos.
Nicanor Mansilla no pudo explicar qué hizo o dónde estaba las
noches en que se cometieron los crímenes, aunque nunca confesó, el
Comisario daba por seguro que el autor de los homicidios era el
contador.
El abogado del contador poco pudo hacer. Ahora Mansilla tendría
que enfrentar un juicio por estafas reiteradas y por tres asesinatos
calificados. Era seguro que pasase el resto de su vida en la Cárcel.
El Comisario estaba satisfecho y orgulloso por su labor impecable.
Todos los culpables estaban presos. Moyano, Varela, Pancho, Cachilo y
el contador ya estaban pagando sus delitos en el Penal. Pero aún faltaba
la condena de cada juicio.
Hacía más de treinta años conducía la jefatura policial en el Pago y
siempre había resuelto todos los casos que abordó. Esto hacía crecer
sanamente su autoestima. Según él decía, abalado por una inmensa
experiencia, conocía casi todos los secretos del cerebro de los
delincuentes; hasta se podía jactar cuando aseguraba que a los bandidos
él los respiraba de lejos. Por esto le aseguraba al Cabo Rojas, como un
maestro que enseña a sus alumnos.
162
_Rojas, lo que pasa es que vos sos joven, ¡uyyy si tenés que
caminar todavía m`hijo! Pero no te preocupes cabo, con los años verás
que siempre el que las hace las paga. Nadie escapa de la justicia.-
En esos días llegaron seis nuevos inquilinos al Conventillo del
Cabotaje. Eran jóvenes inmigrantes, dos españoles, un polaco, un turco y
dos italianos.
Recién llegados a Buenos Aires en el mismo barco, contactaron
con gente del Pago de los Arroyos y así de inmediato consiguieron
trabajo en el Molino Harinero La Lissa.
Vicente mismo se encargó de confeccionarle los contratos y de
alojarlos en una de las habitaciones más amplias, con seis camas.
Casi de inmediato se integraron con el resto de los inquilinos.
Ahora Angélica tenía un nuevo preferido que era el napolitano recién
llegado.
Rápidamente se adaptaron a las costumbres del conventillo y poco
a poco fueron superando las barreras del idioma. En esta tarea todos lo
ayudaban.
Luego del trabajo, sentados en el patio al atardecer, Matilde,
Héctor, Adela y Ana, enseñaban español a cuatro de los seis nuevos
vecinos.
Desde un costado, en un cómodo sillón reforzado, Calvina observa,
mientras comía maníes que sacaba en una bolsa de papel de diarios
apoyada sobre su falda. Miraba especialmente al alto joven turco, ella
creía que se había enamorado perdidamente de él.
Días atrás, apenas lo vio llegar a la puerta con su modesta valija,
supo que ese sí sería el hombre de su vida, no tenía ninguna duda.
Después de la cena ella y el turco se sentaban afuera, a un costado
de las macetas de jazmines.
Calvina con la excusa de acelerar la enseñanza del idioma,
acaparaba al extranjero del resto del inquilinato y conversaba con
Almaeka hasta pasada la medianoche. Al principio no se entendían
mucho, eran más sonrisas que palabras; él se sentía cada vez más feliz
con su profesora, y ella al poco tiempo olvidó su luto. Ahora su corazón
era de Almaeka. Bastante tiempo después supo que su nombre
significaba: “Ángel” en el idioma árabe. Calvina creía que Dios,
finalmente, le había vuelto a mandar un “Angelito”.
Las primeras luces de la mañana entraron por la ventana
despertando a Balero, quien se desperezó, se sentó en la cama y
comprobó que sería un domingo excelente: decidió ir a su lugar secreto
para pescar un rato.
Después de prepararse y tomar un mate cocido, fue hacia el fondo
a buscar lombrices.
Unos treinta minutos después estaba de vuelta con el paquete de
carnadas y una bolsa de arpillera. Cerró con llave la puerta de su
habitación y corrió la cama un metro hacia un costado.
163
Levantó unas tablas del viejo piso de pinotea, quedando al
descubierto un gran hueco en el rincón. Extrajo unos objetos que guardó
en la bolsa, acomodó el bolso de cuero de carpicho, con una cuerda roja
anudada en sus manijas, en una de las esquinas del agujero, y tapó el
orificio; volviendo a colocar la cama en su lugar.
Media hora más tarde, con su gorra puesta, estaba sentado a orillas
de un recodo del arroyo Yaguarón, debajo de un tupido Paraíso. Aún no
eran las ocho.
Abrió la bolsa, sacó dos pesados ladrillos, tomó la carnada,
encarnó su línea y la arrojó con una boya al agua, luego clavo en la
arcilla de la costa la tacuara que sostenía el cordel de pesca.
Retiró de la bolsa una revista, Caras y Caretas, que empezó a
hojear, de atrás hacia adelante, al principio le faltaban las tres primeras
páginas, pensó un segundo y sonrió. La volvió a meter dentro del saco de
donde extrajo, cubierta por un lienzo negro, una impecable pistola Luger
P08, calibre 7,65 mm; la había comprado el padre en Hamburgo, a
principio de 1900, antes de embarcar buscando el exilio en la Argentina.
Revisó el cargador de 8 disparos, ya había usado tres.
Después de volver a colocar los dos ladrillos dentro de la bolsa,
introdujo en ella la pistola, anudó la punta, se puso de pie y la arrojó con
fuerza al medio del arroyo.
En los troncos del Paraíso vio dos horneros. Uno de ellos, desde
una rama más arriba molestaba al otro para que no entrase en el nido.
Volvió a sonreír, seguramente, como todo cambia, el pájaro que estaba
abajo mañana podría estar en la rama superior y se invertirían las
posiciones. Era la vida, así sucedía con todo. Hasta las caras que usan
caretas algún día quedan descubiertas; destapando las miserias
humanas. Y todo comienza de nuevo, todo vuelve a empezar; nada es
concluyente.
FIN
Marcas
Índice de argentinismos y lunfardo
A – Macana= Mentira
E= esquifuso= malvado, maldito
1 Listo el pollo = tarea concluida.
2 Gurises= chicos
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3 kurepas/Curepas= piel de chancho en guaraní. Termino con que se
llamaban despectivamente a los soldados Argentinos en la guerra de la
triple Alianza.
4 Paraguas= paraguayos
5 Atorrante= haragán
6 Quilombos=líos
7Despelotando= desordenando, alterando
8 Las casas malas= prostíbulos
9 Minas=mujeres
10 Afanar= robar
01: Amasijaron: castigaron, golpearon
02: Gente de Avería: gente de temer.
03:Conchabo: contrato.
11Ranas= astutos, vivarachos
12Dotorcito: forma de llamar al abogado o médico en el arrabal,
cariñosamente o despectivamente.
13 Cana= autoridad, policía
14 Bolazos=mentiras
15 Turro= aprovechador
16 Changas= trabajos irregulares
17 Pendejo=joven
18 Laburando=trabajando
19 Mangos=dinero
20 Bacancito=persona adinerada
21 Cobre=moneda
22 Tirando: esperando, difiriendo
23 Mariposón=marica
24 Escabiado=borracho
25 Guita=dinero
26 Raterito= ladrón de poca monta
27 Julepe=miedo
28 Pucha= exclamación
29 Farabute= farsante
a11: Convento: conventillo
a12:Tordito: Diminutivo de abogado
a13:Chirusa: Mujer, despectivamente.
a14:Sonar: matar.
a15:Tarro:suerte.
a16: Limpio: te mato.
a17: Cayetano: silencio, no hablés.
a18:yuta : policía
a19: Upite; suerte
30 Cobra= le pegan
31 Chamigo=amigo íntimo, voz paraguaya
32 Chanta=farsante
33 Estrolan= pegar
34 Malandra: delincuente.
35 Gil= tonto
36 Engrupir=engañar
37 Pavón zona del Río Paraná
165
38 Bolsa= Pegar hasta lastimar
39 Bocho= inteligente
40 Chamuyar= hablar, convencer
41 Otario= tonto
42 Piola= vivo
43 Mamado= ebrio
44 Relojea= mirar con disimulo
45 Punto= cliente
46 Chirusa= mujer ordinaria
47 Mina= mujer
48 Pescado= despectivo de mujer
49 Hinchapelotas= molesto
50 Fiolo= proxeneta
51 Faca= cuchillo
52 Achuro= destripar
53 Cafisho= proxeneta
54 Rajen= huyan
55 Tramoya= planear
56 Picatela= retirate
57 Gonca= cobarde
58 Pillado= engreído
59 Marchatrás= maricón
60 Piantado= loco
61Agachada= engaño
62 Matufia= trampa, engaño
63 piola= vivó, astuto
64 Biaba= paliza
65 Tongo=mentira
65A Bicicletear= engañar
66 Enquilombarle = ensuciar, confundir
67 Apoliye= sueño
68 Franela=caricias, sexo
69 Boletee= mentir
70 Catingudo= persona de olor fuerte, desagradable
71 Minga= nada
72 Bagayos= bolsos, paquetes.
73 Pican= irse
74Peludo= apodo de Irigoyen
75 yuta= policía
76 Cajetilla= pudiente
77 Cana= policía
78 Quilombo= lío
79 Quemaron= mataron
80 Sábalo= hampón orillero, mal viviente
81 Bardo= llamar la atención
82 Ratero= ladrón
83 Afanar= robar
84 Boludez= tontera
85 Boletearan= mataran
86 Trincar= fornicar
166
87 Despelotes= desmanes, líos
88 Fierros = armas
89 Estofado= negocio
90 Cabarotes= cabaret
91 Remarla= lucharla, pelearla
92 Pituca= fina
93 Reventador= violador de caja de caudales
94 Boleta= muerte
95 Malevo= compadrito, hombre violento
96 Patota= grupo violento
97 Menta= característica, parecido
98 Chotada= maldad
99 Metejoneado= enamorado
100 Buchón= informante, alcahuete
101 Ventudos= adinerados
102 Engrupidos= fanfarrones
103 Petiteros= amanerados, bien vestidos
104 Cascaron= golpearon
105 Piñas = golpes de puño
106 Guardan= esconden
107 Mishiadura= pobreza
108 Tarro= suerte
109 Embroncar= enfurecer, enojar
110 Enchastrar= ensuciar
111 Tirados= pobres
112 Persecuta= vigilancia, control
113 Pica= rabia, enojo
114 Pachanga= fiesta, diversión
115 Arrayar= organizar, preparar
116 Campanear = vigilar
116ª: Pispeando: observar disimuladamente.
117 Gambetearla= esquivar, evitar
118 Junado=conocido, visto
119 Calando= midiendo, viendo
120 Ñandejára tupa= Dios, Divinidad guaraní
121 kuñatai porá= mujer bonita- guaraní
122 Colchonear= dormir
123 Apoliyar= dormir
124 Rajando= corriendo
125 Pesebre= prostíbulo
126 Garquetas= traicioneros
127 Malandrinaje= gente de mal vivir
128 Cocinaron= mataron
129 Mulero= tramposo
130 Mufa= mala suerte
131 Trucha= cara
132 Bufonaso= disparo
133 Perejil= tonta
134 Boletearas= mataras
135 Chambón= tonto, despistado
167
136 Escabió= tomar hasta embriagarse
137 Mamado= borracho
138 Chupo= emborrachar
139 Bacanes= ricos
140 Pispear= espiar
141 Chorear= robar
142 Turros= vagos
143 Pelotudeando= paveando
144 Piantó= irse
145 Cachada= broma
146 Revires= locuras
147 Amasijalo= destruilo
148 Rabona= esconderse, no participar
149 Atorrante= Delincuente
150Fiambre= muerto
151 Copetuda= de la alta sociedad
152 Taita guasu=padre
153 Pelota=destruir
154 limpiaran= mataran
155 Piringundines= prostíbulos
156 Sabalaje= gente pendenciera
157 Mersa= gente vulgar
158 Langa= astuto, vivo
159 Pelotudear= molestar
160 Juná= mirá
161 Revire=locura
162 Bienuda= adinerada
163 Pedalear=dilatar, postergar
164 Capanga= jefe, patrón
165 Empilchar= vestir
166 Bolilla= hacer caso
167 Engualichó= embrujó
168 Cogotuda= mujer adinerada
169 empilchar= bien vestidas
170 Mangrullo= antiguos miradores de los fortines para divisar al indio
171 Fifí = amanerado.
172: Cotorro= Bulín.
173: Cafisho= proxeneta.
Marcelo Castelli
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