El Conventillo del Cabotaje…

El Conventillo del Cabotaje…

Marcelo Castelli

25/04/2020

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El Conventillo del Cabotaje

Una historia… de cien historias

La continúa lucha humana por escapar de la pobreza y la exclusión

A partir de 1860 muchas familias patricias de la Capital vieron un

Fenomenal negocio al remodelar sus antiguas casonas coloniales,

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Construyendo precarias piezas de cuatro metros por costado, sin ningún

Otro miramiento que sacar más provecho al capital empleado. Estos

Cuartos, irían a alojar a la inmigración de ultramar necesitada de un lugar

Donde residir, dormir y pasar sus días.

Los propietarios, con la fortuna que amasaron de ese modo,

Construyeron no menos que fabulosos caserones, esta vez sí lejos del

Pobrerío.

Los conventillos de ese entonces fueron el habitáculo donde se

Hacinaban las misérrimas almas que caerían, por ser pobres, en las

Sucesivas epidemias de cólera, tifus, y la peor de todas: la fiebre amarilla

De 1871.

Desde 1870 a 1914 llegaron a la Argentina más de cuatro millones y

Medio de inmigrantes; principalmente italianos, españoles, franceses,

Polacos, alemanes, rusos y turcos.

Hacia 1890 en Buenos Aires el 53 % de la población era extranjera.

El 27 % vivía en las 150 mil habitaciones de los 2500 conventillos

Existentes en la ciudad; de ellos el 75 % de los habitantes eran

Extranjeros.

Los Conventos, eran inquilinatos, los bautizaron como

Conventillos. Un diminutivo de convento, que ironizaba sobre las

Numerosas celdas en la que se dividía estas lucrativas construcciones.

Para mediados de 1895, en Buenos Aires, ya eran 2.500 los conventillos

Para 150 mil inquilinos.

Alrededor de 1895 la población Argentina era de 4 millones de

Habitantes, era tal la necesidad de albergues que existían algunos con 80

Y más camas en un salón, apiladas unas con otras, como camarotes; ahí

Se pagaba para dormir a tanto las 6 horas. En esto lugares se llegó al

Extremo de disponer de una sola ducha y retrete para 60 personas. Este

Habitar degradado hizo estragos en 1900 con la Peste Bubónica y en 1901

Con la Viruela. Para paliar los problemas sanitarios se dictaron sucesivos

Ordenanzas y reglamentos Municipales, aunque los propietarios siempre

Se resistían a su cumplimiento.

Capitulo 1

El Pago de los Arroyos, recostado sobre el río Paraná y rodeado por tres

Arroyos, era una localidad que iba desarrollándose lentamente y

Adecuándose a la afluencia inmigratoria.

Fue originariamente un poblado fundado hacia 1748, con no más de mil

Habitantes. Para orgullo de sus pobladores pronto fue declarada ciudad

Hacia 1819.

Su superficie ligeramente ondeada, Pampa Ondulada, constituyó un

Excelente lugar para el desarrollo de la agricultura, la ganadería y más

Tarde el comercio. El Pago, situado estratégicamente a 230 kilómetro al

Norte de Buenos Aires, y a 65 kilómetros al sur Del Rosario. Conforme

Crecía el país se fue convirtiendo en punto de unión entre Buenos Aires y

El interior; con los años fue escenario de importantes hechos históricos.

A principios del siglo XIX, 1823, se produce la habilitación del puerto

Comercial; acelerando marcadamente el crecimiento de toda la zona.

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Muchos inmigrantes fueron llegando al Pago, gracias a ellos la zona fue

Prosperando día tras día; haciéndose cada vez más importante. Al poco

Tiempo ya eran uno más del lugar, todos fueron buscando sitios donde

Alojarse. Ya habían decidido que esta sería su nueva patria, pronto en el

El Pago también encontraron sus hogares, sus casas; donde cuidar los

sueños, planes y proyectos, con los que habían llegado para cumplir en

la Argentina.

Veinte años después

En el Pago de los Arroyos estaba por concluir el invierno tan duro

y lluvioso de ese año, 1920.

La Pensión del Cabotaje era un gran caserón colonial construido

en 1885 por el Doctor Antonio Vázquez, conocido escribano y abogado en

el Pago. Quince años después fue remodelada para convertirla en

inquilinato; un excelente negocio.

Estaba situada en la parte baja de la ciudad, muy cerca del río;

entre la calle del Bajo y el Boulevard de la Alameda.

Un alto portón en arco de hierro y madera, era la única entrada

para acceder al inquilinato.

Desde temprano la esquina mostraba gran actividad. Era como la

boca de un gran hormiguero activo, agitado y movedizo.

Los inquilinos, sumergidos en vaya a saber qué pensamientos,

entraban o salían, iniciando un día más en sus vidas.

Al ingresar se entraba al patio, de veinte metros de ancho por unos

treinta de largo. Este espacio estaba alfombrado por grandes mosaicos,

con dibujos geométricos blancos, negros y grises, en su centro se abría

un vistoso aljibe de gruesos ladrillos. En los costados del solar florecían

con fuerza geranios, madreselvas, malvones.

Por medio de una escalera caracol que existía a un costado, se

llegaba al techo del caserón donde una amplia terraza en forma de “U”

servía para airear y secar ropas. También era el escondite preferido de

algunos chicos, donde armaban y fumaban escondidos sus primeros y

prohibidos cigarrillos.

Atrás, se emplazaba la cocina comunitaria, formada por un amplio

salón rectangular, con ventanas al frente y atrás; disponiendo de una

portezuela que comunicaba con el amplio fondo.

Un pasillo, a la derecha, permitía ir a la parte posterior de la casa

sin necesidad de pasar por el salón.

A cada lado del patio, había cinco habitaciones entre floridas

macetas de arcilla cocida. Cada una tenía cubierto su frente por un alero

de chapa pintado de color verde pino.

Estos cuartos se comunicaban con el exterior por sólidas puertas

de pinotea que enmarcaban un largo vidrio, proporcionando buena

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claridad al interior a pesar de que habitualmente estos cristales estaban

sucios.

No había ventanas ni ningún otro tipo de ventilación.

Las paredes altas con los techo de chapa, parecían implorar por ser

blanqueadas, los manchones diseminados de humedad, con sus ojos

descascarados, semejaban llantos cuando las gotas de agua como

lágrimas bajaban hasta el piso. Los cuatro lados estaban adornados con

estampas de vírgenes, de caudillos, imágenes de San Roque y algún

espejo enmohecido.

Disponían de algunos catres o camas turcas, a veces camas

superpuestas; todo dependía del grupo que albergase.

Dentro del escaso mobiliario se veían mesas de pino, sillas de

paja, algunas desvencijadas, un viejo baúl, cajones que hacían las veces

de aparador, alguna máquina de coser, faroles a kerosene, velas de sebo,

aguamanil o palanganeros, escupideras; todo hacinado dejando un

estrecho espacio para circular.

Disponían de un rudimentario calentador a alcohol o aceite que,

cuando era usado, se colocaba en la puerta para que los olores saliesen

al patio; para el invierno contaban con viejos braseros de carbón.

Por detrás de la cocina se continuaba con otros cuarenta metros de

fondo de tierra. Atrás, un gran gallinero cerraba la propiedad.

En el terreno se veían canteros de diferentes verduras.

Plantas de limones, duraznos y naranjas crecían sin ningún orden;

brotando del suelo como generosos milagros. Solitario, a la derecha, se

levantaba un añoso árbol de granadas.

En el costado izquierdo, un largo tendedero multicolor sostenía la

ropa lavada en el día.

Sobre la mitad del tapial, se encontraba el baño comunitario con

un solo retrete. Una endeble puerta de chapa que no llegaba al piso,

facilitaba la ventilación.

El techo del sanitario se extendía cubriendo unos tres metros más,

resguardando una ducha y dos amplios piletones destinados a la limpieza

de las prendas de sus moradores.

En estos albergues familiares los servicios eran compartidos por

todos. Por esto, a la mañana temprano, había largas colas para hacer uso

del excusado o para tomar una ducha fría ya que el calefón, a alcohol,

raramente funcionaba.

Atrás, se abría en la tierra un profundo pozo de donde extraían

agua limpia, clara y fresca, que podía ser consumida sin problema.

En ese entonces la Escribanía Vázquez administraba y regenteaba

la vida de los habitantes de la Pensión Familiar del Cabotaje.

No era nada dificultoso hospedarse en ella. No, no si se tenía el

dinero. No existían contratos de alquiler ni ningún documento establecido

en “papel”. El primer recibo de pago se lo daban a los inquilinos a los

tres meses de haber ingresado.

Capitulo dos

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Poco después de que sonaran las ocho campanadas de la Catedral,

se juntaron en el patio Doña Adela, Ana, Calvina y Matilde, para comenzar

con las tareas cotidianas mientras cebaban los primeros mates de esa

mañana.

Adela, con sus casi cuarenta años era una mujer regordeta y

morena, simpática, locuaz, de ojos oscuros, con una trenza de pelo negro

y grueso que caía sobre su hombro izquierdo. Su cara era bella, con

pómulos salientes y labios carnosos; no disimulaba en nada su sangre

guaraní. Ana, la chilena, de unos cincuenta años, colorada, delgada y

petisa, siempre sonriente e inquieta. En el rostro prematuramente

arrugado se le abrían como tajos sus hermosos ojos verdes. Calvina,

nativa del lugar, no tenía más de treinta años, era una gorda morocha

simpática, de un metro cincuenta y casi ciento veinte kilogramos. Lo que

no le había tocado recibir en belleza lo hizo en cordialidad y calidez. Y la

anciana Matilde, como su esposo, oriunda del Pago de Los Arroyos, de

casi ochenta años, flaca, fibrosa, con una hermosa cabellera totalmente

plateada hasta la mitad de su espalda. Tenía su cara cruzada de arrugas,

con marcas de viejas fatigas, de muchas historias y huecos de olvidos.

Mirándole su rostro se podía leer claramente cada verano o invierno de

su vida, sus alegrías y todas sus penas y dolores.

Las cuatro eran inseparables desde que se conocieron diez años

atrás, cuando acertaron llegar casi al mismo tiempo al Conventillo. Fue

como si hubiesen acordado conocerse ahí, en el mismo momento en que

buscan hospedaje.

Esa mañana habían convenido como primera tarea baldear el patio

trabajando en equipo, quedando excluida Calvina, imposibilitada por su

gordura de hacer más de dos metros seguidos. Ella, desde un costado,

las animaba y cebaba mates. Sus tres amigas no querían volver a verla

rodar por el piso, como sucedió en dos o tres oportunidades en las que

arguyendo que estaba más flaca, tomaba una escoba y dos segundos

después caía al piso como una pesada bolsa de papas.

Adela y Ana con más fuerza y juventud, acarreaban desde el aljibe,

situado en el centro del patio, los pesados baldes de latón y desde atrás

hacia delante iban baldeando el piso sucio de tierra, hojas y algunas

plumas que caían de la terraza, la que era el refugio donde hacían sus

nidos palomas y gorriones; protegidos de los vientos del río que venían

del este.

Unos pasos más adelante, dispuesta con una gran escoba, estaba

Matilde, siendo menos flexible que el acero, trataba de dirigir el agua

hacia el frente buscando la puerta de entrada, pero el líquido arrojado por

sus compañeras volvía pasando entre sus piernas hacía atrás; sucio y

terroso.

La anciana estimó que se debía a un problema en la velocidad de

sus barridos. Sus débiles brazos no conseguían darle el ritmo adecuado,

sus extremidades fibrosas y flacas, parecían quebrarse como un junco en

cada nuevo intento. Calvina, desde un lado no dejaba de alentarla.

Quince minutos después, luego de arrojar unos diez baldes,

comprendieron que estaban haciendo algo mal. O la superficie a limpiar

era muy amplia o el equipo no era tan equipo.

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_Matilde, pará…atendé viejita querida-dijo Adela intentando

coordinar el trabajo-cuando larguemos los baldazos vos los vas

barriendo para el lado de la puerta, porque así “cepillás en seco” y más

mugre hacés… ¿entendés “mamita”?-la viejita la miró impotente, como

pidiendo disculpas con su mirada. Con la mano derecha se quitó de la

cara el pelo blanco tiza que le caía sobre el rostro.

_Ustedes me tiran de a uno…si es de a uno sí voy a poder… vamos

de nuevo, dale… a ver ahora.-respondió Matilde ya recompuesta,

mientras Adela y Ana se miraron sonrientes sabiendo que así avanzarían

como tortugas en el barro.

Después de tres intentos vieron que, pese a sus esfuerzos, la viejita

tambaleaba peligrosamente. Si se caía sus frágiles huesitos se romperían

en astillas, convirtiéndose en cien pedazos diferentes.

Ana detuvo el trabajo y cambiaron el orden. Ahora Adela arrancaba

con el agua y el escobillón desde el fondo. Cinco metros más adelante

Matilde agitada y asustada, con la boca abierta, intentaba llevar hacia el

frente con su barrida la mayor cantidad de líquido posible; unos pasos

en frente suyo, Ana recuperaba con su escoba el resto que se le

escabullía.

Poco a poco se fueron arrimando a la puerta de entrada por donde

empezó a salir el agua sucia bañando la vereda amarilla arena y mojando

los viejos adoquines de la calle.

Eran casi las diez. A esa hora los tres teros ya empezaban a gritar

por el fondo.

_Listo el pollo.1-dijo Ana, tomando con una mano la escoba de

Matilde que pálida y casi ahogada le sonrió.

_Calvina traele una silla a esta vieja y una limonada antes que se

nos muera.-aconsejó Ana, temiendo que la vieja se derrumbase infartada

sobre el piso húmedo. La miró sonriendo, le acarició la cabeza; para

alentarla le dijo que ya le comentaría a su esposo, Don Héctor, lo bien que

había trabajado.

El viejo Héctor era el marido de Matilde, trabajaba de sereno en la

nueva Usina. Ana estaba casada con Pascual, y desde que llegaron de

Chile era maquinista en el ferrocarril; por su parte Adela había venido del

Paraguay junto a Cirilo, su compañero, éste trabajaba en la

Municipalidad.

Calvina, desde siempre novia de Ángel, quien decía ser viajante. Él

era quien se hacía cargo de los gastos de su pareja pero jamás pasó por

la pensión. Ella, una o dos veces por semana, se tomaba el tranvía para ir

a visitarlo a su casa en las afueras del Pago. En esos días estaba

preocupada porque hacía casi un mes que no lo veía. En las últimas

cuatro visitas no lo había encontrado.

Al recibir el vaso, Matilde les sonrió agradecida y se sentó, lívida y

exhausta, sin pronunciar palabras.

Mientras ellas conversaban los hijos de Adela: Fermín y Clara,

junto a los de Ana: Benito, Clemente y Honorio, todos entre ocho y doce

años, jugaban con una pelota de trapo yendo y viniendo por el patio

limpio. La niña de ocho años, ya acostumbrada, era uno más de ellos.

_No m´hijo…por favor no, me van a destrozar las plantas…-gritó

desesperada Adela, que tanto le había costado que esas flores brotasen.

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_Pará Benito, pará querido…mi Dios…vayan a jugar al fondo…

Clarita querida vas a romper la maceta…portate bien mi vida…-

_Por más que les grités te las van a romper todas-dijo Matilde-no

entienden, hasta que no les des una paliza no paran, están mal educados

estos chicos; es por esa junta con los gurises2 del puerto.-

En la puerta del conventillo algunas mujeres del barrio regateaban

precios con vendedores ambulantes que ofrecían verduras, frutas y

panes. El murmullo que ahí se originaba se mezclaba con el del interior

del conventillo en cien voces diferentes.

De una de las habitaciones del lateral izquierdo salió Vicente

Carrare, un joven abogado de casi treinta años recibido hacía poco

tiempo. Impecable, dentro de su único traje gris, llevaba bajo su brazo un

par de expedientes. Era alto, de cabello castaño engominado y peinado

hacia atrás; sus ojos ámbar, sumamente expresivos parecían hablar al

mirar.

De origen humilde, había llegado de la Capital hacía unos diez

meses, cargado de sueños y planes, contratado por su tío, un conocido

abogado local.

Cerró con llave su cuarto, saludó sonriente a las señoras que

charlaban en el centro del patio, y apuró su paso para desaparecer tras la

puerta de calle cruzándose con Filomena que entraba en ese momento al

pensionado luego de su larga noche de trabajo.

Vicente se detuvo un instante para admirar la hermosa joven.

Sacudió su cabeza como para despabilarse, creyendo haber visto un

espejismo, luego continuó su marcha. Ella, de no más de veinte años, de

pelos y ojos negros, tenía los labios como dibujados, sensuales y

gruesos; medianamente alta, con un cuerpo escultural.

Filomena avanzó por el patio moviendo su cadera y haciendo

sonar, a cada paso, los tacos en el piso; con el rostro fatigado, ojerosa,

envuelta en una nube de perfume cansado.

Clemente, el mayor de los chicos, al ver la joven avanzar aferró la

pelota, deteniendo el juego abruptamente. Quedó paralizado, clavado al

piso, con la boca abierta, como gustando un dulce.

Ana, Adela, Calvina y Matilde se codearon entre sí apenas la vieron

entrar. La joven sin inmutarse pasó a un par de metros de ellas,

saludando con un parco “buen día” antes de ingresar a su cuarto y

acostarse a descansar.

Hacía sólo dos meses que había llegado del norte al pensionado,

era una bella criolla pura.

Apenas arribó consiguió trabajo en El Conejo Rojo, un cabaret

frente al Puerto Viejo, donde rápidamente fue la preferida de los hombres

del lugar.

_Es una desfachatada, una sinvergüenza…a mi no me asusta, ¡por

favor…! Pero es por los nenes… ¿vieron…?.-dijo Adela, mientras Calvina,

sentada al lado de Matilde, agregó:

_ ¡Claro, con ese cuerpo cualquiera trabaja en la noche!…Mí Dios.-

y Adela continuó:

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_Seguro que sí, algo hará para tener semejantes pechos. Es una

descarada andar vestida así delante de los chicos…pobrecitos, si son

angelitos inocentes.-dijo Adela, mientras con una mano cubría su nariz

para no respirar esa fragancia barata, y con la otra le pegaba un chirlo en

la nuca a Clemente para que se despabilase.

El niño, obnubilado, hizo poco caso al golpe recibido; escapó

corriendo escondiéndose durante dos horas en algún lugar del fondo,

para soñar tranquilo con la imagen de Filomena.

Desde temprano, como todos los días, estaba Angélica en la cocina

con un pucho armado en la comisura derecha de sus labios, como era

habitual.

Apenas amanecía, sin tener otra cosa que hacer, de su cuarto

pasaba al comedor donde iniciaba su mañana encendiendo el fonógrafo,

buscando los discos de pasta y prendiendo unas leñas en la cocina.

Escuchaba tangos mientras esperaba que se calentase el agua para

tomar unos mates antes de comenzar con sus tareas de limpieza.

Primero era el turno de la vieja cocina económica de hierro fundido,

luego no se detenía hasta que estuviese servido el último plato en la

mesa.

Siempre con la pavita cerca, barría y limpiaba meticulosamente el

salón comedor para después seguir con la gastada vajilla. En las pausas,

echaba unas leñas a la cocina para reavivar el fuego. Ésta en inviernos

servía también como estufa. Decía que era “buena” para aventar los

sabañones, que por ese entonces estaban a la orden del día; mucho más

en lugares donde la sanidad era pobre.

Era una simpática Calabresa que había enviudado muy joven sin

tener hijos, a los pocos meses de haber arribado al país junto a su

marido. Nadie tenía un registro de cuando esto había sucedido.

De baja estatura, gruesa, su pelo grisáceo, lo usaba siempre

recogido detrás de su cabeza. Ésta tenía la forma de una pera, con un

pequeño lunar en la mejilla izquierda. Sus ojos negros brillaban atentos

como buscando algo.

Nadie sabía bien su edad, pero seguro ya había pasado largamente

los setenta. Con otros pocos, fue una de las primeras en llegar a la

pensión hacía más de veinte años. Tal vez por su edad era tomada como

mediadora o jueza de los contubernios y dificultades entre los

inquilinos.

Desde su arribo planchó para “afuera”, yendo a hacer esa tarea a

algunas casas del centro, donde familias pudientes requerían sus

servicios, que después se extendían al resto de todos los quehaceres

domésticos: lavandera, costurera y cocinera. Ahora, a su edad,

continuaba con esas tareas por la tarde.

Algunos decían que el finado de su esposo le había dejado

bastante dinero, aunque sus gastos eran casi nulos, más allá del pago

del alquiler y su parte semanal en la provista de alimentos.

_Hoy Angélica, “le Donne Della Calabria”, prepará un buen

pucherito.-se decía asimismo para reafirmar que ella, y sólo ella, era la

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cocinera y regente en ese lugar. En esa cocina comedor había

establecido una monarquía, donde ella era la reina.

Excelente cocinera, más allá de lo humilde que fuesen las comidas

que preparaba, siempre resultaban exquisitos manjares. Le ponía magia a

su preparación, aunque sólo fuese un huevo duro; nunca dejaba que

nadie conociese al detalle de la secreta alquimia de sus recetas.

Muy frecuentemente se la encontraba hablando sola en

entretenidos y curiosos diálogos.

_ ¿Y qué querés…? Si no charlo me aburro-les respondía a los que

le preguntaban por sus conversaciones solitarias.

Sobre la mesa tenía una dura galleta marinera que iba comiendo

despacito, con la velocidad que le permitían sus únicos cuatro dientes en

esa boca casi desierta.

_Bueno Angélica, viejita vaga… ¿empezamos con el puchero…?…

dale, vamos, primero necesitamos las verduras-se decía levantándose de

la mesa y dirigiéndose hacia los canteros del fondo. Diez minutos

después ya estaba de vuelta con una canasta que contenía papas,

camotes, cebollas, puerro, ajos y algunas zanahorias recién sacadas de la

tierra.

_ A ver, Angélica decime, ¿las pelás vos o yo…?…dejá, lo haré yose

dijo continuando con ese raro ejercicio de auto conversación.

Puso a hervir agua en una gran olla de hierro, seguidamente se

sentó junto a un balde para pelar las verduras. Ahora en silencio,

escuchando el fonógrafo donde se oía cantar a Gardel: “Pobre mi madre

querida”. Angélica lagrimeaba, por la cebolla o por el tango, sumergida

en quién sabe qué pensamiento.

Cuando las verduras estaban tapadas por el agua hirviendo,

cortaba unos trozos de carne seca y algunos chorizos que pendían de un

alambre del techo. Luego llevó hasta la ventana el trozo que restaba de la

galleta, así también comían los gorriones.

Después limpió la mesa y se puso a amasar para hacer unos panes.

Ya empezaba a sentir que el patio se animaba entre charlas, barullos y

gritos. Ahí se mezclaban el bullicio de tantas personas, las risas, las

exageraciones, otros idiomas; la cuchilla resonando en la tabla de picar.

Eran las once, para esa hora el conventillo mostraba todos sus

colores, olores y sonidos.

Muchos de los inquilinos regresaban de sus trabajos iniciados

desde muy temprano. Ahora se oían más de diez voces hablando todas

a la vez. Esa apretada convivencia hacia que cada uno conociese la vida

del otro al detalle.

El viejo Héctor, Cirilo y Pascual, los tres recién llegados, charlaban

alegremente en el zaguán. Más adentro, cubiertos con polvo del puerto,

cuatro paraguayos bromeaban a pasos de donde conversaban Matilde,

Ana, Calvina y Adela.

De alrededor de treinta años, Juan, Ramón, José y Eustaquio;

parecían hermanos, morochos, de piernas delgadas y gran tórax.

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Desde su llegada al Pago, hacía tres años, habitaban un cuarto de

la pensión. Trabajaban como estibadores portuarios, sus jornadas se

iniciaban a las cuatro de la madrugada. Una hora después comenzaban a

hombrear bolsas de cereales en el Puerto Nuevo.

De todos, eran los paraguayos los más reservados con el resto.

No olvidaban los cuentos de sus padres cuando contaban sobre la

maldita guerra del 65: una cobarde traición, en donde los kurepas3,

brasileros y uruguayos, habían comenzado a destruir su pueblo; en esos

días que para muchos el sol nunca brilló.

Los del zaguán se arrimaron a los Paraguas4, como le decían a los

cuatro estibadores.

La charla continuó entre risas y bromas. El viejo Héctor quedó con

Juan y Eustaquio, contándole alguna de sus viejas historias, el resto fue

hacia el fondo a lavarse y refrescarse un poco. Cirilo y Pascual se

detuvieron unos minutos para saludar a sus mujeres, Adela y Ana,

mientras José y Ramón se pararon en la puerta de la cocina para saludar

a Angélica.

_Buen día Doña Angélica, ¿qué está haciendo de rico?-preguntó

José que sentía dolor en su vientre del hambre que tenía. No probaba un

bocado desde la noche anterior, cuando en su cuarto se calentó un mate

cocido y comió algunos bizcochos grasientos.

Angélica, mirándolos fijos le sonrió con su pucho en la boca, pero

fue breve, necesitaba aceite y tenía que colarlo; hacía más de tres meses

que usaba el mismo de la lata comprada en la provista de mayo; jamás

tiraba la comida ya que para ella eso era un gran pecado.

_Buen día m´hijo, para hoy hay un puchero con una sopita de fideo

y verduras…pero bueno, vamos,” vía… vía” así yo termino.-

José y Ramón se miraron sonrientes y siguieron hacia el fondo a

lavarse; estaban roñosos y polvorientos, tenían que limpiarse un poco si

a la tarde salían a buscar algún trabajo extra.

Los gritos del fondo alertaron a las mujeres, pero la vieja Matilde

las tranquilizó:

_Dejá…son los chicos cascoteando a los perros…cuando empiezan

no terminan estos mocosos, pero “bue”…así es la vida; los teros comen

a los bichos, los perros corren a los teros…y los pibes joden a los

perros…-

Capitulo 3

Héctor Acuña seguía con sus cuentos cuando se detuvo al ver Al

Gordo Cuerda, el encargado del conventillo, entrando por el zaguán.

Bajando la voz les guiñó el ojo a Juan y Eustaquio, y moviendo la cabeza

hacia un lado, como indicando, les dijo:

_Ojo, shhh, ahí viene el alcahuete del Doctor Vázquez…andá a

saber qué anda buscando el”Picado” si hoy recién estamos a mitad de

mes, faltan quince días para el alquiler.-así hablaba él del encargado, al

que consideraba su enemigo desde que llegó hacía veinte años.

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El gordo Rogelio Cuerda, desde que los Vázquez iniciaron su

negocio del conventillo, era su fiel y obsecuente encargado, vigilante de

todo lo que ahí ocurría. Un soltero eterno de unos sesenta años, petiso,

de un metro cincuenta, redondo, con una cabeza inmensa como un melón

y el cuello grueso como una bufanda de carne. Su cara parecía la de un

sabueso guardián “Picado” por la viruela; sus ojos saltones con mirada

inquisidora, cubiertos por unos pequeños anteojos de metal, semejaban

los de un búho al acecho. Dirigiéndose a nadie en particular dijo:

_Ando buscando a Balero Flores, al compadrito… ¿Dónde está ese

atorrante5…?-

Héctor, quien tampoco tenía simpatía con el joven porque desde

que había llegado, hacía dos años, traía problemas y líos para el resto del

Conventillo, le respondió:

_Mire Cuerda, ese mocoso desde que llegó anda haciendo bodrios,

despelotando7 todo. Mientras nosotros nos deslomamos laburando todo

el día… hace como tres días que no lo veo. Andará por “las casas

malas8”, de minas9…o a lo mejor se lo adoptó alguna puta de El Conejo

Rojo…si lo único que sabe hacer es eso, o afanar10 lo que encuentra…acá

no podemos dejar ni una moneda porque él se lo roba todo…-pero

Cuerda no quería perder el tiempo y lo interrumpió.

_Sí, eso ya lo sé, le pido que le diga, si lo ve, que vaya para lo del

Doctor Vázquez; nos anda debiendo un meses de alquiler, y lo que va de

éste…que no se haga el burro porque lo echaré a patadas de acá.

Después están los otros, Rocamora, Ferreira y Bonaventura, lo de

ellos es mucho más grave, nos deben más de tres meses. Me parece que

el Juez de Paz les hará una visita… ¡con las fuerzas públicas!… para que

se manden a mudar de acá, ¡parece mentira, se hacen los ranas11

pensando que no los vamos a desalojar!…ya los buscaré en su trabajo.-

dijo el Gordo Cuerda al irse enojado mientras se cruzaba, en la puerta,

con Vicente Carrare que entraba en ese momento. Mientras esto sucedía,

Balero espiaba todo fumando escondido en la terraza.

Balero, Tomas Flores, de oficio albañil, era nacido en el Pago de los

Arroyos; luego que murió su madre, viuda de un alemán, buscó un lugar

en el conventillo allá por el 1918.

Algo exaltado e impulsivo, lo apodaban “Balero” por la forma de

su cabeza, muy grande para su cuerpo, y por las insólitas ideas que solía

tener. De unos veinte años, era un joven atractivo, rubio con rulos, flaco y

cara de vago; no parecía tan malo como decían algunos.

Desde su escondite, cuando vio que ya no había peligro, bajó

tranquilo por la escalera, como si nada se hubiese dicho en ese patio.

Todos lo miraron, pero él ni se inmutó. Pasó caminado al lado de Vicente

al que saludó.

_Hola Dotorcito12, ¿cómo andás…?.-desde un costado Don Héctor

le dijo.- _Ahí te está buscando la cana13, vino el Gordo “Picado”…dice que

vayas a pagar, que no te hagas el pavo…mirá que ese chismoso es medio

loco.-fue interrumpido por Angélica que desde la cocina gritó:

_ A ver si se dejan de hablar y vienen a comer, después no se

enojen si comen frío.

12

En ese momento salía de su cuarto Filomena, aún media dormida,

con una toalla en su mano, iba hasta el fondo a lavarse un poco antes de

almorzar. Bajo su alero estaba parado Balero charlando con Vicente, éste

la miró por un instante, ella le sonrió y continuó su marcha.

Don Pedro y Doña Rosa cruzaron el zaguán, con sus bártulos en

las manos, los dos de más de setenta años, eran mimbreros, aunque

Rosa según la estación también era florista. Desde que amanecía

empezaban a recorrer la ciudad y la zona de quintas con su carretón

cargado de cesterías; detrás del percherón de tiro. De regreso dejaba la

carreta y el animal en un corral cerca del puerto.

Habían llegado de Piamonte por el 900, y rápidamente se

aclimataron a la vida en su nueva ciudad, gustaban del Pago y de su

gente.

Canosos, de baja estatura, con sus ojos claros, azul intensos; una

seña clara de que eran del norte de Italia.

Callados y muy respetuosos, saludaron tímidamente y siguieron

hacia el fondo. Tras ellos llegaron los dos viejos pescadores, Rosendo y

Miguel, oriundos del lugar. Hacía más de cincuenta años que desde antes

que amaneciese recorrían los riachos entre las islas y el río, buscando

buena pesca que después vendían en un puesto que montaban en la

costanera con una tabla y dos caballetes; ambos con la piel tan

bronceada y curtida que ya nunca más se les aclararía.

La cocina parecía el comedor de un cuartel: había no menos de

dieciocho adultos y los hijos de Ana y Adela. Después seguía la otra

tanda, “los de la tarde” como les decían; eran tres familias: los Ferreira,

Rocamora, Bonaventura, que junto a sus críos llegaban después de las

dos.

Angélica siempre cocinaba para un ejército. Era costumbre en el

conventillo un buen almuerzo, ya que a la noche cada uno picaba algo en

sus cuartos: unos trozos de pan, salamines, algo de queso, con unos

mates o un cocido. El magro presupuesto de sus habitantes no daba para

más.

Doña Angélica nunca se sentaba, servía y controlaba. De espalda a

la cocina, mirando la mesa con su pucho apagado en los labios, dirigía

todo.

El lugar era grande, pero eran tantos que estaban como

apichonados, cada uno en su lugar habitual.

De la olla salía un aroma exquisito que parecía drogarlos. La

mayoría no había probado bocado desde la noche anterior, salvo algún

pedazo de pan o bizcocho al amanecer.

Durante la sopa nadie emitió sonido, no querían ni por un segundo

dejar de gustar de ese caldo caliente, delicioso, con gusto a carne,

verduras, aceite y los condimentos justos. Con una mano dirigían la

cuchara, con la otra ensopaban el pan recién salido del horno. Cada vez

que se vaciaba la jarra, Clemente, uno de los niños, se encargaba de

buscar la damajuana del rincón, para recargar el recipiente con ese vino

rojo espumoso.

13

Lo único que se oía era el fonógrafo y el raspado de las cucharas,

como buscando en el fondo del plato encontrar otro más. La panera ya se

había vaciado tres veces.

_ ¿Sabe qué, doña Angélica…?…otro platito me haría de bien…

¿puedo…?-dijo Balero que inmediatamente fue interrumpido por la

Calabresa.

_Callate y comé lo que tenés…si te doy más no queda para los de

la tarde…ya te voy a dar puchero… ¿qué tenés en esa panza?, siempre

andás con hambre.-ahora la interrumpió Balero.

_Sabe lo que pasa Doña, es que estoy creciendo y trabajo mucho.-

de la otra punta de la mesa Héctor le gritó.

_A ver mocoso si te callás y comés, no digas bolazos14.-

Vicente se rió, mirando a Filomena que también sonreía y le dijo:

_Dejate de joder Balero que vos ni trabajás…ni crecés.-

En ese momento le fueron pasando los platos vacíos a Angélica,

que luego de apilarlos en la mesada sirvió la fuente con el puchero. Ahí

empezó como un cotorrerío en la mesa. Adela, Ana y Vicente comenzaron

a hablar, lo mismo sucedía en el extremo de los paraguayos. Todos

elogiaban la mano maestra de Angélica para la comida. En cinco minutos,

del puchero no quedó más que lo que Angélica apartó para los

comensales de las dos. Eustaquio movió la silla para acomodarse y sin

querer, por la falta de espacio, pellizcó la pierna de Balero que gritó como

un cordero degollado, mientras el paraguayo se disculpaba.

_ ¿Che qué hacés Paragua turro15…la puta que te…-

_ ¡Mocoso callate!-gritó Angélica-te pego un sopapo en la jeta si

decís malas palabras; están los nenes y estamos comiendo… mal

educado.-pero él, como si nada hubiese ocurrido, cambiando de tema,

mirando a Vicente le dijo:

_Dotorcito, ¿querés que a la tardecita vayamos acá enfrente, al

Faro y hacemos unos billares…?-

Vicente en ese momento estaba hablando con Rosendo, lo miró y le

dijo que si volvía temprano del estudio irían. Balero no dijo nada, solo

sonrió dando dos palmadas en el aire, como una recompensa gratis. Y

olvidándose del incidente de la silla, se puso a charlar con Eustaquio, que

al principio lo miraba con desconfianza. “Este pibe es loco y capaz de

cualquier cosa”.-pensó mientras siguieron conversando tranquilamente

de fútbol. El resto de los comensales hablaban los más variados temas: la

marcha del gobierno de Irigoyen, el costo del mimbre, la escasez del

sábalo en el río, la pronta inauguración del cine local.

Eran varios mundos en ese pequeño mundo en común para todos:

el del conventillo del Cabotaje.

Poco a poco el comedor se fue vaciando, y cada uno volvió a sus

actividades.

Estaba oscureciendo cuando Vicente salió del estudio; el cielo

color plomo advertía lluvias seguras para esa noche.

Hacía un par de meses que trabajaba de lunes a lunes, cada día

tenía más clientes. Meses atrás habían llegado a su escritorio

14

renombrados casos judiciales del Pago. Él, con conocimientos, tesón y

mucha garra, los terminó resolviendo de manera impecable y en un

tiempo muy breve. El resto fue el comentario de boca en boca, su

nombre se hizo conocido en el ámbito de la justicia del Pago; de ahí en

más sus clientes crecían día tras día.

Cruzó la plaza donde los que aún andaban apuraban su paso para

volver a sus hogares. Eran sólo cinco cuadras hasta el inquilinato, dobló

en la esquina y continuó caminando por la Calle del Bajo.

Balero, sentado en uno de los tres escalones por los que se

accedía a la puerta del conventillo, miraba embobado hacia el frente,

donde en el almacén de Elena una de sus jóvenes hijas, estaba entrando

los pequeños carteles de ofertas. Mirándola fijo le guiñó un ojo; Teresa

sonriendo entró la última pizarra, en ese momento llegaba Vicente.

Juntos cruzaron la ochava entrando en el bar el Faro, donde

quedaban pocos parroquianos bebiendo una copa. Algunos sentados en

toscos taburetes en el fondo, frente a la gastada barra de madera y

estaño. Sobre ésta, había una caramelera de grueso vidrio en uno de sus

lados; donde se mezclaban algunos dulces de anís y de eucaliptos.

Detrás estaba Don Roque, el cantinero que con un cigarrillo en su boca

iba despachando lo que le pedían, mientras discutía con Don Braulio por

el precio de los salamines, mortadela y morcilla o algún otro fiambre que

le traía de su chacra.

En el aire de la fonda, entre el humo de los cigarros, se mezclaban

cientos de olores.

Bajo una luz mortecina se podía ver el piso mugriento, con

cáscaras de maní donde se mirase sobre las baldosas blancas y negras.

Era un lugar pequeño, cortado en la mitad por dos mesas de billar.

De techo de cinc, con telarañas en sus ángulos, no disponía de más de

una docena de mesas. Ellos eligieron la suya cerca de la puerta de

entrada. Al minuto estaba ahí Don Roque preguntando qué les servía,

mientras con un trapo sucio en su mano iba quitando las migas que

había sobre el mantel. El hombre, de unos sesenta años, de grueso bigote

amarillento, gordo, alto y calvo, estaba bañado en sudor. Vestía una

camisa de color indefinido por las miles de manchas que se estampaban

en ella; anudado a su cintura tenía un delantal todo salpicado en grasa.

_Dotorcito, ¿me acompañás con una grapita…?-preguntó Balero

mientras encendía un armado que ya tenía preparado en su mano.

_Dale nomás.-respondió Vicente, que seguía con su vista una

partida de cartas que se jugaba en la mesa vecina. De inmediato el

cantinero dejó sobre la mesa el pedido y se sentó al lado reemplazando a

uno de los jugadores. Ahora estaba Blanca, su esposa, detrás de la barra.

Desde afuera entraban fuertes risas y voces roncas, eran unos

pescadores conversando y bromeando, mientras que arreglaban sus

mallones y espineles, bajo la pobre luz de un farol a querosene. El más

anciano estaba en silencio, con un pucho apagado en su boca,

concluyendo su tarea; miró al resto y dijo:

1. _ Vamos turritos, dejen de gilear che, en una hora salimos

para Las Aguas Negras.-todos sonrieron cuando el viejo

pescador les pidió que se apurasen.

15

Mientras Vicente observaba el líquido ámbar claro de su copa,

Balero estaba pidiendo otra y con sus manos iba armando otro cigarro.

_Así que andas con problemas de plata.-le dijo el abogado.

_ Y… no está fácil la cosa… viste…yo hago changas16 de albañil, y

no saco mucho con eso. A un mayor le pagan 4 pesos el día, a mí, por ser

pendejo17, como dicen, no más que 1,50. Dotorcito, imaginate que

laburando18 25 días por mes no llego a los 40 mangos19…y de ahí 25 son

para el alquiler, más de la mitad…por eso me atrasé esta vuelta.-hizo una

pausa para terminar su segunda copa, le mostró a Blanca que tenía su

vaso vacío, y continuó.

_Pero vos sí que la tenés fácil, un bacancito20… sos Doctor…

¿quién te puede hacer algo…?.-sonriendo Vicente lo interrumpió.-

_No te creas Balero, allá en Buenos aires trabajé en el correo para

poder estudiar. No pienses que eso me dejaba mucho tiempo para mí. O

estaba completando planillas o pegando estampillas, y sino con los

libros. Esos eran mis días. No, ¡qué va a ser fácil!…-se quedaron callados

bebiendo, cada uno recordando sus cosas. Vicente, volvió a hablar, como

pensando en voz alta.

_Y después me tuve que venir; mis viejos no tenían un cobre21, con

otros tres hijos que aún no han pasado los 15 años.

¿A qué me iba a quedar…? Allá son cientos los abogados que se

sacan los ojos por ser empleados roñosos de algún estudio más o menos

importante.

Cuando hablé con mi tío me contó que acá había oportunidades, no

lo pensé mucho, hice las valijas, tomé un tren en Retiro y terminé en El

Pago de los Arroyos, alojado en el conventillo.-Balero con sus ojos ya

rojos, armando otro cigarro lo escuchaba atentamente.

Desde que se cruzaron ese primer día en el patio de la pensión

simpatizaron entre sí. Vicente jamás quiso escuchar los mil delitos que se

le atribuían, pero tampoco le daba la edad para delinquir tanto como

decían._

Yo no-dijo Balero-no pude seguir estudiando, pero ojo que leo

bien y sé algo de matemáticas, bueno…para no macanear A, con las

divisiones me confundo un poco…Dotorcito, mi viejo murió cuando yo

era muy chico, aún no tenía un año, no me acuerdo de él; apenas llegó de

Alemania, en 1900, se conocieron con mi vieja y se casaron; ella era

criolla, yo uso su apellido: “Flores”, porque es más sencillo;…Krausht es

muy difícil.

Desde los diez que ando entre la cal y ladrillos como peón de

albañil. Ahora estoy haciendo algunas changas: palear escombros, o a

veces lo ayudo al italiano Don Tito en su carbonería; pero nada fijo…

¿viste? Hoy el conchabo03 no es fácil… ¿qué voy a hacer? así voy

tirando22 hermano. -hizo una pausa, termino su quinto vaso y siguió.

Hace tres años se murió mi mamá, no tengo ni hermanos ni

parientes acá, así que si me quieren conchabar ahí estoy, solito, siempre

listo.-para ese entonces ya arrastraba las palabras, y cuando quiso pedir

una copa más Vicente lo detuvo.

_No Balero, falta poco para las once, es tarde.

16

Mañana hablaré con mi tío, tal vez necesite un pibe para hacer

algunos mandos, ya veremos.-para no trabarse en la respuesta, Balero le

dio una palmada en el hombro mientras Vicente pagaba.

Con la charla se habían olvidado del jugar al billar.

_Habías sido un buen tipo Dotorcito, ¿por qué nos demoramos

tanto en hacernos amigos?-Vicente le sonrió y juntos cruzaron la calle.

Esa noche fue la primera vez, desde que se conocían, que

charlaron temas íntimos.

En una muestra de afecto, el joven abogado intentó palmear la

espada de Balero, éste asustado dio un paso al costado.

_ ¡No Dotorcito!, ni se te ocurra tocarme, me duele todo el cuerpo.

Hace dos días me hice un tatuaje grande, ahora hasta los pelos me

arden che…ojo, no vas a pensar que soy un mariposón23, no, me duele en

serio hermano.-Vicente lo miró sonriente, comprendiéndolo.

Luego se saludaron en el patio del conventillo; había empezado a

lloviznar. Vicente fue hacia su cuarto, aún debía leer unos escritos para el

otro día.

Balero continuó hasta la cocina donde Rosendo y Miguel tomaban

un tinto. Cuando entró los viejos pescadores lo vieron colorado, con sus

ojos rojos y pasos vacilantes.

_Mi amigo, estás medio escabiado24, parece que te has tomado

todo, hasta “la molestia”.-le dijo Miguel bromeando, aunque ellos

tampoco estaban tan frescos.- tomá, tomate un vinito, con esto te

recomponés enseguida. Balero siguió el consejo de los mayores y

continuó tomando vino.

Una hora después sus compañeros se habían ido a dormir, debían

madrugar para iniciar su jornada de pesca en las islas. Balero apagó la

luz, cerró la puerta y por el pasillo se fue al baño. Estaba lloviendo

intensamente.

Al volver sintió ruidos, iba por la mitad del fondo cuando recibió el

primer golpe en la cara, cayendo sentado sobre un cantero. Mareado y

aturdido vio dos hombres grandotes frente a sí, más atrás, bajo la planta

de granadas, creyó distinguir la figura del Gordo Cuerda. Se levantó pero

de inmediato volvieron a golpearlo en la cabeza y sobre el vientre. Él

intentó defenderse cubriéndose el rostro con sus manos pero de nada

sirvió; sintió unos rebencazos en su espalda que lo hicieron arquear, y

así, a los golpes lo llevaron hasta el patio, mientras le decían una y otra

vez:

_No vas a joder más pendejo de mierda…con la guita25 no se jode,

lo vas a aprender raterito26…-fue lo último que escucho antes de caer

desvanecido, boca arriba, frente a la primer habitación del patio.

Su cara estaba bastante lastimada, con los labios sangrantes y los

ojos hinchados con grandes hematomas.

Por el frente, tres sombras escapaban presurosas.

Vicente se despertó con los ruidos, y al asomarse por su puerta vio

del otro lado un cuerpo tendido bajo la lluvia. Se acercó rápidamente

comprobando que era Balero. Al minuto todos los inquilinos estaban en

el patio. Vicente desesperado, pidió a Eustaquio y Ramón que corriesen

al hospital a buscar a la Doctora. Mientras ellos salieron a la carrera,

17

Matilde apartó a Vicente para cubrir al herido con una manta y llevarlo al

cuarto de al lado.

Vicente corrió hasta el fondo, al no ver nada raro volvió apresurado

hasta la puerta de entrada. A unos cincuenta metros le pareció ver

arrancar un Ford, tal vez un 19, pero poco se veía por la intensa lluvia.

Apenas lo pusieron en la cama Balero despertó.

Al ver tanta gente con sus caras compungidas y recordar la feroz

golpiza, creyó que había muerto y ahora lo estaban velando. En ese

momento sintió dolores en todo su cuerpo, como si una locomotora le

hubiese pasado por encima.

Asustado, medio ebrio, miró de un lado a otro la multitud que

ocupaba el pequeño cuarto. Con su boca sangrante e hinchada, dijo:

_Fue el Gordo “Picado” con dos matones, me cagaron a palos…les

juro que no tuve julepe27, no me ablandé; pero no pude con todos.-

Al verlo consciente y hablando todos empezaron a opinar sobre

qué debían hacer con él para aliviarlo. Porque pensaban que, si bien ese

chico era un vago haragán, no dejaba de ser uno más de ellos, de la

familia del Conventillo. Y si no se cuidaban entre ellos, ¿quién lo haría?

Don Miguel, mirando el estado en el que habían dejado al pibe

pensó-“Pucha28 que le han dado fuerte, pero vamos a cuidarlo entre

todos…porque más allá de la puerta los único que se rascan para afuera

son los perros.” –

_ ¡El Gordo Cuerda!, ese es un farabute29 y pendenciero. Casi te

amasijaron01, ojo que esa es gente de avería02.-sentenció Rosendo.-

_Vamos a darle un té de manzanilla.-propuso Adela, pero de

inmediato la interrumpió Ana.

_No, no, con semejantes golpes eso no le hará nada, hay que

frotarle carne fresca en los chichones de la cabeza, parecen huevos.-con

más experiencia la vieja Matilde sugirió hacerle cataplasmas con aceite y

cebollas.-en ese momento entró Filomena trayendo una palangana con

agua y unas toallas para limpiarle la cara. Mientras tanto Vicente se sentó

en el borde de la cama tomándole la mano. En ese instante la puerta se

abrió y entró la Doctora con los dos paraguayos tras de sí.

_Tuvimos suerte de encontrarla Amanda.-dijo Don Pedro tomando

la mano de Doña Rosa que como siempre estaba a su lado.

La médica lo revisó en silencio y comprobó que no tenía ningún

daño severo. Era sí, una terrible paliza.

Le limpió la cara con gasas humedecidas, y después sacó de su

maletín un pequeño frasco con yodo para aplicarle en las excoriaciones.

Con un algodón y cuidado maternal fue limpiando cada raspón que el

joven tenía en su rostro. Luego le puso una toalla mojada en su nuca y le

aplicó con sumo cuidado un ungüento sobre sus ojos. Balero con

pánico, la miraba inmóvil. Ella sonriente, acariciándole la frente le dijo:

_Tranquilizate, vas a andar bien, sólo tendrás que aguantar el dolor.

Cualquier dificultad te llegás al hospital, toda esta semana estoy de

guardia, sucede que hay muy pocos médicos disponibles.-

Al sentir esto, los inquilinos aplaudieron felices.

_Pucha qué es cierto:”yerba mala nunca muere”-dijo bromeando

Pascual.

18

Todos querían agradecer el gesto de la profesional. Ella, solidaria

siempre había estado en las ocasiones que se la necesitó. Ni allí ni en el

Asilo y Hospital Santa Rita, aceptó jamás un centavo por sus servicios.

La Doctora Valente oriunda del Pago, de casi treinta años, era una

mujer bella, con buena figura, alta, de cabello castaño oscuro, recogidos

tras su nuca, sus hermosos ojos color avellana brillaban en su cara; su

rostro se llenaba de gracia al sonreír, con dos pequeños hoyitos que se

formaban cada lado de sus mejillas. Muchos se preguntaban por qué,

siendo como era, aún no se había casado. Era una de las pocas mujeres

médico del Pago.

Amanda cerró su maletín, saludando a todos antes de irse.

_Bueno, vamos saliendo así este pibe descansa.-dijo Vicente

mientras Doña Rosa cubría a Balero con una frazada.

Cuando iba saliendo de la pieza, Balero llamó a Vicente, quien giró

para escucharlo.

_Che Dotorcito, gracias…gracias amigo.-

Capitulo 4

Eran las dos de la mañana y en la cocina estaban hablando algunos

de los hombres del conventillo, mientras Doña Angélica los acompañaba

cebando unos mates y preparando la masa para hacer unas tortas fritas;

con esa lluvia afuera estaba especial para comerlas.

_Esto no es cosa del Doctor Vazquez, no, ¡qué va a ser!…no, este

ha sido el alcahuete de Cuerda con algún otro matón. Con esta, van tres

veces que este pibe cobra30-dijo Héctor deteniéndose para seguir con la

ronda de mates. Luego continuó.

_Vázquez no necesita hacer estas cosas, ya mucho trabajo tiene

ahí en la Escribanía. Es dueño de pilas de casas en alquiler, además del

campo. El encargado es el Gordo Cuerda, un chupamedias que se

encarga de todo y gana un porcentaje por pesos cobrados. Es un buitre.

Por eso también está enfurecido con Ferreira, Rocamora y Bonaventura;

pero éstos la tienen más difícil, ya va para tres meses que no pagan.-

Los tres inquilinos a los que hacía referencia Héctor trabajaban en

la Fábrica de tejidos e Hilados las Mellizas. Esta empresa estaba a punto

de quebrar y pagaba a sus operarios sólo medio jornal; sin posibilidades

de hacer horas extras. Con ese dinero poco se podía hacer.

José, con el mate en su mano agregó:

_ Chamigo31, es un cabrón, no perdona una, o pagás o te prepotea

de mala manera, siempre que me cruzo con él le pido a la Virgencita de

Itatí que lo pise un tranvía.-Héctor sonriendo le dijo que sí, que era cierto,

y continuó.

_Me acuerdo que hace unos cinco años vivían acá tres italianos

mañosos para sacarles una moneda, siempre se atrasaban con el alquiler.

Pero les duró poco, una noche que pescaban en el muelle, el gordo con

otros compadritos los agarraron de atrás y los molieron a palos, si hasta

uno cayó al río y casi se ahoga. Al otro día hicieron sus valijas y se

mandaron a mudar en tren para la Capital. Vieras como habían quedado,

si les pegaron hasta en las uñas.- Vicente atento a todo lo que decía, lo

interrumpió.

19

_ ¿Y ustedes no hicieron nada…no fueron a hablar con el doctor

Vázquez?, porque entonces….- pero Héctor no lo dejó terminar y,

mirándolo como un padre que le explica a un hijo que aún no sabe nada

de la vida, le dijo:

_No m´hijo, no, ¿qué íbamos a hacer? Acordate lo que les pasó el

año pasado en Buenos Aires… a los que intentaron protestar los

masacraron. Y eso que allá eran muchos. Acá somos cinco o seis gatos

locos.

Ellos tienen plata, son los que mandan. Si uno llegaba a abrir la

boca también cobraba. Y ese es el negocio de este chanta32, o le pagás o

te estrola33, siempre ayudado de sus malandras34 porque es un cobarde; a

él no le convienen los que no pagan, no cobra comisión. Entonces

prefiere que se vayan y que venga un nuevo gil35. No m´hijo, no, vos sos

nuevo pero andá sabiendo que al Gordo Cuerda no es fácil engrupirlo36,

son pocos los que lo engañan.-desde la cabecera Pascual agregó:

_Mirá, imaginate que yo desde que llegué jamás me demoré un día

en el pago, pero cada vez que me cruzo con él me recuerda que no hay

que atrasarse.-mientras decía esto Angélica empezó a sacar las tortas

fritas recién hechas de la olla de grasa. Puso algunas en un plato grande

y las colocó en el centro de la mesa. Continuó haciendo algunas más

para tener a la mañana siguiente.

En la mesa siguieron hablando un rato más, ya eran las tres de la

mañana y todos tenían que madrugar.

Vicente se despertó cansado, hacía mucho frío en la habitación. En

la oscuridad del cuarto buscó los fósforos sobre su mesa de luz, y al

encenderlo vio en el reloj que eran casi las siete.

Se levantó tiritando aunque tuviese puesta una gruesa camiseta y

calzoncillos largos. Encendió la luz y observó las camas deshechas de

Rosendo y Miguel, con quienes compartía el cuarto.

“Para esta hora ya estarán remando por el Pavón37, camino a las islas”.-

pensó y se dirigió al rincón a prender el calentador para prepararse un

mate cocido.

Comenzó a higienizarse. Sobre la pared opuesta, descascarada y

con manchas azulinas de humedad, colgaba un espejo oval de casi un

metro de diámetro con un marco de madera oscura; bajo éste, en una

mesa, se apoyaba una palangana con agua limpia. Todas las noches

antes de acostarse la dejaba preparada para el día siguiente.

Después de afeitarse se lavó la cara y la cabeza, y terminó de

vestirse volviendo al espejo para peinarse hacia atrás con gomina,

aunque a veces usaba la brillantina que le había regalado Rosendo.

Coló la jarra de mate cocido en una gran taza de metal y fue

bebiendo, mientras buscaba unos expedientes y carpetas en una caja de

madera que le servía de informal escritorio.

Antes de salir, sacó 50 pesos del fondo de su valija, donde

escondía su dinero dentro de un pequeño frasco de vidrio.

20

Aún seguía lloviendo, caminó hasta la cocina donde hacía una

hora estaba Doña Angélica; cuando entró la encontró hablando con ella

misma sobre el almuerzo que prepararía.

_Buen día Abuela, ¿sabe cómo anda Balero?- la anciana, parada al

lado de un brasero que calentaba sus heladas piernas, le respondió.

_Anda mejor, ya lo vio Matilde que le llevó un té de manzanillas, no

le duele tanto, pero tienes los dos ojos negros como pozo ciego.

Ahora creo que duerme.-dijo Angélica y calló, buscando en el aparador

unos condimentos. Vicente le sonrió, cerró la puerta y se fue hacia el

Estudio Carrare.

Durante la noche había llovido sin parar. En el techo de la última

habitación de la izquierda se había acumulado gran cantidad de agua en

la canaleta. El orificio de salida del desagüe se había tapado con hojas,

paja y ramas, por esto no podía desagotar hacia el fondo.

Eran casi las ocho, en el cuarto de abajo, donde todavía dormían

Rosa y Pedro, habían decidido no trabajar.

En días de lluvia era imposible sacar la carreta y andar la ciudad,

sus trabajos en mimbre se arruinaban con la humedad.

Él casi tenía ochenta años, y ese frío invierno había castigado sus

pulmones, cargándolos de flema. Antes de dormirse, su esposa hirvió

hojas de eucaliptos para que él respirase sus vapores.

Primero se oyó un leve chasquido, que fue subiendo en intensidad

hasta que la chapa se venció, plegándose hacia abajo. Más de cien litros

de agua helada cayeron, como si fuese una catarata, sobre la cama de

Pedro, que estaba profundamente dormido. El anciano, totalmente

empapado y aterrado, aún soñando gritó:

_ ¡El bote, empujame la barca…ayudame Rosita, me ahogo!-

Rosa se despertó bruscamente con el estruendo de las vencidas

chapas y los gritos de pánico de su marido.

Se levantó rápidamente de su cama y, en total oscuridad fue

tanteando la pared hasta conseguir encender la luz para ver qué pasaba

en la cama de Pedro.

_Mi Dios… mi viejo…Pedrito, ¿estás bien?-dijo al ver a Don Pedro

pálido, parado, tiritando, en la cabecera de la cama, con su espalda

apoyada en la pared de una de las esquinas de la pieza; totalmente

mojado, con sus brazos cruzados sobre su cuerpo, como si eso le diese

algún calor. Con sus cincuenta kilogramos, parecía un pajarito desvalido.

Pero ella resuelta y valiente no perdió un segundo, chapoteando sobre el

piso en declive llegó hasta él y, cargándolo en su hombro, de inmediato

volvió a su cama seca, donde lo acostó.

Corrío a prender el calentador, echó querosene sobre unas

maderas en el brasero, lo encendió y volvió con unas toallas hasta la

cama, donde su esposo gritaba, temblando, que se iba a morir congelado.

Rosa, comenzó a quitarle la gruesa camiseta de franela mojada.

Cubrió su torso con toallas y continuó sacándole los calzoncillos largos,

también empapados. Como una madre, empezó a secarle la cabeza

encanecida; lo tapó con dos frazadas y del ropero sacó abrigos secos

21

para volver a vestirlo. Pero él, calado hasta los huesos, carraspeando,

seguía gritando como un niño perdido.

_ ¡Ay mamita que frío, ay Rosita me muero, hacé algo viejita…hacé

algo por Dios!-en ese momento entraron Angélica y Matilde alarmadas

por los gritos. La primera opinó que había que darle un vaso de grapa

para calentarlo por dentro, la otra creyó que era mejor el oporto. Cinco

minutos después volvía de la cocina la Calabresa con su grapa y una

gran taza de mate cocido con huevos y miel. Don Pedro, en dos segundos

trago medio vaso del aguardiente casero. Y así siguió con la infusión: un

poco de grapa un poco de mate cocido. Lentamente fue recuperando su

color.

Unos minutos después se sumó Balero, también sorprendido por

los gritos de degüelle del anciano. Todos lo miraron, parecía una

mascarita con antifaz oscuro, sus ojos estaban hinchados y negros por

los golpes de la noche anterior.

_Viejito, ¡qué julepe te diste!… ¿mirá si te lleva la

correntada?…pero, ¡qué te vas a morir!…si yo no me morí anoche

después de la paliza, ya nadie se muere, no tengas miedo.-dijo Balero al

enterarse de lo sucedido. Y viendo que ya todo estaba controlado la miró

a Angélica y preguntó:

_Doña, a la grapa, ¿la hace usted solita?-y ya casi olvidando

porqué estaban en ese cuarto, ella le contestó.

_Pero sí m´hijo, ¡si es tan fácil!, hasta vos te la podés hacer en la

pieza con el calentador. Mirá, hervís un poco de agua con un chorro de

limón, y después cuando se enfría le agregás la misma cantidad de

alcohol, y chau, ya está.-pero Balero no la dejó continuar, no quería

perderse esa oportunidad.

_ ¿Me deja probar una copita a ver qué tal queda?-y sin esperar

respuesta se llenó un vaso, que sacó de un estante improvisado,

amurado en una de las paredes. Fue bebiendo de a sorbitos, tenía su

estomago vacío.

Atrás Rosa y Matilde seguían, inclinadas sobre la cama, dándole

los primeros auxilios al accidentado.

Angélica, viendo que ya todo estaba bien, decidió continuar con lo

suyo y dijo:

_Bueno, yo me voy a preparar la salsa para el guiso de fideos del

mediodía, cualquier cosa que necesiten me llaman.-Rosa le agradeció y

siguió cuidando a Pedro que ya no temblaba tanto ni se quejaba.

Ayudada por Matilde lo acomodó bien en el lecho, agregó una almohada

y le puso una gorra para que no se enfriase la cabeza.

Por el hueco que había ahora en el techo, se filtraba un chiflete de

aire helado que bajaba en picada hasta el piso y golpeaba, como una

gran cuchilla filosa, lastimando a quien tocaba.

Matilde le dijo que apenas volviesen de trabajar los paraguayos, le

pediría que reparasen el techo. En ese momento volvió Doña Angélica

trayendo un ladrillo ardiente envuelto en diarios, para colocarle en la

cama y así calentar los pies de Pedro.

Cuando se fueron las dos, Balero observó al anciano entre

dormido, a su esposa sentada al lado y preguntó:

22

_Doña, para que no esté sola, ¿no quiere que me quede a

acompañarla?, si total Don Pedro ni habla.-Doña Rosa lo miró agradecida,

le hizo señas que se trajese la silla de la esquina de la pieza, mientras

acariciaba a su esposo y decía:

_Viejito querido dormí, dormí mi amor…yo te voy a cuidar.-entre tos

y tos, el anciano se fue durmiendo.

Capitulo 5

Poco después de las ocho ya estaba Vicente en el estudio, dejó una

carpeta sobre su escritorio haciendo una anotación al margen.

Entró a la oficina del Doctor Isidro que hacía más de una hora

estaba ahí. Saludó a su tío y conversaron unos minutos sobre la defensa

de los hermanos Peralta y cómo continuar con el caso.

_ Insistiremos en la legítima defensa, pero tenemos que reforzar el

argumento, leelo, a ver si encontrás más datos que nos ayuden para

hacerle el escrito al juez.-los Peraltas eran dos hermanos, honrados

campesinos acusados del homicidio de un cuatrero aún sin identificar.

Una noche, hacía ya un mes, los hermanos sorprendieron a tres o

cuatro delincuentes llevándose unas vacas, de su pequeño campo en las

afueras de la ciudad. Uno de los hermanos, sorprendido por los ruidos

cerca de la tranquera, disparó hacia el lugar de donde provenían los

sonidos, y por casualidad dio de lleno en el pecho de uno de los ladrones

que en el acto cayó muerto en el lugar.

Vicente tomó los escritos y se dirigió a la parte anterior del estudio

donde estaba su escritorio. El ambiente estaba cálido, la estufa que se

abría sobre la pared había sido encendida temprano.

Se quitó su abrigo y se sentó, con un pocillo de café en su mano, a

pensar cómo armaría la defensa de los imputados.

A él le gustaba mucho el derecho penal y, como decía su tío, tenía

una rara y natural intuición para esa rama de su profesión, no obstante

aún era muy nuevo en el terreno de las leyes.

Dos horas después estaba convencido de que no hubo

intencionalidad ni fue un asesinato premeditado.

El día de los hechos, como estaba probado, una fuerte tormenta

pasó por El Pago. Con el cielo cerrado, la oscuridad era total en el campo

de los Peralta, nadie a ciegas pudo tener intención de asesinar. Fue un

disparo para asustar a los ladrones, con mucha mala suerte para uno de

ellos. Por este motivo hacía casi un mes los hermanos estaban detenidos

en la cárcel Pública local, vecina al cuartel, esperando que se hiciese

justicia en un sucio y oscuro calabozo.

Pero Vicente había encontrado el “hilo” para reordenar la defensa y

obtener la liberación de sus clientes.

Miró la hora, tomó su abrigo y un par de expedientes; debía ir a

tribunales a llevar unos papeles.

Cruzó la plaza. Había dejado de llover, el viento del suroeste

empujó el agua hacia el lado del río.

Sonrió al ver a don Saturnino al costado de su carrito, discutiendo

con unos chicos el precio de las bolsitas de garrapiñada. Los niños

23

querían comprar el praliné, pero más barato. Esa era una escena que se

repetía todos los días.

Luego de cumplir los trámites en un par de juzgados, volvió a

cruzar la plaza hacia el lado de la Aduana, frente a ésta estaba la

Escribanía Vázquez a sólo una cuadra de su estudio.

La propiedad ocupaba la esquina, era amplia, de dos pisos, con

vistosos herrajes florentinos en sus aberturas. Destacaba su techo de

tejas bordó, uno de los primeros en el Pago.

Al ingresar al amplio salón alfombrado sintió el aire tibio de la gran

estufa empotrada en la pared, prolijamente decorada con un trabajado

marco de bronce.

Desde atrás del escritorio se levantó a recibirlo una joven mujer,

muy bella, que no dejó de mirarlo a los ojos. De inmediato él supo que era

su colega, la hija de Vázquez. Ya había oído hablar de ella y su belleza,

aunque esa era la primera vez que veía.

_Buenos días señor, ¿qué necesita…?-Vicente la interrumpió

dándole la mano.

_Buenos días, un gusto, soy el Doctor Carrare, inquilino de

ustedes, necesito hablar con el Doctor Vázquez.-le dijo mirándola fijo y

sonriendo.

Luego de la presentación ella de inmediato lo ubicó, era el joven

abogado venido de la Capital.

Vicente no gustaba “doctorarse” pero sabía que en ciertas

oportunidades convenía hacerlo; ésa era una.

_Ah, sí, sí… mucho gusto, soy Beatriz, su hija, ya le aviso a papá,

¿quiere sentarse por favor?-los dos quedaron como embobados,

mirándose por unos segundos, sonrientes, hasta que ella consiguió

despegarse de esa mirada en la que había quedado atada, para luego

entrar en la oficina del fondo.

Beatriz, de unos veinticinco años, luego de estudiar desde niña en

Nuestra Señora de la Guadalupe, tradicional colegio de mujeres del Pago

de los Arroyos, fue a cursar abogacía a la Universidad del Norte; de

donde había vuelto hacía poco tiempo.

Alta, rubia, de ojos almendrados, con una figura como tallada; era

muy atractiva, con su encanto particular que la hacía aún más bella.

Hacia la derecha, entre la nariz y el labio tenía un pequeño lunar que daba

especial singularidad al rostro.

Vicente se sentó en un cómodo sillón francés, estilo Luís XVI,

finamente tapizado en brocato y pana.

Había quedado hechizado después de conocer a la joven. Jamás en

su vida había visto una mujer tan bella. En ese momento ella volvió y le

pidió que aguardase unos minutos, que ya sería recibido por su padre.

Luego se sentó y siguió trabajando en su escritorio. Él agradeció, y para

no seguir mirándola se entretuvo observando el cuidado mobiliario del

lugar.

Miró la gran biblioteca de nogal que había en un extremo, la

alfombra bordó, finamente trabajada con hilos negros, todo estaba

ordenado al detalle. Pero era inevitable, cada treinta segundo sus miradas

se encontraban y ellos sonreían.

24

Pocos minutos después se abrió la puerta y apareció el Doctor

invitándolo a pasar. Estaba impecablemente vestido, con un traje azul y

corbata roja. Era delgado, alto, de buenas facciones, con nariz aguileña y

mirada penetrante. Tenía más de sesenta años, sus cabellos algo

encanecidos estaban prolijamente peinados.

Se dieron la mano y entraron. Después de sentarse el Doctor

Vázquez preguntó:

_Hacía tiempo que no lo veía, ¿cómo anda mi joven colega…¿cómo

está su tío?-sonriendo Vicente le respondió.

_Bien, gracias Doctor, sí es cierto, no nos veíamos desde hace diez

meses, día en que vine a alquilarle un cuarto. Después me manejé con el

señor Cuerda.

Doctor, no quiero robarle su tiempo, seré breve. Acá le traigo un

dinero que está debiendo Tomás Flores, debe un mes y medio.-le dijo

mientras sacaba de su billetera los 50 pesos y se los entregaba. Con ese

monto cubría la deuda y el mes actual.

_Sí, sí, lo conozco a Flores, me han dicho que es medio alborotado

y revoltoso ese chico…-dijo Vázquez mientras contaba el dinero que le

había dado Vicente

_No Doctor, no. Es un buen muchacho.-dijo, apostando por Balero

y continuó.

_Anoche parece que tuvimos la visita del señor Cuerda con…con

unos amigos… le han dado una paliza a Flores, al parecer por su deuda

en el alquiler, dejándolo de cama.-Vázquez lo miró e interrumpió.

_Espere, espere, ¿qué me está diciendo mi amigo…? El inquilinato

es mío, y Cuerda trabaja para mi… ¿Usted me acusa…?-pero Vicente no

lo dejó seguir.

_No, de ningún modo lo estoy acusando Doctor, sólo le estoy

contando, sucedió en su propiedad, entiendo que a usted le interesa

saber.-el Doctor ahora serio le preguntó.

_Vamos a ver jovencito, ¿tiene usted alguna prueba de que en este

episodio participó Rogelio Cuerda?-Vicente pensó un instante. Esa había

sido la versión de Balero, él era el único que dijo haber visto al Gordo

entre los agresores.

_No, no Doctor, no tengo ninguna prueba, pero dijeron haber visto

a Cuerda entre los que golpearon a Flores.-en ese momento el Doctor se

paró, dando por concluida la charla. Lo miró con una ligera sonrisa y le

dio la mano. Vicente, de pie, le agradeció haberlo recibido.

_Bueno Doctorcito Carrare, le agradezco su información, ya hablaré

con Cuerda para escuchar qué me dice él. Hagale llegar mis saludos a su

tío, por favor.

Vicente volvió a agradecer y salió de la oficina. Al verlo Beatriz se

levantó para saludarlo.-

_Fue un placer conocerla.- le dijo Vicente dándole la mano.-

nuevamente, uno frente al otro, a menos de un metro entre ellos;

volvieron a quedar atados en sus miradas.

_Un gusto Doctor.-dijo ella sonriente y sin bajar la vista lo

acompañó hasta la puerta.

En la calle Vicente miró la hora, eran poco más de las once y

empezó a caminar en dirección a su estudio, pensando en todo lo

25

sucedido y repetidamente volvió a su memoria la imagen de Beatriz, con

ese lunar tan particular sobre su labio.

Apenas llegó dejó las carpetas sobre su escritorio, desde atrás

sintió que una mujer le ofrecía un café.-

_Doctor, buenos días, ¿le sirvo un café calentito?-dijo María, que

sin esperar respuesta fue hasta la cocina a servirlo.

María Villar, una bonita joven lugareña de no más de veintitrés

años, estudiante del último año de la carrera de abogacía. Nunca dejaba

de sonreír; todos admiraban su buen ánimo y humor. El Doctor Isidro y

su papá habían sido grandes amigos. Desde la muerte de su padre, hacía

unos cinco años, era empleada en el estudio.

Vicente abrió el expediente de los Peralta, escribiendo unos datos

en su ayuda memoria. Luego de beber el café que había dejado María

sobre la mesa, se levantó para hablar con su tío la posibilidad de emplear

a Balero. El trabajo se había incrementado mucho en los últimos meses.

Él con sus propios casos y nuevos clientes, había dejado de ser una

carga para su tío, ganando ya sobradamente su propio dinero.

Hacía unos meses había resuelto nombrados casos en el pago,

ahora los clientes aumentaban día a día .Por eso se hacía necesario un

joven para llevar expedientes, ir al correo y hacer los mandados que el

estudio requería.

Después de la tormenta el patio había quedado encharcado, con tanta

cantidad de líquido que en algunos puntos ni se veían las baldosas.

Y otra vez volvió el equipo de Matilde, Ana, Adela y Calvina a

hacer el trabajo inverso de la vez anterior: escurrir por la puerta los

centenares de litros de agua y lodo que se habían juntado.

Calvina con la pava y el mate, sentada en un costado, observaba a

Matilde, de camiseta con una toalla al cuello, una pollera larga verde

oliva; se había puesto chancletas para no recular ni patinarse en ese piso

mojado. Salió al patio armada de balde, un palo de escurrir y un estropajo

para fregar y trapear el suelo de esa pequeña laguna. Desde atrás la

seguían Ana y Adela, las dos con escurridores, para ir repasando el

trabajo de la anciana. Pero cuando la viejita se metió en la zona más

anegada, la vieron que patinaba como una bailarina en el hielo. De

inmediato la socorrió Adela tomándola por la cintura antes que se cayese

y se quebrase entera. Con palabras dulces la convenció del peligro que

entrañaba que ella estuviese en la delantera. Desde ese momento Matilde,

en la retaguardia, iba fregando las partes que sus amigas concluían por

delante.

Luego de una hora de duro trabajo, las cuatro se juntaron para

palmearse en felicitaciones, nuevamente todo estaba limpio y brillante,

sin quedar ni una gota. En ese momento llegaban los paraguayos al

zaguán, Matilde les gritó que se secasen los calzados antes de entrar,

para eso había puesto varios trapos en la entrada.

En su diminuto mundo todos eran solidarios, más allá de los

ocasionales conflictos por el uso de espacios comunes, como la cocina,

el baño, la ducha y los tenderos.

26

Los niños al ver que ya podían salir al patio, corrieron gritando de

alegría y empezaron a tirar del hilo de un colorido trompo de madera.

José y Ramón con una bolsa en sus manos, fueron hacia la cocina

mientras Juan y Eustaquio se quedaron charlando con las mujeres. Cinco

minutos después, los llamaron del comedor para hacer una picada y

tomar un aperitivo. Al escuchar este llamado, de inmediato Balero, con

sus ojos morados, se unió al grupo dejando el cuarto donde Don Pedro

tosía cada vez más.

Ramón sirvió unos vasos de Cinzano, colocó una panera repleta de

galletas y en una tabla de madera depositó los salamines y queso

prolijamente cortados. Desde atrás doña Angélica gritaba:

_ ¡No me hagan mugre que está todo limpio!- pero Eustaquio,

parecía no escucharla y repartía las copas del vermú mientras todos

reían.

Eran felices, más allá de sus pobrezas y carencias cotidianas. Esa

era seguramente una dura realidad de la que jamás huirían; resignados lo

sabían. Ese era el arrabal, así decía la “otra” gente: los pudientes. Ellos

se honraban, sin costarle ni siquiera un peso: eran arrabaleros.

Era jueves, y esos días siempre algo hacían al anochecer. Jugaba a

las cartas, al truco o al siete y medio; algunas de las mujeres seguían

atentamente estos partidos, otras más apartadas charlaban mientras

tejían. A veces venía algún guitarrero a deleitarlos con unos tangos, sin

más paga que la ginebra u otra bebida.

_Bueno, bueno, a ver si me despejan la mesa que las empanadas

ya están casi listas…. ¡mirá como ya han ensuciado todo con migas¡…

pucha por más que yo les diga el alcohol los pone sordos.-dijo gritando

Angélica. Afuera, todos recién llegados, formando un círculo en el centro

del patio conversaban riendo animadamente cuando escucharon el

llamado desde la cocina.

_De pura gauchada, a las ocho vienen los hermanos Álvarez, con

su guitarra y acordeón, ya van a ver lo lindo que les salen los tangos.-dijo

Miguel refiriéndose a dos amigos, pescadores y guitarreros a los que

había invitado a tomar unas copas con música incluida.

_Pero che, ya son más de las siete, vamos a hacer los aprontes.-

dijo Rosendo mandando a Balero a comprar una docena de cervezas

enfrente. Doña Angélica sacó una cajita de madera de un estante del

aparador. Ahí guardaba el dinero que todos ponían para los gastos de

cocina. La abrió y le dio unos pesos a Balero, que estaba feliz al tener esa

excusa para cruzarse al almacén de Elena.

“En una de esas está la Teresa”.-pensó mientras tomaba el billete y

salía apurado a hacer el mandado. Tenía la cabeza cubierta por una vieja

gorra que usaba porque le hacía sombra en la cara, disimulando su

estado tras los golpes.

Apenas transpuso la puerta la vio detrás del mostrador

acomodando las latas de galletitas, estaba sola en la despensa.

_Buenas tardes, ¿cómo anda la moza?…acá venía a buscar una

docena de cervezas.-le dijo Balero mirándola maravillado. La joven de un

poco más de quince años era muy linda y coqueta: de ojos celestes, nariz

27

respingada, y unos delicados labios, con su cabello castaño enrulado,

por lo que todos le decía: la Rulito.

Al salir detrás del mostrador para cumplir con el pedido, sonriente,

se mostró entera, vestía una camisa color trigo y una pollera ajustada,

marrón, larga hasta por encima de sus tobillos; el conjunto marcaba su

delicada figura. Balero, boquiabierto, la miró de los pies a la cabeza y lo

volvió a hacer unas veinte veces mientras la tuvo delante. Siempre que la

veía le sucedía lo mismo.

Teresa pasó a su lado sonriéndole, yendo a la esquina del local

donde había un mueble de roble forrado en cinc, de un metro por

cincuenta centímetros que contenía las bebidas refrigeradas por una

barra de hielo. Al abrir la puerta superior volvió a mirarlo.

_ ¿De cuál te doy?… ¿qué te pasó en la cara, te pateó un

caballo…?-dijo Teresa riéndose, mostrando sus hermosos dientes.

_Si tenés “la Córdoba”, mejor. No, no…me quisieron robar y yo me

defendí como pude, pero eran seis…a tres los refajé B…pero…-

_ Pudiste poco parece. ¡Pobrecito te hicieron bolsa38!

Acá tenés, seis frías y las otras natural, no tengo más frescas.-le

respondió ella mientras iba poniendo las cervezas sobre el mostrador y

observaba con asombro y preocupación la golpeada cabeza de Balero.-

Él, que seguía como embobado ante tanta belleza, dijo:

_ ¡Pucha! que sos linda, aunque te rías de mí…decime cuanto te

debo Rulito.-

Ya todos ocupaban el comedor cuando los Álvarez, de pie

empezaron con el “Mano a Mano”. Ellos, morochos, uno alto con guitarra,

y otro bajito con acordeón, no parecían hermanos. Estaban bien

engominados, con sus pelos brillantes y vistosos pañuelos colorados en

sus cuellos, totalmente vestidos de negro. No volaba una mosca en el

lugar mientras ellos cantaban. Al oído, Rosendo eufórico, le comentó a

Miguel:_

¡Qué grande Carlitos!, que bocho39 Celedonio Flores al escribir

esta canción.-Miguel, sin dejar de mirar al dúo le dijo enojado:

_Che callate, dejame oír.-en ese momento empezó a sonar “Mi

Noche Triste”. Todos agradecieron con aplausos.

Balero en voz alta preguntó quien quería más cerveza o si preferían

ginebra o grapa, pero Pascual lo perforó con su mirada mientras le decía:

_Pibe, dejá escuchar, no me hagás rabiar, cerrá la jeta…y no digas

ni “mu”.-

Angélica en silencio apoyó sobre la mesa una fuente con

empanadas. En un momento, más de veinte manos la dejaron vacía.

Al séptimo tango los cantores se sirvieron una copa para refrescar

sus gargantas. Vicente, en esa pausa, le comentó a Balero que a partir del

lunes empezaba a trabajar en el estudio. También le contó que había

arreglado con el Doctor Vázquez lo que adeudaba. Balero no lo podía

creer, era tal su sonrisa que parecía que se iba a morder las orejas.

_Mirá que le dije a mi tío que sos un buen muchacho, portate bien y

no hagas desastres. Te me vas bien limpito y vestido decentemente. De

ocho y media a doce, de cuatro a ocho, si hacés las cosas correctamente

te empezarán pagando 50 pesos al mes…-pero Balero, aún con la gorra

puesta, no pudo más de la emoción.

28

_ ¡Mi Dios, me prestaste la plata del alquiler y encima me conseguís

laburo… 50 mangos, esa sí que es buena guita…! gracias hermanito,

¡venga un abrazo!…te prometo devolverte hasta el último peso, y que allá

en el estudio seré un santito. No te preocupés amigo, no haré ninguna

tramoya55.- y los dos riendo a carcajadas se abrazaron.

El aire se fue enviciando, entre los fuertes perfumes de algunas de

las señoras, el humo y el olor a empanadas fritas. Pero el dúo siguió con

su repertorio.

Cuando abrió la puerta todos vieron la cara de intranquilidad de

Doña Rosa.

_Perdonen que interrumpa, pero está mal el viejo. Se ahoga, tiene

una tos de perro, dice que no puede respirar. Balero, por favor, andate a

pedirle a la Doctora Valente si tiene algún remedio-

_Sí, sí Doña, y de paso me mira los ojos en el hospital… ¿vio que

ahí tienen esos instrumentos especiales?, y además me pone un poco de

esa crema, me duele como la “gran siete”.-terminó de decir esto y salió

corriendo a buscar ayuda.

_Y…ya que estoy me quedo un ratito, sigan cantando muchachos.-

dijo Rosa, mientras se sentaba y se servía una copita de licor de naranjas

casero; lo había hecho Angélica ya hacía un año.

Todos volvieron a aplaudir y siguió la guitarreada; entre tanto

algunos brindaron pidiendo a la Virgen por la salud de Don Pedro.

Los paraguayos en una esquina se mostraban alegres, un poco por

la bebida y otro porque al día siguiente llegarían de visita los padres de

Ramón. Hacía tres años que no se veían, por eso finalmente habían

decidido hacer tan largo viaje desde Asunción.

A la media hora llegó la Doctora Valente junto a Balero, con su cara

encremada. Rosa le agradeció. Sonriendo la médica le dio un beso, le dijo

que no era ninguna molestia, y le tomó la mano para ir juntas al cuarto.

Entre las dos le sacaron la camiseta al anciano, la Doctora quería

revisarlo entero. Examinó los ganglios, luego sacó de su maletín un

estetoscopio para auscultar el pecho y la espalda. Ya había colocado bajo

la axila un termómetro. Luego apoyó una mano en el tórax y con la otra

iba dando suaves golpes para escuchar cada zona. Don Pedro estaba

mudo de miedo. Con un baja lenguas revisó su garganta. Le retiró el

termómetro y vio que tenía 39º de temperatura.

_Pedrito, tiene una gran bronquitis y una fuerte gripe. Usted fuma

mucho abuelo, lo va a tener que dejar, además está con un poco de

fiebre. ¿Se siente muy cansado?…bueno acá su señora lo va a cuidar.

Doña Rosa abríguelo bien y que se quede en cama unos días. Haga

que tome mucha agua, le voy a dejar unas aspirinas y este elixir para la

tos y congestión; con una cuchara se lo irá dando.-luego de explicarle los

horarios de las tomas se despidió, sin aceptar el billete que le ofrecía la

anciana mientras colocaba el “papagayo” al lado de la cama.

Amanda pasó por la cocina a saludar antes de irse.

_ ¿Gusta una copita Doctora?-le preguntó José. Ella miró la hora y

le respondió:

_No, muchas gracias, pero si me invita con unos mates sí le

acepto.-le contestó, sentándose en la silla que le alcanzó Pascual para

escuchar los tangos que seguían cantando los Álvarez.

29

Antes de medianoche Vicente se retiró a dormir. Ese había sido un

día muy largo.

Le pareció soñar toda la noche lo mismo: con el sol ya alto,

caminaba una larga senda en pendiente; a los lados de ésta se

levantaban añosos sauces de un verde intenso y brillante. Cien metros

más adelante iba Beatriz, que parecía no escuchar cuando él la llamaba.

Vicente apuraba sus pasos para alcanzarla, pero ella aceleraba los

suyos, y más se alejaba. De nada servían sus gritos, Beatriz no lo oía y

seguía el camino ya muy lejos de él, hasta desaparecer de su vista.

Esa mañana, poco después de las siete, mientras se duchaba con

agua fría, pensaba en ese extraño sueño que lo persiguió la noche entera.

Afuera esperaban su turno tiritando Ramón y Eustaquio, con sus

toallas en los hombros y los blancos jabones en sus manos.

Al terminar Vicente entró Ramón, que le dijo:

_Chamigo, si vas para el centro esperame que yo me voy con vos,

tengo que ir a buscar a mis padres a la estación.

Luego de vestirse y peinarse, Vicente fue a la cocina donde tomó

unos mates con Doña Angélica y esperó al paraguayo.

Había todo un lenguaje en el acto de tomar mates: frío: desprecio,

caliente: pasión, con naranja: quiero verte. Después de una trifulca, dos

vecinas se decían: “¿Querés un mate?” y asunto terminado. Éste era un

buen recurso en el momento de perseguir la buena convivencia y el orden

social en los conventillos. Al compartirlo y gustarlo se sentían más

unidos, compañeros en ese pequeño mundo.

_Gracias a Dios, Don Pedro está un poco mejor.-le comentó la

anciana al joven, mientras renegaba barriendo con la escoba vieja, ya

casi pelada.

Ramón y Vicente caminaron subiendo la Calle del Bajo. En la

esquina de la plaza el paraguayo esperaría el tranvía, tirado por caballos,

para ir al encuentro de sus padres y el joven abogado cruzaría para

entrar a su estudio.

Capitulo 6

A las ocho de la mañana la oficina del Doctor Vázquez estaba bien

calefaccionada.

_Mirá Cuerda, sólo te repito lo que dijo Carrare, vos me decís que

no tuviste ninguna participación en la paliza que le dieron a…ese tal

Flores…bueno…porque una cosa es ser enérgico con los morosos, pero

jamás podemos ser violentos. Rogelio, al que no paga se lo echa y listo,

pero nada más.- Cuerda que lo miraba atentamente asentía bajando su

mentón.

_Mire Doctor, no tengo idea porqué vinieron con ese cuento. Acá se

habla mucho, usted sabe: todos chismeríos de esa chusma, pero

quédese tranquilo que yo no fui…-el Doctor se puso de pie y dijo:

_Entonces mejor Cuerda, mucho mejor, yo no quiero terminar con

problemas policiales. Ahora, por favor, andá hasta el campo a ver si

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llevaron las semillas que estaban en falta. No olvidés venir el lunes por la

orden judicial, la necesitarás esa tarde.-se dieron la mano y Cuerda salió

de la Escribanía. En la vereda se detuvo un minuto, encendió un

cigarrillo, miró la hora y recordó dónde estarían sus amigos en ese

momento; con rostro de enojo cruzó la calle y subió a su flamante Ford

1919.

El tranvía iba casi vacío, por la ventana Ramón miró un grupo de

mujeres charlando alegremente en la esquina del Teatro, seguramente

irían juntas a la plaza del Mercado de las Frutas, a realizar sus compras

matinales.

Poco minutos después ya había llegado a la estación de ferrocarril.

Faltaban treinta minutos para la llegada del tren; ansioso iba y

venía fumando en el andén.

Cuando escuchó la bocina miró hacia la derecha, a quinientos

metros divisó la humeante locomotora color ladrillo que, como una

pesada víbora de hierro, arrastraba sobre las vías a unos quince vagones

grises.

Los tres abrazados, lloraban de felicidad. Su madre, bajita y

morocha, cada dos segundos apartaba a su hijo para confirmar que sí,

que era él, y nuevamente volvía a abrazarlo. Con sus largos brazos el hijo

le acariciaba la cara una y otra vez, y de costado besaba a su papá que

lloraba como un niño.

Ramón se hizo cargo de dos pequeñas valijas, y juntos salieron de

la estación a esperar el tranvía de vuelta. Cuando habían cruzando la

calle, casi chocan con el Gordo Cuerda que estaba saliendo del bar La

Estación. El paraguayo sintió como un golpe en su rostro la saña en la

mirada del Gordo. Detrás de él lo esperaban amenazantes dos

compadritos altos y fornidos. El encuentro duró apenas segundos Ramón

siguió caminando con sus padres hasta la próxima esquina.

Después del almuerzo, los paraguayos salieron al patio a fumar y a

escuchar a los padres de Ramón con las noticias de su tierra guaraní.

Heriberto, el papá, de unos setenta años, petiso de gruesos

bigotes, había quedado embelesado al ver a Angélica; la miraba

disimuladamente para que no lo viese su esposa. Durante el almuerzo la

observó continuamente, como si hubiese encontrado el verdadero amor

de su vida. Cuando sus miradas se encontraban le sonreía, pero la

anciana no entendía nada y pensaba:

“Este hombre me confunde o está loco, ni me conoce y me hace

sonrisitas”.

Ramón y su grupo habían acordado dormir todos juntos, de alguna

forma se las arreglarían aunque solo dispusiesen de cuatro camas.

A los viajeros se le cerraban los ojos del sueño, José les dijo que

fuesen a descansar. Los acompañaron al cuarto y les propusieron que

durmiesen una buena siesta, así después seguían con la charla y los

mates.

31

Eustaquio le dijo a Juan de ir a arreglar el techo de Doña Rosa.

Ramón les comentó el encuentro de la estación.

_Y apenas cruzábamos la calle me encontré cara a cara con el

curepa, con el Gordo Cuerda, no se imaginan con la rabia que me miró.

Andaba con dos más, con pinta de malos-

_No nos va a asustar, todos sabemos que es un cobarde, se hace el

malito cuando tiene matones en quien apoyarse.-le respondió Juan,

mientras le pedía a Eustaquio que consiguiese un martillo y algunos

clavos para realizar el trabajo sobre la habitación de Don Pedro. En ese

momento Cirilo pasaba hacia el fondo con una pala, iba a puntear unos

canteros y a ponerle cañas de sostén a las plantas de tomates.

No quedaba una nube en el cielo, el día estaba radiante aunque aún

hacía frío; desde las macetas empezaban a abrirse algunos malvones y

rosales, mientras la enredadera que cubría casi todo el frente de la cocina

se aferraba con más fuerza, subiendo sobre las descascaradas paredes

color miel.

En un rincón cerca de la puerta, estaba Balero sentado en el suelo,

muy concentrado leyendo un viejo libro de hojas amarillas, apoyando su

espalda contra la pared. Cada dos páginas se quitaba la gorra, se rascaba

la cabeza y continuaba.

_ ¿Cómo está el amigo…? ¿Vos leyendo?-dijo Vicente sentándose

a su lado.

_Y sí Dotorcito, tengo que leer un poco para no ser tan burro. Don

Evaristo, el zapatero de acá a la vuelta, me prestó estas poesías.-

encendió un cigarro y siguió.

_Es que la Teresa me tiene loco, me partió el corazón la Rulito,

me enganchó, ¡qué linda mina, mi Dios!…no, no es que yo esté

julepeado, no, no soy tímido. Pero tampoco voy andar verseando si la

quiero chamuyar40 bien.-Vicente le palmeó el hombro como para darle

ánimo y le dijo:

_Mirá Balero, por Teresa y por todo, siempre es bueno leer. Ya

verás en el estudio como irás aprendiendo.-primero moviendo la cabeza

le decía que sí, después se confesó:

_Sí, es cierto, mirá: te juro que en mi vida nunca me había pasado

esto. Cada vez que la veo me deja hecho un otario41…ando como un pavo

mirando flores. Y yo que me creía piola42…parezco un pavote- Vicente se

río y le dijo:

_ ¿Sabés Balero…? apuesto a que prontito estás noviando con

ella.-pero inquieto y ansioso, Balero lo interrumpió.

_Gracias Dotorcito por tu confianza, che…hoy es viernes, vos

mañana no laburás… ¿no querés que vayamos un rato al Conejo Rojo a

ver el show de la Filomena?-

_Macanudo, te acompaño un rato, y escuchamos un poco de

música. Ahora seguí leyendo, yo me voy a revisar un expediente antes de

volver al estudio. A la noche arreglamos.-dijo Vicente al dirigirse hacia su

pieza.

Balero, al ver que su amigo entraba en la habitación, cambió el libro

por la revista sobre la cual estaba sentado. Era sólo un recreo, luego

seguiría leyendo los poemas.

32

_ ¡Buenas!-gritó un policía desde la puerta de entrada. De la cocina

salió Matilde, que se quedó parada para escuchar qué necesitaba.

_Buenas tardes señora, ando buscando a Calvina, Calvina

Cisneros.-la anciana, extrañada, volvió a entrar y al minuto apareció

Calvina, que pesadamente caminó hasta la entrada. Desde el comedor

todos miraban lo que sucedía.

Al llegar al portón, jadeante como si hubiese caminado mil metros,

miró asustada al agente policial.

_ Señora, ¿Cisneros?… nos va a tener que acompañar, por favor.-

Calvina no entendía nada y más se ahogaba por los nervios y el

pánico. Tenía pavor a los uniformados.

Subió al automóvil policial y no emitió una palabra durante el viaje,

el trayecto fue breve y pronto llegaron a un oscuro edificio. Calvina leyó

una placa de bronce en su pared:”Morgue Judicial”

Al descender la hicieron pasar a una pequeña oficina con escasa

luz. Un oficial, sentado detrás de un escritorio se puso de pie, la miró y al

verla empalidecida de terror le ofreció agua que ella rechazó negando con

su cabeza.

_Hoy recibimos un dato que nos llevó a usted señora, esto es muy

duro, pero yo tengo la obligación…-hizo una pausa porque notó la cara

de ella exangüe, la hizo sentar y continuó:

_ ¿Cuál es el nombre de su compañero, de su esposo…?-

_Ángel, Ángel Salazar.-apenas se le escuchó decir.-

_Lo siento…- dijo el policía interrumpiéndola y luego agregó:

_ ¿Podría pasar a la sala a identificar un cadáver?-casi al borde del

desmayo asintió, y siguió al oficial.

Un minuto después se escuchó un grito desgarrador.

_Angelito, mi Ángel… ¿qué te han hecho?…pobrecito cómo está.-

el oficial no quiso prolongar ese momento tenso.

_Señora, por favor volvamos a mi oficina.-

La hicieron sentar y luego de tranquilizarla, fueron directos.

_Señora, su compañero fue muerto en ocasión de un robo

sucedido hace casi un mes. Él, junto a tres o cuatro cómplices, intentaron

robar unas vacas de los hermanos Peralta, uno de ellos lo mató de un

disparo. Esto sucedió en una chacra de la zona rural. Usted lo acaba de

identificar, su nombre coincide con el del autor de varios delitos en

localidades vecinas; hacía tiempo que estábamos tras de él…-

Pero ella no oía, se negaba a creer, su novio no podía ser ladrón.

Mientras el oficial hablaba, ella se tomaba el crucifijo que colgaba de su

cuello y decía:

_ ¡Ángel, Angelito, despertate y decime que estoy soñando…por

Dios, mi Ángel!

Sus amigas la vieron descender del auto, en la puerta del

conventillo, demacrada, y llorando avanzó penosamente hacia ellas

gritando:

_ ¡Me han matado a Ángel, me han matado a mi novio…vieran cómo

me lo dejaron!-rápidamente Adela, Matilde y Ana la abrazaron para

contenerla.

33

Capitulo 7

Había refrescado esa noche, poco después de las once Vicente y

Balero cruzaron la plazoleta del puerto, este era el antiguo muelle

habilitado hacia casi un siglo, 1823. Enfrente estaba el Conejo Rojo,

mostraba a su derecha un gran jacarandá que se levantaba añoso de la

tierra.

La construcción, simulando un pequeño castillo, iluminaba su

frente con luces amarillas. Desde la vereda, grandes lajas color ladrillo

marcaban su entrada. Pagaron el ingreso, se miraron sonrientes, como si

esto significase toda una aventura, para luego entrar y mezclarse entre

los demás parroquianos.

Vicente y Balero, sin perderse un detalle, estaban sentados sobre

dos de los tabarutes dispuestos a lo largo de la barra, apoyando sus

codos en ésta.

Ambos, con vasos de cerveza en sus manos, observaban la

familiaridad con que se movían algunos habitúes dentro del lugar; la

mayoría obreros portuarios y también pescadores. Otros con ropa más

cara, seguramente eran del centro y querían seguir su farra allí.

En un rincón vieron a Don Heriberto, el papá de Ramón, charlando

y bebiendo animadamente con dos provocativas cabareteras. Una le

acariciaba la cara, la otra jugaba con su sombrero. Él, al verlos, les hizo

seña con su dedo sobre su boca, indicándoles que se mantuvieran en

silencio. Quedaba claro que su presencia en el lugar debía ser un secreto.

Balero cerró el puño y lenvantó el pulgar, a modo de decirle que habían

comprendido; luego miró a Vicente y dijo:

_ ¡Mirá que había sido vago el “Papá-paraguas”; qué viejo

atorrante, llegó hoy y ya está de joda!-los dos rieron y continuaron

observando el salón.

Del techo colgaba un gran globo móvil de madera, con espejos

pegados; las luces rebotaban en él y se diseminan en todas las

direcciones. Producían un raro efecto, con más colores que el mejor de

los arco iris, Impactaban de lleno sobre las mesas, las copas, la barra y

quien se cruzase en su trayectoria; para luego seguir su curso en círculo

por todo el salón. Ese efecto de fantasía, la música y las mujeres

insinuantes paseándose de acá para allá, incitaban a los hombres a

volver a llenar sus copas vacías.

Balero miraba el techo extasiado, jamás había ido a un lugar así.

_Che, esto es como si yo estuviese de milonga mamado43,

caminando en el campo bajo un cielo estrellado; ¡y seguro que todo me

daría vuelta así!-a su lado, Vicente lo miró y sonrió, y con la cabeza le

señaló una joven que en ese momento pasaba frente a ellos. Rubia

teñida, alta, de cuerpo impactante; con una sonrisa anclada en su boca

mirando a sus potenciales clientes.

_ ¡Uy cómo relojea!44, anda buscando un punto45 para empezar…

¿De dónde sacarán estas chirusas?46…porque esas minas47 no son del

Pago.-dijo Balero terminado su copa y girando para pedir ahora una

ginebra.

Vicente, deslumbrado y curioso observaba cada mesa, sus

bebidas, los sillones tapizados en pana de tono mostaza, el brillo de los

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vestidos de las mujeres, todas las caras de una misma cara: la de la gente

de ahí, de ese ambiente de burdel.

“En este pequeño universo, hay dos mundos; uno que compra…el

otro que se vende…siempre ha sido así.”- pensaba reflexionando Vicente

al momento que llegaban a él mil aromas diferentes. Tras el humo de los

cigarros, se podía percibir una singular mezcla de olores a colonias,

Aguas Floridas y perfumes, aroma a puerto y sudor, a alcohol y

humedad. Todas estas esencias se percibían distintas según el lugar de

la sala donde uno las respirase. La suma de todas hacían esa fragancia

tan particular: olor a cabaret. Estos efluvios aumentaban conforme

avanzaba la noche. Balero lo sacó de sus cavilaciones cuando lo codeó

haciéndole seña hacia un rincón.

_Mirá Dotorcito, ¿ves la mesa del fondo a la izquierda…?-hizo una

pausa, se acomodó la gorra como para ver mejor y continuó.

_Allá, fijate, hay cuatro minas paradas de espaldas. Detrás,

sentados se ven tres tipos…creo que uno es el “Picado”…-pero Vicente

tenía mucha gente frente a él, además hubiese sido imprudente bajarse

del taburete para ver lo que su amigo decía.-pero Balero, que también

estaba tapado por las personas que circulaban, le dijo:

_No, pará, pará…ya no lo veo más, el gordo se fue che. Quedaron

los cuatro “pescados”48 con los otros dos fulanos.-

Filomena, con una copa en la mano, al verlos se acercó a

saludarlos.

Con un vestido azul, ajustado y brillante, de amplio escote, sus

labios pintados de color carmesí intenso, que los hacían aún más

sensuales y bellos. Era, por lejos, la más bonita de las mujeres del lugar.

Vicente comprobó esto al ver que desde diferentes lugares del salón, más

de cien ojos se deleitaban viéndola. Era la preferida.

Ella le dio un beso a cada uno al momento que decía:

_ ¿Cómo están muchachos…se quedan un rato…o sólo vinieron a

tomar unas copitas?-Balero contento al verla le respondió:

_Vinimos a verte a vos, che. Si ya sos como una hermana para

nosotros… ¿hoy bailás?… sos la más linda, ¿sabés?-en ese momento

una de las mujeres que pasaba, al verla, le dio un codazo mal disimulado

que le hizo derramar media copa sobre las rodillas de Vicente; y como si

nada hubiese ocurrido siguió su marcha. Balero la siguió con la vista, y

llevándose la mano al bolsillo dijo:

_Tomá mi pañuelo Dotorcito, secate. “Pucha” que mina

hinchapelota49, te lo hizo a propósito… ¿por qué quiere joderte así, si vos

estás laburando?-ella en señal de fastidio torció el labio y le respondió:

_Dicen que soy una yegua, que he venido a quitarles el trabajo…

pero no, si yo no quiero joder a nadie. Sólo busco mi guita…

Si no son ellas la que prepotean son sus fiolos50…o el machito de

turno que tengan…si hasta me han dicho que me iban a tajear la jeta para

echarme de acá. ¿Sabés?…ellas y sus cafiolos se “salen de la vaina”

porque no se aguantan que yo gane más. La mayoría trabajan por un

veinticinco por ciento, les jode que yo haya arreglado por un cincuenta

por ciento. Pero no pueden decir nada, cuando ellas traen un cliente, yo

ya les traje cinco.-en ese momento Vicente se secaba el pantalón y la

35

miraba pensando:”Seguro, si está clara tanta envidia, ¿quién no te va a

elegir a vos?”-giró sobre sí y pidió una ginebra.

_Acá no te va a joder nadie Hermanita, no si estamos nosotros.-dijo

Balero al momento que Vicente pedía permiso, yendo al baño. Mientras

tanto el volumen de la música casi hacía imposible la charla.

Estaba orinado cuando sintió una punta fría sobre su espalda.

_ ¿Sentís la faca?51 Quedate quieto, porque si te hacés el guapo te

la ensarto y te achuro52… ¿así que vos sos el cafishio53 de la Filomena?…-

sin girar Vicente le respondió:

_ ¿Cafishio?… ¿pero qué dice…? no, me basta con ser su amigo…-

el agresor no lo dejó continuar:

_Callate, salame, no te hagas el macho, te lo voy a decir sólo una

vez: o bajás la guita que vos le cobrás…o llevatelá y rajen54 del

conventillo, sino te juro por mi vieja que los voy a hacer “cagar fuego”…

pensalo gil…-le dijo, luego le acarició la nuca continuando con la

provocación, luego riendo desapareció por la puerta. El incidente duró

sólo unos segundos, Vicente no pudo ver la cara del sujeto.

Aún charlaban entre risas Filomena y Balero cuando él regresó. Sin

dar muchos detalles les contó lo sucedido.

_Pero claro, si estaba el “Picado”, ha sido él con los otros…-Balero

hizo una pausa para mirar la mesa del rincón y continuó.

_Seguro Dotorcito, mirá, ahora sólo quedaron las minitas, también

se han ido esos malandras, ¿no los viste sentados ahí Filomena…?-

_En esa mesa hoy estaban Gaitán y Sosa. El primero creo que es el

dueño de esto, cuando vine acordé mi porcentaje con él. El otro…es un

tipo peligroso, de avería. A los dos los he visto con frecuencia estando

con Cuerda. Aún mucho no sé, acá todo es un misterio.-respondió

Filomena, despidiéndose porque llegaba su turno del show.

Desde los parlantes empezaba a oírse el trombón y clarinete del

charleston, animando el lugar.

_Vos dejá Dotorcito, dejá…me las van a pagar, y gratis no le va a

salir…ya vas a ver. Estos atorrantes no me joden más, ni a mí, ni a mis

amigos.-

Cuando iban saliendo vieron, en la pista de baile, a Heriberto

bailando alocadamente con tres mujeres, como si fuese un joven de

veinte años en un estado lamentable. Ebrio, despeinado, con la camisa

desabrochada fuera del pantalón, intentando cada dos pasos acariciar a

sus nuevas amigas, quienes lo esquivaban riendo.

Balero esa noche se durmió tarde. En su pieza, con un cigarrillo en

la boca, las manos en la nuca, acostado en su cama pensaba una y otra

vez:

“Gaitán y Sosa, nunca les vi la cara, pero hasta recuerdo su misma

Colonia… ¿no habrán sido ellos?…en la última paliza estaba el “Picado”,

de eso estoy seguro.”-él intentaba unir a esos hombres y al Gordo

Cuerda en las brutales agresiones que había sufrido, en tres ocasiones,

desde que llegó al conventillo. Rememorar esas noches lo ponían furioso.

Para no pensar más en el tema, tomó la revista que había estado leyendo

a la tarde: “Caras y Caretas”. Miró la tapa y pensó:

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“Recién tengo veinte años, Pucha, eso es lo que me da bronca, la

vida es así, la gente se mueve entre caras y caretas y todo sigue

andando”.-

Capitulo 8

Vicente se despertó tarde ese día, ya eran más de las nueve. Luego

de vestirse se dirigió a la cocina.

En esa mañana de sábado, soleada y hermosa, desde temprano

Benito y Fermín jugaban a las bolitas en el patio.

Cuando entró vio a Pedro ya repuesto junto a Rosa sentada a su

lado, planeando el recorrido del lunes. Al lado de la cocina, Angélica

insultando en calabrés, golpeaba con su puño el fonógrafo que había

dejado de funcionar.

En un rincón vio a Calvina llorando, se aproximó para darle su

condolencia, sabía que había muerto su novio.

_Gracias, no sé qué hacer, me he quedado sola…los Peralta me lo

mataron, ¡pobre Ángel, mi amor!…vieras lo bueno qué era.-

De inmediato Vicente, relacionando, comprendió que se trataba de

sus defendidos. No le contestó una palabra. Se sirvió en silencio un

cocido y volvió pensativo a su cuarto.

Aprovecharía ese fin de semana para ir trabajando en borradores

los nuevos casos. Estaría sólo ya que Rosendo y Miguel pasarían esos

días en la isla.

En su pieza, tomando unos mates mientras trabajaba, de tanto en

tanto, recordaba el mal momento vivido la noche anterior, cuando sintió

el cuchillo en su espalda.

Percibía cómo iba avanzado la mañana por el bullicio de afuera,

para el mediodía había concluido la primera parte de su escrito; aún tenía

tiempo antes de almorzar para escribirles una carta a sus padres.

Después del almuerzo, con Balero decidieron salir a caminar; el

solcito de esa siesta invitaba a pasear.

Subieron por la calle del Bajo hasta su final, allí donde se

continuaba con la vía del ferrocarril.

En silencio siguieron caminando, los dos estaban pensativos y

algo preocupados: “algo huele feo”, había dicho Balero, pero ninguno

quiso profundizar en el tema.

Después de más de una hora de marcha llegaron al Puerto Nuevo.

Ahí se encontraron con varias familias que preparaban su merienda,

llegadas a pie o en tranvía, se agrupaban en tertulias; entre mate y la

música que salía de alguna guitarra. Ellos se aislaron un poco,

sentándose frente al río, al pie de la barranca. Frente a ellos se extendía

el puerto mismo; la longitud de su frente de atraque era de unos 200

metros; más allá de éste el Paraná bajaba hacia el sur.

Siguieron callados un buen rato, cada uno con sus pensamientos.

Balero con un palito en la boca y armando un cigarrillo le dijo lo

que pensaba.

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_ ¿Sabés?, yo no me la trago, este “mala entraña del “Picado””

algo se tramoya…y va a “alborotar el avispero”, pero no sé que es…-

Vicente pensó por un segundo y le respondió.

_Lo que a mí me pasó anoche no fue culpa del Gordo, fue otro el

que me amenazó, no era su voz. No sé, no creo que tenga algo que ver en

este asunto.-

Frente a ellos estaba anclado el carguero italiano “Siracusa”,

algunos marineros caminaban por su cubierta, el lunes continuarían con

la carga de granos.

Decidieron volver antes que oscureciese, casi nadie quedaba en el

muelle.Al llegar a la casona, se saludaron y cada uno se dirigió a su

cuarto, en su regreso poco habían hablado.

Vicente releyó los escritos que había realizado a la mañana,

mientras tomaba un cocido y comía unos bizcochos a manera de cena.

Desde temprano ese domingo se oía la voz de Adela, yendo y

viniendo de su cuarto al comedor. Toda la noche Clarita, su hija de ocho

años, había estado afiebrada con una fuerte tos que sacudía todo su

cuerpecito.

_Esta ha sido una semana de enfermos y golpeados.-dijo Cirilo

mientras con una mano le daba un vaso de agua a la nena, y con la otra

sostenía una compresa humedecida sobre la frente ardiente de Clara.

Adela decidió llamar la Doctora para que la viese, no le gustaba el

estado que presentaba, tenía una muy mala experiencia debido a que el

año anterior se había muerto Luisito, el menor de sus hijos de cinco

años.

Honorio y Benito salieron corriendo hacia el hospital que estaba a

unas diez cuadras.

Como siempre, sin demorarse un minuto, Amanda llegó al

conventillo.

Revisó a la pequeña, controló su temperatura. La niña se

presentaba con su cara enrojecida, con un mal estado general.

Notó una dificultad respiratoria marcada. La auscultó comprobando

que tenía una disminución en la entrada de aire a sus pulmones.

Le quitó su abrigo y percutió la espalda con sus manos, oyendo

matidez en las zonas examinadas del tórax.

Al concluir, miró preocupada a Adela, que esperaba ansiosa el

diagnóstico.

_Mire, sospecho que lo que tiene es de cuidado, están muy

comprometidos sus pulmones, acá no podremos hacer nada; hay que

internarla.-llorando Adela le respondió que sí, bajando y subiendo el

mentón.

_No nos demoremos, vamos.-remarcó la Doctora.

Cirilo cubrió a Clara con una manta y juntos se fueron al hospital.

Luego de ingresar, la niña quedó en una cama de la sala común

abarrotada de enfermos, al cuidado de la Doctora. En tanto Adela y su

esposo aguardaron en el salón de espera mientras los otros niños

regresaron con Ana; nada podían hacer más que esperar.

38

Ese domingo todos los habitantes del conventillo estuvieron en

silencio, expectantes, atentos a cualquier novedad.

El lunes, Balero, desde las ocho ya estaba en la calle haciendo

mandados, en su primera jornada laboral en el estudio.

Vicente terminó a las diez de pasar en limpio los escritos de

algunos nuevos casos. Quería que primero los leyera el Doctor Isidro. En

ese momento salió su tío sonriente de su oficina para decirle que

terminaban de hablarle del penal: los hermanos Peraltas ya estaban

libres. Habían identificado al muerto, un hombre con frondoso prontuario.

Se acercó a Vicente, le palmeó la cara felicitándolo sin saber que él

ya estaba enterado de quién era el delincuente.

Isidro leyó brevemente los papeles que le entregó su sobrino, los

aprobó y volvió a su oficina para continuar con su trabajo.

Vicente, feliz por la libertad de los hermanos, se dirigió hacia

Tribunales para iniciar las nuevas causas; éste era un moderno edificio

construido catorce años antes, 1905.

Después de cumplir con sus trámites, caminó hacia las escaleras

para retirarse. En el momento que estaba descendiendo sintió pasos

detrás suyo, al girar vio a Beatriz cargada de expedientes. Los dos se

detuvieron sonrientes en la puerta de entrada, sobre un amplio mármol

blanco.

La saludó extendiéndole la mano, sin darse cuenta que ella tenía

las suyas ocupadas; los dos rieron por su despiste. Quedaron unos

segundos mirándose, olvidando la gente que en ese momento bajaba y

subía al costado de ellos.

_Buen día, ¿cómo estás Beatriz?, veo que atareada.-le dijo, viendo

que estaba hermosa, impecablemente vestida con una fina chaqueta y

falda marrón, una blusa verde musgo de cuello alto y delicados zapatos al

tono.

_Hola colega, no, no, ya terminé con todos los trámites, estoy acá

desde temprano.-dijo ella sin dejar de mirarlo y dando un paso hacia la

vereda.-los dos percibían nuevamente el magnetismo que se creaba

estando próximos, lo habían descubierto tan sólo hacía un par de días;

pero ellos sentían conocerse desde mucho tiempo atrás.

_Dejame ayudarte, por favor, vas muy cargada.-dijo él tomando

algunos de los expedientes que ella sostenía bajo su brazo, aunque ya

habían caminado cincuenta metros y estaban frente a la plaza, donde

debían despedirse; cada uno iba hacia esquinas opuestas.

Nuevamente detuvieron su marcha mirándose sonrientes como

niños.

_Beatriz, cuando puedas, si gustás, te invito a tomar un café, así

charlamos… me gustaría conocerte.-ella lo miró durante unos segundos,

luego dirigió su vista hacia la Escribanía que estaba a cien metros, volvió

a mirarlo y dijo animándose:

_Sí… ¿por qué no?… ¿te parece ahora?-sólo sonrieron y con las

miradas anudadas siguieron camino al bar El Griego. En realidad los dos

sabían que eso era natural que así hubiese ocurrido. O lo que ambos

desearon desde que se vieron.

39

Doña Angélica, de rodillas, con una cuchilla buscaba perejil en el

cantero, cuando sintió ruidos detrás suyo y vio aparecer a Don Heriberto,

que salía del baño, enredado con las sabanas colgadas en el tendero.

Al verla ahí, a dos metros frente a él, quedó paralizado.

_ ¡Pero qué me encuentro acá!…que mujer más bella… ¡qué linda

carita, qué cuerpito, qué piernas… qué ojos!-

La anciana sorprendida, miró hacia atrás para ver si esas

barbaridades se la estaba diciendo a otra persona. Al ver que era ella,

solo ella, la destinataria de esos fuertes piropos, abrió bien grandes sus

ojos y alzó el cuchillo furiosa y amenazante.

_ ¡Viejo verde, asqueroso, mal educado!… ¿usted quiere que lo

destripe?-Heriberto, temeroso, al ver que ella se estaba levantando y que

no había sido bien entendido, empezó a correr sobre unas plantas de

lechuga en dirección a las habitaciones, mientras Angélica gritaba como

una energúmena insultándolo.

Durante el almuerzo ni se miraron. Heriberto tenía pánico que se

enterase su esposa, el tiempo que estuvo en la cocina no sacó la vista de

sus rodillas.

Durante la tarde Ramón lo observó muy callado, pensó que tal vez

extrañaba su tierra, el padre iba y venía caminando por el patio, mirando

en cada vuelta para el lado de la cocina.

Hacia la medianoche Heriberto se levantó a orinar. Vestido con una

camiseta, calzoncillo y alpargatas, caminó, en total oscuridad hacia el

fondo.

Cuando regresó, se detuvo ante la puerta, miró para un lado y para

otro y entró rápidamente gritando ¡“Sapukai Rohayhu”! mientras se

arrojaba sobre Angélica que estaba durmiendo. La anciana desesperada y

con terror intentó levantarse. En un primer momento, entre dormida,

creyó que se habían agujereado las chapas del techo y que desde la

terraza había caído un perro sobre ella. Después recordó que los perros

no hablan; con sus manos trataba de sacarse el peso de encima, cuando

tocó una cara de grueso bigotes y en ese instante recordó el episodio del

cantero y comenzó a gritar.

_ ¡Viejo sin vergüenzas degenerado…paraguayo hediondo…

Satanás…aprovechador…ayuda…me quiere matar!- y tan fuerte gritó que

a los pocos segundos entraron sus vecinos de habitación: los cuatro

paraguayos y la mamá de Ramón.

Cuando se encendió la luz lo vieron a Heriberto entrelazando con

sus brazos a Doña Angélica que seguía gritando. En la cama de al lado,

Calvina, enmudecida y consternada por el terror, se había tapado hasta la

cabeza pensando que así no se darían cuenta que ella estaba ahí. Pero la

pobre era tan voluminosa que parecía que la frazada cubría seis bolsas

de papas.

_ ¡Asesino asqueroso, salí de encima!-seguía gritando entre llantos

la anciana.

Todos miraban desconcertados, hasta que Ramón tomó a Heriberto

por los hombros y lo sacó de la cama.-

40

_Papá, ¿estás loco, o sos sonámbulo…qué hacés en esta pieza?-

entretanto, Angélica se recompuso y tomó una vieja chancleta con

la que empezó a golpear la cabeza del anciano, mientras lo insultaba

enfurecida. Todos intervinieron para separarlos, Heriberto descolocado

corrió hasta la puerta, ahí su esposa lo recibió a las cachetadas, pero él

solo quería escapar y decía:

_ ¡Mi Dios, fue un error!…me equivoqué de cuarto, si ésta pieza está

pegadita a la nuestra…es una confusión.-fue lo último que dijo cuando su

mujer a los empujones y golpes lo llevó a su cuarto.

Después del incidente Ramón se quedó sólo con la anciana para

tranquilizarla, mientras ella le contaba que su padre estaba loco, que le

hablaba en un idioma que no entendía.-

_Tranquila Doña, tranquila, creo que papá es sonámbulo…-

Todo el día siguiente Heriberto estuvo asustado encerrado en su

habitación.

Lo habían reprendido y retado de mil maneras diferentes, aunque él

sostenía que se trataba de una gran confusión.

Al mediodía entró Ramón trayéndole un vaso de vino y un poco de

pan con mortadela.

_Te juro Ramoncito que fue un error, la anciana lo mal entendió…

¿vos me crees?-

_No, no, no te creo… pero comé papá…y no sigas haciendo

quilombos.-

Los habitantes del Conventillo más allá de sus trabajos y ese

pensionado tenían un horizonte muy limitado y breve. Habitualmente se

movían en un radio no mayor que unas diez cuadras a la redonda; ese

era el pequeño universo en que circunscribían sus vidas. Los niños

cruzaban a jugar a la plazoleta vecina, pero no se alejaban más de eso;

temían a los niños pobres del Puerto Viejo, decían que “eran gurises

pendencieros”. Las mujeres de la casona salían muy poco, no más de

dos o tres veces al año iban a alguna que otra tienda en el centro de la

ciudad. Algunos de los hombres, a veces después del trabajo se dirigían

enfrente, al bar el Faro, para tomar una cerveza o un vino. Pero

comúnmente no pasaba más de una hora en el lugar. Como si las

extrañasen, volvían a sus habitaciones a prepararse para el día siguiente,

que seguramente sería otra jornada agotadora. Cuando entraba la tarde,

con una toalla bajo el brazo se dirigían hacia el baño para refrescarse.

Exceptuando los domingos, todos los días de todas las semanas de los

años que hacía que vivían ahí, era esa su invariable y única rutina.

Ya higienizados volvían a sus cuartos, cansados se recostaban un

rato, ojeaban alguna vieja revista, o charlaban de temas del día; luego con

el calentador se preparaban unos mates o un cocido, que junto a algunas

frutas o rodajas de salame, pan y queso constituían su cena.

Casi nunca pasaba de las nueve de la noche cuando todos

dormían, exceptuando alguno que robándole horas a su sueño, se iba a la

cocina donde siempre había alguien para matear o jugar a las cartas.

Sus paseos por la costanera se limitaban a alguna fiesta patria, o

un domingo soleado. Descartaban pasear por el centro por vergüenza a la

mirada de la gente del “otro lado”. Estas salidas era todo un gran

acontecimiento.

41

Los preparativos se iniciaban temprano, después de los primeros

mates, también ahí daba comienzo una batalla campal cuando los niños

eran llevado hasta la ducha. Los alaridos se escuchan incluso desde la

otra esquina, cuando arrastrados de los pelos y a las cachetadas

conseguían pasarlos por la ducha uno tras otro. Luego del baño los

vestían con su única camisa para pasear, recién planchadas; éstas eran

del doble del tamaño de los cuerpecitos para así en los próximos dos o

tres años no le renovarles el vestuario. Lo mismo sucedía con sus

gastados zapatos y pantalones cortos; siempre negros o grises,

ajustados a su cintura por un cinto viejo o tiradores. Después de

peinarlos “a la gomina”, y advertirles que no se moviesen de la cocina

hasta que ellas volviesen, por temor a que se ensuciasen, comenzaban a

vestirse con sus ropas domingueras. Ésta era otra tarea gigante.

La habitación de Ana, era la más amplia, ahí habían puesto, quien

sabe cuándo, un viejo y amplio ropero, En este se guardaba la ropa de

todo el conventillo que no tenían lugar en los otros cuartos, que eran

bastante más pequeños. Los días de paseo el lugar parecía un vestidor

comunitario. A un lado de la puerta de entrada colgaba un viejo espejo

oval con varias manchas negras por la falta de pintura.

Ahí se juntaban Matilde, Ana, Calvina y Adela y Angélica, luego de

una ligera ducha; este lujo de bañarse ocurría cada siete o diez días, en

invierno los baños eran más espaciados.

De a dos por vez, se paraban frente al ropero con el ceño fruncido

y pensaban unos minutos, corriendo una y otra vez las perchas de

izquierda a derecha y viceversa; aunque su vestuario no tuviese más tres

o cuatro vestidos, casi todos raídos. Cuando escogían que ponerse,

extendían la prenda sobre una cama y las que antes estaban detrás daban

un paso al frente y repetían el acto. Después de cinco o seis intentos

elegían las prendas adecuadas, Calvina, a un costado, cebando mates las

miraba atentamente y fruncía su boca como dando un beso al aire antes

de opinar. Movía su cabeza por el sí o por el no, su boca daba un

resoplido y continuaba con los mates. Ella nunca participaba de los

paseos, dado su gran peso, pero las acompañaba, agitada, hasta la

puerta del cabotaje a la hora de la salida. Luego, minutos después que el

resto se fuera, volvía a la entrada con una silla para sentarse a esperarlas

dos o tres horas. No quería perderse un detalle de los relatos que se

sucedían al regreso de la comitiva.

Después de almorzar comenzaba el maquillaje. Luego aplicarse

algo de rubor en sus rostros y de pintar sus labios con un Rush, por lo

común de un rojo furioso; se aplicaban perfumes baratos en tal cantidad

que su aroma dulzón se respiraba a veinte metros de distancia. Cuando

concluían con esta tareas, emprendían la marcha; yendo los niños

delante para tenerlos vigilados. Antes de salir se miraban nuevamente,

asentían con un movimiento de cabeza y daban el primer paso en la

vereda. Los niños, juiciosos, caminaban serios media cuadra por delante,

con sus manitos tomadas por la espalda. Mirando de tanto en tanto hacia

atrás, cuando veían que sus madres estaban distraídas en sus charlas,

Clemente sacaba de entre sus ropas una pelota. Inmediatamente pateaba

ésta para adelante en dirección de la plazoleta, y en diez segundos ya

42

todos estaban jugando un partidito, gritando de felicidad entre los yuyos

y el barro. Esto finalizaba muy rápidamente cuando corriendo llegaban

las mujeres y ponían, a retos, fin al evento por medio de cachetazos o

tirones de pelos. Benito que era el más veloz, escapaba corriendo unos

cien metros para que no le quitasen la pelota. Por el miedo a que le

diesen una paliza no hacía caso a las advertencias y juramentos de su

madre.

_ ¡Volvé, vení mocoso! Ya vas a ver cuando volvamos gurí

atorrante… ¡cuando te agarre no te voy a dejar ni un pelo; la paliza qué te

voy a dar! Le voy a decir a tu padre que te dé con el cinto… ¡ya vas a ver!-

decía Ana enojadísima. Luego giraba mirando a los otros chicos, y junto

con Adela los retaban a los gritos por haberse ensuciado apenas

comenzado el paseo. Los nenes llorando por los reto, con la cabeza baja,

miraban sus zapatitos embarrados y sus rodillas sucias; esto los hacía

llorar aún más; echándose la culpa unos a otros sobre quien había

tendido la idea.

Para llegar a la costanera caminaban por la Cortada de los Sauces

hasta llegar al Puerto Viejo. A la izquierda, a unos trescientos metros, el

agua de las lluvias recientes bajaba por la Zanja de Doña Melchora en

dirección al Yaguarón. En el lugar se veían algunas mujeres humildes,

que aprovechando el sol de esa tarde, lavaban ropas y chalaban

animosas en lugar. A un lado, unos niños remontaban barriletes, otros

pescaban mojarritas o bagres. El conjunto formaba una mancha

multicolor que contrastaba con la arcillosa barranca que se levantaba con

una altura de unos treinta metros a sus espaldas. Ésta, como un grueso

cordón adornado por abundantes tunas, algunos cactus y espinillos;

seguía al río serpenteando su curso por varios kilómetros. Abundantes

enredaderas de zarzaparrillas coloradas, que vistiéndolos en colores

colgaba de sus lados y arcillosos bordes.

Al llegar a la costanera el grupo se detuvo, pero los niños corrieron

nuevamente tras la pelota gritando de alegría. Por la izquierda se veía el

puerto, algunos pequeños barcos anclados en el Paraná. Sobre el muelle,

como una alfombra áspera de quebrachos, algunos pescadores probaban

suerte con sus cañas o líneas. A su frente unas carretas esperaban algún

desembarque de mercaderías.

Mirando hacia el sur se veía una avenida arbolada por sauces

jóvenes, de no más de veinte años. La costanera dibujaba una “U”

invertida, de unos quinientos metros por lado, en el centro la calle

recientemente adoquinada; a sus lados las veredas. En éstas, los

pescadores habían dispuesto sobre tablones sostenidos por caballetes

sus puestos de venta. Había unos veinte por cada costado de la avenida,

éstos se alternaban con otros tablones donde se ofrecía en algunos

bebidas, en otros golosinas y facturas de panaderías. En el extremo de la

“U “invertida confluía el terreno del Club de las Regatas y la “Bajada al

Río”. Ésta cortaba la barranca bajando desde la plaza central; doscientos

metros más arriba. Antiguamente había sido utilizada para bajar el

ganado y darle un acceso a las aguas del río.

Esa tarde de primavera el sol bajaba fuerte sobre el Pago de los

Arroyos, el paseo costanero estaba muy concurrido. Iban y venían niños,

familias, grupo de jóvenes, de amigas. Apoyados sobre la baranda que

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separaba la calle del río, algunos muchachos gustaban unos mates,

fumando y viendo pasar a las bellas jóvenes, algunas muy bien vestidas,

que reían antes los dichos de estos galanes siesteros.

En esos años la moda cambiaba vertiginosamente año tras año, en

hombres y mujeres. En éstas lo más modernos eran los vestidos de

forma cilíndrica que escondía las curvas, por primera vez la mujer se

cortaba el pelo y abandonando los complicados peinados; así se

renovaba la estética de lo sensual. Pero las inquilinas del cabotaje no

estaban incluidas en todos estos cambios. Ellas por lo general vestían de

negro o gris, Ana aseguraba que eso era lo mejor ya que la ropa oscura

duraba más y se ensuciaba menos. Sus cabellos estaban igual que cinco

años antes, más crecido, con un lavado cada quince días, todas tenían el

mismo color, ya que esto dependía de la única tintura que tuviesen en el

conventillo. Esa tarde parecían cuatro hermanas congeladas en el tiempo;

todas tenidas de un negro fuerte y brillante. En esos paseos, cuando se

cruzaban con otras mujeres mejor arregladas, las miraban de los pies a la

cabeza. Comúnmente era Matilde la “vocera” del grupo que apenas

mirándolas por unos segundos decía:

_ ¡Qué pitucas!, pero… ¡por favor, qué me importa!, miren lo que

son, se pongan lo que se pongan son unas petisas engreídas…vamos

chicas… ¡ni las miremos!-el resto asentía y continuaban caminando. Ya

había hecho seis veces la misma vuelta por el paseo costanero.

Y la caminata continuaba por la vereda hasta llegar al próximo

puesto, en ese momento descendían a la calle para observar los

productos en venta, mientras los niños corrían jugado por el costado de

la baranda.

Sobre el tablón el pescador exhibía los pescados atrapados en el

mallón dos horas antes. El surtido era variado: Sábalos, Amarillitos, Patí,

Dorados, Surubí; ocasionalmente también había algunas Rayas, Morenas

y Anguilas. Desde una madera superior colgados de alambres colgaban

algunas Nutrias ya cuereadas y una pequeña balanza. La gente se

amontonaba para ver más de cerca, entre ellas: Adela, Ana, Matilde y

Angélica comentaban los precios. Las dos ancianas, Angélica y Matilde

nunca se ponían de acuerdo. Cuando una prefería el Dorado, la otra

elegía la Nutria, y viceversa, pero esto sucedía cotidianamente con todo

lo que diese para discutir.

Mientras crecía el ruido que producía la cuchilla del pescador sobre

el tablón, cortando las cabezas de los pescados vendidos, ellas no se

oían y alzaban su voz. Se mezclaban las voces pidiendo sus pescados, el

barullo de la gente que circundaba el lugar y los gritos de Matilde y

Angélica; intentando ponerse de acuerdo. Tras cada golpe saltaba

sangre, agua, escamas. Los más próximos eran salpicados. Con cara de

asco, se limpiaban su cara y la ropa retrocediendo unos pasos; para

alejarse del alcance de esas “balas húmedas, sanguinolentas y

plateadas”.

El pescador, mirando fijo la zona del pescado donde cortar, daba

cada golpe cada vez con más fuerza y violencia. Muchos de los peces aún

estaban en movimiento, él los iba tomando por la cola y golpeaba en

forma certera, separando la cabeza del resto del cuerpo. Muchos

curiosos seguía al lado del tablón mirando como hipnotizados, como se

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abría la carne sangrando tras cada impacto. Por debajo de la mesa el

goteo continuo se iba formando un charco rojo brillante.

Caminaron unos metros hasta llegar al puesto de bebidas. Los

niños que hacía dos horas corrían de un lado al otro, gritaron de

contentos cuando Adela les compró unas naranjadas. Cuando ella se

disponía a sacar dinero del viejo monedero, los nenes en dos tragos

terminaron el refresco y ya estaban a unos cien metros siguiendo con sus

incansables corridas y travesuras.

El paseo continuó por otra hora más, muchos de los concurrentes

ya se habían retirado en dirección a sus casas; varios de los vendedores

iban desarmando sus puestos. Angélica y Matilde continuaban

discutiendo, por esto, por lo otro. Ahora el tema era cual de los pescados

rendiría más para una comida en el Cabotaje. Se acercaron a uno de los

puntos de expendio que aún tenían pescado, frente a la tablón de venta

miraban y hablaban; una señalaba el surubí, la otra negaba negaban con

su cabeza. Así continuaron otros diez minutos. Detrás de ellas, a pocos

metros los niños jugaban al futbol. Benito después de una ágil gambeta

quita el balón, le da un pase a Clemente, este imaginado su gol casi

hecho pateo con fuerza la pelota; levantando las manos en el acto como

si hubiese convertido un golazo. La pelota salió a gran velocidad en línea

recta, a casi un metro del piso.

Matilde de repente sintió un agudo dolor por detrás de su rodilla

derecha. Percibió como todo su cuerpo flaco y fibroso perdía estabilidad,

de inmediato pensó que le había bajado la presión. De inmediato los

chicos asustados se tomaron la cabeza y huyeron rápidamente del lugar.

El pelotazo había pegado con toda su fuerza en la pierna de la anciana

que comenzaba a perder el equilibrio.

Antes de caer Matilde intentó apoyarse en el ángulo del tablón,

pero nada pudo hacer, la madera se inclinó sobre ella y cuando quedó

acostada entre la vereda y la calle, como una cascada, toda el agua de los

pescados calló sobre su pecho; le siguieron algunos Sábalos, Dorados,

Amarillitos que impactaron, uno tras otro en su recién lavada cabeza.

Desde el piso, ahora estaba impregnada de un aroma de perfume

dulzón mezclado con el fuerte olor de los pescados. Aún sin ponerse de

pie, mientras se quitaba escamas de su cabeza, con su cara empapada

del líquido sanguinolento, vio la pelota a unos metros suyos y observó

como huían los niños. Llorando y con furia solo gritó cuatro palabras:

_ ¡Juro qué los mataré!

De inmediato sus amigas corrieron a ayudarla. La pobre anciana

estaba enteramente mojada quitándose los pescados de encima.

Entre gritos y juramentos concluyó el paseo, sin decir una palabra

caminaron hacia el conventillo, la única que gritaba era Matilde

enardecida. Las otras, cuando ella no miraba se tapaban la nariz por su

fuerte olor. Lo niños escondidos temerosos tras los árboles de la

plazoleta, imaginaban la paliza que les esperaba.

Capitulo 9

La conversación en la oficina de la inmobiliaria fue breve.

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_Rogelio, acá tenés la orden, me la mandaron esta mañana

temprano. Por favor, se la das al sargento Moyano, él estuvo aquí hace un

rato y la está esperando; vos desentendete que él se encargará de todo.

Te pido que no participés en esto. Creo que servirá de lección…así

no se contagia el resto con esta mala costumbre.-dijo el Doctor Vázquez a

Rogelio Cuerda, pasándole sobre el escritorio un papel sellado; éste lo

tomó y sin mirarlo lo guardó en un bolsillo de su saco. Se puso de pie,

luego limpió con su pañuelo manchado y sucio los pequeños anteojos

metálicos, saludó al Doctor y se retiró.

Temprano, a la tarde, estaban en el Comedor escuchando las

últimas noticias que había traído Ana: el estado de Clara se había

complicado. Todos se miraron en un pesaroso silencio.

Nadie quería recordar los momentos vividos un año atrás con el

final de Luisito. En ese momento se escuchó un griterío en la entrada del

conventillo, seguido de un fuerte taconear de botas que ingresaban.

Sorprendidos vieron a más de diez policías en el patio. Instantes

después, a la seña de quien estaba al mando, comenzaron a golpear las

puertas de las tres primeras habitaciones del lado izquierdo, como si

fuesen a tumbarlas.

Con cara de dormidos, extrañados, salieron casi al mismo tiempo

Bonaventura, Ferreira y Rocamora.

_Soy el Sargento Moyano, vengo a desalojarlos.-hizo una pausa

para flamear en el aire un papel que traía en su mano. Luego continuó.

_Vamos, rapidito, acá está la orden del juez, el Doctor Casas,

Juzgado Cuarto…apurensé, tienen cinco minutos para dejar las piezas.-

dio un paso al costado y de inmediato se alineó el resto de los policías

con sus bastones listos, a escasos metros de las piezas.

El sargento pasó la mano por su rapada cabeza, luego guardó el

papel de la orden y la colocó en uno de los bolsillos del pantalón.

El sargento era un hombre cincuentón de mediana estatura,

morocho, de ojos achinados en una cara hosca, de finos bigotitos con

sus extremos curvos hacia arriba, a los que cada tanto acariciaba

mientras controlaba el procedimiento que se estaba desarrollando.

La tensión que se fue creando en ese patio hizo que pareciese que

había oscurecido de repente.

Los tres vecinos que iban a ser desalojados se miraron entre ellos

desconcertados, confusos y con espanto por el futuro de sus familias.

Rocamora dio un paso al frente para hablar con Moyano.

_Señor, denos unos días por favor, no tenemos dónde ir, ni un

peso…-el Sargento lo interrumpió bruscamente.

_Yo vengo a hacer cumplir un mandato del Juez…por vagos les

pasa esto, vamos, vamos…menos palabras y saquen sus cosas.-le dijo,

mientras vio al resto de los vecinos observando en la puerta de la cocina.

Ustedes no están invitados en este asunto, métanse para adentro.-

Entre tanto, Ramón intentaba tranquilizar a sus padres que,

abrazados y temerosos en un rincón del comedor poco entendían de lo

que estaba sucediendo. Heriberto, después de la noche de la confusión,

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había quedado sosegado como un niño en penitencia. Al día siguiente

volvían a Asunción.

Vicente se adelantó y se presentó solicitando ver la orden, pero fue

interrumpido.

_Ah, ¿abogado?, entonces tendrá la posibilidad de verla después

en la comisaría, ahora se va para dentro con los otros.-cuando el joven

intentó dar un paso más para convencerlo, el Sargento hizo una seña y

dos policías, con sus bastones entre las manos, lo empujaron

bruscamente hacia la puerta del comedor.

“Es inútil, son unas bestias”.-pensó Vicente uniéndose al resto,

que asustados miraban a través del vidrio del comedor.

Por unos segundos se descomprimió la tensión entre el grupo de

agentes y algunos encendieron cigarrillos.

Atrás, en el zaguán, apoyado en un codo sobre el marco interno de

la puerta, Cuerda supervisaba lo que estaba aconteciendo.

Ferreira, sin darse por vencido, tímidamente preguntó si podía

hablar con el Doctor Vázquez. Pero al ver que avanzó hacia él uno que

parecía ser cabo, cohibido dio un paso atrás volviendo a su cuarto. Desde

afuera el policía le decía, con un cigarrillo entre los labios:

_ ¿Pero no entendés?… ¿querés que te meta un sablazo en la

espalda?…dale, ya escuchaste al Sargento: apurate, rajá para adentro,

sacá tus cosas y picatela.56– detrás de él sus compañeros rieron.

Cuando comenzó el desalojo, Balero estaba en el baño chupando

un limón, al escuchar que algo raro sucedía adelante, sigilosamente se

asomó al pasillo; al ver los uniformes trepó a la terraza para escondido

observar mejor.

De los cuartos empezaron a salir valijas, viejos juguetes, algunas

cajas, traperíos y los llantos de los niños asustados que no se querían ir.

Los inquilinos a desalojar, aprovechaban y con cada cosa que

sacaban, renovaban el pedido y las suplicas.

_Sargento, Señor, no tenemos lugar donde ir, un día más por

favor.-dijo Bonaventura, pero Moyano de espalda ni lo escuchó, estaba

charlando de fútbol con otro del grupo. Varela, el cabo, lo miró sonriente

y le dijo:

_ ¿Y ahora llorás? vayanse al “Asilo de Noche”, o al “Hotel de los

Inmigrantes”, ahí seguro consiguen cama…yo en mi casa no tengo lugar,

ya somos ocho.-le dijo burlonamente-eso produjo la carcajada general en

el resto de los agentes.

Balero, agazapado, seguía con atención lo que sucedía abajo. Su

vista iba y venía por cada uno de los policías, pero siempre se detenía en

la figura de Cuerda, parado en la puerta.

”Qué cobarde…hideputa…gonca57…Gordo pillado.58-y en cada

adjetivo su sangre se iba calentando. Estaba irascible, con furia, y seguía

cavilando: “Esto no se hace, pobre gente…ni que fueran sarnosos… ¿y

los chicos?, pucha, que bronca me da”.- volviendo su mirada al Gordo no

aguantó más. Tomó con fuerza el limón y se lo arrojó como una piedra. El

proyectil, con excelente puntería, dio a Cuerda arriba de su nariz,

destruyendo los anteojos metálicos y los gruesos vidrios. Éstos,

destrozados, como filosas espadas lastimaron sus párpados cubriendo

su cara de sangre.

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Rogelio de rodillas, crispado de dolor, grito como intuyendo:

_ ¡De la terraza… me tiraron desde arriba!- Balero, contento, antes

de huir pensó: “Así tenés que llorar: a sangre… “Picado”

“marchatrás.59”…- en el momento en que dos policías, azuzados por el

sargento, subían presuroso por la escalera de hierro. Balero, como un

ágil gato, con gran destreza, saltó tres tapiales y desapareció.

El cabo Varela, colorado con flequillo largo que casi tapaba sus

ojos, era petiso, retacón, de ceño fruncido y cara de desequilibrado, fue

a ayudar a Cuerda mientras este se limpiaba la cara ensangrentada con

su sucio pañuelo.

Enardecido, el cabo fue hasta la primera habitación y empezó a las

patadas con todos los bultos que había en la puerta.

Matilde, no toleró más este trato inhumano, y enojada se dirigió a

Moyano parado en el Centro del patio.

_Pero, usted es el jefe, haga algo… ¿no le da vergüenza?…yo

podría ser la madre de ustedes.-le dijo parada frente a él, quien le

respondió:

_Sí, podría…pero no lo es.- de inmediato hizo una seña al agente

que estaba a su lado. Éste le dio un terrible empujón a la anciana quién

trastabilló dos metros, cayendo de espalda contra la pared, con la que

golpeó su cabeza; dejándola manchada en sangre, antes de caer

inconsciente. De inmediato Pascual intentó ayudarla, pero al segundo

paso se detuvo al oír a Varela.

_Al que joda de nuevo le meto un balazo en la cabeza, a ver si

entiende, no hinchen más las pelotas.-Moyano, menos violento, ahora,

señaló a Vicente y Rosendo para que la ayudasen.

Una vez que las piezas estuvieron vacías llevaron todo hacia la

puerta, en ese momento el sargento autorizó al grupo de la cocina para

que asistieran a la anciana.

Don Pedro fue hasta el muelle para traer el percherón y la carreta,

y así llevar a los desalojados hacia algún lugar.

El grupo de Moyano se puso de espalda al almacén de Elena

esperando que concluyese el desalojo. Muchos de ellos, hechizados,

tenían su vista clavada en el cuerpo de Filomena.

Desde atrás de la ventana, toda la familia de la almacenera

observaba lo que pasaba enfrente. Teresa, preocupada, buscó ver entre

los inquilinos si Balero estaba bien.

Don Roque y Blanca, desde la puerta del “Faro”, observaban

acongojados y así toda la cuadra se sumó al triste espectáculo; con la

impotencia de sólo poder mirar contritos lo que estaba sucediendo.

Mientras, la gente del conventillo ayudaba llorando a cargar el

carro, Don Héctor se abrazó con Bonaventura y le sugirió:

_Hermano, vaya para la estación…a ver si alguien de ahí se apiada

y le da un vagón vacío, hasta que salgan del paso… ¡qué hijos de puta, mi

Dios!-

La carreta cargada al tope, con las tres familias y sus cosas, se

puso en marcha lentamente para comenzar a subir por la Calle del Bajo.

El sargento al comprobar que había concluido su trabajo, dio una

orden y todos se retiraron en fila tras de él. Cuerda ya se había ido

silenciosamente. El resto volvió hacía la cocina; se tranquilizaron al ver a

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Matilde sentada, que aunque dolorida estaba bien, sólo con un raspón en

su cabeza. Eran las cinco de la tarde.

La carreta de Don Pedro parecía destrozarse al avanzar, él no se

distraía por los gritos y llantos que oía a su espalda; ahí apretujados

estaban los tres matrimonios, ocho niños, media docena de gastadas

valijas y una veintena de bultos y cajas. Los adultos discutían a los

gritos, amargados y entre lágrimas, por su incierto futuro. Bonaventura,

Ferreira y Rocamora trataban de encontrar una solución para sus

familias, pero hablaban en forma desordenada, en voz alta, todos a la vez.

Su desesperación hacía que dijesen frases inconexas, parecía una

conversación entre locos.

El anciano manejaba con destreza la rienda de su viejo caballo,

conforme se acercaban a la estación y se alejaban del centro de la

ciudad. Las calles de esta zona eran de tierra, estaban minadas de pozos,

charcos, ramas de árboles. Don Pedro nervioso y empapado en sudor, ni

por un segundo sacaba la vista del camino, sabía que si lo hacía

terminarían todos y el equipaje desparramados violentamente por el piso

embarrado. Pero como un experimentado cochero, iba esquivando

peligrosos obstáculos. Las ruedas pasaban a centímetros de engañosos

hoyos cubiertos de agua barrosa, quién sabe de qué profundidad.

Finalmente llegaron al ingreso de la Estación, el carro giró sobre la

calle adoquinada hacia la derecha, pasando a un costado de un añoso

ombú; cincuenta metros más adelante, a un lado de la boletería, estaba

Don Julio Martínez, un criollo cincuentón; Jefe del lugar.

Éste miró sorprendido la carreta de Pedro que parecía un cajón

gigante con carga humana a punto de estallar. El anciano descendió del

carro y dio un abrazo a Julio; se conocían desde hace años. El jefe,

totalmente pelado, doblaba en tamaño al anciano, en su gran cabeza se

destacaban unos finos bigotes negros, y sus ojos brillantes de un azul

intenso.

Las tres familias aún estaban, expectantes, encima de la carreta;

escuchando atentos la conversación. No era mucho lo que había que

hablar, el jefe puso una mano en el hombro del anciano, lo interrumpió:

_ ¡Qué gente ladina che! No le dan ninguna alternativa, poco les

importa que haya niños de por medio.

Pero tenemos suerte amigos, no se “calienten”.-dijo sonriente

mirando a los desalojados.

_Atrás del monte, cerquita nomás, tenemos un vagón que llegó de

Pergamino para hacerle unos arreglos; pero puede esperar…ustedes

acomoden sus cosas ahí. Ya tiene un techo para ir “tirando”, y para que

los gurises puedan jugar. Después les llevaré un calentador para las

sopas y el puchero. Eso es para “salir del paso”, después veremos. Allá

atrás tenemos cinco barracas que almacenan lanas, cueros, cereales…ahí

también hay mucho lugar libre. Esa mercadería está saliendo a “lo loco”

en barcos para Europa, viste “viejo” como quedó aquello después de la

guerra; pero si dicen que hasta se “morfan” perros, ¡Mi Dios, qué lo

parió… yo no sé…!-dijo Martínez mirando a Don Pedro.

Se volvieron a abrazar con Don Pedro, sin decir una palabra; luego

éste dirigió su carreta hacia el monte, detrás de la vía.

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Hacia 1880 se incrementó marcadamente toda actividad en el Pago

de los Arroyos. Desde Buenos Aires comenzaron a trazar el recorrido de

los trenes. Para 1884 se extiende el Ferrocarril del Oeste, que comenzó a

unir Pergamino con el Pago de los Arroyos. Esto cobró gran importancia

por que posibilitaba la salida de granos y cereales por el mal explotado

puerto. Dos años más tarde, el litoral era surcado por el Ferrocarril

Central que unía Buenos Aires con Rosario y por lo cual su trazado

tocaba al Pago. Por todas estas reformas pronto se construyeron grandes

galpones que almacenaban lanas, cueros, cereales, etc. Estos productos

eran transportados en el ferrocarril o se le daba salida por el puerto.

Desde esos años en El Pago de los Arroyos se respiraba otro aire.

De inmediato se incrementó el circulante, la apertura de diferentes

comercios. Los inmigrantes recién llegados al Puerto de Buenos Aires, de

inmediato “respiraron la bonanza” de la zona del Pago; y hacia ahí se

dirigieron en oleadas.

Capitulo 10

En el Hospital y Asilo Santa Rita, Adela y Cirilo, tomados de la

mano, esperaban ansiosos por alguna novedad sobre Clarita.

La sala de espera estaba desierta en ese momento. Ellos no sabían

qué tiempo hacía que estaban sentados en ese incómodo banco de

madera, respirando ese horrible y penetrante tufo a desinfectantes, a

cloro, yodo…todos se concentraban en un hiriente olor a tristeza.

De tanto en tanto pasaba alguna enfermera que conocía el caso y

los miraba con sonrisa forzada.

La Doctora Valente había estado con ellos hacía más de una hora,

siendo sincera al decirles que la nena no estaba nada bien.

Se miraban sin decir nada, sólo se apretaban la mano y bajaban la

vista. Después de toda una noche de llantos, ya ni lágrimas tenían.

“Aún llevo el luto por Luisito, ¡mi Dios no me abandones…por favor

te lo ruego!”- pensaba Adela mirando por la ventana los cuidados

jardines de la Avenida del Socorro.

Cirilo, cansado y afligido, se puso de pie y encendiendo un

cigarrillo empezó a caminar, yendo y viniendo por el corredor que

conducía a las salas. Cada tanto se detenía frente a las ventanas que

daban a la calle, mirando hacia fuera como intentando huir de ahí, pero

segundos después retomaba su caminata errante por los pasillos.

Al rato vieron avanzar hacia ellos a la Doctora, con paso cansino,

con la vista en el piso.

Se detuvo a cinco metros, mirándolos fijos, Cirilo y su esposa se

abrazaron, como si unidos formasen un impenetrable escudo a las malas

noticias. Pero la mirada fría de la profesional fue suficiente para enlutar al

instante a Adela

_Lo siento, hicimos todo lo que pudimos, pero fue imposible, no lo

soportó, falleció hace cinco minutos.-dijo Amanda con sus ojos

humedecidos.

Adela se levantó mirándola con sus ojos desorbitados, y

tomándose la cabeza comenzó a caminar en círculos mientras gritaba.

_ ¿Por qué Señor, por qué Diosito otra vez me volvés a castigar…?-

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la Doctora se acercó a Cirilo, que aparentaba más entereza, para

decirle que en una hora podrían retirar el cuerpo, entre tanto ella

completaría los papeles de rigor.

Él caminó hasta su esposa que llorando golpeaba con un puño la

gruesa columna, le acarició la cabeza, besó sus ojos y se abrazaron.

Cirilo le tomó su mano, llevándola hasta la puerta del Hospital, era un

modo de postergar el encuentro de Adela con su hija muerta. Lentamente

emprendieron el regreso hacia el conventillo.

Reunidos en el comedor, todos hablaban de la mala suerte de las

familias desalojadas, discutían qué hubiesen podido hacer ellos para

evitarlo. Cada uno opinaba haciendo conocer su parecer. Don Pedro les

contó que, por suerte, el jefe de la Estación de Ferrocarril los había

autorizado, provisoriamente, a usar un viejo vagón como alojamiento.

En ese momento pareció entrar al cuarto una ráfaga de viento

helado. Instintivamente, los que estaban cerca de la puerta, miraron hacia

la entrada y los vieron llegar desahuciados, tomados de la mano.

Todos salieron al patio a recibirlos, la pareja se detuvo por unos

instantes buscando consuelo en sus miradas. Luego Adela se adelantó

llorando para abrazarse con Matilde.

_ ¡Viejita, se murió la Clarita…! ¡Dios mío cuidala por favor,

protegela que es chiquita mi nena!-

Los hombres, uno a uno, se fuero arrimando a Cirilo para

condolerse y darles la mano. Éste se apartó unos metros para explicarle a

Rosendo que no tenía un centavo para el ataúd. El pescador no lo dejó

terminar y se fue rápidamente hacia la carpintería de sus amigos en el

muelle del Puerto Viejo.

Entraron de vuelta a la cocina, el padre se cruzó a lo de Roque para

pedirle que lo llevara en su auto a buscar el cuerpecito de Clara.

Angélica extendió una sábana blanca sobre el centro de la mesa, y

sobre la mesada que salía de la pared prendió las tres únicas velas que

disponía. Matilde cortó algunas flores de las macetas y las colocó en una

jarra con agua en la cabecera de la mesa.

Al rato volvió Cirilo con su niña muerta entre los brazos.

En total silencio la depositó sobre la mesa. Matilde y Adela la

envolvieron en lienzos blancos, como a un ángel. La criatura lívida, con

sus cabellos rubios sobre sus hombros, parecía dormir.

Adela se sentó al lado de la cabecita de la niña acariciando su

rostro frío color tiza.

Más tarde llegó Roque y Blanca, luego Elena y su familia. Casi al

mismo tiempo arribó Don Evaristo, con su esposa y algunos vecinos; la

mayoría con un brazalete negro en sus brazos.

Cada uno dio el pésame y buscó su lugar en la improvisada sala

mortuoria.

Al volver Vicente y Balero del trabajo no lo podían creer.

Una hora después, ingresaba Rosendo con el precario ataúd de

pino recién construido bajo el brazo. Cirilo levantó a la nena entre sus

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brazos mientras el pescador depositaba el cajón en la mesa, luego la

colocaron en su interior.

Unos amigos del papá llegaron hacia la medianoche, al enterarse

de lo acontecido.

Todos estaban angustiados, Balero lloraba como un niño, parecía

que Clara hubiese sido su hermanita.

Angélica cebaba mates; algunos hombres bebían el aguardiente

que había llevado Roque.

Héctor, al ver tan desconsolado a Balero se le arrimó y en el oído

le dijo:

_Tranquilizate pibe, calmate, no llorés…es un Angelito, no le mojes

las alitas así puede llegar al cielo.-

El joven pasó el resto de la noche al lado de Teresa, a un costado

del féretro.

Filomena, dolida y en silencio, estuvo todo el tiempo parada en un

rincón. Meses antes de venir al Pago, la tuberculosis le había quitado a

su hijito de dos años, aunque ahí nadie lo sabía.

Adela, compungida, no se movió del lado de Clara, cada tanto le

tocaba el cabello y volvía a llorar.

En la madrugada habló con Fermín, éste fue hasta el cuarto y

rápidamente llevó a su madre la muñeca de trapo con la que siempre

jugaba la chica. La mamá tomó el juguete, lo respiró profundamente y

luego de apretarlo contra su pecho lo colocó bajo el bracito de Clarita.

Detrás de ella, Ana y Pascual lloraban abrazados.

En ese clima de dolor, el tiempo parecía pasar lentamente,

haciendo más larga la angustia de los deudos.

A la mañana muy temprano, Adela se despidió para siempre de su

hija, besando su frente y acariciando sus manitos. Cirilo la apartó,

abrazándola, mientras Rosendo y Miguel cerraron la tapa del cajón.

Adela, con desesperación se abrazaba a Fermín, su único hijo

ahora.

Luego, formando un grupo de más de veinte personas, marcharon

hacia el cementerio.

Bajaron caminando por el Boulevard de la Alameda, llevando el

féretro; a la delantera iban Cirilo, Héctor, Miguel y Balero, detrás lo hacía

el resto del cortejo llorando, y cincuenta metros más atrás, pesadamente,

avanzaba Calvina vestida de negro, con flores en su mano.

En la esquina del Paseo de la Gloria doblaron; sólo faltaban cinco

cuadras.

Como una ironía, vieron en un baldío vacío, al costado de la calle, a

unos hombres que estaban armando un circo con su carpa trashumante:

la diversión de los niños.

En la entrada del cementerio los esperaba el Cura Francisco, amigo

de Miguel.

Rosendo había avisado para que cavasen la tumba. Todos

pesarosos rodearon el foso húmedo en la tierra.

El sacerdote en una muy breve ceremonia, bendijo el acto. Después

bajaron lentamente el féretro mientras Cirilo, en un extremo, clavaba una

cruz orientada hacia el oeste, la dirección de los Angelitos.

52

Concluido el entierro todos se retiraron afligidos, dejando que

Adela, Cirilo y Fermín se despidiesen para siempre de Clarita.

Pasaron varios días y paulatinamente los habitantes del

conventillo, fueron reponiéndose de las vicisitudes vividas.

Adela, buscaba cotidianamente encontrar la fuerza necesaria para

que su tristeza, por la pérdida de su hija, no la hiciese olvidar de Cirilo y

fundamentalmente de Fermín, quién ahora más que nunca necesitaba de

ella. Ana y Matilde la acompañaban en todo momento, pero una y otra

vez, Adela recordaba esa maldita neumonía fulminante que le había

quitado para siempre a Clara.

Algunos se consolaban con pensar que mucho peor era vivir en

Europa, en alguno de esos países desbastados por la terrible guerra que

había concluido en el 18 con más de diez millones de muertos que

abonaban sus campos, y donde aún el hambre flagelaba a los

sobrevivientes.

Aunque ellos sabían que su realidad era luchar el día a día por

escapar de ese infortunio crónico que caracterizaba sus vidas, a diario se

esforzaban buscando la manera de vivir dignamente; no obstante su

escenario era siempre caminar al filo de la zozobra.

El Pago era un paraíso si se comparaba con lo que sucedía en el

resto del país. El trabajo escaseaba en Buenos Aires, el costo de la vida

en los dos últimos años había subido un cien por ciento.

El país se sacudía por los reclamos populares, haciéndose cada

vez más intensas y más violentas la respuesta oficial.

Frecuentemente se acordaban del brutal desalojo de las tres

familias, como consolándose de no haber sido ellos los castigados.

Miguel, Rosendo y los otros hombres, rememoraban la fanática

represión que sufrieron en la Capital, un año atrás, los obreros en huelga

de la Metalúrgica Vasena. Pedían jornadas de ocho horas, aumento de

salarios y horas extras.

El inicio de los reclamos le costó la vida a cuatro de sus operarios,

pero al General Dellepiane no le bastó con eso y en una acción fanática

y demencial, movilizó sus tropas para reprimir al resto los huelguistas;

dejando un saldo final de más de mil muertos.

Esa misma mañana, cuando mateaban, Héctor les leyó a todos las

últimas noticias del diario El Noticiero: Los peones rurales de la

Patagonia habían empezado a manifestarse. Mientras tanto, en el norte

del país crecían los conflictos y se hacía más intensa la lucha obrera en

La Forestal. Por esto, si se lo comparaba, El Pago de los Arroyos era un

Edén.

Los inquilinos de Cabotaje, recurrían a estos consuelos para ver

que siempre era más grave lo que sucedía fuera de la casona. Ellos ahí al

menos todavía tenían techo y comida.

Capitulo 11

53

Antonio Vázquez pertenecía a la cuarta generación en el país

desde que su bisabuelo llegó a estas tierras desde España.

Sin hermanos, al morir su padre quedó con un gran número de

propiedades y dos campos, uno de ellos muy extenso. Pero delegó la

administración total de esos bienes en quien tenía plena confianza:

Rogelio Cuerda. También solía oír con atención sus sugerencias y

consejos en todo lo referente al manejo de los negocios familiares.

Cuerda, desde joven, había ayudado al padre de Antonio en esta

tarea, siendo un hábil e incansable administrador.

Vázquez poco gustaba de la tarea de manejar tierras y ganado, pero

esos bienes le daban tranquilidad para el futuro de Beatriz, su única hija.

Antonio, desde que se recibió de Abogado, abrazó su profesión y

de lleno se dedicó a ella. Muy joven se casó con Hilda, una bella veinte

añera del la ciudad con quién se había hecho inseparable desde que la

conoció.

Muy relacionado en el Pago, pronto se destacó como un brillante

jurista; vivía para el trabajo y su familia.

Era un amante de la música clásica y la buena lectura. Los jueves,

religiosamente, se encontraba con sus amigos para compartir animadas

cenas de hombres en el Hotel Italia. Su círculo de camaradas estaba

conformado por algunos colegas, conocidos comerciantes de la zona;

gente influyente en El Pago de los Arroyos.

Cuerda detuvo su auto frente a la tranquera de la Estancia El

Mangrullo170. Todavía no eran las ochos de la mañana, el pasto estaba

aún cubierto de roció. En su moderno Ford 19, no demoró mucho en

hacer poco más de 40 kilómetros desde Pago de los Arroyos.

Detrás de una arboleda de viejos paraísos, a quinientos metros,

estaba el casco con su vieja casa solariega.

Era un campo de seiscientas hectáreas; una buena extensión de

tierra, pero eso era poco, si se comparaba con las grandes haciendas. En

1920, un total de sólo cincuenta familias eran las dueñas de 4 millones de

hectáreas en la provincia de Bueno Aires.

Salió a recibirlo Don Aniceto, un gaucho de más de setenta años

que era el capataz del lugar desde la época del abuelo de Antonio.

Vestido con chaleco y sombrero, una gruesa camisa de mangas

largas y pañuelo al cuello, una faja de tejido de punto con un vistoso y

ancho cinto de cuero adornados con monedas en su cintura.

Su bombacha con botones en los tobillos se metían dentro de sus

botas de potro. En su cinturón se veía un brillante facón, su posesión

más preciada después de su caballo. A este cuchillo lo usaba en todas

sus tareas, con él castraba animales, comía y era su medio de defensa.

Desdentado, de ojos sagaces, con su cara curtida cruzada por mil

arrugas, le convidó un mate a Cuerda bajo la gran galería.

Esa casa se había construido a mediados de 1850. De techos altos,

un gran living con muebles de roble que apoyaban en gastados

cerámicos rojos; comunicaba con cuatro habitaciones amplias, de pisos

de lustrosa pinotea en machimbres, con viejas camas de bronce.

54

Al fondo se veía una gran cocina y la salida al amplio baño, con una

claraboya en su techo que ventilaba el aire. En la pared de la ducha, se

veían bellos mosaicos de calcáreos decorados con finos dibujos, en

delgados trazos de azul y bordó.

Por detrás estaba un cuarto que era la habitación de Aniceto, con

un pequeño ropero y un catre. Todo lucía impecable y en orden, pese a

que Vázquez y su familia iban una vez cada seis meses a pasar el día,

casi siempre acompañados de amigos; en ocasión de algún asado con

cuero o un cordero al asador, de lo que se encargaba Aniceto con mano

maestra. Siempre los comensales aseguraban que el asado que estaban

comiendo era superior, más exquisito y sabroso que el de la vez anterior.

Aunque disponían de todas las comodidades, no gustaban pasar la

noche allí.

Cuerda paseó unos minutos por la casa, volvió y siguió mateando

con el anciano bajo un Sauce, charlando sobre las últimas novedades. Le

preguntó por las nuevas pariciones del ganado y cómo iba el preparativo

para la próxima siembra, mientras miraba el amplio corral de los cerdos,

un centenar de metros más allá.

Una tercera parte del campo era usado para ganadería, el resto en

agricultura. Para esto usaban la mano de obra de peones golondrinas

contratados para trabajar la tierra, se los llamaba así porque andaban de

una estación a otra. Éstos se encargaban de la trilla, la siembra y la

cosecha.

Se alojaban en un gran galpón a cincuenta metros de la casona,

durmiendo sobre cueros de ovejas.

En ese entonces, para juntar dos mil o tres mil bolsas de maíz, se

necesitaban veinte hombres.

Luego de acordar ciertos asuntos, Cuerda se dirigió a su auto,

todavía tenía que ir hasta la cooperativa de La Candelaria, un pueblito

vecino. En ese lugar comercializaban las cosechas y entregaban los

animales al frigorífico.

El pueblo, de calles de tierra poseadas, parecía dormir una eterna

siesta.

Fue directo hasta la oficina del gerente y contador, Nicanor

Mansilla. Como si hubiese sido su casa entró sin anunciarse, saludó y

se sentó frente a su amigo y socio.

Cuerda, durante muchos años había hecho una administración

impecable de las tierras de los Vázquez. Pero hacía quince años había

encontrado la manera de enriquecerse con la complicidad de Mansilla.

Su primer desliz fue cuándo se vendió el campo del norte, de poco

más de doscientas hectáreas. En esa oportunidad, aconsejó a Don

Antonio venderlo por la incomodidad que implicaba su cuidado y manejo;

estaba en Los Rosales, a 300 kilómetros del Pago.

Después del visto bueno de Vázquez, él fue el intermediario cuando

consiguió un comprador con el cual acordó una jugosa gratificación.

En los papeles de Vázquez el costo por hectárea, era menor al

precio en que en realidad Rogelio las vendía.

En esta operación ganó un quince por ciento del precio final, un

dineral teniendo en cuenta que se vendió a 4 pesos ley la hectárea, lo que

le permitió a Cuerda guardarse 120 pesos ley.

55

Luego, con Mansilla como cómplice, continuó enriqueciéndose.

Así, si Rogelio entregaba mil kilogramos de granos, en los papeles que

recibía Vázquez figuraban setecientos cincuenta. Esa superficie de

campo producía varios miles de kilos, por lo que las ganancias de Cuerda

eran fabulosas, también las de Nicanor, que sin hacer más que un juego

doble de recibos de las cosechas, obtenían excelentes ganancias. Lo

mismo sucedía con el ganado que se vendía al frigorífico, también

regenteado por Mansilla: si se entregaban cien cabezas, en los papeles

que Rogelio le daba a Antonio, figuraban setenta y cinco.

Por su lado, Don Aniceto, por unos billetes, era ciego a todo lo que

sucedía. Éste cerraba sus ojos para no contar las vacas cuando salían

hacia el matadero, o en el momento que se cargaban las bolsas de

cereales para la cooperativa

Si bien los comprobantes de venta que Cuerda le llevaba a Vázquez

eran legales y originales, con los sellos correspondientes, existía una

copia melliza, donde se registraban los montos reales de las operaciones

con la Cooperativa o el frigorífico. Él conservaba todos estos duplicados

para su contabilidad.

El Doctor Antonio, lejos estaba de controlar lo que sucedía en su

campo yendo dos veces por año. De este modo, el corrupto

administrador fue haciendo fortunas en esos últimos quince años, la que

fue invirtiendo en propiedades y otros bienes, cuidadosamente puestos a

nombre de testaferros insolventes.

Ese lunes Balero llegó temprano al trabajo, ya estaba Vicente con

una pila de expedientes en su escritorio. Cuando iban a comenzar a

charlar apareció Don Isidro para pedirle que realizase un mandado.

El Doctor Carrare debía viajar con su señora el próximo fin de

semana hacia la Capital, por esto le solicitó a Balero que fuese a comprar

los pasajes a la estación, además de llevar unas cartas al correo. Éste,

feliz, se dirigió presuroso a cumplir el pedido, no gustaba estar más de

cinco minutos dentro del estudio, y ese día estaba hermoso para pasear

un rato.

Luego de comprar los boletos cruzó la calle para esperar el tranvía

que lo llevaría de vuelta al centro. Cuando estaba por poner el pie en la

otra vereda, vio a un hombre morocho y fornido salir del bar que estaba

frente al ferrocarril.

El sujeto se dirigió hacia la misma esquina que Balero, donde ya

estaba el tranvía esperando que subiese la gente de esa parada. El joven

se adelantó y subió primero para no ser visto. Desde ahí, cuatro asientos

por detrás, Balero lo miraba de reojo.

Al llegar a la esquina de la calle De la Libertad, el hombre se puso

de pie para descender, en el mismo lugar donde también debía bajar

Balero. El joven lo siguió con sigilo, cincuenta metros por detrás. Se

sorprendió al ver que entraba al correo.

Separados por cuatro personas, hicieron la cola para ser atendidos.

El hombre, de espaldas a Balero, sacó un papel y sus documentos del

bolsillo; era su turno.

56

_Buenos días, venía a buscar una encomienda, recibí el aviso que

ya estaba acá.-le dijo al empleado.

_Buenos días señor, ¿a nombre de quién está?-

_De Gaitán, Hugo Gaitán.-

Balero, atento a todo lo que sucedía a tres metros suyo, quedó

helado al oírlo. Bajó la vista cuando el individuo pasó a su lado, en

dirección a la puerta de salida; en ese momento pensó:

“¡Ahhh, hijo de puta!… sabía que eras vos, es como si ya te

conociese el olor.”-

Capitulo 12

Esa noche había pocos clientes en el Conejo Rojo, aunque aún era

temprano. Por detrás, a través del cielo limpio, la luna llena marcaba una

franja naranja sobre las turbias aguas del río.

_Hola, buenas noches, quisiera hablar con el encargado, decile que

lo busca Astunez…Florián Astunez; de Villa la Concordia.-dijo al portero

un hombre, sin sacarse de su boca el cigarrillo. Era delgado y alto con

sombrero marrón, de unos cincuenta años. Bien trajeado, zapatos

impecables y con una sonrisa burlona clavada en su boca. Cuando el

cuidador ingresó al local para cumplir con su encargue, sonrió, y giró

guiñando un ojo, con mirada ladina, a las tres mujeres que esperaban tras

él despreocupadas y sonrientes. Ellas, al lado de sus pequeñas valijas,

lucían el cabello rubio fuego, de mediana estatura, fumaban con boquilla

doradas mirando curiosas la fachada del cabaret.

Por su vestimenta brillante y el modo de moverse parecían conocer

muy bien estos lugares. Él las miró de los pies a la cabeza, como

controlado la calidad de la “mercadería”, con su zapato apagó el cigarrillo

en el piso y luego les dijo:

_Ya casi está pibas, ya verán como las “instalo”.-en ese momento

salía Gaitán con dos macizos hombres a su espalda; el encargado, con

sus brazos cruzados, escuchó lo que Florián venía a decirle.

Como si Astunez lo conociese de siempre, le explicó que se había

enterado del gran movimiento en clientes que tenía el lugar, y por esto

venía a “ayudarlo” trayendo “material especializado” de Villa la

Concordia.

Le expresó, sin dejar de sonreír jamás, que era el representante de

ellas, su fiolo, y las damas en cuestión eran unas profesionales en el

tema, siendo unas “potrancas” de primera: cantaban, bailaban y como si

eso fuese poco hacían el resto como expertas. Irónico, le aseguró que por

la plata no habría inconvenientes, Él sólo quería el cincuenta por ciento,

ellas el veinticinco y el resto era para el lugar.-mirándolo entre

sorprendido e incrédulo Gaitán no lo dejó continuar.

_ A ver si te he entendido bien, porque vos no estás mamado, ¿no

es cierto?… pretendés que yo te dé el lugar, los clientes, todos los

servicios…y vos venís, ponés las minas y encima, sin moverte, querés la

mitad de las ganancias. ¿Vos sos boludo o te hacés?… ¿Sabés?, creo

que estás piantado60, reloco…y a mí no me gusta que turros como vos me

quieran hacer una agachada61 en mi casa, ¿querés hacerme una matufia62

y que yo te sonría? No, no, gil, a mi no me roban.

57

Ustedes-le dijo a las mujeres que oían asustadas- dejen sus cosas

en la boletería y pasen, y a vos, piola63, te voy a dar…ahora aguantate la

biaba64.-les hizo una seña a sus guardaespaldas mientras él volvía a

ingresar al salón.

Astunez no sabía bien el orden en que los recibía, ni quién de los

dos le propinaba esos puñetazos tan certeros, pero estaba claro que

ambos tenían mucha fuerza y así recibiría una soberana paliza.

Mediante golpes y puntapiés lo fueron haciendo recular, con su

nariz destrozada y la cara ensangrentada, emitiendo gritos de dolor. Sus

ojos saltones como una laucha asustada, suplicaba que no le pagasen

más, les dijo que él era padre y tenía tres niños a quienes debía cuidar.

La última trompada terminó por hacer caer de espaldas al

alfeñique, semiinconsciente, en una sucia y maloliente zanja de agua

estancada al borde de la vereda. Empapado, mareado y dolorido, antes de

desmayarse pensó:

“Estos hijos de puta me las pagarán, no saben con quién se han

metido”.-

Gaitán se arrimó a las tres mujeres, quienes paradas en el inicio de

la barra estaban mirando fascinadas las luces y el decorado del salón.

Ellas venían de Villa la Concordia, donde trabajaban con sus

clientes en un rancho sucio y mal ventilado, de cuatro por cuatro

iluminados por una luz mortecina que salía de una vieja lámpara a

querosene.

_Vamos a solucionar el problema de su alojamiento, ¿ven esa piba

al fondo…?-les dijo refiriéndose a Filomena-hablen con ella y después

vuelven para hablar conmigo.-

Filomena estaba sentada en un taburete tomando una copa cuando

vio a las tres mujeres frente a sí. Una de ellas se adelantó.

_Hola, soy Carmen, ellas: Aurora y Josefa. Estamos acá porque un

mentiroso nos engañó asegurándonos un muy buen contrato. Dijo que

estaba todo arreglado…pero todo era un tongo65, nos quería

bicicletear65A.

Ahora quedamos en pampa y la vía, solas, lejos de nuestro

pueblo. Nosotras queremos trabajar; necesitamos los mangos. No

tenemos donde dormir, el señor Gaitán dijo que nos podrías ayudar.-

Filomena dejó su copa sobre la barra y las miró, de inmediato

simpatizó con ellas. Observó el exceso de maquillaje que se habían

puesto, y pensó que quitándoles solo un poco, sus caras se adelgazarían

al menos medio centímetro.

_ Pucha qué yeta, así que el liendre de su fiolo las quiso joder.

Carmen… pibas, no se preocupen; yo vivo en un conventillo a dos

cuadras de acá. Habrá lugar para ustedes, cobran 25 guita el mes; es un

lugar lindo y tranquilo, con buenos vecinos.

Si quieren, las llevo esta noche después de trabajar… Ahí las está

esperando el jefe, después que hablen, vayan al baño así se quitan un

poco de pintura.-

Gaitán conversaba con Sosa, su amigo, cuando regresaron las

mujeres.

_Bueno, ¿arreglaron con la Filomena?…Así que su cafisho las trajo

acá para debutar…y ¿cuánto les dijo que ganarían?-preguntó Gaitán

58

mientras encendía un cigarrillo. Nuevamente Carmen tomó la iniciativa y

respondió.

_Nos dijo que sería entre un veinticinco o treinta por ciento, más

casa y comida, pero no nos dio más detalles.- el encargado del Conejo

Rojo, que las miraba atento, la interrumpió.

_No, no es así, ustedes empezarán con un veinte por ciento. El

alquiler es aparte, ya hablarán con mi jefe. Ahora vayan a prepararse, en

una hora empieza esto.-y dando por concluida la charla, caminó hasta la

puerta a recibir a los primeros clientes.

En la oficina de la cooperativa de La Candelaria, el contador

Mansilla y Cuerda pulían los números de sus negociados y convenían las

gratificaciones qué percibiría cada uno. En un momento de la

conversación, Nicanor sacó una carta del cajón de su escritorio.

_Rogelio, ésta me llegó ayer de la Capital, hay un grupo de

inversionistas interesado en la compra del conventillo de Vázquez; nos

ofrecen un quince por ciento del valor de la venta, con un juego de dobles

papeles para facilitarnos la tarea. El Doctor Antonio ni sabe lo que en

realidad cuesta esa propiedad.

El problema es esa gente del pensionado, los inquilinos. No sé, vos

tendrías que convencerlo…idear un argumento para que él crea que no le

es más rentable esa casona…tal vez puedas enquilombarle66 la cancha,

así piensa que le conviene venderla.

Estos posibles compradores quieren todo libre, su idea es demoler

para fraccionar el terreno y venderlo. Imaginate que en esa superficie

alcanza para hacer más o menos unos ocho o diez lotes.

Pensalo, tomá la carta; después leela.-sobre un cuaderno Cuerda

hacía cuentas. Mientras su cerebro trabajaba aceleradamente en buscar

la manera, creíble, de demostrarle a Vázquez que su vieja casa ya no le

era redituable. De alguna forma iba a encontrar el modo para desalojar

esa gente y dejar el terreno limpio para la futura venta de la vieja

esquina.

Poco después del atardecer el bar El Griego, estaba muy

concurrido, muchas de las personas que trabajaban por el lugar apuraban

ahí una copa antes de volver a sus hogares.

Era un local rectangular, prolijamente pintado a tono con sus

lustrosos pisos de madera, con un gran ventanal que daba a la plaza.

Al fondo llamaba la atención la barra de madera impecable,

delicadamente iluminada. En cada esquina dos parlantes dejaban oír un

suave jazz. Detrás había infinidad de botellas de todos los tipos y colores,

que, como un arco iris líquido, pintaban su sombra a través de la luz que

golpeaba el contenido de ellas, decorando con originalidad la pared.

En una de las mesas cercanas a la entrada estaban Beatriz y

Vicente haciendo sus pedidos al mozo.

59

_Para mí un té, que sea “Sol”, por favor.-dijo ella mientras Vicente

pedía una Hierro Quina y soda. Cuando estuvieron nuevamente solos

continuaron con su charla.

_Te decía que hace unos días papá contó durante la cena, que se

habían producido algunos disturbios en unos desalojos, en la casona.-

Vicente la miró, ella estaba fresca, sonriente, casi con la cara

lavada salvo sus labios, ligeramente pintados de color cereza.

_Beatriz, a tu padre le han informado mal, y creo saber quien fue. No, no

hubo disturbios, y si los hubo fue causado de un solo lado: del policial.

Más allá de la deuda que hayan tenido estas familias, te aseguro

que los echaron como a perros, agraviándolos en todo momento de

manera insultante, incluso llegaron a golpear a una anciana. Me dolió

ser testigo de eso y no poder hacer nada para impedirlo.-sonriéndole con

cariño ella lo interrumpió.

_Sí Vicente, sí, creo en tu versión…debe ser angustiante vivir

expuestos en esas condiciones.- Vicente comprendió que ella no

alcanzaba a dimensionar con certeza lo que era vivir en un conventillo.

Jamás había tenido ningún tipo de apremio o necesidad, y tenía un futuro

totalmente asegurado.

Desde que se habían sentado se volvió a formar entre ellos ese

puente entre sus miradas, que día a día los acercaba más.

_Beatriz, te aseguro que no es nada fácil. Sabés de mi origen

humilde, yo no tuve la suerte de nacer en cuna de oro; en estos

momentos, charlando con vos, me siento extraño, como entre dos

cuerdas que cinchan hacia lados opuestos.

Esa gente no eligió vivir en Cabotaje, la vida y su suerte esquiva los

llevó ahí.

Mi trabajo se ha incrementado y seguramente pronto podré alquilar

una casa cerca del estudio, pero no por eso ellos dejarán de ser mis

amigos.

Cuando llegué al Pago, se brindaron plenos, sin más riquezas que

las de su corazón y su inmensa solidaridad.-hizo una pausa para beber su

aperitivo cuando ella continuó.

_Te entiendo perfectamente, no quiero que te sientas incómodo

porque mi padre es el dueño del lugar, eso es un accidente…como

también es fortuito nacer “acomodado”. Me gusta tu valentía de no

olvidar tus orígenes. Si lo hicieses, te estarías mintiendo a vos mismo. Y

perder la memoria en estos casos, es signo de cobardía o hipocresía.

Además, que mi padre sea el propietario de esa casona, nada tiene que

ver con nosotros.-Vicente mirándola dulcemente a los ojos, conmovido la

interrumpió:

_Beatriz veo que me entendés, gracias, te siento muy cerca de mí…

cada día más…-tomó su mano apoyada sobre la mesa y ella, sin bajar la

vista, reforzó el puente de sus miradas. La joven, feliz por lo que había

escuchado, llevó su mano libre hacia la de él.

Después de pagar, cuando estaban saliendo, Vicente la tomó del

hombro y comenzaron a caminar; la acompañaría hasta su casa. El joven

vio en la vereda de enfrente a Balero paseando con Teresa, tomados de

las manos; le “chisto” para llamar su atención. Su amigo lo miró

sorprendido y dijo:

60

_ ¡Hola Dotorcito!, ¿cómo anda Doctor?-Vicente sonriendo le

respondió:

_Bien, estoy muy bien…de paseo, como vos.-

Esa madrugada había concluido la noche en El Conejo Rojo,

mientras los mozos levantaban las copas y botellas vacías de las mesas.

Filomena y sus tres nuevas compañeras salieron para irse hacia la

pensión; desde atrás oyeron a Gaitán que las llamaba:

_Esperen, ella se va a quedar un rato más, yo después la llevo.-les

dijo Gaitán mientras tomaba a Aurora de la mano y despedía a las otras.

Cuando quedaron solos le sirvió una copa de Bitter, parados a un

lado de la barra, sin quitarle los ojos de encima. La joven, sonriente, se

dejó examinar. Era una mujer rubia, bien formada, con unos exuberantes

bustos y piernas largas.

_Después de la copa me vas a acompañar. Vamos a ir a visitar a mi

jefe…vos portate bien piba y seremos amigos.-mirándola nuevamente de

pies a cabeza exclamó:

_ ¡Uy mi Dios!…que contentó se pondrá con este “regalito”.- ella,

aceptando la propuesta, sonrió y terminó su bebida.

Subieron a un Fiat impecable, último modelo.

Gaitán condujo en silencio durante diez minutos hasta llegar a una

casa escondida entre dos palmeras.

_Esperame acá, y cuando bajés ni se te ocurra pedir un centavo…

¿estamos?- Gaitán descendió sin esperar respuesta, caminó unos metros

por detrás de los árboles, mientras Aurora acomodaba un cigarrillo en su

boquilla y lo encendía.

A los pocos minutos volvió y le dijo que el jefe esperaba para

conocerla y tomar un trago. En un par de horas volvería por ella.

Estaba amaneciendo cuando Aurora volvió a la pensión, ya sabía

que su habitación era la primera de la izquierda. Al ingresar se encontró

con sus amigas charlando y riendo muy entretenidas.

_Al menos acá te divertís, no es como ese rancho piojoso y

aburrido donde estábamos, había más cuises y ratas que candidatos…

¡qué mishiadura!…esto sí que es lindo, acá es diferente.

¿Vieron mi último cliente?: ¡generoso el muchacho!, si hasta me

dejó cinco mangos de propina.-relataba Carmen, mientras las otras se

reían. Josefa se quedó pensando y agregó:

_Sí, yo también la pasé como una reina, sacando al último que

estaba mamado y si no me corro me vomita encima… -todas volvieron a

reír, Carmen miró la cara de cansada de la recién llegada y preguntó:

_ ¡Epa, qué apoliye67 tenés hermana!…parece que bailaste mucho…

¿o fue la franela68?-todas festejaron su observación con carcajadas,

Aurora le respondió:

_No, me llevaron de “regalo” a la casa del dueño…y una tiene que

cuidar el trabajo… ¿o no?…así que me hice la otaria…si hasta le boletee69

61

que me gustaba…y pobrecito era un asco: petiso, de anteojos, gordito…

con la cara comida por la viruela…y tenía olor a catingudo70.-todos

volvieron a reírse, menos Filomena que sorprendida y con un ceño

adusto se recostó a pensar.

Capitulo 13

Casi había llegado la primavera, ya no se veían hojas secas por las

calles y donde se mirara se apreciaban brotes nuevos de un verde

reluciente, germinando con fuerza y vigor.

Desde temprano Vázquez escuchaba a Cuerda.

_Doctor, no podemos seguir con los mismo precios. Todo ha

aumentado, usted sabe que desde el año pasado al día de hoy todo se ha

ido por las nubes.

Acá lo puede leer en el Noticiero:”Desde inicios de 1919, a la fecha,

el costo de vida se ha disparado con una inflación de más del cien por

ciento.”.-decía Rogelio, mostrándole sobre el escritorio el artículo del

diario local, mientras que Vázquez tomando un té escuchaba en silencio.

_Fíjese Doctor como todo ha aumentado, si el pan hace un mes

costaba treinta centavos el kilo y hoy no lo consigue por menos de

sesenta… ¿y la carne? costaba 50 centavos, ahora el kilo cuesta 70

centavos En Buenos Aires, en la ciudad Del Rosario, en todos lados ya se

han fijado nuevas tarifas para los pensionados. En la capital estos

aumentos ya están vigentes en conventillos tan grandes como el “De la

Paloma”, o en “Las catorce Provincias”. Usted sabe qué si no las

actualizamos, Don Antonio, no tendremos ni un peso para pagar la

pintura del conventillo, o los gastos de mantenimiento que surjan de ahí.

No Doctor, no, veinticinco pesos es muy barato. Subámoslo a

cincuenta pesos por cabeza, al que le guste, bien, y al que no: que se

raje…que se vaya. Siempre hay otra gente necesitando de habitaciones.-

se hizo una pausa y Antonio pensativo, miró por su ventana a un grupo

de niños que jugaba en la plaza, volvió la vista al diario que estaba en su

escritorio, se acarició la ceja y respondió.

_Bueno, tenés razón Rogelio; instrumentá todo, a partir del mes

próximo se fijará ese aumento.-en ese momento, Cuerda, con codicia

pensaba que ya estaba en marcha la primera parte de su plan, la segunda

vendría sola, cuando ningún habitante de la pensión pudiese hacer frente

a ese desmesurado aumento. Y cuando eso sucediese la ley misma los

dejaría en la calle de una manera enteramente legal. Por último, le haría

entender al Doctor la conveniencia de la venta de la casona; ese lugar

sólo servía para traer problemas.

Estaba seguro de obtener una muy buena ganancia, con ella y

consiguiendo un poco más de dinero, haría realidad una serie de

proyectos; sus mayores sueños. Él tenía los contactos necesarios para

materializarlos.

Poco antes del mediodía llegó Rogelio al conventillo.

Impecablemente vestido, con una carpeta bajo su brazo, se situó en el

centro del patio y batió las palmas de sus manos como para llamar la

62

atención a los moradores. De la cocina salió Doña Angélica, Matilde,

Adela y Ana, que estaban tomando mate. De algunos cuartos salieron

otros inquilinos, mientras que en ese momento entraban al pensionado

Vicente, Balero, Rosendo y Miguel.

_Bueno, creo que están todos…y a los que no estén ustedes se

encargarán de avisarles.

El Doctor Vázquez ha dispuesto una suba en los alquileres a partir

del mes próximo. La nueva renta será de cincuenta pesos.-mientras decía

esto, las mujeres paradas en la puerta del comedor, incrédulas por lo que

oían se codeaban entre ellas. Vicente dio unos pasos, se situó frente al

encargado del inquilinato y desconfiado le preguntó:

_ ¿Ha traído algún comprobante de la escribanía?…De no ser así,

señor, que nos lo comuniquen por escrito, a cada uno en particular.

Esto no es una bolsa de sapos, acá viven personas, familias y sólo

ellos conocen sus posibilidades económicas, creo que es justo que esta

notificación la reciban cada uno de los inquilinos. Después veremos.-el

encargado del conventillo mirándolo sonriente y con ironía lo

interrumpió.

_ ¿A si?, así que usted me exige que se los comunique por medio

de un documento… –en ese instante su cara se tornó huraña y agresiva-

¿lo que usted quiere es un papel?…¡Minga71 de papeles!, acá estoy yo

para comunicárselo…y si no hable directamente con el Doctor Vázquez,

él lo mandará con el juez de Paz…Pero les advierto, con papel o sin

papel, al que no le guste este aumento que vaya preparando sus cosas,

que armen sus bagayos72 y ya se las pican73 de acá…tal vez consigan

albergues mejores y más baratos. Pero si hasta es cómico, parece que el

que cobra siempre es el malo.- lo miró a Miguel y le dijo, irónicamente:

_Ojalá que ustedes aumenten la pesca, así no patalean después.-

el pescador enojado dio un paso para enfrentarlo, pero lo contuvo

Rosendo que miró con fiereza a Rogelio y dijo:

_Cuerda, no nos subestime por ser humildes; somos “perros”, pero

nosotros elegimos el “sulqui”.

No pueden hacer esto, Irigoyen ha dicho que no habría más

aumentos de alquileres ni desalojos.- el encargado, riendo, lo

interrumpió.

_ ¡Mirá vos!, entonces decile al Peludo74 que venga a ayudarte.- le

dio la espalda y se dirigió hacia la puerta de entrada.

En ese momento se sintió un insulto:

_ ¡Gordo turro…chanta…hijueputa!-Rogelio giró buscando al

responsable, pero sólo vio caras afligidas. Balero, escondido en la terraza

seguía puteando, ahora en voz baja.

Aunque ya el almuerzo estuviese listo, nadie tenía apetito, solo un

nudo en el estomago por la noticia.

_Si yo tengo que pagar cincuenta mangos el mes, tendré que

comer alpiste, no, no podré pagarlo.-dijo Héctor, con la cabeza baja

pensativo, rascando la mesa. Rosa lo miró preocupada y agregó:

_Ni yo, o Don Pedro te tendrás que quedar sin tus píldoras del

reuma.-el viejito la miró alarmado.

_Para mí que son todas macanas del Gordo, éste nos quiere

engrupir y quedarse él con esa guita.-agregó Balero mirando la cara de

63

preocupación de Pedro que se había quedado pensando que haría sin

sus remedios. En ese instante, todos a la vez querían dar su opinión y en

esa mezcla de voces nada se entendía, Vicente intervino intentando

tranquilizar al resto.

_Esperen, vamos a entendernos, hablemos uno por vez. Acá no hay

ningún aviso escrito, y las palabras sin papel no son más que aire.

Judicialmente no tienen valor. Pero si fuese cierto que esto tiene el

aval de Vázquez…bueno, yo hablaré con él, le exigiré una notificación

legal.-.

_Sí, muy bien, pero si es cierto, por más que patalees, al final nadie

tiene esa plata, ya veo que nos desalojan…-dijo Pascual, mirándolo con

una sonrisa fingida, Balero lo interrumpió.

_Y entonces ese es el día que todos terminamos patitas en la

calle…o enchufados en un calabozo… ¡mi Dios, qué difícil es ser pobre

che!-

_Mirá, si es cierto le hacemos una huelga, ni con la yuta75 nos

sacarán de acá. Que venga nomás el sargento Moyano y sus hombres…

¡van a ver cómo les irá!-acotó Miguel.

Vicente les rogó que se tranquilizaran, que nadie hiciese nada

hasta tanto él hablase con el propietario de la casona.

La charla continuó por más de dos horas, poco a poco la cocina se

fue vaciando. Cada uno de los inquilinos prefirió seguir en soledad con

sus preocupaciones.

Balero anunció que se iba a pescar a su lugar secreto, como

llamaba a una zona del arroyo Yaguarón, bajo las barrancas, a no más de

diez minutos de la pensión. Solía ir a ese lugar cuando quería estar sólo.

En minutos estaba listo con una caña y su cajita de pesca en las

manos; antes de irse le anunció a Angélica:

_Doña, vaya preparando la olla, hoy comemos fritada de amarillitos

y mojarritas.-ella lo miró y continuó hablando sola sentada bajo el

fonógrafo.

Don Pedro y Rosa, en su pieza, se sentaron a conversar cómo

harían frente al nuevo alquiler. Por más cuentas que hacían, les era

imposible hacer frente al nuevo alquiler.

Vicente se dirigió a su cuarto, mientras pensaba que a su economía

ese aumento no lo afectaba, pero que sería muy desleal dejar “el barco”

ahora. De quererlo se podía alquilar una casa ya mismo. Pero, en la

situación en que estaba, era a él a quien le correspondía ayudar al resto;

todos eran sus amigos y no los podía abandonar ahora.

En la cocina tejiendo, Angélica hablaba sola.

_Se nos pone bravo che, yo ni escarbando en el fondo junto esos

pesos…pero me quedo, de acá no me voy… ¿y vos?-

_No, yo tampoco, ni loca dejo esta cocina… ¿a dónde iría?-se decía

a si misma concentrada en los puntos que daba en su tejido.

64

A media tarde Vicente fue hacia la escribanía. La saludó a Beatriz y

acordaron verse después del trabajo, le explicó que tenía urgencia de

hablar con su padre.

_ ¿Cómo anda el Doctorcito, ya me he enterado por mi hija que se

han hecho amigos…¿qué lo trae por acá?-dijo Vázquez luego de recibirlo,

sentados en su oficina.

_Sí, es cierto, nos estamos viendo con Beatriz…pero he venido a

charlar de otro tema.

Doctor, esta mañana estuvo en el conventillo el señor Cuerda. Fue

a avisarnos de un supuesto aumento del alquiler…-Antonio no lo dejó

continuar.

_No, no jovencito, no es supuesto: es real, bien real, y empezará a

regir a partir del mes próximo.-

_Pero Doctor-respondió Vicente-usted bien sabe que la mayoría de

los inquilinos están imposibilitados de hacer frente a este incremento.-se

hizo un silencio de unos segundos, Vázquez, pensativo, lo miraba

extrañado, después le respondió:

_Pero veamos, ¿qué necesidad tiene usted Carrare…”Carrarita” de

quedarse ahí?…o… ¿no me diga que se ha convertido en defensor de

esta causa?…dejese de joder, váyase, si usted puede vivir en un lugar

mejor.-Vicente, notando la intransigencia de Antonio, comenzó a entender

que nada lo movería de esa postura.

_Doctor, en esto nada tiene que ver mi caso en particular. Sé bien

de los aumentos, de la suba del costo de vida… pero esas razones no las

entienden los bolsillos del resto de los inquilinos. No es que no exista

voluntad de pago, tienen imposibilidad de cumplirlo. Además, Doctor, los

dos sabemos que es ilegal este modo de anunciar, de proceder…-el

Doctor no lo dejó seguir adelante con su análisis judicial.

_Por lo que veo ya tiene una postura tomada, ¿quieren

legalidad?…presentaré un escrito al juez de Paz, después ustedes se las

tendrán que ver con él… y si luego hubiese que realizar algún desalojo:

también tendrán la orden judicial correspondiente.

¿Esto era todo Doctor Carrare?-dijo Vázquez dando por concluida

la conversación y acompañándolo hacia la puerta..

Camino a su estudio Vicente pensaba: “Tengo que ganar tiempo, o

buscar a alguien que haga entrar en razones a este terco…tal vez el

Obispo podría mediar.”-

Antonio enfadado volvió a su escritorio, se sentó, extrajo de un

cajón la revista El Hogar y comenzó a leer para distraer su enojo.

A la tarde casi todos los inquilinos se enteraron por Vicente que el

aumento era real, que así lo había dispuesto el mismo Vázquez.

Los habitantes de la casona se encontraban unidos, refugiados en

el comedor reflexionando. Ellos, más que nunca, ahora comprendían que

estaban solos, que la pobreza los unía pero a la vez los dejaba más

expuestos, debilitados y frágiles.

Matilde le propuso a Ana y Adela pedir ayuda en La Humanitaria

Agrupación de las Damas de Caridad.

65

_Vamos, vamos a ver qué pasa, una vez me dieron comida durante

una semana.-miró cómo sus amigas se ponían de pie para acompañarla.

Cinco minutos después ya estaban en la calle, camino a solicitar

esa posible ayuda.

Fueron bien recibidas, pero debieron esperar más de una hora

hasta tanto las atendiesen.

Las recibió una dama elegantemente vestida, presidenta de la

institución, junto a la Madre superiora del Colegio Nuestra Señora de la

Guadalupe. Ambas cómodamente sentadas, con cara de preocupación,

escucharon el pedido de las mujeres que estaban paradas, tímidamente

junto al escritorio de roble. Pero cuando oyeron el apellido “Vázquez”

como propietario del conventillo, se miraron entre sí, ahora con sus

rostros parcos, la presidenta les respondió:

_No, no, lamentablemente nuestra Fundación no tiene alcance para

casos como el de ustedes. Nosotras estamos abocadas a la ayuda de

gente indigente, verdaderos necesitados del pan. Aquí solemos cobijar a

desposeídos, niños abandonados… linyeras, pero no podemos resolver

estos problemas legales. No, no es imposible, ¡pero lo siento tanto!-

antes de despedirse, la Monja prometió rezar para que pronto

hallasen una salida satisfactoria, una solución a su problema; ella tenía fe

en que Dios las iluminaría.

En la calle, las tres con sus ojos humedecidos, se miraron sus

ropas gastadas y recordaron el impecable vestido de la dama que las

había recibido.

_Somos unas reas, mirá cómo estamos de mugrientas… ¿qué nos

van a dar así?-dijo Adela llorando. Ana intentó consolarla para que se

tranquilizase.

_Vamos, vamos para el conventillo, no lloren che…ayudar no nos

ayudaron, ¿pero vieron?: ¡son unas yeguas cajetillas76!-dijo Matilde, y

comenzaron a caminar, llevando abrazada a la anciana entre ellas.

Capitulo 14

Era un día espléndido, sin una nube en el cielo, Vicente a primera

hora ya estaba en Tribunales realizando sus trámites habituales.

Al salir del edificio se detuvo un instante en la vereda, miró a su

derecha las barrosas aguas del río, y más allá sus islas. Volvió la cabeza

hacia la otra dirección y vio la Catedral a cincuenta metros, miró la hora, y

se dirigió hacia allí. Había decidido solicitar a un cura conocido que

mediase para conseguir una entrevista con el Obispo.

El padre Felipe, fue uno de sus primeros amigos cuando llegó al

Pago. Apenas se conocieron Vicente comprendió que se trataba de una

persona honesta y leal con sus principios; era un joven humilde y

solidario. Éste párroco, desde que arribó al Pago, acostumbraba a

tenderle una mano a gente con necesidades.

Pocos minutos después ya había hecho el pedido al cura. Salió de

la Catedral esperanzado, su amigo intentaría cumplir lo solicitado para

esa tarde.

Volvió a su estudio y se sentó para continuar con unos casos que

tenía atrasados.

66

Pese a haber estado sólo un rato en el conventillo, pudo respirar

el clima de angustia y desasosiego que crecía entre sus habitantes.

Hacia media tarde recibió un llamado de Felipe, le comunicó que le

habían acordado la cita; en una hora lo esperaba Monseñor.

Diez minutos antes de la hora fijada estuvo frente a la lujosa casa

de dos pisos donde sería recibido, a metros de la Iglesia.

Subió las escaleras, que terminaban en una gran oficina donde dos

religiosos cumplían sus tareas.

Amablemente el secretario le solicitó que aguardase unos

instantes, mientras entraba a una oficina del fondo. En tanto, Vicente

observaba el lujoso mobiliario en nogal y la magnífica alfombra trabajada

en hilos dorados que cubría todo el salón.

El secretario golpeó la puerta del despacho privado del Obispo.

Éste, sentado en un amplio sillón, estaba charlando con un amigo sobre

la rara y estricta neutralidad mostrada por Benedicto XV, en la última

conflagración vivida en Europa hacía dos años. Antes de pararse para

atender el llamado, volvió a servir coñac en las dos copas.

En la puerta le comunicaron que tenía una visita, ya acordada con

el padre Felipe. Por su gesto pareció que había olvidado ese compromiso,

giró y le rogó a su visita que lo esperase un par de minutos, luego pidió

al secretario que hiciese pasar a la persona a la oficina contigua.

Al entrar Vicente lo encontró sentado leyendo la Biblia. El religioso

era una persona alta y delgada, de mentón saliente y orejas grandes,

peinado hacia atrás, con cabellos entrecanos, nariz en gancho y ojos

negros brillantes como los de un águila atenta; por encima de éstos sus

cejas gruesas, negras brillantes, denotaban la acción de alguna tintura.

Se presentó y le explicó cuál era el motivo de su visita.

_Monseñor recurro a usted con la esperanza que pueda mediar,

sino serán desalojadas más de veinte personas carentes de recursos.-

_ ¡Pero qué terrible!, sí, sé que el país está viviendo una grave

crisis económica Doctor… ¡parece mentira, con la patria tan rica que

tenemos!…perdón, ¿su apellido es…?.-dos minutos antes se lo había

dicho, de igual forma le respondió.

_Soy el Doctor Vicente Carrare, abogado…-el religioso no lo dejó

continuar.

_Ah, sí, sí…cierto. Vea Doctor, me gustaría ayudarlo, pero la Iglesia

no tiene alcances en estos problemas…digamos: domésticos. Sus obras

están dirigidas a la sociedad en general, no a grupos particulares.-viendo

la negativa, rumiando su impotencia ante tanta hipocresía, Vicente apeló

a usar de medio las eventuales relaciones de este hombre con el Doctor

Vázquez.

_Tal vez usted conozca al dueño del conventillo, es muy conocido

aquí en el Pago: el Doctor Antonio Vázquez.-Monseñor crispó su rostro y

de inmediato le dijo que no, se acaricio hacia atrás el cabello y agregó:

_No, no, lo lamento joven, no tengo idea quién es…usted sabrá que

soy nuevo en esta Diócesis. Lamentablemente en este problema no lo

puedo ayudar y me causa una pena enorme…pero, fuera de esto, estoy a

sus órdenes para lo que pudiese necesitar.-el sacerdote se puso de pie,

se acercó a Vicente, le dio la mano y lo acompañó hasta la salida.

Pensativo volvió a entrar a su despacho, tomó su copa y dijo:

67

_Vino un joven que tiene algunos problemitas con vos.-

_ ¿Sí?, me imagino quién es. Tenaz el abogadito, ¡pero es un

hincha pelotas!

Volviendo al tema que conversábamos,-dijo el amigo tomando un

trago – sí, es poco entendible que el Papa haya adoptado una postura

tibia… neutra durante la guerra, pero, fuera de esto, Benedicto XV realizó

notables esfuerzos por buscar una resolución pacífica de la contienda y

ayudar a las víctimas.-el Obispo que lo escuchaba atento respondió:

_Sí, sí, eso es muy cierto, pero como siempre todo estaba en

manos del Señor… ¿te sirvo otro coñac Antonio?-

Capitulo 15

En esos días comenzaron a llegar por correo documentos de la

escribanía Vázquez, donde se informaba, a cada uno de los inquilinos en

particular, el aumento del alquiler que se haría efectivo a partir del

primer día del mes siguiente; siendo considerado moroso quien al día

cinco no hubiese pagado. Con esto Don Antonio hacía legal la

notificación. Nadie podría hacerse el distraído, ahora todos estaban

legalmente notificados; eventualmente si surgiesen desalojos por

incumplimientos de pagos, la inmobiliaria ya había cumplido

formalmente con el aviso.

Cada uno de los inquilinos al recibir el anuncio se aislaban en sus

habitaciones como si eso le permitiese descubrir el modo de hallar una

solución, de juntar el dinero para hacerse cargo de tan abultado alquiler.

Todos comprendieron que el “agua avanzaba”, otra tormenta se les

venía encima, pero nadie disponía del medio salvador para no ahogarse.

La única que parecía no inmutarse era Calvina, quien disponía de

algo de dinero que le había dado su novio antes de morir.

Desde la muerte de Ángel, había caído en una profunda depresión;

vestida de negro, permanentemente con lágrimas en sus ojos. Lo único

que hacía era comer, cada día un poco más; de nada servían los consejos

de Adela, Matilde o Ana.

Acomodaba temprano su silla en la puerta de la pensión, ahí

sentaba su voluminoso cuerpo y se sumergía en sus pensamientos

tomando mates y comiendo hasta la llegada de la noche, donde volvía a

su cuarto. A diario renovaba las esperanzas de que un día apareciese allí,

en la puerta, su Ángel. Los niños se admiraban por la cantidad de su

ingesta: “bolas de fraile”, tortas negras, churros y medias lunas. Ella,

cuando veía que su bolsa se vaciaba cruzaba la calle, jadeante, a reponer

más pastelería en la despensa de Elena. Y así estaba todo el día, inmóvil,

sentada en la vereda, parecía ser ahora una parte más del edificio. Vista

desde lejos, daba la imagen de una inmensa estatua obesa en la puerta

del conventillo.

El grupo de los paraguayos, además de sentirse impotentes por no

tener claro de qué manera pagarían el aumento del alquiler, también

estaban preocupados porque hacía más de quince días no tenían noticias

68

de Juan, nadie se explicaba donde podía estar o que había sucedido con

él.

Una mañana cuando se aprestaban para ir al trabajo, su compañero

les dijo que iría cinco minutos más tarde.

Las primeras cuarenta y ocho horas de su desaparición no

resultaron extrañas, tal vez había conocido alguna mujer y estuviese de

parranda con ella.

Pero nadie sabía nada, y crecía la angustia de que algo malo le

hubiese ocurrido.

José y Eustaquio pensaron en hacer una denuncia policial, pero

desistieron cuando Ramón les dijo:

_Pero chamigo, no sean gurises ingenuos… como están las cosas

en el país… ¿quién se va a preocupar por un paraguayo

perdido?…esperemos, ya aparecerá.-

Ese sábado Vicente se duchó temprano. Había sido invitado por

Beatriz a tomar una copa y escuchar música en su casa.

Durante el fin de semana sus padres habían ido a descansar a la

ciudad Del Rosario. Ésta, mucho más grande que El Pago de los Arroyos,

ofrecía a sus visitantes el servicio de numerosos restaurantes, bares,

teatros y dos nuevos cines.

Después del baño, se vistió con su mejor ropa, peinándose con

esmero; era la primera vez que estarían verdaderamente solos.

A las ocho ya estaba en la puerta de la lujosa casa, al lado de la

escribanía.

Apenas llamó a la puerta apareció Beatriz sonriente.

Hermosa, con un vestido blanco y negro, de atrevido escote, largo

hasta por encima de los tobillos, bastante ajustado como para marcar

cada línea de su cuerpo, resaltando su cadera. Cada vez que la volvía a

ver, le parecía más delicada y linda.

_Estás preciosa, gracias por tu invitación.-

Se adelantó, la besó en la mejilla, al borde de su boca; ella tomó

su mano y le pidió que la siguiese. Quedó embriagado por su exquisito

perfume.

Pasaron al living, un amplio salón, alfombrado color miel, con

cuatro grandes ventanas terminadas en arco, que dividían la extensa

pared principal. Las cortinas de un tono manteca, daban más amplitud al

lugar. Los muebles de cedro se sumaban al conjunto para darle mayor

calidez. A un lado, un impecable fonógrafo dejaba oír los tangos que

salían del disco de pasta.

Beatriz apagó las luces del techo, quedando solo una encendida

sobre una mesa ratona; luego se sentó junto a él, con total naturalidad,

en un amplio sillón. Ella deseaba que él se sintiese cómodo, sabía de su

preocupación por los graves problemas en el Conventillo.

Durante unos segundos se miraron en silencio. Ella, sonriente, le

palmeó una mano y le dijo:

_Vicente, estamos solos, te pido que te olvidés mi apellido, mi

padre no tiene nada que ver con nosotros. ¿Te traigo un café?-pocos

69

minutos después había vuelto con una pequeña bandeja trayendo una

taza de café, otra de té y una copa de coñac.

De inmediato comenzaron a conversar, sin quitarse ni por un

segundo los ojos de encima; nuevamente se había creado ese puente

mágico entre sus miradas. Desde que se conocieron los dos

comprobaron que entre ellos surgía de inmediato un singular

magnetismo.

El joven, mientras bebía el coñac no dejaba de admirarla por la paz

que transmitía con su natural sencillez.

Olvidándose del tiempo, siguieron hablando de todo, como si se

conociesen desde siempre; estaban casi hombro contra hombro. En las

pausas parecían comunicarse con la vista.

Vicente dejó su copa sobre la mesa y le tomó la mano.

_Beatriz, jamás en mi vida me había sucedido algo como esto,

nunca estuve tan bien con alguien…estar al lado tuyo me parece un

sueño.-ella lo interrumpió sonriente:

_Entonces a los dos nos pasa lo mismo, estoy feliz de haberte

conocido.-

Sin dejar de mirarla, le acarició la mano, luego la cabeza; ella cerró

los ojos y suavemente unieron sus labios.

Desde afuera entró el sonido de las campanadas de medianoche.

Capitulo 16

_Ésta es la última.- dijo Sosa a Gaitán, tomando la botella de vino

apoyada en la barra y sirviendo su vaso.

En el Cabaret ya quedaba poca gente, aunque aún había mesas

ocupadas, algunas parejas bailando y de fondo sonaba la música a todo

volumen.

Al final de la barra, sentadas en los taburetes, estaba Filomena con

sus tres amigas; compañeras de trabajo y de habitación.

Sosa saludó antes de irse, le comentó a su amigo que pasaría unos

minutos por la casa del jefe.

Caminó por la oscura calle adoquinada, con un cigarrillo en su

mano. Al llegar a la esquina del Puerto Viejo, dobló hacia la cortada De

los Sauces donde estaba estacionado su auto.

Luego de unos pasos, escuchó desde atrás que le pedían fuego, al

girar sintió un caño frío en su pecho, luego nada más; la bala le perforó el

corazón. Murió al instante, cayendo de rodillas sobre un charco de agua

sucia; quedó tendido con los ojos abiertos, los labios crispados y una

mueca de terror en su rostro.

A pesar de que Miguel le dijo que esa era una herida “fea” y tenía

que ir al Hospital; Rosendo, terco, no le hizo caso.

Hacía unos quince días, al bajar del bote en la isla, una estaca de

espinillo sumergida entre el agua y el barro, le perforó la alpargata;

lastimándole la planta del pie y la pantorrilla derecha. En ese momento no

le dio importancia, se limpió y vendó con un trapo sucio, para luego

seguir cazando nutrias.

70

Sin tener en cuenta la lesión, y con los mínimos cuidados, continuó

yendo a pescar y cazar a la zona de las Lechiguanas.

La piel de la región lastimada estaba pálida. Su estado general

empeoró, con fiebre persistente.

Durante las dos últimas noches en la habitación, Rosendo despertó

a Miguel y Vicente en varias oportunidades con sus gritos entre dormido;

luego les pedía agua o alguna frazada para calmar sus escalofríos.

_ ¿Cuánto hace que te pusiste esa venda?- le preguntó Miguel

mientras le aplicaba unos paños fríos en su frente ardiente.

_Hace una semana cuando me bañé, limpié con jabón la zona, ya

tenía hinchado, por eso me lo vendé. En ese momento me dolía, ahora es

como que no siento esa parte.-su compañero lo miró, asintió y comenzó a

quitarle la venda, Vicente, a su lado, daba más luz por medio de un farol a

querosene. Cuando concluyó de retirar el improvisado vendaje dio un

paso atrás impresionado.

Tenía la pierna derecha, por debajo de la rodilla, con un muy mal

aspecto. De un azul ennegrecido arriba, mientras que más abajo tenía

zonas pálidas y en su proximidad se marcaba un color bronce enrojecido;

en toda su extensión se apreciaban espesas secreciones. Al acercar la

luz vieron ampollas amarronadas y verdosas. Miguel se arrodilló para

inspeccionar mejor, pero un olor nauseabundo se lo impidió.

_ Hermano, la tenés jodida, esto está muy mal, vamos para el

hospital.-no quiso extenderse más sobre el tema para no preocupar a

Rosendo, pero lo alarmó el intenso olor a putrefacción.

Apenas llegó hasta la camilla el médico de guardia y vio el

compromiso de su pierna, dijo fríamente:

_Esto es una gangrena húmeda, acá usted se ha lastimado y la

infección le penetró por la herida, le ha tomado toda la pantorrilla…

¿cómo se demoró tanto en venir?-con mucho miedo Rosendo apretó

fuerte la mano de Miguel que estaba al lado de la camilla de guardia.

_ ¡Ay, mi mamita!…yo me voy para el conventillo!… ya se me

curará…-el médico no lo dejó continuar.

_Señor, no se puede ir a ningún lado, esto lo tiene que ver un

cirujano, él viene en unas horas. Si se va hará una infección generalizada,

posiblemente derivará en una insuficiencia renal, y así entraría en un

cuadro que se iría agravando…para que me entienda: esto es muy grave.-

el profesional se apartó unos pasos y le explicó a Vicente y Miguel la

severidad del cuadro que presentaba su amigo. De irse corría serios

riesgos su vida.-

Miguel se arrimó a Rosendo que lloraba como un niño, intuyendo lo

que sucedería. Le acarició la cara, le dio un beso en la frente,

prometiendo volver al otro día.

Carmen volvió al Conejo Rojo casi al amanecer, después de una

salida con un cliente; allí se enteró la noticia. Se asustó al ver policías en

el lugar, sin dudarlo un segundo tomó sus cosas y prefirió irse al

conventillo.

71

Cuando entró en la habitación encontró a Aurora y Josefa sentadas

en una cama, y enfrente a Filomena, que les relataba su llegada al Pago.

_Parecés un “sereno”, trabajás hasta el amanecer piba.-le dijo

Aurora sonriendo a la recién llegada, mientras ésta, pálida, se quitaba el

maquillaje sobre una palangana, todas rieron.

_No saben lo qué pasó allá…lo encontraron muerto a Sosa.-todas

dejaron de reír y le pidieron más detalles.

_No, no, mucho no sé, yo recién llegaba y esto habrá sido hace un

par de horas…le pegaron un balazo en el pecho, dicen que lo asaltaron…

pero otros dijeron que fue una pelea y lo ahogaron con un trapo en la

boca… ¿o un diario?… ¡qué sé yo!, viste cómo la gente habla después…

yo al ver la cana77 me las tomé; no quiero líos…pero, ¡mi Dios qué susto

me di!-

Estaban todos conversando en la cocina cuando llegaron corriendo

los chicos con el pan. Fermín, Benito, Honorio y Clemente, hacían todas

las mañanas algunos mandados por el barrio. Aún no eran las diez.

Clemente contó que vio al Sargento Moyano junto a varios de sus

hombres en la zona de la plazoleta. Más tarde, desde la esquina, los

vieron espiando la puerta del conventillo.

_ ¡Pucha! todavía no es fecha de pago y ya se están preparando…

es como si nos viesen los bolsillos che…me imagino cómo se pondrá

esto si no pagamos… ¡mi Dios qué furia van a tener!-dijo Héctor, pero

nadie le respondió nada; prefirieron mirar el piso en silencio.

Todos presentían lo mismo: aunque casi estaban en primavera,

parecía como que volviese el invierno, pero ahora mucho más gris y frío,

anunciando fuertes tormentas.

Estaba claro que pronto algo deberían hacer, nunca nadie los

protegió y esta vez no sería la excepción.

Desde la mañana temprano había gran movimiento en la sala del

Cuerpo Médico Forense.

El Pago nunca había sido un lugar violento, salvo las ocasionales

riñas entre ebrios, algún herido o apuñalado por esta cuestión o por

asunto de faldas.

El Doctor Hidalgo Leplenne era el jefe de este departamento policial

y quién dirigía las autopsias cuando éstas se realizaban.

Era un hombre simpático, de unos setenta años, delgado y alto,

con su cabellera totalmente plateada al igual que sus finos bigotes.

_Buenos días, ¿qué tenemos hoy?-dijo a dos de sus ayudantes sin

mirarlos mientras acomodaba su anteojo metálico y leía la planilla.

_Acá nos trajeron a Sosa…Sosa Alfonso, así es el nombre del

occiso. Al parecer tiene una herida de arma de fuego en tórax.-les

respondió uno de sus asistentes.

_Bueno, veamos entonces.-dijo Leplenne que se acercó a la camilla

donde estaba el cadáver de Sosa.-

72

Le miraron extrañados la boca de donde emergía un trozo de papel.

Hidalgo lo retiró, lo miró de un lado y del otro, luego concluyó:

_Es un trozo de alguna revista…de un diario, algo raro… ¿no?-

Después su vista se fijó en el torso del cadáver, al ver su camisa

manchada de sangre se inclinó para tener una visión más precisa.

Cuando observó la tela la notó quemada, pensó unos instantes y dijo:

_Esto parece un disparo a “boca de jarro”, observen las marcas del

proyectil, del fuego y humo. Le han apoyado el arma en tórax para

dispararle. Vamos a empezar, quitémosle la ropa.-

La bala al ingresar dejó claras marcas en la piel; en esa área se

veían manchas, distribuidas en anillo alrededor del impacto.

_Miren, la zona del orificio de entrada, observen la forma de estrella

del tejido, con sus bordes ennegrecidos además del típico tatuaje, esto es

la marca del disparo; acá se aprecian partículas de pólvora no quemadas

y la zona deflagrada. Sí, sí, es evidente que fue a “Bocajarro”, a

“quemarropa”, seguramente los tejidos más profundos tendrán las

mismas características. El ingreso fue por el tercer espacio intercostal,

debajo de la tetilla izquierda.

Veamos que encontramos.-tomó un costótomo, el bisturí y

comenzaron a trabajar sobre el cadáver.

En pocos minutos, luego de levantar la parrilla costal, vieron el

corazón perforado de lado a lado en su centro, en medio de una gran

hemorragia en la zona. Esa había sido la causa de la muerte instantánea.

No había orificio de salida en la espalda, el Doctor Hidalgo

introdujo su mano profundamente en la cavidad torácica…minutos

después tenía entre su índice y pulgar el proyectil intacto. Éste fue

disparado a tan corta distancia que no había desarrollado gran

velocidad.

Miró el plomo extrañado, luego lo midió: 7,65 por 22 milímetros,

observó a sus ayudantes y comentó:

_Acá los calibres más comunes son el 9, 32, 38 y el 45 milímetros…

¿con qué arma le han disparado…?-

Capitulo 17

Miguel fue al hospital temprano, con la esperanza de que el otro

médico se hubiese equivocado en el diagnóstico de su amigo.

Apenas entró a la sala general sintió un horrible olor a

medicamentos. De inmediato localizó a Rosendo en una de las tantas

camas blancas de metal que había en la sala. Éste, al verlo, lo llamó

moviendo su mano, con temor a no ser visto, a que se fuese.

Miguel se sentó al lado de la cabecera, se impresionó por la cara de

desconsuelo de su amigo y sus ojos llorosos.

_ ¡Ay hermanito, me van a cortar la pierna!…ya me vio el cirujano…

dijo que no hay otra salida, que no tengo elección… ¿te imaginás yo con

una pata menos?…Miguelito, estoy jodido.-le dijo mientras se aferraba a

las manos de Miguel, quién lo miró pensativo buscando como consolarlo.

_Tranquilizate, por suerte vinimos a tiempo…dale, vos siempre

fuiste bien macho…Con las dos o con una siempre estaré con vos

73

Hermano…entendé que si no lo hacen te morís…pero no me podés dejar

sólo che… ¿quién me va a ayudar a encarnar los espineles y tirar el

mallón?-

_Sí, sí, te conozco, me tomás para la joda para que deje de llorar,

pero quedaré inválido, ¿me entendés?-le dijo tratando de sentarse en la

cama.

_Claro que te entiendo, pero sabés que no es simple la vida

Rosendo, no, ¡qué va a ser fácil!…pero tenemos que ir andando por este

quilombo78 en que Dios nos metió…yo no sé si lo lograremos, pero

hermano: bien vale la pena intentarlo…y vos no te podés achicar.

Prometo que la próxima vez que vayamos a la isla de Los Tiestos,

te preparo un buen chupín de armados, amarillitos y patí…te vas a chupar

los dedos, creeme.-Rosendo lo abrazó con fuerza mientras ambos

lloraban.

El cirujano se acercó, y como si sólo se tratase de cortar un trébol

dijo:

_Bueno amigo, ¿está listo?…ya lo vamos a llevar a la sala de

cirugía así comenzamos.- detrás de él dos enfermeros esperaban para

ayudar.

Vicente y Balero charlaban en el patio antes de almorzar cuando se

arrimó Filomena que también iba hacia el comedor.

_Hola muchachos, ¿cómo están?…recién me despierto.-

_Hola Filomena, nosotros no tuvimos tu suerte, desde temprano ya

estábamos trabajando.-dijo Vicente sonriendo.

_ ¿Vieron a quién se la han “dado”…?…lo “quemaron79 de un tiro”,

al amigo de Gaitán: a Sosa. Allá en el Conejo hay un revuelo bárbaro…-

_ ¿Sosa, quién es?- dijo Vicente, de inmediato Balero le respondió

con sus ojos bien abiertos por la sorpresa.

_ ¡No me digás piba!…Dotorcito, creo que Sosa es el compadrito

que te amenazó con achurarte, esa noche en el cabaret… ¿viste como es

la vida?, si todo da vuelta y vuelve che…¡ qué bárbaro!… con vos se hizo

el guapo, el gran sábalo80…pero seguro que ahora se las vio con un

verdadero malandra qué lo hizo reventar… ¡Qué se joda!, ya no va a

prepotear más a los pendejos… ¡qué siga el baile carajo!-

Esa tarde antes de irse para el estudio, Vicente, les pidió a los

inquilinos reunirse en la cocina.

Él veía que todos estaban impotentes ante la posibilidad de que

fuesen desalojados. Pero más allá de las lamentaciones, nadie proponía

nada en concreto para enfrentar ese tema. El pensar que pronto sería

sacados por la fuerza del Cabotaje, era como una barrera en su cerebro

para que emergiesen otros pensamientos alternativos para encontrar

alguna otra solución.

En el aire del salón se mezclaban los olores de mate cocido, grasa

y tabaco. Del techo bajaba un aroma picante de los chorizos y la carne

74

que se secaban colgados, enganchados en alguna viga de madera que

estaba suspendida improvisadamente, desde algún ángulo de las chapas

del techado.

_Quiero que entiendan que, por ser abogado, no dejo de pertenecer

a esta familia, acá somos todos iguales, tenemos que organizarnos, irnos

previniendo de la mejor manera, pero que nadie quede sin participar.-

Pascual levantó su mano para pedir la palabra.

_Pero… ¿sabés lo que pasa?, acá vos sos el “leído”, nosotros

somos todos burros, si nos movemos o decimos algo haremos bardo81,

será peor…y ahí sí que estaremos fritos.-Vicente lo escuchó, todos lo

miraba a él para que continuase.

_Ustedes tendrán sus ideas, cada uno puede proponer lo que crea

más atinado…-Matilde lo interrumpió.

_ ¿Qué les parece una huelga?-Ana negó con la cabeza, y propuso

su idea.

_No, no seas ignorante che, lo mejor acá es hacer un conventillo

anarquista, y vos Vicente serías el presidente.-ella aplaudió creyendo

haber propuesto algo muy acertado. Vicente la miró sonriendo y le

respondió:

_No Anita, no podemos, los anarquistas no tienen presidente.-

Balero levantó la mano para hablar.

_Se me ocurrió algo bueno, esto sí va a andar, escuchen: hay que

juntar libros, muchos libros, si es necesario arreglamos con un ratero82

para que los afane83…después fundamos acá La Biblioteca del Cabotaje…

a ver, diganmé: ¿quién se va a animar a desalojar una biblioteca?-todos

rieron, menos Angélica que enojada le tiró con la cebolla que estaba

pelando.-

_ ¡Callate mocoso!, esta es una reunión de gente seria, no digas

pavadas.- Vicente, al comprobar que las ideas no sumaban decidió

continuar él.

_Nosotros tenemos en contra el estar acá sin contrato. Nunca la

inmobiliaria nos propuso firmar un acuerdo de voluntades.

Hemos hablado con Vázquez, con el obispo, con las damas de

caridad; es evidente que por ese lado nadie nos ayudará.

Creo que, por ahora, poco podemos hacer. Nos han anunciado el

aumento, pero aún nadie lo pagó ni dejó de pagar…no ha habido

desalojos…pero si viésemos que esto va a ocurrir, yo podría hablar con

el juez civil por este incremento desmedido, ver si él puede hacer algo al

respecto…mientras tanto buscaré otras vías para que la inmobiliaria

desista de la idea… ¿están de acuerdo?, por favor, levanten la mano los

que aprueben esto.- al instante, todos levantaron la mano, aunque poco

entendían de lo que habían votado.

Después de una semana vieron entrar a Miguel y Rosendo, éste

caminado con dificultad, ayudado por las muletas. Lo saludaron con un

apretón de manos o una palmada, pero nadie dijo nada, sabían que

ninguna palabra servía para consolar a Rosendo. Además, en ese medio

donde la desgracia golpeaba seguido, el dolor era corto y breve, como

75

preparándose para el próximo golpe que seguramente pronto llegaría;

pero esta vez con más fuerza y causando mayores daños.

Al rato llegó Juan, entró impecablemente vestido, después de

varios días de ausencia. Sus compañeros, sorprendidos, le preguntaron

dónde había estado, de dónde había sacado esa costosa ropa. Pero él se

limitó a saludarlos sonriente, se excusó de hablar diciendo que estaba

muy cansado, que se acostaría a dormir.

Eustaquio, José y Ramón salieron del cuarto, mirándose

extrañados; ahora más preocupados que antes.

Capitulo 18

_Tranquilo, amigo, lo cité a esta hora porque…conozco sus

compromisos y obligaciones. Son las dos de la mañana, a esta hora ni

los perros andan por la calle, y acá solo estamos usted y yo… si desea le

sirvo una copa.-dijo Cuerda sentándose frente a su invitado.

_No gracias, no voy a beber…cuando hablamos por teléfono me

anticipó que este negocio nos proporcionaría un rápido retorno de la

inversión, y ganancias continuas durante mucho tiempo. Sé quién es

usted, conozco de su habilidad para estas cuestiones. Cuénteme, lo

escucho.

_El Pago ha crecido mucho mi amigo, el movimiento se incrementa

día a día.

Esto se inició y sigue creciendo gracias a la construcción del

Puerto Nuevo, a partir de 1913. Usted sabe que es el cuarto en

importancia en nuestro país luego del de Buenos Aires, Bahía Blanca y

Rosario. A partir de ese momento todo se dinamizó en El Pago.

Así creció el movimiento de la fábrica textil local, la de papel, la

destilería de alcohol, el molino harinero, la fábrica de conservas

Gracias a la guerra de Europa nuestro país activó la economía.

Estamos exportando todo para cubrir las necesidades de los europeos:

lana, carne, granos. Usted sabrá que por esto el país se está

enriqueciendo, hemos aumentado las exportaciones increíblemente, la

Argentina es la sexta potencia económica en el mundo, este año será

record: superaremos los mil millones de pesos oro. En esto no tiene

nada que ver la administración de Yrigoyen, el “Peludo” ha sido un

suertudo favorecido por los despelotes que hubo en el mundo, en todos

lados menos en Argentina: puro “upite”.019

Nosotros, gracias a Dios, vivimos en un punto clave. Debido al

Puerto Nuevo, el ingreso y egreso de mercaderías es constante. Y esto

nos interesa, amigo, porque este incremento de la actividad portuaria trae

gente, mucha gente: marineros de nuestro país, embarcados

extranjeros… Estos hombres encuentran acá satisfecha casi todas sus

necesidades. Pueden comprar todo, lo que se les ocurra, todo menos

mujeres. Y usted sabe la necesidad que tienen esta gente de…hembras;

en este tema los muchachos son insaciables. En esto también se suman

los obreros de las fábricas locales; hoy el Pago ya tiene alrededor de 35

mil habitantes, que no es poco. Todos trabajan de 12 a 14 horas, ¿cómo

no van a buscar un poco de diversión?

76

Si mi local estuviese cerca del puerto, sería millonario con sólo

haber trabajado un par de años. Pero no, no, estamos a cinco kilómetros,

eso ya me deja lejos de ese tesoro. Por eso lo he llamado, sé que usted

dispone de un inmenso capital, pero no lo puede usar libremente, y

menos en este tipo de actividades. Le propongo asociarnos; le aseguro

que en un año nos haríamos ricos.

Tengo en vista un terreno a doscientos metros del muelle, ahí

construiríamos un gran cabaret y un hospedaje, que sería la envidia hasta

para los mejores de Buenos Aires.

Si acepta, usted seguirá en lo suyo, yo me encargaré de esto,

jamás nadie sabrá de nuestra sociedad. Le aseguro que en menos de un

año habremos amortizado el costo, luego de eso, por los próximos cien

años nos ingresarán fortunas.-su visita, inquieta y cada vez más

entusiasmada lo interrumpió.

_Sírvame una ginebra, doble, por favor, ¿cuál es el monto que

necesita para empezar?- sus ojos brillaban como los de un buitre cerca

de su presa, adoraba el dinero; aunque tenía acceso al monto que se le

ocurriera, siempre su codicia insaciable le pedía más.

_Doscientos cincuenta mil pesos, en cinco años tendrá veinte

veces más que eso. Se lo repito: le aseguro Monseñor que no se

arrepentirá.-

Durante esos días, los comentarios del posible desalojo del

conventillo se esparcieron por el barrio con increíble velocidad.

No era nada raro que se supiese lo que ocurrían con algún vecino

en particular; se conocían hasta los más íntimos secretos de todos los

sucesos acaecidos en cinco manzanas a la redonda. Pero esto era

diferente, por primera vez había afectadas más de una veintena de

personas y no era un chisme cotidiano más. Si en realidad se produjese

la expulsión de los inquilinos, todos los vecinos, de alguna u otra

manera, se verían afectados.

Con los años se había creado una rara simbiosis entre la gente del

vecindario. Por proximidad o afecto todos se solidarizaban con los

habitantes de la pensión.

En el Bar El Faro, el tema principal era por esos días el increíble

aumento en los alquileres del Pensionado; además de una segura

participación policial para desalojar o reprimir en caso que hubiese

desobediencia o desacato.

Don Roque, pasaba su día de mesa en mesa agregando algún

comentario a las charlas de los parroquianos que abordaban el tema.

En el almacén de doña Elena, ante la llegada de cada cliente, se

había hecho obligación hablar del incierto futuro de las familias de

enfrente.

El ruido del martillo contra las tachuelas que perforaban las suelas,

se mezclaba con las voces de Don Evaristo, quien, mientras arreglaba

zapatos, a todos les contaba que seguramente pronto perdería a más de

veinte clientes.

77

El zapatero era regordete, petiso, calvo, aún con un poco de pelo

cano en su nuca y a los lados de la cabeza, ojos grises enrojecidos y

bigotes en gancho, manchados, como sus dedos, por la nicotina; ésta

daba un color ladrillo a sus mostachos.

Evaristo, para hacer estos comentarios, ponía a un lado de su

pequeño banco los zapatos que estaba arreglando, se limpiaba las manos

sobre sus faldas, y miraba fijo al eventual interlocutor para empezar a

opinar.

_ ¡Qué va a hacer, ya todo está escrito, es el de “arriba que

decide”!-decía cuando concluía con sus terminantes comentarios y

retomaba su trabajo.

Balero, inducido por la fantasía de una segura invasión de las

fuerzas del Sargento Moyano, consiguió “mezcla” a través de unos

albañiles amigos. Ayudado por una escalera y un balde repleto de

cemento, cal y arena, iba colocando cada diez centímetros intimidantes

trozos de vidrios de botellas rotas en los bordes de los tapiales del

fondo. De este modo, con la puerta principal bloqueada, no quedaría otro

posible punto de ingreso, y el que intentase pasar a través de la

medianera sufriría graves cortes en sus manos.

¿Tenés idea en qué boludez84 andaba metido Sosa?-preguntó

Cuerda a Gaitán terminando su café en el Bar La Estación.

_No, no me había dicho nada, estuve con él hasta cinco minutos

antes que lo boletearan85; pero no se lo veía preocupado esa noche.-

_No sé, era de hacer quilombos, acordate el año pasado cuando se

quiso trincar86 a la mujer de ese gitano, ahí se salvó raspando de que no

lo achuraran…pero bueno, le dije mil veces que se dejara de hacer

despelotes87, ¿qué va a ser?…así es la vida, che…seguro que él se lo

buscó…aunque ahora que recuerdo también podría ser ese aprendiz de

fiolo, él que nos trajo las tres minas de Villa La Concordia, ¿cómo se

llamaba?…me quiso joder y lo dejamos tirado, puteando, burbujeando en

el barro… Astunez, sí, ese era su nombre, no sé…también podría haber

vuelto por revancha… ¡qué sé yo!

Cambiando de tema, me parece que en el conventillo se va a “armar

la gorda” y vamos a tener que meter fierro88 nomás…el que anda jodiendo

es un abogadito, ya veremos qué hacer; no vamos a dejar que ese gil nos

joda el estofado89.

Hugo, andá hablando con los muchachos de los cabarotes90 Del

Rosario, vamos a necesitar a varios. Después de remarla91, creo que

estamos por ganar la lotería; me parece que prontito largamos con lo del

Puerto Nuevo…-hizo una pausa, pensó unos segundos y continuó-otra

cosa, decile a Pancho y al zurdo Cachilo que vengan a verme, necesito

conversar con ellos.-

Este ámbito clandestino tenía sus reglas. En el submundo de la

prostitución todo parecía estar atado por débiles hilos, cuando uno de

estos se cortaba podía ocasionar un verdadero desastre entre los

78

integrantes de esta oscura mafia; salpicando de barro…o de sangre hacia

los cuatro costados.

_Juan, ¿nos vas a contar dónde estuviste, de dónde sacaste esa

ropa pituca92…dónde estás metido desde la tarde hasta la medianoche…?

O has robado un banco o ganaste en el hipódromo…-dijo Eustaquio

conversando con sus compañeros de cuarto. La habitación de los

paraguayos parecía ser el único lugar donde el tema del incremento de

los alquileres había pasado a segundo plano. Sus intereses estaban

dirigidos a la intriga de todo lo ocurrido cuando su amigo desapareció

misteriosamente.

Siempre había sido campechano, tímido, muy reservado y ahora lo

veían totalmente cambiado, se lo notaba más desenvuelto, locuaz, muy

bien vestido y hasta con el cabello cuidado.

Convencido de que jamás volvería a cargar una bolsa, poco le

importó saber que lo habían echado del trabajo.

_ Chamigos, por ahora les puedo decir que estuve de viaje. Conocí

Buenos Aires, sus restaurantes, su noche, escuché tangos en el

Chancleter. Después me fui en tren unos días a Mendoza, pasando por

Rosario. Vieran qué buenos vinos tomé, es un lugar hermoso, al lado de

la cordillera… ¿conocen Mendoza?-dijo Juan, mientras sus amigos se

miraban para saber si estaba bromeando.

_ ¿Pero vos estás loco, o te olvidás que de Paraguay vinimos acá?,

esa fue la primera vez en la vida que viajé y salí de Asunción.-dijo José

extrañado por la pregunta de su amigo.

Juan, recogió debajo de su cama la revista de historietas “Viruta y

Chicharrón”, miró con asombro la cara de curiosidad de sus amigos.

_No, no estoy loco, ni he robado…no he hecho ninguna macana,

dejen que acomode mis ideas… algo raro me está pasando… ya les

contaré todo.-les respondió muy serio, antes de seguir leyendo.

Capitulo 19

José se despertó a la madrugada; desvelado, una y otra vez volvía

a su cabeza la grave situación que se creó desde que Cuerda les anunció

ese maldito aumento. Fuera de la extrañeza que sentía por el

comportamiento de Juan, el tema del posible desalojo le creaba una gran

impotencia y desazón, aunque evitaba hablar de él.

Se sentó en un rincón de la cama en silencio para no despertar a

sus compañeros. Se tapó con la mano sus ojos llenos de lágrimas.

Recordó cuando salió de Luque, una villa muy cerca de

Asunción, con una pequeña y raída valija, cargado de sueños y

esperanzas, para reunirse con sus amigos y hacer “el viaje salvador”, ese

que los sacaría, para siempre, de una pobreza segura y del hambre que

ya se había hecho crónico para la gran mayoría de los paraguayos.

Las heridas de la maldita guerra de la Triple Alianza aún supuraban.

79

Su padre siempre le relataba aquellos días del 65 al 70 donde los

masacraron, hasta que en Cerro Corá mataron a Francisco Solano López,

que estaba ahí resistiendo el seguro final con su tropa: cuatrocientos

nueve combatientes de todas las edades.

Con rabia rememoraba las palabras del padre: “Solo quedamos

cuatrocientos nueve de cien mil llamados bajo bandera, y lo último que

dijo el Mariscal fue: “Muero con mi patria”, inmediatamente un tiro de

“Manlicher” le atravesó el corazón.”

José recordaba, llorando como un niño, estaba viendo a su

padre contándole estas historias, donde muchas veces le había

confesado que hasta tenía vergüenza de estar vivo, cuando la mayoría de

sus compatriotas murieron por la nación Guaraní.

Casi no quedaban hombres luego del final; eran mujeres y niños

los que poco a poco fueron resucitando el país cobardemente arrasado

por los tres aliados: Brasil, Argentina y Uruguay, los que con brutal

encarnizamiento desbastaron lo que había sido el país más progresista

en América del Sur; dejando con vida a sólo un diez por ciento de un

millón trescientos mil hombres.

Cada nuevo recuerdo encolerizaba más a José.

Recordaba el día que murió su papá, quien antes de fallecer le pidió

con lágrimas en sus ojos, que jamás permitiese que nadie lo humillara.

Era preferible la muerte, a cargar por siempre un fracaso denigrante en

las entrañas, porque después se transforma en un fuego interno que daña

y flagela toda una vida. Esa era la sensación que él sentía ahora: en

tierras Kurepas cincuenta años después, si el desalojo se realizaba

caería de rodillas. Se harían añicos los sueños, planes e ilusiones que

había tejido en los últimos tres años.

Durante ese tiempo, mientras hombreaba bolsas esperando que,

quién sabe dónde, se abriese una puerta que le permitiese de una vez y

para siempre: conseguir crecer, formar una familia, y dar vuelta esa triste

página que lo perseguía desde joven. Pero ahora, por capricho de otros

argentinos: Vázquez, Cuerda y Moyano, sus proyectos se desvanecerían

como una quimera.

Pero no, no lo permitiría; pensaba el sacrificio que había hecho,

juntos a sus amigos, para llegar a esta tierra, renegando de las

postergaciones y el desarraigo por los que había transitado

estoicamente.

Tres años luchando día a día, de lunes a lunes, catorce horas

diarias. No, él se negaba a permitir que destruyesen sus planes, su

futuro. Si era desalojado tendría que volver a su país sin un centavo y

ponerse allá en la cola de los que esperan la nada. No, no podía ceder ni

consentir una humillación más.

Encolerizado seguía pensando que algo debía hacer, no se dejaría

avasallar. No, lucharía contra todo; no moriría llorando como su padre.

Pese a quien le pese, él seguiría luchando para que un día, un hijo suyo

se sintiese orgulloso. Eso no se lo impedirían ni los caprichos de

Antonio ni del “Picado”.

80

Hacía más de media hora que Ramón, desde la cama de enfrente,

lo miraba mientras él pensaba con sus ojos rojos de ira y lágrimas.

Cuando José lo vio despierto se disculpó en voz baja para no despertar al

resto.

_Perdoname chamigo, ¿te desperté?… a lo mejor hablé sólo… Es

que tengo tanta rabia.- con la mano su compañero le dijo que no, y le hizo

seña invitándolo al patio a fumar un cigarrillo.

Apenas transpusieron la puerta, Ramón le preguntó qué le sucedía.

_Es que estoy enfurecido con esto que nos va a pasar, siempre

hemos cumplido hasta el último centavo, deslomándonos; jamás nos

atrasamos. Ahora los Kurepas nos echaran al barro…algo tenemos que

hacer…aunque sea para seguir soñando… ¿no?-

_Desde que llegó el aviso pienso lo mismo, no podemos dejar que

estos hijueputas nos traten como a perros sarnosos. Opino como vos,

José. No lo permitamos, planeemos algo pero que sea nuestro secreto. Si

nos sacan de acá que lo hagan con nosotros muertos. Tanto nos costó

llegar que no podemos aflojar ni atemorizarnos como muchachas.-

Matilde y Angélica, tomando mates, conversaban en la madrugada;

ninguna tenía sueño.

Recordaban con nostalgia los primeros años en Cabotaje, época

donde habían sido realmente felices a pesar de cargar en sus espaldas

con esa marca a fuego del arrabal. Nunca habían vivido momentos tan

penosos como los que ahora se estaban sucediendo, disgustos, muertes,

enfermedades, violentos desalojos.

_No sé qué ha ocurrido che, es como si una tormenta de maldición

se hubiese clavado acá en el techo del conventillo, y todos los días nos

llueve una pena distinta…me dan ganas de llorar. Es injusta la vida,

nosotros somos pobres pero jamás jodimos a nadie… ¿por qué mi Dios

te ensañás así?-dijo Matilde mirando las llamas de los troncos que ardían

en la cocina.

_Sí, es cierto, antes la risa era más simple, nos brotaba sola de los

labios, ahora tenemos que arrastrarla forzadas hasta la boca para que

nos salga una amarreta sonrisa.

Todo es diferente, vas al patio y no se respira más ese perfume a

rosa, jazmín y malvón floreciendo, o ese aroma a familia… ¿te diste

cuenta?…no, no…ahora hay olor a tristeza, a dolor… Desde la noche que

falleció Clarita hay hedor a muerte…Es como si ahora acá morase

Satanás. No sé… ¿sabés?…por momentos ruego que todo esto solo sea

un mal sueño, una jodida pesadilla.-agregó Angélica.

Capitulo 20

81

Vázquez, su mujer y Beatriz salieron juntos de la casa. Luego de

cerrar con llave la puerta, Antonio le dio un beso a Hilda que iba a tomar

un té a casa de una amiga y junto a su hija caminaron unos pasos para

abrir la inmobiliaria; ésta estaba contigua a la vivienda de la familia.

Desde un auto estacionado en frente los miraban con atención.

Al verlos salir, el vehículo se puso en marcha y dio un par de

vueltas a la manzana, para finalmente estacionar en la calle lateral, a un

lado de la medianera del fondo de la vivienda de Antonio.

Si bien a esa hora casi todos en el Pago dormían sus siestas, antes

de bajar se cercioraron que no hubiese nadie en la calle.

El primero saltó rápidamente el tapial, luego el otro le pasó por

encima una bolsa y después también saltó la pared.

Con una barreta abrieron fácilmente la puerta posterior de la

casona; eran profesionales.

Pasaron por la cocina moviéndose con cautela, observaron el

lujoso living; uno de ellos se fijaba en los costosos y numerosos cuadros

de una de las paredes. Finalmente localizó la acuarela de la “Madre con la

niña en brazos”. En ese momento se sintieron ruidos en la entrada,

alguien estaba ingresando. Rápidamente volvieron a la cocina y se

escondieron en un estrecho cuarto de servicio. Con la puerta entreabierta

vieron una mujer que se servía un vaso de agua y tomaba un

medicamento.

Con toda calma uno le hizo seña al otro mostrado su cuchillo y

cuando iba a salir, para atacarla por la espalda, su amigo le retuvo del

brazo. En ese instante Hilda volvió hasta la mesa de entrada para tomar

el pequeño envoltorio con un regalo que había olvidado y en menos de

un minuto volvió a irse.

Sin decir una palabra, los hombres salieron de su escondite y

empezaron su tarea.

Uno de ellos, con una filosa navaja iba destrozando los tapizados

de los sillones; el otro, descolgó el cuadro, donde detrás, empotrada en la

pared, había una pequeña caja metálica que no puso resistencia cuando

una púa y otra palanca se clavó en el ángulo exacto. Era un experto

reventador93, como él se decía. De su interior sacó un sobre con billetes

que con sólo palparlo estimó que tendría unos diez mil pesos; luego

retiro una cajita de madera con gran cantidad de joyas.

Luego, procedió a descolgar todas las pinturas rompiendo con

saña sus telas con un cuchillo, y apoyándolas en el suelo para disimular

que ellos no disponían del dato de donde se ocultaba la pequeña caja

fuerte. De esta manera se parecería más a un robo al “tanteo” de vulgares

ladrones.

Mientras tanto su compañero continuaba su trabajo en las

habitaciones, tajeando todo lo que encontraba a su paso.

Se volvieron a encontrar en el salón principal, uno de ellos sacó

pintura de la bolsa y fue a preparar la mezcla a la cocina, el otro

incrustaba su estilete para escribir sobre la superficie de la gran mesa de

pino: “No jodas con los alquileres”. Su amigo, sobre las paredes, iba

pintando leyendas similares: “Un desalojo y sos “boleta94”…” “Chupa

sangre: cuidá tu familia”, y otras del mismo tenor.

82

Volvieron al cuarto de Beatriz para seguir destrozando cuanto

encontraran en su placar, para luego seguir desgarrando con el cuchillo

el colchón y la alfombra. Seguidamente, uno continuó con los estragos

en el cuarto de Vázquez, abriendo su ropero y haciendo jirones sus ropas

y las prendas de Hilda por medio del puñal, con cientos de furiosos

cortes; el otro mientras tanto rociaba con alcohol los muebles de ese

dormitorio.

Solo era un aviso de lo que eran capaz de hacer, de haber querido

hubiesen podido quemar la casa entera.

Cuando aparecieron las primeras lengüetas de fuego y humo en el

exterior, los autores ya habían saltado de vuelta a la calle.

Antes de subir al auto, uno de ellos quedó cara a cara con una

vecina que estaba saliendo de su casa. La mujer lo miró con pánico por

su cara de perturbado y luego observó en su pecho un extraño tatuaje de

una rosa cruzada por un puñal. Rápidamente la señora se refugió en su

casa y el auto aceleró desapareciendo rápidamente del lugar.

Desde su ventana Antonio vio una gran humareda. De inmediato

corrió hasta la puerta de su casa y por la ventana derecha entreabierta

observó que su cuarto ardía; se tomó la cabeza desesperado. Pronto,

aparecieron vecinos solidarios con sus baldes de agua para apagar las

llamas de la habitación.

Vázquez, ya en el interior, miraba espantado las pintadas y el

destrozo generalizado.

Al llegar, Beatriz lo encontró en su cuarto sentado en el piso

llorando, mirando de un lado a otro la habitación donde todo estaba

destruido. Giro su cabeza leyendo las escrituras en las paredes y

angustiada abrazó a su padre, mientras con su mano apretaba con furia

los pedazos de sus vestidos; que como serpentinas se mezclaban

enredados en su palma.

Balero charlaba en el almacén con Teresa, haciendo una pausa

cada vez que llegaba un cliente.

Se maravillaba por la habilidad de la Rulito para las ventas al

menudeo, la forma en que colocaba la mercadería sobre un papel y le

hacía un doblez que luego, con las dos manos, cerraba tomando los

ángulos, y con una voltereta terminaba el paquetito con forma de

empanada. O cómo calculaba los puñados de fideos que sacaba con la

mano de la bolsa para hacer los diez centavos del pedido.

_Tomás, ¿crees que los desalojarán?-le dijo la joven cuando

volvieron a estar solos.

_ ¡Qué sé yo!, pero tengo confianza en el Dotorcito, él nos ayudará.-

_Ojalá…hoy vinieron unos policías a tomar una cerveza y

estuvieron espiando desde acá la puerta de ustedes. Entre ellos se decían

que no iba a quedar “uno en pie”. Cuidate Tomasito, mirá que esto no es

chiste.-

83

Capitulo 21

Después de remar por más de tres horas, faltaba poco para que

llegaran a la isla Los Tiestos. Era la primera salida que hacía el pescador

luego de la amputación de su pierna. Junto a su compañero pensaban

quedarse un par de días en el rancho, de ese modo justificaban la larga

remada aumentando la posibilidad de una captura más provechosa en su

pesca y cacería.

La canoa avanzaba lentamente cortando la superficie achocolatada

de los arroyos en el interior de la las Lechiguanas, mientras conversaban

preocupados por el futuro del conventillo.

_Vas a ver lo que te digo, esto va a terminar en podrida, acordate

del 1907 cuando el gorila asesino del Coronel Falcón reprimió como un

loco la huelga de las “Escobas”. Eso fue cuando los inquilinos se

reunieron en los “Comicios de inquilinos”, para pedir rebajas de

alquileres y mejoras de las pensiones; fue ahí donde mataron a ese pibe

de diecisiete años… ¿Miguel Pepe se llamaba el mocoso?…pero todo gira

hermano, dos años después, en el 9, al tiempito nomás de la “Semana

Roja” donde Falcón hizo masacrar a 80 obreros, el muchacho Radowitzky

lo boleteo con un bombazo; por suerte lo reventó como a un sapo al hijo

de puta.

Y ahora de nuevo, cuando desalojaron a las tres familias, vimos

que la cana no pierde las mañas, ahí lo tenías a Moyano, haciéndose el

malevo95 con su patota96 atrás.- con la cabeza Rosendo asentía, pensó

unos segundos y respondió:

_Sí hermano, me acuerdo de la “Semana Roja”, el despelote

empezó en ese acto de la Federación Obrera, después los cagaron a tiros

de Máuser…viste que los milicos y la yuta tienen la misma menta97 y de

verdad son unos hijueputas, no me olvido cuando mi viejo me contaba

que en el 66 Celman nombró al coronel Cuenca…dicen que era tan malo

que por edicto prohibió a los chicos levantar barriletes y jugar a la

pelota…eso sí que fue una chotada98…imaginate lo esquifuso e, lo jodido

que era.-Miguel lo escuchaba atento y comentó:

_Mirá, yo no sé cómo termina esta historia, pero si quedamos en la

calle ahí sí que vamos a “correr la coneja”.-

Un cliente que recién entraba al estudio jurídico contó del incendio,

a cien metros de ahí, Vicente miró por la ventana y observó el humo y la

gente que estaba en la esquina de la Aduana, a solo una cuadra de allí.

Como intuyendo lo que sucedía, salió corriendo cruzando la plaza en un

minuto.

84

El fuego estaba contenido, las ventanas abiertas, todas

ennegrecidas, y Beatriz junto a su padre conversaban en la puerta con

unos vecinos. Al ver a Vicente, Vázquez lo miró con fiereza y le dio la

espalda diciendo:

_ ¡No tenés vergüenza!, seguro vos estás metido en esto, habrás

mandado algunos pobres desgraciados para que lo hicieran. ¿Y ahora

venís para ver cómo se cumplió tu idea?-con cara de asombro Vicente

intentó comprender de qué le hablaba, en ese momento escuchó la voz

firme de Beatriz.

_No quiero creer que vos hayas participado en esto de alguna

manera, los que lo hicieron son desquiciados, unos cobardes.-el Joven

no la dejó continuar.

_Tranquilizate Beatriz, no tengo idea de qué me hablás, contame

por favor.-

Brevemente ella le relató de las pintadas, cómo arrasaron su casa

destrozando el mobiliario y todo lo que encontraron a su paso. De la

manera que violentaron la intimidad de su cuarto, de la forma insana en

que desgarraron con odio su ropa; una manera de ultrajar a ella misma,

para después continuar con el incendio.

Vicente quedó helado, pensó unos instantes y se repuso.

_Por favor, te pido calma…la gente del conventillo nada tiene que

ver con esto… ¿crees que son tan tontos de hacer semejante locura y

después dejar su firma para auto inculparse…?-ella con sus ojos aún

rojos, lo pensó un instante y le respondió.

_Sí, es cierto, pero también: ¿por qué no?…ellos no tienen

absolutamente nada que perder. Por favor, andate…quiero estar sola con

mi padre.-

Ya hacía horas había oscurecido, en la pieza de los paraguayos la

charla seguía despreocupada y amena.

_Lo que me pasó es muy extraño y hermoso, nunca había vivido

algo así, chamigos, no es que no se los quiera contar. Me cuesta, es que

todavía ni yo mismo sé por qué me sucedió a mí… ¿será que la Virgencita

de Itatí así lo quiere?…además, ustedes me conocen como nadie, saben

de mi timidez…-Eustaquio lo miró y dijo:

_Dejate de embromar, hace tres años que vivimos dentro de estas

cuatro paredes, ¿si no vas a confiar en nosotros…en quién…?- Juan

pensó unos segundos mirando el piso, luego observó la cara de sus

compañeros expectantes y se animó.

_El día que les dije que los seguía en cinco minutos…conocí a

alguien que me dio “vuelta la cabeza”…ese día no fui por la Calle del

Bajo, ¿será el destino?…no sé, pero caminé por la Calle del Comercio.

Pensaba tomar el tranvía con ustedes en la plaza cuando la vi salir.

Ahí conocí a Amalita. Cargaba dos valijas, a último momento se rompió el

auto que iría a recogerla; tomaba el tren de las ocho para la Capital. Me

ofrecí a ayudarla con su equipaje, ella gustosa aceptó.

85

Fue increíble, aún faltaban cinco cuadras para llegar a la parada,

pero cada dos metros nos deteníamos un instante para mirarnos y

sonreírnos.

Vieran lo simpática y amable que es, su educación…toda una

mujer. Creo que desde que la miré me empecé a enamorar, como dicen

los Kurepas: estoy metejoneado99 hasta los huesos…

Y así, conversando, la acompañé a la estación, después sucedió lo

increíble, no nos queríamos dejar de mirar, me invitó para que fuese con

ella y yo ya estaba como un bobo…de repente estaba sentado con Amalia

en el vagón de primera, en el coche pulman, conversando animadamente,

viajando para Buenos Aires.

Después, todo fue coincidencia, Amalia… Amalita y yo somos el

uno para el otro…- sus amigos lo miraban curiosos, cuando en ese

instante sintieron un terrible golpe en la puerta, estalló el vidrio y se

abrió violentamente, saltando el picaporte y trozos de madera y cristales

hacia el interior.

Acorralados por cuatro policías, Juan y sus compañeros estaban

en un rincón del cuarto entre la pared y un pequeño ropero, cubriéndose

la cabeza con sus brazos tratando de evitar el daño de los bastonazos.

Otros dos agentes revisaban bajo las camas, en cada centímetro de

la habitación, rompiendo todo lo que encontraban.

Como por casualidad fue retirado Eustaquio, arrastrado de los

pelos, mientras algunos le propinaban puntapiés y puñetazos. Juan y

José quedaron en silencio acurrucados en la esquina de la pieza y

Ramón, con su nariz rota y sangrante, en otro rincón.

_ ¿Qué hacen locos…?.-fue lo único que pudo decir Balero antes

que le empezaran a golpear e insultar mientras lo sacaban de la cama

casi desnudo. Uno de los policías, el más petiso, estaba ensañado, y

mientras le pegaba en la cara también lo escupía. Luego le aplicó un

rodillazo en los testículos que hizo caer al joven de rodillas, en ese

momento, encolerizado, le pegó con su bastón en la cabeza dejándolo

semiinconsciente.

En la puerta los esperaban tres coches policiales, en uno de ellos

los dos inquilinos detenidos fueron introducidos como sacos de de

harina, mientras les seguían gritando como si los golpes no fuesen

suficientes; de esa manera conseguían amedrentarlos aún más.

Desde la vereda de enfrente, bajo un añoso jacarandá, fumando

despreocupados, Pancho y el zurdo Cachilo, con sus brazos cruzados,

miraban divertidos la terrible escena. Con solo verlos se podía adivinar

sus actividades. Altos, delgados y pálidos, con un escarba dientes

siempre en la boca, sus ropas desalineadas y gastadas, parecían recién

salidos de un oscuro sótano. Ambos siempre con sus ojos entrecerrados,

como si la luz los hiriese, pero atentos y listos para entrar en acción.

Cachilo, el zurdo, con su pelo negro engominado peinado hacia atrás,

gruesas cejas, una larga cicatriz en diagonal que cruzaba su mejilla

izquierda y otra profunda, vertical, que le dividía el mentón en dos.

Pancho de cabello castaño claro, corto pero enrulado, tenía una gran

marca de una vieja herida que le desfiguraba la ceja derecha. Delgados

bigotes amarillentos por el tabaco y sus orejas que como dos pantallas

se proyectaban hacia fuera de su cabeza. Ésta, grande parecía unirse al

86

tórax por un cuello extremadamente corto. Con casi toda su vida vivida de

noche y en tenebrosos lugares, se movían en ésta como ágiles gatos. Su

sola presencia causaba miedo.

Con sus codos sobre el escritorio y las manos tomadas, Antonio

apoyaba su barbilla sobre los puños y con la cara desencajada

escuchaba a Rogelio.

_Doctor, usted me pregunta si conozco quiénes pueden haber

sido…pero, por lo que me cuenta, ellos mismos le han dejado su firma.-

_Fueron unos bárbaros, dañaron todo lo que vieron…pero los

cuadros estaban todos descolgados y destrozados en el piso, eso

demuestra que no sabían dónde estaba la caja. Ladronzuelos, con más

furia que inteligencia. Esto demuestra que sólo vinieron a hacer daños.-

mientras decía esto Cuerda pensaba.

“Sí sabían, si yo mismo les dije cual era el cuadro, pero los

muchachos son profesionales, impecables”.-

_Lo que no entiendo es por qué después de semejante invasión se

inculpan solos…-

_Doctor Vázquez, no pida mucha razón ni lógica, el único que

piensa dentro del conventillo es el abogadito, tal vez él fue quién tuvo la

idea y mando a estas bestias a hacer la tarea. No Antonio, no se engañe,

en estos días uno puede esperar cualquier cosa de esa chusma. Se

manejan por impulsos y resentimientos, ya ve ese rencor violento que

tienen hacia la gente normal, con las personas que no son arrabaleros

como ellos.-

El Conejo Rojo, era un oasis para quienes se quisiesen escapar por

un rato de los problemas cotidianos. Normalmente era un lugar tranquilo

fuera de los disturbios que, de tanto en tanto, ocasionaba algún borracho,

o las discusiones por el costo de las “diversiones” con sus elegidas:

algunas de las mujeres que ofrecían sus servicios.

En el fondo de la barra Filomena charlaba con Aurora, Carmen y

Josefa.

Detrás de ellas dos estibadores, algo ebrios, las miraban

abusivamente diciéndoles insolencias, que más agudas y filosas eran por

la velocidad que le imprimía el alcohol de sus bocas. Ellas no los

escuchaban, suficiente tenían con la conversación en la que estaban

sumergidas.

_Mirá, si las cosas se ponen feas nosotras no tenemos otra que

volvernos a Villa la Concordia, ya veo que terminamos de nuevo en el

rancho con Astunez.-decía Aurora, y riendo Josefa le respondió.

_Pero m´hija, no seas inocente, minga nos va a ayudar ese

crápula…las quiere ganar todas ese latoso.-

87

_Creo que Vicente es el único de los de adentro que podría hacer

algo…si es que se puede…no sé.-agregó Filomena pensativa.

Carmen, observó despectivamente a los dos borrachos,

descartando que tuviesen una moneda en sus bolsillos que les permitiese

ser sus posibles clientes. Luego miró a sus amigas y comentó:

_No, no creo que nos ayude el abogadito, me parece que es un

buchón100 de Vázquez… ¿viste?, entre ellos se ayudan, son doctorcitos;

esos son todos iguales. Parece que las cigüeñas al nacer a ellos los

ponen del mejor de los lados; ventudos101 y engrupidos102…es como si el

estar forrados les diese otra cáscara, siempre petiteros103.-

Todas se quedaron pensando, en ese clima que se había creado en

el conventillo, la única seguridad que tenían es que debían pagar el

alquiler o irse, el resto eran dudas y desconfianzas, que crecían momento

tras momento.

Vicente se terminó de bañar, seguía pensando en lo tensa que

había sido su charla con Beatriz luego del incendio y los destrozos de su

casa.

Yendo hacia su habitación le llamó la atención los cuartos abiertos

de Balero y los paraguayos, ambos con las luces encendidas. Giró su

cabeza y vio que había gente reunida en la cocina.

Angélica le contó que la policía en menos de tres minutos los

tenían afuera, empujándolos a los golpes hacia la entrada, Matilde agregó

que no eran menos de diez los hombres que habían intervenido. Él, desde

el baño, nada había escuchado.

Rápidamente se vistió y se dirigió a la Comisaría.

Después de cerciorarse que estaban ahí y cambiar unas palabras

con un esquivo guardia, preguntó:

_ ¿Por qué no realizan un procedimiento normal?, usted me dice

que existe una orden del juzgado penal, ¿de qué se los acusa?…déjeme

verla…soy su abogado.-después de escuchar esto el agente cambió su

cara huraña y el diálogo se suavizó.

_Los han traído hace media hora, a ver, vamos a ver los papeles…

sí…acá están…fueron detenidos por delito contra la propiedad, robo

agravado por escalamiento, daños predeterminados, incendio

malicioso… ¿sigo? Mañana vendrán a reconocerlos, uno de los dos tiene

un tatuaje muy particular.-Vicente se quedó pensando unos segundos,

Balero tenía un tatuaje, él lo había visto en más de una oportunidad.

_ ¿Me permite verlos, por favor?- después de que el guardia

llamase con un grito, dos policías lo escoltaron hasta el calabozo.

_ ¿Qué hacés Dotorcito?… ¿viste? …me cascaron104 de nuevo, ya

es un vicio para la yuta, necesitan pegarle a alguien y me buscan a mí…-

dijo el joven detrás de la reja, con sus dos ojos hinchados y violáceos por

los hematomas. En el fondo, dolorido, sentado en una cama, estaba

Eustaquio. Vicente lo miró, le preguntó si necesitaba un médico.

_No Dotorcito, no necesitamos, parece que el carnaval está próximo,

cada dos semanas me ponen el “antifaz”…a la fuerza y a las piñas105

88

¿Podés hacer algo hermanito?… ¡qué no me peguen más!-dijo

Balero, que no aguantó más y ahora lloraba como un niño.

Al amanecer Don Pedro había cargado su carreta con la

mercadería de mimbre. Primero irían a algunas quintas en las afueras del

Pago para comprar flores, de esa manera, mientras el anciano vendía sus

productos de mimbre, Rosa aprovechaba el recorrido para ir vendiendo

sus ramos.

Imperiosamente el matrimonio debía encontrar el modo de

incrementar sus ingresos.

Ya habían hecho las cuentas una y otra vez, el resultado

crudamente no variaba: su realidad económica les mostraba que, a su

edad y a causa del desmedido aumento de alquiler, dedicándose

solamente al mimbre jamás llegarían a cubrir sus necesidades.

El anciano se sentía impotente por no descubrir el modo de hallar

una solución; sabía que con su modesto trabajo sería una quimera

imposible de lograr, pero no se lo decía a su esposa, aunque no podía

disimular su cara crispada desde el anuncio de Cuerda. Pero ella también

lo sabía, no era tonta, hacía más de cincuenta años que respiraban

cotidianamente el mismo aire. Sin necesidad de expresarlo, se adivinaban

el estado de ánimo. Por esto, Rosa tampoco quería hacer comentarios al

respecto para no amargarlo más.

La carreta se puso en marcha doblando por el Boulevard de la

Alameda y ellos, en total silencio, se sumergieron en sus pensamientos.

Vicente había ido temprano a tribunales para pedir al Juez la

inmediata liberación de Eustaquio y Balero.

No existía ninguna prueba que los imputasen como responsables

del ataque a la casa de Antonio.

_Doctor Carrare, estamos procediendo como corresponde y con

toda legalidad. No me gusta tener inocentes tras las rejas, pero debemos

esperar el reconocimiento de la vecina del Doctor Vázquez; lo invito a que

usted esté presente en la comisaría, la señora Ambrosia Lesma irá

después de las diez.-Vicente lo miró contrariado y respondió:

_Entiendo sus obligaciones, pero no comprendo cual es el motivo

por el cual estas dos personas fueron detenidas, no existe ninguna razón

que los incrimine; con este criterio todos los habitantes del Pago somos

sospechosos…-

_Joven, ¿usted me subestima?, anoche di la orden de detención de

Tomás Flores y Eustaquio Crespo, porque además del testimonio de la

señora, acá tengo otra denuncia: un vecino que vive a unas cuadras del

Conventillos del Cabotaje, conoce a los detenidos. Asegura haberlos

visto escapando del lugar de los hechos.-al escuchar esto Vicente quedó

sorprendido, eso era nuevo para él.

_Perdón, ¿me puede decir el nombre de esa persona?-el Juez lo

miró fijo enervado por la insistencia, luego bajó la vista sobre su

89

escritorio, buscó entre sus papales; cuando halló el que buscaba

respondió:

_El señor Gaitán, Hugo Gaitán.-

Cuerda había creído conveniente dejar pasar unos días antes de

reunirse con Pancho y Cachilo, quienes se habían refugiado en el Cabaret

con lo robado, a la espera del llamado de su jefe.

Rogelio, expectante, recibió a sus amigos, dibujando una sonrisa

interesada y falsa en su boca; luego preguntó:

_ ¿Cómo salió el laburito…ningún problema?, supe que de

inmediato encontraron el cuadro que les indiqué.-dijo Cuerda sirviendo

tres grapas.

_ Limpito, no había más para romper…no dejamos nada sano; todo

bien jefe, acá tiene la guita y un puñado de anillos y collares.-le respondió

fielmente uno de los hombres vaciando sus bolsillos, mientras Rogelio le

miraba el tatuaje del pecho y con las dos manos arrastraba hacia sí todo

lo robado.

Separó un par de anillos de oro y quinientos pesos para cada uno.

Luego brindaron mientras, riendo, Cuerda decía:

_Con estos mangos Panchito te vas a poder terminar el

“Cotorro”172 de Rosario… ¡no te me hagas cafisho!173 Bueno, Pancho,

Cachilo, vayan nuevamente al Conejo Rojo, se me guardan106 bien en el

sótano, ahí tienen los catres y lo que necesiten se lo piden a Gaitán. Más

tarde me daré una vuelta. Ya tendremos tiempo de festejar, de hacer una

buena festichola con champán. ¡Vamos zurdito, a esta la ganamos

Cachilo!

Buen laburo che, así se trabaja muchachos.-

Capitulo 22

Después de los días vivido y los momentos angustiantes por los

que tuvieron que atravesar, luego que le diagnosticasen la gangrena a

Rosendo, ambos querían arrancar de sus memorias las jornadas de

desánimo y tristeza pasadas en el hospital.

Refugiados en una isla de las Lechiguanas, Miguel y Rosendo

respiraban la paz y quietud que habían ido a buscar.

_Hermano, parece que la mishiadura107 llegó hasta acá, no hemos

visto ni una nutria, y en la laguna donde siempre bajan Sirirí, Crestones,

Gallaretas, Garzas y Biguás…ahora parece que hasta a los patos se han

afanado… ¿y los ciervos? Hace años que no veo uno, tampoco se ven

más Guazunchos… o el Aguará Guazú. Pero, ¿sabés?, acá estamos

tranquilos con solo mirar el río, los sauces y las tacuaras.-dijo Miguel

mirando pasar los camalotes flotando sobre el curso del riacho.

_Sí, es cierto, decí que ayer tuvimos el tarro108 de cazar ese

carpincho grandote, además agarramos esos dos cachorros de surubí,

por lo menos ahí tenemos sesenta kilos de pescado.-agregó Rosendo

como consolándose, mientras escuchaba el canto de jilgueros y Mistos

bajando de las ramas de los árboles, se tocaba con pena la rodilla

90

derecha; en el punto donde había sido amputado. Con la mano izquierda

agregaba leña de espinillo, pasto seco y juncos verdes para avivar el

fuego, pronto vendrían los mosquitos. La densa humareda ya subía sobre

la fogata, dejándolo a él dentro de la asfixiante nube.

Miguel se levantó, colgó del alero del rancho una pequeña bolsa

conteniendo unos tomates y dos cabezas de ajo, útiles para cocinar y

espantar las víboras, y algunas papas, zanahorias, fideos y un trozo de

carne de carpincho. Con esa provista prepararía un guiso a la noche.

Luego caminó hasta la orilla, descendió por la endeble barranca, de

arcilla y arena, dio unos pasos y con el agua en sus tobillos contempló el

río unos instantes y volvió a sentarse al lado de su amigo, puso la pava

sobre el fuego; no quería dejarlo sólo ni por un minuto.

La testigo, quien hacía más de treinta años trabajaba como

enfermera en el hospital sin haber faltado un solo día, llegó puntual;

como era su costumbre.

Vicente esperaba sentado en un gastado banco de madera. Frente

a él charlaba el juez con el Comisario Núñez, quien desde hacía mucho

tiempo conducía la jefatura policial en el Pago.

En una oficina, de espalda a la pared con el torso descubierto, los

detenidos aguardaban. El agente que los vigilaba les había prohibido

moverse o hablar.

Ambrosia los miró atenta, parada a dos metros de los

sospechosos. Detrás de ella, expectantes, estaban el Juez, Núñez y

Vicente. Luego, temerosa, se aproximó quedando a menos de un metro

de ellos; se acomodó los anteojos y observó a Eustaquio de los pies a la

cara. Negó con la cabeza y se acercó aún más, casi respirando sobre

Balero, impresionada por el lamentable estado de su cara hinchada y

magullada por los golpes. Le observó el pecho, lampiño, lo único que

halló extraño era la gran cantidad de moretones. Cuando vio el tatuaje del

brazo dio un paso atrás asustada, observando el dibujo de una ancla azul

sobre un corazón rojo.

_ ¡Mi Dios!, éste está tatuado.-dijo asustada mirando al jefe policial,

quien se arrimó tocándose la barbilla y preguntó:

_Sí, sí señora, ¿pero es el tatuaje que usted recuerda haber visto?-

Balero cerró con dolor sus ojos y empezó a temblar.

_No, ahora que pienso, no, este lo tiene en el hombro… mire, el

pechito esta todo machucado, pero lo tiene limpito…el que yo vi lo tenía

en el pecho, bien grande, era un cuchillo y una rosa cruzada; además este

pibe es flaquito, parece un esqueleto, probrecito…no, no es, el otro era

un fulano grandote y alto.- el Juez, escuchándola, miró al techo rendido,

se acomodó con su mano el cabello, luego la corbata y le dijo al

Comisario:

_Núñez, libérelos, no tienen nada que ver con los que buscamos.-

Balero miró a Vicente y dijo:

_Dotorcito, ¡no te imaginás el julepe que tengo, mamita mía!-

91

Los acontecimientos ahora se iban sucediendo como un muy

desparejo juego de ajedrez. De un lado se jugaba cómodamente teniendo

las piezas blancas y todo el tiempo a su favor. Y así desarrollar una

estrategia de desgaste para finalmente poder aplastarlos. Del otro,

jugando con las negras, les quedaban solo los peones y un rey casi

vencido, boquiabierto y aturdido.

Aunque se negasen a verlo, la partida se anunciaba como perdida

desde que se hizo el primer movimiento. La gente del conventillo sabía

que jugaba con las piezas negras. A lo largo de sus vidas jugaron con el

mismo color, algún duende injusto y burlón se las puso de su lado desde

siempre y jamás tuvieron otra opción; continuamente los retos que

enfrentaron en su historia, en todo, fueron perdidos antes del inicio.

Reunidos en el bar de La Estación, Gaitán, Pancho y el zurdo

Cachilo, escuchaban a Cuerda contando con mordacidad las últimas

novedades.

_Muchachos, no nos apuremos, así la vamos llevando bien.

El viejo Vázquez quedó enfurecido por lo de la casa, y yo lo hice

embroncar109 más metiéndole cizaña contra los del conventillo; no dejé a

uno sin enchastrar110. El tipo quedó deshilachado, bien tumbado por lo

que pasó.

Don Antonio quiere esperar hasta el cinco del mes próximo, a partir

de ahí desalojar a los que no han pagado, faltan solo siete días… Pero

nadie va a pagar, no tienen un cobre, están todos tirados111.

En este tiempo tenemos que hacerles la persecuta112 para que

vayan quedando gastados, chiflados. Luego enfocar bien y que se

“agarren un gran jabón”…después el resto viene solo, va a saltar pica113

entre ellos mismos. Creerán que entre ellos vive un “buchón”; eso los

desconcertará aún más. Creo que antes de la fecha algunos se van a ir

solitos, ya van a ver.-

_ ¿Cómo querés que la armemos?-le dijo Gaitán sin sacarse el

pucho de la boca.

_Ya iremos viendo, por ahora encargate del Conejo Rojo, que ahí

siga la pachanga114, cuidá el hembraje. Son buenas esas minas; las

tenemos que tener contentas. Después de arrayar115 lo otro, laburarán en

Puerto Nuevo.

Ustedes, Cachilo y Pancho, van a campanear116, pispeando116a bien

todo lo que pasa por el conventillo y el barrio, seguro que alguno querrá

gambetearla117, pero los tendremos junados118. Veamos qué hacen, así

vamos calando119 cuál es la precisa.- ambos con escarba dientes en sus

bocas se miraron sonrientes, estaban felices de participar en ese sucio

juego; ese era su terreno.

Luego de lo sucedido en la casa de Vázquez, el clima se tensó, éste

le cuestionó a su hija su amistad con el joven abogado, convencido de

92

que seguramente era el cerebro de lo ocurrido. Ella le pidió que respetase

sus decisiones; tenía la certeza que nada había más lejos de la realidad

que esas afirmaciones.

Beatriz accedió a verse con Vicente, se encontrarían después del

trabajo en el bar El Griego.

Cuando estaba por entrar la vio cruzando la calle en su dirección.

Apenas lo miró sonrió por un instante.

Una vez en la mesa, durante unos segundos, ninguno habló, como

si estuviesen acomodando sus ideas.

_Beatriz, necesitaba hablar con vos…-ella le tomó la mano,

interrumpiéndolo.

_Primero yo, te debo una disculpa Vicente, pero comprendeme por

favor. En ese momento no estaba bien como para hacer un razonamiento

atinado y lógico.

Esa noche no pegué un ojo y traté de pensar con más claridad…

todo fue muy evidente y premeditado, esa no es la “letra” de gente que

está peleando por una cama y un plato de sopa…estoy segura, pero papá

no tiene enemigos, eso es lo que no me cierra, esto no fue sólo un

robo…-

_Beatriz, tu padre no lo ve, pero Cuerda no es “trigo limpio”, no sé

qué es lo que planea, no tengo idea de que está pergeñando, pero seguro

que no es para beneficio de tu papá. Lamentablemente no tengo pruebas

que lo demuestren.-

_ ¿Rogelio?… ¿vos decís que él está detrás de esto?…mi padre lo

ha tratado como a un hermano menor durante más de veinte años… ¿por

qué haría una cosa así?-

_No sé, aún no lo sé, pero es evidente que quiere mal disponer al

Doctor con los inquilinos. Te aseguro que es gente sana, con la maldita

desgracia de ser pobres, de tener ese estigma. Beatriz, ya vas a ver como

todo se aclara.-le dijo tomando su mano, ella miró pensativa la taza de

café vacía, luego levantó la vista y se encontró con la mirada de Vicente,

de inmediato se formó el puente mágico entre sus ojos, ella le acarició el

rostro y dijo sonriendo:

_Te creo, por favor teneme informada; no quiero que esto traiga

problemas entre nosotros.-

Se acercaba el plazo para cumplir con el aumento fijado por la

inmobiliaria. La mayoría de los habitantes del conventillo no tenían claro

qué hacer al respecto. La única seguridad era que sus economías lejos

estaban de poder hacer frente al exagerado incremento de sus

mensualidades. Esa realidad los presionaba y por esto sus ideas para

encontrar una solución eran imprecisas, pocos claras; algunos se

abandonaban a la providencia Divina.

Angélica mantenía velas encendida las 24 horas y se

encomendaba, entre otros, a San Cayetano. Los paraguayos imploraban a

“Ñandejára” o “Tupâ”120, también le pedían a la virgen de Itatí para que

los protegiese. Algunos confiaban en su suerte, aunque internamente

sabían que poco les serviría ya que ésta nunca había estado de su lado;

93

otros creían en que Vicente encontraría la manera para que esto pronto

pasara a ser sólo un mal recuerdo.

Los vecinos tenían pronósticos encontrados: Roque y Blanca

esperaban lo peor, Elena y su familia, especialmente Teresa, creían que

todo se solucionaría y tendría un final feliz; Evaristo, en su zapatería, era

ambivalente dependiendo de su estado de ánimo decía: “los echarán a

todos como a perros…”, algunas horas después opinaba: “No, no va a

pasar nada, ya verán, haremos una festichola para festejar”.-

El Sargento Moyano, mordaz, con sarcasmo, gozaba al ver el

semblante preocupado y dolido de los inquilinos. Hacía un par de días

que no disimulaba su presencia y la de sus subordinados, con quienes, a

veces, se paraba durante horas en la esquina mirando hacia la puerta del

conventillo, y otras se apostaba directamente en el mismo portón de

entrada, saludando con hipocresía a quien entrase o saliese.

_Buen día Doña, ¿cómo ha amanecido?-

Matilde, al principio lo miraba nerviosa, alborotada y encrespada;

observaba la vereda buscando una piedra para darle su merecido, aunque

después se tranquilizaba y levantaba sus hombros para indicarle que

poco le importaba sus burlas.

Balero trataba de no hacerse ver, con sus ojos nuevamente en

“compota”, azules violáceos, temían que le volviesen a pegar; sabía que

su rostro tenía un raro imán hacia los golpes.

Esa noche Eustaquio relató a sus compañeros lo sucedido en la

comisaría y los nervios que tuvo que pasar en ese reconocimiento.

_Bueno, pero al menos a vos no te pegaron mucho, peor quedamos

Balero y yo, mirá cómo me quedó la nariz de torcida… me la quebraron a

golpes, che.- le dijo Ramón para consolarlo, luego miró a Juan, y agregó:

_ Chamigo, cuando vino la policía nos interrumpió tu relato sobre

tu nueva amiga, Amalia.- Juan los miró y luego observó la puerta cerrada

para cerciorarse de que sólo lo escucharían sus amigos.

_Sí, les contaba que me había enamorado de repente, también a

Amalita le pasó lo mismo. Fue a primera vista, apenas la vi creí que se me

paraba el corazón. ¡Qué mujer!…”kuñatai porâ”121: linda de adentro hacia

fuera.- sus amigos, sentados los tres en una cama escuchaban atentos

como si estuviesen en una platea, oyendo la mejor historia de sus vidas.

José, intrigado preguntó:

_Y, chamigo, ¿qué hicieron en Buenos Aires?, porque vos no

conocías nada.-

_No, yo no, pero Amalita es una mujer que ha viajado mucho, ya ha

ido dos veces a Europa y en Buenos aires se movía como en su casa, en

ese mundo de gente que va y viene, con cientos de calles; todas

iluminadas y limpias.

¿Vieron la ropa nueva que traje?, bueno me las regaló Amalita;

fuimos a la tienda Gath & Chaves, no se la imaginan… es inmensa y uno

puede comprar lo que se le ocurra.

Le hablé de ustedes, le conté lo que dirían si me viesen entre tantas

luces, autos impecables y esos edificios gigantes.

94

Los quiere conocer…- Ramón, lo miró sonriente al ver a su amigo

tan feliz y dijo:

_Después nos contás esas cosas, ahora hablá de lo que hicieron

ustedes.-

_Bueno, como si desde siempre nos hubiésemos conocido, me

preguntó si deseaba algún hotel en particular, ¿me imaginan?, sólo

conocía mi casa de Asunción y esta pieza… y de acá para ir al fondo a la

altura del gallinero ya me pierdo… Pero ella me hizo creer que no se daba

cuenta de mi falta de “calle”, de experiencia; así que decidió llevarme al

hotel Marriott Plaza… ¿así se llamaba?…bueno, eso no importa.

Recién en la habitación le conté que vivía a unas cuadras de su

casa, que éramos vecinos desde hacía tres años, sin conocernos. Así se

enteró que era paraguayo. Fue el único momento que la noté seria…

triste, miren que ella no es de prejuzgar, si hasta le conté que era

estibador del puerto y en ese momento con toda dulzura me acarició la

cara y me dijo que me ayudaría a conseguir algo mejor. Pero al enterase

dónde había nacido se puso primero tensa y luego empezó a llorar. Yo no

sabía qué hacer, le di agua, pensé que la había ofendido. Cuando se

repuso me dijo que mi país le revivían momentos espantosos.- hizo una

pausa, miró a sus amigos confusos y continuó.

_Me contó la desgracia de su hermano, un joven de 20 años, lo

mataron los nuestros, en la batalla de Curupayty en el 66… ¿se

imaginan?, ella ahí conmigo y su hermano muerto en tierra paraguaya…-

sus compañeros estaban desconcertados, pensaban que Juan se había

equivocado. Se miraron confundidos, luego Eustaquio lo corrigió.

_No, vos hablás de la muerte del padre de Amalita…-negando con

la cabeza Juan continuó.

_No chamigo, no: su hermano, ¿no voy a saber yo?- José, Ramón y

Eustaquio volvieron a mirarse extrañados, reacomodándose sobre las

camas que estaba sentados; José insistió.

_Juan, Juancito, el que se murió debe haber sido su padre, de

Curupayty hace más de medio siglo, 54 años…, porque sino Amalita hoy

tendría como setenta y pico de años…y vos tenés…treinta…-

_No, ella tenía 23 años cuando lo mataron, pobrecito…Amalita

cumple 78 en marzo, es del 44…pero no los parece, para nada, vieran la

piel que tiene, un cutis de terciopelo, ¿y el perfume qué usa?…- sus

amigos primero sonrieron, intentando contenerse, pero no pudieron más

y empezaron a reír a carcajadas, Juan se puso serio, los miró uno a uno

y dijo:

_Chamigos, me tienen que respetar, estoy enamorado, para el amor

no existe edad, me extraña que me tomen para la joda, como se dice acá.-

cuando vio que sus compañeros se habían puesto serios nuevamente

aunque se codeaban entre ellos, continuó entusiasmado y feliz.

_Me tiene que confirmar, pero estamos todos invitados a una cena

que nos hará en su casa, van a ver que no miento; Amalita es hermosa…

Linda pareja hacemos, eso es lo importante chamigos.-

Sus compañeros mordiéndose con fuerza los labios para no

estallar de la risa, aplaudieron con ganas, mientras la débil cama sobre

la que estaban sentados crujía como si se fuese a destrozar.

95

Capitulo 23

Esa mañana del 1º de octubre amaneció clara, el cielo sin una

nube; en el conventillo sucedía lo contrario, los ánimos parecían estar

bajo un extraño y pesado nubarrón negro, que presagiaba tormentas de

desgracias. Estaban todos desolados y afligidos. Sabían que el reloj

empezaba a descontar horas, acercándolos a un muy posible desalojo.

Vicente salió temprano hacia tribunales, con un pequeño maletín.

La noche anterior, en una reunión que se realizó en la cocina, con

la totalidad de los moradores, habían acordado depositar ante la sede

judicial el monto de alquiler que venían pagando, y no el exorbitante

importe dispuesto por la inmobiliaria de Vásquez.

Con acuerdo conjunto, fueron nombrados como testigos: Doña

Elena, Roque, Evaristo y Teodoro, el lechero, que con su carro todas las

mañanas al amanecer dejaba el tarro de leche en la puerta de entrada.

A esa hora había poca gente en los pasillos del edificio de justicia.

Se dirigió a las oficinas del juzgado civil donde solícitó hablar con

el juez Doctor Estanislao Trotta, éste lo hizo pasar a su despacho

sin hacerlo esperar ni un minuto.

El magistrado era amigo de su tío, y luego de cambiar unas

palabras sobre la salud de Isidro, Vicente le explicó los motivos por los

que recurría a él.

_Doctor, no deseamos entrar en mora, pero sabiendo que el Doctor

Vázquez se negará a aceptar este monto, queremos hacerlo por vía de la

justicia, en forma de un depósito judicial.

Tengo conmigo las identificaciones de cada uno de los inquilinos,

el escrito donde me nombran su representante, además traigo el nombre

de cuatro testigos con sus respectivas direcciones, y la totalidad de los

papeles necesarios para acreditar la identidad de todos ellos: la cédula

de identidad o partida de nacimiento si no la tuvieren. En el caso de las

mujeres: acta de bautismo o partida de nacimiento; adjuntos existen tres

pasaportes que corresponden a unos ancianos italianos.- hizo una pausa

mientras el Juez observaba la documentación y luego sacó del maletín el

dinero._

Doctor, acá está el monto de todos los alquileres al importe que

nos cobraban antes de este exagerado aumento.-

_Muy bien Carrare, la secretaria le extenderá un recibo de este

depósito judicial y llenará las formas para certificar que cada uno ha

cumplido con el pago. Pero usted sabe bien que esto no frena el desalojo

si este se ordenase; sólo muestra la buena fe de ustedes.

De todas maneras aún faltan cuatro días… si usted está de

acuerdo, podría intentar hablar con Antonio para buscar una solución, lo

conozco y tenemos una relación cordial. Entonces, vería si puedo acercar

las partes, así buscan una cifra media que satisfaga a ustedes y a él.

Después de esto nos avocaríamos a conseguir que la inmobiliaria les

hiciese un contrato legal… ¿le parece?-

96

Al mediodía, a metros de llegar a la casona, Cirilo, José y Héctor

vieron al sargento Moyano, con diez de los suyos distribuidos por la

esquina del conventillo. En grupos de dos, se situaban en la plazoleta,

frente al almacén de Elena, delante del bar El Faro, en la propia esquina y

en la puerta misma de la pensión.

Bajaron la vista el ingresar, evitando mirarlos porque sabían que

serían provocados. Igualmente, al pasar Cirilo, fue trabado con la pierna

por Varela cayendo al piso y partiéndose la boca.

Cuando se levantó, pasó su mano por sus labios lastimados y al

ver la sangre, se volvió para increpar a su agresor. De inmediato lo

contuvo Héctor que casi arrastrándolo lo llevó para la cocina para limpiar

su cara.

En el comedor, Angélica le pasó un trapo limpio observando que se

le habían partido dos dientes. Cirilo estaba enfurecido, Matilde le palmeó

el hombro y le pidió que se tranquilizase, que nada podían hacer; eran

ellos, los policías, los que tenían uniformes, las armas y el poder.

Como habían prometido noches atrás, para luchar por su dignidad,

Ramón y José, encerrados en su habitación y en secreto, organizaban el

plan para sacar el “Mal” de la casona.

Ya habían confeccionado las caretas, como sus ancestros hacían

para pedir por una cosecha generosa de maíz, el “abatí”.

Irían después de medianoche hasta la orilla del río para

reencontrase con sus antepasados y rogarle a “Tupa”, su Dios, que los

protegiese ante la amenaza de perder su casa, sus sueños, proyectos y

porvenir. No eran violentos y no tenían otras armas más que invocar a

sus Divinidades y pedirles protección para enfrentar la temible realidad

que los intimaba.

En el Cabaret, Cuerda brindó feliz con Gaitán por los buenos

tiempos que se avecinaban, al día siguiente irían juntos hasta El

Mangrullo para coordinar con Aniceto el próximo traslado de hacienda

hacia el frigorífico de La Candelaria. Más tarde ordenarían con Nicanor

Mansilla el doble juego de recibos.

Después del brindis, Hugo se dirigió al bar de La Estación, estaba

abierto las 24 horas.

Estacionó enfrente donde estaba el encargado que vigilaba

habitualmente su auto. Gaitán vivía a sólo dos cuadras de allí, detrás de

un sauzal, a pocos metros del antiguo ombú.

Charló unos minutos con unos parroquianos que tomaban ginebra

Llave apoyados sobre la barra, pensó en acompañarlos con un trago pero

cuando miró la hora recordó que al otro día debía madrugar.

Al salir se subió el cuello de su chaqueta y miró un instante hacia el

ferrocarril, totalmente vació a esa hora.

Optó por caminar por la angosta senda de tierra en lugar de hacerlo

entre los sauces. Al pasar por el costado del añoso árbol, lo sorprendió

97

un hombre a menos de un metro de distancia, parado del otro lado del

grueso tronco. Sin dejarlo hablar, el sujeto se llevó el dedo a la boca,

indicándole que hiciese silencio; que ese encuentro era un secreto.

_ ¡Shhh, callate, no hagas escándalos!, vení qué te cuento…-le dijo.

Gaitán, con curiosidad, dio un paso hacia delante para acercarse más; en

ese instante sintió un escalofrío en el pecho y luego sonó el estallido del

disparo que le hizo temblar todo el cuerpo. Contrajo la cara del dolor con

un gesto espantoso, se miró la camisa cubierta de sangre, se orinó entero

y cayó muerto de espaldas, con los brazos abiertos en cruz sobre los

yuyos húmedos por el rocío.

En la mañana, Filomena se dirigía al baño cuando se cruzó con

Adela en el pasillo; al momento que estaban codo con codo, se

detuvieron. Adela primero bajó la vista, luego la miró a los ojos y dijo:

_Te pido disculpas, te he ignorado muchas veces y hasta te he

tratado mal. Cuando pasó lo de Clarita… sé que estuviste toda la noche

ahí, llorando, y también te volví a ver en el cementerio…- Filomena la

interrumpió sonriendo.

_Son cosas que pasan cuando la gente no se conoce, no te

preocupés, casi no hemos hablado, acá nos reunió la mishiadura y no

has hecho una gran familia.

Adela, a mí tampoco me gusta el trabajo que hago…pero parece

que cuando repartían laburo yo llegué tarde y agarré el último.-

Las dos rieron, Adela le palmeo la espalda mientras la daba un

beso, después le dijo:

_ ¿Querés que tomemos unos mates? Acá Cirilo me dejó un poco

de pan calentito…decile a las otras pibas y las espero en la cocina, dale…

ya pongo el agua.-

Cinco minutos más tarde, sentadas en la cocina, estaban Aurora,

Josefa, Carmen y Filomena, del otro lado de la mesa, Adela y Matilde;

Angélica, de pie, cebaba los primeros mates, en un rincón Calvina

escuchaba y comía tostadas sin decir una palabra.

Fue como una charla de amigas interrumpida hacía un par de días,

con risas, preocupación y algunas lagrimas.

En aquel submundo la pobreza los unía y la gran preocupación de

esos días estrechaba más el vínculo, como si quisieran cobijarse y

protegerse entre ellos para no enfrentar solos esa inevitable tormenta,

que hora tras hora se acercaba al conventillo.

Entendían de dolor y no porque se lo hubiesen contado; desde que

nacieron, la miseria pareció encarnarse en ellos para siempre. Ahora al

mirarse, detrás de esas sonrisas forzadas, nadie disimulaba que se le

estaba partiendo el alma, robándoles las pocas esperanzas que alguna

vez habían tenido.

Pancho, amaneció a Cuerda con la noticia, éste se había acostado

casi al amanecer.

98

Rogelio, entre dormido, no pronunció una palabra, se lavó la cara,

puso agua a calentar, lo miró fijo como dudando, con la toalla cruzada en

el cuello sobre su camiseta, y luego preguntó:

_Y… ¿vos cómo te enteraste?…Hugo estuvo conmigo hasta las

tres… ¿Dónde estaban vos y Cachilo, el zurdo?-

_Yo a esa hora ya estaba en el sótano, me fui a colchonear122,

Cachilo creo que andaba de putas ahí, por arriba…sé que se acostó casi

al amanecer, pero no tengo idea por donde anduvo.

Nos enteramos con el zurdo Cachilo hoy temprano en el bar de La

Estación, ahí nos contó el encargado; el auto de Hugo estaba

estacionado enfrente.- le respondió jugando con su escarba dientes de

un lado a otro de su boca, mirando cómo en la cara somnolienta de

Rogelio se hacían más profundos los cráteres de la viruela.

_Pancho, no quiero macanas A, sabés que por las buenas yo hago

todo por ustedes, ¿no se te olvida nada, no viste algo raro…?-

_Jefe no; se lo estoy diciendo; hablo por mí, no sé qué hizo el

zurdo, ¿quién sabe dónde estaba Cachilo? pero a esa hora yo me fui a

apoliyar123.-

_Cuándo se enteraron, ¿te dijo algo el zurdo…?- era evidente que a

Rogelio le interesaban todos los detalles, o lo que en realidad sabían sus

hombres. Desconfiaba de todos.

_No, ¿vio cómo es eso jefe?…nos dio lástima, ¡pobrecito!… Hugo

laburaba con nosotros, yo me vine rajando124 para contarle a usted.-

Rogelio lo miraba atento, como intentando descubrir una mentira en los

ojos enrojecidos del hombre, luego se miró las manos, pensó unos

segundos y dijo:

_Esto es cosa de algún pesebre125 Del Rosario, o son los

garquetas126 del malandrinaje127 de gitanos. Será por el gran quilombo del

año pasado…O también puede ser ese aprendiz de fiolo de Villa La

Concordia: Astunez, porque no es raro que después de la paliza que le

dimos al quitarle las minas venga ahora a hacernos despelotes. ¿Cómo

imaginarlo?… ¡con esa cara de boludo! Pero, dejá, ya averiguaremos, si

tiene algo que ver le costará caro…muy caro.

Andate para el cabaret, no le digas una palabra al zurdo Cachilo de

lo que hemos hablado, yo iré más tarde, preparen todo para esta noche,

hoy es viernes; ahora que Gaitán no está lo van a empezar a manejar

ustedes, ya lo hablaremos- pensó un instante y continuó:

_ Tengo un trabajito para que lo haga Cachilo-

Vicente y Balero conversaban en el estudio cuando llegó Don

Carmelo, un viejo policía que hacía años rondaba la plaza y de tanto en

tanto entraba, para que María lo convidase con un café.

Balero, con una bufanda a cuadritos negra y blanca y aún con su

gorra para evitar que le viesen los golpes de su cara, lo vio medio torcido

y bromeando le dijo que ya no estaba en edad de llevar semejante pistola

en la cartuchera, que terminaría de boca en el piso. Todos rieron y

Carmelo para contar algo comentó:

_Parece que anoche cocinaron128 a uno allá por las vías, al dueño

del Cabaret, ¿cómo es el nombre de ese mulero129?…sí, Gaitán, a ese lo

99

quemaron.-Vicente empalideció con la noticia y recordó que había sido

quien había dado el falso testimonio de lo sucedido en la casa de Beatriz;

incriminándolo a Eustaquio y a Balero. Éste, sorprendido dijo:

_ ¡“Chau”, se armó la podrida! Seguro que otra vez me “fajan”.

Pucha, ya se me estaban curando los ojos. Este es Cuerda, seguro.

Primero el “Picado” lo boleteó a Sosa, después a este malandra…

¿querrá quedarse con todo?….y a mí que me está siguiendo la mufa130

ya veo que tengo tanta mala leche que soy el próximo en la lista.- miró

pensativo al piso y se volvió a sentar preocupado, quitándose la gorra

para rascarse la cabeza.

Esa noche Amanda salió del Hospital antes de las ocho, había

concluido su guardia. En pocos minutos, con las primeras gotas, llegó a

su casa.

Encendió la luz del living, de la cocina y su habitación; controló

que todas las ventanas estuviesen cerradas. Seguramente a la lluvia le

seguiría una fuerte tormenta, ya lo anunciaban los relámpagos que

iluminaban el ventanal de la cocina.

Era hija única, apenas concluyó con los estudios de medicina en

Buenos Aires, volvió a la casa de sus padres; donde ahora vivía. De

inmediato fue contratada por el Hospital. Meses después su padre

enfermó gravemente y en cuestión de días falleció. Ella se hizo cargo de

la economía de la casa, cuidando a su madre que luego de la muerte de

su esposo había entrado en una gran depresión. Su estado se fue

agravando con otras complicaciones médicas, fue internada pero unas

semanas después murió; muchos dijeron que “había sido por tristeza”.

Amanda se recompuso lentamente, siguió trabajando intensamente, sus

momentos libres los dedicaba a seguir profundizando sus estudios. De

tanto en tanto se reunía con algunas amigas, pero nunca se había

involucrado sentimentalmente con ningún hombre; sus prioridades eran

su profesión y seguir perfeccionándose. Hacía casi cuatro años que sus

padres habían fallecido.

La lluvia y el viento se hicieron cada vez más intensos. Esa noche

no tenía apetito, tomó un té y decidió darse una ducha para luego

acostarse y leer un rato.

Se soltó el cabello que cayó hasta la mitad de su espalda,

comenzó a desvestir frente a la puerta del baño. Desnuda se miró al

espejo antes de entrar a la bañera. Era una mujer muy bella, las líneas de

su cuerpo eran exactas, sus senos turgentes, la cadera justa, las piernas

torneadas; cada curva precisa parecía como si hubiese sido tallada por

un hábil escultor.

La lluvia y el viento se habían hecho muy fuertes, en algunos

puntos de la calle formaba pequeños remolinos con las miles de hojas

que volaban hacia cualquier lado. Las ráfagas húmedas chocaban contra

las paredes, subiendo por ellas como aferradas hasta llegar a los techos,

a los que los barría con miles de litros de agua. Amanda desde la ducha

miró hacia la claraboya cuando la escuchó temblar; era un ruido agudo

del frote de las chapas y vidrios, parecía a punto de estallar en mil

pedazos.

100

Cerró la ducha, y se fue secando con una amplia toalla blanca. Uso

otra más pequeña para envolver sus empapados cabellos castaños.

Terminó de secarse en su habitación, colocándose para dormir un viejo

pijama de su madre con el que habitualmente dormía.

Recorrió su casa por última vez, apagó las luces y se dirigió a su

habitación para acostarse. Tomó de su mesa de luz la novela que estaba

leyendo en esos días, ojeo unos segundos su dura tapa y finalmente se

acostó para leer.

En el exterior, después de más de una hora, el vendaval no había

perdido su intensidad.

De repente se cortó la luz, quizá por la fuerte lluvia que caía sobre

la ciudad. Casi al mismo tiempo se sintió un ruido secó proveniente de la

cocina, seguido de del sonido de cristales rotos. Tanteando abrió el cajón

de su mesa de noche y extrajo fósforos para prender la pequeña vela que

siempre tenía al lado del pequeño velador.

Antes de salir de su habitación miró por la ventana, encima de la

cabecera de su cama. Vio como se filtraba el aire moviendo las cortinas y

afuera como los árboles se inclinaban de un lado otro, sacudidos por la

fuerza inmensa del viento.

Titubeando camino lentamente hasta la cocina, en el lugar vio en el

piso la cortina, arrancada por el viento, que antes de caer golpeó contra

un aparador tumbando varias copas de cristal sobre las baldosas;

esparciéndolas en mil pedazos por todo el ambiente.

El ruido del viento, de golpes de puertas, de las chapas que

parecían despegarse de los techos parecía aumentar. Amanda

comprendió que nada podía hacer en ese momento, que dejaría la

limpieza del lugar para la mañana siguiente.

Volvió hacia su cuarto llevando en una mano la vela y con la otra

apoyándose en las paredes. Abrió la puerta de la habitación que se había

cerrado por el viento, antes que ésta se separase más de treinta

centímetros se apagó la vela y sintió en su cuello un dolor inmenso por

la presión de una mano que le apretaba por debajo de su mentón.

Como si fuese una hoja, el brazo que la aprisionaba la hizo entrar

violentamente al cuarto, tan rápidamente que ella sintió que sus pies no

tocaban el piso. No escuchaba más ruido que el viento y la lluvia, pensó

que en segundos se ahogaría por la falta de aire, la estaban asfixiando.

Sintió el ruido del ropero cuando su cuerpo golpeo contra él.

Tenía la seguridad que no resistiría más, sus pulmones estaban por

estallar. En ese momento los dedos que la estaban estrangulando se

aflojaron. Ella no veía nada con sus ojos llorosos y la oscuridad; hasta

que la luz de un rayo le dejó ver la silueta de un hombre vestido de negro

frente a ella, que la sostenía firmemente de su cuello. No podía ver su

rostro, solo percibió su aliento alcohólico cuando comenzó a hablarle a

los gritos:

_ ¡La gran puta como nos jodés yegua de mierda! No sigas

ayudando a esa negraje del Conventoa11, ni al “tordito”a12, entendelo

bien chirusa a13, ahora cuídate vos, porque si tengo que volver es para

reventarte, ahí sí vas a “sonar”a14, hoy tenés tarroa15, esto solo es un

aviso: pero “atenti” que la próxima te “limpio”a16… ¡.y ojo: cayetanoa17

101

con la yuta a18! –al terminar de decir esto el hombre caminó dos pasos y

saltó como un gato por la ventana.

Amanda quedó por unos segundos paralizada en la misma

posición, llorando y respirando por la boca para cargar sus pulmones.

Sintió mojadas sus piernas, se había orinado. Con furia por el ultraje

secó sus lágrimas, cerró la ventana forzada y se sentó en la cama para

tranquilizarse y pensar. Así estuvo un rato hasta que volvió la luz, miró

sus manos que aún temblaban y se dirigió al baño.

Al mirarse en el espejo vio el enrojecimiento de su cuello. Del lado

derecho se veía en un claro hematoma la impresión de unos dedos; del

otro lado, por debajo de su mandíbula izquierda se marcaba claramente

un gran moretón. Era el calco exacto de un pulgar izquierdo, sin ninguna

duda pensó que su atacante era zurdo.

Observándose, se quedó unos minutos parada pensando.

Finalmente decidió no contar a nadie lo sucedido. Pensó que si lo

supiesen la gente del conventillo eso les haría sentir culpable por lo

sucedido; sumándoles más angustias a las que ya tenían cotidianamente.

Se juro que por siempre sería su secreto.

Volvió a su cama, se acostó y siguió reflexionando con sus ojos

bien abiertos mirando el techo.

Ya había amanecido hacía más de una hora, Amanda, recostada,

seguía cavilando.

Capitulo 24

En la fría sala del Cuerpo Médico Forense, el Doctor Hidalgo

Leplenne había concluido la autopsia.

Con la bala que había extraído dio unos pasos hasta la vitrina para

medirla. En la camilla estaba Gaitán con su pecho abierto por la

toracotomía, exangüe, totalmente desnudo.

El doctor le hizo seña a un ayudante para que procediese a la

sutura, no había más por ver. Luego continúo hablando como si pensase

en voz alta.

_Este es un calco del otro caso que tuvimos hace unas semanas,

el de ese tal Sosa…la hoja de la revista incrustada en la boca, el impacto

en el pecho a “boca de jarro” a nivel del tercer espacio intercostal, la

proximidad del disparo que deja el clásico tatuaje con el dibujo de

estrella y los bordes ennegrecidos en los tejidos comprometidos…el

corazón perforado…a ver, esperen que mida…

Sí, lo que pensaba: 7,65 por 22 milímetros.-

Antes de irse a lavar las manos, le indicó a un ayudante que le

avisase al Comisario Núñez que este caso era exactamente igual al

anterior.

En la habitación de las mujeres del Cabaret, las cuatro, muy serias,

conversaban sobre lo ocurrido; no hacía mucho habían matado a Sosa y

ahora era muy casual que lo mismo le sucediese a Gaitán. Ambos

trabajaban en el mismo lugar que ellas lo hacían.

102

_Acá hay bicho raro, los dos parecían muy amigos, primero se la

dieron a Sosa y anoche al jefe…así se nos vuela el laburo.-dijo Josefa

más afligida por el posible final de sus trabajos que por los asesinatos.

Prendió un cigarrillo, las miró a todas y Aurora corrigió:

_No, no, Hugo no era el jefe. Acá, el que no muestra la trucha130

pero es el capo, es el gordo “Picado”….- la interrumpió Carmen con el

seño fruncido, atando sucesos en su cerebro, mostrándose preocupada

ya que ella y sus tres hijos comían gracias al Conejo Rojo y a los

hombres que lo manejaban; más allá de la honestidad que pudieran tener.

Semanalmente enviaba dinero a su madre para la manutención de

los niños que la anciana cuidaba en La Concordia.

La miró sin disimular su enojo y dijo:

_Vamos, no somos gilas, mirá qué casualidad, vos estuviste las

dos noches de los hechos. Asegurás saber quién es el jefe… ¿te

acordás cuando te llevaron de “regalo” a la casa de él?…pero che son

muchas coincidencias, todas hemos visto que siempre estás “como

chancho” con ellos. Hacé lo que quieras, pero no me jodas mi laburo.-

Aurora nerviosa, se puso de pie y se paró frente Carmen que estaba

sentada sobre la cama, para decirle:

_Pará, pará, ¿me acusás de algo? ¿Qué estás diciendo “yegua”?…-

Carmen la interrumpió.

_Josefa y yo estábamos en el rancho, en Villa La Concordia,

aquella noche cuando discutiste con tu macho, sacaste esa pistola del

bolsillo y le metiste un bufonaso132 en la pata… ¿te acordás?…vos misma

dijiste que era un “juguete” que te había regalado tu abuelo; no, si yo no

me olvido, no te hagas la perejil133…¿ creés que no me acuerdo? era una

Astra, la Victoria, 7.65, si vos me la mostraste; me puedo olvidar de todo

menos los nombres y números, de eso vivo…era modelo 1911…¿sí o no?

¡Si hasta estoy segura que la tenés por acá! …¿no será que a vos te

encargó el jefe que los boletearas134?dale, decí, no nos tomés por “giles”-

Josefa cruzó una mirada con Filomena, que escuchaba alarmada en

silencio. Aurora, no dijo nada, se volvió a sentar y mirando al piso se

quedó pensando, mientras abría una petaca de grapa y se servía un vaso

entero.

El Comisario Núñez con dos agentes fueron al Conejo Rojo, en ese

momento el zurdo Cachilo y Pancho acomodaban las botellas en los

estantes detrás de la barra. Sentado en una mesa bajo una luz, Rogelio

escribía unas cuentas en un papel cuando se aproximaron los policías.

_Buenas noches, ¿usted es el dueño?…acá trabajaban Sosa y

Gaitán… ¿me puede decir algo sobre ellos…supongo que eran sus

amigos?-Cuerda lo interrumpió.

_No, no soy el dueño, el dueño es él-dijo señalando al zurdo que lo

miró sorprendido, viendo a Rogelio guiñarle el ojo- y no, no eran amigos

de ellos, los conocía de acá, de compartir una mesa, unas copas…

Comisario, soy el encargado del campo del Doctor Vázquez, mi trabajo

no me deja trasnochar, ni me gusta hacerlo.- Nuñez se quedó pensando,

acariciándose sus gruesos bigotes colorados, luego volvió a insistir.

103

_ ¡Qué casualidad!, estos días estuve con el Doctor, ¿sabe lo que le

hicieron en su domicilio?… ¿tiene alguna idea sobre ese hecho?-

_Sí, claro, ¿cómo no me voy a enterar?, me apenó mucho, más por

su hija; a Beatriz la quiero como a una hija, la he tenido en mis brazos

cuando nació. Hace más de veinte años trabajo para Antonio, y antes lo

hice con su padre, me une una muy buena amistad con él; a su familia la

considero como si fuese mía ya que soy soltero y desde hace cuarenta

años vivo sólo en al Pago de los Arroyos.

Mire, si usted busca a los desequilibrados que hicieron eso…este

no es lugar, seguramente a los autores los encontrará dentro del

conventillo de Cabotaje…y no sé si no tienen también relación con estas

dos muertes. Yo buscaría por ese lado.-el Comisario lo miró fijo y

preguntó:

_ ¿Dónde estaba la noche que se produjeron estos homicidios?-

_En mi casa, ya se lo he dicho, no salgo de noche, me duermo

temprano o leo un rato antes de hacerlo.-

Nuñez se arrimó a la barra, miró a Cachilo y le preguntó:

_ ¿Así que usted es el dueño de este local?…A Gaitán lo vieron

salir de acá antes que sucediese el asesinato, ¿dónde estaba en ese

momento?…y ¿usted? -dijo mirando a Pancho.

Ambos, titubearon y respondieron cargados de contradicciones

sobre lo que habían hecho el uno y el otro aquella noche del crimen.

Rogelio desde su mesa los miraba enfurecido.

Gracias al olfato afinado por los años de experiencia, Núñez

percibió que no decían la verdad y todo le resultaba muy sospechoso.

_Señores, para que nos entendamos mejor, mañana a las ocho

seguimos conversando en la comisaría. Usted se viene con nosotros

ahora, parece ser el más confundido- le dijo a Pancho para evitar que

quedando ahí juntos preparasen una coartada.

Los dos agentes acompañaron hasta el auto al demorado.

Antes de salir el jefe policial miró a Rogelio, y le dijo:

_Con usted me gustaría seguir charlando, me parece que tiene

buenos datos para darme.-miró la hora y el sugirió:

_ ¿No se acuesta siempre temprano?, vaya a dormir mi amigo, ya

casi son las diez de la noche.-

El Doctor Estanislao Trotta y el Doctor Vázquez, habían coordinado

encontrarse a tomar un café en La confitería Vidal para conversar sobre

un caso que Trotta tenía trabado en el juzgado civil.

Sentados del lado de la vidriera de la calle Federación, Estanislao

comentó:

_Antonio, me urgía hablar con vos porque este asunto vence el

cinco y hoy es tres. Me gustaría, si no te incomoda, ver si podemos

resolver esto sin llegar a la instancia de desalojo.- Antonio lo interrumpió.

_Sí, me imagino de qué se trata, te habrá ido a ver el Doctor

Carrare; ¿es por el aumento de los alquileres del conventillo?-

104

_Sí, más allá de lo que decidas, hubo un buen gesto de los

inquilinos, ellos pagaron el importe del antiguo alquiler a manera de

depósito judicial; sucede que se les hace imposible llegar al nuevo valor.

Te imaginás que esa gente que no tienen recursos para ir a buscar

otro hospedaje en caso de ser desalojados; fijate que a pesar de

conseguir algo que les costase el mismo monto que pagaban antes, igual

les sería irrealizable; ya que para ingresar les pedirían tres meses

adelantado. Con esto es seguro que quedarían en la calle. Es gente que

vive al día, ninguno dispone de setenta y cinco pesos…además Antonio,

hay algunos pibes de por medio: los hijos de los pensionistas.-

_Sí, lo sé Estanislao y sabés que yo no vivo de eso, pero te habrás

enterado lo que sucedió en mi casa; unos bárbaros me destruyeron todo.

Además me dejaron leyendas en las paredes para que diese marcha atrás

con esa suba de precios…En un primer momento no tuve dudas que

había sido gente del Cabotaje, pero después de hablar con mi hija…no

estoy tan seguro, ¿podrían ser tan tontos de dejar su firma de ese

modo?…

No dejo de pensar… si no han sido ellos, ¿quién y por qué?…No lo

entiendo, pero sí debo estar preparado, porque quienes fueran actuaron a

plena luz del día, con total impunidad. Me preocupa porque gente así es

capaz hasta de matar. Yo no vivo sólo, está Hilda, mi mujer, y Beatriz…

ese es mi dilema, ¿hacia dónde miro, de quién debo cuidarme?-Trotta lo

interrumpió.

_Te aconsejo que solicites una guardia permanente, no podés vivir

angustiado y escondido.- Antonio lo miró pensativo jugando con su

cuchara en la taza, luego agregó:

_Te agradezco tu gesto, tengo que decidir qué haré; dispongo de

dos días para ordenar el desalojo…o para volver atrás con todo.

Lo que me han hecho es humillante, pero también pienso en…

¿qué más me podrían hacer?, eso es lo que más me aflige. Tengo que

reflexionar en frío y tomar una determinación.-

El forense se hizo presente en la comisaría a pedido del Comisario

Núñez, quien, con más de treinta años de experiencia en la resolución de

casos violentos, no recordaba en la historia del Pago hechos similares.

Los homicidios resueltos respondían siempre a las mismas causas:

riñas, crímenes pasionales, algún asalto seguido de muerte, pero jamás

algo similar a las muertes de Sosa y Gaitán. Estos dos asesinatos habían

sido plenamente premeditados y perfectamente planificados, en ambos

casos, también, el asesino se daba el tiempo para dejar un mensaje en la

boca de las víctimas.

_Doctor, no entiendo, no comprendo el móvil y mucho menos la

frialdad de la ejecución. Usted me ha dicho que el arma es la misma.- el

médico lo interrumpió.

_La misma, o dos que disparen el mismo calibre: 7.65 milímetros.

Pero la presencia, en los dos, de una página de revista metida en la

boca de los occisos…me hace pensar en un solo responsable.

Si le es de utilidad, ninguna de las dos víctimas ofreció resistencia,

creo incluso que conocían o confiaban en el criminal, ya que los disparos

105

fueron efectuados sobre el pecho mismo; sin evidencia de defensa.

Fueron disparos a “bocadejarro”, por eso tenemos que descartar armas

largas.-

_Doctor Leplenne, ¿encuentra frecuentemente este calibre en las

heridas por arma de fuego?-

_El calibre 7,65 es un tanto raro, se lo encuentra en algunas armas

de España, Alemania, Bélgica y Norte América…ya existen en nuestro

país…pero lo más común es, dentro de calibres pequeños, la 6,35,

algunas comprendidas entre el 12 y 18 milímetros. Después ya están las

más potentes y grandes: 32, 38, 40, 44, 45…- Nuñez lo interrumpió:

_Sí, yo y otros varios policías usamos la Colt 45, de 1916.-el Doctor

lo escuchó, para luego continuar, mientras observaba el arma del oficial

en su cartuchera.

_De lo que estoy seguro es que las víctimas no opusieron ninguna

resistencia; conocían al asesino… ¿tal vez eran amigos?, o no lo creían

capaz de hacer lo que hizo. Por otra parte, el asesino denota una frialdad

total, lo que le confirió gran seguridad y una precisión exacta como para

perforarles justo el centro del corazón.-

El jefe policial se quedó pensando, en sólo unos meses habían

surgido más problemas e interrogantes que en decenas de años en su

función. Pero estaba seguro de dar con el o los responsables de estos

asesinatos.

Fuera de estos homicidios misteriosos al Comisario Núñez lo tenía

preocupado la independencia vertiginosa y desvergonzada que había

adquirido el sargento Moyano en su accionar, como si él no fuese su jefe

en la fuerza policial. Pero sabía que era el mimado del corrupto diputado

conservador local: Fermín Gorostiza, éste con enormes influencias a nivel

nacional, hacía intocable al prepotente sargento. También lo protegía el

oscuro y violento coronel Troncoso, amigo suyo en el Pago desde que

eran niños. El militar ahora comandaba en la Capital una de las alas más

oscuras y siniestras de las fuerzas armadas.

Núñez era consciente que sin pruebas contundentes, por ahora,

nada podría hacer con el policía corrupto; en cierto modo era imposible

proceder sobre él dado sus oscuros padrinos protectores. Aunque intuía

que pronto todo cambiaría.

Juan y sus amigos estaban puntualmente a las ocho en la casa de

Amalia, quien los había invitado a cenar un asado con cuero que había

hecho preparar por un peón de su campo ese mediodía.

Vestidos con sus mejores ropas, sentados en el living, agradecían

a una mucama mientras le servía un aperitivo.

Miraban con sorpresa y sin disimular el delicado mobiliario, las

bandejas de plata, las vitrinas en las que se veían delicados platos de

porcelana china y un vistoso juegos de té. Sus ojos iban de un lado a

otro, observaban los hermosos cuadros de las paredes, la fastuosa araña

colgada en el techo de madera lustrada que brindaba una rica iluminación

al cuarto. Al fondo, se dejaba ver la cocinera terminando de ordenar la

106

mesa en la que se veía tres fuentes con trozos de carne asada, otras

tantas de las más variadas ensaladas, botellas de vino fino y en el centro

un ramo de rosas en un jarrón de cristal.

Mientras José seguía observando los preparativos del comedor,

Ramón y Eustaquio miraban embobados a las dos jóvenes mucamas que

no dejaban de atender todos los detalles, ambas uniformadas de blanco y

azul.

Juan, como si estuviese acostumbrado a todo esos lujos, sólo

tenía ojos para su novia, sentado al lado de ella no dejaba de mimarla,

acariciarle las manos, abrazarla y junto a ella reírse como niños.

La anciana parecía estar viviendo el mejor día de su vida, se la veía

radiante, coqueta, atenta, simpática; parecía como si con uno ojo

atendiese a su novio y con el otro estaba lista por si los otros jóvenes

necesitaban algo.

Alta, delgada, de cabellera plateada, ojos celestes, en realidad no

aparentaba sus casi 80 años. Su desenvoltura y amabilidad la hacían más

joven y vital.

Eustaquio miraba de reojo a la pareja, aún no entendía bien cómo

su amigo se había podido enamorar de tal manera.

La tensión crecía minutos tras minuto dentro del conventillo. Sus

habitantes sabían que todos estaban sumergidos en ese problema, y que

solo entre ellos se podían comprender y respirar la angustia que flotaba

en el aire.

Los nervios ganaban a la razón, y hacía más fuerte el egoísmo de

pensar en cuál era la salvación propia; importando poco lo que le

sucedía al resto. Rato después volvían a su esencia y lloraban por haber

pensado en forma egoísta, individual. Y así, en ese momento, quien

padecía está dicotomía volvía al cobijo del grupo.

Todos eran personas de buena madera y esa angustia creciente, en

ciertos momentos los hacía caer en ambivalencias que jamás pensaron

capaces de padecer.

Parecía un gran bote que se estaba por hundir, donde

ocasionalmente su inconsciente les hacía olvidar de toda solidaridad;

pero se consolaban sabiendo que a todos les ocurría lo mismo.

Por momentos se miraban recelosos, tratando de encontrar en el

otro el responsable de este martirio, y al instante siguiente compartían el

mate y las charlas en las que siempre esquivaban hablar del posible final.

_Se nota, claro que se nota, acá estamos caminando sobre el filo

de una navaja, es eso que nos pone tan nerviosos. Agresivos por un rato,

al borde de las lágrimas después, ¿pero cómo podemos evitarlo?, ojalá

Dios nos dé una mano…creo que sólo él nos salvará.-reflexionaba Matilde

con plena sensatez mientras conversaba con las otras mujeres. Esa

cordura se transformara en angustia y llantos cuando no podían

comprender los designios inescrutables del Cielo.

La gran casona se había convertido en un gran barril de pólvora,

sólo faltaba una chispa para que todo estallara. Esta tirantez crecía

peligrosamente cuando miraban hacia la puerta y veían al Sargento

107

Moyano que de tanto en tanto se asomaba para curiosear, parecía listo

para invadir.

El despacho del Comisario Núñez, de cuatro por cuatro, se

caracterizaba por su sencillez extrema; sólo disponía de lo necesario: un

escritorio, tres sillas y un par de cortinas amarillentas raídas que

colgaban de su ventana.

Esa mañana temprano, el sol se filtraba mostrando cada raya de su

vieja y gastada mesa.

_Me han dicho que quiere presentar una denuncia, con la condición

de que ésta sea anónima…no se preocupe, lo será… ¿qué le hace creer

que conoce al victimario de Sosa y Gaitán?-

_Conozco a la persona hace tiempo, sé que podría actuar así…

además cuando sucedieron estos…estas muertes, antes había estado

junto a los que hoy son finados.- el Comisario miraba atento sus ojos

mientras declaraba, después dijo:

_Esto que me dice son solo presunciones suyas, no nos lleva a

ningún lado concreto, de esta forma, el asesino, podría ser cualquier

habitante del Pago de los Arroyos, cualquiera de los 25 mil habitantes

que existen.-Núñez fue interrumpido.

_Creo que esta persona esconde una pistola, no sé si es la usada

pero…-el Comisario se acomodó en su silla con los ojos bien abiertos,

para luego preguntar:

_ ¿Sabe de qué arma se trata?-

_Una Astra, “Victoria”, modelo 1911; calibre 7,65.-

Nuñez se paró de inmediato y llamó al cabo Rojas para que

preparase un procedimiento.

Carmen, con los ojos rojos, quedó sentada tomándose las manos,

tenía pánico de perder su trabajo.

La cena transcurrió plácidamente en lo de Amalia.

Al principio los paraguayos estaban un tanto retraídos, jamás en

sus vidas habían sido agasajados de esa manera y mucho menos

en un lugar con tanto lujo.

Amalia, con su sencillez innata y siendo una excelente anfitriona,

consiguió que sus invitados se sintiesen plenamente cómodos.

Mientras en la cabecera charlaban de los acontecimientos locales,

en la esquina Ramón y Eustaquio, con cautela, iban comiendo las

exquisiteces apoyadas en bandejas que a su frente se les ofrecían.

Su cautela nacía por un lado por su natural timidez y por otro por

ser esa la primera cena que tenían desde que llegaron, hacía tres años.

En el conventillo por las noches sus comidas eran muy frugales,

una taza de mate cocido con bizcochos, a veces sopa; ateniéndose a lo

que les permitían sus casi vacíos bolsillos.

_ ¡Qué carne, qué sabor, muy tierna!, ¿en qué carnicería la compra

Amalia?-dijo José sorprendido por lo sabroso del asado.

108

_Sí, es muy buena; no, no la compro, es del campo, ahí tengo

hacienda y cuando les pido a los muchachos se encargan de prepararme

un asadito, un cordero o algún cerdo.-después de mirarse curiosos,

Eustaquio agregó:

_ ¡Ahhh!, no sabíamos que se dedicaba a la ganadería!-pero Amalia

sonriendo lo interrumpió, mientras le pedía a Juan que le sirviese más

vino.

_No, no, no es esa mi actividad, después de morir mi hermano en

Curupayty…-hizo una breve pausa-mis padres pusieron a mi nombre

algunas propiedades de la ciudad, luego murió papá, y poco después

mamá lo siguió; muriéndose de tristeza.

Al quedarme sola, también el campo pasó a mi nombre y era

manejado por mi primo…hacíamos una explotación mixta; aunque eso

variaba dependiendo del precio de la carne o del grano y del el año.

Según la conveniencia se incrementaba la agricultura o viceversa.- José

intervino rápido para evitar hablar de la guerra.

_Pero entonces, ¡felicitaciones a su primo!…se nota que conoce del

tema, cuida muy bien su tierra.-con los ojos brillantes Amalia le aclaró:

_Sí, sí, y así lo hizo casi por 55 años, pero lamentablemente él

murió de un infarto hace un par de meses.-Ramón para cambiar de tema

agregó:

_Lo siento Amalita, pero seguro encontrará ayuda en los

empleados de la granja, ya pondrán todo en orden.-Amalia, con una

mirada dulce y maternal lo corrigió:

_No, no es una granja, son 850 hectáreas, con unos 400 animales.

No creas que es algo simple; por suerte está cerca, a no más de

quince kilómetros de acá.-todos se miraron de reojo. Eustaquio estaba

comiendo un chorizo y al escuchar esas cifras no pudo masticar bien su

bocado y se lo tragó entero, lo que le produjo un acceso de tos.

En la esquina de la mesa, Amalia y Juan, se mimaban como dos

adolescentes, solos en su mundo.

Núñez junto a tres agentes se dirigieron al conventillo, antes de

entrar se encontraron con el sargento Moyano y sus hombres, rodeando

la esquina. Al cruzar, el sargento y Varela se llevaron su mano a la cabeza

a manera de saludo, pero el Comisario no los vio, ya estaba en el patio

del inquilinato, preguntándose cuál sería la habitación.

Balero estaba por salir de su habitación cuando advirtió la

presencia de policías en su patio, nervioso se acomodó la gorra, se

anudó la bufanda sobre su cara y muy despacio volvió a cerrar la puerta;

tenía terror que le volviesen a pegar, se sentía perseguido, siempre al

borde de volver a ser golpeado.

Calvina, con su boca llena y una jarra metálica en su mano repleta

de arroz con leche le indicó a Núñez, señalando con su mano libre, cual

era la pieza de las chicas del cabaret.

Aún media dormida, Aurora abrió diez centímetros la puerta, pero

en un segundo los cuatro uniformados estaban dentro de su cuarto.

109

Mientras tres de ellos la emplazaban para que confesase, el

restante encontró, casi inmediatamente, una pistola en el bolsillo interno

de una vieja chaqueta roja colgada en el ropero.

Pudo más la fuerza de cuatro policías que sus gritos diciendo que

era inocente. Rápidamente y aún en camisón, la llevaron detenida hacia

los autos policiales estacionados en la plazoleta. Los gritos de Aurora se

fueron apagando hasta hacerse lastimeros gemidos.

El juez Trotta intentó no darle falsas esperanzas a Vicente mientras

hablaban en su despacho.

_Doctor Carrare, hablé con Antonio…fuera del tema del incremento

del alquiler, está muy dolido; lo que le han hecho a él y su familia es

insultante, se siente responsable ante su mujer y su hija por esta cobarde

agresión…todos sabemos que esto no se trató de un simple robo: fue un

aviso muy concreto, humillante…creo que si hay un motivo por el cual

no considera la posibilidad de rectificarse, es a causa de esas ofensivas y

ridículas firmas dejadas en su casa por los delincuentes…lo noté muy

confundido y apesadumbrado.-

_Pero Doctor, si es hasta infantil creer que la misma gente del

inquilinato pudiera hacer eso, y a su vez dejar dicho que fueron ellos…-

Trotta no dejó continuar a Vicente, mirándolo fijo y pensativo, concluyó la

reunión diciendo.

_Sí, es cierto, ¿pero usted conoce a otros sospechosos o a otras

personas que tuviesen algún interés, en hacer parecer responsable a la

gente del inquilinato?-

Fermín, Benito, Clemente y Honorio, llevaban piedras y botellas

vacías a la terraza, dirigidos por Balero, quien las acomodaba

estratégicamente, para tener las “municiones” a mano para cuando

ocurriese el asalto final de Moyano y sus agentes.

Las apilaba cada cuatro metros, cuando se les acabaran les haría

una seña a los chicos que, obedientes y solidarios, bajarían corriendo

por la escalera a buscar una nueva provista.

Balero se había jurado morir antes que lo apresaran nuevamente,

no toleraba más sus ojos hinchados y ennegrecidos, su cara machucada

y el tener que usar la horrible gorra hasta para dormir.

Don Roque, había puesto unas mesas en su techo, a modo de bar

al aire libre, de manera que sus ocasionales parroquianos tuviesen un

entretenimiento extra, con buena vista, además de sus jugosas charlas;

todos sabían que en cualquier momento podía empezar enfrente una

batahola infernal.

Blanca, animaba a subir a los clientes diciendo que escándalos

como el que se estaba a punto de producir, serían historias memorables

en el futuro del Pago.

En esos días, desde hacía dos semanas, don Roque vendía con ese

espectáculo adicional más cervezas que en el mejor de sus eneros.

110

Balero, al sentirse mirado en sus preparativos de armar la defensa

de la casona, de tanto en tanto hacía un alto y saludaba al público del bar

sacándose la gorra. Ana, Matilde y Adela se turnaban para cebarle mate.

Desde abajo, Calvina que no podía subir por su peso, a los gritos lo

arengaba y daba aliento.

_ ¡Vamos Balero, vamos pibitos, es mejor morir como inquilinos

luchando que como perros desalojados en la calle!… ¡vamos machitos,

así se hace!-

Desde la esquina, Moyano desconcertado por el continuo ir y venir

de los niños sobre el techo, observaba inquieto, se quitaba la gorra,

rascándose la cabeza, y al momento que hacía señas a sus subordinados

para que tomasen nuevas posiciones.

Impertérrito, Balero continuaba con lo suyo sintiéndose, por

momentos, el jefe de un castillo sitiado. Hacía una pausa, se sacaba la

gorra, con la palma de su mano sucia se secaba la transpiración y antes

de continuar, saludaba a Don Evaristo, que observaba atento sentado en

la puerta de su zapatería a media cuadra; o tiraba besos al aire para

Teresa que apostada en una silla en el techo del almacén de Elena, no

perdía detalles de lo que estaba aconteciendo enfrente. Mientras tanto

limpiaba una bolsa de papas a la que les sacaba los brotes de su

superficie.

Después de alojar provisoriamente a Aurora en un calabozo tan

húmedo, frío y oscuro como en el que Pancho había pasado la noche,

Núñez se avocó a escuchar a Cachilo y su amigo.

_ ¿Dónde estaba usted a las tres de la mañana, cuando mataron a

Gaitán?-le preguntó el Comisario al zurdo Cachilo.

_En mi trabajo Don, pero tengo testigos, bueno, mejor dicho, eran

más “testigas”, ¿vio el hembraje que tenemos ahí adentro?… no pude ser

yo el que lo mató, si en ese momento trabajaba de fiolo, dos cosas a la

vez no se hacen… ¿no don?- Núñez ni le respondió y miró a Pancho para

que respondiese él. Éste como si fuese a dar comienzo a un gran

discurso se acomodó en su silla, y con su mano colocó su escarba

dientes en la comisura de su boca.

_Yo no sé bien Comisario, eso de calcular las horas de noche me

confunde, pero creo que a las 3 o a las 4 estaba durmiendo abajo, en el

sótano.- cuando iba a hablar Núñez, el zurdo lo interrumpió.

_Mentiras Comisario, lo que le dice es una macana, si este

chambón135 se escabió136 antes de la una y la Josefa lo bajó para que se

acostase…si quiere le preguntamos a ella, porque es seguro que

Panchito no se acuerda nada de esa noche; estaba remamado…-éste

observó enojado a su amigo por lo que había dicho. El Comisario los

miró con atención, pensativo, luego dirigió su vista hacia la ventana.

Pensó que le esperaba un gran trabajo con estos hombres; o eran dos

excelentes farsantes o dos completos idiotas.

Volvió a mirarlos, ellos lo observaban atentos con sus bocas

abiertas en donde con sus lenguas jugaban con sus palillos. El jefe

111

policial quitándose la gorra se secó el sudor y les dijo que se fuesen de

la comisaría, pero que no se alejaran del Pago.

Al anochecer, Hilda tomaba un té con Antonio y conversaban sobre

lo sucedido. Ella intentaba tranquilizarlo, pero él volvía una y otra vez a

asegurar que los responsables estaban dentro del grupo de los

inquilinos.

_Siempre fuiste un hombre justo, y eso le hemos inculcado a

nuestra hija.

A partir de la justicia podemos construir el resto, incluso si nos

equivocamos…sabés que el Señor siempre nos observa. Fuera de esos

garabatos que dejaron en las paredes y la mesa nada los hace

responsable. Pueden haber sido algunos chicos del puerto…u otras

personas…cualquiera pudieron hacerlo.-

_Sí, cualquiera pudo ser, pero con los únicos que yo tengo

problemas es con ellos…-la esposa lo interrumpió.

_Antonio, sabés que no tenés ninguna prueba, además Beatriz está

enamorada de uno de esos inquilinos…dicen que es un buen hombre.

Pensalo, es nuestra única hija, ella no cree en absoluto que su

novio tenga algo que ver con esto. No la pongas entre la espada y la

pared, sabés que es como vos…no va a dar el brazo a torcer…no la

obligues a optar…-

En el estudio Carrare, Balero y Vicente conversaban sobre el

desarrollo de los acontecimientos.

Balero le comentó cómo había organizado la defensa del

conventillo, Vicente sonriendo le dijo que no creía que se llegase al

extremo de tener que confrontar con la policía, además le confió:

_Verás que pronto se soluciona todo, no creo que Vázquez sea tan

terco. Cuando vuelva la calma me mudaré; a una cuadra de los tribunales

se alquila una casa…ya veré.

Tomás, estoy enamorado de Beatriz, hemos hablado de casarnos,

pero imaginate la cara del padre si yo me presentase ahora para darle

esta noticia, seguro que me echa a la calle…-

_No Dotorcito, ¿vos crees que en realidad él piensa que tenés algo

que ver en ese quilombo?, no, pero se tiene que hacer el duro, ¿viste

cómo es eso?…estos doctores quieren que lo que ellos dicen sea siempre

la verdad…y si les discutís…más se encaprichan…ahora está emperrado

con vos…pero si querés yo lo habló, ¡total!, a mí qué me importa su cara.-

Vicente río con ganas por la valentía de su amigo, pero más por su

descabellada idea. Si a él lo echaban a la calle a Tomas lo tirarían al río

para fondearlo con dos anclas.

En el Conejo Rojo todo era felicidad para Pancho y Cachilo, creían

haber burlado completamente al Comisario.

112

_ Zafamos, ese cana es un gil, piensa que somos otarios para que

confesemos todo por “dos amagues”.-Cachilo asentía, poco podía hablar

de lo ebrio que estaba, Pancho siguió hablando.

_Vieras las cucarachas que había en ese calabozo, una mugre

increíble, no le tiene respeto a los detenidos.-dijo riendo mientras el

zurdo Cachilo se dirigió al sótano a buscar una botella de coñac especial.

Cuerda apenas entró vio a Pancho sentado, cuando se dirigió hacia

él sintieron un grito desgarrador que provenía de abajo. Cachilo había

trastabillado, el zurdo fue bajando abruptamente los veinte escalones;

rebotando con su cuerpo y su cabeza, golpeando contra todo lo que se le

puso adelante en su caída hasta quedar inconsciente sobre unas cajas de

vinos, en el piso húmedo y sucio del subsuelo.

Penosamente entre cuatro lograron llevarlo hasta arriba y

de inmediato lo trasladaron al hospital donde los recibió la Doctora

Amanda, y dos enfermeros que ayudaron a ponerlos en la camilla de

guardia.

Valente escuchó cómo se había a accidentado y procedió a

revisarlo.

Lo primero que advirtió fue su estado de ebriedad, el olor a alcohol

que salía de la boca de Cachilo se respiraba a diez metros a la redonda.

Le examinó la cabeza y brazos. Tenía una ceja cortada; limpió la

sangre con una gasa y algodón, luego lo auscultó. Nada le resultó

extraño, más allá de la taquicardia producto de su borrachera.

Palpó el abdomen, no encontró ninguna rigidez extraña, siguió con

el examen de las extremidades, finalmente se apartó de la camilla para

hablar con Rogelio y Pancho.

_Tuvo suerte, en principio no encuentro ninguna lesión seria,

sufrió un politraumatismo, pero no hay compromiso óseo…para que se

queden tranquilos: no tiene quebraduras, solo una gran borrachera; pero

sería conveniente que lo alojemos en la sala para tenerlo en observación

hasta mañana.-

Mientras Cuerda y su amigo se retiraban, la Doctora Amanda

indicaba a los enfermeros que llevasen al accidentado a la sala general.

En la habitación de los paraguayos comentaban los pormenores de

la maravillosa cena con la que los había agasajado Amalia.

Todos querían hablar al mismo tiempo, cada uno tenía su tema de

admiración.

_Chamigo, ¡qué novia que te echaste, además: millonaria!, tomá

“pa vos”-dijo Ramón, siguió Eustaquio como si el dinero no le interesase.

_ ¿Vieron lo linda que eran las dos mucamitas?…me enamoré de la

morochita, y ella me miraba sólo a mí, ¿se dieron cuenta?, a ustedes los

ignoró.- restando importancia a este comentario, José agregó:

_ ¡Qué comida che, qué manjares, cuantos vinos finos, mi Dios!…

¿vieron los muebles, los cuadros, la vajilla…todo?…yo me acordaba de

este pobre ropero… me daban ganas de llorar… miren lo que es, parece

hecho con sauces… ¡lo que es el lujo chamigo, lo que es ser pudiente!-

113

Juan escuchaba a uno, miraba al otro, pero nadie hacía mención de su

novia, con enojo inquirió:

_Sí, sí, todo muy lindo, ¿y mi novia? a ver ¿qué me dicen de mi

novia?-los tres amigos se miraron esperando que uno fuese el primero en

opinar. Ramón se puso serio y respondió.

_Mirá chamigo, te felicito, muy educada, agradable, simpática,

sencilla…nos hizo sentir como en casa, ni le importó que fuésemos

paraguayos, viste como es acá que nos señalan…pero no, ella no, ni

habló del tema…toda una mujer.-

_Sí, es cierto, nos trató como si la conociésemos de siempre, claro

que nosotros también somos muy simpáticos y educados, ¿será por la

tonada?-dijo José. Luego siguió Eustaquio siendo más sincero y menos

evasivo.

_Mirá chamigo, si a vos te gusta, nosotros somos como hermanos

y estamos felices por vos. No te preocupés por la edad, ¿o vos creés que

no te pondrás así de viejo cuando llegués a los ochenta?…eso sí, a mi me

gustan las mujeres más gorditas, viste que la Amalia es flaquita. Es lo

mismo mirarla de frente que de perfil, pero ojo que no aparenta la edad

que tiene. Una hermosura el cutis che…-detuvo su comentario al ver la

cara fruncida que puso Juan y al sentir la carcajada de sus amigos.

Ambrosia llegó puntual a su trabajo, saludó a la Doctora Amanda,

charlaron unos minutos, tomó la planilla de ingresos y fue hacia la sala

general.

Miraba la cama, controlaba el número señalando con su uña en el

papel de la carpeta, totalmente concentrada llegó hasta la mitad del

recinto, iba por el paciente número 19. “Este es nuevo”. -pensó, cuando

levantó la vista vio al zurdo Cachilo, su cara no le dijo nada, pero al mirar

el pecho descubierto vio la daga y la rosa cruzadas en su tatuaje, en ese

instante llena de pánico, tiró la carpeta al aire, volando las hojas por

sobre los enfermos, y desesperada grito:

_ ¡Mi Dios, este es el crápula del incendio!-por unos segundos

quedó paralizada al pie de la cama, en ese momento Cachilo abrió

lentamente los ojos y pensó:

“A esta vieja la conozco…sí…estaba frente a la casa del

“trabajito”…me reconoció… ¡Mi Dios que quibombo se arma si esta

hijaputa habla! …La mato, tengo que matarla…la estrangulo…algo tengo

que hacer, seguro que esta vieja va a buchonear…”-pero cuando intentó

moverse, sintió que tenía encima un ancla de diez toneladas que lo ataba

a la cama; en ese momento recordó las botellas que había bebido. Lo

único que podía mover eran los ojos, Ambrosia seguía inmovilizada,

atornillada en el piso frente a él mirándose fijamente. Notó la mirada de

furia con que la observaba el tatuado, como deseando perforarla con la

vista. Sin pensar más, venció su parálisis de pánico y empezó a correr

hacia la sala de esperas. Cuando dobló corriendo a la derecha en el

pasillo, por la otra puerta ingresó Pancho a visitar su amigo.

114

Mucho no entendía, miraba al zurdo que no emitía un sonido al

tener paralizada la lengua por el alcohol, pero sus ojos miraban

desesperadamente hacia el lado en que había escapado Ambrosia.

Con un esfuerzo sobrehumano, Cachilo consiguió mover su brazo

derecho, y llevándose su mano al cuello, frotó su dedo índice por la

garganta, haciendo señas que degollara a alguien que había escapado

por donde él señalaba. Pancho cada vez entendía menos, no vio a nadie

cerca. Pero siguiendo la dirección de la mirada caminó hasta el próximo

pasillo, donde sólo vio una anciana enfermera que entraba en una

habitación, empujando una mesa de curaciones repletas de frascos.

Volvió hasta la cama de su amigo que lloraba de impotencia, él ahí

creyó entender todo, aproximó una silla y se sentó diciendo:

_Mi Dios zurdo! Cachilo, estás muy mamado137 amigo, no seas

tonto, no llores, a veces cuando yo me chupo138 también lloro, es por mi

finada vieja… ¡no sabés como la extraño!… ¡cuántos disgustos le di!,

pero… ¿viste? …yo era muy pibe y cabeza dura, muy porfiado che…

Dale dormí, mañana estarás bien, con dolor de cabeza, eso sí.-lo

tapó hasta el cuello, le acarició la cara, tomó una revista y se puso a leer.

Afuera, en la esquina, Ambrosia hablaba llorando con el policía que

todas las madrugadas estaba apostado en el lugar. Le contó todo y rogó

que llamase al Comisario Núñez. Luego volvió al Hospital, ingresando a

una habitación a esperar escondida temblando tras la puerta.

Beatriz intentó de todas las maneras conversar pacíficamente con

su padre, para que tomase una postura más flexible, pero éste se negó a

tratar el tema del conventillo.

_Hija, tu opinión está influenciada por ideas de afuera.

Jamás me has cuestionado nada, tampoco te he consultado sobre

el manejo de mis actividades; pero ahora que apareció Carrare en tu

vida…parece que te están lavando la cabeza. De ser así, como creo que

es…me parece poco hombre usarte de medio para que yo deponga mi

posición.- a Beatriz le resultaba increíble que su padre le hablase de esa

manera, siempre había sido muy respetuoso de sus ideas, pero ahora

parecía que estaba hablando con un hombre desconocido.

_Papá, te pido que me respetes, sabés muy bien que nunca me

dejaría influenciar y mucho menos en contra tuyo. También sabés que

soy independiente y criteriosa, que vos ahora me hables de esta manera

me hace sentir subestimada.- Vázquez la miró, vio en sus ojos el enojo,

era la misma mirada que él tenía cuando era contrariado, levantándose

del escritorio la interrumpió.

_Beatriz, tema concluido, de esto no se habla más, no en mi casa,

mientras vivas bajo este techo recordá que las reglas las pongo yo.-ella,

irritada por sentirse condicionada, antes de salir de la oficina le

respondió:

_Muy bien, vos manejá las reglas, yo mis pensamientos.-

115

Núñez, acompañado por tres agentes, encontró a Ambrosia, aún

temblando de miedo, refugiada en un cuarto a poco de entrar al hospital.

Se dirigieron a la sala general, donde vieron a Pancho sentado muy

concentrado en la lectura. De inmediato detuvieron a éste, que en un

principio intentó resistirse, pero desistió de la idea cuando sintió como si

le hubiesen rasgado la espalda, luego de recibir un violento bastonazo.

El Comisario se aproximó a la cama y quitó la sabana que cubría a

Cachilo, observando su pecho tatuado, giró la cabeza, hizo una seña y

rápidamente, dos policías lo arrastraron del lecho. Aún borracho, abrió

los ojos con impotencia, intentó hablar, pero todavía tenía su lengua

pesada, pastosa y seca.

En la comisaría revisaron a Pancho, que con las manos en alto

facilitaba la tarea. El detenido tenía terror de que lo volviesen a golpear, a

dos metros de él estaba el zurdo Cachilo vomitando, recostado sobre un

banco de hierro fundido.

Antonio, medio dormido en esa madrugada, caminó las dos

cuadras que había de su casa hasta la dependencia policial.

Vázquez fue conducido por Núñez hasta el cuarto donde estaban

los detenidos, miró sus caras buscando reconocerlos, pero en su vida

había visto a esa gente. De repente caminó hasta Pancho y le tomó la

mano derecha, giró furioso y se dirigió hasta Cachilo para hacer lo

mismo. Núñez no comprendía que estaba haciendo.

_Jamás en mi vida vi a estas personas, pero sí a los anillos que

tienen puesto, uno es mío, el otro era de mi padre; estaban dentro de las

cosas que me robaron.-

Capitulo 25

Vicente se sorprendió al encontrar a Beatriz esperándolo sentada

en su estudio.

Sonriendo feliz se puso de pie y lo abrazó. Balero miró a María que

tampoco nada entendía de esta visita a las ocho de la mañana.

_ ¡Detuvieron a los autores de los destrozos y el robo de casa!…no

sé sus nombres, pero no es gente del Pago.-

Vicente sintió que le quitaban de la espalda un peso enorme, pero

luego reflexionó: no por esto Antonio desvincularía del hecho a los

inquilinos del conventillo. Era posible que hasta fuesen amigos de alguno

de éstos, y se tratase de un trabajo por encargo. Tal como estaban las

cosas, Vázquez podía seguir pensando que el cerebro del atentado

contra su casa era Vicente.

Ella entendió que era razonable lo que le decía y mucho más

conociendo la terquedad de su padre.

Desde temprano se observó más movimiento policial en la esquina

del Cabotaje. Un grupo de seis policías miraban fijamente la puerta de

ingreso de la casona, apoyando sus espaldas contra la pared del almacén

de enfrente.

116

Roque barría la vereda de su bar cuando vio detenerse el auto de

Cuerda; pensó que el desalojo era inminente. Lo mismo razonó Elena que

en ese momento estaba sacando los carteles y vio al grupo de agentes

apostados en su esquina.

Rogelio, con la cara desencajada por la furia, saludó a Moyano con

un movimiento de cabeza, éste le respondió llevándose su mano a la sien

derecha.

Desde la cocina lo vieron golpear como un loco la puerta de la

habitación de las mujeres del cabaret. Nadie entendía lo que sucedía,

pero viendo al grupo de policías ahora apostados en la puerta misma del

conventillo, imaginaron lo peor.

_Josefa, a partir de esta noche te encargarás del cabaret,

Carmen vos la ayudarás, le darás una mano, esta noche iré y hablaremos

de dinero; pero de ahora en adelante ganarán unos buenos pesos si

hacen las cosas bien. Vigilen al resto de las chicas, que ninguna se haga

la guacha de esconder algún vuelto… ¿se entiende?

Acá tienen las llaves.-dijo Rogelio. Dentro de la pieza, sentada en la

cama, Filomena escuchó el diálogo viendo la cara de felicidad de sus

amigas.

Cuando se estaba por retirar, Cuerda observó que desde la cocina

lo miraban doce ojos, caminó unos pasos hasta el centro del patio, apoyó

sus cortos brazos en la boca del aljibe y grito como para ser escuchado

hasta en el fondo del gallinero:

_ ¡No se hagan los piolas…Guarda a todos, acá no se jode…vayan

preparando los bagayos que prontito los vamos a sacar a patadas!- al

escucharlo, Calvina aterrada soltó los platos que estaba secando, los

que se despedazaron en mil pedazos sobre el piso.

Esta era la segunda vez que Pancho y Cachilo estaban sentados en

la oficina del Comisario Núñez. Pero ahora las cosas habían cambiado:

estaban detenidos, había suficientes pruebas para hacerlos responsables

de delito contra la propiedad, robo agravado por escalamiento, daños

predeterminados e incendio malicioso.

Esposados, con dos agentes vigilándolos detrás, ambos estaban

parados inmóviles, mudos, mirando el piso.

Núñez, de pie al lado de su escritorio, los observó paralizados.

Luego se sentó para interrogarlos.

_ ¿Está mejor?, ya se le ha ido la borrachera, durmió ocho horas

seguidas.-dijo mirando a Cachilo que no respondió. En ese momento,

desde atrás, el agente que lo vigilaba le pegó con fuerza, como

aplaudiendo sobre los oídos del detenido; mientras el zurdo gritaba de

dolor oyó que una voz le advertía:

_ ¡Facineroso, te está hablando el Comisario, respondé o te corto

una oreja!-

_ ¿Me pueden decir por qué eligieron la casa de Vázquez?… ¿quién

los envió?- insistió el Comisario, Cachilo sonrió maliciosamente y

respondió:

117

_ ¿Por qué va a ser?…nos dedicamos a eso, necesitábamos guita,

nos gustó la casa, mucho lujo, ahí solo viven los bacanes…139– Otra

violenta cachetada no lo dejó continuar y le puso la mejilla roja, Núñez

miró a Pancho e inquirió:

_ ¿De dónde han venido?… ¿para quién trabajan?-el detenido se

demoró diez segundo en responder, cuando una bofetada sacudió con

fuerza su cabeza haciéndolo tambalear.

_Somos Del Rosario, no trabajamos para nadie, de tanto en tanto

hacemos una gira para pispear140 dónde nos conviene chorear141– luego

de decir esto, aún mareado por el golpe, miró sonriente a Cachilo, que

también estaba sonriendo. Nunca delatarían a su jefe.

Núñez comprendió que eran dos delincuentes profesionales, jamás

confesarían quién le encargó el trabajo, sabían que si lo hacían eran

hombres muertos; por más que estuviesen detenidos.

Miró a los agentes haciéndoles una seña para que lo llevasen al

calabozo.

_Hablaré con el juez así los trasladamos al penal, con las pruebas

que tienen en su contra vivirán ahí por lo menos veinte años.-

Cuando entraron a la habitación vieron a Juan recostado en su

cama leyendo una revista, éste al verlos, sonrió, y les pidió que se

sentasen, que tenía una muy buena noticia para darles. Eustaquio, José y

Ramón se miraron extrañados.

Desde que estaba de novio, Juan había dejado su trabajo, dividía

su tiempo en las visitas diarias a Amalia, en descansar en su cuarto, en

tomar mates o leer.

_ Chamigos, estuve hablando de ustedes con Amalita, les conté

que antes de venir acá eran granjeros en Asunción, que ese es un trabajo

que conocen y lo hacen muy bien, ella me pidió que se los propusiese,

aunque después se los detallará… ¿quieren hacerse cargo del

campo?…ganarían muy bien, además dispondrían del auto que usaba el

finado primo, el coche es de ella, claro.- con la mano Eustaquio le pidió

que hiciese una pausa, lo que estaba escuchando parecía el mejor de sus

sueños. Si lo que decía Juan era realidad él y sus amigos dejarían de

hombrear para siempre esas pesadas bolsas del puerto. De inmediato

sirvió cuatro vasos de grapa, diciendo:

_Chamigo, ¿es verdad o estamos soñando?…pero una cosa es

manejar una granja de 50 metros por 50 metros para cuidar como crece la

mandioca, y otra muy diferente es hacerlo con la explotación de 850

hectáreas…-Ramón, lo miró serió y agregó:

_ Chamigo, no discutas con Juan, él sabe bien por qué nos

recomendó, además creo que tenemos la obligación de darle una mano a

la anciana… a Amalita…ella está muy sola che…además acordate que yo

en Paraguay tenía tres o cuatro vacas, si conocés como criar una,

cuatrocientas es lo mismo, son un poco más, pero nada imposible, ¡hay

que ingeniársela chamigos! … ¿no me van a decir que tienen miedo?-

José volvió a servir las copas para brindar.

118

Pasada la primera hora iban por la segunda botella y el milésimo

proyecto de cómo desarrollarían su nuevo trabajo, todos reían, mientras

sobre la pequeña mesa de la esquina Ramón, muy concentrado, hacía

cuentas sobre un arrugado papel.

Esa tarde, Cuerda estuvo reunido en la oficina con Mansilla en la

cooperativa de La Candelaria.

Planificaron los pasos a seguir cuando se pusiese en venta el

conventillo, luego cobró la venta de cincuenta animales que Aniceto

había conducido al frigorífico, examinó los papeles y recibos duplicados

que le dio el contador; satisfecho, los guardó en el bolsillo de su saco.

Después, cambiando de tema, conversaron unos minutos para organizar

los detalles de la próxima cosecha. Ese año seguramente tendrían un

muy buen rinde, por lo que necesitarían más peones para la tarea.

Acordaron reunirse en dos días, ya que Rogelio creía que para

entonces tendría noticias. Estimaba que al día siguiente ya contaría con

la habilitación de Vázquez para ordenarle a Moyano que procediese con

el desalojo.

De allí, Cuerda apuró su marcha para llegar a tiempo al encuentro

programado.

Luego de veinte kilómetros de caminos de tierra, en una oscura

calle del Pago estacionó detrás de otro auto que lo esperaba.

Caminó hasta la puerta del conductor. El obispo le entregó por la

ventanilla un fino bolso de cuero de carpincho, con sus manijas

anudadas por una cuerda roja, donde estaban los doscientos cincuenta

mil pesos convenidos.

En el trayecto hasta su casa miraba cada tanto la bolsa con el

dinero, acto que le quitó su mal humor por la detención de sus

cómplices. Ya no los necesitaba, para su nuevo cabaret contrataría otra

gente del Rosario.

Cuando estaba por abrir la puerta de su casa, sintió que le

hablaban a su espalda.

_ ¡Hola!, ¿cómo estás Cuerda?… ¿En qué andás Rogelito?- éste,

aferrando el bolso con las dos manos respondió:

_ ¿Qué hacés acá, qué querés?-

_Hoy pensé en vos… y me dije ¿por qué no ir a la casa de Rogelio y

darle un abrazo?…y bueno, acá estoy.-Cuerda dio un paso atrás,

apretando con más fuerza sus manos sobre el saco del dinero.

_Vení Gordo, no seas “fifí”171, o ¿no somos amigos?-

En ese momento fue abrazado y en el mismo instante sintió un

ardor caliente en su pecho que lo hizo vibrar entero, luego, con los ojos

bien abiertos de espanto, cayó muerto de espaldas sobre una gran

maceta de margaritas; aún aferrado con codicia al bolso.

119

Era casi medianoche y aún no había llegado el jefe. Mientras tanto,

Josefa ayudada por Carmen y Filomena, hacían lo que mejor podían en su

primer día a cargo del cabaret.

Trataban de estar presente en todo, dirigiendo a los dos jóvenes

que despachaban bebidas atrás de la barra, o a los otros tres que servían

las mesas, cobrando consumiciones, vigilando a media docena de

prostitutas para que respetasen el porcentaje acordado; sabía que al

menor descuidos se escondían en su escote algún billete extra.

Tenían la mejor voluntad para cumplir con sus tareas, pero

carecían, en absoluto, de experiencia en esa labor. Sumado a esto, el

viejo Tristán, un isleño que venía cada quince días de la isla de Las Tejas,

totalmente ebrio, perseguía a Carmen confesándole que se había

enamorado de ella desde el primer momento en que la vio; la joven

saturada llamó al portero para que se lo llevase para el fondo de la barra.

No quería escuchar más sus incoherencias.

Carmen daba las últimas indicaciones a las dos bailarinas que

comenzaban el show en media hora; en tanto Filomena supervisaba la

música.

A las tres les parecía increíble, como nunca sucedía en un día de

semana, había más de cincuenta clientes dentro del local.

_Hoy terminaremos enloquecidas, ¿donde se metieron Pancho y el

zurdo Cachilo?-dijo Josefa mirando a sus dos amigas.

_ Andá a saber, esos son unos turros142, viste cómo son, viven

pelotudeando143 por ahí. Y para colmo, el gordo “Picado” se tomó el

olivo; prometió que vendría para arreglar cuántos mangos nos tocará con

este laburo, pero no, también se piantó144, parece una cachada145.-para

calmarlas Filomena acotó:

_No, no, ya vendrá, o ¿ustedes creen que no van a venir a buscar la

guita que se haga esta noche?-

Cinco minutos después volvió el viejo Tristán, ahora enamorado de

Filomena, a la que prometió regalarle la mitad de su isla, dos vacas y la

totalidad de los cerdos si se casaba con él y tenían un hijo; quien se

llamaría Tristancito o Filomena del Paraná.

Josefa lo escuchó sonriendo mientras servía una copa a un cliente,

con toda naturalidad instó a su amiga:

_Pegale un sopapo, vas a ver como se deja de hinchar ese baboso

inmundo; yo le daría una biaba para que no se la olvide más.-

En el centro de la pista las dos cabareteras iniciaban la función

bailando con muy poca ropa y mostrando sus curvas y pechos turgentes;

entre los gritos de alegría y aplausos generalizados de toda la

concurrencia.

Tristán, después de varios empujones, quedó acomodado en

primera fila, bebiendo sus fantasías, sonriente; siempre con su mugriento

sombrero puesto.

Parecía que Moyano y sus hombres dormían en la vereda del

conventillo del cabotaje, siempre que algún inquilino mirase hacia la

puerta los veían plantados allí.

120

Esa mañana parecía ser el día del desalojo, el cabo Varela

conversaba con el sargento.

_Seguro que hoy Cuerda no das la orden, ya estoy podrido de

aguantar acá, viendo esta chusma.-dijo Moyano encendiendo un

cigarrillo.

En la cocina Don Pedro discutía con su esposa, mientras Angélica

y Matilde observan por la ventana el apresto de los policías.

_No, no, Rosa, no saquemos la carreta hoy, recién son las siete y

esos ya se están agitando, seguro que hoy nos desalojan…esperemos un

rato a ver qué pasa.-

En la cabecera de la mesa, sentada, Calvina se daba un atracón de

pan tostado, que iba untando con miel antes de devorarlos; olvidándose

de la grave situación que vivía el resto del pensionado.

En el Cuerpo Médico Forense, el doctor Hidalgo Leplenne hacía una

hora que trabajaba sobre el cadáver de Cuerda.

Cuando concluyó, miraba turbado y sorprendido la bala

ensangrentada que tenía en la palma de su mano; en más de veinte años

de forense, era la primera vez que veía tres casos idénticos: Sosa, Gaitán,

y ahora este: Rogelio Cuerda. Los tres muertos por un certero balazo en

el centro del corazón, los tres con una hoja de revista incrustada en sus

bocas; parecía increíble.

Para confirmar el calibre de la bala volvió a medirla: 7,65 por 22

milímetros, no había dudas que las víctimas estaban relacionadas y el

victimario era la misma persona; eso le suscitaba más desconcierto.

Volvió a la cabecera de la camilla observando la cara del occiso al

que, en su palidez, se le notaban más los pequeños socavones producto

de la antigua viruela. Mirándolo pensó unos segundos, luego miró la ropa

que vestía el finado ahora apoyada en una silla al costado de la camilla.

Leplenne levantó sus hombros en señal de seguir sin entender la

relación de los casos, caminó hasta la canilla del lavamanos, solicitando

a su ayudante que le avisará al Comisario Núñez para que se hiciese

presente; tenía que ver los papeles que habían encontrado en el bolsillo

del saco de la víctima.

Capitulo 26

Hilda y Antonio desayunaban en su casa, él revolviendo la taza

de café con leche, pensativo, creyó que debía contarle la decisión que

había tomado.

_Anoche no dormí, di cien vueltas en la cama pero no pude cerrar

los ojos, esto del robo y del conventillo me está alterando.

Pero ya está, he tomado una determinación irrevocable: cuando

llegue al estudio ordenaré el desalojo, no me importa que la casona

quede deshabitada, después veré qué hacer, sólo me ha traído disgustos.

Todos estos problemas me obligan a desatender la inmobiliaria y

mis clientes.- su esposa lo miró, le alcanzó un plato con tostadas y a

pesar de conocer la terquedad de su esposo se animó a opinar.

121

_No creo que esa sea la solución, siempre has enfrentado los

problemas, no sé… creo que te tenés que tranquilizar, pedirle a Dios que

te ilumine y obrar…también te has alejado de la iglesia, en las últimas tres

misas no me has acompañado.-

_De sólo pensarlo me causa aversión, a causa de los inquilinos o

del incendio, en un mes he tenido más sinsabores que en los últimos

treinta años, ya veré qué hacer…pero creo que ésa es la más sabia

determinación.-

Núñez miraba perplejo el cadáver de Cuerda, luego caminó hasta el

escritorio del Doctor Leplenne y preguntó:

_Hidalgo, ¿no existen dudas sobre el calibre, son las tres balas

idénticas?

_No Comisario, no hay dudas, los tres disparos salieron de la

misma arma, acá tengo los plomos, si usted quiere los medimos de

nuevo, pero es algo que ya hice con estupor más de diez veces…ahí tiene

unos papeles que traía el muerto en su saco.-

El ayudante le alcanzó unas hojas manchadas en sangre, Núñez se

sentó a leerlas.

Minutos más tarde se levantó perplejo por lo leído, con sus ojos

desorbitados miró al Doctor, pensó unos segundos y antes de irse a toda

prisa, se lo escuchó decir furibundo:

_ ¡Qué hijo de puta!… ¡Esto lo tiene que ver Vázquez!-

En la puerta, antes de subir en unos de los autos, ordenó a un

agente que fuese a la comisaría y liberase a Aurora.

Ella jamás pudo haber matado a Cuerda desde el calabozo, y eso la

desvinculaba también con los otros dos casos.

En la habitación de las mujeres del cabaret seguía la charla, eran

las ocho de la mañana y hacía un par de horas que habían concluido

con el trabajo; estaban sumamente extrañadas: nadie fue a buscar los

quinientos pesos de la recaudación de la noche.

_ ¿Estarán de viaje y por eso no tuvimos noticias?- aventuró

Carmen. Filomena no respondíó, sólo levantó sus hombros y encendió

un cigarrillo que había colocado en la boquilla.

Josefa se estaba quitando el maquillaje frente al espejo, sobre la

palangana, mientras pensaba qué era lo que había podido ocurrir para

que el jefe desapareciese así de repente; luego opinó:

_No sé che, es muy raro, no por buenos nos deja quinientos

mangos para que se lo cuidemos; sabemos con la lacra que nos

manejamos. Yo creo que antes de una hora Cuerda está acá pidiéndonos

que le rindamos cuentas; los cafishios tienen estos revires146, viste que

son todos rechiflados.-

122

Vázquez terminaba de dar la orden para que procediesen con el

desalojo, cuando vio a Núñez en la puerta de su estudio con unos

papeles manchados de sangre en su mano.

Con curiosidad lo invitó a pasar a su oficina.

El Comisario, nervioso y colérico, se sentó frente a Antonio, le

explicó que habían matado a Cuerda la noche anterior y sabiendo que era

su encargado le traía unos documentos que encontró en el cadáver.

Antonio, al principio contrito, comenzó a leer. Inmediatamente

después levantó la vista y miró al Comisario anonadado; sin decir una

palabra, giró su cuerpo y extrajo de su biblioteca una carpeta donde

guardaba los detalles de movimientos económicos de sus propiedades.

Mientras leía sus datos, comparaba valores con los de las hojas

manchadas, finalmente enfurecido pegó un puñetazo sobre el escritorio,

miró furioso al Comisario y dijo sucintamente:

_Este delincuente me estaba estafando hace quince años,

conseguiré una orden para entrar su casa, ahí estarán todas las pruebas.-

de inmediato le pidió a Núñez que detuviese el desalojo del conventillo.

Moyano entró insultante con su grupo al patio del conventillo; en

su mano en alto llevaba la orden de desalojo.

Juan salió de su cuarto con una revista en su mano para ver a qué

se debía tanto griterío; cuando intentó preguntar qué sucedía, un policía

le partió el labio de un puñetazo, seguido de otro en su frente que lo hizo

caer desvanecido de espalda a la puerta de su pieza.

En ese momento ingresaba Aurora llorando, recién liberada, con su

cara demacrada; al ver semejante espectáculo corrió a encerrarse en su

habitación.

Varela estaba por tumbar a los golpes la puerta de la pieza de Don

Pedro, cuando desde la azotea recibió un botellazo en el medio de su

espalda que lo hizo arquear primero, para luego caer de boca contra el

zócalo de la puerta. Ahí quedó inmóvil, desmayado con el rostro

tumefacto y ensangrentado.

Balero, ayudado por Clemente, Fermín, Benito y Honorio,

comenzaron a arrojar todo tipo de proyectiles hacia las fuerzas policiales.

Dos policías empezaron a subir la escalera a toda prisa para

capturar a los forajidos, pero al quinto escalón fueron derribados por una

pesada maceta y dos adoquines. Al instante se sintió un ruidoso aplauso

que venía del techo de Roque, donde doce parroquianos bebiendo

cervezas, se pusieron de pie eufóricos para festejar la brava y valiente

defensa. Balero los miró sonriente y orgulloso, se quitó la gorra para

saludarlos; luego sin distraerse continuó arrojando piedras o cualquier

otro objeto contundente que tuviese a su alcance.

Moyano gritaba furioso e irascible, como enloquecido daba

órdenes a su personal de izquierda a derecha, pero la lluvia de cascotes

los había amedrentado; frenético, llevando la mano al arma de su cintura

mirando a Balero le gritó:

_¡ Entregate pendejo atorrante, bajá o te quemo a balazos!… ¡ahora

vas a ver hijueputa!…-pero no pudo continuar, antes que pudiese sacar la

123

pistola un grueso ladrillo impactó de lleno en su boca, arrancándole

cuatro dientes, cayendo desvanecido de espaldas, golpeando su cabeza

contra el borde del aljibe. Ahora la ovación fue estruendosa, los clientes

del bar saltaban de la alegría, obnubilados y felices; gritando

apasionados desde el techo de enfrente. Festejaban con tal algarabía

como si fuese el gol del triunfo del equipo favorito.

_ ¡Otra, otra, otra, ya vamos ganando como cuatro a cero, vamos

che…maten a todos los canas!…-gritó uno de los más fanáticos y le

avisó:

_ ¡Pibe, pibe ahí debajo de la escalera tenés otro poli escondido;

partile el bocho, dale, sin asco!, amasijalo147 que se está haciendo la

rabona148 el gonca.- desde el techo del almacén de Elena también se

sumaron a los festejos, Teresa, enloquecida de la alegría por la temeridad

y valentía de su novio, aplaudía sin cesar y le gritaba:

_ ¡Te amo Tomacito!…dale, tumbá cinco más y ya ganamos diez a

cero.-

Al ver que estaban en desventajas ante esa loca e inesperada

lluvia de cascotes, el resto de los policías se refugiaron presurosos bajo

los aleros. En ese momento entró Núñez con cuatro agentes para detener

el desalojo.

Restablecida la calma condujeron a Moyano, Varela, y demás

heridos para ser atendidos y suturados en el hospital.

El Comisario se acercó a la cocina y dio la buena noticia: no serían

desalojados; desde adentro sonaron más de diez voces en un fuerte grito

de alegría y alivio.

En ese momento despertó Juan de su desmayo, miró hacia un lado,

hacia el otro y al ver aún policías en las proximidades recogió su revista

y huyó presuroso dentro del cuarto.

Desde los cuatro lados del conventillo se escucharon estruendosos

aplausos y alaridos, pidiendo por un rato más de combate.

Al escuchar esto Balero descendió con su ejército de niños por la

escalera, no sin antes volver a saludar al enfervorizado público del bar,

que continuaban enardecidos aplaudiendo. Él joven se llevaba sus

manos al pecho y las abría, como indicándole que a esa victoria se las

regalaba desde el corazón.

Hacia la mitad de la escalera se detuvo, y con la mano comenzó a

enviarle besos a Teresa; luego giró, mirando hacia el otro lado de la calle

donde Evaristo y su mujer aplaudían y vitoreaban como enloquecidos de

alegría. Balero jubiloso se puso firme y se tomó su cintura, flexionando

tres veces su cuerpo a manera de saludo triunfal.

Todo era festejo, Angélica sacó del aparador tres botellas de grapa

y dos de oporto para ese tan esperado brindis.

Los clientes del bar, todavía radiantes y emocionados, algo ebrios,

descendieron al salón por más bebidas.

Ahora tenían que comentar el combate que habían presenciado.

Muchos, delirando, se creían participes de esa lucha.

Estibadores, obreros, peones o pescadores, todos eran humildes y

marginados, por eso se sentían, con sólo haberlo presenciado, partícipes

de ese valeroso triunfo.

124

Era la primera vez en sus vidas que se consideraban vencedores,

viendo a gente de su lado imponerse a una forma del poder.

Los acontecimientos del conventillo, vistos desde afuera, solo

hubiesen sido considerados como una vulgar pelotera barrial, pero para

esa concurrencia desposeída era un éxito y una conquista colosal;

comprobaron que no siempre ganaban los más fuertes.

Detrás de la barra, Roque, tomaba el lápiz que siempre llevaba

apoyado en su oreja, y mojando con su lengua la punta anotaba en una

sucia y grasienta libreta; mientras Blanca le dictaba, contando las

monedas y billetes obtenidos tras la singular función. Entre tanto, los

parroquianos le pedían más cervezas. Ese día El Faro batiría todos los

record de caja desde sus inicios.

Carmen se abrazó llorando con Aurora, quien ya las había puesto

al tanto sobre la muerte de Cuerda, mientras el zurdo Cachilo y Pancho

estaban detenidos como culpables del incendio y destrozos de la casa

del doctor Vázquez.

Filomena también rompió en llanto por la terrible equivocación de

Carmen al delatar a Aurora.

Ajena a esos sentimentalismos Josefa, sentada en una cama,

contaba los quinientos pesos y para enfriar y distender el clima les

propuso:

_A ver muchachas, a ver si se dejan de llorar, ya está, lo que pasó,

pasó…dividamos estos mangos y de ahora en más somos las nuevas

dueñas del Conejo Rojo, ¿qué les parece mi idea?-todas se rieron a

carcajadas y contentas se abrazaron las cuatro, ahora llorando de alegría.

Capitulo 27

Al enterarse, Monseñor casi enloquece por su terrible ambición y

avaricia.

Cuerda había muerto pero él no tenía idea sobre qué había sido de

sus doscientos cincuenta mil pesos. Pensó ir a la casa de Cuerda, si no

había vigilancia bajaría para buscar su dinero hasta por debajo de los

pisos. Dedujo que Rogelio no se hubiese separado jamás del dinero, por

ese motivo el mejor escondite era su misma casa.

Esperó que oscureciese, se vistió como un paisano más y se

dirigió en su auto a lo de Rogelio, sin dejar de insultar en todos los

idiomas, parecía un hombre muy culto… y políglota.

Al llegar vio dos policías de guardia en la puerta, esto lo hizo dar

unas vueltas a la manzana para pensar mejor y no cometer más errores.

A uno de los agentes le pareció raro que pasase por tercera vez el

mismo auto, por lo que decidió detenerlo.

El obispo aterrado, fue puesto con violencia de espaldas, contra

una de las palmeras de la entrada.

Les dijo quien era, que estaba así vestido porque venía del paraje

vecino Los Molinos; a sólo diez kilómetros del Pago.

Les relató que había ido hasta ese lugar para pedirle al Señor, junto

a los chacareros, por lluvias y una buena cosecha. Ese era el segundo

125

año de sequías. Por eso creyó que esa era la vestimenta adecuada, para

estar a tono y hermanado con los campesinos en sus súplicas.

Los policías lo miraban desconfiados y escépticos.

Monseñor nunca había transpirado tanto como en ese momento,

pero para su salvación apareció un agente desde el interior de la casa

que lo reconoció.

_ ¡Monseñor!… ¡qué gusto verlo!… ¿qué anda haciendo por acá?-

aclarada la confusión los dos uniformados le pidieron mil perdones y lo

dejaron continuar su marcha.

Camino hacia la catedral, ahora el Obispo insultaba al cielo

enfurecido; diez veces más que antes. Una vez en su despacho sacó del

armario y abrió una botella de Coñac, pensando que así podría

reflexionar mejor los pasos a seguir…pero en 45 minutos ya no quedaba

ni una gota de la bebida; él roncaba completamente ebrio.

El Comisario y Vázquez llegaron a la casa de Cuerda con el fin de

buscar más pruebas de las estafas cometidas por Rogelio.

Antonio sabía que su administrador era un obsesivo del orden en

todo lo referente a su documentación; por eso creyeron que en su

domicilio encontrarían más evidencias.

Ayudados por tres agentes revisaron cada rincón de la lujosa

vivienda.

Finalmente hallaron, debajo del aparador de la cocina, una tapa de

madera disimulada con algunas botellas encimas; abajo de esto

descubrieron algunas joyas, cinco gruesas carpetas y un fajo de billetes

de algo más de cinco mil pesos.

Antonio observaba cómo el agente, de rodillas, retiraba lo

encontrado y se lo pasaba a otro que lo iba depositando sobre una

pequeña mesa. Al apoyar una pequeña caja de madera Vázquez se

adelantó sorprendido.

_ ¡Estas son mis alhajas…las de mi esposa, los anillos y aros de

Beatriz!…este crápula fue el responsable también del incendio y robo de

mi casa.-

_Ahora sé quién hizo el encargo a los dos detenidos, jamás lo

hubiésemos sabido de no estar acá.-dijo el Comisario atando cabos,

mientras tanto Antonio hacía lo mismo, pero retrocediendo en el tiempo

veinte años atrás.

La primera carpeta contenía operaciones hechas con la cooperativa

y frigorífico de La Candelaria. Inmediatamente comprobaron que el

contador Mansilla estaba involucrado. En la siguiente había prolijas

anotaciones hechas por Cuerda, donde detallaba los montos de las

gratificaciones que recibían Moyano y Varela. Ahora el sorprendido era

Núñez, que se sintió avergonzado por la corrupción de sus dos colegas.

_ ¡Pero claro, qué atorrantes149!, ahora comprendo cómo

compraron sus autos nuevos… ¿cómo no iban a tirar manteca al techo?-

todo indicaba lo corruptos que era estos dos policías.

126

Uno de los cuadernos fue tomado por el Comisario para luego

analizarlo al detalle, los otros cuatro se los entregó a Vázquez para que

hiciese lo mismo.

En la cocina, Angélica redobló las velas que encendía a sus santos,

ahora de rodillas y con una cruz en la mano agradecía a Dios el haber

hecho desaparecer la tormenta de angustia y martirio, que se había

plantado como encarnada en el cielo del conventillo.

En el patio todos estaban felices, provisoriamente no serían

desalojados. Festejaban la impecable y valerosa actuación del grupo de

defensa: Balero y su pelotón de niños.

Don Roque, abrazándolo, no tenía palabras para felicitarlo por su

brava y oportuna intervención. Lo que sí tenía bien en claro era que su

bar, en dos semanas, había trabajado más que el resto del año.

Decenas de parroquianos había escogido su bar y no Las Tres

Velas, que se situada a dos cuadras de ahí, porque enterados del gran

escándalo que se produciría prefirieron la improvisada tribuna del Faro.

Balero se sentía un artista de Hollywood; imitando a Búster Keaton

ponía la cara impasible, se sentía identificado con él. Hacía unos meses

había leído y visto sus fotos, en un artículo sobre el estreno de La marca

del Zorro en los cines de Buenos Aires. Ese era su ídolo, y ahora en

conventillo él era el héroe. Todos lo palmeaban agradecidos.

Por la puerta vieron entrar a Elena junto a Teresa trayendo una

canasta repleta de facturas y varias botellas de cerveza.

Mientras Balero se abrazaba con su novia, Calvina se abalanzó

sobre la cesta de panadería.

Sentados, separados por el escritorio, Vázquez junto a su hija,

revisaban los papeles encontrados en lo de Cuerda.

Con cada hoja que miraban crecía la indignación de Antonio, a

quien aún le costaba creer que Rogelio lo hubiese engañado durante

tantos años.

_Mirá, lee, acá está la comisión que cobró por la venta de las

doscientas hectáreas del campo en Los Rosales, ¡qué crápula!…

¿cuánto años hacía que me estafaba?… ¿También hizo lo mismo con mi

padre?-

_Observá, en esta carpeta están los detalles de cada venta de

cosechas y los envíos de hacienda al frigorífico…estos son los

originales, a vos te daba copias; siempre con quince o veinticinco por

ciento menos del importe que aquí figura.-dijo Beatriz moviendo su

cabeza espantada por semejante fraude.

_Acá está la escritura de su casa…y de otras propiedades,

recuerdo que fui su garantía en el banco, ¡qué cínico!-agregó Vázquez

furioso. Cada papel que leían comprometía aún más a Rogelio, quien siendo

soltero y sin ningún pariente, había guardado y ordenado

meticulosamente los documento de cada operación que realizó.

127

De repente Beatriz, asombrada, se puso de pie con una hoja en su

mano, caminó hasta la ventana, la terminó de leer, pensó un instante y

comentó:

_Acá tenés papá, está muy claro el por qué te dijo de aumentar

los alquileres, mirá… ¡qué sinvergüenza!…cuando los inquilinos no

pudiesen pagar se los desalojarían; él ya tenía compradores para la

casona…Esta carta está dirigida a Mansilla y a Rogelio.-Antonio se puso

de pie al lado de su hija para leer, luego se sentó consternado, con sus

ojos llorosos. Esto explicaba las reiteradas insistencias de Cuerda en

aumentar el importe de los alquileres. Beatriz lo observó entristecida y

prefirió retirarse de la oficina; seguramente él tenía mucho qué pensar.

Moyano y Varela salieron del hospital luego de haber pasado la

noche internados en observación. El sargento con cinco puntos en su

labio partido, y cuatro dientes menos, el cabo con siete puntadas sobre

la frente.

A causa de los severos traumatismos poco recordaban de lo

sucedido en el conventillo.

Apenas pisaron la vereda vieron a cuatro policías esperándolos.

Moyano codeó feliz al cabo y expresó:

_ ¿Ves?, ¡estos sí que son buena junta, jamás nos abandonan!-

pero no lo dejaron terminar, a los empujones fueron metidos cada uno en

un auto policial.

La palabra más suave que usó Núñez fue “corruptos”.

Los dos obedientes, esposados con los brazos en la espalda,

estaban apoyados contra la pared; con más cara de susto que de

obediencia.

El Comisario, parado frente a ellos, a diez centímetros de sus caras,

les gritaba con rabia.

_ ¡Facinerosos, delincuentes, bandidos! Son una lacra, atorrantes

como ustedes son el estigma de la institución, pero ahora conocerán

cómo es estar del lado de adentro de las rejas…o ¿creen que Cuerda

vendrá a pagar la fianza?-después del terrible golpe recibido en su rostro,

Moyano poco recordaba, y como para apaciguar la situación preguntó:

_Mi Comisario, señor, no hemos hecho nada malo, cumplíamos

órdenes. ¿Sabe de esto Rogelio?- Varela, a su lado lloraba, en nada se

parecía a la fiera salvaje que en el conventillo golpeaba a ancianos y

niños.

Núñez los miró asqueado, y se dirigió a su escritorio para mostrarle

un papel.

_ En respuesta a mi denuncia, me acaba de llegar este telegrama de

la Central de Buenos Aires: hasta que se realice el juicio quedan

desafectados de la fuerza, además el juez ya trabó embargo sobre sus

propiedades, sí… y también sus bonitos autos les serán requisados.-hizo

una pausa, miró al agente que esperaba ordenes de pie en la puerta.

_¿Para qué seguir hablando?, les deseo una muy feliz estadía en el

penal.

Cabo Rojas, trasládelos a la cárcel, por favor.-

128

_ ¡Avísenle a Cuerda, se lo ruego Comisario!-atinó a decir Moyano

cuando fue sacado a los empujones de la oficina, todavía no

comprendiendo bien lo sucedido.

Núñez se sentó, miró hacia la ventana, encendió un cigarrillo.

Estaba orgulloso de haber podido resolver este aquelarre que se había

desatado en El Pago de los Arroyos en los últimos meses. Sonrió

pensando que ni el diputado ni el Coronel salvarían a Moyano de la pena

que le impondría la justicia. Estos personajes de Buenos Aires no se

mancharían en un caso tan grave como este.

Vicente acudió puntual a la cita, al ingresar a la inmobiliaria no vio

en su escritorio a Beatriz, pero lo esperaba Antonio parado a un costado

de la puerta de su oficina.

Sentados, separados por el escritorio, antes de comenzar a hablar

Vázquez mirándolo a los ojos, parecía pensar en cómo iniciar el diálogo;

pocas veces en su vida había pedido perdón.

_Creo que sabés por qué te llamé Carrare…te debo una inmensa

disculpa, actué impulsivamente, fui un terco al no escuchar consejos.

He sido un tonto, crédulo, al dejarme robar por Cuerda por más de

quince años. Ahora estoy seguro que me mintió desde siempre, al igual

que el viejo Aniceto, con la diferencia que éste es un pobre hombre

seducido por unas pocas monedas.- hizo una pausa, pensó un instante y

continuó- Seguramente hizo lo mismo con mi padre cuando vivía.

Lo que menos me importa es el dinero que me robó, pero sí me

duele haber confiado en él como si fuese un hermano…mientras a mi

espalda se burló de mi, de mi familia…-Vicente creyó suficiente la

disculpa y lo interrumpió. Estaba incómodo por escuchar las

explicaciones de una persona que podría ser su padre.

_Doctor, entiendo su dolor, me imagino cómo se siente por haber

descubierto esto de repente, pero nadie está libre de caer en las trampas

de estos embaucadores. No me debe ninguna disculpa.-

_Te agradezco por entenderme, no le deseo a nadie que pase los

momentos que yo estoy viviendo ahora.

Fuera de este tema, te pido por favor que avises a la gente del

pensionado que los alquileres vuelven al valor anterior: veinticinco pesos

el mes.-

Con alegría Vicente prometió que transmitiría su mensaje.

Se dieron la mano en la puerta de entrada, Antonio le agradeció por

haberlo escuchado; quedó pensando mientras veía irse a Vicente y lo

volvió a llamar.

_Vicente, no lo tomes como un desagravio…pero… ¿aceptás una

cena con mi familia?…ya coordinarás con Beatriz.-

En el Mangrullo, don Aniceto fue sacado a los empujones hasta

meterlo en el auto policial.

Al llegar a La Candelaria otro vehículo los esperaba.

129

Sin demoras entraron en la cooperativa y en menos de un minuto

sacaron a Nicanor Mansilla por encima del escritorio.

Al principio el contador intentó resistir con fuertes alaridos, pero al

sentir el primer puñetazo en su vientre, enmudeció por un momento para

luego bajar el tono y defenderse con su discurso poco creíble mientras

era empujado hasta la calle.

_Agentes, por favor, esto es una equivocación, soy el Contador

Mansilla, presidente de la Cooperativa, del Frigorífico…hay un error…-

un policía lo miró burlonamente y le dijo:

_ ¡Error va a ser si no te callás y te metés en el auto!, estás

detenido por estafas; ¿Contador?… ¡qué caradura sos!, dale, subí o te

fajo –

Antes que oscureciese, Antonio le comentó a Beatriz que saldría a

caminar un poco para tranquilizarse.

Acongojado y abstraído en sus pensamientos, cruzó la plaza con

su vista clavada en el piso y las manos en los bolsillos.

_Disculpame que venga sin avisarte, pero me urge hablar con vos,

me siento muy mal.- el hombre lo miró extrañado, pensando que

seguramente no estaría tan mal como él.

_Por favor Antonio, no es ninguna molestia…o ¿te olvidás que

hace cuarenta años somos amigos?…contame.-

_No, no vengo como amigo, estoy acá como cristiano y pecador, te

ruego me confieses, he pecado y cargar con eso me está destruyendo.

Necesito, a través tuyo, la misericordia de Dios, que él me

perdone.- El obispo lo miró extrañado, y aunque su cerebro en ese

momento estuviese escarbando en el infierno buscando a Cuerda,

no pudo negarse a ese pedido.

_Ponete de rodillas, Ave María Purísima…-dijo tomando la cruz que

había sobre la mesa.

Cuando Antonio concluyó su confesión, Monseñor lo hizo poner de

pie, apoyó su mano en la cabeza de Vázquez y expresó:

_En nombre del Señor te absuelvo de todo pecado… y como

penitencia tendrás que hacer un sincero examen de conciencia y rever el

cumplimiento de los diez mandamientos; analiza exhaustivamente uno

por uno. Te pido una actitud de honesto arrepentimiento…Amén.-

Antonio, sintiendo un inmenso alivio, agradeció a su amigo con los

ojos enrojecidos, estrechándolo en un sentido abrazo.

Antes de pasar la puerta, se volvió y miró a Monseñor

preguntándole:

_ ¿Te pasa algo? te notó pálido…- el Obispo respondió que no, que

se sentía muy bien. Apuró la despedida y cuando estuvo sólo sacó del

mueble el coñac, se sirvió un vaso hasta el borde y se lo tomó de un solo

trago; desde hacía 48 horas estaba tomando tres botellas por día.

Capitulo 28

130

Matilde y Angélica, mirando las paredes del patio creían que era

una seña Divina. Calvina, Ana y Adela decían que no, que nada tenía que

ver Dios con esto, que sólo era la falta de agua.

Como nunca había sucedido en una primavera tan avanzada, esa

mañana vieron que con fuerza empezaba a florecer la Santa Rita,

abriendo sus flores carmín y abrazando con vigor las paredes por donde

trepaban.

Las dos ancianas decían que hasta las plantas se paralizaron por la

injusticia que se estaba por cometer, pero ahora, sin la amenaza de la

plaga policial en la puerta, todo volvía a ser lo que era antes; Angélica

acariciaba uno de los brotes del rincón, rezando en voz baja. Calvina

codeó a Adela y moviendo su cabeza señaló la escena, las dos dijeron

que la anciana estaba cada día más loca.

Durante el almuerzo, Vicente contó la buena noticia: los alquileres

quedarían en veinticinco pesos al mes. Todos aplaudieron con algarabía,

felices, entendían que al fin se terminaba esa espantosa pesadilla, la que

desde hacía más de un mes los venía atormentado.

Cada uno tenía su explicación para argumentar el porqué, de

repente, había desaparecido la tempestad que pesaba sobre ellos.

Don Pedro y Rosa decían que los salvó la intervención valiente del

Comisario Núñez, Angélica creía que no, que el matrimonio estaba

equivocado, y sostenía que sus santos los habían salvado. Cirilo, Héctor

y Pascual lo explicaban por la oportuna intervención judicial, ya que bajo

el gobierno de Irigoyen: “los malos finalmente las pagan”. Balero negaba

con su cabeza, y señalaba que si no fuese por su puntería arrojando

piedras, seguramente ya estarían todos desalojados.

Vicente, se puso de pie, todos lo miraron atentos y en silencio, se

limpió la boca con su servilleta y aclaró todo.

_No, no, no fue Dios, ni los expediente, menos Hipólito Irigoyen,

tampoco el pulso y habilidad de Balero y los chicos: han matado a

Cuerda. Al parecer venía robando a Vázquez…- pero no pudo continuar,

todos se pusieron de pie aplaudiendo y gritando de júbilo, como si

hubiesen ganado la lotería. La única que no dijo nada fue Calvina, que en

la cabecera de la mesa seguía comiendo extasiada su tercer plato de

arroz con pollo; sólo se limitó a aplaudir golpeando su pan un par de

veces sobre la mesa.

_ ¡Ya está, se terminó la plaga, hay que brindar!, Héctor, avisale a

los hermanos Álvarez, invitemos a todos, vecinos y amigos. ¡Hoy es

carnaval…festejemos, el “Picado” es fiambre150!…ahora sí que no jode

más; muerto el perro se terminó la rabia.-dijo eufórico Balero, el restó

con aplausos y risas aprobó la idea.

La muerte de Cuerda esclarecía muchas cosas: el desfalco sufrido

por el Doctor Vázquez, los escamoteos de Moyano y Varela, el incendio y

robo consumados por Pancho y el zurdo Cachilo; pero aún no se sabía

nada sobre el responsable de la muerte de Rogelio, Sosa y Gaitán.

131

En su escritorio, el Comisario Núñez trataba de atar cabos, para dar

con el asesino; ¿en qué estaban unidos o relacionados estos casos?

Leyendo la carpeta secuestrada en lo de Cuerda, comprobó que ahí

se detallaba los pagos que recibían Sosa, Gaitán, Moyano, Varela y los

dos delincuentes incendiarios, venidos de la ciudad del Rosario.

En la hoja final, el Comisario señaló con su dedo las últimas

anotaciones efectuadas por Rogelio quien, como si estuviese escribiendo

su diario íntimo, apuntó haber nombrado a Josefa como la nueva

encargada del Conejo Rojo.

Núñez se puso de pie pensativo, con su cara ceñuda, caminó hacia

la ventana frotándose los ojos; creyendo que posiblemente esta mujer

estuviese implicada, pero por la tensa relación que el finado tenía con el

inquilinato, cualquier habitante de éste también podría ser responsable.

Tampoco podía olvidar la otra actividad de Cuerda: los prostíbulos;

tal vez fuese un ajuste de cuentas.

Volvió su vista a la carpeta, pensó que tampoco podía descartar a

Moyano y Varela. Con esto, el Comisario comprendió que para hallar al

autor tendría que investigar a casi veinte personas. Aunque si se trataba

de guerra de burdeles, los sospechosos podrían ser cientos.

Llamó a su secretario, el cabo Rojas, para que averiguase en la

policía del Rosario si disponían de antecedentes de Pancho y Cachilo.

“¿Por dónde comienzo…cual es el detalle que se me escapa?…por

los datos que dispongo, menos yo, cualquiera puede ser el

responsable.”- pensó Núñez, volviéndose a sentar para releer los papeles

apoyados en su mesa.

Mientras sus compañeros estaban en el puerto hombreando

bolsas, Juan, en el living de Amalia, proyectaba con su novia los pasos a

seguir en la futura administración del campo de la anciana.

Con un chichón como un quinoto brillante en su frente, causado

por la trompada policial en el intento de desalojo del día anterior, estaba

apacible, bebiendo un Campari y picando un plato de queso, mortadela y

salamines que le había servido la mucama Ofelia.

Amalita lo cuidaba como a un tesoro, estaba atenta a todo lo que

podía necesitar.

Juan, engominado, brillaba impecable, luciendo la ropa que juntos

fueron a comprar al Gato Pardo y que Amalita pagó feliz.

Con un cigarrillo en la boca se puso de pie buscando un cenicero,

parecía un galán: camisa negra, pantalón beige, cinto y zapatos al tono.

Si antes de conocer a la anciana hubiese querido pagar esa

vestimenta, es posible que hubiera tenido que invertir más que sus

ingresos anuales. Le parecía un sueño que solo hasta unos meses atrás,

durante catorce horas diarias, tragó, polvos, afrechos y virutas de las

bolsas que cargó en el puerto durante tres años seguidos.

Ella lo miraba deslumbrada, estaba enamorada y consentía todo lo

que él proponía. Juan también estaba embobado como un niño, aunque

algún amigo dijese que había enloquecido de repente.

_Mi amor, sí, creo que lo mejor será que Eustaquio y Ramón

realicen las labores agrarias; José sabe más de ganadería, eso es lo

132

suyo, ama los animales.-dijo él, olvidándose que en realidad su amigo a

lo sumo, había visto tres o cuatro cebúes y algunas cabras, pastando en

la pequeña granja familiar; muy cerca del lago de Ypacaraí, a treinta

kilómetros de Asunción.

_Sí, sí a vos te parece Juancito… no olvides de llevarte el auto, ya

lo trajeron los muchachos del taller; está estacionado enfrente.

¿Gustás otro Campari?,,, ¿sí?, Ofelia, por favor querida, servile

otro.-

Al atardecer, el patio comenzó a poblarse de pequeños grupos de

inquilinos e invitados, que con sus mejores ropas de domingo charlaban

animadamente sobre el mismo tema.

Entre ellos iban y venían Fermín, Clemente, Honorio y Benito

jugando con una pelota de trapo que pesaba casi un kilogramo.

De tanto en tanto los pelotazos impactaban de lleno sobre algún

concurrente, que arqueándose gemía de dolor pero diplomáticamente

volvían a su postura normal, y con sonrisa fingida decía:

_ ¡Pero no, no es nada!…no lo retés, son chicos, dejalos, están

jugando; pobrecitos.-seguramente, de haber sido sus hijos, ya los

estarían corriendo para molerlos a chirlos.

Como excelentes anfitrionas, Angélica y Matilde mostraban a todos

el milagro de la Santa Rita subiendo con fuerzas por las paredes.

Con paso lento, por tener que arrastrar su inmenso peso, Calvina

servía gentilmente con una bandeja cervezas y algunas picadas, que

siempre eran la mitad de la cantidad puesta en la cocina, ya que en el

trayecto se las devoraba con gran disimulo; hasta se tragaba las

aceitunas enteras sin retirarles el carozo para no ser descubierta.

Los hermanos Álvarez dejaban oír sus tangos cuando llegó Vicente

y Beatriz tomados de la mano, y detrás de ellos la Doctora Amanda.

Roque y Blanca llegaron junto a Evaristo y Clotilde, su esposa y

celadora; él no podía hacer nada sin la aprobación de ella.

En un grupo un tanto separado del resto, las muchachas del

cabaret conversaban carcajeando, entre cuento y cuento, sobre sus

aventuras; todas fumando con brillantes boquillas.

Evaristo encendió un cigarrillo y disimulando caminó unos pasos

situándose detrás de las chicas, clavando su mirada en las curvas de

Filomena. Estaba extasiado siguiendo con sus ojos bien abiertos la

cadencia de esa mujer. Pero el espectáculo duró poco, Clotilde

comprendió el juego y desde atrás, le aplicó una sonora cachetada que

hizo volar el pucho de la boca de su esposo.

Como si nada hubiese pasado, volvieron a su grupo y siguieron

con la conversación, ahora Evaristo con media cara ardiendo enrojecida.

Sin prestarle atención a los retos, los niños seguían jugando, pero

cada dos minutos discutían y peleaba por quien era el dueño de la pelota.

Clemente gritaba que se la diesen, que él era el propietario. Su enojo fue

creciendo, corrió unos metros a Fermín y se la quitó insultándolo:

133

_¡ no me jodas más!…sos un maricón, una nena…¡boludo!Te voy a

cagar a trompadas, ¡ya vas a ver!-en ese momento pegó un puntapié a la

pelota que salió disparada como una bala.

El pelotazo impactó en la cabeza de Elena cuando entraba junto a

Teresa y Balero, cayendo sentada con la fuente de pastelitos en sus

manos. Pascual enojadísimo tomó la pelota y la arrojó a la terraza, pero

los chicos ya estaban escondidos lejos, en el gallinero, pero igual les

gritó:

_¡Rajen atorrantes!…y vos Clemente sos un “boca sucia”; ¡cuando

te agarre te voy a dar un sopapo en es jeta! Ni hablar vas a poder.-Héctor

desde atrás le palmeó el hombro, le dio un vaso de cerveza y dijo:

_Dejalos, parecen guachos che, ¿qué le enseñan en la escuela?-

Todos volvieron la vista hacia la puerta cuando estacionó un

impecable Ford T Coupe 1920, en donde venían, apretados como

sardinas, los paraguayos y Amalita.

Ingresó primero Juan de la mano de su novia, luego el resto de sus

compañeros, todos trajeados en gris, con corbatas bordó, quienes se

fueron uniendo a los diferentes grupos.

Cuando José miraba hacia el fondo veía a la Doctora Amanda con

sus ojos puestos en él. Minutos después, Amanda observaba hacia la

puerta, donde estaba José mirándola; para entonces ya se sonreían cada

vez que sus miradas cómplices se encontraban.

Por cada grupo que pasaba, Balero, contaba que había decidido

terminar sus estudios, casarse con Teresa el próximo año y empezar a

estudiar abogacía; aseguraba que en tres años, a más tardar cuatro, sería

Doctor. La integración de los diferentes grupos fue excelente, espontánea y

sincera.

Allí charlaban Amalita con Doña Angélica, mientras del lado

opuesto la Doctora Amanda bromeaba con Aurora y Filomena, y cerca

de la cocina, Beatriz conversaba con Josefa, Carmen y Calvina.

En ese patio todos eran iguales, pero tal vez la concurrencia

nunca analizó ni comprendieron lo admirable de esa rara comunión que

habían conseguido. Era un logro inmenso, porque en ese entonces más

que nunca: en el mundo, en el país en general y en el Pago de los

Arroyos en particular: las paralelas no se juntaban.

Por amor, amistad o solidaridad, olvidando tontas diferencias,

habían logrado fundir grupos tan heterogéneos para la época; en una

cálida y sincera reunión de amigos.

Capitulo 29

Ya había oscurecido pero Núñez seguía analizando los papeles de

Cuerda, mientras en un borrador iba escribiendo nombres. Luego, con

una maraña de rayas, vinculaba a fulano con sultano. Pensaba unos

instantes, tachaba, corregía y ponía otro nombre.

Sentado frente a él, el cabo Rojas, le cebaba mates en silencio, para

no desconcentrarlo.

Dos horas después tomó la hoja y estudió cómo habían quedado

escritas y trazadas sus deducciones.

134

Del nombre Cuerda salían veinticinco líneas, cada una con un

nombre final. De Varela y Moyano sólo diez para cada uno.

El resultado de esas hipótesis parecía el dibujo de un ovillo que se

abría en más de cincuenta puntas.

Agotado, el Comisario se quitó sus anteojos, y pidió a Rojas que al

día siguiente citase como testigos a Josefa y a Vicente.

Dedujo que como el nombre de la mujer era el último escrito por

Rogelio en su carpeta, la hacía sospechosa. También pensaba que el

joven abogado estaba de novio con la hija de Vázquez y tal vez, si fuese

cómplice de Cuerda uso esto de medio para extraer más datos de su

futuro suegro y esposa. También podía ser él el ejecutor de los

asesinatos con el fin de no tener ninguna competencia en un futuro. Y

luego así poder casarse con la única heredera.

“Sí, claro que sí, todo es posible”- pensó Núñez antes de irse de la

comisaría.

Esa mañana temprano, antes de ir a su estudio, Vicente fue a

conocer la casa que deseaba alquilar.

La ubicación era ideal: cerca de su trabajo, en una zona tranquila,

sobre la barranca y frente al río.

Era una construcción relativamente nueva, construida a principios

de siglo, completamente amoblada.

Disponía de un amplio living en su entrada, con dos cuartos

laterales entre los que se situaba un cómodo baño, con una gran

claraboya en su techo, que daba buena luminosidad todo el día.

Atrás, estaba la cocina con una amplia ventana que comunicaba

con el patio, junto a una alta puerta de pinotea.

En el centro del jardín crecía un frondoso ceibo, los tapiales

laterales estaban cubiertos por enredaderas, que subían anárquicamente

sobre los ásperos ladrillos.

En frente, debajo de la barranca, se veía el Paraná y sus islas.

Volvió caminando al living, miró los sobrios muebles y para

terminar de decidirse regresó a las habitaciones. Todos los ambientes

tenían buena claridad, uno de los cuartos podía ser usado como su futura

oficina.

Finalmente decidió alquilarla, valía los sesenta pesos al mes que le

pedían; él estaba trabajando bien y podría pagarla cómodamente.

Cuando entró al estudio, María le entregó una nota de citación

policial, Núñez lo estaba esperando; la leyó extrañado y volvió a salir.

Al despertarse esa mañana el Doctor Isidro Carrare decidió tomarse

el día, no iría a trabajar; pensó que su sobrino Vicente había demostrado

sobradamente conducir con excelencia el estudio y a sus clientes.

Hacía diez años que había enviudado y al no haber tenido hijos, la

soledad en su gran casona con frecuencia lo deprimía.

Eran un hombre educado, muy culto, pero reservado en su vida y

costumbres; para opinión de algunos: hasta extraño.

135

Para distraerse, gustaba de cuidar su amplio fondo o abocarse a

sus hobbies: la filatelia, la numismática o su variada colección de armas.

En la parte posterior de su amplio jardín tenía un cómodo cuarto

donde guardaba, prolijamente en carpetas y cajas, sus estampillas y

monedas. En el fondo, una gran vitrina exhibía las armas largas, algunas

antiguas, de bronce o hierro con trabajadas culatas.

Se veía un par de escopetas y carabinas de caza, un impecable

Winchester de casi cincuenta años, fusiles Máuser y Remington de

cartuchos 45-70.

En los cajones de la base del mueble, tenía gran variedad de viejas

pistolas de duelo, de caballería y de viaje, Derrington giratoria, revólveres

Colt 38, 45, Smith & Wesson o algunas más modernas: Pistolas

Browning 1900, Máuser C-96, ambas de calibre 7,65. Apartó estas dos

últimas y las colocó en una pequeña caja de madera. Luego las ocultó en

el borde interno de una chimenea en desuso. Ciertas veces, como en

este caso, procedía de manera inexplicable; solo él tenía acceso a la

colección.

Su manía era limpiar las armas cuidadosamente cada quince días,

con cepillos específicos; luego las cubría con una fina capa de aceite de

buena calidad, por medio de un trozo de la lana limpia.

Ese día, Isidro, había decidido abocarse al cuidado y limpieza de

sus armas.

Apenas entró a la comisaría Vicente, encontró a Josefa sentada,

esperando en un añoso y gastado banco de madera, ya casi sin la pintura

blanca que antiguamente lo cubría.

Juntos pasaron al escritorio de Núñez, quien los recibió

cortésmente, sin perder su vehemencia habitual.

La joven sorprendida por las preguntas del Comisario, sostuvo que

la mañana en que Cuerda le ofreció encargarse del cabaret, era la primera

vez que tenía una charla con él.

Vicente le relató que había ido sólo una vez al Conejo Rojo,

contándole el incidente del baño, aunque remarcó que jamás vio la cara

del agresor. También agregó que nunca tuvo trato con Rogelio, ni

conocía a Sosa o Gaitán.

Núñez los escuchaba en silencio sin mirarlos con la vista en un

papel con más de treinta nombres, donde con un lápiz unía a algunos de

éstos. Observaba como había quedado configurado su nuevo dibujo,

negaba con su cabeza y luego los tachaba; para volver a trazar otras

líneas entre otros supuestos sospechosos.

El Comisario, con cara crispada, comprendió que era inútil

continuar con el interrogatorio, al menos por el momento y sin tener

pruebas concretas que los involucrasen.

Les agradeció que se hubiesen presentado a la citación pero,

sutilmente, les dio a entender que volverían a verse.

136

En el comedor, Héctor, Pascual, Rosendo, Miguel y Balero, recibían

los mates que cebaba Angélica, mientras cambiaban opiniones sobre

quién había matado a Cuerda y sus cómplices.

Héctor contaba que a principios de siglo, en la ciudad del Rosario,

habían sucedido una serie de asesinatos similares debido a guerras entre

burdeles; nunca se detuvo a los autores.

_Bueno, pero es seguro que esos no han sido, hace ya tantos años

que ya se habrán retirado de la mafia; ¡che si hace más de veinte años!…-

dijo riendo Pascual, Rosendo lo miró serio a Balero y preguntó:

_ ¿No habrás sido vos pibe?…porque mirá que sos un peligro che.-

el joven no lo dejó continuar y sonriendo le contestó:

_En mi vida he tirado un tiro, pero si sospecharan de muertes a

cascotazo, ahí sí estaría complicado.

Con buenas piedras y a menos de veinte metros: Corbatitas,

Cardenales, Tijeretas y Torcazas… me los bajo a todos; donde apunto

pego el piedrazo, y sino preguntale a Varela y Moyano.-todos rieron,

luego Miguel opinó:

_ ¡Andá a saber quién fue!…el que vive enquilombado, muere en

quilombos, viste cómo es ese ambiente, se matan entre ellos; ahí risas y

venganzas son una misma cosa.- se creó un silencio, Angélica apoyó el

mate sobre la mesa y dijo:

_ ¡Yo sé quién fue!…- todos miraron extrañados a la anciana quien,

como haciendo una secreta confesión, continuó.

_Sí qué sé, le recé a San Pancracio para que lo matara, éste mandó

a un Ángel Vengador que liquidó al Gordo “Picado”; ya no embromará

más, se los juro. Pobrecito el santito, él sí que sabe de injusticias, lo

mataron a los 14 años; era aún un nene.-

Los Vázquez invitaron a cenar a Vicente y tal como él había

acordado con Beatriz, a las ocho estuvo ahí.

Antonio lo recibió cordialmente, le propuso que pasasen a

conversar al living mientras las mujeres se encargaban de la cocina.

_Todavía no puedo creer que esta historia de terror sea realidad, y

mucho menos, que el ejecutor haya sido una persona con la que trabajé

por más de veinte años.-dijo Vázquez haciendo una pausa para beber

coñac; Vicente escuchaba con atención.

_Este rufián hizo y deshizo lo que quiso con mi dinero. Él no tenían

ningún pariente, hoy me enteré que soy dueño de cuatro o cinco

propiedades compradas por Rogelio con mis ganancias.

Esto lo resolverá el juez, pero existen suficientes pruebas para

demostrar que todas las operaciones económicas las realizó con el

dinero de sus fraudes…es increíble, si ahora también soy dueño de un

cabaret de la costanera: El Conejo Rojo, ¿conocés?-

_Sí, sí doctor, he ido una vez, ahí trabaja una amiga y vecina del

conventillo: Filomena, es una excelente mujer. Ahora ella y otras tres

muchachas lo siguen trabajando. Antes lo manejaba Gaitán, ayudado por

Sosa; ambos empleados de Cuerda.-dijo el joven, Antonio se quedó

pensativo bebiendo su copa, en ese momento Hilda y Beatriz lo llamaron

para cenar.

137

En la mesa no se habló de lo sucedido y la cena transcurrió en un

clima cálido y agradable.

Beatriz estaba atenta para que no le faltase nada a su novio. Éste,

comentó al pasar que dejaría el conventillo porque se mudaría a una

casa, a unas dos cuadras de la catedral. Desde la cabecera Antonio lo

felicitó, deseándole lo mejor para la nueva etapa que iniciaba. Le dijo que

sabía que estaba trabajando muy bien por comentarios de Isidro en las

cenas de los jueves en el Hotel Italia. El tío estaba orgulloso por su

rápido progreso.

Durante el postre, Antonio acarició la mano de su esposa, sentada

a su izquierda y mirando primero a Beatriz le habló a Vicente.

_ Esta tarde, charlando con Hilda, le comenté que yo ya no estoy

para estos trotes, y pensamos que como sos una persona que conoce la

realidad y necesidades del inquilinato desde adentro… ¿te harías cargo

de la administración del conventillo, de mis propiedades y del campo?…

luego veríamos los detalles y tus honorarios. – para Vicente era un honor

sentir como Vázquez depositaba la confianza en él, miró a su novia y

respondió.

_Con todo gusto Doctor, después hablaríamos de los pormenores,

uno de ellos sería que nos empecemos a manejar por contratos, ya se lo

especificaría… pero ahora me gustaría comentarle algo a usted y a Hilda,

sin que por esto pierda el trabajo que recién me ofreció.- hizo una pausa,

tomó la mano de Beatriz y continuó- Si ustedes no tienen inconveniente,

hemos decidido casarnos.

Minutos después Vázquez servía cuatro copas para brindar.

Hilda y Antonio esperaban como inminente este anuncio.

Capitulo 30

A media mañana, después de recorrer los cuarenta kilómetros,

Núñez y dos policías llegaron a La Candelaria.

El Comisario no quería dejar de investigar todo lo relacionado con

los asesinatos ocurridos en el Pago, ni de averiguar el grado de

compromiso del contador Mansilla en el atentado de la casa de los

Vázquez, y en los sucesivos fraudes cometidos por Cuerda.

La esposa del presidente de la cooperativa, cuidando a sus dos

pequeños hijos, no puso ningún obstáculo en que revisaran la casa; al

parecer desconocía las maniobras delictivas de su esposo.

En su cara se reflejaba el disgusto por haber sido comprometida

junto a sus niños por las estafas de Nicanor. Estos delitos afectaban a

todo el pueblo, a algunos más, a otros menos; pero todos dependían de

algún modo de la cooperativa local, por esto su marido había robado a

todo el poblado.

Aunque ningún vecino, como todo chacarero respetuoso, le decía

una palabra, ella por las miradas comprendía el mal humor general.

Al igual que Cuerda, Mansilla era un obsesivo en el orden de su

contabilidad.

En el fondo, entre otros trastos viejos vieron un antiguo mueble de

roble para conservar hielo, forrado en cinc, ya en desuso. Adentro,

cubiertas por diarios viejos, el Comisario halló cinco carpetas con todos

138

los detalles de las operaciones realizadas junto a Rogelio, además había

otras anotaciones que parecían comprometerlo en reiterados

movimientos irregulares en su trabajo y en el frigorífico.

La mujer dijo que jamás iba hasta el fondo, sólo salía al patio para

colgar la ropa recién lavada.

En el interior de la casa, en el ropero encontró un par de escopetas,

y disimuladas en la base del cajón de la mesa de luz halló dos pistolas;

una Beretta M 1915, calibre 7,65 y una Colt 1911 A1 calibre 45.

La mujer dijo que su esposo, de tanto en tanto, cazaba perdices y

liebres en campos vecinos, pero se sorprendió y dijo no haber visto antes

las armas cortas, mucho menos imaginó que su esposo las hubiese

escondido de ese modo en el cuarto.

Núñez se quedó por unos segundos pensativo, volvió al dormitorio

seguido de la señora que no comprendía qué buscaba ahora.

_ ¿De qué lado duerme usted señora?-dijo el Comisario mirando la

cama, al momento que la mujer le respondía.

_En ese lado, del derecho, ¿por?-Núñez sin responder se dirigió al

costado izquierdo, hasta la mesa de luz donde vio una pila de revistas.

Tomándolas, reflexivo, curioseó los títulos: de Quiroga un folletín, El

hombre artificial, Tijerita, El Hogar, Caras y Caretas.

¿Lee mucho el contador?-

_ ¿Libros?, no, para nada, pero esas pavadas que usted miró

recién…sí, todas noches, desde que nos casamos.-dijo la mujer de

Mansilla.

_Gracias señora…una pregunta más, ¿es de salir de noche su

marido?-

_Acá en La Candelaria hay poco que hacer, tal vez de tanto en tanto

va a tomar una copa en Almacén de Ramos Generales…pero sí, a veces

sale por dos o tres horas, pero yo ni le pregunto por donde anduvo,

¿para qué?, a mi no me cuenta nada Comisario…yo no sé donde se

mete…con todo esto me doy cuenta que no sé nada de él; estoy casada

con un extraño.

¡Ojalá se pudra en cárcel!, me tuvo engañada más de diez años.-le

escucharon decir los policías cuando estaban saliendo de la casa.

Pasados algunos días, el conventillo retomó la rutina que había

sido quebrada por la noticia del aumento en los alquileres y la amenaza

de un seguro desalojo.

El ambiente general era distinto, poco a poco todo retomaba su

ritmo habitual. Las actividades, que por décadas eran cotidianas,

parecían un recuerdo lejano, opacadas en ese mes por la casi continua

presencia de Moyano y sus hombres en las inmediaciones.

Ahora Angélica y Matilde despreocupadas charlaban temas

triviales: cuál sería el almuerzo de ese día, cómo había aumentado la

puesta de las ponedoras en el gallinero, o de que manera milagrosamente

la Santa Rita se había fijado con fuerza a las paredes creciendo y

germinando vigorosa; abriéndose ahora en miles de flores carmín. Casi

139

habían olvidado esas recientes jornadas grises, de desazones, miedos y

amenazas.

Ana, Calvina y Adela, estaban nuevamente abocadas a la rutina

cotidiana de limpiezas del conventillo que ahora, decían, había vuelto a

ser suyo.

Tras la muerte de Clarita, Adela, con gran resignación y pena

lentamente en ese entonces se fue permitiendo volver a reír.

Las necesidades para ser felices de esta gente eran casi

elementales y luego de la muerte de Cuerda, volvían a tener la esperanza

de recuperar la calma y tranquilidad para seguir con sus austeras vidas.

Estaba todo dispuesto en la canoa. Después de los angustiantes

momentos vividos, decidieron pasar un fin de semana en la isla para

pescar, cazar y olvidar.

Rosendo y Miguel, arriba del bote, iban cargando la provista que

desde la costa le alcanzaban Pascual, Héctor y Cirilo. Éste último reía y

festejaba las bromas de sus amigos, aunque interiormente se le había

hecho para siempre un doloroso hueco portátil después de la muerte de

su hija, difícilmente volvería a su habitual risa franca; esa que le salía del

alma antes de la tragedia.

Cuando todo estuvo listo, comprobaron que llevaban más bebidas

que alimentos, tal vez eso fuese mejor; los ayudaría a escapar de las

“tempestades” vividas.

Desde el auto estacionado detrás de unos álamos, Núñez y el cabo

Rojas, observaban con atención cómo la embarcación empezaba a

avanzar sobre las aguas del Paraná rumbo a las islas. El comisario

tomaba nota sobre un arrugado papel.

En la habitación de los paraguayos, los cuatro amigos seguían

enojados por los dichos del jefe de los estibadores.

Juan recordaba muy enojado cada palabra que le dijeron.

Al amanecer, fue al Puerto Nuevo temprano junto a sus

compañeros, para cobrar el trabajo de los veinte días que aun le

adeudaban.

El capataz lo recibió despectivamente, acusándolo de abandonar el

trabajo sin aviso, por lo cual no quiso pagarle ni un centavo por las

jornadas que se le debía. Además, a sus oídos habían llegado los

comentarios de algunos de sus antiguos colegas. El Jefe recordaba haber

escuchado:

_”El que ahora está bien es Juancito, el paraguayo, dicen que se

puso de novio con una vieja bacana, llena de oro, seguro que la está

viviendo, y ahí se van a prender los otros “paraguas”, como sanguijuelas;

son todo iguales estos morochos-“

Juan, de buena manera y con todo respeto exigió su dinero al

encargado, quien mirándolo con desprecio le contestó:

140

_Vos te fuiste sólo, ni avisaste, a ver… decime ¿dónde dice que

viniste veinte días, donde, en qué papel; a ver decime, dale…?- el

paraguayo trató de mantener la calma y le respondió:

_Señor, usted sabe que vine y trabajé esos días, a mi me deben

sesenta pesos, ¿por qué se los voy a regalar si me deslomé para ganar

esa plata?- el patrón lo miró sonriendo burlonamente y dijo para concluir

el diálogo:

_ ¿Sesenta pesos?…¡ pero dejá de joder!, si hasta auto nuevo

tenés ahora, desde que te agarraste esa viejita copetuda151, vamos,

mandate a mudar, picátela carajo…o te hago echar a patadas-.

Juan no respondió, lo miró colérico y humillado, por un instante

pensó en golpearlo pero reflexionó que si lo hacía sus amigos se

quedarían sin trabajo; ellos aún no habían empezado a trabajar para

Amalia.

Pese al trato ofensivo y despreciable, se retiró a esperar a que sus

amigos concluyesen la tarea. Rumiando su rabia, se sentó bajo un

jacarandá al borde de la barranca.

En el cuarto, recordando esos hechos, seguía enfadado,

sintiéndose como aguijoneado por el trato denigrante que tuvo que

soportar. Sus compañeros trataban de tranquilizarlo, pero estaba muy

dolido._

Pero chamigo, esa plata es mía, me están robando che…si hasta

me ofendió, no sé quién le fue con el cuento, pero ni que el jefe fuera mi

taita guasu152, ni a mi padre le tengo que explicar porque estoy

enamorado, ¿qué le importa si Amalita es rica?… ¿qué le interesa lo que

yo hago con mi vida?-hizo una pausa, miró a sus amigos y continuó- No

le pegué por ustedes chamigos, los hubiese jodido a todos.

¿Me creen que estoy enamorado de Amalita?- Eustaquio pensó

unos segundos, miró a José, luego a Ramón y le respondió.

_Juancito, sí, nosotros sí, ¿cómo no te vamos a creer?, pero parece

que afuera no, no che, no te creen.-

Ellos estaban convencidos de que su amigo estaba enamorado de

la anciana y que no especulaba con su riqueza. Tampoco les parecía raro

que Juan compartiese con ellos su buena ventura, ya que los cuatro

estaban marcados por la herencia de su pueblo.

Desde la llegada de los Guaraníes a Paraguay, hacía miles de años,

la tradición obligaba el respeto y compromiso con la comunidad.

Entre ellos, el compartir era generoso y no se preguntaba si se

quería o no; sólo se daba. La suerte, los frutos y el trabajo eran para

todos.

Para Juan, la realidad desde hacía tres años, le indicaba que su

comunidad era esa: los habitantes de ese cuarto, su familia eran sus tres

amigos.

En la última reunión, la Doctora Amanda fue clara con Calvina, al

verla aun más obesa, rondando los ciento cincuenta kilos.

_Tenés que cuidarte con las comidas, ¿te das cuenta cómo te

agitás al caminar?…sos muy joven, todavía no tenés treinta años, hacé un

141

esfuerzo; todos te queremos ver bien.- ella, poco convencida, trató de

excusarse.

_Yo sé que estoy un poco gordita, Doctora, pero no creo que sea

eso; es que tengo los huesos pesados, a mi mamá le pasaba lo mismo.

Pobrecita, que en paz descanse. Sí, estoy comiendo un poco más

que antes, pero… ¿sabe?…es que ando muy nerviosa, desde que estos

asesinos de los Peralta me mataron a mi Angelito, ¡qué desgraciados me

dejaron sin novio, con lo bueno que él era!… ¿vos lo conociste?-

Todos la aconsejaban, algunos la retaban, pero ella hacía oídos

sordos. En el almuerzo comía en exceso, y de noche aún más.

Gran parte del día seguía sentada en la puerta, comiendo sin parar

las facturas que le compraba a Elena. Últimamente la Rulito, directamente

se las alcanzaba cuando desde el almacén veía que hacía un bollo con la

bolsa vacía y la arrojaba bajo su silla.

_ ¡No te hubieses molestado Teresita!, gracias, anotámelas en mi

libreta que el lunes arreglo con tu mamá, ella me fía, ya sabés.-decía

Calvina.

De tanto en tanto, invitaba a charlar a los chicos, quienes confiados

iban, pero ella al menor descuido y con una velocidad asombrosa, les

robaba los caramelos de los bolsillos. Una y otra vez sucedía lo mismo, y

ellos ingenuos caían en la trampa.

Joaquín enojado gritaba, yéndose al centro del patio donde

revisaba sus pantalones cortos, para comprobar si le había dejado alguna

golosina.

_ ¡Dejá, va a reventar como una vaca!- le decía Fermín a Honorio y

Benito, quienes al notar que tampoco a ellos les había dejado ni un

caramelo, se abrazan llorando los cuatro.

Benito, de diez años, se acercaba a la puerta y rabioso le gritaba

entre berrinches:

_ ¡Ya vas a ver gorda guacha!, te hacés la viva porque soy chiquito,

mirá, mirame bien: tengo pantaloncitos cortos, aprovechadora…te voy a

llenar el dulce de leche con vidrio; ya le voy a contar a mi papá, vas a ver,

te lo juro.-Honorio caminaba hasta quedar al lado del niño y sugería:

_No, mejor metámosle tachuelas adentro de las albóndigas, vas a

ver como así aprende; siempre nos afana los caramelos.-

Pero Calvina, no los escuchaba, ahora charlaba con Blanca, la

esposa de Roque. Parecía una niña mal criada; era una buena muchacha

pero no admitía que estaba enferma.

Temprano, Núñez había solicitado al cabo Rojas que trajese del

penal a Mansilla.

Vio al contador entrar asustado, delgado, con el pelo rapado y finos

bigotitos negros, escoltado por el cabo; le pidió que se sentase, pero no

le quitaron las esposas.

El Comisario lo miró detenidamente, Nicanor bajó la vista.

_ ¿Así qué además de los números le gusta la caza?-le dijo Núñez, sin

preámbulos.

142

_Sí, de vez en cuando tiro unos escopetazos a las liebres o

perdices, pero no es frecuente tengo bastante trabajo con la cooperativa

y el frigorífico…-el Comisario lo interrumpió.

_Eso es bueno, tener mucho trabajo, su esposa debe estar

contenta con usted contador.

¿Qué me puede decir de una Beretta M 1915, calibre 7,65 y una Colt

1911 A1 calibre 45, que hemos encontrado escondidas en su

habitación?…y a esas armas… ¿para qué las usa…o también caza con

ellas?… ¿con la 45 hace puntería con los cuises del camino?- Nicanor

levantó la vista sorprendido, miró hacia la ventana unos instantes con la

cara adusta, como buscando ordenar la respuesta.

_Esas armas eran de mi padre, me las dejó al morir hace quince

años, jamás las usé; las escondí ahí por los chicos, no quiero que suceda

alguna desgracia en casa.-

_Sí, eso es cierto, armas y niños es algo que no deben andar

juntos…pero sus hijos tienen cinco y seis años, nos dijo su señora, y

usted la tiene escondidas desde hace quince… ¿de qué chicos las

escondía en ese entonces?…además, Nicanor, usted era soltero y vivía

sólo.-

_Siempre las tuve aisladas por precaución, le repito: son

peligrosas…-Núñez le sonrió, interrumpiéndolo dijo:

_ ¿Sabe Contador?, no le creo nada…usted me cuenta que nunca

las usó, pero… ¿cómo explica el fuerte olor a pólvora recientemente

quemada de la Beretta M 1915, calibre 7,65?-con mirada desapacible,

Mansilla sostuvo:

_Le repito, jamás en mi vida hice un disparo con ella.-

_Muy bien, nosotros haremos las pericias correspondientes. Pero

usted vaya buscando testigos que lo hayan visto por La Candelaria, o

donde fuese en los días y horas de los crímenes.

Yo tengo una teoría contador, pero claro, tan sólo es una teoría.

Además de las otras estafas, usted se las ingenió para estimular a

Cuerda con la noticia que tenía un comprador para el Conventillo.

Sin la ayuda de él, usted nada podría hacer. Era Rogelio el que

estaba vinculado con Vázquez y sus propiedades, pero cuando vio que

el desalojo se estaba por producir, decidió no dividir las ganancias de la

venta cuando esta se efectuase. En ese momento pensó en hacerle una

jugosa propuesta al Doctor Antonio, para que se deshiciese de esa

conflictiva casona.

Para que sus planes saliesen bien, la única molestia era Cuerda y

su gente; por eso decidió eliminarlos, uno por uno…aún su arma tiene el

olor característico que dejan los disparos recientes… ¿qué le parece

contador?-

Mansilla lo miró fijo unos instantes, volvió a mirar la ventana

apesadumbrado, luego se miró las rodillas por unos segundos y le

respondió cuatro palabras; después clavó la vista en el piso sin decir

nada más.

_Hable con mi abogado.-

_Sí, lo haré, claro que lo haré Nicanor. Mientras tanto… no olvide

que a las causas por estafas se le sumarán tres asesinatos calificados…

eso es reclusión perpetua, ¿entiende contador?

143

Pero bueno, por suerte en la cárcel tendrá revistas para distraerse.-

El contador con cara de asombro lo miró aterrado, bajando su

cabeza en un intento de que no viesen como lloraba. Se sentía terminado,

ya no tenía escapatoria.

Todos festejaron cuando se enteraron que Vicente sería el nuevo

administrador del Conventillo del Cabotaje, el aplauso fue generalizado.

Sabían que el joven abogado, aunque ahora se mudase, conocía desde la

entraña misma del pensionado lo que era en realidad vivir ahí.

Después del almuerzo Balero lo ayudo a realizar la mudanza,

aunque en realidad lo que mudaba eran sólo dos grandes valijas, más

cargadas por libros que por ropa y dos o tres paquetes más. El

calentador y otros utensilios de cocina quedaron como regalo para

Balero. Caminaron en subida por la calle del Bajo, sólo eran ochos

cuadras, pero con la pendiente en contra parecían dos burros cargados

por las pesadas maletas.

Balero, como para distraerse del peso que llevaba, preguntó:

_Dotorcito, contame qué te dijo el suegro cuando le contaste de tu

casorio con su hija, ¿cómo lo tomó?- Vicente lo miró sonriente, sabía que

el interés de Balero era sincero, de un amigo; no existía indiscreción.

_ Muy bien Tomás, hasta creo que él y su esposa se lo esperaban,

brindamos los cuatro después de comunicarles nuestro deseo.

Con Beatriz estamos pensando en la posibilidad de hacerlo el mes

que viene… ¿para qué esperar más?, los dos tenemos trabajo, y ahora

disponemos de la casa.

Ya se lo comuniqué a mis padres, se pusieron muy contentos,

vendrán con mis hermanos; ¡qué ganas de ver a esos tres mocosos!

Con mi novia hemos pensado hacer una cena en la Sociedad

Italiana, aunque antes tendré que pasar por la iglesia, ellos son muy

católicos; además el padre es amigo del Obispo- se quedó pensando

unos segundos y luego continuó- y bueno, no soy muy amigos de los

curas, pero le daré el gusto; no es cuestión de empezar con diferencias.-

_Pero claro Dotorcito, la iglesia es un ratito, y así hermanito quedás

bien hasta con Dios.

Nosotros dijimos con Teresa que cuando nos casemos también lo

haremos por iglesia, viste que la Rulito y yo no creemos en nada, pero es

por la vieja; Elena vive leyendo la Biblia, es muy religiosa che.-

Después de unos minutos de caminata estaban frente a la nueva

casa.

Balero quedó sorprendido por la ubicación: justo encima de la

Barranca, frente al río; con una vista formidable.

Luego de mostrarle su nueva vivienda, se sentaron en el living

bebiendo un vaso de agua, Balero tenía que volver para ayudar a la Rulito

a acomodar unos cajones de mercadería en el almacén.

_Dotorcito, ¿quién pensás que boleteo a estos mafiosos y al gordo

“Picado”?-

144

_Ni idea, me llamaron a declarar, pero no sé…tal vez sea por

guerras entre burdeles, venganzas, pero honestamente no se me ocurre

quién pudo ser.-

_Sí, yo pienso lo mismo, el gordo no era trigo limpio, es seguro que

se la tenían jurada por todos lados, después llegaron estos dos

facinerosos que le hicieron pelota153 la casa de tu suegro…

Andá a saber si la orden para que los limpiaran154 no vino de alguno

de los cabarutes, o piringundines155 del Rosario- hizo una pausa de unos

instantes y continuó- ma sí, ¡qué me importa quién lo hizo!, si total nos

han sacado de encima a ese sabalaje156 de matones…pero guarda, con

esa patota en la calle conviene hacerse el gil, hay que estar pispeando…

¿viste cómo es esto Dotorcito?-se puso de pie para irse, lo miró

sonriente, dio la mano a Vicente, caminó dos pasos hacia la puerta de

calle, se detuvo unos segundos pensando, giró mirando a su amigo y le

preguntó:

_Che Dotorcito, vos que sos Doctor… ¿la palabra “estar” es un

verbo?-Vicente lo miró extrañado.

_Sí, sí Tomás, ¿con qué te venís ahora?-

_Entonces es la mejor de las palabras, porque después de las que

hemos pasado… al estar, estamos vivos, y ¡pucha qué es lindo eso!

Mientras lo estemos seremos amigos hermanito; sos un gran tipo…

¡venga un abrazo!-

En el Conejo Rojo, Filomena decidió cambiar los roles al ver que

sus amigas sólo tenían buena voluntad, pero nada de experiencia para

manejar la jauría que noche tras noche entraban al burdel buscando su

bocado.

Apenas llegaron al cabaret se los comunicó:

_Vamos a ver si nos organizamos, pibas. Desde hoy a esto lo

manejo yo, ustedes aún están chicas para estas cosas, después de toda

una noche de trabajo ganan más nervios que mangos. Ya verán con el

tiempo cómo se les va el julepe de esta mersa157. Pero por ahora sin

chistar me hacen caso a mí.-

Les comentó que se le había ocurrido alquilar el local para de esa

forma, ayudada por ellas, tener libertad total en el manejo del lugar. Sus

tres amigas aprobaron gustosas la idea.

Aún era temprano cuando empezaron a llegar clientes, algunos de

los cuales fueron a la barra a sentarse en los taburetes, otros escogieron

las mesas mejor ubicadas, bien cerca de la pista.

En el fondo, un grupo de cabareteras se preparaban para empezar

la noche.

Desde la entrada se escuchó un griterío, las muchachas miraron

hacia ahí. Segundos después, se abrió la puerta y entro Tristán Paredes,

tambaleando, sonriente, con su gran sombrero puesto, contento y algo

tomado; apenas vio a las mujeres del conventillo enfiló derecho hacia

ellas.

_ ¡Éramos poco y parió mi abuela!-dijo con disgusto Josefa.

145

El isleño se dirigió a Filomena, quien estaba del lado de afuera de la

barra. La miró de los pies a la cabeza, traspasándola con la mirada, se

quitó el sombrero y le dijo:

_ ¡Qué linda que sos, criatura!, siempre soñé con una piba como

vos. Apenas entré y te vi, me enamoré, ¿no te querés venir a vivir

conmigo a la isla de las Tejas?, allá tengo todo, no te va a faltar nada…

vos por eso quedate tranquila; vieras cómo te voy a cuidar.-Filomena lo

miró, caminó un paso para acercarse y ponerse a menos de un metro de

él y respondonderle.

_Mirá Tristán, escuchame bien, no te hagas el langa158, nosotras

estamos trabajando, no te pongas fastidioso, si vas a pelotudear159 andá

para el fondo. Mirá, ahí tenés a la Nélida, la coloradita, ¿la ves?, juná160

que hembra linda, proponele a ella lo que quieras que es buena turra y te

va a aceptar lo que venga…pero acá dejate de hinchar o te volvés a tu isla

nadando… ¿entendés?- Tristán hizo una mueca de ofendido, se volvió a

colocar su mugriento sombrero antes de continuar su gira por el interior

del cabaret, se alejo unos pasos para no recibir una cachetada y

contestó:

_ ¡Pucha che, que revire161 que tenés piba, era una broma!-

olvidándose del tema, dio media vuelta y miró a Nélida, comprobando

que ella sí era especial, por fin la había descubierto; ahí estaba el amor

de su vida. Antes de hacerle la propuesta decidió tomarse una copa.

_A ver, pibe, servime una grapa doble che.-

Capitulo 31

En el ámbito del conventillo los temas de conversación eran muy

limitados, se ajustaban al micro mundo en el cual vivían y para muchos

de ellos, principalmente el grupo de mujeres, el horizonte estaba no muy

lejos; no más allá de la vereda de enfrente de la casona.

Al llegar los hombres de sus respectivos trabajos, los contenidos

de las charlas se ampliaban. Así las tertulias incrementaban sus

temarios, hablándose de noticias locales, de política, fútbol y no muchos

más. Eran consientes que su realidad los limitaban a ese reducido

universo. En esos días se hablaba de la pronta inauguración de “La

Nacional”, fábrica de hielo y helados, en un terreno lindante al puerto

viejo.

Desde que a las mujeres de la pensión llegó la noticia del noviazgo

de Juan, no salían de su asombro; si bien Amalia vivía a pocas cuadras

de ahí, jamás en sus vidas la habían visto.

_Simpática la novia de Juancito, sencilla, y viste que dicen que

tiene mucha plata, pero acá fue una más el día de la guitarreada. Una

más, sí; ni se notaba que es bacana, no se las fue de bienuda162 para

nada.-dijo Matilde pasándole el mate a Angélica, que escuchaba atenta la

conversación sin intervenir.

_Sí, sí, muchos mangos, pero Juancito tiene una pinta, ¡Dios mío!,

es muy buen mozo, educado, todo un caballero. Otros con su

juventud seguro que la van a pedalear163, pero no che, vieron como

no la soltó en ningún momento…-

146

Eso sí, la jode un poco siendo paraguayo, ¡ojo, yo no tengo nada

contra ellos!-dijo Calvina con una mano tomando el mate, con la otra

sacando bizcochos de la bolsa, su apetito era insaciable. En frente suyo,

tenía preparado para después un jarro metálico grande repleto de arroz

con leche, y un plato con doce pastelitos de membrillo.

_No sé, parece tan chiquito al lado de ella, viste que podría ser la

abuela, dicen que tiene como noventa… ¿él tendrá treinta?-agregó Adela

poniendo cara de interrogación.

_Mirá, esto lo digo porque estamos solas acá, a mi no me gusta el

chusmerío, ustedes lo saben bien, pero… ¡me parece tan raro ese

asunto!…ustedes vieron que a mí no me gusta meterme en la vidas

ajenas, pero, ¡qué sé yo!…a mí no me importa que sean del Paraguay…

pero, sí, son raros, entre ellos hablan no sé en qué… pero no les

entiendo nada, eso sí que me da un poco de miedo.-continuó Ana la

ronda de charla, que seguía también la dirección del mate. De piel

mirando el centro de la mesa, doña Angélica, no aguantó más y opinó

concluyente, con su pucho apagado, en un ángulo de su boca.

_Ella seguro que es mayor que yo, ¿vieron las arrugas que tiene?,

nada que ver conmigo: mirenmé, mirenmé bien…pero ella andará por los

noventa y cinco; sino tiene más.

Mirá, conmigo Juan es muy bueno, si hasta a veces me seca los

platos, y los otros también son buena gente…pero yo no me olvido

cuando…¿cómo se llamaba ese degenerado aprovechador?…sí,

Heriberto, el papá de Ramón…¿se acuerdan que se quiso hacer el vivo

conmigo?, viejo inmundo, mugriento…se me tiró encima en la cama, me

quiso manosear el asqueroso…¡qué desfachatado!…decí que yo me

resistí…sino ¿qué me hubiese pasado?…y bueno, Ramoncito es hijo de

él…por algo será ¿no?

Dejá, dejá, son todos iguales estos muchachos…a mi me da lástima

esta abuelita con la que está noviando…pobrecita, bien no le va a ir, ya

van ver.-

Cuando llegó Vicente al estudio vio que lo esperaban tres clientes

diferentes, pero eso ya era común desde hacía meses.

Rápidamente se había corrido la noticia, por el Pago, de la pericia

de este abogado venido de Buenos Aires. Para que esto sucediese

mucho lo ayudó el nombre de su tío, con más de cuarenta años en

ejercicio profesional. Isidro era muy conocido en la ciudad, pero también

tenía innumerables clientes en localidades vecinas.

La fama, ahora, era de su sobrino. En el ambiente judicial, todos

hablaban de su habilidad para resolver con impecable pericia hasta los

casos más complicados.

Vicente ayudó a consolidar su nombre en base a su incansable

tenacidad. Trabajaba de lunes a lunes, tomaba cada caso como una lucha

personal, imprimiéndole un singular dinamismo y efectividad en la

resolución de cualquier expediente que llegase a su escritorio. Ayudado

por Balero y María, que iban y venían trayendo o llevando sus escritos a

tribunales o a otros colegas, su ritmo de trabajo se hacía día a día más

147

intenso. Y con esto, la llegada de nuevas consultas aumentaba conforme

él resolvía un caso tras otro.

Su tío, quien nunca había visto a nadie trabajar tan tenazmente, se

enorgullecía al ver cómo había crecido profesionalmente.

Mientras tanto, Balero se fue haciendo cada vez más necesario

para el Estudio Carrare.

Cuando tenía un descanso, tecleaba jugando con un dedo y con

enorme ahínco. El juego se convirtió en un desafío, gracias a su voluntad

y perseverancia, la máquina de escribir dejó de ser un juguete extraño.

En esos días de intensa actividad, Balero le pasaba en limpio los

borradores que le entregaba Vicente con su letra indescifrable, pero eso

era otro desafío; su amigo, redobló su empeño y rápidamente esa

caligrafía le era totalmente familiar. Mientras más rápido escribía el

abogado, su ayudante, velozmente a dos manos, se lo traducía en letras

de imprenta.

Vicente, admiraba la inteligencia del joven, era conciente del

permanente esfuerzo de Balero por hacer las cosas bien, cada vez mejor.

También valoraba la manera en que se había entregado de lleno al

trabajo del estudio.

Ahora Balero ganaba ciento veinte pesos por mes, mitad de ese

sueldo lo pagaba Vicente, el resto Isidro.

Vicente pensaba que cuando comenzase a ser el administrador de

Vázquez, lo necesitaría como secretario en esas futuras tareas; apreciaba

el dinamismo creciente del joven.

Desde que conoció a Juan, la vida de Amalia había dado un

inesperado giro.

El día que se conocieron, ella iba a Buenos Aires para escaparse

del Pago y de los recuerdos de la reciente muerte de su primo. Él era su

último familiar vivo con quien había desarrollado, a través de los años,

una relación cálida y sincera.

Casi veinte años mayor que el finado Benjamín, lo quería como a

ese hermano que hacía tantos años se lo había quitado la guerra.

El día que le dieron la noticia del fallecimiento de su primo, creyó

que ya no tenía sentido continuar, él era su colaborador, su confidente y

amigo; casi su hermano. En ese momento comprendió su realidad:

estaba sola, con setenta y ocho años y, mirando hacia atrás, advirtió que

la vida se le estaba yendo sin que ella se hubiese permitido vivirla y

gustarla, desde adentro.

Cuando se cruzó con Juancito, se sintió cincuenta años menor.

Cada palabra, cada gesto o acto, estaban cargados de magia, eso

de lo que tanto hablaban pero nunca imaginó que fuese cierto, y que

ahora, en su piel, había sentido como un efecto magnético, mágico y

singular. Y más intenso se hacía en cada nuevo encuentro con el joven.

Días después de conocerlo, advirtió que pensaba en él despierta,

dormida, en todo su día; ahí entendió feliz que se había enamorado

profundamente.

148

Era la primera vez en su vida que sentía el amor. Juan, con sus

desvaríos de besos, sueños y quimeras la había conquistado.

Aquel atardecer, sentada en el jardín, estaba repasando en sus

pensamientos los hermosos momentos que vivieron desde que se vieron

por primera vez. Ahora, cada día al despertar, solo deseaba estar con él;

era el mejor de los regalos. Sentía haber vuelto a los veinte años y

además: enamorada.

Sintió que desde atrás le daban un beso en la mejilla, era Juan

trayendo de la cocina dos vasos de Hesperidina y agua.

Habían decidido cenar juntos esa noche.

Él se sentó a su lado, le tomó la mano y bebieron en silencio.

Frente a ellos, tres añosas vides a cada lado del tapial, subían vigorosas

en esos días de octubre, abrazándose a tres arcos de hierros fundidos;

separados entre sí por unos cuatro metros. Esto daba la sensación de

que parte del fondo tenía un frondoso techo verde. A cada lado, en

cuidadas macetas, se veían los malvones y las rosas en plena floración.

_Amalita, ya estamos grandes para ser novios…-le dijo Juan

mirándola con ternura, ella pensó lo peor: que su sueño había concluido.

_ ¿Qué me querés decir?… prometimos ser directos Juancito.-

_Por eso… por eso te lo digo así, ¿por qué no nos casamos?…Te

amo Amalita.- ella no podía creer lo que escuchaba, estuvo a punto de

derramar la bebida por el temblor repentino de su mano.

_ ¿Y vos te casarías conmigo…?…Juancito, sabés mi edad, te llevo

casi cincuenta años.-

_ Amalita, ¿qué importa la edad?, ¿sentís lo hermoso que es lo que

nos está pasando?…pero sí, es cierto, es tan raro que a veces demora

cincuenta años en llegar…el resto no importa…mientras nos dure.- ella

con los ojos humedecidos le respondió que sí, que aceptaba.- él contento

la besó, se sentía el hombre más feliz del mundo.

_Amalia, ¿qué te parece para navidad?…tendremos dos fiestas en

una…no perdamos tiempo… ¿sí?-

Capitulo 32

Nadie conocía al hombre mayor que miraba pensativo cada rincón

del patio. Aún no eran las ocho de la mañana.

Caminó unos pasos, se detuvo frente a una de las Santa Rita, miró

su base, luego siguió la planta con la vista hasta perderse en el borde del

techo, acarició sus hojas; notó a las flores con un color carmín tan

intenso como nunca las había visto.

Caminó hasta el centro del patio, se apoyó en el aljibe, dando la

espalda a la cocina desde donde era observado con gran curiosidad.

Miró los aleros, la puerta de cada cuarto, la entrada, giró y se fue

caminado hacia el fondo con la mirada clavada en las viejas baldosas del

piso. Sus pies estaban ahí, su memoria en 1895, veinticinco años atrás,

cuando en ese mismo lugar la negra Ramona llorando y abrazándolo le

comunicó que su madre había fallecido. Lo recordaba como si hubiese

ocurrido ayer, pero tantas cosas se habían sucedido desde entonces;

149

nada frenaba la rueda del tiempo que al avanzar congelaba todo en

recuerdos.

_ ¿Quién es, de dónde salió?…debe ser policía, ¡poco nos duró la

calma!-opinó Angélica, ahora mirando por la ventana del fondo los pasos

del extraño hasta el árbol de granadas.

_No, no, para mí no es la yuta, tiene más cara de capanga164; este

es jefe de algo… ¡mirá como empilcha!165.-dijo Héctor terminado su mate.

_Sí, esa pilcha es de bacanes, pero parece un buen hombre, ¿viste

como juna todo?-opinó Matilde en el momento en el que el hombre

golpeaba la puerta. Adela le abrió.

_Buenos días, parece que no están todos…-dijo el hombre de traje

gris, con olor a perfume caro, mientras fue interrumpido por Angélica

asustada.

_Señor, nosotros, esta vez no hemos hecho nada…a lo mejor

busca a los paraguayos, es la cuarta pieza a la derecha.- expresó la

anciana para cubrirse. Desde los sucesos de Heriberto, había quedado

recelosa de cualquier movimiento de los jóvenes del Paraguay.

_Posiblemente no me conozcan, hacía veinte años que no pisaba

esta casa…yo también viví acá, ¡es fuerte la nostalgia, cuántos

recuerdos!…-Adela, más tranquila, lo interrumpió.

_ ¡Pero che, nos hubieses dicho!..El susto que nos pegamos,

pensamos que eras inspector de algo; ¿así que también fuiste

inquilino?…por la ropa y la colonia que tenés se ve que te ha ido bien,

compadre.-

_No, no, soy Vázquez, el Doctor Vázquez, el dueño de la casona.-

con sobresalto, todos dieron un paso atrás, amontonándose al

lado de la cocina, menos Calvina que estaba sentada en la

cabecera aún untando sus tostadas con una capa de miel y otra de

dulce de membrillo; quien al oír el apellido comenzó a toser

atragantada.

_No, por favor, tranquilícense, no quiero incomodarlos, no más de

lo que ya lo hice.

He venido a pedirles perdón por lo sucedido, me imagino que por

mi causa, habrán vivido momentos amargos…les pido que hagan

extensiva mis disculpas al resto del inquilinato… ¿me invita con un mate

señora, por favor?- dijo Antonio, mirando a Angélica que seguía

temblando con la pava en su mano.

Vicente se detuvo en el centro de la plaza en el puesto de praliné

de Don Saturnino, charló con el anciano unos minutos y compró una

bolsa de garrapiñada para llevarle al estudio a María; en la mañana

soleada ya se veía a mucha gente caminado, iniciando su día.

La secretaria agradecida, le dio un beso; Balero, sentado en su

escritorio, le guiñó un ojo y continuó ensimismado mecanografiando

algunas hojas pendientes del día anterior.

Vicente entró al la oficina de su tío y se sentó frente a él, detrás del

escritorio.

_Así que te me casás; acá en el Pago las noticias vuelan.

150

Te felicito, a Beatriz la conozco desde que nació, es muy buena

muchacha. Bueno, del padre no te digo nada, sabés que somos amigos

de toda la vida, es una excelente persona. Son una familia muy buena.-

dijo Isidro mientras terminaba el café servido por María.

_Gracias tío, sí, estoy enamorado, nos sentimos muy bien juntos.

Teniendo todo lo necesario para convivir: casa, trabajo… ¿para qué

demorarnos? Será en un mes, el sábado 13 de noviembre, hoy iré a

hablar con Mariatti, el presidente de la Sociedad Italiana; quiero reservar

el salón para la cena de ese día.-

_Me parece muy bien, decile a tus padres que se alojarán en casa;

hay lugar de sobra para ellos y tus hermanos.-

_Muchas gracias tío, le avisaré.-dijo Vicente poniéndose de pie para

ir a trabajar a su escritorio.

_De nada, será un placer que vengan…cambiando de tema, ahí te

dejé el expediente de la sucesión de Cepeda, leelo a ver qué te parece.-

dijo Isidro volviendo su vista a los escritos en los que estaba trabajando,

apoyados sobre el escritorio.

Por la amplia ventana que daba a la plaza, el sol iluminaba el gran

salón de la residencia del Obispo, anexa con la catedral.

_Entre otras cosas, me encontré con que era dueño de varias

propiedades; este delincuente me había robado el dinero para

adquirirlas.-dijo Antonio mientras su amigo le servía te.

_Te vine a ver porque tengo un problema espiritual, de conciencia.

Entre esos bienes hay un cabaret…sabés de mi moral, no quiero

incurrir en más errores; las vicisitudes que vivimos con mi familia a

causa de este crápula fueron terribles.

Quiero desprenderme de ese salón, no podría estar oyendo una

misa sabiendo que soy propietario de un burdel, sería un hipócrita. -los

ojos del Obispo se abrieron tan grandes al escuchar esto que le dolió la

cara entera.

Casi de inmediato, con falsedad, se reacomodó y puso el mejor de

los rostros que pudo inventar para la ocasión; aunque por dentro lloraba

recordando los doscientos cincuenta mil pesos que le había entregado a

Cuerda esa endemoniada noche. Pero ahora tenía una nueva

oportunidad. La codicia hacía trabajar aceleradamente su cerebro para no

volver a perder; esta vez no se permitiría volver a errar.

_ ¡Por Dios Antonio, no sigas pecando! sabés cuánto te quiero,

cómo amo a tu familia…deshacete de esa casa, es la morada misma de

lucifer…no ofendas al Señor…vendela ya…no te demores.

Nunca olvides a San Agustín: “Sólo los limpios sabrán la verdad”.

La lujuria es un pecado carnal, no permitas que ésta y el vicio entren en

tu casa. –dijo Monseñor mientras pensaba a quién nombraría testaferro

para comprar el burdel.

Tomó su cruz y se arrodillo, frente a Vázquez, quien hizo lo mismo.

_Ahora rezaremos juntos, luego también pediré en la misa, pero

por favor manteneme al tanto de lo que hagás, sabés que siempre te

ayudaré a alejar el Demonio de vos.

151

Oremos, roguemos a Dios.- juntos, con las cabezas bajas,

comenzaron a rezar.

Era casi la hora del almuerzo, los chicos al entrar pasaron por un

costado de la silla donde estaba sentada Calvina, ni la miraron, estaban

muy enojados con ella, quien también los ignoró y continúo comiendo

masitas dulces y otras confituras.

Cuando se cercioraron que estaba distraída, Clemente, el mayor, se

aproximó por detrás con toda cautela. Sacó de su bolsillo algunos

cohetes y petardos que habían comprado en el centro, anudó sus mechas

y los encendió colocándolo debajo de la silla de Calvina; inmediatamente

todos corrieron a esconderse detrás del aljibe.

La explosión fue pavorosa, la pobre mujer sorprendida y aturdida

por el estallido creyó que era el fin del mundo.

Estremecida y aterrada, tiró al medio de la calle la bolsa con sus

alimentos, volando por el aire sus confites de colores.

Sintió que se le aflojaban las rechonchas piernas y un sudor frío en

todo su cuerpo fue lo último que percibió antes de caer desmayada

pesadamente hacia un costado, rodando hasta el cordón de la vereda

donde quedó tendida. Pálida, boca arriba; parecía una gigante foca

albina dormida en la playa.

La Rulito, despavorida salió de su almacén para ver qué había

ocurrido. Al ver a Calvina inconsciente en la vereda de enfrente, cruzó

corriendo y trató de socorrerla, pero le fue imposible moverla ni un

centímetro dado su enorme peso.

Clemente, Benito, Honorio y Fermín corrieron a toda prisa para

ocultarse en el gallinero.

_Uyyy, ¿Vieron cómo rebotó?…che, ¿no se nos habrá ido la

mano?… ¿estará viva?…pobre gorda.-dijo Benito preocupado.

_No sé, pero si no se murió “pasa raspando”…van a ver como no

nos afana más nuestros caramelos, no nos jode más… gorda

aprovechadora.-respondió Honorio seguro, mientras se escabullían

debajo de los cajones de las ponedoras.

En la puerta ya estaban todos auxiliándola: Teresa, Elena, Don

Roque, Blanca y Evaristo trataban de hacerla reaccionar.

Angélica, con una palangana, le tiraba agua en la cara.

_Para mi que está muerta che, le falló el corazón, pobrecita, y eso

que yo le decía: “no comás tanto, te va a hacer mal”, pero ¿viste?, no dan

bolilla166, no, no hacen caso, mirá como quedó, blanca como la cal… ¡que

descansé en paz, pobrecita!

Recibila Dios mío, cuidamela.-dijo llorando Matilde.

Don Pedro corrió al galpón para traer la carreta y llevarla al

hospital, era la única manera de ayudarla.

_Che, Pedrito, ¿qué carajo festejan en Cabotaje?… ¿por qué tiran

bombas?-le preguntó un anciano amigo mientras ajustaba el percherón al

carro.

Juan, Ramón, José y Eustaquio, con sumo esfuerzo lograron

cargarla en el carruaje, luego subieron Matilde y Adela para evitar que se

volviese a caer en el trayecto.

152

El caballo empezó a andar lentamente, la imagen era triste: la pobre

mujer aún seguía desvanecida, parecía un carromato de frigorífico,

cargando una res para llevarla a degüello.

Apenas la vieron los médicos dijeron que era una lipotimia y que,

no obstante la aparatosidad de la súbita caída no había gravedad.

Cuatro camilleros con dificultad la llevaron hasta una cama en el

consultorio principal. Minutos después ella abrió los ojos y muy

confundida preguntó:

_ ¿Dónde estoy?… ¿qué hago acá?… ¿y mis masitas?-la Doctora

Amanda tomó su mano sonriendo y le pidió que descansase.

En la puerta del conventillo todos se alegraron al saber que sólo

había sido un gran susto. Adela, viendo que los chicos jugaban a la

pelota tranquilos en el patio, dijo:

_Seguro que son esos vagos del puerto, esos pibes no tienen

educación, mirá que hacerle una broma así a la pobre Calvina… ¡qué

atorrantes!…la pudieron haber matado, Dios los va a castigar…bueno,

¿vamos a almorzar?…¡nenes, todos a comer!-

Ramón y Eustaquio quedaron impresionados por la variedad de

ropas y zapatos que vieron en exhibición en el Gato Pardo.

Habían ido junto a Juan, a cambiar un pijama que Amalia le había

regalado y le quedaba chico. Su amigo era ya un cliente conocido y

apreciado en lugar.

Dos empleados con toda amabilidad lo atendían, uno fue a buscar

un talle mayor y el otro con toda deferencia lo invitó a que se sentara

mientras esperaba.

Minutos después ya estaban en la calle, parecía un atardecer de

verano por la gran cantidad de gente que vieron; les pareció que todo el

Pago de los Arroyos había decidido salir de paseo esa tarde.

Decidieron tomar un café en el Club Español.

_ ¡Chamigos, me caso, che, pero sí parece mentira!…esta mujer no

sé qué ha hecho, pero me enamoró, acá dicen que me engualichó167

¡Qué me importa, si soy feliz!

Ustedes serán mis testigos, padrinos, y siempre mis amigos.

¿Y José, dónde está?-preguntó Juan mientras encendía un

cigarrillo, pidiendo al mozo una ronda de Pineral.

_Me dijo que iba, no sé…creo que me mintió, saben cómo es

cuando no quiere decir algo.- respondió Eustaquio tomando el vaso de su

aperitivo.

_Te casás en navidad Juancito, y te nos vas del conventillo; te

vamos a extrañar.-dijo Ramón como si su amigo se fuese a vivir a China.

_Pero, ¿vos sos loco che?, viviré en lo de Amalita, a tres cuadras

del conventillo, y además para ese entonces ustedes estarán trabajando

para mi…para mí y para Amalita; nos veremos más que antes.-durante un

rato continuaron conversando sobre el futuro matrimonio de Juan y como

de repente su suerte había cambiado; ahora se abría ante ellos la

posibilidad de hacer realidad sus proyectos, de no soñarlos más.

153

Cuando estaban saliendo, Eustaquio casi se choca con cuatro

jóvenes que venían charlando distraídas y riendo. Ellas siguieron, él

quedó plantado como un poste hablando sólo.

_ ¡Diosito mío qué lindas muchachas que viven en el Pago!- Juan lo

apuró, diciendo que a él eso no le importaba, tenía la suya; la más linda

del mundo.

Al pasar por el bar El Griego, de vuelta al Cabotaje, vieron muy

sonriente a la Doctora Amanda y a José que, adentro del local sentados

en un rincón, reían como niños sin sacarse la vista de encima.

_ ¡Ahí está la respuesta a tu pregunta Juancito!-dijo Ramón, y

aceleraron la marcha para no ser vistos; no querían interrumpirlos.

_No le diremos que lo vivimos, dejemos que él nos cuente.

Que yo sepa enfermo no está, ni este es un consultorio…-propuso

Juan riendo.

_ ¡Claro, por eso se miraban tanto en la guitarreada de los Álvarez!-

reflexionó Eustaquio.

Cuando estaban llegando a la casona se asustaron al ver un coche

del hospital con dos enfermeros que ayudaban a Calvina a descender,

ésta al verlos, sonrió diciendo:

_ ¡De vuelta a casa muchachos, estoy curada!…nada grave, creo

que fue un ahogo de mujer…o algo así… ¡qué sé yo!, no me acuerdo de

nada, ¿me ayudan a entrar?-

Al salir de su estudio, Vicente se dirigió a lo de Vázquez, quien lo

había llamado porque necesitaba hablar con él.

Apenas golpeó la puerta lo atendió Antonio, invitándolo a pasar al

living.

_Gracias por venir Vicente, no te demoraré.

Te imaginarás cómo voy viviendo cada nuevo día después de la

muerte de Cuerda.

Es como despertarse después de quince años y abrir un diario… mi

diario, que se fue escribiendo durante todo ese tiempo sin que yo lo

supiese.

¡Qué tonto fui!…Dejé pasar semanas, meses…años por mi espalda

consintiendo hechos que ahora me avergüenzan.

Hoy siento que se me vienen encima cientos de piezas que tengo la

obligación de reacomodar, pero cuando ordeno cinco de ellas…veo que

me aparecen otras diez más.

Espero, por mi familia, no enloquecer sin hacerme cargo de todo lo

que mi indiferencia y desidia dejó acumular…pero, ¿para qué contarte…?

Vicente, te imaginarás los momentos por los que estoy pasando,

sería tonto llorar ahora…no tengo tiempo ni me puedo permitir perder un

segundo más; ahora es mi obligación hacerme cargo y seguir hacia

delante.

Entre otras tantas cosas, descubro que entre las propiedades que

este cínico me dejó aparece un burdel.

Hoy fui para que el Obispo me aconsejase, no quiero tener ninguna

relación con ese tipo de actividades; soy católico practicante y no puedo

154

ser farsante con mis principios. Sería bochornoso para mi y mi familia

que me endilguen ese tipo de negocio.

Monseñor me aconsejó venderlas, apenas el juzgado ratifique que

me pertenece, porque en definitiva fue comprada con mi dinero. Eso está

perfectamente probado… pero no, la charla que tuvimos no me

satisfizo… no me convenció…estuve pensando toda la tarde cómo

resolver esto que ahora me crea una gran disyuntiva.

Para no seguir haciendo la vista gorda, hablé con el Comisario

sobre ese negocio… Me dijo que, fuera de su actividad, jamás existieron

problemas legales.

Más allá de lo que ahí se desarrolle o suceda, hay gente que come

gracias a ese trabajo. Si quiero ser honesto y fiel a mis ideas, no puedo

quitarles el pan y eso ocurriría si lo vendiese…pero bueno, no te demoro

más… ¿sabés quién es la persona con más antigüedad ahí?-

_Después de la muerte de Sosa, Gaitán…creo que es Filomena.

Ella vive allá en el Cabotaje, no la conozco demasiado pero parece

ser una buena persona, al menos es una vecina servicial y solidaria.-

respondió Vicente sin dudarlo.

_Bueno, para mí con eso es suficiente. Toda mi administración

pronto será tu trabajo…por ahora te pido que le avises que, apenas se

expida el Juez, le enviaré la escritura del lugar, que ella sea la dueña; que

siga adelante haciéndose cargo de eso.

Más allá de cómo lo haga, que todos sigan trabajando; yo no quiero

estar mezclado con ese ambiente, pero esta es una manera de ir

poniendo cada cosa en su lugar.

¡Aún me falta tanto por hacer!, pero por algo debo comenzar.-

Cuando Vicente llegó al Cabotaje, se dirigió al cuarto de las

mujeres del cabaret.

Filomena pensó que le estaba mintiendo, miró incrédula a Carmen,

Josefa y Aurora. Volvió a mirar a Vicente y llorando de alegría lo abrazó,

al instante, se sumaron felices las otras tres.

Al retirarse de la pieza dejándolas solas, escuchó la algarabía de

esa habitación. Ahora podrían formar un verdadero equipo.

Rápidamente, los habitantes del conventillo fueron reponiéndose a

las turbulentas semanas vividas.

La pobreza y limitaciones que esta gente tenía desde siempre, eran

ya un gran peso de cargar, aunque con el tiempo ellos ya habían hecho

callos a las injusticias, decepciones y mala suerte.

Esa era su realidad, no recordaban jamás haber caminado cerca de

la suerte. Por esto, su piel se fue haciendo dura al dolor, no porque no lo

sintiesen, sino porque no tenía sentido llorar lo que no fue o lo que ya no

tenía solución.

Habitualmente sus desánimos o decaídas eran breves, un llanto

más o menos no los desataba de las desventuras ni los acercaba a la

155

fortuna. Pero sabían bien que por más larga que fuese la noche siempre

terminaba en día; al menos eso decían.

Al despertar cada nueva jornada, se renovaban en esperanzas,

teniendo la seguridad de que lo que sucediese no sería más grave que

sus viejos dolores.

No tenían tiempo para mirar para atrás. Se sabían más expuestos y

frágiles que el resto de la gente y por eso vivían sus días acelerados,

rápidos, urgentes; para alejarse del ayer.

Ese mes transcurrió de prisa, cada uno reacomodó su carga y

siguieron marchando, ignorando la conjunción de estrechez e infortunio

que pesaba sobre ellos. Hacía tanto tiempo que la padecían que ya la

tenían incorporadas con resignación; como una parte misma de ellos.

Capitulo 33

En la oficina de Vázquez, charlaban éste y Vicente que le había

llevado un modelo de contrato para los próximos alquileres del

conventillo.

El joven había incluido en el escrito algunos puntos intentando

conseguir mejoras para los inquilinos.

_Entonces Antonio, del uno al diez de cada mes, los alquileres se

le pagarán acá mismo, veinticinco pesos por mes.

También pensé que se debe especificar que el número de personas

por cuarto siempre será igual a la cantidad de camas que disponga la

habitación. No ha sucedido en el Cabotaje, pero sé de otras pensiones

donde alojan a las personas como ganado; pueden llegar a haber diez

habitantes en una pieza con cinco camas.

Otro de los temas que usted tendrá que considerar es la ampliación

de los sanitarios… ¿qué le parece un baño cada cinco inquilinos?-

sonriendo, Vázquez tomó nota sobre un papel.

_Sí, es cierto, la gente no puede estar esperando, haciendo colas a

la intemperie.

La semana que viene mandaré albañiles para que empiecen los

trabajos.

Me gusta como defendés con garras los derechos de los inquilinos,

pero no olvides que vas a trabajar para mí.- los dos rieron mientras se

daban la mano, Vicente había conseguido que cada inquilino tuviese un

contrato legal.

Núñez, aún no tenía pistas ciertas que lo acercasen al responsable

de los asesinatos. Su principal sospechoso era Mansilla, aunque aún no

tenía pruebas valederas para inculparlo y admitía que podía estar

equivocado. Por eso, para no fallar, desconfiaba de todos.

En esos días se lo vio varias veces rondando el conventillo, pero

estaban tan acostumbrados a la vigilancia a la que los había sometido el

sargento Moyano y el cabo Varela que ya casi los ignoraban, no querían

pensar demasiado ni adelantarse a posibles nuevos disgustos.

156

_ ¿Sabés a quién vi ahora, dando vueltas por acá…?-preguntó a su

madre Rulito, pero sin esperar respuesta, como si fuese una primicia, se

respondió a sí misma:

_Al Comisario Núñez…-Elena la miró con enojo, observó por la

vidriera la entrada del Cabotaje y le dijo:

_ ¡Callate Rulito!… ¿o no entendés por lo que ha pasado esa pobre

gente? dale, seguí con lo tuyo, acordate que tenés que preparar el

fiambre y cien gramos de picles para Evaristo; antes del mediodía pasará

a buscarlo.-

La semana previa al casamiento de Vicente, el conventillo entero

estaba convulsionado y ansioso; jamás habían sido invitados a una fiesta

así, “de la otra gente”, decía Matilde.

_Somos todos iguales che, ¿o no lo sabés?…-la retaba Héctor,

aunque íntimamente sabía, por todo lo sucedido, que para la realidad de

los inquilinos no era así.

Para todos los habitantes de Cabotaje, el casamiento de Vicente era

un acontecimiento especial, para algunos: extraordinario.

Muchos habían asistido a otras bodas, pero ésta era la primera en

que uno de los suyos se casaba y, como sostenía Miguel: “no se casa

con cualquiera, no, se casará con la hija del dueño del Conventillo”.- por

esto el orgullo era general. Rosendo decía:

_Bueno, tampoco nos vamos a poner tristes, se casa y nada más,

es nuestro amigo…tuvo suerte… eso sí; pero che… ¡qué grande, si salió

de acá, del conventillo y “cruzó la calle” nomás!- durante la sobremesa

de los siguientes días, todos volvían a brinda y a aplaudir al escuchar esa

frase.

Vicente y Tomás caminaban ese lunes hacia el estudio, aún

faltaban cinco días para el casamiento.

El joven abogado, lo notó extrañamente callado, lo miró,

bromeando le dio un codazo y preguntó:

_A vos te pasa algo, ¿tenés miedo porque vas a ser testigo del

civil?, dale, contame.-

_ ¿Miedo?, no Dotorcito…un poco de vergüenza sí, viste la gente

que va a ir, todos bacanes del Pago…Vicente… dotorcito ¿sabés?…traje

no tengo…pero sí un lindo saquito marrón, bueno… ¿para qué te voy a

mentir?: los codos están todos gastados, pero casi ni se nota…- riendo,

Vicente lo interrumpió.

_Vos vas o vas, así lo hagas en “pelotas”. Sos mi amigo, no te

preocupes que nadie te dirá nada.-

Entre tanto, la cocina parecía un cotorrerío: todos hablan al mismo

tiempo.

_Pero che, cada una se pone lo que quiere, nos vestiremos

sencillito, pero bien, eso sí…total esas cogotudas168 siempre estarán

mejor empilchadas 169 que nosotras, ellos tienen guita, ¿vieron?, y bueno,

157

con mangos todo es más fácil.-dijo Matilde, mirando a todas y poniendo

cara de: “Eso no me asusta”.

Ana la miró a Adela de los pies a la cabeza, que en ese momento

tenía puesto un raído vestido negro.

_Contame, decime como te vas a vestir vos, después te cuento

yo… ¿dale?-

_ ¿Yo?…bueno, algo…simple, pero lindo, tampoco vamos a ir a dar

lástima, ¿no? Usaré el vestido gris, ese que me pongo cuando paseamos

con Cirilo…o cuando los domingos ando por la costanera con Fermín…

ya lo lavé y lo tengo planchadito…y ¿vos?-respondió Adela tomando el

mate que le habían pasado.

_Yo también tengo uno sólo para pasear: el azul, ¿te

acordás?…hace tanto que no lo uso…- dijo Ana mirando el piso.

_Ustedes querrán saber qué me pongo yo, ¿no?-dijo Angélica que

se sintió apartada de la charla. Todas la miraron con curiosidad.

_Sí, seguro que quieren saber, pero no, será una sorpresa, ahora

no les diré nada, ni piensen que les contaré.-les advirtió la anciana.

Al civil fue poca gente del conventillo, era las nueve de la mañana

del sábado y la mayoría de los hombres trabajaban, mientras las mujeres

se excusaron ante Vicente de ir, argumentando que no querían ser vistas

tan humildemente vestidas a plena luz del día.

La ceremonia fue breve y sobria, ese había sido el deseo del nuevo

esposo: simpleza y sencillez, tanto en el Civil, la iglesia como en la cena

de la noche.

Beatriz, era la mujer más feliz del mundo, con un saquito azul,

impecable y austero, debajo lucía chaqueta y falda color natural que no

dejaba de marcar su cuerpo justo.

Sonriendo, con lágrimas en sus ojos, se abrazó con Isolina, su

mejor amiga a la que había pedido que fuese su testigo.

Además de la familia de Vicente, estaban los Vázquez con

numerosos amigos.

En la puerta, Vicente se abrazó con Balero, luego les presentó a él y

a Teresa a sus padres y hermanos, a quienes no veía hacía seis meses.

Se apartó con su amigo y la Rulito. Tomándole las solapas a

Balero, le dio un abrazo y agradeció.

_ ¡Qué pinta Tomás… y vos Teresa, estas hermosas!…-Balero lo

interrumpió, dio un paso hacia atrás para que lo pudiera ver mejor.

_ ¡Viste que está lindo el saquito!, claro, pero no le mirés los

codos.- Teresa sonrió y abrazó a su novio, vestida con un sencillo vestido

verde oscuro que como todo lo que vistiese le quedaba muy bien.

El almuerzo sería en lo del Doctor Vázquez, hacia allá se dirigieron

todos.

Esa tarde el conventillo estaba revolucionado: todos iban y venían,

entraban o salían.

158

Angélica, había decidido ser la última en cambiarse, parada en el

centro del patio, con el pucho en la boca, apoyada en el aljibe organizaba

al resto, opinando sobre cómo lucía cada una, o avisando cuántos

estaban esperando en el baño, para ordenar la cola.

En el fondo, habiendo solo una ducha, debían esperar por lo menos

cinco lugares para poder bañarse. Normalmente sólo se duchaban los

domingos. Pero esta gran ocasión lo justificaba sobradamente.

A las ocho era la misa, ellos cada quince minutos miraban la hora

para no retrasarse.

Finalmente concluyeron y se reunieron en la cocina, todos estaban

recién bañados, perfumados; vestidos con sencillez pero buen gusto.

Uno miraba al otro, éste al que tenía al lado, y así se examinaban

para no olvidar ningún detalle.

_Tu boca parece una sandía che, anda a sacate un poco de pinturale

dijo Matilde a Josefa. Y así, unos a otros se aconsejaban.

La última en entrar al comedor fue Angélica.

La anciana lucía un vestido verde musgo, casi nuevo, nunca se lo

habían visto puesto. Asombrados la aplaudieron mientras ella,

haciéndose la artista, dio un giro para que la viesen bien, tocándose su

cabello grisáceo, y preguntando:

_ ¿Qué tal?, ¿cómo estoy?… ¿les gusto?-Rosendo acomodó su

muleta debajo de la axila, tocándose la perilla mientras la miraba de los

pies a la cabeza, le dijo:

_ ¡Qué elegancia, toda una belleza! Sos la mejor de todas, pero

sacate el pucho de la boca que eso no queda bien che, no es fino…

¿viste?-

Estaban a cinco cuadras de la iglesia, irían caminando en grupo,

todos juntos y en la puerta se unirían Evaristo junto a Clotilde, Blanca y

Roque, Elena, la Rulito y su familia.

Los paraguayos ya habían ido a buscar a Amalita, para luego

encontrarse todos en la entrada de la Catedral.

_ ¡Siete y media, vamos, apúrense!- avisó Miguel ayudando a

Rosendo con su muleta.

_Ahhh, sí…y ahora que pienso, ¿yo como voy?- dijo afligida

Calvina.

Todos la miraron preocupados y comprendieron que era cierto, si

caminaba una cuadra moriría fulminada de un infarto; siempre decía que

no podía caminar más de veinte metros sin pararse a descansar. Héctor

calculó que de esa forma llegarían a media noche, si acaso llegaban.

Se creó un silencio duro, buscando cómo solucionar el problema.

De repente don Pedro levantó las manos sonriente.

_Dejá, tengo la solución, nosotros te llevamos con Rosa en la

carreta, total después nos encontramos todos en la esquina, ¿si?-

La capilla estaba ricamente decorada con flores, que más

resaltaban por la gran iluminación.

Una larga alfombra roja se extendía desde la puerta hasta el altar,

solo era colocada en ocasiones especiales.

159

De lado de la derecha estaban los parientes de Beatriz y los amigos

de la familia de la novia, a la izquierda la gente del conventillo, cada diez

segundo un lado miraba al otro, y viceversa.

Algunas señoras de la derecha, se ponían sus gafas para observar

mejor a Filomena y las otras muchachas del cabaret, ellas inmutables por

ser observadas, lucían con orgullo sus amplios escotes y faldas

ajustadas y brillantes.

Monseñor, pálido y ojeroso, dio la breve misa.

Hacía algunas semanas que a causa del insomnio solo dormía no

más de dos horas por día.

Aconsejó a los contrayentes sobre el compromiso del matrimonio,

la moral, honestidad y demás preceptos de la iglesia.

El Obispo, miraba la concurrencia y renovaba sus consejos,

hablando del decoro, de la integridad y decencia para ganar el cielo; en

esa época tan particular.

_Estamos viviendo días difíciles, donde la tentación y el pecado

nos amenazan hora tras hora .No olvidemos nuestro compromiso con el

Evangelio, eso nos hará fuertes para resistir las tentaciones.

La vida nos enseña que las cosas nunca son fáciles, pero el Don de

la magnanimidad del Espíritu nos ayuda a ser pacientes; esa es nuestra

verdadera prueba.-

En el altar, Beatriz al lado de su padre y Vicente de su madre,

escuchaban atentos. A cada instante los novios se miraban sonriendo

felices, enamorados, lo habían conseguido; era un logro inmenso

después de ese primer café en El Griego algunos meses antes.

Finalmente sumarían juntos en todos los proyectos y sueños que ellos

tenían planeado.

Matilde y Angélica, en la primer fila, emocionadas lloraban

abrazadas emitiendo cortos suspiros.

Muchos se conmovieron por las sentidas y claras palabras de

Monseñor, para otros el oficio se hacía interminable y deseban que

concluyese de una vez.

El mismo Antonio, subió al púlpito y leyó algunos pasajes de la

Biblia.

El Obispo, abrevió algunas páginas y bendijo a los cónyuges.

Dando por finalizada la misa.

Rápidamente salieron los inquilinos para caminar hasta la

Sociedad Italiana, a quinientos metros de ahí.

Aunque intentaban disimularlo, todo el inquilinato estaba nervioso

por el acontecimiento que les esperaba; inconscientemente frotaban sus

manos sobre sus vestimentas como si así pareciesen más nuevas y

delicadas.

Don Pedro ayudó a bajar del carro a Calvina, quien lo esperó en la

esquina a que volviese de la Municipalidad, donde unos amigos le

guardarían la carreta en el galpón.

Luego se pusieron en marcha, mientras desde atrás el anciano les

quitaba los restos de mimbre y paja que la joven había juntado en su

voluminosa espalda.

160

Todo se desarrolló con normalidad. La familia Vázquez con

humildad, en todo momento estuvo atenta a que nada le faltase a la gente

del Cabotaje. Esto hizo que todos se sintiesen relativamente cómodos,

aunque la mayoría de los inquilinos tenían una sensación extraña ya que

era un lugar con mucho lujo, según ellos decían.

El grupo de los paraguayos junto a Amalita reían y charlaban como

si estuviesen en su casa; media concurrencia miraba a Amalia. Ahora,

todo el pago confirmaba los rumores que tenía un novio y que “éste era

casi un niño”, dijeron dos señoras que se pusieron los anteojos para no

perderse ningún detalle.

Las chicas del burdel, muy educadas y sociables, charlaron

desprejuiciadas con todos los presentes. Menos con Evaristo al cual su

mujer lo tenía preso a su lado.

Para no perder el tiempo, Josefa y Aurora, muy hábilmente,

acordaron citas con un par de distinguidos señores; cuando sus esposas

se habían ido a admirar la torta de la fiesta.

Angélica iba de acá para allá mostrando su bonito vestido, pero

ahora que no se sentía vigilada se había plantado el pucho en sus labios.

En la mesa principal estaban los recién casados junto a sus

familias y en la cabecera el Obispo. Éste se mantuvo ajeno a las

animadas charlas, estaba más pendiente de que su copa estuviese llena

que de lo que allí se hablaba.

Luego de la cena Eustaquio y Ramón salieron al patio a fumar un

cigarrillo. Adentro, José bailaba feliz con la Doctora Amanda.

Calvina después de comer diversos manjares, algunos totalmente

desconocidos, decidió ir a tomar aire afuera.

Se apoyó en una columna mirando cómo jugaban Fermín, Benito,

Clemente y Honorio tirando petardos y otros cohetes. Al principio sonrió,

pero en un instante comprendió todo y comenzó a temblar furibunda.

Cuando dio dos pasos gritando: “Atorrantes, mocosos malditos…”- pero

no pudo continuar porque cayó desmayada, rodando hacia el jardín. Los

paraguayos de espalda, no se habían percatado hasta que el gran cuerpo

de la joven, girando amorfo, se estrello contra sus tobillos quedando

todos sepultados bajo la pobre mujer. De inmediato se acercó Cirilo,

Miguel y Héctor, que consiguieron liberar a los tres jóvenes en el

momento que Calvina se despertaba.

_ ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?- dijo confundida mientras los

hombres la ayudaban a ponerse de pie. Luego miró el lugar, recordó que

estaba cenado, se disculpó y volvió adentro.

_Gracias, ya estoy bien, un poquito mareada, nada más, ¿será el

vino?, claro, si yo nunca tomo…bueno, los dejo, me voy a comer el

postre, más tarde nos vemos, ¿si?-

Los niños reían a carcajadas escondidos tras una gruesa columna.

Ya a la madrugada, pocos vieron a la doctora Amanda y a José salir

tomados de la mano, muy juntos, y perderse caminando por la calle de la

Paz.

Cuando empezó a clarear por el este la fiesta estaba concluyendo.

Capítulo 34

161

Vicente con su flamante esposa viajaron a Buenos Aires. Esa sería

su luna de miel, como lo habían decidido.

El conventillo siguió con su rutina, hablando durante semanas de la

fabulosa fiesta a la que habían asistido.

Juan y sus amigos, se preparaban ansiosos para hacerse cargo

del campo de Amalita. Además Amalia y su novio tenían que hacer los

aprestos para la futura boda, faltaba poco más de un mes.

Rosendo y Miguel decidieron irse a la isla diez días, querían

prepararse para la caza y pesca del verano, dejando todo listo y

acondicionado en su rancho.

El Conejo Rojo, empezó otra etapa bajo la dirección de Filomena,

trabajando cada día más; rápidamente Carmen, Aurora y Josefa ganaron

experiencia.

Muchos de los más viejos habitantes del conventillo no recordaban

una época mejor a la que estaban viviendo, felices y en paz.

En una semana, seis albañiles concluyeron con las mejoras y

ampliación de los baños; del modo que ahora estaba especificado en el

nuevo contrato conseguido por Vicente.

_Gracias a Dios, el Demonio se ha ido. – decía Angélica convencida,

mirando a sus estampitas y volviendo a prender unas velas.

Todos coincidían con la anciana. Ahora sí, habían desaparecido los

días turbulentos; esos que tanto daño le hicieron.

Núñez ya le había pasado al Juez las causas del robo y posterior

incendio en la casa de Vázquez, y las estafas reiteradas realizadas entre

Cuerda y Mansilla. También envió al juzgado la Beretta M 1915, calibre

7,65 que encontró en el domicilio del contador, aún con el olor de

recientes disparos.

Nicanor Mansilla no pudo explicar qué hizo o dónde estaba las

noches en que se cometieron los crímenes, aunque nunca confesó, el

Comisario daba por seguro que el autor de los homicidios era el

contador.

El abogado del contador poco pudo hacer. Ahora Mansilla tendría

que enfrentar un juicio por estafas reiteradas y por tres asesinatos

calificados. Era seguro que pasase el resto de su vida en la Cárcel.

El Comisario estaba satisfecho y orgulloso por su labor impecable.

Todos los culpables estaban presos. Moyano, Varela, Pancho, Cachilo y

el contador ya estaban pagando sus delitos en el Penal. Pero aún faltaba

la condena de cada juicio.

Hacía más de treinta años conducía la jefatura policial en el Pago y

siempre había resuelto todos los casos que abordó. Esto hacía crecer

sanamente su autoestima. Según él decía, abalado por una inmensa

experiencia, conocía casi todos los secretos del cerebro de los

delincuentes; hasta se podía jactar cuando aseguraba que a los bandidos

él los respiraba de lejos. Por esto le aseguraba al Cabo Rojas, como un

maestro que enseña a sus alumnos.

162

_Rojas, lo que pasa es que vos sos joven, ¡uyyy si tenés que

caminar todavía m`hijo! Pero no te preocupes cabo, con los años verás

que siempre el que las hace las paga. Nadie escapa de la justicia.-

En esos días llegaron seis nuevos inquilinos al Conventillo del

Cabotaje. Eran jóvenes inmigrantes, dos españoles, un polaco, un turco y

dos italianos.

Recién llegados a Buenos Aires en el mismo barco, contactaron

con gente del Pago de los Arroyos y así de inmediato consiguieron

trabajo en el Molino Harinero La Lissa.

Vicente mismo se encargó de confeccionarle los contratos y de

alojarlos en una de las habitaciones más amplias, con seis camas.

Casi de inmediato se integraron con el resto de los inquilinos.

Ahora Angélica tenía un nuevo preferido que era el napolitano recién

llegado.

Rápidamente se adaptaron a las costumbres del conventillo y poco

a poco fueron superando las barreras del idioma. En esta tarea todos lo

ayudaban.

Luego del trabajo, sentados en el patio al atardecer, Matilde,

Héctor, Adela y Ana, enseñaban español a cuatro de los seis nuevos

vecinos.

Desde un costado, en un cómodo sillón reforzado, Calvina observa,

mientras comía maníes que sacaba en una bolsa de papel de diarios

apoyada sobre su falda. Miraba especialmente al alto joven turco, ella

creía que se había enamorado perdidamente de él.

Días atrás, apenas lo vio llegar a la puerta con su modesta valija,

supo que ese sí sería el hombre de su vida, no tenía ninguna duda.

Después de la cena ella y el turco se sentaban afuera, a un costado

de las macetas de jazmines.

Calvina con la excusa de acelerar la enseñanza del idioma,

acaparaba al extranjero del resto del inquilinato y conversaba con

Almaeka hasta pasada la medianoche. Al principio no se entendían

mucho, eran más sonrisas que palabras; él se sentía cada vez más feliz

con su profesora, y ella al poco tiempo olvidó su luto. Ahora su corazón

era de Almaeka. Bastante tiempo después supo que su nombre

significaba: “Ángel” en el idioma árabe. Calvina creía que Dios,

finalmente, le había vuelto a mandar un “Angelito”.

Las primeras luces de la mañana entraron por la ventana

despertando a Balero, quien se desperezó, se sentó en la cama y

comprobó que sería un domingo excelente: decidió ir a su lugar secreto

para pescar un rato.

Después de prepararse y tomar un mate cocido, fue hacia el fondo

a buscar lombrices.

Unos treinta minutos después estaba de vuelta con el paquete de

carnadas y una bolsa de arpillera. Cerró con llave la puerta de su

habitación y corrió la cama un metro hacia un costado.

163

Levantó unas tablas del viejo piso de pinotea, quedando al

descubierto un gran hueco en el rincón. Extrajo unos objetos que guardó

en la bolsa, acomodó el bolso de cuero de carpicho, con una cuerda roja

anudada en sus manijas, en una de las esquinas del agujero, y tapó el

orificio; volviendo a colocar la cama en su lugar.

Media hora más tarde, con su gorra puesta, estaba sentado a orillas

de un recodo del arroyo Yaguarón, debajo de un tupido Paraíso. Aún no

eran las ocho.

Abrió la bolsa, sacó dos pesados ladrillos, tomó la carnada,

encarnó su línea y la arrojó con una boya al agua, luego clavo en la

arcilla de la costa la tacuara que sostenía el cordel de pesca.

Retiró de la bolsa una revista, Caras y Caretas, que empezó a

hojear, de atrás hacia adelante, al principio le faltaban las tres primeras

páginas, pensó un segundo y sonrió. La volvió a meter dentro del saco de

donde extrajo, cubierta por un lienzo negro, una impecable pistola Luger

P08, calibre 7,65 mm; la había comprado el padre en Hamburgo, a

principio de 1900, antes de embarcar buscando el exilio en la Argentina.

Revisó el cargador de 8 disparos, ya había usado tres.

Después de volver a colocar los dos ladrillos dentro de la bolsa,

introdujo en ella la pistola, anudó la punta, se puso de pie y la arrojó con

fuerza al medio del arroyo.

En los troncos del Paraíso vio dos horneros. Uno de ellos, desde

una rama más arriba molestaba al otro para que no entrase en el nido.

Volvió a sonreír, seguramente, como todo cambia, el pájaro que estaba

abajo mañana podría estar en la rama superior y se invertirían las

posiciones. Era la vida, así sucedía con todo. Hasta las caras que usan

caretas algún día quedan descubiertas; destapando las miserias

humanas. Y todo comienza de nuevo, todo vuelve a empezar; nada es

concluyente.

FIN

Marcas

Índice de argentinismos y lunfardo

A – Macana= Mentira

E= esquifuso= malvado, maldito

1 Listo el pollo = tarea concluida.

2 Gurises= chicos

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3 kurepas/Curepas= piel de chancho en guaraní. Termino con que se

llamaban despectivamente a los soldados Argentinos en la guerra de la

triple Alianza.

4 Paraguas= paraguayos

5 Atorrante= haragán

6 Quilombos=líos

7Despelotando= desordenando, alterando

8 Las casas malas= prostíbulos

9 Minas=mujeres

10 Afanar= robar

01: Amasijaron: castigaron, golpearon

02: Gente de Avería: gente de temer.

03:Conchabo: contrato.

11Ranas= astutos, vivarachos

12Dotorcito: forma de llamar al abogado o médico en el arrabal,

cariñosamente o despectivamente.

13 Cana= autoridad, policía

14 Bolazos=mentiras

15 Turro= aprovechador

16 Changas= trabajos irregulares

17 Pendejo=joven

18 Laburando=trabajando

19 Mangos=dinero

20 Bacancito=persona adinerada

21 Cobre=moneda

22 Tirando: esperando, difiriendo

23 Mariposón=marica

24 Escabiado=borracho

25 Guita=dinero

26 Raterito= ladrón de poca monta

27 Julepe=miedo

28 Pucha= exclamación

29 Farabute= farsante

a11: Convento: conventillo

a12:Tordito: Diminutivo de abogado

a13:Chirusa: Mujer, despectivamente.

a14:Sonar: matar.

a15:Tarro:suerte.

a16: Limpio: te mato.

a17: Cayetano: silencio, no hablés.

a18:yuta : policía

a19: Upite; suerte

30 Cobra= le pegan

31 Chamigo=amigo íntimo, voz paraguaya

32 Chanta=farsante

33 Estrolan= pegar

34 Malandra: delincuente.

35 Gil= tonto

36 Engrupir=engañar

37 Pavón zona del Río Paraná

165

38 Bolsa= Pegar hasta lastimar

39 Bocho= inteligente

40 Chamuyar= hablar, convencer

41 Otario= tonto

42 Piola= vivo

43 Mamado= ebrio

44 Relojea= mirar con disimulo

45 Punto= cliente

46 Chirusa= mujer ordinaria

47 Mina= mujer

48 Pescado= despectivo de mujer

49 Hinchapelotas= molesto

50 Fiolo= proxeneta

51 Faca= cuchillo

52 Achuro= destripar

53 Cafisho= proxeneta

54 Rajen= huyan

55 Tramoya= planear

56 Picatela= retirate

57 Gonca= cobarde

58 Pillado= engreído

59 Marchatrás= maricón

60 Piantado= loco

61Agachada= engaño

62 Matufia= trampa, engaño

63 piola= vivó, astuto

64 Biaba= paliza

65 Tongo=mentira

65A Bicicletear= engañar

66 Enquilombarle = ensuciar, confundir

67 Apoliye= sueño

68 Franela=caricias, sexo

69 Boletee= mentir

70 Catingudo= persona de olor fuerte, desagradable

71 Minga= nada

72 Bagayos= bolsos, paquetes.

73 Pican= irse

74Peludo= apodo de Irigoyen

75 yuta= policía

76 Cajetilla= pudiente

77 Cana= policía

78 Quilombo= lío

79 Quemaron= mataron

80 Sábalo= hampón orillero, mal viviente

81 Bardo= llamar la atención

82 Ratero= ladrón

83 Afanar= robar

84 Boludez= tontera

85 Boletearan= mataran

86 Trincar= fornicar

166

87 Despelotes= desmanes, líos

88 Fierros = armas

89 Estofado= negocio

90 Cabarotes= cabaret

91 Remarla= lucharla, pelearla

92 Pituca= fina

93 Reventador= violador de caja de caudales

94 Boleta= muerte

95 Malevo= compadrito, hombre violento

96 Patota= grupo violento

97 Menta= característica, parecido

98 Chotada= maldad

99 Metejoneado= enamorado

100 Buchón= informante, alcahuete

101 Ventudos= adinerados

102 Engrupidos= fanfarrones

103 Petiteros= amanerados, bien vestidos

104 Cascaron= golpearon

105 Piñas = golpes de puño

106 Guardan= esconden

107 Mishiadura= pobreza

108 Tarro= suerte

109 Embroncar= enfurecer, enojar

110 Enchastrar= ensuciar

111 Tirados= pobres

112 Persecuta= vigilancia, control

113 Pica= rabia, enojo

114 Pachanga= fiesta, diversión

115 Arrayar= organizar, preparar

116 Campanear = vigilar

116ª: Pispeando: observar disimuladamente.

117 Gambetearla= esquivar, evitar

118 Junado=conocido, visto

119 Calando= midiendo, viendo

120 Ñandejára tupa= Dios, Divinidad guaraní

121 kuñatai porá= mujer bonita- guaraní

122 Colchonear= dormir

123 Apoliyar= dormir

124 Rajando= corriendo

125 Pesebre= prostíbulo

126 Garquetas= traicioneros

127 Malandrinaje= gente de mal vivir

128 Cocinaron= mataron

129 Mulero= tramposo

130 Mufa= mala suerte

131 Trucha= cara

132 Bufonaso= disparo

133 Perejil= tonta

134 Boletearas= mataras

135 Chambón= tonto, despistado

167

136 Escabió= tomar hasta embriagarse

137 Mamado= borracho

138 Chupo= emborrachar

139 Bacanes= ricos

140 Pispear= espiar

141 Chorear= robar

142 Turros= vagos

143 Pelotudeando= paveando

144 Piantó= irse

145 Cachada= broma

146 Revires= locuras

147 Amasijalo= destruilo

148 Rabona= esconderse, no participar

149 Atorrante= Delincuente

150Fiambre= muerto

151 Copetuda= de la alta sociedad

152 Taita guasu=padre

153 Pelota=destruir

154 limpiaran= mataran

155 Piringundines= prostíbulos

156 Sabalaje= gente pendenciera

157 Mersa= gente vulgar

158 Langa= astuto, vivo

159 Pelotudear= molestar

160 Juná= mirá

161 Revire=locura

162 Bienuda= adinerada

163 Pedalear=dilatar, postergar

164 Capanga= jefe, patrón

165 Empilchar= vestir

166 Bolilla= hacer caso

167 Engualichó= embrujó

168 Cogotuda= mujer adinerada

169 empilchar= bien vestidas

170 Mangrullo= antiguos miradores de los fortines para divisar al indio

171 Fifí = amanerado.

172: Cotorro= Bulín.

173: Cafisho= proxeneta.

Marcelo Castelli

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