HOY
Lo llamaban Pavarotti por su parecido con el tenor italiano, y se jubilaba tres días después del asesinato. Admiraban la energía de un verdadero agente del orden, dirigiendo el tráfico de forma prodigiosa, como lo hace un buen director de orquesta y acompañándose de grandes gesticulaciones atléticas. En lugar de la batuta, un formidable silbato afirmaba su poder al que todos, incluso los peatones, nos sometíamos. Furgonetas de reparto, taxis, turismos, motocicletas y cualesquiera vehículos rodantes canalizaban su energía negativa por calles, de forma fluida y hasta elegante. Los paseantes como yo, paraban su paso para observar la armonía generada en hora punta, hora de nervios que él amansaba. Hasta los semáforos eran sometidos por su poder y ese fue uno de los problemas.
“Lo he visto todo –le dije al Policía Local- la conductora de ese Seat ha arrollado conscientemente al señor que acaba de fallecer. El semáforo estaba en verde para el peatón y esa conductora ha ido directamente a atropellarlo y creo que lo ha matado.”
Pavarotti, el Policía Local realmente llamado Juan Carlos Maldonado no me prestaba ninguna atención. Su prioridad era hacer paso a la ambulancia, evitar las aglomeraciones y atascos y, sobre todo, asistir a esa persona inerme y sin respiración aparente que me recordó un pesado saco de ropa vieja.
Fueron llegando varios refuerzos, la Guardia Civil que nos interrogó tanto a mí como a la propia conductora, que lloraba desconsoladamente y a varios de los presentes y curiosos. Con una parsimonia envidiable, el forense que aún olía a café y tostadas, certificó el fallecimiento instantáneo. El muerto se llamaba Tomás Sánchez y ya no era nadie.
MAÑANA
He tenido que ir varias veces a Comisaría para soportar una burocracia interminable, he repetido lo que ví a varios funcionarios que vegetaban junto a ordenadores apagados como sus miradas y no he podido convencerlos de que hablábamos de personas y no de papeles, que estaba seguro que aquella mujer lo hizo de forma meditada, que no se trataba de rellenar formularios sino de actuar y, lo más cercano que he percibido, fue cuando uno de ellos me dijo: “No se preocupe, ya este asunto está en manos de la Justicia y nosotros no podemos hacer nada”. Creo que ese Señor no ha pensado que la Justicia no es nadie, como Tomás Sánchez.
Todos me preguntan cosas extrañas desde hace varios meses. Quizás mis silencios o mis llantos les preocupen. No, no voy a dejarme barba aunque no me afeito; sí, me levanto todos los días y no me gusta quedarme en la cama; sí, es verdad que me levanto tarde, casi a la hora del almuerzo; sí, duermo mucho pero es lógico por las pastillas que tomo recomendadas por el psicólogo; no, no voy a dejar las pastillas por ahora, me ayudan a seguir investigando; no, no voy a olvidar lo que ví con mis propios ojos porque no quiero hacerlo; no, no estoy triste, es mi forma de ser, estar obsesionado es estar lejos de aquí en el lugar que yo he elegido….
Pavarotti, Juan Carlos Maldonado, se jubiló con honores tres días después y pasó a ser feliz porque siempre cumplió con su deber; la Justicia tardó cuatro años en confirmar que se había tratado de un accidente; las compañías de seguro pagaron fuertes indemnizaciones a la familia de Tomás; en la tumba de Tomás Sánchez alguien seguirá dejando flores frescas todas las semanas y esas mismas flores me acompañarán con su aroma mientras vaya a rezarle mi padremío cada lunes como aquél. Me gustan los Cementerios, es el único lugar donde se aprecian los vivos.
HACE MUCHOS AÑOS
Todos los niños estábamos encandilados con ella y todas las niñas la imitaban en su forma de peinarse o moverse, incluso algunas madres vestían como ella. Desde que llegó al Colegio, la Señorita Teresa lo inundaba todo y a todos. Muy joven, llena de energía y deseando cambiarlo todo, fue capaz de marcar nuestra vida de forma imborrable. Su asignatura, Lengua Castellana y Literatura, fue mágica para nosotros, no solo por las lecturas que nos recomendaba o por los descubrimientos del lenguaje sino, además, por la forma o el sitio en que se impartía. En cuanto a la forma, Teresa sabía cantar, dominaba varios instrumentos, lo teatralizaba todo incluso sabía llorar o reír a su antojo, una vez la ví bailar como los sauces que hay por la Fuente del Avellano. Por otro lado, dimos clase en lugares insospechados tales como el Campo del Príncipe o iglesias del Realejo, una vez, en el río, rodeados de nuestras madres y su ropa blanca tendida al sol, muchas veces más, nos llevó a plazas y jardines de Granada.
Cuando nos dijo que, para fin de curso, íbamos a preparar una obra de teatro nos dio mucho miedo pero todos nos apuntamos con alegría. Teresa siempre estaba feliz pero, el día que más feliz la vimos fue cuando nos explicó que el Ayuntamiento le había autorizado a hacer la obra por las calles del centro y que, por una vez en nuestra vida íbamos a ser los dueños de ellas. No entendimos lo que significaba eso de ser dueños de las calles pero nos explicó que íbamos a convertirlas en juguetes nuestros, que seríamos como los grandes conquistadores de la historia, como Alejandro Magno o Cristóbal Colón…. Lo de Colón lo entendimos y, a partir de aquél día, andábamos por la ciudad de una forma distinta, era como si nuestros pies desnudos pisaran arena blanda de playa momentos antes de echarnos a volar.
El guión de la obra, de nuestra obra, de la única gran obra de nuestra vida fue íntegramente imaginado por Teresa. Grandes hordas prehistóricas y brutales, salidas de las montañas y armadas con la Ignorancia representada por gruñidos, ruidos desafinados, herramientas burdas y andrajos, intentarían invadir Puerta Real y, en la Fuente de las Batallas, defendidos por la Cultura terminábamos venciéndolos y atrayéndolos al lenguaje, a la música, a la tecnología, a las artes, al amor.
Yo vestía de poeta y me sentía bien pero no sabía lo que era sentir. Mi madre me preparó un conjunto de trovador con gorro de mosquetero, arpa de plástico y una capa azul que me llegaba hasta los talones. Cuando, tocando el arpa, logré apaciguar la violencia de los incultos y todos comenzaron a cantar mi poesía y a bailarla supe lo que era sentir.
A Juan Carlos Maldonado lo disfrazaron de Música aquél día y su gran amigo Tomás Sánchez, enemigo inculto en la obra, representó la Guerra. Con sus baladas Juan Carlos calmó al gran guerrero y a su tropa, lo atrajo hacia la melodía y lo convenció para que tocaran juntos una sinfonía melodiosa. Ambos se abrazaban eufóricos rodeados de aplausos. Fue el momento triunfal y Teresa lloraba de felicidad. La Paz por fin llegaba a la humanidad.
Al terminar la obra esta ciudad ya no era la misma ciudad, sus gentes tampoco. Durante muchos días más sentimos que todo era nuestro, de los niños y de Teresa, de la Cultura y de la risa o el baile. Aquellas calles nunca volvieron a ser las mismas.
Nosotros tampoco pero, luego, llegó el olvido y perdimos lo conquistado.
HACE TRES MESES
Tomás reconoció a Teresa una noche de copas por Granada. Habían pasado treinta maravillosos años por ella y los mismos treinta miserables para él. Enfermo terminal y pobre como las ratas moría cada día en diferentes y sucias esquinas de unas calles que, una vez fueron suyas, mientras su mujer e hijos iban de casa de acogida a pisos okupados y viceversa. Se tomaron varias copas de más. Esa misma noche, Juan Carlos los detuvo por alterar la paz vecinal y cantar a deshoras y sólo los reconoció al llegar a Comisaría y ver su identidad. Después de eso, se siguieron tomando copas de más y cantaron como niños.
Unos días después se volvieron a reunir para rememorar su niñez, su vida y, sobre todo, hablar de la felicidad. Teresa, después de varios intentos fallidos renunció a amar y a amarse pero encontró muchas vidas alternativas en las obras que escribía siendo una de las mejores guionistas de series que siempre eran de de ficción. Juan Carlos nunca pudo aceptar las injusticias y acabó dirigiendo el tráfico y soñaba con ser justo dueño del resto de su vida. A Tomás, un mal rayo lo partió por la mitad, quedándose en el paro con 40 años y soñando con ser el dueño de su muerte.
No fue difícil para este grupo de amigos planear el accidente en Puerta Real con el que, los tres, lograrían una parte de sus objetivos vitales y mortales.
Y YO
En un enorme costurero viejo y desvencijado guardaba mi madre fotos familiares antiguas y de aquella obra de teatro. Una de ellas llamó especialmente mi atención. Teresa, en el centro, llevaba una máscara veneciana y una corona de hiedra como Talía, la Musa de la Comedia y abrazaba a su lado a Juan Carlos y a Tomás, todos ellos con amplias sonrisas y yo, un en la fila de abajo levantaba mi arpa orgulloso. No me incluyeron en el último guión de Teresa y yo no los reconocí aquél lunes pero mi papel de trovador recobró su sentido. Voy a afeitarme.
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