«Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá de Orión.He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.”
Blade Runner (Riddley Scott, 1982)
No sé a ciencia cierta qué ha sido de mi pareja. No tengo noticias de ella hace mucho tiempo y eso me preocupa. Claro que, por otra parte, tampoco sé cómo he acabado trabajando para el cine y la televisión, pero ese es un asunto menor. No recuerdo cuándo he salido de mi casa, cuándo he llegado a esta playa en la que me gano la vida. ¿Quién me ofreció este puesto, de dónde vino la oferta? Sé que ni lo sé ni lo voy a saber, con esa certeza fatalista propia de los sueños, pero ahí estoy.
Entonces me entero de lo que ha ocurrido con Mariví. Al marcharme yo de Madrid, parece ser que sin decir ni una palabra, se ha ido a Estados Unidos y se ha casado en Kentucky con un tipo bastante peculiar. Es un mountain man, que curiosamente tiene un estilo muy similar al mío de hace seis o siete años: barba y bigote entrecanos y una larga y cuidada melena en la que también asoman las canas por doquier. Eso sí, parece más viejo y cansado que yo y no resulta ni la mitad de atractivo de lo que yo era. Tienen un niño y un gato, y se ganan la vida haciendo exhibiciones de tiro con armas de avancarga, en cuyo manejo ambos son expertos. Y cuando ella se entera de que me voy despertando, hace las maletas y se presenta de nuevo en España. Yo sé, con toda seguridad, que ha decidido abandonar a su marido y volver conmigo, y estoy encantado de la vida, aunque ignoro qué demonios vamos -va- a hacer con el barbudo, porque con respecto al niño y al gato está claro que es lo que pretenderá.
De manera que cuando la veo entrar en la UCI todos los días a la hora de la visita, que espero impaciente, después de besarla le pregunto por su niño y por su gato. No es que ninguno de los dos me interese gran cosa, la verdad, pero me parece lo correcto. Me reservo la espinosa charla sobre su marido para otro momento, de modo que nunca abordamos ese desagradable asunto. Las primeras veces que le pregunto sobre su hijo y su mascota, noto que me mira y, o yo no recuerdo la respuesta o es que ni siquiera me contesta. Sí la veo intercambiar miradas con su hermano Javier, pero no sé a cuento de qué vienen. Mucho después, y ya completamente despierto, me contarán que mis médicos sospechaban que la prolongada sedación podía haberme causado alguna lesión neurológica seria, así que se les ponían los pelos de punta ante una cualquiera de mis alucinaciones. Recuerdo que me compraron una pequeña pizarra para entenderse conmigo por escrito, puesto que mi traqueotomía me impedía el habla por completo. Yo pensaba que el lápiz era magnético, porque en cuanto intentaba escribir algo, era como si se quedase pegado a la pizarra por la punta: imposible trazar una sola letra medianamente legible, no digamos ya una frase completa. Cuando conseguía escribir algo, corto y atropellado, muchas letras estaban del revés, lo que puede suponer una señal clara de lesión cerebral. El súmmum de aquellos miedos se produjo en la ocasión en la que me arranqué a escribir en inglés mientras, a base de susurros, intentaba hablar con ellos en castellano, aún lo recuerdan con pavor.
Cierto día, y al formularle por enésima vez la pregunta en cuestión, se me quedó mirando muy fijamente y me dijo: “A ver, Mariano, soy Mariví, tu pareja; sigo viviendo en la calle Lista, sigo enamorada de ti, no me he casado con nadie ni aquí ni en Estados Unidos y no tengo ni un niño ni un gato. Sí que tengo un perro enorme que se llama Tizón y es muy pelma, pero eso es todo”. Entonces, y solamente entonces, comencé a aterrizar: empecé a recuperar, súbitamente, un sentido de mi realidad todavía un tanto relativo, pero ahí estaba. De todos modos, me costó un cierto tiempo convencerme de que lo que ella me contaba era verídico, que lo que yo pensaba no era más que una ensoñación absurda, basada en qué se yo qué cosas.
Pero todavía me quedaba un largo camino antes de despertarme del todo. A las pruebas me remito.
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