Ha sido una semana larga y tú aún me preguntas que 

¿qué voy a hacer con ese desierto mío? 

  La verdad es que no lo sé. Ya ni siquiera me molesta que lo llames así, ya no me ofende. Si bien la definición de un desierto es, según la RAE, “un territorio deshabitado, seco y arenoso”, entonces no es verdad eso que dices, porque tú habitas en este desierto y eso automáticamente lo descarta como tal. 

En cuanto a las otras características…        ¿Seco?

Puede ser. Es verdad que el afecto que emana llega a ser seco, tanto, que no te bastó a ti y posiblemente no le llegue a bastar a la persona promedio.Tan seco que a veces era yo misma la que anhelaba la abundancia y el amor y el cariño y el apego y hasta el sufrimiento que implica. Porque ya que conoces la abundancia, ¿por qué te quedarías con algo escaso? ¿Por qué te quedaste en mi desierto? Una incongruencia más entre las muchas que me dejas a pensar, pero esta con un sutil sabor a hipocresía. 

Ahora, ¿arenoso? Francamente eso, de toda la definición, es lo que más me atosiga. Arenoso llama al niño que aún piensa que, a los 19 años, su mamá le va a resolver la vida; arenosa llama a la mujer ya adulta que no respeta a los jóvenes por ser jóvenes; arenoso llama a todo aquel que se niega y se cierra a pensar en alguien que no sea él mismo… pero no me llames a mí ni a mi desierto (que no es un desierto) arenoso. No te juzgo ni te culpo por usar esa palabra para describirlo y, sinceramente no sé qué voy a hacer con el. 

Solo sé que le voy a buscar un nuevo adjetivo y a ti, un mejor diccionario.

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