Hacía mucho calor aquellos días. Sin embargo, su corazón lentamente se congelaba como si estuviera en un bote a la deriva al cual la corriente arrastró y ahora lentamente se acercara a las aguas congeladas de Siberia.
Sentía el desamparo que podría experimentar cualquier náufrago al ver su barco y esperanzas hundirse frente a sus ojos, sin que hubiera algo que pudiera hacer para evitarlo.
La incertidumbre y el miedo se apoderaron entonces de todo su ser.
¿Habría aún algún futuro por el que luchar? Y lo que es más, ¿Tendría aún algo de fuerzas para tan siquiera mantenerse en pie otro día más?
Un amargo suspiro escapó de sus labios mientras miraba por la ventana con la mente y el cabello hechos un desastre y bajó la mirada hasta su taza de café.
Pero entonces se dió cuenta de que no podía ver su reflejo y mucho menos tomar la taza. Esto le desconcertó severamente y mirando a su alrededor en busca de alguna respuesta se encontró con su propio cuerpo que colgaba inmóvil a unas pulgadas del suelo.
La escena alivió sus dudas. Ahora sabía por qué todo se sentía tan frío y carente de sentido.
De repente se puso de pie y fue hasta aquel cuerpo inerte y con una sonrisa desdeñosa le dijo: «Imbecil… Al menos te hubieras acabado primero el café.»
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