Llega una edad en la que definitivamente, y casi por regla, los gustos cambian y aquello que nos parecía «cosas de viejos» nos toca a la puerta y no queda más que abrirles paso y dejar que se instalen cómodamente mientras desechamos lo que ya no importa para hacerles un espacio en nuestra vida.
Tal parece que las plantas, esas que día a día veíamos cómo la abuelita regaba, las que la mamá consentía y las que la tía arrancaba de cada casa para luego re-sembrar en el patio, hoy se constituyen en el objetivo número uno para adornar la nueva casa. Y es que en realidad es increíble cómo logran cambiar cualquier ambiente con su presencia. Las hojas verdes dan paz, las flores de colores dan luz y todas juntas constituyen el ambiente más ameno que se podría lograr. Es como una compañía extra, no?. ¿Cómo no lo había notado antes? Seguramente no las había visto tan atractivas como para acaparar parte de mi encanto y lograr ensañarme con llenar el balcón con todas las que pueda.
Y ni hablar de querer sembrar para comer más orgánico; cilantro, papas, zanahorias, tomates, ají, cebollas. Por Dios! me causa gracia y varias sonrisas se escapan mientras redacto, por lo inevitable de la vida, por la madurez que viene con los años, por verme envuelta y levemente comprometida con lo que, algunos años atrás, era un poco insignificante.
Sin embargo, feliz me siento de esta nueva pasión; es como conectar con la naturaleza y rendirle un pequeño tributo en los pocos metros cuadrados dónde paso mis días. Para que cuando el tiempo traiga mis hijos, si Dios así permite, me vean regando, cuidando y hasta hablándoles! y piensen igual que yo, que eso es «cosa de viejos»; lo que no sabrán es que me encargaré de que dicha «vejez», les llegue prematuramente.
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