El aliento de mi interior nubla el impecable espejo en donde solía encontrar mi imagen. ¿Dónde está aquel ser que yace tras el cristal? En su lugar veo a alguien, parecido tal vez, pero nunca igual.
El pasar de los años ha sido eterno y la juventud solo viene a ser un instante en medio de un presente aterrador; un presente en donde no me veo, un presente en el cual no existo. Sobre todas las cosas que vienen a mi mente debo confesar algo estremecedor; la verdad, la innegable verdad es que ya no soy quien solía ser. Aquel personaje extraño y desconocido que veo esta mañana frente al espejo soy yo, tristemente así lo es.
Hace cierto tiempo, el cual no puedo definir como poco o mucho, era diferente. Era un ser variable, más ingenuo, más torpe, pero lamentablemente más feliz. Eso creo, tal vez ya no reconozco la felicidad, o quizás ya no la puedo sentir. Maldito sea el día que me perdí a mi mismo, maldito sea yo por que no puedo recordar cuando fue. Cuando fue la última vez que sonreí como un niño, cuando fue la última vez que grité de alegría, cuando fue la última vez que me vi al espejo.
Sin embargo, mi aliento aún sigue nublando el cristal, aún estoy vivo, aún estoy aquí. La persona que extraño, la persona que anhelo volver a ver ya no está; solo yacen en mí los recuerdos tan bellos que viví en un tiempo que ya no existe, después de todo el hombre que fui ayer se ha ido; sus acciones, sus palabras y su voz ya no retumban en el plano de la existencia; lo único que queda de él son sus pensamientos, aquellos que se mantienen inamovibles ante el vibrar del tiempo y el espacio, aquellos que se convierten en palabras que rondan dentro de mi cabeza llevándome a dudar quien es el que yace frente a mí.
Y así, en este instante que pudo haber sido un siglo o un segundo, veo y no veo, toco y no toco; siento y sigo sintiendo. Este sentimiento, esta sensación que nace de aquellos pensamientos, de todas estas memorias que han pertenecido a los seres que ya no están, han trascendido el mundo efímero para volver a ser parte de mí; para recordarme que la felicidad no ha pasado, que no siempre fue feliz y que pronto volveré a serlo. Porque pronto dejaré de existir y me convertiré en un polvo existencial que recorrerá el cosmos para llegar a un cuerpo futuro que puede llegar a sentir, que puede ser feliz; y tal vez yo, en medio de mi travesía para alcanzarle, le pueda ver al otro lado del espejo mientras él, taciturno, no vea a quien realmente es.
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