Le temo al olvido y al deterioro.
A poder envejecer y no verme joven.
A la falta de glamour en las arrugas.
No quiero perder la capacidad de asombro, pero con las heridas nada me causa la más mínima sorpresa.
Odio la idea de no poder viajar, de llegar a la edad en la que no sea bien visto.
Etiquetas, estigmas y jodido espectáculo.
Odio crecer, pero agradezco las libertades, el placer y el sexo.
Benditas esas amistades que no me dejan.
Como aquel gran mentiroso con juramento palpable y mano en un polvoriento libro de leyes.
Jure que odio las mentiras y el fracaso.
Acepte mis errores pero los volvería a cometer.
Probablemente ahora me maten o vuelva de nuevo a escribir algo más profundo y con más alma.
Pude jurar que el amor era ese monstruo bajo mi cama.
Pero al buscarlo en las frías madrugadas me encontraba con que en realidad si eran mis monstruos.
La señora soledad.
El señor dolor.
Y sus tres niños:
Llanto
Desesperación
Y ansiedad.
Después de ver crecer a esa familia presencié el divorcio de aquel matrimonio, y vi cómo los niños se volvían adultos y dejaban su hogar.
Lo encontré. Lleno de polvo, chico, indefenso y con miedo, el amor.
Cuando tuve la oportunidad de hablar con él me di cuenta que decía lo mismo que yo.
Me miraba de la misma manera y se movía al mismo ritmo.
Al parpadearás un par de veces comprendí que solo era un espejo.
Un espejo que me sonreía y me lloraba.
¿Hace cuanto que no hablaba con mi reflejo?
-Te estás haciendo viejo- Me dijo.
-Tu te vienes conmigo infeliz- conteste sonriendo y me fui.
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