Historias de amor en un mundo apocalíptico. Capitulo 1

Historias de amor en un mundo apocalíptico. Capitulo 1

Ya pasados los seiscientos años, creo haber perdido toda mi humanidad. Veo lejanos aquellos tiempos en los que mi cuerpo era cálido y frágil. Mis emociones también han cambiado, apenas tengo sentimientos, solo efímeros momentos parecidos a la felicidad, tristeza o rabia… Guardo en mis circuitos de información neuronal, lo que antes llamábamos recuerdos, un sinfín de rostros, momentos y lugares. Tengo almacenados millones de olores e imágenes que me hacen viajar en el tiempo y volver con aquellos que quise tanto. Me conecto a mis recuerdos y paso horas, incluso días, inmóvil e inerte, en la oscuridad de mi habitación, pasando este tiempo eterno. Creo que el único sentimiento que albergo, es esta soledad y añoranza por los que ya no están. Nunca llegué a superar la muerte de Alejandra, ese gran amor que tanto tardó en llegar a mi vida, pero la pérdida de mi hermana me ha dejado vacía, era la única conexión que aletargaba mi deshumanización. Toda curiosidad e interés por la vida, el arte, la ciencia… todo eso que antes me apasionaba, por lo que tanto había soñado y luchado, ya no existe. Se esfumó, ahora solo soy un montón de chatarra mil veces reparada y reprogramada. Me he convertido en un transhuman. Nos diferenciamos de los robots en que nosotros hemos sido humanos completos que con el tiempo hemos necesitado cambiar todas las piezas, hasta convertirme en esto. Todo en mí es artificial, menos mis neuronas, o más bien dicho la estructura de lo que fue mi mapa neuronal. Ya no debe quedar ninguna neurona original, las que tengo siguen manteniendo mi identidad, mi sentimiento del yo. Algunos lo llamarían alma.

Este diamante que cuelga de mi cuello — “Lo agarro con las manos delicadamente y se lo muestro a este extraño ser que ha perturbado mi día” —, es lo único que me ha mantenido con vida estas últimas décadas. Llevo demasiados siglos protegiendo el secreto que lleva oculto y ya estoy cansada. Hemos sufrido demasiado dolor por proteger esta maldita fórmula de inmortalidad. Hoy, ya no merece la pena. Ha cambiado el mundo tanto que me siento desconectada de todo. Voy a dejar de contarte como me siento hoy, para comenzar a relatarte como ha sido mi larga e intensa vida.

~ UN NUEVO RENACER ~

El espejo me devolvió una imagen borrosa, llevaba casi un año dormida y no conseguía enfocar bien mi propio rostro. De fondo podía escuchar a Roma y Aaron pero no podía entender lo que decían porque tenía los sentidos adormilados. Me encontraba en una sala blanca con demasiada luz para mi estado, tumbada en una camilla e incapaz de moverme. A mi lado había un desconocido, lo pude apreciar por su voz, nunca antes le había escuchado. Me preguntaba con tono grave y masculino si reconocía el rostro que reflejaba el espejo mientras él lo sujetaba frente a mí. No podía contestar a esa voz fantasmal, aquel espectro que me hablaba. Pensé que quizá fuera un sueño.

—Hermana, estoy aquí contigo, te echaba de menos. Despierta pronto que tenemos mucho de que hablar —Reconocí el rostro nublado de Roma y en ese torbellino de confusión sentí un poco de alivio. No conseguía recordar porque me encontraba allí tumbada sin poder apenas moverme.

Una mano se posó en la mía y la acarició —Ya casi lo hemos conseguido, todo ha salido perfecto y otra vez te tenemos aquí –– La suave voz de mi hijo Aaron fue seguida por un beso en la frente. El calor de su boca en mi rostro hizo que mis dudas sobre realidad o sueño se disiparan.

—La tenemos estabilizada, vamos a ir levantándola poco a poco —dijo la voz masculina.

Me sentaron e hicieron varias pruebas de reflejos. Seguía aturdida y poco a poco mi vista fue enfocando esos rostros que no paraban de sonreír. Al fin pude ponerme de pie y agarrada de las manos de Roma pude dar mis primeros y torpes pasos después de estar inmovilizada durante tanto tiempo. A solas, en el cuarto de baño y de nuevo con un espejo frente a mí, pude observar mi rostro nítidamente. Todas mis antiguas arrugas habían desaparecido, mi cara volvía a tener esa forma semi-ovalada de la juventud. Con mis manos ansiosas por tocar esa piel nueva y tersa, repasaba todas las facciones con miedo a que se fueran a esfumar de un momento a otro. Tocaba ese rostro que un día fue mío y que el insoportable paso del tiempo borra, para forjar a base de experiencias, otras formas, otras caídas y texturas. Y ahí me encontraba, amando mi rostro, joven de nuevo, con la sensación de que al salir de ese feo cuarto de baño me esperaba la vida. Toda una vida por delante, lo mismo que se siente cuando tienes veinte años. Antes de someterme al experimento era una mujer de setenta y cuatro años, sana y feliz, pero mayor. Ahora me encontraba con el físico y los órganos de una mujer de treinta. Pasaron unos días más de incansables pruebas antes de darme el alta. Fui recuperando toda la energía, incluso más de la que tenía antes de la intervención. Mi memoria recobró todo su esplendor, me sentí preparada para seguir con mi vida, o quizá debería decir, una nueva vida.

Hicimos una gran fiesta para celebrar el triunfo del proyecto de Aaron. Mi hermana Roma fue una gran ayuda para él, ya que ella también fue uno de los científicos que acompaños a nuestro padre en esta gran aventura. Yo, en silencio, de una manera egoísta y ególatra estaba celebrando mi nueva y floreciente juventud. En el salón de mi casa se encontraban todos; mis hermanos, tíos, primos, amigos…Nadie podía fingir su expresión de asombro al verme después de un año y tan rejuvenecida, aun sabiendo todos ellos, el proceso por el que había pasado. No todos los miembros de la familia estuvieron de acuerdo en que se realizara el primer experimento en humanos sobre mi propia persona, no entendían que Aaron y mi hermana me pusieran en tal peligro. Yo fui la que insistió, e incluso les llegué a obligar como inversora del proyecto que era. Arriesgaba mucho, mi vida, pero si salía bien podría ganar la inmortalidad, o eso me gustaba creer.

—¿Has hablado con tu padre? —le dije a Aaron cuando se acercó a mí ofreciéndome una margarita. Su gran altura le hacía destacar del resto del clan familiar, tenía un porte elegante. Llevaba puesta una camisa blanca que le regalé hace años y que él sabía, me encantaba —. No hemos hablado desde que desperté.

—Está de camino, me llamó para decir que llegaba tarde porque tenía que esperar a Gloria.

—¿Quién es Gloria? —le dije extrañada

—Oh, bueno…es la nueva novia de papá, recuerda que has estado dormida nueve meses y medio, no me ha dado tiempo en ponerte al día de todo lo que ha pasado durante este tiempo. —Trató de justificar.

Roma entró en la conversación —Albert no puede estar sin mujeres ni en la vejez, a ver si aprende a estar solo algún día —Cuando algún tema le ofendía, lo solía hablar con mucha pasión, como si pudiera arreglar el mundo solo con palabras. Sus grandes ojos azules se abrían y su pequeña nariz perfecta que heredó de nuestra madre y luego pasó a mi hijo, se encogía a la vez que gesticulaba. Se llevó los mejores genes de la familia. Ya entrados en los cincuenta, parecía una mujer diez años menor, con gran vitalidad y una fuerte personalidad.

—Pues si no le gusta estar solo que no se hubiera separado de tu madre. Al final lo que ha conseguido, es vagar de mujer en mujer.

—Siempre estás igual, deja de dar vueltas a algo que pasó hace tanto tiempo —le dije a mi hermana indignada.

—Se ha pasado la vida mareándote y dándote esperanzas. Así que no me digas que fue hace tanto tiempo. Nunca rehiciste tu vida con nadie y fue por él. A mí no me engañas —Aarón escapa de la conversación quitándole la margarita a su madre.

—Cada vez que sale el tema Albert a relucir, te entra el tembleque en el ojo derecho — Contesto a mi hermana sin poder evitar reír —. Hablando del rey de Roma, voy a saludarle que muero de ganas por ver la cara que pone cuando me vea —Y fui directa a mi encuentro con Albert.

Había pasado un año desde que no me veía toda la gente que había en la reunión. Para mí, fue como si les hubiera visto la semana pasada, yo estuve dormida, ellos no. Albert estaba frente a mí, sus ojos no dejaron hablar a su boca, recorrieron mi rostro y mi cuerpo sin articular palabra.

—¿Qué te parece mi cambio de look? —le dije burlona. Durante todo el proceso de regeneración celular no quiso venir a visitarme porque estaba muy enfadado por la decisión de prestarme al experimento y noté el fuerte impacto que le produjo ver mi nuevo aspecto.

—¿Y es en esto, en lo que queréis convertir a la humanidad ?¿ En viejos jóvenes?

—Tú y tus dulces palabras. Me gusta saber que nada ha cambiado en mi ausencia ¡O sí! ¿No me vas a presentar a tu nuevo amor?

Fue una bienvenida cálida, tenía la suerte de tener una familia que se llevaba bien, dentro de los parámetros normales en que se pueden llevar bien los miembros de una familia, ya que es bastante difícil poner de acuerdo a tanta gente con la misma sangre. Aun teniendo diferencias, manteníamos buena relación y hacíamos de nuestras reuniones momentos agradables, la mayoría de nosotros nos dedicábamos al sector sanitario. Mi hermano Pablo, fue el rebelde de la familia y estudió empresariales, recién terminada la carrera se puso a trabajar en la farmacéutica de la familia de Albert y terminó siendo el subdirector por sus brillantes estrategias de marketing, cualidades que nos beneficiarían para la nueva empresa que estábamos a punto de formar, mi hijo, Roma, Pablo y Samuel, la voz masculina que escuché el día que desperté del experimento. Albert, aun siendo uno de los socios inversores del proyecto, no quiso pertenecer a la empresa, ya que no creía en ella. Simplemente dio dinero a su hijo para que siguiera con sus proyectos pero no quería comercializar el tratamiento. Siempre tuvo serios conflictos con su padre, una lucha constante para que se escuchara su voz en la farmacéutica donde trabajaba con su familia. Su padre nunca le dejó hacer nada libremente y no quería cometer el mismo fallo con Aaron, por eso, aunque no estuviese de acuerdo, apoyó sus sueños hasta el final.

Ese día los invitados tardaron mucho en marcharse. Como siempre, la última en irse fue Roma, que ya, incluso entrada en edad adulta, mantenía su espíritu jovial. No era una persona que abusara del alcohol, pero como ella decía —Una fiesta sin una copa en la mano y un par de hombres guapos cerca, no es una fiesta— Y ahí estaba, con una copa vacía en la mano y sin ningún hombre guapo cerca, así que no tardaría mucho en irse.

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