La certeza de estar vivo, es todavía sentir dolor

La certeza de estar vivo, es todavía sentir dolor

Yanara

13/04/2020

Todos experimentamos el dolor alguna vez y sabemos que es demasiado fuerte, constante e intenso. Se siente como morir mientras vivís y en ocasiones podríamos definirlo como una especie de “agonía”.

Al sentirnos adoloridos, nada resulta más costoso que el querer fingir la sonrisa, el intentar tapar las heridas con una máscara de papel, para que nadie se entere ni pregunte, para que nadie lo note.

Quien nos conocen realmente puede ver el dolor en nuestra mirada sin que le dirijamos la palabra, pueden notar que se nos está acabando la luz y a nuestro compañero, el desgano, quien nos acompaña. También pueden ver como la soledad nos abraza sin perdernos de vista.

El dolor puede aparecer de diversos sentimientos, como el desamor, el odio, el rechazo, la confusión, la desilusión y todo lo que alguna vez nos causó dolor. Esas pequeñas cosas que existen en nuestra mente y nos amenazan el corazón.

Cuando nos lastimamos alguna herida superficial nuestra primera reacción es intentar curarla, taparla y aliviarla, queremos que no queden rastros de que eso alguna vez sucedió, pero las que fueron profundas, siempre nos dejan una cicatriz.

Donde quedan cicatrices, nada vuelve a ser igual. Si nos tocan la herida mientras está intentando sanar, lo más probable es que se infecté y vuelva a abrirse.

En la vida, al igual que las heridas físicas, también intentamos sanarlas e intentamos parar el dolor, evitar que se desangre. Las heridas profundas llevan más tiempo de curación y son más visibles. Si tocamos la herida antes de que pueda sanarse por completo, volvemos a sentir ese intenso dolor. Todos asumimos que, pese a que la herida sane, nunca vamos a ser iguales porque esa marca se volvió indeleble en nuestras vidas, todos los que nos vean van a poder notarla, pese a que algunas queden escondidas y no todos tengan la agudeza visual para saber que están ahí, quedaran alojadas en el fondo del alma.

Sé que no queres seguir llorando, pero pareciera que es lo único que sabes hacer. No ves la salida y tu cuerpo sólo tiene ganas de quedarse inerte ahí, sin ánimos de moverse. Estas encerrado tirado en tu cama, refugiándote en la oscuridad, pensando y volviendo a llorar, recordando para torturarte un poco más.

Necesitas encontrar la razón para volver a estar bien, queres estarlo y algo dentro tuyo te dice que podes, pero en estos momentos no podes ver con claridad.

Tocaste el fondo, como muchas veces antes, pero tu mente te recuerda que vas a resurgir de las cenizas como anteriormente lo hiciste, te avisa que antes también lo veías imposible y no era real.

Entiendo que ahora lo veas imposible o crees que requiere de una fuerza que ya no existe en vos, porque no tenes ni fuerzas ni ganas de tratar de entender por qué las cosas te pegan tan duro, con tanta intensidad. Las cosas que no tienen solución no deberían volverse un problema, pero lo son, porque pecamos de arrogantes intentando solucionar todo lo que nos pasa, lo que nos duele y lo que no. No aprovechamos del proceso y la evolución mental que requiere poder sanar. 

En estos momentos no podrías decir cuánta agua te queda en el cuerpo, tampoco entendes si llorar te está haciendo bien o mal. Sólo tenes en claro que cuando dejas fluir las lágrimas, ese nudo en la garganta se afloja y te sentís un poco mejor.

El malestar mental también se vuelve físico, nada te duele más que sonreírle al mundo cuando solo tenes ganas de dejar de existir para que esas preocupaciones que te aquejan, mueran con vos.

Hay algo de vos que te dice que rendirse nunca fue una opción, pero es la más fácil. Generalmente, te disgustas por la gente que se victimiza constantemente, pero en estos momentos sentís que te convertiste en eso que odias, ahora te odias un poco más.

Dicen que el dolor es inevitable, pero que el sufrimiento es opcional. Sé que pensas que esa frase carece de sentido, porque reflexionas y te das cuenta que no sabes si el dolor se puede realmente evitar, porque el mundo no es estático y todo cambia constantemente. Dudas de si el sufrimiento es opcional, porque nadie elige sufrir porque se siente cómodo, todos sabemos que estar bien depende de vos, pero ¿cómo se hace cuando no damos más, cuando perdemos el rumbo de la vida?

Cuando algo nos duele, no somos igual. Algo está alterando nuestra estabilidad mental y nos cambia la forma de actuar frente a la vida.

El dolor propio no nos nubla el juicio para opinar sobre el dolor de los demás, porque siempre nos resultará más sencillo decirle a los demás como dejar de estar mal. Su caos parece más sencillo, al igual que a los otros les parece fácil encontrar la salida de nuestro túnel personal.

La explicación sencilla es que podemos imaginarnos lo que sienten los otros, pero no podemos sentirnos como ellos. Podemos imaginar su situación, pero no la estaríamos viviendo y nos resulta fácil tomar decisiones cuando se nos presentan diversas opciones, pero no estaríamos perdiendo nada, porque no somos los partícipes directos de esa guerra.

La razón y los sentimientos funcionan a ritmos diferentes en nuestro cuerpo, por eso la cabeza toma conciencia de lo que tiene que hacer primero que el corazón. El corazón sólo se limita a sentir y actúa en consecuencia.

Nunca nos preparamos mentalmente para caer, y cuando lo hacemos sentimos una carga pesada llena de frustraciones, enojo, dolor y ansiedad.

Es cierto que uno no cae al vacío por una sola cuestión, siempre es una sumatoria de cosas, pero la famosa “gota que rebalsó el vaso” es la que nos avisa cuando ya estamos en el fondo.

Creo que no se trata de enojarnos por haber dado todo, ni de querer, amar, extrañar o decir todo lo que sentimos. Tampoco se trata de haber exigido lo que nos merecíamos. Lo que realmente nos desestabiliza es que después de tantas pruebas fallidas que la vida nos puso en frente, no podamos todavía entender el objetivo, dejamos de entender que es lo que se supone que tenemos que aprender o en que estamos fallando.

Sentimos que dando o sacando, siempre nos toca perder.

Seguramente estas en uno de esos momentos en donde solo queres desaparecer, ya no tenes ganas de seguir el ritmo al que va el mundo, está siendo demasiado rápido y nunca te gustó la velocidad. No tenes más ganas de luchar porque parece que nunca conseguís nada y hasta llegaste a sentir bronca por gente que nunca se esfuerza para conseguir lo que tiene y no valora nunca lo bueno que le pasa, pero aun así, gana. Si haces cosas buenas y la vida te devuelve malas rachas y si haces cosas malas, la racha es mil veces peor. Dejaste de entender el mundo, a su gente y hasta a vos.

    Te queres ir. Pensar que tenes obligaciones a las que no les importan tus pocas ganas de vivir, e igual te exigen cada vez más, te sobrepasa. El saber que todos los días tenes que fingir ser feliz frente a los demás, cuando no tenes ganas de hacerlo, te pone peor. Tu cerebro da tantas vueltas que no queres ni pensar. Queres hacer de tu país esa habitación, donde estas acostado, con todo oscuro y no le permitís a nadie verte mal, sólo a vos y a los fantasmas que te hablan y no te dejan ni un segundo de paz mental.

    Te prometo que vas a estar mejor. Aprovecha cada golpe de la vida para demostrarle de que estas hecho, al fin y al cabo, ¿Quien nos quita lo bailado?

    Lastimosamente, esta no será ni la primera ni la ultima vez que toques fondo, pero siempre acordate que desde el fondo, solo resta volver a subir. Confía en vos y en el universo. Todo pasa por algo y lo que no, también…

    Depende del cristal con el que elijamos ver la vida, elegiremos volvernos fuertes o ser victimas. Y, quienes se victimizan, nunca pueden dar cuenta de su valía. 

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