«El fin justifica los medios»
Maquiavelo
Cuando el cristal estalló en pedazos, Juan Manuel Santos supo que no había vuelta atrás. Las instrucciones de esa mañana habían sido abrumadoras y precisas: la última matrioshka del conjunto o ella muere…
A pesar de ser las doce del mediodía la carpintería estaba muy concurrida. Juan Manuel Santos dirigió la vista a ambos lados, necesitaba una coartada. Divisó un estanco dos calles más arriba y compró un periódico. Aguardaría en el banco de enfrente para pasar inadvertido. Otro año más que la portada abarcaba media página en escribir sobre las “lágrimas del lobo”, una fina colección de diamantes que pertenecieron a Hitler, los cuales desaparecieron durante el conflicto bélico. Juan Manuel opinaba que la prensa siempre especulaba con noticias irrelevantes para desviar la atención de los temas que de verdad interesaban. Una argucia detestable pero lucrativa. Con lo que acababa de ver reafirmada su teoría. Abrió el periódico sin prestar atención, espiaba con recelo los movimientos que acontecían dentro de la carpintería. Desde su posición no conseguía ver las matrioshkas y eso lo inquietaba. Daría el golpe a la una de la tarde cuando, como de costumbre, Mikel fuera al taller central a formalizar los pedidos del día. Quedaban menos de quince minutos, la ansiedad le atenazaba por dentro. Se preguntaba por qué de entre todas las cosas valiosas del local le pidieron expresamente la muñeca.
Mikel giró el letrero de ABIERTO; tardaría una hora en volver. El chico era una persona reservada, pero sobre todo estricto en el cumplimiento de sus horarios. Esa cualidad lo tranquilizaba en cierta medida. Juan Manuel esperó unos minutos, cruzó la calle, se asomó a la vidriera y escrutó en el interior para asegurarse que se hubiera marchado. Sentía las llaves en el bolsillo quemándole, de un momento a otro le abrasarían la pierna y terminaría envuelto en llamas. ¿Por qué él?, se preguntó.
Una vez dentro bajó las persianas, cogió una silla de entre el mobiliario en exposición y la arrastró al fondo de la sala para colocarla frente a la vitrina. La puerta emitió un ruido espeluznante al abrirse. Agarró las matrioshkas y se dirigió al mostrador; mientras las desembalaba pensó que pronto saldría de aquel calvario. La cuarta muñeca se resistía a separarse, aunque veía la línea de la rosca no podía desprenderlas.
─¡Ehhh! ¿Qué haces aquí? ─Mikel apareció en la puerta tras el mostrador. Aquella puerta comunicaba con otra sala habilitada como taller provisional. El ruido de la vidriera lo alertó.
─Necesitaba recoger una cosa ─balbuceó Juan Manuel muy nervioso, mientras intentaba esconder las piezas de las matrioshkas.
Mikel reparó en los objetos que pretendía ocultar. Los ojos se le saltaron de las orbitas.
─¿Pero tú qué haces con eso? ─gritó fuera de sí. De un salto se colocó frente a Juan Manuel y le arrebató la cuarta matrioshka. Santos reaccionó como un tigre, pasó por encima del mostrador dispuesto a recuperarla.
─!Dámela! ─ordenó─. No es asunto tuyo.
─Esa muñeca no tiene ningún valor ─argumentó Mikel─. Si lo que necesitas es dinero en la caja hay suficiente.
─Lo que necesito es la matrioshka ─replicó─. No puedo explicarte porqué.
Santos, avergonzado, desvió la mirada; Mikel aprovechó su distracción, le lanzó un puñetazo que lo descolocó y provocó que retrocediera unos pasos. Juan Manuel se reincorporó enseguida, corrió tras Mikel que regresó al taller interno para escapar por la puerta trasera. Se le abalanzó a la espalda, forcejearon unos minutos. Mikel lo estrelló contra una estantería de herramientas y logró zafarse de él. Dejó la matrioshka a un lado. Juan Manuel volvió al ataque, antes de que pudiera acercase Mikel lo golpeó en el estómago y luego en la espalda. Encorvado por el dolor cayó sobre un saco de virutas. El olor era tan penetrante que casi le provoca nauseas, pero se repuso a tiempo, no obstante lo derribaron una vez más. El chico lo asió con fuerza de la camisa y lo empotró bocarriba contra la sierra circular. Pensó en coger un puñado de serrín de la mesa y tirárselo a los ojos.
─¿Por qué quieres la muñeca? ─interrogó Mikel sacándolo de sus pensamientos.
─¿Por qué la proteges? ─respondió asustado.
─Esa no es la respuesta que busco.
Mientras lo sujetaba con una mano accionó el interruptor con la otra. La cuchilla, cuyo motor tenía 700 watts, comenzó a girar velozmente a escasos centímetros de su cabeza. El ruido perforó sus tímpanos, todas las alarmas de su cuerpo saltaron paralizándole al instante. Juan Manuel Santos entró en shock. Mikel volvió a formular la misma pregunta sin obtener respuesta. Su rostro adquirió un matiz frívolo. Sin más preámbulo lo acercó a la sierra. Santos reaccionó al dolor, su gritó le sirvió de catapulta para embestir a su atacante. Una vez libre recuperó la matrioshka y salió volando por la puerta. Se llevó los dedos al cuello, la sangre bajaba por su brazo izquierdo y goteaba en el suelo. Tenía un corte entre el cuello y el hombro pero sin alcanzar la clavícula. Antes de llegar a la salida sintió que unas manos lo aferraban por la cintura y tiraban de él hacia atrás. Cayó al suelo, enseguida tuvo a Mikel a horcajadas martillándole el rostro. Sin perder un instante le pegó en la cabeza con la muñeca que, tras el impacto, resbaló de sus manos estrellándose en el suelo. A duras penas retomó el control. Su agresor se escabulló tras la matrioshka, en un intento de desesperación la introdujo en su boca. Cerró los ojos, reprimió el impulso de vomitar y se la tragó.
Juan Manuel Santos describiría, días después, que una luz blanca segó su vista por unos segundos, que sintió un pitido agobiante en sus oídos. Su médico explicaría que dichos síntomas se debían a la pérdida de sangre, mas Santos lo achacaría a otras fuerzas. Fuera de sí comenzó a atacarlo; en un lapsus de tiempo que nunca entendería, lo envió de una patada contra la vitrina. Cuando escuchó el sonido del cristal haciéndose añicos, supo que ya no había vuelta atrás. No aprobaba el uso de la violencia contra ningún ser humano, sin embargo, los acontecimientos de esa mañana cercenaron sus alternativas. “La última matrioshka del conjunto o ella muere”, recordó.
Mikel, inconsciente y envuelto en sangre por los múltiples cortes, yacía en el suelo. Santos descendió del mueble, debía recuperar la matrioshka a como diera lugar. Pensó en el aceite para la sierra, así podría inducirle el vómito. Frente a la sierra, contempló aquel charco de sangre que le pertenecía, tuvo una idea más fuerte que le taladró la sien. Lo que escondiera esa matrioshka era la única vía para salvarla. Volvió a la sala principal, se detuvo frente al cuerpo de Mikel y se signó.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre (…) no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
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