Suspiros.
Susurros vacíos.
Lágrimas infinitas.
Y al fondo, ella. Tan hermosa, tan bella, siempre riendo, acechando en las sombras, rogándole al cielo un minuto más de vida. Sólo dime: ¿por qué no elegir morir? ¿Por qué obligar a vivir? Demasiado cruel, en ocasiones hasta es un castigo el seguir aquí, el dar una bocanada más de aire.
Pero es feliz. Baila bajo el sauce que nos vio nacer, que nos vio crecer y nos vio amar. Nuestros nombres puede que queden grabados por toda la eternidad en su corteza, mas lo que jamás olvidará serán mis llantos y mis ruegos. Gritos desconsolados pugnando por convertirse en golpes, quizá luego transformados en ríos de sangre. A lo mejor es lo que el destino tiene preparado.
Me pregunto si ella sabrá lo que es, mas luego pienso que ya da igual. Tomo su mano y danzo a su lado como dos fantasmas que se han encontrado un día más, unas noche más. Habría sido perfecto si pudiera sentir su roce y no el frío de la muerte. Aún lleva el vestido blanco de nuestra boda, todavía conserva la sonrisa de quien ve regresar a su amado de una guerra sin final.
Dejo que se aleje unos metros. Da vueltas y vueltas, ríe tan alto como vuelan los pájaros, grita mi nombre sabiendo que sólo el bosque puede oírnos, que sólo él es testigo de estos encuentros fugaces y prohibidos.
Desaparece y regresa una y otra vez. Sé que no quiere irse, yo tampoco lo quiero, pero es así como funciona nuestro mundo, es así como debe ser, como está escrito que sea. Sonrió con tristeza y vuelvo a tomarle la mano. No hay música de fondo, mas no es necesaria, no si ella está aquí. Cada latido silencioso de su corazón es una melodía que atesoro en mi interior como si realmente pudiese escucharlos.
Pum.
Pum.
Pum.
En silencio.
Aspiro el aroma de su cabello, imagino tocar cada centímetro de su suave piel, creo escuchar el sonido de su voz recordándome que el amor es más de lo que pensamos, que puede perdurar incluso cuando vida y muerte se encuentran.
Es como un cuento de hadas sin final donde los protagonistas son condenados a vagar eternamente en su propia pena.
Quiero besarla, amarla de nuevo bajo este sauce, pero sé que eso es imposible. El sol despunta en el horizonte. Es hora de partir. Su mirada triste se cruza con la mía y asiente con pesadez.
Nadie vence dos veces a la muerte.
Dejo que se vaya y cuando deja de ser visible a mis ojos, levanto la cabeza y aprieto los puños con fuerza.
Su frágil cuerpo inerte cuelga de la rama más alta del sauce. Se mueve con la brisa del viento. Alrededor de su cuello una soga.
Suspiros.
Susurros vacíos.
Lágrimas infinitas.
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